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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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                ... NI LOS GEMELOS LOS DETIENEN… MUCHO… DEMASIADO…

 

Gustav sólo se rió, y tímido y sonrojado en partes iguales, apoyó su frente en el hombro de Georg en donde se quedó unos segundos más disfrutando del contacto y del calor que ambos emanaban al estar tan cerca.

El golpe contra la pared se repitió y lo que le acompañó fue un quejido de Bill que resonó por cada rincón de la habitación y los hizo sentir las orejas arder porque sabían lo que los gemelos hacían. Eso de tiempo atrás, pero pertenecía al trato de “Detalles no, gracias pero nuevo no” y una de las partes no lo cumplía.

—Ough, Tomi… Eso fue… ¡Ah! –Fuera lo que fuera, no podía superar lo que tanto Georg como Gustav pensaban. Rezaban por ello… Y también porque la pared que compartían soportase lo que parecían ser embestidas no sólo de Tom, sino de la cabecera de la cama de los gemelos, que con cada tumbo, hasta el piso vibraba.

—Nuestros pequeños gemelos han crecido –dijo Georg enjugándose una lágrima falsa de la comisura del párpado y estallando en carcajadas que ahogaba en el cuello de Gustav mientras lo abrazaba con los dos brazos en torno a la cintura.

Un apretón significativo que daba y le era retribuido con igual paz y quietud. Ambos temblando un poco al contacto y aún recargados contra la puerta, que apenas y se habían visto libres del todo para esa noche, casi habían corrido a refugiarse a la habitación del hotel que compartían.

Y luego en ella, uno, sino es que ambos, saltaban sobre el otro y comenzaban lo que tenía noches y más noches ocurriendo.

Pasada aquella velada en la que realmente sobrios y coherentes en sus cinco sentidos se habían besado, los días que habían venido se tornaron tan dulces como la mejor de las mieles. Georg lo podía asegurar mientras sus manos acariciaban los costados de Gustav con un poco de lentitud y fuerza al tiempo que succionaba su labio inferior y lo mordía con toda la suavidad que se encontraba capaz de proyectar.

Para su deleite, Gustav no era ningún virgen asustadizo y retribuía la atención recibida con un juego de pies tan habilidoso que lo posicionaba con la espalda justo contra el muro y tras arrinconarlo, besaba su cuello.

La lengua que salió a probar la piel expuesta era traviesa y veloz mientras recorría con tortuosa lentitud la zona de lado a lado y unos gentiles dientes arañaban un poco el bulto que su manzana de Adán formaba.

Georg no podía sino sentir las rodillas formadas de gelatina y unas ansías tremendas de corresponder las caricias, pero estaba tan extasiado que su única arma de defensa fue mostrarse sumiso.

—Dios santo… —Siseó en deleite total tomando la cabeza del rubio entre sus manos y haciéndolo parar cuando llegaba al borde del cuello de su camiseta y la tironeaba con insistencia para encontrar un poco más de piel—. Espera –jadeó y con un poco de vergüenza por la mirada divertida que Gustav le daba, se sacaba la prenda con un poco de reticencia.

El aire que se arremolinó en torno al pecho era fresco, sino es que es helado y un escalofrío le recorrió por toda la espaldamientras se acariciaba con fuerza los antebrazos para entrar en calor.

Pensaba que era su movimiento más osado desde que su relación con Gustav había tomado ese nuevo giro, pero le parecía tan natural desear ese nuevo tipo de contacto… Hasta ese momento, se habían limitado a una variante de besos y abrazos al estar solos, pero con la ropa en su lugar y nada más. El reciente avance era enmedida un poco atrevido de su parte, pero la opción no era sino continuar y no atascarse.

A respuesta, Gustav extendió un dedo que delineó el contorno de sus clavículas y se detuvo justo en el centro. Un rápido vistazo bastó para ver la chispa en los ojos del rubio y hacer que el bajista lo asiera un poco por el borde de la playera que usaba y tironeara de ella con infantil insistencia.

Un puchero y un rubor en mejillas cuando el baterista asintió y alzando los brazos se dejaba despojar de la prenda.

