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Vitamina G por Marbius

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Notas del capitulo:

Scherzen Hall, segundo baby-shower, la ley moral.

“Aún con la ley moral dentro de mí”

 

—Y pensar que creí que era grande cuando tocamos aquí la última vez… —Exclamó Tom al mirar en todas direcciones con asombro.

—David tiene que estar loco –gruñó Gustav. Agradeciendo la botella de agua que Georg le daba, la destapó para darle un largo trago que le apaciguó la quemazón en la garganta—. No sé si es peor que este lugar no llegue a la mitad de capacidad el día del evento o que se sobrepase.

—Velo por el lado positivo –le pasó Bill el brazo por encima de los hombros—, si no pasa, no habrá incidentes. Y si pasa… Uhm, tendrás muchos regalos –intentó mostrarse despreocupado pese al ceño fruncido del baterista que se lo sacudía de encima.

Ignorando cualquier otro gesto para distraerlo, con ambas manos afianzadas a la espalda que ya lo estaba matando el dolor, inspeccionó con la vista cada rincón que la vista le dejó alcanzar alrededor del lugar. Concebido como un centro de convenciones internacional con sede en Berlín, el Scherzen Hall era todo menos pequeño. Gigantesco era la palabra con la que cada persona que cruzaba los arcos de la entrada, describía el sitio. Coronado con una enorme cúpula de cristal diseñada por algún famoso arquitecto francés y catalogado como lo más chic en cuestión de espectáculos, era la meta de cualquier artista que quisiera pararse en el escenario y saberse uno de los grandes.

Un año atrás, con sonrisa entre labios por haber llegado tan lejos, Gustav no podía creer su suerte cuando al final la banda se presentó en ese lugar y rompió récord por la venta de boletos.

En tiempo presente, no podía sino sentirse miserable al respecto.

Atento a cada uno de los hombres que acarreaban material de construcción, no pudo sino recordar que aquel lugar iba no sólo a albergar a miles de fans, sino también a alimentarlas, darles un día de diversión e incluso un pequeño concierto a capella.

Construyendo los stands correspondientes, decenas de trabajadores iban de aquí a allá arreglando todo lo más rápido posible. Grandes compañías habían pagado enormes sumas de dinero por tener un sitio el día del baby-shower y los logos ya se mostraban en líneas divisorias que indicaban por zonas, dónde se colocaría cada quien. Como hienas, incluso marcaban su territorio desde día antes.

—Aún podemos cancelar, sabes. A Sandra no le importaría darte un justificante médico –le recordó Georg al apoyar la barbilla en su hombro—. Jost se puede ir al diablo. No pasa nada si dices que no.

—El problema –suspiró Gustav con desgana—, es que ya dije que sí.

—Seh, bueno… Nada que decir que tienes algún virus extraño del Amazonas que no te deja salir de cama, no solucione, ¿uhm? –Abrazándolo por detrás con las manos entrelazadas en el vientre del baterista, Georg le depositó un beso casto en la nuca. Apenas un roce, pero a Gustav las rodillas le fallaron—. En serio, Gus, si no te sientes cómodo con esto…

—Resulta que… Me siento cómodo. En serio –reafirmó al cruzar una de sus manos encima de Georg. Giró la cabeza a un costado y recibió un nuevo beso justo detrás de la oreja—. Más cuando haces eso…

—Y espera a ver lo que haré en casa… —Dijo el bajista con un tono ronco, prometiendo algo más que un masaje en los pies cuando regresaran. Antes de poder continuar, el flash de una cámara se estampó con ellos haciéndolos casi brincar en su sitio.

—Pre-cio-so –canturreó la reportera de Für Sie al tronarle los dedos al fotógrafo por otra instantánea—. Un par más en esa postura y tendremos la portada de este mes.

A Gustav la mandíbula se le zafó de un lado. De no ser porque no golpeaba mujeres, pero más que nada porque la barriga le impedía, con gusto le daba una patada en el trasero para callarla.

Atento siempre a sus reacciones, Georg lo sujetó entre los brazos. –Tranquilo. Inórala –sugirió con tanta calma que Gustav cerró los ojos e hizo caso omiso de las peticiones ridículas que aquella reportera seguía pidiendo.

Mecido en un suave vaivén con Georg, hasta le extrañó no caer dormido en aquella paz.

 

Una noche antes del magno evento, ‘uno que rompería récords en audiencia y marcaría un hito en el mundo del espectáculo’ según el último número de la revista Für Sie que Gustav apenas vio sobre la mesa y tiró a la basura con amargo placer, Jost intentaba convencer al bajista en usar para el evento, cierto regalo que había llegado antes para él.

—Creo que exageras –hablaba con un tono que indicaba madurez de su parte. Con Gustav maldiciendo a diestra y siniestra, podía ser cierto, excepto por…

—¿Pretendes decirme que usar un camisón de mujer es exagerar? Ni loco –gruñía el baterista al darle un golpe a la mesa con el puño cerrado—. Me vale un cuerno si es exclusivo y cuesta 5000 € porque no lo voy a usar ni pagado. Mejor póntelo tú si tanto te gusta.

—En realidad cuesta más, Gus –intentó aplacarlo Bill al darle un vaso con jugo de naranja y rezar porque no le diera en la cabeza con él.

