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Vitamina G por Marbius

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Notas del capitulo:

Segundo embarazado, Zimmer 483, matrimonio.

Estampas familiares

 

Pierna colgando por fuera de la cama, boca abierta con un diminuto hilillo de saliva corriendo de ésta y ojos parpadeantes que luchaban por abrirse paso entre la selva de la inconsciencia, fue que Gustav medio despertó, e ignorando el posesivo brazo de Georg que se le ceñía a la cintura, gruñó como lo venía haciendo las últimas dos semanas de aquel mes.

—Diosss –rodó el bajista hasta hundir la cabeza entre el mar de almohadas que ambos usaban para dormir—, ¿no me digas que otra vez están escuchando el Zimmer?

—Mmm –maldijo Gustav sin palabras, al reconocer los acordes de Übers ende der Welt sonando en el piso de abajo. Concretamente en la sala, donde se encontraba el equipo de sonido de última punta y más caro en el mercado internacional que el bajista tanto se había empeñado en comprar y que ahora lamentaba tener en posesión.

No que en algún momento se hubiera podido imaginar que las gemelas le darían más uso que él mismo. Por desgracia para él, así había sido. En cuanto las nenas habían aprendido a usar el control del DVD y fueron lo suficientemente hábiles como para apoyadas en una silla, sustraer los discos que la banda había grabado, así como los videos de los conciertos que habían sacado a la venta, nadie las había podido parar en sus sesiones de cada madrugada, antes incluso, de que despuntara el sol.

Gloria divina. Más cuando eran las seis de la mañana. Sí como no…

—Te toca –murmuró Georg—, yo me levanté ayer.

—No es justo –gimoteó Gustav al abrazarse a la almohada con brazos y piernas y arrebujarse mejor en las cobijas. El frescor de las mañanas de mayo le erizaba el vello del cuerpo—. Si me obligas a bajar, te juro que te abandono.

—No olvides llevarte a las gemelas y al equipo de televisión, por favor… ¡Auch! –Saltó el bajista a media frase, el encontrarse siendo pateado—. Lo siento, lo siento, pero es que estoy cansado. En tres horas Bill va a estar aquí y quiere esa maldita sesión de fotos que… —Suspiró cansado—. Por favor, Gus, ¿sí? Baja tú y prometo hacer desayuno toda la semana.

Gustav lo consideró unos segundos. De cualquier modo, ya no se iba a poder dormir más; las gemelas no tardaban en subir las escaleras haciendo ruido para saltar en su cama y pedir casi con aullidos de fieras salvajes, que les dieran de comer.

En parte Georg también estaba en lo correcto con respecto  que dentro de poco tendrían que estar de pie y activos, y ninguna cantidad de café los mantendría despiertos si antes no se aseguraban de descansar aunque fuera un poco más. A petición de Bill y de Tom, que en los últimos años se habían encargado de llevar a cabo su pequeño negocio de venta de ropa para bebés y niños menores de ocho años a un mega negocio por Internet que daba cuantiosos ingresos, Gweny y Ginny iban a llevar a cabo lo que no sería ni la primera ni la última sesión fotográfica en su haber. Iban por el catálogo de verano, así que creía recordar haber oído hablar a Bill acerca de trajes de baño y pequeños conjuntos rosados de overol y gorritos. Pensar en ello ya le derretía el corazón; sin lugar a dudas, iba a pedir un volumen de ese número.

—Ok –cedió al fin, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad y tirando de sí mismo de la cama, porque de otra manera no se creía con las fuerzas suficientes.

Colocándose encima la bata que le habían regalado por el día de la madre, apenas unas dos semanas atrás, y metiendo los pies en las pantuflas, enfiló fuera de su habitación con paso firme al piso inferior y así poner fin a la música sonando a todo volumen.

Por lo que fuera, hizo una escala en el sanitario del segundo piso. No el de su cuarto porque no quería despertar a Georg, y en parte porque cuando se inclinó sobre el retrete y devolvió la cena de la noche anterior, entendió que aquello podía no ser una simple intoxicación alimenticia.

 

—Mamá, Ginny tiene los pies helados –se quejó Gweny apenas vio a Gustav cruzar la puerta de la sala—. Dile que no me toque con ellos.

El rubio se contuvo de reír. No por la pelea, que todos los días era la misma; que si ella, que si no, que si sí; se sabía todas las variantes. Lo que le causaba gracia era el hecho de ser llamado ‘mamá’. No contra su voluntad, que él mismo las había educado así, más por el hecho de que no quería crearles ninguna confusión y que aparte, visto desde su perspectiva, madre sólo había una. Cuando tuvieran edad suficiente para saber que Bushido era su progenitor, entonces hablarían con respecto a tener dos padres, pero en gloria suya, sólo una ‘mamá’ a la que recordarían siempre.

—¡No es cierto! –Se defendió su hermana tirando de la manta que las cubría a ambas.

—¡Sí es cierto! –Contraatacó su gemela haciendo lo propio.

—Las dos, basta –dio Gustav un paso dentro de la habitación—. Si no quieren compartir, cada una de ustedes tiene su propia cobija.

Las gemelas lo miraron con ojos idénticos como si la posibilidad de cubrirse del frío por separado fuera o una broma de mal gusto o un defecto de su cerebro que no estaba funcionando bien. En aquello, escabrosamente, las niñas se parecían a los gemelos. Gustav sólo rezaba porque los paralelismos no corrieron más de lo necesario en el ámbito amoroso.

Recordando porque se encontraba ahí, se sentó en medio de sus hijas, que al instante se hicieron ovillo a cada lado de su cuerpo, y le bajó el volumen al televisor.

—Es la mejor parte –refunfuñó Ginny con un puchero. Gustav le vio por el rabillo del ojo, acostada sobre su pierna derecha y con la mano extendida en un gesto similar con Gweny, que le sujetaba por dedos por encima de sus rodillas.

—Nino Bill canta bonito –confirmó Gweny, como su aquello zanjara el asunto de una buena vez.

El rubio no tuvo ánimos de discutir aquel punto; no por tantos años había tocado para la misma banda si no era por buenas razones. Pero igual, cantara o no Bill bonito como describían las gemelas en su escaso vocabulario de casi cinco años de edad, no le apetecía escucharlo cada madrugada sin tregua ni descanso como si fuera el reloj despertador más genial del mundo.

Como Vergessene Kinder era la canción favorita de las gemelas aquella semana y justo era la que sonaba, tampoco se encontró con la frialdad de corazón como para apagar el televisor. Poco caso tenía, que podían ser las seis de la mañana, pero aquel par ya no se iba a ir a dormir.

Dos tazones decorados con las princesas de Disney y sobre los cuales descansaban los restos de un cereal compuesto por 90% azúcar y 10% maíz inflado eran la prueba fehaciente de que sus hijas tenían energía como para acabar con cinco Gustavs juntos.