Se contemplaban un escaso segundo antes de saltar en brazos del otro y con un nuevo impulso, apoyarse contra la pared mientras los toques se volvían rudos y sus lenguas se encontraban sin un poco de pudor de por medio.

Para desgracia, un cierto grito se dejó escuchar…

—¡Joder! –Un puñetazo a la pared que compartían y tanto Georg como Gustav dieron un salto conjunto al oír las quejas de Tom—. Decencia, por Dios, qué jodida falta de respeto –retumbaba su voz—. Hay personas que no molestamos en las otras habitaciones, por favor.

Idéntico rodar de ojos mientras se soltaban y tras recoger sus camisetas y darse un último beso que apenas fue un roce de labios, se dieron las buenas noches y se acostaron cada quien en su cama.

 

Bill leía una revista juvenil justo en el instante en que Georg le llegó por detrás y con precisión le estampaba un golpe en la nuca que lo hacía maldecir con sonoridad y escupiendo la palabrota que se le había ido.

Dio una mirada de muerte, pero el bajista parecía tan malhumorado que prefirió no hacer peligrar su vida por cuenta propia y siendo tan educado como podía cuando alguna cámara lo enfocaba, apartaba su lectura y arqueaba una ceja para hacer entender que era todo oídos y atención.

—Anoche… —Fueron por todo las palabras del mayor. Bill fingió un gesto de sorpresa con un corto ‘oh’ que salió de sus labios mientras mordisqueaba una uña con falso bochorno y se soltaba carcajeando después—. Sí, que lindo; veo que ya sabes.

—Golpearon el muro, pillines –le chanceó el menor. Saltaba de su asiento en el sillón y caía al lado de Georg, que no oponía resistencia a la barbilla que buscaba sitio en su hombro o a los labios que susurraban en su oído toda clase de teorías descabelladas que venían a resumirse en—: Lo hiciste con Gusti.

—Hum, no –negaba el bajista—. Verás… —Bajó el tono de su voz y se convirtió en un rasgueo entrecortado del cual Bill se emocionó esperando mucho—. Entramos a la habitación y ya sabes, el estuche de mi bajo estaba abierto así que casi nos caíamos en él pero… —Golpe en la rodilla—. Ok, total que lo besé o me besó, da lo mismo y… —Suspiro. El menor de los gemelos lo mira con tanta intensidad que Georg se siente cohibido y con un hoyo por la fuerza con la que Bill espera que continúe—. ¿Qué?

—Anda, ¿Qué pasó después? –Es todo ojos, oídos y atención mientras se hace un ovillo y tras asegurarse con una mirada de que no se encuentre nadie alrededor, sigue con su interrogatorio—. ¿Lo arrinconaste contra el muro mientras lo besabas?

Asentimiento. Georg no estaba siquiera seguro quién había dado ese primer movimiento pero poco importaba. –Eso – corroboraba—. Luego, ya sabes, camisetas fuera… —Se muerde el labio inferior ante el recuerdo y es casi como palpar la suave piel de Gustav… Probarlo en un sentido que antes no había pensando y en el que se pierde el tiempo necesario para conseguir que Bill le regrese su anterior golpe y salga de ensoñaciones—. ¡Jo! –Se queja y frota al mismo tiempo.

—Me has obligado —canturrea el menor en excusa—. ¿Y luego?

Ojos grandes y traviesos. Georg se burla diciendo ‘sexo’ sólo moviendo la boca pero sin sonido y es como poder ver la cara que Bill pondría en caso de encontrar a Tom con alguna tanga de color rojo, un gorro de Santa Claus y un moño en torno al cuello que lo declare el regalo navideño.

—No… —Susurra con incredulidad.

—Sí –le responde, esperando para soltar la bomba.

—¡No…! –Boca abierta hasta el suelo.

—Mmm, pues no. –Expresión seria—. En serio, Bill, golpearon el muro. Los gritos de Tom hicieron que, ugh, ‘aquello’ se fuera a pique –mencionó lo más casual posible al tiempo que señalaba su entrepierna con el pulgar hacía abajo.

—Oh… Vaya que lo siento –y luego Bill se escondió tras la revista que leía—. ¿Pero sabes…? –Dijo con malicia y en unintento de ser casual por el borde del papel sobre el cual se asomaba —, aunque eso no hubiera pasado, creo que no habrían hecho más. Casi lo puedo jurar.