No que el embarazo hubiera vuelto un histérico a Gustav, pero ciertamente tenía a sus hormonas en revolución. Sandra decía que era lo normal, así que todos lo aceptaban como venía, por mucho que internamente extrañaran al viejo y relajado baterista. El que lo suplantaba montaba rabietas para todo y era menos accesible, aunque como no llegaba al extremo de ser irracional, poco podían alegarle.

—¿Están siendo serios? –Estalló Gustav con el dichoso camisón en la mano. Elaborado especialmente para él, parecía una broma cruel con el estampado horroroso con el que estaba decorado. Algo entre amarillo con naranja, colores que por descarte, Gustav prefería no usar, ni juntos ni separados.

Jost se presionó el puente de la nariz, decidido a usar sus armas más letales. –Mira, la compañía ya recibió el cheque. Sólo tienes que usar eso un rato, posar en algunas fotos, decir que te encanta y con ese dinero podrás comprar pañales como por un año.

El baterista se mordió el labio inferior. Su punto débil eran las niñas, más desde que sus padres le hubieran dado una cotización de cuánto costaría mandarlas a una buena escuela y viera que era más de lo que costarían los primeros cinco años de vida. –Ok, tienes un trato –aceptó al fin, más que nada para dejar de estar ultimando detalles que no quería estar hasta medianoche despierto en ello.

Según el itinerario, tendría que estar de pie a más tardar a las cinco treinta de la mañana y pese a que era una persona diurna, cargando con veinte kilos en el estómago lo que menos deseaba era levantarse de la cama a semejantes horas.

Despidiéndose al fin, Jost se fue con una sonrisa en labios que los cuatro chicos de la banda querían quitársela del rostro con un puñetazo.

—No puedo creer que vas a usar… Bueno, esto –se burló Tom al sostener la bata de maternidad que Gustav iba a traer al día siguiente. Fea tela, feo corte, feos colores, más que regalo por parte del mejor diseñador europeo de modas, parecía tan desagradable como recibir ántrax en un correo. Hasta recibir las cenizas de tu abuela era mejor.

—Yo tampoco –gruñó Gustav al maldecir su suerte—. Cuando termine con ella, irá directo a la basura. Valga lo que valga.

—Oh, vamos, es de diseñador –los amonestó Bill agarrando la bata entre manos y poniéndosela por encima de la ropa—. Ustedes no tienen nada de sentido de la moda.

—Lo dice el que quería hacer gorritos color mostaza con moños púrpura –enfatizó Tom por lo bajo.

—Pues yo no… —Bill se calló apenas Georg entró en la habitación. Por la cara que traía, mejor no buscarle el lado malo—. ¿Qué pasa?

—Ha llegado el itinerario por fax –se los extendió—, y supongo que quieren hacer Tokio Disney o algo así. Los de la disquera parece que quieren sacar todo el dinero posible.

—No puede ser… —Tom sacudió la primer hoja con enfado patente—. ¿Qué es esto? ¿Explotación tercermundista? Ni en un concierto llegamos a tocar tantas canciones. Gustav apenas puede alcanzar la batería con esa barriga…

—Gracias –rodó los ojos el aludido—. Sigo en la habitación por si no lo has notado.

Tom enrojeció hasta la raíz del cabello. –Lo siento. Sabes a qué me refiero.

—No recuerdo cuándo fue la última vez que tocamos Thema Nr. 1 –comentó Bill al arrebatarle de las manos las hojas a su gemelo y leer con atención—. Firma de autógrafos, sesión fotográfica, ¡¿rifa por una hora con nosotros?! Ah no –vociferó—, eso no.

—Déjame ver eso –espetó Gustav al quitarles las páginas a los gemelos de un manotazo y ver por él mismo que en efecto, el itinerario parecía día de carnaval con tantas eventos. Entre lo mencionado, el concierto, la convivencia en donde se le darían los regalos más grandes e incluso una cena final, el día parecía durar más que las veinticuatro horas que realmente tenía—. Mierda…

—Secundo –asintió Bill.

—¿Qué vamos a hacer? –Preguntó Tom con desgano. La idea de perder un día de su vida en aquella patraña salida de control como bola de nueve rodando por las orillas de los Alpes, le producía dolores de estómago que no se solucionaban a la ligera.

—Nada –interrumpió Gustav las descabelladas ideas que ya veía venir—. Chicos, fue su culpa que todo esto terminara así… —Suspiró al ver las caras de cohibidas por sus palabras duras—. No estoy enojado, sólo muy cansado. Por eso, por hoy quiero dar por muerto el tema, ¿ok? Olvidar que hay un mañana. Comer algo que llegue a domicilio, tomar refresco de cola y dormir, no pido mucho. Nos espera un día largo, pero hasta entonces… Yo no voy a cancelar nada.

Los gemelos asintieron en un único movimiento; uno caminando rumbo al teléfono para pedir pizza y el otro abriendo el refrigerador en busca de un refresco para el rubio. Georg fue más cercano; tomando la mano de Gustav, le aseguró que todo, absolutamente todo, iba a salir a pedir de boca. Con ternura, le dio un beso en la mejilla.

—¿Y eso? –El baterista sonrió con un extraño sentimiento en el pecho.

—Eso –le besó la nariz Georg—, es por ser más fuerte que todos nosotros juntos.

Gustav sólo pudo sentirse feliz.

 

Gruñendo, ya de malas aunque el sol todavía no había salido, ni lo haría en un par de horas más, Georg le dio un manotazo al reloj despertador cuando éste sonó.