—Nenas, ¿qué dijimos de desayunar eso? –Preguntó no esperando una respuesta sensata. Era evidente que a sus hijas les importaba un comino si podía o no cuidar de ellas cuando traían el nivel de glucosa por las nubes. Inconvenientes no sólo de tener críos menores de diez años, sino tener dos.

—Que los dientes se pudren y se caen –recitaron a coro, sin apartar la mirada del televisor, porque ‘Nino Bill’ era tan magnético a los adolescentes diecisiete en pantalla, como a los veinticuatro en vida real, fueran ellas fans de quince o cuatro años; eso daba igual. El rubio se tuvo que contener de darse en la frente; esperaba haberles dicho algo más sabio que advertencias contra la caries que a fin de cuentas iban a dar al hoyo negro de sus mentes, pero de eso a nada…

—Bien –se presionó el puente de la nariz antes de ponerse de pie. Las gemelas lo ignoraron, regresando a su antigua posición, una acurrucada encima de la otra para paliar el frescor matutino—. En cuanto terminen con esto –pausó el reproductor DVD para disgusto de sus caritas, que arrugaron el ceño—, hey, feas muecas. –Ginny se presionó la frente y Gweny la imitó hasta que el disgusto de pausar su sesión mañanera de Zimmer 438 Live se evaporara—. Mucho mejor. Sólo un segundo –prometió el baterista a sus hijas, al devolverles el control remoto—. No olviden que hoy Nino Tom y Nino Bill van a venir por ustedes dos para la sesión fotográfica así que…

—En cuanto terminemos –dijo Ginny.

—Nos bañamos y cambiamos –completó Gweny, ya presionando el botón de ‘Play’ y sumergiéndose de nuevo en el viejo concierto.

Gustav no lo entendía. ¿La obsesión por Tokio Hotel era normal en crías de cuatro años? ¿En sus propias hijas? Prefería no averiguarlo.

 

—Woah, Gus… —Saludó Tom al baterista apenas entró a la casa—. Tienes cara de que vomitaste algo grande, verde y viscoso, ¿te sientes bien?

El rubio se abstuvo de darle el dedo al mayor de los gemelos. Lo cierto es que había vuelto a vomitar en el transcurso de la mañana; apenas un poco de saliva con las galletas saladas que había tomado de la cocina, nada verde, pero igual algo de qué alarmarse. –Si te dijera… –Murmuró en tono lúgubre y el semblante de Tom cambió de bromista a serio.

—¿Estás jugando, no? –Preguntó ya con una mano en la frente del baterista y otra en la suya para comparar ambas temperaturas—. ¿Comiste algo en mal estado? ¿Cómo te sientes? ¿Algún otro síntoma? –Tomó aire—. Sólo sube al auto y te llevaré al hospital que está…

Gustav lo sujetó de los hombros, justo a tiempo para detener su huida. Siendo que era quien lo había cuidado cuando por primera vez se dio cuenta de que estaba embarazado, al baterista no le extrañaba en lo mínimo la reacción del mayor de los gemelos. Hablando con la verdad, hasta le parecía rarp que no estuviera concertando una cita médica justo en ese mismo instante.

—¿Aló? Operadora, quiero el número de algún doctor general… —Gustav le arrancó el teléfono móvil de los dedos y sin pensarlo dos veces, lo cerró—. Hey –replicó Tom—, es grave.

—No es grave –siseó el rubio al ver que Bill se acercaba y tras saludarlo, empujarlo a él y a Tom dentro de la casa. No fue sino hasta que vio lo extraño del cuadro que se atrevió a preguntar.

—¿Me perdí de algo? –Se cruzó de brazos.

—Nada –recalcó Gustav, fulminando con los ojos a Tom, como obligándolo a refutar sus palabras—. Sólo quería ver el teléfono de Tom –se lo devolvió casi tirándoselo— porque me quiero comprar uno nuevo.

—Ah. –Olvidado el asunto, Bill preguntó por las niñas.

—En Oberhausen, aparentemente en un viaje en el tiempo al 2007 –gruñó el baterista al recordar que sus hijas estaban aún sentadas frente al televisor. Por la hora que era, seguro ya estaban escuchando An deiner Seite o eso esperaba so pena de llegar tarde.

—Awww, ¿no son lindas? –Se emocionó Bill, que desde que sabía que las niñas adoraban ver los viejos DVDs, no podía evitar emocionarse como colegiala—. Voy a verlas.

—Todas tuyas –le dio bandera verde Gustav. Apenas el menor de los gemelos desapareció rumbo a la sala, el rubio se volvió a enfocar en Tom—. Te juro que no es nada.

Tom resopló aire. —¿Te das cuenta que esto puede significar que estás…?

—¿Embarazado? –Terminó la frase el bajista al presionarse las sienes con ambas manos y soltar un quejido—. Lo sé, lo sé. Llamé a Sandra y me dijo que tiene tiempo para mí en un par de horas así que…

—Voy contigo –dijo resoluto Tom al enfilar rumbo al segundo piso.

—¿A dónde vas? –Lo detuvo Gustav a medio camino, casi viendo los ojos en llamas del mayor de los gemelos, que sólo demostraban le decisión de su dueño—. Lo siento, pero tú no vas.

Tom arqueó una ceja; girando sobre su eje, se giró para enfrentar al rubio. —¿Entonces cómo diablos planeas llegar con Sandra? Y no es que dude que conduzcas o tomes un taxi, pero…

—Bushido me va a llevar –susurró Gustav, sintiendo de pronto como las orejas le ardían.

La sensación le duró poco cuando vio la expresión de cachorro apaleado que Tom llevaba consigo.

—Iba a venir por las niñas después de que ustedes terminaran con lo de la sesión fotográfica, pero le hablé y aceptó pasar a recogerme temprano. –El rubio hizo acopio de valor, porque lo cierto es que los ojos tristes de Tom le hacían sentir como cucaracha—. Vamos, no es personal, pero tú tienes que ir con Bill y…

—Pues no voy –finiquitó el mayor de los gemelos el asunto—. Arreglado. ¿Contento o no?

Gustav se mordió el labio inferior con un poco de remordimiento. Si resultaba que no estaba embarazado, que sólo era alguna indigestión severa y que por ello ocasionaba que Bill tuviera que lidiar con sus dos pequeños monstruos por el resto del día, no que no se lo perdonaría, pero de antemano estaba seguro que el karma vendría a morderle el trasero.

Pero igual, Tom era como si madre… Postiza al menos. Si tenía que pasar por el trauma de desnudarse, estar tendido sobre su espalda en una bizarra comparación de Gregorio Samsa como en La Metamorfosisy para colmo abrir las piernas para que le hurgaran hasta el alma, prefería al menos tener una mano conocida a la que asirse cuando las frías pinzas se hicieran paso en su carne. Bushido podría ser el chofer, su ex novio, el padre de sus hijas, un rapero matón o el hombre más tierno entre muchas otras cosas, pero jamás un pilar de apoyo.

