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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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… SE LO QUIERE COMER…

 

—¿Seguro que…? –Georg arqueó una ceja e hizo una mueca de incredulidad tremenda porque no creía que lo que Bill estuviera haciendo o lo que pretendía  según él enseñarle, funcionara con un plátano. Tenía que ser muy crédulo, uno de los dos, para que el otro fingiera que fuera posible y no lo era.

—Shhh –le silenció agitando la mano con arrogancia y lamiendo sus labios como quien está a punto de probar algún manjar exótico—, que me desconcentras.

—Anda tú –rodó los ojos el mayor—, para hacer esto se requiere entrar en trance y levitar o si no, no funciona, ¿Correcto?

—Casi –sentenció el menor encogiendo un hombro—. Lo que digo es que no es sólo llegar, poner la boca y embarrar saliva por todos lados. Esto es un… Arte. Eso. Un arte milenario y requiere talento, devoción y una lengua dotado por los mismos dioses.

—Lo que tú digas –resopló—. Muestra tu talento, chico; sorpréndeme –y con sus palabras, le lanzó en la cara un nuevo plátano porque el anterior ya lo tenía todo apachurrado y feo.

Una… Mamada. Sexo oral si se quería hablar en lenguaje fino.

Se río de lo que Bill iba a hacer. Se río mientras lo hacía o probaba sus intentos y lo hizo aún más cuando le lanzó la fruta de regreso y le dijo que no le iba a enseñar si se estaba partiendo el culo de la risa.

“¡Es algo serio, Georg!” le había gritado con las mejillas arreboladas de vergüenza y respeto que sentía perdido, ¿Por qué quién en su sano juicio se pasaba la única tarde libre que habían tenido en un mes junto a su compañero de banda, un plátano y una disposición total al enseñar cómo se daba una mamada?

Bill se dio en el rostro con la palma abierta y se respondió a sí mismo: sólo él hacía cosas como esas.

 

Georg se rindió luego de unos cuantos intentos y prefirió quitarle la cáscara a su banana y comerla. Se dispuso a ello cuando tenía la punta descubierta pero le pareció una barbaridad de lo peor.

Ciertamente la punta no se asemejaba a su propio pene y juraba sobre una Biblia que tampoco al de Gustav, pero ya con ello en mente por culpa de el menor de los gemelos, le parecía un acto que tiraba hacía el canibalismo.

Se maldijo por ello y cerró la boca antes de alcanzar a morder algo.

Ya sin Bill, el cual se había enfurruñado y había salido a buscar a su gemelo y tampoco sin Gustav, que había decidido aprovechar esas horas libres dando una caminata larga alrededor de un parque cercano al lugar en donde estaban estacionados, se encontraba solo en el autobús y un poco aburrido.

No le daba la flojera necesaria para prender el televisor u hojear alguna de las mil revistas que solían tener para los escasos momentos de ocio, así como tampoco no era la suficiente pereza como para irse a dormir o hacer algo más.

El plátano le hacía guiños…

—Oh Dios, el plátano me habla… —Murmuró al darse cuenta de que su repentina obsesión estaba dando un giro pervertido y… “¿Frutifílico?”, pensó con alarma. No estaba muy seguro si ese era el término adecuado para su repentino fetichismo con las frutas, pero tampoco creía que alguien más en el mundo hubiese sufrido y pasado por lo mismo. Quizá sólo desvariaba.

Lo tomó de nueva cuenta y con ambas manos al tiempo que se lo acercaba a la boca y trataba de darle una mordida para terminar con toda aquella jodida paranoia de una buena vez, pero en lugar de ello, se encontró admirando la punta y sacando la lengua un poco, rozando con un lametón que distaba de todo aquello que no fuera… Hum, juguetón…

Suspiró con pesadez y volvió a bajar la banana.

—No es para tanto, Georg –se dijo a sí mismo con afán de infundirse ánimos y valor, pero lo cierto es que no podía. No comer un plátano, sino hacer… Aquello.

Dos noches antes de todo aquello, se había encontrado en una situación comprometedora cuando desnudo él y desnudo Gustav en la misma cama del último hotel, se habían explorado con un poco más de calma y paciencia.

El rubio había descendido por su pecho dando largos besos por sus costillas y caricias largos por sus muslos y su cadera hasta haber tenido la mejilla en su vientre y haberlo mirado con ojos grandes como si preguntase algo.