Rodando por la cama, buscó el tibio cuerpo de Gustav usando un brazo extendido y convencido de que era lo único que necesitaba para empezar bien la mañana, para encontrarse no sólo con su ausencia, sino que el espacio que usaba en el colchón estaba helado.

—¿Gustav? –Sentándose con dificultad porque aún estaba más en el mundo de los sueños que en real, casi se fue de espaldas al ver que el baterista ya estaba bañado, cambiado y al parecer listo para enfrentarse al mundo y a lo que éste le deparara—. Apenas son las cinco de la mañana… Vuelve un rato a la cama –le pidió con voz infantil. Realmente lo que quería era estar con Gustav. Al cuerno los compromisos cuando podían estar cinco minutos más juntos y a solas.

—La espalda me mata –confesó el rubio al sentarse en el colchón y sisear por el dolor—. Y las niñas no se han estado quietas ni por un segundo. Han de ser nervios.

—Claro que son nervios, uhm, ven acá –abrió los brazos Georg. A Gustav no se lo tuvieron que repetir dos veces cuando se dejó caer de vuelta en la cama y con poca gracia dado a su estado, se acomodó lo mejor posible tratando de respirar sin ahogarse—. Aún tenemos algo así como dos horas. Dave va a pasar por nosotros así que podemos quedarnos así al menos una hora.

—Genial –susurró Gustav con una sonrisa entre labios. Con una pierna de Georg en torno a las suyas y un brazo por encima de su cuerpo, el rubio no podía sentirse más relajado. Hasta las niñas habían dejado de jugar fútbol con su hígado y parecían dispuestas a ceder ante el sueño.

Moviendo los dedos de los pies en torno a la sábana, se encontró pensando, que quizá después de todo, el día no acabaría tan mal. Ciertamente iba a ser agotador. Le esperaban más actividades que en un circo de tres pistas, pero la perspectiva en cierto modo parecía divertida.

Luego de dos meses de no sentarse frente a la batería, de no ser entrevistado, de no seguir la vida que por cinco años había llevado a cabo, el cambio se sentía extraño. No era precisamente añoranza la palabra que lo describía; era más un sentimiento de que eso era lo correcto. Regresar por lo tanto, resultaba ser una extraña satisfacción que ni con tortura medieval iba a admitir extrañar.

Así permaneció tendido una hora o algo así. Tanto, que Georg ya estaba dormido de nuevo y el tiempo apremiando a que se dieran prisa.

Con un suspiro final, Gustav procedió a despertar a Georg. Ya iban tarde.

 

—… Nuestras cámaras confirman la llegada de los cuatro miembros de Tokio Hotel. El griterío no se hace esperar aquí en el… —Tom le quitó el sonido al televisor, hastiado de que en todos los canales se transmitía la misma escena de cinco minutos antes cuando habían sido escoltados por la puerta trasera, listos para sobrevivir el día.

—¿En serio me veo así? –Gustav arrugó la nariz al preguntar, nada seguro de querer saber la verdad. Escoltado por Saki, casi llevado de la mano por el guardaespaldas, en pantalla de cadena nacional parecía un globo repleto en toda su capacidad y listo para reventar al menor pinchazo.

—Bueno, eres tú, ¿o no? –Respondió Bill con un encogimiento de hombros, ajeno como siempre al reciente complejo del baterista con respecto a su peso.

—Supongo –respondió éste decidido a no dejar que nada le arruinara el día. Tenían órdenes de salir en unos cuantos minutos; una chica del equipo se mantenía haciéndoselos saber con timidez cada que cruzaba la habitación de los camerinos.

La última vez había dado el llamado final, pero en palabras de Jost, no salían hasta que él lo decía. Hasta entonces, ellos haraganeaban lo más posible, ya fuera viendo la televisión o navegando en Internet.

—Ya hay como cincuenta videos colgados en línea –murmuró Georg al girar la pantalla del ordenador portátil en el que estaba—. Youtube es una maravilla.

—No esperaba menos –desdeñó Tom al seguir cambiando de canales—. Parece que tenemos cobertura de otros países también

Gustav soltó un quejido ante esas palabras. Ya estaba nervioso como nunca; no lo consolaban diciendo eso en lo más mínimo. Con cuidado para no llamar la atención de nadie, se giró hasta darles la espalda y se llevó ambas manos al vientre para acariciar con cuidado alrededor. Cuando sentía que ya no podía más, aquello lo tranquilizaba como Georg sólo podía hacerlo.

A respuesta, las niñas respondieron con una patada que lo hizo apretar los labios en una delgada línea. Obviamente no era intencional, pero dolía. En dos semanas más iba a alcanzar los ocho meses de gestación y dado que eran gemelas, el parto estaba pronosticado a adelantarse un poco.

Según Sandra, de haber sido un embarazo sencillo y sin ninguna complicación, el bebé hubiera nacido a principios de octubre o a finales de septiembre. Como eran dos, calculaba las posibilidades con diez días menos, lo que Gustav no podía dejar de notar, pues el cumpleaños de Bushido era por esos mismos días.

—¿Preocupado? –Una mano en el hombro, una voz preocupada. El rubio no pudo sino sonreír ante la manía siempre presente de Tom por cuidarlo. Que ahora ya no vivieran bajo el mismo techo y tuviera a Bill como lo más importante de su vida ya no sólo en un plano familiar, no remediaba que fuera el primero en darse cuenta de cuando algo no estaba bien con él.