—Acepto, ya qué –asintió Gustav.

 

—Una vez más, ¿por qué? –Gustav sonrió en lugar de rodar los ojos, y rezó mentalmente porque su gesto no hubiera sido más falso que una versión suya bailando conga con una peluca rosa.

—Ya te dije –le explicó a Georg por tercera vez en lo que iba de la mañana—. Tom, Bushido y yo vamos de compras y… —Lo interrumpió con un beso, al tiempo que comprobaba no dejar ninguna puerta abierta en su salida de la casa—. Tú no puedes venir porque Bill no va a poder solo con las gemelas. Lo van a matar si no tiene ayuda.

—Oh, pero Tom y yo podemos intercambiar –intentó negociar Georg, al tomar a Gustav por la cintura y besarlo con delicadeza recargados ambos contra el muro.

Luego de disfrutar unos segundos del beso, Gustav se separó aún saboreando al bajista en los labios. –Nop, es día de chicos –se excusó, pensando que era la mentira más grande que se le podía ocurrir. No sabía qué equipo era más femenino; si el suyo que iba de visita al ginecólogo o el de Bill, con sus hijas, a una sesión de fotos para ropa de infantes.

—¿Y yo qué soy? –Refunfuñó Bill al entrar de vuelta a la casa y apurarlos—. Olvídenlo, no quiero una respuesta. Tú –tironeó del brazo de Georg—, tenemos prisa. No contraté al mejor fotógrafo para llegar tarde. Cobra por hora así que –chasqueó los dedos—, ya entiendes.

Saliendo al fin de la casa, los dos vehículos ya estaban en marcha. En uno iban Bill, Georg y las gemelas, que sentadas en los asientos especiales en la parte de atrás, parecían estar desesperadas por saltar y ponerse a jugar, para ir a la sesión fotográfica. Gustav les despidió con una mano apenas los vio a todos arriba del vehículo. Eso le bastó para unirse al segundo equipo; él, Bushido y Tom.

Sentado en el asiento del copiloto cuando apenas se acababa de colocar el cinturón de seguridad, fue que casi saltó por el otro lado del automóvil, cuando Georg golpeteó el cristal en su ventanilla.

Bajó el cristal. —¿Olvidaste algo? –Sonrió muy a su pesar, sintiendo un malestar conocido en el estómago—. ¿Llevas jugos y galletas para las niñas? Ya sabes que a Ginny no le gusta nada de avena.

—Todo empacado –aseguró Georg. Dio un vistazo dentro del vehículo, y viendo a Bushido, recordó un viejo asunto—. Por cierto, la semana pasada…

—Georg –lo interrumpió Gustav, siseando las palabras a través de los dientes fuertemente apretados—, Bill se va a poner histérico si no te apresuras.

El bajista pareció meditar un poco aquello. La primera idea que se le vino a la mente era que Gustav lo estaba corriendo pero… Bah, patrañas. Con un último beso, volvió con Bill, que apenas lo tuvo sentado y con la puerta cerrada, arrancó, apresurado y tarde en una.

—Pensé que no se iba a ir nunca –exclamó Tom con un deje de fastidio en su voz.

—¿Crees que sospeche? –Le preguntó Bushido, que enterado de a dónde iban y para qué, se sentía como agente secreto que carga a cuestas un secreto nacional.

—Guh –barbotó Gustav antes de abrir la puerta e intentar salir aún con el cinturón puesto.

A manotazos de deshizo de éste y temblando, el último metro de rodillas, se inclinó sobre el pequeño jardincito que coronaba la fachada de su casa para vomitar los míseros contenidos de su estómago justo encima de sus tan amadas rosas blancas.

—Ya veo porqué quería que Georg se fuera –murmuró Tom con pena al salir del automóvil y auxiliar a Gustav, que los siguientes quince minutos, siguió sin poder levantar la cabeza.

 

—¿Gustav Schäfer? –Sandra abrió la puerta de la sala de exploraciones a toda prisa para encontrarse a Gustav, a quien no veía en ese mismo lugar desde años atrás—. ¿Gusti? ¿Pero qué haces aquí?

—Bueno, verás –se sonrojó el tímido baterista—, es que creo que estoy un poquito embarazado.

Tom rodó los ojos. –Él está embarazado –enfatizó—. Lo que pasa es que no lo admite.

—Sólo he vomitado un poco durante, no sé… —Gustav empezó a contar con los dedos de una mano—. Quizá durante el último mes, poco más o poco menos.

—Ajá. –Sandra anotó aquel dato en su tablilla de siempre, con una expresión un tanto proclive a transformarse en una carcajada. “Por eso”, pensó ella con la comisura de los labios curvándose, “los hombres no tienen hijos. Son malos para las fechas y llevar el conteo de la menstruación los dejaría embarazado a la menor oportunidad”—. ¿Algún otro síntoma?

—Pues ahora que lo dices… —El rubio se llevó una mano al pecho y se palpó un poco—. ¿Sensibilidad?

—¿Dónde? –Preguntó Bushido, que hasta entonces se había entretenido jugando con un par de fórceps que estaban en la habitación, abriéndolos y cerrándolos como si creyera que aquellos instrumentos sólo fueran unas enormes pinzas para revolver la ensalada.

—En tu trasero, bestia –estalló Gustav con los puños cerrados. Apenas pasó su ex abrupto, el rostro se le iluminó con lo que creyó era un nuevo síntoma—. ¿Eso contará como cambios repentinos del humor?

—Yo digo que sí –murmuró Tom por lo bajo, temeroso de que el siguiente ataque con fuego del dragón, le tocara a él.

—Secundo –lo apoyó Sandra al deslizar la mirada sobre el papel en el que trabajaba—. ¿Algo más? ¿Trastornos alimenticios de algún tipo? ¿Antojos? ¿Mareos? ¿Desagrado por algunos olores?

—Jo, ¿recuerdas cuando no podías oler las fresas cuando esperabas a las gemelas? –Recordó de pronto Tom, codeando al baterista al recordar las discusiones que éste y Bill habían tenido con respecto al perfume que el último había comprado y olía eso—. Una vez le vomitaste a Georg encima y el pobre lo único que pudo hacer fue abrazarte. No recuerdo porqué –finalizó frunciendo un poco el ceño.

—Fue cuando me desmayé –le dio la razón Gustav—, pero era aroma a frambuesas. Hasta la fecha no soporto el olor –recalcó.

—Pues… —Los ojos de Sandra escanearon el expediente—. De acuerdo con lo que me dices, puedo suponer que estás embarazado. Pero faltan muestras de orina, de sangre y una revisión donde tú ya sabes.

Gustav, que hasta entonces había tenido las manos sobre sus regazo, se medio asfixió con su propia saliva en un ataque de tos que le duró un poco más de lo necesario para que sólo fuera ocasionado por el ambiente. —¿Vas a ver mi cosita? –Susurró como si alguien le estuviera aplastando los testículos.