—¿Más de qué? –Preguntó Tom, que entraba en la habitación y se sentaba en medio de los dos.

—Tomi –Bill sacó la lengua—, ¿Tú de qué crees? Verás, anoche…

Ambos, Tom y Georg rompen en falsas toses y se levantan en un mismo impulso. Huyen por la puerta que Gustav abre y que mantiene abierta mientras alza una ceja y se pregunta qué carajos pasa…

 

“Rueda de prensa y luego autógrafos” son las indicaciones. David Jost saca entonces su pequeño y moderno celular para marcar algún número y alejarse entre gente del staff mientras deja a los chicos ya detrás de los asientos que van a ocupar y a la maquillista que los atiendehacer su trabajo.

Bill renuncia a su petición de un paquete de chicles y Tom a la oportunidad de ir al baño sin perderse. Se sientan juntos y el bullicio que acordona la mesa elevada por encima de todos gracias a una tarima de un metro, los coloca en un punto tan visible que las pocas fans con pases privados que han dejado pasar antes del show, se agolpan a sus pies y sacan pancartas y cantan a voz de grito.

—Es nuestra canción y no la entiendo, mierda –murmura Bill a su gemelo y repite el comentario a Georg, que está sentado a su lado y juguetea con el borde del mantel blanco que han colocado en la mesa—. ¿Georg? –Llama su atención mientras lo codea—. Tierra a Georg. Cambio.

Un nuevo haz de luces se hace presente y todos se encuentran tomando las posiciones de siempre y los arreglos pertinentes que empiezan con la cuenta regresiva hasta que las cámaras comienzan a grabar.

Presentaciones repetidas y tiempo suficiente para pequeñas bromas. Bill muerde la punta del bolígrafo que ha conseguido del montón de tarjetas que son neceser del entrevistador y hace un pequeño y chueco corazón que rellena con “G&G” y pasa a Georg lo más discreto posible.

Oye un sonido ahogado y sus pupilas se curvan en el borde de su visión para ver la burda réplica del bajista, que si bien es tosca, da muy bien a entender su intención: “Jódete, Bill”.

Se mantienen así durante la media hora que el estira y afloja de preguntas se representa en la entrevista y al final el pequeño papel ocupa un lugar importante en el bolsillo trasero del pantalón de Georg.

Finalizado el día y de regreso al hotel, saca el trozo de papel y lo sostiene en una mano mientras la otra busca a Gustav y presiona al encontrar a su par. No se miran y no intercambian gesto alguno, pero lo esencial se palpa en la electricidad del aire.

 

A variante, por primera vez alcanzan la cama y sentados en el borde del colchón, los besos se tornan ansiosos y entrecortados. Son más rápidas sucesiones mientras sus manos se tocan la piel disponible y los contactos se tornan ásperos y ansiosos.

Gustav rodea la nuca de Georg con un brazo y con el otro frota su costado de arriba a abajo con reverencial calma. Su mano está ampollada del último concierto y sus dedos húmedos de nervios. Para Georg es tortura pura y gruñe mientras sus lenguas se encuentran y se separan.

Se siente diferente y no sabe si a causa de las sugerencias subidas de tono que Bill ilustraba con toscos dibujos en el papel de días antes o en las servilletas de la cena a la que asistieron esa misma tarde. Tan explícitos los condenados dibujos, que se había ahogado con un poco de puré de papa y se había acabado el vaso de agua para no morir por algo tan ridículo.

Apenas eran sombras que se parecían a ellos, pues Bill era tan bueno en dibujo como lo era en la guitarra y por lo tanto apenas eran líneas y ruedas que asemejaban una versión del kamasutra bastante burda. Siempre debajo de cada viñeta con alguna nota subida de tona que incluía flechas para señalar quién era quién.

Fruncía un poco el ceño al recordar que en algunas de las posturas ocupaba el dudable lugar de honor del que iba debajo. No que realmente le importase si es que algo como eso iba a suceder en algún momento, pero con la semilla de la inquietud sembrada en su interior, dejaba de parecer una idea descabellada del todo.