—La verdad es que no –mintió con sutileza—. Cansado si acaso.

—No olvides que hay un servicio médico sólo para ti –le recordó—. Sandra no tarda en llegar.

Gustav se contuvo de soltar una carcajada. Como pago por ser la doctora encargada de Gustav ese día, había pedido entradas para ella y su sobrina, además de poder traer a su hija con ella. Muy por fuera del trato, pero Gustav planeaba que valiera la pena la convivencia invitando a la sobrina de Sandra como miembro VIP. Le iba a dar el día de su vida sólo por tener una tía como la suya.

—Chicos –entró Jost a los camerinos—. Hora de salir. Van a tocar un par de canciones y entonces tendrán un receso para curiosear e ir por donde quieran. ¿Listos?

Los gemelos brincaron de nervios. Georg sólo asintió; Gustav por su parte, tomó aire.

Que el día diera comienzo de verdad.

 

—Un par de canciones mi trasero –gruñó el mayor de los gemelos apenas bajaron del escenario, empapados en sudor por haber tocado dos horas consecutivas. Tomando una botella de agua que los del equipo les ofrecían, la abrió para tomar su contenido de golpe—. Pero a la vez…

—Extrañabas esto, lo sé –completó Bill la frase, al limpiarse el sudor del rostro con una toalla y tomar el aire perdido en grandes bocanadas.

—Hablen por ustedes. Yo ya había olvidado lo mucho que me mataban los dedos luego de tocar tanto –se quejó Georg al estirar los brazos al aire.

—Mejor vete acostumbrando eh –lo codeó Tom en juego—, porque en cuanto Gustav tenga a las niñas, regresamos al estudio.

Georg no le respondió. En su lugar, frunció el ceño como si de repente se diera cuenta de algo. Miró a los dos lados y se mordió el labio inferior tratando de recordar si había cerrado la puerta de casa con llave. El sentimiento que cargaba a cuestas era como si hubiera olvidado algo importante y por más que se esforzaba no daba con ello.

—¿Y Gustav? –Preguntó de pronto Bill. El sonido de un solo de batería les respondió.

Asomándose por uno de los costados del escenario, encontraron a Gustav siendo ayudado por miembros del equipo a levantarse del banquillo ergonómico que usaba ahora que estaba embarazado.

Los tres hicieron una mueca parecida a la que pondrían si recibieran una bofetada. Gustav los iba a matar por olvidarlo ahí atrás…

 

—Parece una feria por aquí –susurró Gustav manteniendo las apariencias, mientras caminaba hecho mister sonrisas a lo largo de los pasillos que se habían formado gracias a los puestos de venta. Para confirmar sus palabras, sopesó la posibilidad de mirar más de cerca aquel puesto de ropa para bebé que se había instalado justo al lado de otro… Y otro… Y otro…

—Hubieras visto la expresión de Jost cuando estaba contando el dinero que le dio organizar todo esto –le dijo Georg al ir con él tomado de la mano.

Las personas que los iban viendo, mujeres en su mayoría, pese a todo pronóstico, se contentaban como soltar un ‘awww’ a cada paso que daban, pero estaba bien. Las más atrevidas si acaso se decidían a hablarle o pedirle que las dejaran tocarle la barriga, a lo que Gustav no veía ningún inconveniente. Otras más pedían fotografías o un autógrafo. Dado que el rubio esperaba caos y destrucción, no podía sino estar realmente alegre como iba el día y aceptar con gusto los pequeños sacrificios de la fama.

Ya era pasada la ahora del almuerzo y en breve se tomaría un descanso para comer. Jost les había programado justo después de la comida la segunda parte del concierto y luego la mesa de regalos, que según entendía, sería una por una las fans que lo quisieran, regalarle algo a él o a las niñas.

Como desde un inicio ya veía a cada mujer en la sala cargando alguna caja o bolsa con moños en tonos pastel, suponía precisamente que eso sería lo más tardado.

—Mira eso –señaló Georg uno de los puestos y Gustav salió de ensoñaciones para seguir el punto indicado. En medio de un stand de venta de productos oficiales de la banda y un puesto de revistas, estaba una especie de sex-shop. Parecía como si dijera que era lo primero y luego entonces servirían las tiendas de productos de bebé.

—Oh, wow –se sobresaltó el baterista. Contra todo pronóstico, en aquella zona parecían ser los que más vendían—. Sólo espero que ninguna fan me dé regalos de aquí –susurró con mortificación a Georg.

—Yo pido justo lo contrario –le guiñó el ojo el bajista. El rubio no pudo sino sentir un agradable calor en el vientre bajo ante lo que aquello significaba.

Antes de que pudiera contestarle con algo, los gemelos, seguidos de una horda de fans jóvenes y tímidas que los perseguían sin atreverse a nada más que a soltar risitas histéricas cada que conseguían atrapar su atención, les dieron alcance.

Despeinados y con aspecto de ya haber recorrido todo el Scherzen Hall, sonreían como locos. No muy buena señal.

—Escupan ya –dijo Gustav. Los conocía muy bien. Aquel par se estaba guardando algo jugoso.

—No vas a creer quienes están aquí… —Habló Bill con los ojos tan abiertos que se le podían salir del cráneo en cualquier momento.