Sandra sonrió como nunca antes en la consulta. –Ya sabes lo que hay qué hacer.

 

—Gracias –dijo al baterista al salir de la clínica, y con un breve abrazo, despedirse de Sandra tras prometerle que le llamaría en dos semanas para concertar su siguiente cita. La de casi los tres meses de embarazado, para recriminación de todos, que lo regañaban por descuidado.

Con pasos lentos como de anciana, porque juraba estar rozado de entre las piernas con tan minucioso examen al que se había visto sometido, su brazo se afianzaba al de Bushido, que no dejaba de comentar lo macabro que había resultado todo.

—Uhm –lo desdeñó Tom apenas estuvieron de vuelta en el vehículo y con los cinturones de seguridad puestos en su lugar—. Y eso que no viste nada. La vez pasada, Sandra quería muestras de todo; y por todo digo t-o-d-o –recalcó con perverso placer.

—Bueno –se burló el rapero—, al menos esta vez no será mi culpa.

¡Thud!

Dos cabezas se voltearon con preocupación el asiento del copiloto, donde Gustav se había golpeado la cabeza contra la ventanilla. ¡Thud! Y lo volvía a hacer…

—¿Gus? –Tom se inclinó desde la parte posterior del automóvil para asir el brazo laxo del baterista—. Vamos, quita esa cara. ¡Estás embarazado! ¿Es que no puedes estar feliz? Digo, sí, vomitarás hasta que ya quieras devolver el estómago, y aparte tendrás esos asquerosos antojos de brócoli con mermelada de piña o algo así de loco. No olvides tampoco la barriga enorme, los pies hinchados y ¿recuerdas cuando…?

—¡Tom, cállate! –Chilló Gustav al salir de su mutismo y casi ocasionar que Bushido derrapara del susto fuera del carril en el que conducían.

—¿No estás feliz? –Colgó el labio inferior el mayor de los gemelos—. Porque si es así… Si vamos a pasar por el mismo drama de ‘quiero abortar, no te metas con mi vida’, creo que…

—¿Cuál drama es ése? –Gruñó Bushido al dar un volantazo brusco que los sacó de circulación y los dejó estacionados encima de la banqueta y al lado de un restaurante de comida rápida que se especializaba en platillos tailandeses por lo que se leía en la entrada—. ¿Quisiste abortar a las gemelas? –Enfrentó al rapero a Gustav, que sólo atinó a soltar un quejido.

—Gracias, Tom –murmuró con acritud Gustav, al presionarse el tabique nasal entre dos dedos con fuerza—. Los dos, cállense de una maldita vez. Voy a alegar demencia por exceso de hormonas cuando los mate si no me dejan en paz.

El silencio que se hizo dentro del vehículo se volvió tan denso que se podía cortar con un cuchillo en trozos completamente rectos.

No es que Gustav no estuviera feliz, o algo parecido a feliz, pero la noticia lo había dejado completamente en shock. Resignados, tanto él como Georg de que tener más hijos parecía no ser algo a lo que estaban destinados (cuatro años de intentarlo sin éxito alguno eran la prueba de su fracaso), incluso la posibilidad de adoptar uno se les había presentado apenas el mes anterior en una conversación que sin llegar a nada, había representado una posibilidad a la qué asirse.

Y ahora… Embarazado de nuevo. Le parecía una patada en el trasero por parte del destino el que fuerzas más allá de su comprensión le hicieran una jugarreta como ésa. En lugar de poder disfrutar de la loca alegría que debía estarlo invadiendo por cada poro, se sentía incluso más miserable que la primera vez que había estado embarazado, sólo que ahora era sin justificación porque supuestamente aquello era lo que deseaba. No era justo. ¡Simplemente no era justo!

—Gusti, lo siento… —El baterista parpadeó, encontrando que tenía las mejillas cubiertas de lágrimas—. Perdóname, eso fue… Estuvo mal de mi parte decirlo. –Con remordimiento por su desliz, Tom tartamudeaba con nerviosismo al ver que el baterista parecía ver a través de él—. Yo no quise… No fue mi intención que…

—Está bien –musitó Gustav, al pasarse el dorso de las manos por el borde de los ojos y tratar de sobreponerse para no preocuparlo más—. No fue tu culpa. Es sólo que estoy un… poco… sensible –alcanzó a articular antes de entrar en estado de pánico e inclinarse sobre sus rodillas para llorar con escandalosos sollozos que lo sacudieron de pies a cabeza.

Viendo aquel cuadro, Bushido soltó un largo suspiró antes de salir del automóvil, rodearlo y abrir la puerta del copiloto en un movimiento decidido.

Gustav apenas si fue consciente de ello, llorando los ojos fuera de sus cuencas, pero en cuanto se vio envuelto en los brazos del rapero, supo que de algún modo, por más bizarro que fuera, todo podría estar bien. Sujetándose a él como su tabla de salvación, lo asió por la camiseta con las manos convertidas en puños y el rostro contraído en un rictus doloroso.

En otra ocasión, de haber sido diferente, Tom podría haberse molestado por aquel gestote consuelo, pero en lugar de ello, contempló la escena frente a sí con una cierta vergüenza que el estar viendo algo demasiado íntimo para comprender le confería. En su lugar, decidió dejarlo pasar.

—Todo, y digo todo porque de eso me encargo yo, va a estar bien –murmuró Bushido contra la oreja del rubio, al mismo tiempo que le pasaba las manos sobre la espalda tensa—. ¿Estamos?

Gustav se sorbió la nariz en la camiseta de rapero para luego asentir en un corto movimiento.

 

Superada la crisis luego de haber casi sacado las tripas llorando, después incluso de que el dueño del restaurante tailandés sobre el que estaban casi estacionados los corriera con palabras soeces gritadas a voz de cuello en alemán y su lengua materna, y también de haber pasado por el McDonald’s más cercano por una hamburguesa con doble carne, refresco de naranja y un helado de vainilla para satisfacer el primer antojo de embarazado reconocido que Gustav dejaba soltar, los tres consideraron adecuado regresar a casa.

Siendo que apenas iban a dar las primeras horas de la tarde, llegaron para encontrarse todo tal y como lo habían dejado al partir.

—Presiento que Bill va a ser demandado por explotación de menores –dijo Tom al sacar su teléfono móvil y llamar a su gemelo.

—Si llamas explotación de menores a que él cuide de mis hijas, se las doy bajo un sindicato falso y que se las quede al menos ocho horas diarias, joder –lo desechó Gustav al abrir la puerta de la casa y recibir la sensación de estabilidad que sólo su hogar le podía dar.

Bushido, que venía detrás de ellos dos, cargaba la adorable comida que Gustav se había molestado en cocinar, o comprar cualquiera que fuera el caso, que como el rubio había dicho ‘no era día de esclavizarse en la cocina’ así que pizza estaba bien.