—Gusti… —Murmuró contra los labios del rubio y entreabrió los ojos para encontrar un par igual que parpadeaba con dificultad y dejaba la tierra del ensueño para presentarse a la realidad—. ¿Puedo…? –A toda petición, ambas manos que apoyaba en sus hombros bajaban por su pecho y lo recorrían hasta encontrarse en el estómago—. Quiero tocarte más –dijo sin estar muy seguro si eran sus palabras las que sonaban en la habitación.

Debían serlo por la palidez que Gustav mostró, pero con la sorpresa que acompañó su cambio de color, vino una ayuda que se manifestó en un par de manos rodeando las suyas y haciéndolas subir de nuevo a su pecho.

—Así –indicó el baterista al tomar una mano y besar la yema de los dedos para humedecerlas un poco con saliva y posarlas de nuevo en su pecho.

Georg sólo sonrió con complicidad mientras recorría uno de sus pezones y lo excitaba en movimientos circulares. Hizo lo propio con el otro y Gustav, quien solía ser  el más silencioso de los dos, gimió en un tono bajo.

—Se siente bien –susurró con voz cogida y se mordió los labios mientras observaba a Georg ir por su cuello y bajar en ruta directa a remplazar sus dedos y con suaves lametones y succiones leves, apoderarse de sus pezones y molestarlo—. Mierda, eso es… Uf.

—¿Se siente bien? –Le preguntó Georg sin parar sus atenciones y besando alternadamente ambos lados—. ¿Quieres que siga?

—Sí, sí –pronunció al tiempo que le apartaba el suelto cabello de la frente y resoplaba. Acariciaba bajo sus orejas y Georg hacía ruiditos de complacencia que denotaban cuán atendido se sentía mientras hacía lo propio, pero Gustav sabía que se estaba llevando la mejor parte de todo aquello.

Obnubilado, apenas tuvo tiempo de quejarse cuando se vio empujado de manera suave pero firme contra el colchón y se encontró tendido de espaldas y temblando como hoja al viento. Georg seguía en su pecho, pero sus manos tanteaban el borde del pantalón y tironeaban de la tela con insistencia. Ni de broma eso era algo que no quería, pero tampoco parecía estar tan seguro…

—Georg, creo que… ¡Woah! –Gimió de pronto; tan fuerte, que se cubrió la boca lo más rápido posible.

Se alzó apoyado en sus codos y Georg se resbaló en el proceso. Llegó a posicionarse entre sus piernas y arrodillado al pie de la cama, tenía la barbilla descansando en su vientre con ojos perezosos y pesados a cada parpadeo.

—Eso fue… —Su voz se entrecortó con el bajista arrastrándose en su regazo y haciendo que su vientre chocara contra su entrepierna y se frotara.

Estaba duro y ambos lo sabían.

—No digas nada —pidió con voz insegura—. Quiero que sigas, si puedes…

A toda respuesta, Georg dio un mordisco suave en uno de sus costados y apoyando ambas manos a cada lado de sus caderas, hundió la lengua en el centro de su ombligo. Dio tentativos besos a la piel circundante y se divirtió como crío al encontrar un nuevo juguete. Los pequeños saltos que Gustav daba bajo su cuerpo sólo eran un aliciente para continuar y lo hizo con presteza.

Para el rubio era un panorama aún mejor. Su cabeza pesaba una tonelada y a la vez se elevaba por encima de todo como en nubes. Algo de las dos partes había, pero de lo que estaba muy seguro era de que se sentía… Bien, genial. Lo que Georg hacía era algo nuevo y se preguntaba hasta que punto podían continuar sin tener que morir de vergüenza porque entre sus piernas cada vez se formaba un bulto mayor.

Se sintió un globo al borde de estallar y la opción a futuro se mostró casi patente cuando Georg aligeró el agarre de su cintura para ir en pos del botón de su pantalón y tras un poco de dificultad, soltarlo.

Iba por su cierre o eso parecía, cuando de la otra habitación se escuchó golpes y gritos. El suelo retumbó y Georg y Gustav tuvieron que dejar lo que estaban haciendo para torcer el cuello al lado del que todo provenía y enarcar cejas lo más dispares posibles porque no creían lo que los gemelos hacían… ¡Crash! La lámpara del techo se balanceó encima de ellos y se levantaron de un salto de la cama.