—¿Unas miles de fans? –Aventuró Georg con desgana. A diferencia de Gustav, él sí estaba cansado. Llevaba a cuestas un par de regalos grandes que por su estado Gustav no podía cargar. No que se quejara, no tenía por lo cual hacerlo, pero la tensión ya le hacía mella.

—Aparte de eso… —Bill aplaudió con emoción y unas cuantas fans que estaban alrededor eran todo oídos para él—. ¡Vi a Nena! Le pregunté a Dave y dijo que ella misma lo había contactado para poder venir. –Ante la cara impasible de Gustav agregó—: y eso no es todo. Hay más gente… Tom dice que vio a LaFee.

—¿LaFee? –Intervino Georg—. Jost se fue a lo grande.

Gustav abrió la boca para decir algo, pero en su lugar se quedó silencioso. Él mismo ya había creído ver un par de caras famosas, pero con el revuelo que se armaba a su alrededor, no estaba seguro. Al menos no hasta ahora. A Bill no se le iba ningún miembro de la farándula. Jamás. Iba a tener que confiar ciegamente en su criterio de reportero del chisme.

—Ustedes no lo oyeron de mí –siguió el menor de los gemelos comportándose confidente al hacerlos inclinarse para que lo escucharan—, pero corre el rumor de que incluso Samy Deluxe viene…

—Argh, idiota –lo golpeó en la cabeza su gemelo—, no juegues con eso. Me va a dar algo si bromeas con algo tan serio.

—Yo sólo repito lo que oí –se encogió de hombros Bill—. De cualquier modo, chicos –se enfocó en Georg y Gustav—, Dave me ha mandado con ustedes. Es hora de comer. Después sigue…

—Los regalos, lo sé –asintió Gustav, apreciando por primera vez que le dolían los pies. Mejor retrasar indefinidamente el seguir viendo alrededor. El sitio era enorme, había mucha gente y lo que más deseaba en el mundo eran macarrones con queso y mermelada de uva encima.

Una patadita bajo las costillas le dijo que era lo correcto. Respondiendo el golpe con ternura, comenzó el camino de vuelta a la zona donde el buffet se encontraba.

 

—Ah… Oh… Uhm… Gracias… —Sonrió Gustav estridente al recibir de manos del vocalista de Rammstein un par de muñecas de porcelana para las gemelas. Igual que ellas, las muñecas eran idénticas en todo excepto por los nombres. Una llevaba grabado Gweny y la otra Ginny. Siendo que los nombres aún eran secretos, Gustav no podía sino preocuparse qué tan a fondo la prensa lo tenía investigado.

Enseguida de él, Georg agradecía por igual, boca abierta y colgando por el suelo de la impresión. Entre todos los famosos que ya habían recibido, Till Lindemann era el más extraño. Cada uno de ellos llevando costosos regalos.

En efecto, Nena había estado presente con joyería; ahora Bill la tenía arrinconada para él solo. Lo mismo Samy Deluxe, que llegó con joyería también, pero a diferencia de la cantante pop, en lugar de aretes miniatura, con cadenas de rapero y los nombres de las nenas incrustados en joyería. Gustav creía que cada uno pesaba más que la misma niña. Eso y que no veía más uso en esos collares tan gigantescos que no fuera como metal ardiente para marcar vacas. En tiempo presente, el rapero estaba secuestrado por Tom.

—No sé qué vamos a hacer con tantos regalos –murmuró Gustav por lo bajo, al apartar más bolsas de ropa de bebé para que las apilaran en la montaña que ya tenía atrás.

Sentado desde hacía cinco horas, moría por estirar las piernas. Imposible si tomaba en cuenta que la fila de personas esperando turno en lugar de disminuir, crecía como la mala hierba. Jamás se le vería a Gustav molesto por ello, amaba a sus fans, pero igual el trasero lo estaba matando. Las ganas de ir al sanitario más cercano igual.

Como respuesta a sus súplicas, irónicamente el siguiente regalo fueron tres cajas de pañales de una fan con ojos llorosos que el baterista permitió que tocara su barriga con reverencial cuidado.

—Ya quiero que termine –le dijo Georg de pronto, cuando ya llevaban dos horas más ahí sentados y justo después de que en efecto, LaFee les hubiera dado de regalo ropa para las niñas.

—No me lo digas a mí –respondió por lo bajo el baterista, al no permitir que la sonrisa que adornaba su rostro se desvaneciera.

Permaneció así por un par de horas más.

Cuando al final todo terminó, lo sacaron en silla de ruedas y con suero por intravenosa. Corriendo detrás de él, Sandra; tomando su mano, Georg.

 

Abriendo los ojos con dificultad, Gustav se sobresaltó al verse rodeado de paredes blancas y estar en una cama que no era la suya. El sonido rítmico de un monitor se elevó y entonces supo que no estaba en casa.

Acudiendo a su llamado, apareció Bill con ojeras y llevando en la mano un envase plástico de ese pésimo café que sólo en los hospitales venden.

—¡Gus! –Corrió a abrazarlo al ver que estaba despierto. El baterista soltó un gemido de dolor que lo hizo ser consciente de que algo malo le había ocurrido. Llevándose las manos al vientre, comprobó aliviado como aún seguía embarazado. Golpecitos suaves que le decían que las niñas estaban bien y a salvo.