Apenas cruzar el umbral de entrada, el baterista se deshizo de sus zapatos como si tuvieran tachuelas dentro. El confirmarse embarazado, le daba a todos aquellos síntomas molestos un nuevo cariz que los convertía en torturas medievales. Los ligeramente hinchados pies, ahora eran su mayor preocupación porque decía, parecían sapos; alzándolos sobre el sillón en el que se dejó caer, soltó un quejido gutural.

—Estoy muerto –declaró con dramatismo. Su cuerpo entumecido le dio la razón, mas no así su estómago, que inconforme con lo recibido no hacía apenas ni una hora, se quejaba ruidosamente—. No, estoy embarazado… Y hambriento, carajo –masculló más para sí Gustav, al enfilar descalzo a su cocina.

Apenas abrió el refrigerador, su mirada se topó en un galón de jugo de naranja. Sin esperar un segundo más para saciar aquella repentina sed, comenzó a beber.

Fue así como Tom y Bushido lo encontraron, recargado sobre la mesa de la cocina y deglutiendo los últimos tragos de líquido con evidente satisfacción.

—El pequeño bastardo tenía sed –comentó Bushido con cierta malicia, muy para disgusto de Gustav, que tras limpiarse un par de gotas que le corrían por la barbilla con el dorso de la mano, le espetó con irritación que su bebé no era ningún bastardo, que tenía un padre y ese era Georg.

Ronda que no ganó cuando entendió del todo la broma. El bebé era bastardo hasta que Georg se enterara… Bueno, se encogió de hombros Gustav al buscar en las alacenas por galletas saladas, no era el fin del mundo. Si él podía vivir con la idea, que su futuro hijo o hija lo hiciera por igual. Ya le compraría algún libro llamado ‘Bastardos en la historia’ o ‘Los grandes bastardos de la humanidad’ para que la cuenta del psicólogo no fuera tan cara.

—Gus, en serio –lo interrumpió Tom al sentarse en una de las sillas de la mesa y tamborilear los dedos sobre la superficie—, ¿cuándo le vas a decir a Georg? Digo, es tan idiota que puede no darse cuenta sino hasta que te vea pujar el día del parto, pero recuerda que te sueles poner… Ya sabes –agitó la mano al aire como eludiendo aquella temida palabra.

—¿Gordo? –Estalló el baterista, alzado de puntas para alcanzar el paquete de galletas. Él mismo lo había colocado ahí para evitar que las gemelas se las comieran antes que sus verduras, pero por lo visto su plan maestro tenía fallas si ni él mismo podía alcanzarlas.

—Bueno, sí, ¡gordo! ¿Y qué? Georg te ama aún cuando lo sacas a las tres de la mañana por ir a buscar pollo en KFC y… No me mires así que él me lo contó. Como sea, le vas a dar una buena noticia. Cuanto antes mejor –finalizó Tom, poniéndose de pie, harto de ver a Gustav sufrir la gota gorda por las galletas, y alcanzándolas para él.

—¿Qué opinan de una fiesta secreta para decirle? –Sugirió Bushido, recargado contra la barra de la cocina y cruzado de brazos—. Con esas cursilerías en rosa y azul, globos por aquí y allá. Si me dicen que sí, consigo que traigan unos dos o tres  barriles de cerveza en menos de media hora.

Gustav arqueó una ceja. –Sí claro, ¿y cuántas stripers eres capaz de conseguir? No, olvídalo –masculló hastiado, al ver que el rapero parecía dispuesto a darle un aproximado—. No quiero aguarles sus fantasías de fiesta-baby-shower-lo-que-sea que tengan en mente, pero me gusta mi cocina tal y como está, muchas gracias –les recordó con furia en los ojos al tener en mente el incendio de años atrás.

No hubo tiempo de más, porque el clásico sonido de un automóvil estacionándose en la entrada hizo eco en la habitación, seguido por las risas de las gemelas y alguna plática que Bill y Georg mantenían.

—¡Mami! –Corrieron Gweny y Ginny con los brazos abiertos hacía Gustav apenas entraron a la casa.

—Mis pequeñas –les besó las frentes apenas lo soltaron—, ¿Nino Bill las sobreexplotó?

Las gemelas lo miraron con expresión de no entender aquella palabra; de cualquier modo, pelearon por su atención al dar vueltas modelando sus últimos vestidos. A modo de presente, Bill les había regalado la colección entera en vista de que estaba inspirada en ellas.

—Pero qué precioso par de niñas –se les acercó Bushido por detrás y tomándolas por la cintura, las alzó por los aires—. Son tan bonitas que me las quiero comer –dijo al olerlas en el cuello y conseguir que se retorcieran en carcajadas. Apenas las estaba bajando, cuando entró Bill a la cocina, con una sonrisa que iluminaba a su alrededor, seguido de Georg, que por el contrario se veía desanimado.

—¿Pasó algo? –Preguntó Tom con desinterés. Lo que pasaba en el plató durante las sesiones de fotos no era algo que precisamente le quitara el sueño por las noches; si acaso, le quitaba el insomnio por ser uno de los trabajos más aburridos del mundo.

—Está deprimido porque vio los modelos de la nueva colección para niños –explicó Bill—. Se enamoró de los conjuntos de chaqueta con shorts corto. Incluso intentó vestir a las niñas así pero…

—¡Somos las princesas de papi! –Corearon las gemelas al dar más vueltas para que el vestido que llevaban, se elevara por acción del aire.

—Exacto –confirmó Bill—. Hubieran sido unas fotos excelentes para promocionar el catálogo, pero ciertas ahijadas que tengo, no quisieron –recalcó con burla en su voz, ganándose así dos bultos de cuatro años que se le prendieron a cada pierna como monos.

—No tan princesas si hacen eso; nadie me quita de la cabeza que hubieran lucido hermosas con gorritas de marinero –murmuró con desgana Georg, al acercarse a Gustav y darle un beso en la mejilla—. ¿Y cómo les fue a ustedes?

—Te diré…—Comenzó Bushido, que tragó sus palabras en cuanto sintió los ojos como cuchillos que Gustav le clavaba—. Fuimos, volvimos, nada interesante.

—Eso, eso –descartó Tom la posibilidad de que algo hubiera ocurrido. Para mala suerte suya, que si bien logró despistar a Georg, no pasó lo mismo con su gemelo, que se limitó a fruncir los labios como esperando el momento oportuno para sacarle la verdad.

—Ya, lo que sea. No se pongan densos por nada –aligeró el ambiente Gustav—. Hoy cociné pizza así que pongamos la mesa y a comer.

—Mmm, mami –se le sujetó Ginny a las piernas—, tengo sueño.

Gweny bostezó, haciendo una demostración de lo compenetradas que estaban. –Yo también, mami.