Cómo era que ese par se lo montaban, era todo un misterio…

 

—Buenos días –saludó Bill como flor a primera hora de la mañana a los presentes en aquel que era un desayuno retrasado y recibió un par de gruñidos en respuesta. Gestos hoscos de los cuales pasó con desdeño sirviéndose jugo y comiendo su plato de huevos con salchichas lo más silencioso posible. Un poco del color de sus mejillas desapareció con el ya de por sí escaso buen humor de Gustav cada que le hablaba y le contestaba con monosílabos y se desvaneció del todo con tenedor empuñado cual cuchillo por parte de Georg al preguntarle lo más amable posible, si había pasado una buena noche.

—No –fue la respuesta tras una mordida a su tostada y Bill se hizo lo más atrás posible en su asiento. Su muerte parecía tan cercana o al menos un atentado grave a la vida, que sonrió con genuino alivio cuando Tom hizo acto de aparición y eligiendo cereal y leche en un plato enorme, se sentó a su lado.

Gustav sirvió de excusarse y alegó haber olvidado algo en la habitación para así desaparecer y dejar a Georg con un tic nervioso que se manifestaba en contracciones involuntarias del rostro.

—¿Y este que se ha levantado del lado equivocado de la cama o qué? –Susurró a Bill con sorna pero lo imitó al apoyar la espalda en todo el asiento de manera rígida y borrando la expresión divertida que tenía cuando el bajista dio con el puño en la mano contra la mesa y los fulminó con los ojos.

—Ustedes dos… —Farfulló, apuntándolos con el cuchillo de la mantequilla mientras los señalaba alternadamente—. ¡Jodidos conejos! De vez en cuando aprendan a ser discretos con sus asuntos y a no incluir a un público con ustedes.

Se levantó de golpe y la silla en la que estaba, se balanceó precariamente.

Dio media vuelta y enfiló a la salida donde en breve la camioneta en la que viajarían los recogería para cumplir su itinerario del día. No se dignó de dudar mientras se alejaba y tampoco de hacer caso a los llamados que le hacían.

 

—Billy Pooh se siente arrepentido –dijo Bill con un puchero y batiendo pestañas de arriba abajo al tiempo que le entregaba a Georg un café doble, azúcar y mucha crema; su favorito—. Billy Pooh también quiere disculparse y agregar que su intención nunca fue ser ruidoso o… —Se sentó a un lado del bajista y con el mentón en su hombro, pronunció sus confidentes palabras—, interrumpir algo.

Su jugarreta dio resultado y la rabia de Georg dio paso al sano sentimiento de la frustración. De que seguía molesto con los gemelos, lo seguía bastante, pero ya no con la misma intensidad. Bill, en representación de ambos Kaulitz hacía siempre un buen trabajo de embajador diplomático cuando uno o ambos la embarraban y era evidente que siempre funcionaba o la banda haría tiempo que estaría separada.

—Georgie Pooh fue interrumpido por los Kaulitz Pooh y está molesto con ambos –respondió dando un sorbo a su bebida y encogiéndose de hombros—. Anoche Gusti Pooh era sexy y más grandioso aún, creía Georgie Pooh lo era también. ¿Lo entiendes, Billy Pooh? –Apretó los labios y segundos después agradeció no haber dado un nuevo sorbo al café que sostenía porque Tom aparecía a un lado y lo espantaba.

—¿Georgie Pooh? –Preguntaba con un deje sarcástico-. ¿De qué carajos hablan ustedes dos, par de nenas?

Al bajista las orejas le zumbaron al instante y agradeció llevar el cabello largo y suelto porque le tapaba también el rubor que se le formaba en las mejillas y frente.

—Uh, Tomi Pooh –decía Bill girando los ojos y mandándolo lejos con un ademán de manos que lo decía todo—, largo de aquí.

Georg no quiso enterarse de cuánto más se dijeron en murmullos y lecturas de labios, pero lo agradeció mucho cuando Tom resopló un poco de aire y se retiró diciendo que “Nadie trataba bien al lindo de Tomi Pooh” lo que bastó para hacerlos reír por lo sentido que su tono de voz dejaba entrever.