En su momento, el mismo Georg no había comprendido y su error lo había pagado caro un instante después cuando Gustav había tomado su miembro con una mano y tras recorrerlo con un dedo largo, metérselo a la boca sin alerta alguna.

La imagen fue digna de alguna película porno, exceptuando al pobre rubio con los ojos desorbitados y brincando para sentarse. Sus intentos de tragar todo lo que de pronto le había inundado la boca le producían un lagrimeo incontrolable mientras levantaba la quijada al techo y se obligaba a tragar mientras Georg lo miraba incrédulo y jadeante.

Se había sentido sumamente abochornado por la nula resistencia y se había deshecho en disculpas al tiempo que lo abrazaba y lo masturbaba para acallar esa vocecita en el fondo de su cabeza que no se llamaba culpa, sino sentido de correspondencia equitativa.

No había sido algo tan malo aquello, pero una hora después, ya cuando Gustav dormía, Georg se había sorprendido de encontrarse con insomnio y cargo de conciencia suficiente para tenerle en una noche de vela.

Como le había dicho a Bill, tenía que retribuir la atención y lo iba a hacer… Pero esa misma noche se encontró envuelto en un problema grande cuando Gustav lo besó como siempre nada más entrar a la habitación y cohibido, le apartó alegando un dolor de cabeza que lo zafó de dar excusas después, pero que lo hizo dormir solo y a sabiendas de que era…

¿Egoísta? Podía ser, pero Georg nunca le había pedido a Gustav hacerlo y no creía que el adjetivo se le aplicase. En su parecer, sólo era miedo y nada más. Visualizando la situación, no le parecía de ningún modo desagradable o algo que le fuese a producir un vómito galopante, pero tampoco era algo que le seducía. Al menos no hasta hace 48 horas. Después, ya tras mucho cavilar al respecto, no le sorprendía en lo más mínimo el deseo de tener el sabor en sus labios, en su boca, bajando por su garganta… Era Gusti, su Gusti a final de cuentas.

Con Gustav, simplemente parecía lo correcto y estaba dispuesto a probarlo. A no ser lo que fuese que fuera por no haberle correspondido. Un idiota, pero prefería llamarse egoísta porque le quitaba cargo de consciencia.

Con eso en mente y plagado de de alguna extraña emoción, tomó de nuevo su plátano y tras darle una mirada recelosa envuelta en una especie de advertencia de que no lo fuera a ahogar, se introdujo la punta entre los labios y chupó un poco.

Perfecto, hasta ese punto, genial. Se recargó en el sillón hasta tener la espalda bien afianzada, las piernas relajadas del todo y tras suspirar, cerró los ojos para proceder a lo que él creía un buen ritmo y una buena caricia larga.

Ni de lejos se asemejaba la banana al pene de alguien, pero ya era un comienzo y Georg se divirtió viendo cuán profundo podía tragar y el buen ritmo que alcanzaba sin tener que parar por aire. Todo un talento del que no se creía poseedor.

Tanto se concentró en su labor, que al final la mano que cayó como plomo en su hombro, le hizo dar un mordisco tal, que en vida real habría significado la castración de Gustav. Con la boca llena y luchando por tragar casi toda la pieza de fruta, se dio de bruces a la realidad de tener al par de gemelos riendo como locos en la entrada y a Gustav detrás de ellos usando su ropa de ejercicio con una cara que delataba en su totalidad lo que pensaba.

Deseó un hoyo en la tierra para arrastrarse a él y morir, pero en lugar de ello luchó contra la asfixia ayudándose con golpes en el pecho para recomponerse un poco y tratar de quitar hierro a todo el asunto.

—Chicos, y bien, ¿Cómo les fue? –Preguntó aún con un poco de masilla en la boca y tratando de pasarla sin perder la dignidad con ello—. ¿Se han divertido?

—No tanto como tú, según parece –le chanceó Tom tomando la cáscara vacía entre los dedos y exprimiendo la base hasta que un último trozo de plátano asomó—. ¿Quieres más, Georgie?

—Oh, cállate –masculló. Se cruzó de brazos y eludió cualquier mirada o comentario sardónico que saliera de sus labios.

No que le importase mucho que Tom y Bill se estuvieran riendo a su costa porque eso era algo de todos los días, sino porque Gustav lo había visto y no era necesario ser un genio para imaginarse de que iba todo aquello. La idea del agujero no parecía tan mala y pensó en ello hasta que vio el par de tenis deportivo caminar rumbo a las literas y desaparecer.