—¿Dónde está Georg? –Con ojos pesados buscó alrededor para darse cuenta de que estaban ellos dos solos—. ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? ¿Alguien anotó la matrícula del camión? –Bromeó con cuidado de no reírse de su propio chiste porque le dolía a un costado.

—No fue nada o casi nada. No sé –habló Bill apresurado. Soltó a Gustav y tras dejar el café en una pequeña mesita que descansaba al lado del baterista, se enjugó los ojos—. Lo siento. Sandra dice que se te bajaron la presión y el azúcar. Yo sólo sé que te vi inclinarte en Georg y caer… Gus, nos asustaste.

—¿Qué pasó con el evento? –Gustav sintió una opresión enorme. Ya se imaginaba los gritos de la disquera por haberse desmayado. Evidentemente, algo más que eso si estaba en el hospital recibiendo suero para sobrevivir.

—No mucho, parecido a cuando… Ya sabes. Fue un desastre. Georg nunca te soltó, dio buenas fotos para Für Sie, pero los demás estábamos…. –Gustav recordó aquella ocasión en la que se había desvanecido tras un concierto. Era obvio que no aprendía de las experiencias.

—Perdón –musitó con un hilo de voz.

—Nah –Bill le consoló—. Dave anda saltando de felicidad por la respuesta del público. Los diarios hablan maravillas y han llegado más regalos de los que te puedas imaginar. Observa. –Gustav parpadeó al ver que fuera de la habitación, a través del cristal, se veía un jardín con tantos arreglos florales decorando el sitio—. Sandra es estricta con los regalos, pero han llegado cientos de esos.

Gustav asintió aturdido. No recordaba gran cosa del día anterior, al menos no mucho de justo antes de haberse desmayado, porque tenía presente haberse inclinado sobre Georg para decirle algún comentario y luego nada. Con un nudo en el pecho, se sintió culpable de haberlos asustado a todos de aquel modo.

Casi leyendo sus pensamientos, Bill se lo aclaró. –Georg está en otra sala. Sandra tuvo que… Sedarlo –rodó los ojos—. El muy idiota estaba tan alterado que no quedó otra opción. Tom le hace compañía hasta que despierte.

El baterista sólo pudo musitar una respuesta imposible de entender. Cerrando los ojos, volvió a caer dormido en un instante.

 

—Creo que deberíamos hacer otro baby-shower –dijo Bill para sorpresa de todos.

“Y yo que a veces eres adoptado, pero me callo…” pensó Tom antes de hablar. —No gracias, uno basta y sobra –lo mandó a volar con desparpajo—. Además, ya tenemos regalos como para quintillizas. No más basura.

Gustav asintió débilmente. Recostado con la cabeza en las piernas de Georg unos días después de haber salido del hospital, lo que menos quería era tener que preocuparse de otro desastre de la misma magnitud. Con uno bastaba.

—No uno así –le sacó la lengua Bill a su gemelo—, sino entre familia, con amigos cercanos, justo como lo habíamos planeado la primera vez. Vamos chicos, ¿qué dicen?

—No me hagas decirlo –pronunció Georg con aquel tono suyo que bien podía decir ‘vete a la mierda’, mientras recorría el costado de Gustav con cariño.

—¿Por qué no? –Se empeñó Bill en saber. Pateó a Tom para que lo apoyara, pero éste prefería concentrarse en el televisor antes que en una ridícula pelea que veía perdida—. No es como si volviera a salir mal. Esta vez la planearemos mejor, será privado. Sólo para Gustav.

Su gemelo, Georg y hasta el mismo Gustav le gruñeron en respuesta.

Lo que no lo hizo desistir, porque una hora y media después, ya estaba llamando por teléfono a todo el mundo con aprobación de del rubio.

Así de insistente era…

 

—No puedo creer que le diste permiso –le dijo Georg a Gustav cuando ambos al fin estuvieron un momento a solas en la cocina. La mesa, repleta de bocadillos listos para servirse, esperaba a que los invitados llegaran para el festejo.

—Mientras no tenga que usar ese horrible batín de embarazado, le doy permiso de lo que sea –le respondió distraído el baterista. Concentrado en servir bebidas para sus padres, los únicos que habían llegado de momento, apenas si tenía cabeza para algo más.

El ruido de música rap los sacó de la conversación. –Ugh, voy a quitar a DJ-Tom de la consola –aseguró Georg al salir de la cocina.

Gustav sólo cabeceó. Estaba más interesado en hacer de aquella velada algo agradable; por mucho que Samy Deluxe le hubiera regalado un kilo de oro en joyería para sus hijas en el anterior baby-shower, no iba a permitir que amenizara éste con su música. Último sencillo o no, al cuerno.

Cuando el ruido fue sustituido por algo más normal, supo que Georg lo había aplacado. El ruido de unas risas y el timbre sonando le hicieron darse prisa con las bebidas. Pero antes de que terminara, entró Sandra a la cocina, seguida de Suzzane.

Tras saludarse, ésta le ayudó a llevar la bandeja con comida a la terraza donde estaban los demás.

—Gustav Schäfer –señaló su madre—, estás cada vez más enorme. –El baterista hizo una mueca—. Sin caras. Te sienta bien ese aspecto. Mis nietas crecen sanas por lo que veo.

—Cariño, sin asustar a tu hijo –le interrumpió su esposo—. Si es como tú cuando estabas embarazada, sabrás que no le guste que hablen de su peso.