 

Con la almohada encima del rostro, Georg reculó por lo bajo.

Si la primera vez habían hecho retumbar el muro y la segunda el techo al mismo tiempo que el suelo, se creía a salvo de una tercera vez peor. Para su gran disgusto, estaba tan pero tan errado…

Tenía que reconocer que su par de gemelos no tenían límites y que lo que hacían sonaba bien. Bastante bien de hecho, porque aparte de que lo decían y repetían a cada instante y sus voces se apreciaban con nitidez, su erección lo atestiguaba todo.

Estaba duro e inseguro de aliviarse de semejante pena.

En otro momento, no se lo habría pensado. Con justificación suficiente, aunque todo fuera provocado por un par de adolescentes calenturientos  incestuosos, habría enfilado al baño y se la habría cascado sin menor rastro de culpa. Luego habría regresado a la cama y dormido como bebé.

Tiempo pasado.

Semejante osadía parecía una enorme falta de respeto teniendo a Gustav en la cama de enseguida y sufriendo el mismo suplicio aunque no lo admitiera.

Aquel día, no se habían besado apenas cruzado el umbral de la puerta. Ni un abrazo, roce o mirada porque era terriblemente frustrante ser interrumpidos por aquellos dos y era tan probable que eso sucediera que mejor se habían turnado para una ducha rápida y enfundados en ropa interior, apagar la luz sin mediar palabra y tratar de dormir.

Apenas minutos después, aquel par había comenzado y ya tenían cerca de una hora de “Dale, dale, yo te aviso cuándo” que lo tenía de nervios crispados y apretando las mantas con tanta fuerza que sin verlos, sabía que sus nudillos estaban blancos.

Del otro lado de la habitación le llegaba una respiración pesada y entrecortada que confirmaba que no era el único que la pasaba mal. Gustav también debía sufrir lo suyo pero su aguante estoico era digno de elogios. Quería poder decir lo mismo de su resistencia, pero cuando soltó el borde de las mantas para rozar su erección con un par de dedos, supo que era débil. Su jadeo bajo lo delató.

—¿Georg…? –Alzando la almohada de su lugar y abrazándola para posicionarse de costado y mirarlo en las sombras, agradeció la ausencia de luz pues le ahorraba la pena de mostrar su cara abochornada—. ¿Estás despierto?

—Sí –susurró. Pese a lo oscuro, de la ventana llegaba un poco de luz y la silueta de Gustav se dejaba adivinar bastante bien.

También de costado y muy pegado al borde del colchón, se mordía las uñas con inseguridad. En su cabeza discurriendo algún modo de decir lo que tenía en mente y temeroso de toparse con un tajante ‘no’.

Tragó duro y Georg lo hizo instantes después cuando apartó sus cobijas y cruzó la escasa distancia que los separaba para encontrar el espacio que Gustav le ofrecía y que aceptaba gustoso arrodillándose y cayendo con suavidad encima de su cuerpo.

A ambos se les cortó la respiración al primer contacto de sus cuerpos semi desnudos pues solía dormir en ropa interior y no más. Por tanto, la foránea suavidad de la piel del pecho quedó relegada en segundo término cuando sus piernas se enredaron juntas y tras encontrar una postura cómoda para ambos, que consistía en quedar sobre sus hombros y con las frentes apoyadas, unir los labios en un corto beso.

Gustav tenía la palma de la mano sudorosa a causa de los nervios, pero encontró la manera de abrazar a Georg con un brazo y con el otro halarlo más cerca para un beso que incluyó algo más que un leve contacto. Su lengua pidió permiso con lametones cortos en los labios del bajista y una chispa de alegría se instaló en su pecho cuando fue correspondido y se enredaron un apasionado beso que los dejó sin aliento y con una pesadez agradable por todo el cuerpo.

—Sigo pensando que besas bien –declaró el menor hundiendo el rostro con el cuello del bajista y frotando la nariz en su cuello antes de dejar un beso breve y húmedo en donde el pulso se sentía—. También que hueles bien… Delicioso –agregó con un estremecimiento al sentir un par de manos apoyarse en su trasero y hacerlo dar un salto de caderas que le cortó la respiración.