Bill que estaba a su lado, aún riendo y con todo, le pasó la mano por la cabeza. Era su manera tanto de disculparse por la burla como la de aliviar su pena y aunque no solucionó todo, al menos aligeró la extraña desazón que Georg experimentaba.

 

Dado lo difícil que era pasar su nueva relación desapercibida en un espacio tan reducido como lo era el autobús de la gira, Georg y Gustav habían hablado un poco de ello una de las primeras noches que las que estando acostados uno al lado del otro y venciendo la vergüenza, optaron por mantenerlo en secreto al menos por un tiempo. En un contrato verbal básico, acordaron entre ellos algunas pequeñas reglas de convivencia.

No besos, no abrazos y no miradas extrañas. Más importante aún, cada uno dormiría en su propia litera y evitarían todo aquello que pudiese levantar cejas de desaprobación o de sospecha.

Acordado aquello, se habían abrazado y caído en un sueño.

A Georg todo aquello le quedaba fresco en la memoria aún porque no tenía muchos días de haber ocurrido, pero le sabía mal de cualquier modo.

Acostado en su propia litera y contemplando el techo encima de él, se lamentaba con amargura. Tamborileaba sus dedos en su estómago al ritmo de alguna de las canciones de la banda, pero su mente estaba en otro lado.

Extrañaba a su Gusti porque estabaya tan habituado a dormir con él que con cierta medida, lo consideraba su osito de peluche personal. Sin él, las rabietas podían estar presentes y tenía que ser eso lo que lo tenía sin poder pegar pestaña porque el día había sido largo y cansado lo suficiente como para hacerlo caer en un profundo sueño. No existía posibilidad de otra explicación.

Estaba claro, la opción de arrastrase desde su litera hasta la del rubio, pero corría riesgos… Los gemelos no estaban dormidos; sus risas ahogadas se escuchaban por todos lados en el oscuro autobús y era infantil creer que al menos uno de los dos no se iba a dar cuenta de que se escabullía por las sombras cual vil ladrón. Si aparte remataba apareciendo a un lado de la cortinilla de Gustav y era atrapado intentando colarse al interior de la litera, las burlas no tardarían en llegar.

El sólo pensarlo le hizo tallarse con fuerza el tabique de la nariz y patalear en el reducido cubículo en el que estaba para tirar sus mantas al suelo y soltar aire con una mezcla de rabia que no se podía explicar ni a sí misma.

De enseguida, le llegó un jadeo opacado con una especie de golpe. Juraba que era Tom azotando contra Bill, pero tampoco moría de ganas por comprobarlo.

No era quien para juzgarlos, bien lo sabía y en medida agradecía que Bill confiara en él lo suficiente como para darle fe de hablarle de sus propios asuntos con el rubio, pero eso no quitaba la desvergüenza con la que aquel par se lo montaba en todos lados y sin nada de pudor.

Nuevos susurros y fue imposible seguir durmiendo. O intentarlo.

A todo remedio, se incorporó en su litera y extendió una mano a la cortinilla. Quizá un vaso de leche tibia arreglara su inquietud y le diera la paz necesaria para dormir al menos unas horas, pero al hacerlo se encontró con la grata sorpresa de que Gustav estaba parado al otro lado y parecía dudoso de apartar la tela que los separaba.

—Hey –susurró el baterista. Parpadeaba un poco como aliviándose del susto que le había producido ser atrapado rompiendo la regla número uno de su relación, pero no tanto como para portarse pueril—. No podía dormir…

—Yo tampoco –dijo Georg. En su estómago, un calor extraño; fue un extraño poseyendo su cuerpo y no él mismo cuando atrapó a Gustav de la muñeca y lo haló al interior de su compartimiento, pero no se arrepintió en lo más mínimo.

Sentados en el barullo de mantas y con las rodillas rozándose por lo reducido del espacio, no fue sorpresa para ninguno de los dos cuando sus labios se unieron en un beso y compartieron con lentitud un aliento.

—Sé que no debería estar aquí –murmuró Gustav, hundiendo el rostro en la curva del cuello de Georg y fundiéndose en un abrazo—, pero estaba tan… Argh, ese par hace un ruido del demonio y no quería estar solo.

—Un minuto más y sería yo el que te hubiera ido a buscar –mintió el mayor. No del todo; iba por leche, pero si se conocía tan bien como creía, era una patética excusa para ir con Gustav.