—Pues no –recalcó Gustav al entregarles las bebidas —, no me gusta. Sandra dice que es normal.

—Me mantengo –confirmó Sandra—, aunque te ves…

—¡Gordo! –Corearon los gemelos.

—Qué remedio –desdeñó Gustav. Segundos después Georg aparecía para ayudarle a preparar la comida. Como menú de aquella tarde, planeaban una barbacoa al aire libre y darle buen uso a la piscina. El otoño ya estaba a la vuelta de la esquina y no tardarían en vaciarla hasta el próximo año. Un total desperdicio porque desde que hubieran comprado la casa, nadie la había usado.

—¡Gusti! –Siendo la tercera en llegar, Melissa venía a la zaga con Georg, repartiendo besos entre todos los presentes. En las manos, dos enormes felpudos e infinidad de bolsas que probablemente eran más ropa para las gemelas—. No te pude dar nada el día en que, ya sabes –suspiró—. Llegué demasiado tarde, pero igual no es excusa para no celebrar en familia. No eres mi yerno favorito por nada.

—Es tu único yerno, mamá –enfatizó Georg al agregarle carbón a la parrilla y buscarse en las bolsas el encendedor hasta dar con él—. Eureka.

—No tiene nada que ver. Serías igual mi consentido –reafirmó Melissa, para luego darle un golpe a Georg en el brazo—. Y tú, más te vale que me digas que ya no fumas. No te quiero con un cigarro enseguida de mis nietas o de Gustav.

Ante aquello, los gemelos, que estaban un poco alejados compartiendo un cigarro, lo tiraron detrás de unos arbustos con disimulo. Por alguna extraña razón, la madre de Georg siempre los hacía sentir como cuando tenían trece y se escondían en la casita del árbol para entre toses y caladas, fumarse su primer cigarrillo a escondidas.

—Hazme mi carne con mucha salsa y no le diré a tu madre lo mal que te portas conmigo –jugueteó Gustav con Georg cuando el fuego estuvo en su punto óptimo.

—Con mucho picante haré las de los gemelos –se frotó las manos el bajista, buscando una venganza adecuada para aquel par. Haraganeando aún cuando ellos habían sido los organizadores del segundo baby-shower, merecían un castigo.

Gustav no dijo nada; una clara invitación a que lo hiciera, pero justo cuando le pasaba el recipiente con salsa a Georg, el timbre volvió a sonar. –Te apuesto lo que quieras a que es Clarissa. Dijo que iba a llegar tarde porque venía acompañada. –Se limpió las manos con una toalla—. Ahora vengo.

—Ya que vas a la cocina, tráeme unas tenazas para voltear la carne –le palmeó el trasero.

—Ya, ya… —Gustav no lo admitiría jamás, pero aquel gesto cariñoso le colocó rubor en las mejillas.

Rubor que desapareció drenándosele del rostro apenas abrió la puerta y encontró a Clarissa y a Bushido juntos en un bizarro cuadro de madre e hijo.

Un silencio incómodo se hizo presente por unos segundos hasta que Clarissa se aclaró la garganta antes de hablar. –Por favor, Gustav… —Musitó con preocupación—. No te molestes.

Al baterista se le erizaron todos los vellos en el cuerpo de la incomodidad que experimentaba teniendo que estar tan cerca del padre de sus hijas sin poder ni siquiera alzar los ojos del suelo.

—No me parece el momento más adecuado –dijo al fin. La mandíbula se le tensó—. Según recuerdo, me dijiste que querías ser la abuela de mis hijas, nada más.

—Su padre, mi Anis también merece ser parte de sus vidas. Ellas lo necesitan… —Intentó acercarse a Gustav, pero éste dio un paso atrás aún sujetando al puerta, considerando la opción de cerrárselas en la cara y jamás volver a abrir.

—Mis hijas ya tienen padre, gracias por el intento.

—Pero… —Clarissa se calló cuando la mano de Bushido la apretó con advertencia en el hombro—. Yo sólo pido que… Que ustedes dos lo hablen.

—Yo no tengo nada que decir –enrojeció de rabia Gustav—. Es asunto finito, acabado. Se terminó. No tengo nada que hablar y es obvio que él tampoco tiene nada que decir.

—Anis, di algo… —Clarissa le imploró con los ojos a su hijo, pero éste hizo caso omiso. Presionándose el puente de la nariz con aspecto cansado, soltó un suspiro largo que llevaba consigo tristeza. Gustav lo lamentó por los dos, él también incluido, por estar en semejante embrollo. Igual se mantuvo firme—. Por favor, di algo. Lo que sea.

—Nos vamos –se dirigió al rapero a Gustav—. No es el momento ni el lugar para hablar, pero vamos a hacerlo. Siento mucho haber causado molestias.

—Igualmente, siento que el viaje haya sido en vano. –Apenas los vio darse media vuelta, Gustav cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido.

Yendo con rumbo a la cocina, se sentó en una de las sillas de la pequeña mesa sobre la que tanto le gustaba desayunar cada mañana sintiendo como el peso del mundo se le venía encima. Un extraño sentimiento de opresión en el pecho que no se le iba por mucho que dejara pasar los minutos tratando de respirar para tomar cordura de acción.