Se quedó muy quiero con su entrepierna presionando la de Georg y extasiado de encontrarlo igual de duro, sino es que más, apenas separados por un poco de tela. El pensamiento le hizo experimentar la sensación más obscena que jamás hubiese sentido y clavó las uñas en los hombros de su amigo.

—Hace tiempo que quiero decir que Gusti, tienes un trasero genial. De ensueño –agregó con un poco de humor, recordando que el rubio solía corregirse siempre para bien—. Hum, y que quiero tocarlo.

Como toda contestación, al baterista lo besó de nuevo en el cuello y succionó un poco de la piel alrededor. Si eso era un no, a Georg no se le podría recriminar jamás el evadir el elástico de los bóxers que Gustav usaba y apretar lo que encontraba.

—Es suave –murmuró en su oído antes de separarse y besarlo repetidas veces en los labios. Frotaba la palma de las manos a lo largo de la zona recién conquistada y sus piernas se movían solas haciendo que su muslo estimulase la entrepierna de Gustav, quien jadeaba quedó en su nuca y lo aferraba con fuerza.

—¿Crees que me puedas tocar? –Preguntaba con toda clase de reparos—. Aprieta –decía, mordiendo un labio y expectante de lo que iba a ocurrir.

—Sí, claro. Sólo no te… Asustes. Voy a… —Georg hizo contacto con sus ojos y aún en la oscuridad, el brillo que se cargaba en ellos, resplandecía—. Ya sabes, lo voy a tomar –y sin sacar las manos de la ropa interior, llevo una al frente y tras detenerse un poco en la piel de su cadera, sus nudillos golpearon su miembro erecto.

Gustav dejó salir un siseo fuerte que lo obligó a doblar los dedos de los pies y un juramento que competía con los que los gemelos todavía pronunciaban.

Su espalda se tensó y fue irremediable el salto que su cadera dio cuando la mano de Georg al fin rodeó su pene y dio un tirón lento. Su mano firme y su pulgar acariciando la húmeda punta, mientras la otra tironeaba de la tela y la bajaba hasta sus rodillas para serpentear por entre sus muslos y tomar sus testículos en una firme y fuerte caricia larga.

—Uh, uh, cuidado con el tesoro de la familia Schäfer –alcanzó a bromear antes de morder su hombro y gemir extasiado de cuán bien se sentía.

Georg, que no estaba muy seguro de cómo proceder, acarició de arriba abajo un par de veces antes de asegurarse que no lo iba a romper o que no se iba a chafar el juguetito recién descubierto y con firme decisión, se hizo la meta de lograr que Gustav se corriese sin remedio.

Hizo lo que creía apropiado y repitió algunos de los trucos que había aprendido de sí mismo con el paso de los años y aplicándolos en su rubio amigo. Al no haber quejas y sentir sólo un par de manos aferrando su espalda, se dio por contento enterrando el rostro en su pecho y atento al ritmo de su corazón y respiración.

Prosiguió por largos minutos plagados de gemidos hondos y se centró tanto en su tarea que cuando la mano de Gustav se cerró en torno a la suya, no pudo sino abrir los ojos de golpe y tragar con dificultad todo lo que se le acumuló en la garganta en forma de nudo.

—¿Qué pasa…? ¿No te ha… Hum, te ha disgustado? –Preguntó no muy seguro, porque Gustav aferraba su mano pero mantenía un ritmo lento y agradable que hasta para él resultaba placentero—. Gusti, si quieres dejarlo para luego…

—Maldito, nada de luego –pronunció en respuesta el aludido—, me tienes tan jodidamente duro que…

—¿Jodidamente duro? –Repitió, apretando un poco en la base de su miembro y escuchando el suave quejido.

—Yep. –Asintió repetidas veces y ante un nuevo apretón, sus piernas se tensaron—. Cabrón, me vas a matar. Te voy a matar… —Y su última sentencia sonó a una amenaza que el bajista quería experimentar.