—Comieron antes de venir, Gus –le explicó Bill a su amigo—. La sesión de alargó más de lo previsto así que les di un par de tostadas francesas.

—Ginny como seis pero yo comí siete, mami –le presumió Gweny a Gustav al abrazarse a su lado y entrecerrar los ojos.

Al baterista fingió asombrarse ante semejante proeza. Algo debían de tener esas tostadas, que en casa se negaban a comer más allá de un par. –Bueno, las voy a llevar a la cama –les dijo con cariño.

—Yo te ayudo –se levantaron al mismo tiempo Tom y Bushido, para sorpresa de los demás, que ya estaban sentados en la mesa y con al menos una rebanada de pizza en sus platos.

Sin esperar nada, cada uno agarró a una niña en brazos y los tres enfilaron rumbo a las escaleras.

—Qué discretos –dijo Gustav apenas estuvo seguro que sus voces no se iban a escuchar en el piso inferior—. Ahora Georg debe de estarse imaginando cosas. –Hizo una pausa—. Ok, no es cierto. Pero la cara de ‘no-me-van-a-engañar‘ que tenía Bill me pone los nervios de punta.

—¿Estás enojado, mami? –Preguntó Ginny, en brazos de Tom, acostada contra su cuello.

—No, cariño –respondió el rubio con dulzura—, al menos no con ustedes –agregó con acidez.

—No nos culpes por estar… Ya sabes –dijo Bushido—. Parece que le fueras a decir a Georg que están en quiebra y van a vivir en el circo, no que… ¡Eso!

—No quiero ir al circo, huele raro –arrugó Gweny la nariz.

Gustav bufó. –Primero vamos a acostar a las niñas, después… Lo que venga.

 

—Gus… —El baterista se detuvo en el proceso de lavarse los dientes y miró a Georg a través del espejo de su cuarto de baño. Listos para ir a la cama, se alistaban con su ritual de limpieza—. ¿Qué dirías si te pidiera que nos casáramos?

—¿Qué sí, obviamente? –Respondió, un poco confundido de aquella repentina pregunta. Al parecer su respuesta era la perfecta, porque las mejillas del bajista se tiñeron de rosa antes de que desapareciera de su campo de visión—. ¿Por qué?

—Simple curiosidad –le llegó la respuesta desde la otra habitación.

Gustav se contempló en el espejo unos segundos antes de dejar que la comisura de sus labios se curvara en una sonrisa. –Georg… —Llamó.

—¿Mmm? –Escuchó audiblemente.

—¿Qué me dirías si estuviera embarazado? –Contó: Uno, dos, tres… ¡Cuatro! En cuatro segundos, Georg estaba de vuelta apoyado en el marco de la puerta y con el cansancio que un minuto antes su rostro reflejaba, borrado.

—¿Por qué? ¿Estás embarazado? –Gustav analizó cada pequeño detalle que pudo. Desde el brillo en los ojos del bajista ante la simple mención de tener un hijo o hija más, hasta el temblor de su cuerpo, como consumido por la emoción.

—Simple curiosidad –le regresó la respuesta.

 

—Joderrr, ¿por qué nuestras hijas no nos despiertan con caricaturas? –Rodó Georg en la cama para cubrirse los oídos del ruido que llegaba desde el piso inferior. Como cada mañana, la suya comenzaba con regresiones espacio-tiempo a cuando estaban de gira antes de los veinte años—. Bob Esponja, Lazy Town, Dora la Exploradora… —Enumeró con la voz ronca tras dormir toda la noche como piedra—. Cualquier cosa es mejor que… Schrei, Rette mich, oh, no creí que pudiera ser cierto, pero creo que odio nuestras canciones.

—Ya, ya, yo voy –admitió su derrota Gustav al quitarse las mantas de encima y sentarse en la cama—. De cualquier modo, tenemos qué salir.

—Maldito Bill –gruñó Georg antes de bostezar como león y acurrucarse mejor en el espacio que Gustav ocupaba.

Gustav no dijo nada. Era el curso normal de la vida. Apenas unas horas antes, Bill les había dado la noticia de que había estado trabajando en algunas letras para el próximo disco, así que tras haber hablado con Jost, todos estaban citados para antes del mediodía en el estudio.

Apenas tenían uno o dos meses fuera de gira, pero la disquera les estaba presionando para sacar al menos un par de sencillos y algún video para mantener interés en el mercado. El baterista no podía quejarse si eso era lo que le traía comida a la mesa de su casa, más teniendo un par de monstruos voraces por hijas, así que tras pellizcarse las mejillas en un intento por despertar del todo, se puso en marcha para aquel día.

Primero en una escala al sanitario, donde devolvió su inexistente desayuno como venía haciendo desde semanas atrás, para luego lavarse los dientes e ir con sus pequeñas, que para no variar y perder la costumbre, estaban hechas un ovillo en el sillón de la sala.

A su alrededor, un reguero de cereal y salpicaduras de leche, que como cada mañana, comían con fruición. Atentas al televisor, sin importar que fuera la millonésima vez que veían aquel concierto, apenas si se dieron cuenta cuando Gustav las contempló embelesado por largos minutos con amor incondicional antes de hacerse notar.

—Nenas, ¿otra vez?

Recibió como premio de consolación el poder estar con ellas, cuando ambas se movieron un poco para hacerle espacio en el centro del sillón. Como cada día, se enroscaron igual que dos pequeños gatitos, ambas cabezas en cada una de sus piernas y él perdido en la agradable tarea de pasar sus dedos por el cabello castaño rojizo que ambos habían heredado de su abuela Clarissa.

—Hoy papá y yo vamos a salir –les dijo—, así que se van a quedar con Bushido, ¿ok? En la tarde va a venir su abuela Melissa así que quiero que se porten bien.

—Sí, mami –recibió como única respuesta, una desinteresada.

—Nada de fiestas salvajes o traer chicos a casa, uh –les hizo cosquillas en los costados y ambas niñas saltaron sobre su regazo para llenarlo de besos—. Tampoco quiero llegar y ver que tienen tatuajes en ningún lado, ¿me han escuchado, jovencitas? –Amenazó fingiendo seriedad.

—Aw, mami, pero un tatuaje como el de Nino Bill –admitió Ginny. A Gustav le dio un síncope instantáneo, pero se recuperó a tiempo para decir un tajante ‘No’, menos porque ella era la menor de las gemelas y no quería que los parecidos entre ellas y los Kaulitz fuera más allá de lo que su pobre corazón pudiera soportar. Ni hablar; si Gweny empezaba a amenazar con hacerse rastas, traería a un cura, un rabino y un chamán para que les sacar las malas ideas; cuatro años o no, no le importaba.

—Cuando cumplas dieciocho –prometió, rezando porque ese día jamás llegara.

—¿Cuánto falta para que tengamos dieciocho? –Pregunto Gweny con la barbilla apoyada en su hombro—. ¿Mucho?