En una, quería soltarse a reír y a llorar como desquiciado. Le atormentaba haber sido demasiado grosero con Clarissa, porque pese a que sus intenciones podían ser tomadas como egoístas, ella sólo quería lo mejor para todos, empezando por las niñas. El punto que siempre evitaba tocar Gustav era precisamente ése. Privarlas de un padre, por mucho que Georg supliera ese lugar con creces, no aniquilaba la verdad que yacía en lo profundo.

Quizá, a fin de cuentas, lo mejor era enfrentarse a Bushido al final. El rapero jamás había declarado nada en cuanto a intenciones y el mismo Gustav admitía que mucha de la culpa la llevaba él a cuestas por no haberle dado la oportunidad en todos aquellos meses.

—Soy un cobarde –se amonestó con una pesadez generalizada que le impedía levantarse y regresar a la fiesta. Lo que más deseaba era subir las escaleras, acostarse en su cama bajo las mantas y dormir hasta que se le pasara; todo con tal de no tener que enfrentar la cara de su familia y sus amigos porque no se creía capaz de sonreír por el resto de aquel día.

—¿Gus? –Apenas escuchó que lo llamaban, se puso de pie y abriendo uno de los cajones, asió las pinzas para la carne justo a tiempo para que Bill, que entraba todo alegría y sonrisas, no sospechara—. Georg está histérico por las pinzas. También me mandó por más refrescos el muy abusivo –le dijo al abrir el refrigerador y tomar un par de latas de coca-cola y otras de cerveza—. Para los mayores –se justificó al sopesar una en la mano y saborearla con anticipación.

—Uhm –fue lo único que pudo responder el baterista al no tener palabras con las que expresarse, aún abrumado por Clarissa y Bushido.

—¿Pasa algo? –Bill ladeó la cabeza al preguntar, como si estuviera analizando el cuadro entero. Gustav no quería decirle la verdad, pero desilusionado como se sentía, en realidad fue fácil mentirle—. Te ves un poco apagado.

—Clarissa llamó y dijo que no venía –intentó sonreír—. Es todo, en serio. Yo esperaba que ella estuviera aquí y pasáramos una buena tarde, pero ahora no va a ser. –Suspiró tomando toda la entereza que le quedaba y agitó las pinzas que llevaba en la mano—. Vamos a llevarle esto a Georg antes de que se ponga frenético por la tardanza.

Regresando al patio trasero donde la tarde ya había caído por completo y el jardín y la alberca eran iluminados por coquetos farolillos chinos que Gustav había insistido en comprar porque le gustaba el aspecto que daban en exteriores, hizo todo esfuerzo posible por actual natural.

Sonreír cuando era adecuado, avergonzarse cuando su madre sacara a colación temas vergonzosos o mostrarse acorde a la emoción que le pedían según fuera el caso.

Con todos funcionó menos con Georg, que lo observó con cuidado a lo largo de toda la fiesta sin interrumpir la actuación maestra con la que Gustav los encantaba a todos.

Mucho más tarde ya en esa noche, cuando ya todos se habían retirado y los dos probaban de las maravillas de tener alberca en casa al meter los pies en el agua estando sentados al borde de ésta, fue que se atrevió a sacar el tema a colación.

—Y bien… —Rompió Georg el silencio que se había establecido entre ambos. El cielo estrellado sobre sus cabezas dándole un aspecto etéreo a todo en el jardín—. No me digas mentiras Gus, no me digas que estás bien cuando te pregunte qué diablos pasa.

El baterista dio por perdida aquella batalla. Moviendo los pies adoloridos dentro del agua, se encontró siendo sincero con Georg de manera natural. –Clarissa nunca llamó avisando que no iba a venir.

—Lo sé –explicó Georg—. Bill me lo dijo, pero te habías dejado el teléfono móvil junto a la parrilla. –En la oscuridad, le tomó la mano y ambos se estremecieron—. ¿Qué pasó en realidad?

El labio inferior de Gustav tembló. Una piedra que le subía y bajaba por la garganta impidiéndole hablar sin estar seguro de poderlo hacer sin soltarse a llorar.

—Vino. Cuando abrí la puerta Bushido estaba con ella. –Ignoró el sobresaltó de Georg y prosiguió—. No te disgustes con ella. Sólo quiere lo mejor para las niñas.

—Lo mejor para ellas es que tú no tengas sustos –replicó malhumorado el bajista—, no que te fuerce a… No sé qué demonios quiera.

—Quiere que él sea parte de sus vidas. Yo… —Se limpió los ojos—. Yo lo quiero igual. No… No me malentiendas –murmuró apenado cuando Georg intentó soltarle la mano—. Lo que más deseo es hacer lo correcto para todos. No es cómodo, no es fácil, pero siento que ya no vale la pena huir… Como si el haber esperado tanto fuera una pérdida de tiempo. Es que… Bushido es también su padre –remarcó para dolor de Georg, que sintió una punzada en los ojos al querer llorar y no dejarlo ir—. Él nunca ha dicho nada y es porque yo no se lo he permitido. He sido muy infantil. –Agachó la cabeza—. No soy el padre que quiero llegar a ser sino aclaro esto primero, ¿lo entiendes, verdad? Lo correcto nunca deja de serlo. Éste es uno de esos casos.

Muy a su pesar, Georg lo entendía.

Sentados en el mismo lugar hasta altas horas de la madrugada, permanecieron quietos no muy seguros si ese era un paso que daban para bien o para mal, pero con la certeza de que al menos era uno que daban al frente con valor.

 

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