Sin detenerse del todo, Gustav soltaba su propia erección y apoyando esa mano en el pecho de su amigo y la otra en el estómago, acarició un poco la piel disponible antes de tomar un gran respiro y sin previo aviso, deslizarla dentro de la ropa interior y tantear la zona con temor reverencial antes de afianzarse en torno a su pene y pagarle el favor recibido con una caricia larga.

—Está húmedo –balbuceó con la voz entrecortada y casi histérica. Dio inició a un ritmo torpe pero deseoso de agradar que hizo al bajista retorcerse en deleite—. Quítatelo –ordenó—, espera, yo te ayudo.

Sacaba la mano de donde la tenía y tras quitarse unas gotas de sudor que perlaban su frente, bajaba la tela hasta donde podía y apoyaba la palma de su mano en la zona. La piel quemándose al contacto y sus dedos tomando vida propia al cerrarse en torno a la dureza y bombeando primero con lentitud y posteriormente acelerando la velocidad a un punto en el que ambos pronto estuvieron retorciéndose juntos y jadeando con las bocas juntas en un beso lujurioso.

—¿Lo hago bien, eh? –Jadeaba el rubio—, porque tú lo haces genial y… Ah, estoy a punto de, hum, ya sabes…

—Yo igual. Falta poco –contestó Georg contrayendo el rostro y chocando su nariz contra la de Gustav, quien sonrió en respuesta y sacó su lengua para lamer su labio inferior con hambre.

—Yo también… —Susurró rechinando los dientes y con su mano libre, apretando el muslo de Georg, quien al instante sintió la mano húmeda y un orgullo inexplicable que le hizo mantener la cadencia hasta que Gustav paró de temblar y sus ojos se cerraron por unos segundos—. Espera, oh, perdón… —Se rió con ligereza antes de acariciar su costado y dar un apretón en la base de la erección de Georg para luego sentirlo venirse con suaves ondas sobre su mano.

Agradeciendo el favor recibido, permaneció masajeando hasta que los temblores terminaron y hasta que Georg abrió los ojos y tras un momento de duda, lo besó con un poco de timidez y un abrazo sudoroso que correspondió un poco aturdido.

—Fue… Increíble –dijo con sencillez. Su aliento cosquilleando en el cuello de Georg, quien rió y apretó su trasero con un sutil pellizco.

—Lo sé, lo sé; me sentí tan…

—¡Oh, Tomi Pooh! –Se levantó el estruendo de una voz a través del muro y ambos se quedaron en silencio absoluto y con los ojos enclavados en los del otro incapaces de calibrar cuál cementerio indio habían profanado para cargar con semejante maldición—. ¡Sí, sí, ahí… Empuja más, uh, Tomiii!

—Sucio Billy Pooh; niño malo… -Y de acompañamiento un golpe más duro que los anteriores contra el muro.

—Santo Dios –dijo Gustav con un resoplido—, eso ha matado mi erección. Muchas gracias a esos dos.

—No los culpes. No han sido ellos –bromeó el mayor y con su rodilla recorrió la sensible zona entre sus piernas—. Dame méritos.

Puchero y carita de perro apaleado. Por mucho que Tom y Bill hicieron ruido esa noche, no interfirieron nada en el íntimo abrazo que mantuvieron antes de caer dormidos en la misma cama.

 

—Ouh –lloriqueó Bill al sentarse con todo el cuidado del mundo en la mesa del desayuno y toparse con un par de sonrientes compañeros de banda que elevaron más las comisuras de su boca al verlo aparecer—. ¿Qué? –Gruñó tomando un sorbo de su vaso de leche fría y haciendo una mueca a lo adolorido que se sentía. Concretamente, su trasero y piernas.

Tom hizo aparición apenas terminó de decirlo y con idéntico gesto de dolor, se dejó caer en su silla con ojeras y quejas en partes iguales.

—¿Billy Pooh? –Preguntó Georg con el dedo índice en la barbilla y una falsa preocupación—. ¿Tomi Pooh?

—¡Más, más! –Remedó Gustav con burlesca entonación y rompió en carcajadas—. ¿Algo que alegar en su inocencia?

—Jodidas paredes –murmuró Bill.

Tom fue más categórico y fino. Cruzado de brazos soltó una palabrota. “Mierda” en conjunto por parte de los dos y el desayuno de desarrolló como cualquier otro día.

 

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