Le parecía tan natural buscarlo como lo fue la tierna sorpresa de que su amigo se le había adelantado y en esos instantes estaba gateando para sentarse en su regazo sin dejar en ningún momento de repartir besos suaves y húmedos a lo largo de su cuello y pecho. Tironeaba de la camiseta con un poco de insistencia, pero también con una timidez deliciosa que lo hizo ayudar a Gustav a deshacerse de ella.

Hizo lo propio con la del baterista y apenas salió volando por encima de su cabeza, lo estrujó contra su pecho, maravillado de cuán suave podía ser su piel y cuán íntimo el contacto podía sentirse.

—Hueles bien –susurró el rubio colocando un beso detrás de su oreja y resoplando por el cabello largo que se arremolinaba contra su nariz—, quisiera olerte más pero no parece que haya tiempo.

—¿En serio? –Recorriendo su espalda con ambas manos y luego colocándolas tomando la forma del trasero de Gustav, apenas y prestaba atención a sus palabras—. Gracias, eso creo –agradecía.

Su lengua salía un poco y recorría el pecho del rubio con tortuosa lentitud, deteniéndose en un pezón y saboreando un poco alrededor. Era algo limpio, apenas con una ligera insinuación de sudor, pero muy al estilo de Gustav, que hizo que su entrepierna se apretara de una manera agradable.

Siseó cuando Gustav aflojaba su abrazo para rodar una mano por entre sus vientres y con la confianza que le daba haberlo hecho ya con anterioridad, hurgaba entre el pantalón de su pijama hasta tener la mano completamente afianzada en su miembro.

Por ende y no queriéndose quedar atrás, deslizó ambas manos por detrás del bóxer del baterista y apretó los músculos que encontraba al ritmo que Gustav mantenía en su propia erección.

Un suave bamboleo que los tuvo jadeando de placer unos minutos hasta que a Georg se le acalambraron las piernas por el peso de su amigo encima de él y tuvieron que encontrar una mejor postura.

Fue el bajista quien la decidió, dando un giro de lucha libre que solían usar al ser más chicos y pelear por cualquier cosa como cuando vivían en el departamento, tendió a Gustav sobre su espalda y lo contempló con completa fascinación por unos segundos, antes de hacer caso a los brazos que se alzaban en su búsqueda y que lo sujetaban estrechamente cuando ya descansaba encima del cuerpo del rubio.

Un par de piernas que le rodearon por la cintura y se encontró en un apacible impulso en el cual se ayudaba con los pies sobre el colchón y que se tornaba perezoso cuando Gustav buscaba sus labios y conseguía un beso de su parte.

Los resortes de la litera crujieron un poco y ambos se contemplaron en silencio esperando oír algo que les indicara poder seguir. Ni un ruido y así fue Georg quien se apoyó con ambos brazos a los lados de Gustav y exploró un poco su pecho, su vientre y luego los huesos de su cadera, antes de tironear un poco de su delgada ropa interior y jalarla apenas lo necesario.

—No tienes que hacer nada… —Dijo de pronto Gustav. Georg lo vio incorporado en un codo y el tono de su voz, uno que no quería recibir nada que realmente no fuera dado con esa intención, pero eso sólo afianzó la voluntad que tenía.

Besó el hueso de su cadera y por encima del resorte del bóxer, dio un doblez interno. Otro más y Gustav se tapó la boca con una palma, pero sin dejar de mirar con interés como Georg posaba sus labios sobre cada línea de piel descubierta y seguía en su labor de desnudarlo.

Unos segundos después y la prenda se encontró perdida del todo y Georg contemplando con un poco de temor el pene de Gustav.

La revelación que le iluminó de pronto, no tenía nada que ver con disgusto, sino con el temor de no complacer a su Gusti… No esperaba ser torpe como para morderlo, pero sí inútil a darle la clase de placer que antes había recibido de su parte.

Su mano se extendió hasta tomar su miembro desde la base y dar una caricia larga y tentativa que hizo a las caderas de Gustav saltar y hacerlo perder el precario equilibrio que mantenía sobre su brazo para caer con pesadez en el colchón. Los resortes chirriaron nuevamente y Georg se acercó un poco más a su entrepierna.

El calor que irradiaba le hizo tomar conciencia se su frente perlada de sudor y de que sus nervios eran nada comparados con los que Gustav debía estar sintiendo en ese mismo instante. Podía decirlo precisamente por los temblores que se adivinaban en las piernas de su amigo y por el puño repleto de sábanas que estrujaba entre los dedos cada que respiraba.