—Hasta que mamá tenga el cabello blanco y ningún diente –dictaminó Gustav, esperando no quedarse calvo antes de que la fecha llegara.

—Sí, ¿pero cuántos años son esos? –Siguió indagando Ginny, que fantaseaba con tatuarse Zimmer 438 en algún lugar visible y bonito.

—Cincuenta –mintió Gustav—. Nenas, uhm –carraspeó—, ¿les gustaría tener algún hermanito? ¿O alguna hermanita?

—¿Vas a comprar uno? –Preguntó Gweny con repentino interés brillando en sus ojos.

—Compra dos. Gemelos –pidió Ginny—, así serán como nosotras.

—No lo creo, cariño –murmuró Gustav por lo bajo al recibir una oleada de recuerdos no tan bonitos de su primer embarazo—. ¿Qué tal sólo uno?

—¿Le podemos poner nosotras el nombre? –Intrigada de pronto, Gweny le dio la espalda al televisor—. ¿Se puede llamar Firulais? ¿O Rocky?

—¡Vamos a ponerle Solovino! –Exclamó Ginny.

Gustav se contuvo de reírse de la idea de sus hijas con respecto a nombres que parecían más de mascotas, concretamente perros, que de personas. Si recordaba bien, mejor sería ir decidiendo o se vería de nuevo haciendo aquellas largas listas en las que cada nombre parecía más feo que el anterior.

—Solovino se llama el perro del vecino –recalcó Gweny al darle un manotazo a Ginny, que le brincó a Gustav al cuello y comenzó a llorar ahí.

—Hey, nada de golpes –le recordó Gustav al rodear a la más pequeña de sus hijas con los brazos y consolarla. Con llanto fácil, Ginny parecía ser la más sensible de las dos—. Vamos nena, tu hermana no te pegó con intención.

—Lo siento –musitó Gweny al abrazar a su gemela y apoyar la mejilla contra su cabeza.

—Entonces quiero un perrito, no un hermano –murmuró Ginny, aún acurrucada entre Gustav y su hermana—. Quiero que se llame Solovino.

—No, concéntrense en el hermano –las reconvino Gustav con un tanto de preocupación, ya no de tener que decirle a Georg que estaba embarazado, sino de tener que cumplir el capricho de sus hijas por un perro.

La gata que había tenido a sus crías en su alacena aún seguía con ellos. Vieja, con el pelo tieso como escoba y ya casi sin dientes, era la mascota no oficial en la familia Listing-Schäfer. Comía aquí y allá, volvía cuando le daba su regalada gana y era arisca con todo mundo menos con Gustav, pero lo cierto es que no tardaba en estirar la pata e ir al cielo de los gatitos así que…

—Bueno, han ganado. ¿Qué tal si más tarde vamos por alguna mascota?

—¡Iguana!

—¡Serpiente!

—¡Hámster!

—¡Hurón!

Gustav las abrazó fuerte contra sí para hacerlas callar. –Perrito, dijimos perrito, y mejor vamos ya antes de que papi se despierte, ¿ok? Vayan a lavarse la cara y los dientes.

Las niñas salieron corriendo rumbo a las escaleras justo a tiempo cuando Gustav tomaba el control remoto que descansaba en la mesa de centro y apagaba el televisor. Vaya día que le esperaba…

 

—No olvides que son alérgicas a las frambuesas –enumeró Gustav a Bushido, como cada vez que salían y el rapero se quedaba cuidando a sus hijas—. Ginny también está pasando por una etapa donde no quiere las orillas de los sándwiches, pero cuida que no se aplasten porque eso no le gusta. Y…

Bushido lo interrumpió, ya de carrera a la puerta y llevando a rastras, colgando de cada pierna una de las gemelas. –Ya sé, ya sé. Bota eso. Explícame qué es esto –gruñó al sujetar con las dos manos la nueva adquisición de la familia. Peludo, con cuatro patas, dos orejas largas y un hocico babeante.

—Duh, un perro –dijo Georg al bajar las escaleras con prisa, ya recuperado del susto de haber despertado con los lametones del nuevo inquilino en su hogar y no los húmedos besos que creía estar recibiendo por parte de Gustav—. Bushido, perro; perro, Bushido. Ahora que se conocen, corten rollo que vamos tarde. Tom acaba de llamar para avisar queJost está en fase dos.

—O sea que se está jalando el cabello –explicó Gustav al rapero, que de pronto sintió una oleada de pena por el manager de Tokio Hotel. No había dudas de porqué el pobre tenía canas en el cabello si tenía que lidiar con semejantes locos—. Como sea, el cachorro aún no tiene nombre así que le ponen uno, le dan de comer y beber y… No sé, jueguen un rato con él. Nosotros nos vamos.

Se dirigió a sus nenas.

—Adiós, adiós –besó a cada una de sus hijas en la cabeza, que aferradas como sanguijuelas a las piernas de Bushido, amenazaban con quedarse ahí hasta que el rapero cediera a su petición de acompañarlas e ver el mismo concierto de la mañana—. No olvides acostarlas a dormir siesta o luego serán tus dos peores enemigas –le recordó al rapero—. Si se me olvida algo, te llamo o me llamas o…

—Gus, nos vamos… —Apurado, Georg tiró de él hasta que al fin la puerta se cerró.

 

—Aw, no son liiindos –canturreó Bill, cuando tarde en la noche ya luego de haber terminado en el estudio, él y su gemelo aceptaban la invitación de ir a dormir a casa de Gustav y Georg. El cuadro que se le presentaba ante sí era demasiado tentador como para no inmortalizarlo, así que rebuscó en su bolso hasta dar con la cámara y tomar un par de fotos—. Perfecto material de chantaje –dijo para sí mismo con malevolencia, pero todos en la habitación rodaron los ojos ante su actitud infantil.

Casi todos. Excepto Bushido y las gemelas, que dormidos en el sillón, parecían haber estado viendo Zimmer 483 antes de haber caído dormidos. Envueltos en una manta ligera, los tres tenían la boca entreabierta y un idéntico gesto que los delataba como familia.

—No dudo de su paternidad cuando los veo así –masculló Tom con cansancio, estirando los brazos al cielo porque la espalda lo estaba matando tras largas horas tocando la misma canción sólo porque Jost quería una versión en acústico.

—No los molesten –los regañó Gustav al entrar a la sala y apagar el televisor—. Hoy van a dormir aquí que… Estoy muy cansado para subir las escaleras con dos koalas colgando de mí.

Tras depositar dos besos en las frentes de sus hijas, él y Georg subieron las escaleras en compañía de los gemelos, listos para dejarse caer muertos en la cama.

 

A Gustav el habitual ruido matutino que era su propia música en vivo, no lo encontró precisamente en la cama, sino inclinado sobre el retrete y devolviendo sus tripas con más ímpetu incluso que días atrás.