—Hey, voy a hacerlo… —Pronunció el mayor con confidencia, aún manteniendo el ritmo de su mano lo suficiente para que Gustav sintiera la familiar sensación de agradable dolor de estómago, pero no tanto como para hacer que se corriera al siguiente segundo.

Quería que fuera en su boca, y estaba tan seguro de ello que cuando al fin se inclinó y sus labios se partieron en dos, no tuvo ni un instante de duda al dejar su lengua salir y probar primero con delicadeza y luego con un poco de ansías mezcladas con excitación, a lo largo y ancho de la erección.

Gustav dio un sonido ahogado queGeorg tomó como la más clara indicación a seguir mientras su pulgar retiraba la piel del prepucio y su lengua se deslizaba por la hendidura con un poco más de fuerza.

—Dios santo –murmuró el rubio—, de verdad lo estás haciendo… ¡Ah! –Sus manos se cerraron con tal fuerza entre las cobijas que sus nudillos crujieron.

A Georg eso le bastó para abrir un poco más la boca y engullir la punta entre sus labios para dar una tentativa succionada. Su mano derecha masajeando los muslos de Gustav y la izquierda jugando un poco con sus testículos.

Por los ruidos que Gustav daba, el bajista llegó a la conclusión que podía tragar un poco más y con ansías hundió la cabeza en su entrepierna, maravillado del tacto en su lengua y lo extraño que era encontrar reconfortante todo aquello.

No podía decir que fuera una experiencia placentera del todo, pero la intimidad que mantenían y sobre todo, el tener a Gustav dominado y jadeando de placer, era la cura contra cualquier duda que hubiera tenido antes.

Sus labios se estrechaban en torno a su carne en una apretada ‘o’ trabajando con un ritmo que aumentaba de velocidad a medida que los segundos pasaban y la espiral de emociones y excitación se disparaba cada que las caderas de Gustav saltaban y le imponían velocidad amalgamada con urgencia.

—Mierda, mierda… —No pudiendo más, el baterista se cubría el rostro con una almohada y la mordía.

Georg, alzando la cara de su regazo, mantenía su trabajo con una mano y pasando la lengua por sus labios, para luego darle besos en los muslos y regresar desde los testículos hasta su pene con una lentitud exasperante para el pobre Gustav, quien se quitó la almohada de la cara y soltó un gutural ruido desde su garganta, incapaz de decir en palabras lo que quería.

—Por favor –gimió—, ugh, Georg; se siente genial… —Su mano se extendió y acarició al bajista detrás de las orejas apartando un poco el cabello.

—Ok. –Sin mediar un segundo extra, Georg se inclinaba de nuevo y tras dar un beso húmedo en la caliente punta, sacaba su lengua para deslizarla a lo largo de su erección y succionar con una maestría propia de la inexperiencia, que esperaba que a Gustav le gustara. Podía no ser una técnica milenaria garantizada, pero su devoción y deseos estaban ahí. Tenían que contar.

No tenía que preguntar, pues su amigo levantaba las rodillas a cada lado y su bóxer, atrapado justo a la altura de sus rodillas, estorbaba.

—Espera –dijo el mayor, tironeando de la prenda y bajándola por sus pantorrillas hasta sacarla por sus pies y amontonarla al bulto de tela donde sus camisetas descansaban—. Sabes bien, muy bien –comentó dejando un reguero de besos a lo largo de la parte interna de sus piernas y abriendo sus temblorosos muslos para terminar con ellos por encima de sus hombros y alrubio apretando en torno a su cuello cuando lo tomaba de nueva cuenta en su boca y tragaba con más fuerza que la vez anterior.

—Tú también sabías bien –respondía Gustav, resoplando aire y degustando aún en sus labios el semen de Georg.

—Gracias, creo –y sin mediar una palabra más, tragaba tan profundo como podía y aplastaba su lengua contra la sensible piel a un ritmo que tomó decidiendo que Gustav sabía como el más exquisito de los manjares y que no iba a estar saciado del todo hasta que lo devorara en cualquiera de los sentidos posibles.

No le tomó más allá de un minuto, pues el rubio apretó el agarre de sus muslos y Georg se encontró jadeando por aire y recibiendo en los labios tibio semen que resbaló un poco por su barbilla, pero que recuperó con un par de dedos. Miró su brillo a la escasa luz de la litera y tras asegurarse de tenerlo todo, lo tragaba con presteza.

—Eso fue… Brutal –le llegó una voz desde abajo.

Gustav, bañado en una fina capa de sudor y con su mano enroscada aún en su erección. Se daba un tirón suave y la dejaba para acariciar su vientre un par de veces antes de hacer intentos de recuperar el aliento.

Georg, que estaba un poco inseguro hasta no oír a Gustav decir algo más, se tumbó a su lado y encontró una paz extraña pasando una de sus piernas por encima de Gustav y cerrando los ojos.

A su parecer, reclamaba a Gustav como suyo. A su Gusti…

 

Amaneció en el autobús y pasaron las horas… Llegó la tarde y fue entonces cuando Bill decidió que Tom encima de él no era el mejor cobertor del mundo y que pasarse un día entero acurrucados juntos era más que suficiente. Así que tras apartarlo a un lado, lo que lo hizo salir en caída libre al suelo, y comprobar de paso que no se hubiera roto nada, se estiró con ganas y bostezó.

Su reloj despertador marcaba lo que creía las sanas tres de la tarde, y su reloj biológico, la hora de alimentarse. Sencillo. En todo caso, el segundo era el que mandaba, así que sin molestarse por buscar su par de pantuflas, caminó descalzo por el pasillo que comunicaba la zona de literas con las demás áreas habitables, para encontrarse a Gustav y a Georg.

El rubio, frente a la estufa y terminando lo que parecían un par de sándwiches triples con mucha mayonesa que hicieron a sus tripas gruñir de hambre acumulada.

—Uh, yo quiero uno –tironeó de su pijama un poco y se acercó con pies ligeros por lo helado del suelo para luego asomarse por encima del hombro de Gustav y olisquear un poco—. Son de pavo, quiero uno.

—Bien, pero antes siéntate en la mesa— le respondió el rubio. Bill palmoteó sus manos y cual niño de cinco años al que su madre le hace el almuerzo, obedeció.

Bamboleó las piernas de lado a lado lo mismo que la cabeza. Ya olía su nuevo sándwich cuando Tom hizo acto de aparición con mala cara y ganas de seguir durmiendo, cuando se detuvo en seco y soltó una fuerte carcajada.

—Tú… ¡Tú…! –Decía con el dedo extendido hacía Georg y casi revolcado en el suelo por la risa—, ¿Pero qué diablos haces, uh, teniendo diversión con una pizca de imaginación?

—Tsk –chasqueó Georg. Se encogió de hombros y pasó de largo de la carcajada de Tom, que sólo parecía aumentar de sonoridad y de la de Bill, que le hacía compañía y competía en ruido—. No veo lo gracioso.

—Yo sí –barbotó Bill a través de la mano que usaba para cubrir sus risas incontrolables—, ¡Es genial! –Afirmaba luego dando en la mesa con el puño y riendo más y más fuerte su es que se podía.

—Ya, ya –trataba de calmarlos Gustav, dejando platos llenos en la mesa. Cabeceó a Tom y el guitarrista entendió que el cuarto plato era para él.

Con todo, no quitaba su grande sonrisa y las miradas de complicidad que compartía con Bill mientras los dos veían a Georg engullir un enorme plátano y extasiado, digerirlo.

Para los gemelos, era ponerse la soga en el cuello por voluntad. Georg tenía que hacerlo con saña, ser muy idiota o muy despistado, o… Sólo en mente de Bill, haber ocasionado los gemidos que a medianoche se habían escuchado, en compañía de su adorado Gusti. Se inclinaba por la última opción ahogándose con el pan de su comida pero nada dispuesto a dejar de reír.

Para el rubio, el Gusti ya de todos, un atisbo de algo que creía adivinar, pero como a fin de cuentas había amanecido descansado y enroscado en la reducida litera de Georg, poco le importaba.

Para el bajista, era nada… Deglutió con placer el último bocado de su plátano antes de proseguir con el sándwich, pero antes de eso y al parecer para aumentar las risas de Tom, se pasó la lengua por los labios con sumo placer.

—¿Qué…? Me ha gustado –comentó con el tono más casual que pudo encontrar. Tomó su comida con ambas manos y tras establecer contacto visual con Gustav, sentado enfrente de él, agregó con las orejas rojas—: ha estado delicioso…

 

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