Luego de lavarse los dientes porque la sensación de vómito en la boca le daba ganas de hacer una repetición, bajó las escaleras con cuidado para encontrarse un cuadro bastante parecido al de apenas unas horas antes; la diferencia radicaba en que ahora Bushido y sus hijas estaban despiertas.

Y así, tres pares de ojos contemplaban embelesados el televisor… O más bien dos, que Bushido parecía concentrado en escribir algo en un revoltijo de hojas arrugadas y sucias.

No queriendo interrumpir, Gustav se acercó lo más silencioso posible desde atrás, sólo para encontrar que los garabatos del rapero eran en realidad una canción que componía a toda prisa. Un par de líneas y el corazón se le derritió de emoción al ver que hablaba de sus hijas.

—Eso de ‘como el arcoiris después de la lluvia’ suena un poco cursi, ¿no crees? –Lo hizo saltar en su asiento, al verse descubierto in fraganti.

—Aquí el que compone soy yo –murmuró Bushido, igual tachando el fragmento y arreglándolo con algo mucho mejor—. Hablando de cursilerías, ¿ya le dijiste a ‘ya-sabes-quién’ de ‘ya-sabes-qué’?

—Seh, camarada, la droga va en camino –bromeó Gustav—. ¡Claro que no! Es muy pronto.

—Tres meses –tarareó el rapero al cambiarse a Ginny de lado porque tenerla sentada encima de su pierna, le estaba ocasionando calambres—. Dentro de poco no vas a poder esconderlo más y lo verás de mal humor por haberlo tenido oculto.

—¿Esconder qué, mami? –Preguntó Gweny al recargarse en Gustav y abrazarlo por el medio, justo sobre el vientre.

—Nada, cariño, no es nada –le pasó los dedos por entre el cabello—. Ve el concierto y te prepararé desayuno. ¿Waffles para las dos?

Las gemelas corearon un ‘¡Sí!’ que fue lo único que necesitó como excusa para escabullirse rumbo a la cocina, la mirada de Bushido siguiéndolo de cerca.

 

Una semana completa pasó.

Para disgusto de todos los que estaban enterados, que pasados siete días era todo mundo menos Georg, Gustav aún se negaba a decirle algo al bajista, quien como siempre, vivía sin darse cuenta de su alrededor, más por despiste que otra cosa.

Por ello, más que nada bajo el mando de los gemelos, que llevaban consigo un as bajo la manga, el primer domingo que cayó en el calendario fue usado bajo el pretexto de reunirse en familia.

Todos, sin que faltara nadie, se encontraban en casa de Gustav y de Georg. En vista de que el clima era propicio, la alberca se encontraba en uso y todos en el jardín asaban salchichas para comer en aquel despejado primer fin de semana de junio.

El baterista, que iba de aquí a allá con un ojo sobre sus hijas, las cuales estaban nadando en la piscina con flotadores pese a que ya sabían nadar, y otro a los grupos que murmullaban en las esquinas cuando creían que él no los veía, decidió al fin enfrentarse a los gemelos, que bebida de limón en mano, trataban de actuar lo más natural posible y fallando en el intento.

—Bien, ¿qué se traen ustedes dos? –Los acorraló Gustav al lado del asador, fingiendo estar concentrado en voltear la carne—. No crean que no me he dado cuenta de que están cuchicheando como vecinas chismosas.

—¿Nosotros? –Bill se llevó la mano al pecho como si se sintiera ofendido por aquella ocurrencia—. No sé de qué hablas, Gus. Nosotros no hicimos nada.

—Por el contrario, Georg –apuntó Tom por detrás de su hombro al bajista, que jugando con las gemelas en la alberca, salpicaba a todo mundo—, bueno, él te dirá.

Gustav los fulminó con la mirada, dispuesto a clavarles el trinchador de carne en la boca si se les iba la lengua con su secreto. Lo que no le dio tiempo realmente, porque tras varias horas atendiendo a todo mundo como se merecían y yendo para todos lados porque cuando no faltaba más carne, faltaba el hielo, se encontró recostado en una de las tumbonas del jardín, con Georg a su lado y las gemelas jugando con Bushido y Frambuesa, que era así como habían llamado a su perro… Que resultó ser hembra.

—¿Pensaste que nuestra vida sería así? –Le preguntó Gustav a Georg, entrelazando los dedos de sus manos en un gesto cariñoso—. Digo, quitando el hecho de que nuestra casa parece local de eventos con tantas fiestas y reuniones.

—Si te soy honesto –se ruborizó Georg al casi cerrar los ojos y dejar que sus pestañas hicieran sombra sus mejillas sonrojadas bajo el sol de la tarde—, es muy parecido a lo que imaginé. Sólo que…

—¿Sólo que qué? –Gustav sintió un gancho tirando de su estómago. Él no podía ser más feliz, pero si Georg no lo era… Una opresión en el pecho lo invadió como un mal sentimiento—. Dilo.

—Yo… —El bajista carraspeó—. Lo he pensado por un tiempo, que algo faltaba en nuestras vidas y, ya sabes, los gemelos lo descubrieron antes de que yo planeara algo pero… —Suspiró—. ¿Te quieres casar conmigo?

Gustav juró que en ese instante la mandíbula se le zafó de su lugar de la impresión. —¿Q-Qué? –Alcanzó a tartamudear antes de la culpa de estarle mintiendo a Georg, porque no decirle que estaba embarazado era eso, una enorme mentira de su parte, le diera una mordida.

—Casarnos, tú y yo, ir de luna de miel y dejar a las niñas con tu madre, la mía, con los gemelos, hasta Bushido… Ir a algún lugar donde haya playa y hacerlo a la orilla del mar. Mira –se sacó una pequeña cajita de terciopelo negro—, va en serio Gus, ¿quieres ser mi esposo? Tenemos años juntos, dos hijas hermosas. Éste es el siguiente paso.

—Georg, yo… —Gustav barrió los alrededores con la mirada, notando que todo mundo los observaba por el rabillo del ojo. Al instante dedujo que el plan de los gemelos era ése; acorralarlos a ambos y hacerlos hablar—. Tengo algo importante qué decirte. –Tomó aire—. Estoy… embarazado.

Fue el turno del bajista de quedarse asombrado. Boca abierta, apenas fue capaz de abrazar a Gustav y darle un beso, para felicidad de todos, que dejaron de fingir estar interesados en lo que fuera que estuvieren, y acudieron a dar las felicitaciones.

Lo confuso fue que mientras unos sabían el embarazo de Gustav, otros sabían lo de anillo; sólo unos pocos estaban enterados de ambas cosas.

El baterista pasó de todos ellos. Los quería con todo el corazón, pero ahí, abrazado a Georg, nadie ocupaba el lugar del amor de su vida. Ni siquiera sus hijas. Ellas algún día se irían, formarían sus propias familias y sería entonces cuando él recordaría ese día y diría con nostalgia que un tiempo mejor que ése, jamás existió.

 

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