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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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… SU CERDO INTERNO CLAMA CARNE DE ZORRO…

 

Fue en una parada de autobuses entre cambio de países donde Bill se dio cuenta de que algo andaba mal… O raro en todo caso. Cargando lo que Tom dijo ‘una jodida tonelada de papas fritas’ y un equivalente líquido de refrescos de cola, con el plus de pegatinas dulces y demás comida chatarra, arqueó una ceja al espectáculo de Georg y Gustav parados uno al lado del otro justo en la puerta del autobús pero sin parecer nada más que perfectos desconocidos. Que de no ser porque él los conocía de muchos años atrás, habría pensado en un instante que ese par estaba molesto el uno con el otro.

Claro que su atención se dispersó luego que su vista enfocó a Tom con el cuello torcido en un ángulo doloroso sólo para ver a un par de turistas rubias junto a las bombas de gasolina. El asunto careció de importancia y al menos por la siguiente hora, sus amigos quedaron en el olvido, uno al lado del otro y muy quietos.

 

Bill casi había olvidado lo de la tarde cuando furioso con Tom, aún por las turistas, de las cuales su gemelo presumía de haber son sacado el número de móvil y de sostén, salió tirando pestes de su litera y se dispuso a ir a dormir en otro lado.

La opción obvia, la suya, era impensable.

Equipaje extra que no cabía en el maletero, basura de semanas atrás, sus provisiones de comida chatarra y un sinfín de porquerías que almacenaba y sin las cuales no salía ni a la vuelta de la esquina, mucho menos de gira por diez países, yacían por todo el espacio donde se suponía que dormía cada noche.

“Claro que”, pensó con malhumor al dar un último vistazo ofendido hacía donde Tom cerraba su cortinita, también muy indignado, “era más que evidente que él jamás dormía ahí. Se tendría que ser alguien muy estúpido para no deducirlo”.

Por tanto, azotando los pies descalzos contra el suelo helado del pasillo, y de paso evitando trastabillar con cada paso, dado que el bus estaba en movimiento, se dirigió muy resuelto hacía la litera que correspondía a Georg. La cual por descarte, debía estar desocupada… Lo mismo que dos más dos eran cuatro, Georg debía estar desnudo encima de Gustav en el espacio de dormir de éste, así que al menos no tendría que dormir en el suelo por el resto de la noche.

Cierto fue que más que pensar en ello, Bill aún iba concentrado en alguna venganza para su gemelo. Pensaba en dejar un par de alfileres prendidos de las mantas, pero igual corría el riesgo de pincharse a sí mismo si para antes de la siguiente noche se reconciliaban, lo que parecía más factible, así que no consideró ni por un instante un error a las deducciones que tenía.

Por eso, sumido en pensamientos densos y turbios, no apreció ni los ronquidos parecidos a un animal agonizante, el pie con calcetín que salía del final de la litera o el bulto oscuro con calor humano que respiraba y tenía vida. Abrió la cortinilla y se metió con tanta fuerza, que su rodilla impacto justo como su codo en el estómago y el rostro de Georg, respectivamente.

—¡Qué puta mierda que…! –Farfulló Georg al sentirse de pronto comprimido contra la pared y con un dolor atroz justo en la nariz. Su estómago, también dolía, pero no sangraba, como según comprobó al llevarse una mano a la cara y limpiar lo que le manaba copiosamente.

—¿Georg? –Tanteó Bill abriendo de nuevo la cortina y apoyando un pie en el suelo para no caer por el borde del colchón—. Oh Dios, Georg, lo siento… —Se disculpaba repetidas veces, usando el borde de su playera para intentar limpiar la mancha oscura que le corría por el rostro ya hasta la barbilla—. ¿Pero qué diablos haces aquí? Yo pensé que estabas con Gustav –murmuró con un tono entre pena por el golpe, por despertarlo y porque estuviera solo.

—Bueno, eso mismo pregunto –palmoteó su ayuda lejos—. Deberías, ya si no es por el bien de la banda, al menos por el de mi nariz, no pelearte con Tom cuando viajamos en autobús.

Inclinándose a su regazo y con un desastre de mantas y sábanas en su regazo, estornudó, salpicando en todas direcciones un moco especialmente sanguinolento al cual Bill contempló con náuseas volar.

—Ugh, eso es asqueroso –puntualizó con un dejo de broma al final saliendo del reducido cubículo, rumbo a la cocina sino por un poco de hielo de la nevera, al menos con unas servilletas—. Vengo en un momento.

Georg, quien no era persona de guardar resentimientos o hacer durar su enojo, se frotó los ojos con ambas manos y lo lamentó casi al momento: ahora parecería salido de una película de terror todo embarrado con su sangre.

—Genial… Genial, genial, genial –masculló, más molesto con su mala suerte que con el hecho de que esta fuera ocasionada por los gemelos, para variar. Ese par era la maldición de todo el staff o persona que estuviera en algún modo involucrado con la banda o el nombre de Tokio Hotel pero tampoco quería ni enemistarse ni hacerse mala leche, cuando al menos Bill trataba de componer su daño yendo por un poco de hielo. Tan mal chico, al menos no era…

Claro que nada de eso le habría pasado si de buenas a primeras se hubiera ido a dormir con Gustav. Justo como el rubio lo había sugerido un par de horas antes, cuando con cepillo de dientes en mano y listo para ir a la cama, le había pellizcado el trasero con una sonrisa pícara entre labios. Más invitación que esa, sólo que le enviara una carta confirmando ropa de gala y confirmación de asistencia.

Suspiró; negó luego con la cabeza más para sí que nada.

Decirlo y fantasear con ir a la litera de Gustav, desnudarse, desnudarlo y hacer lo que se tenía que hacer era un muy buen sueño lúbrico de persona sana y normal, pero llevarlo a cabo… Ya era harina de otro costal.

Mucho más cuando desde su reconciliación, el fuego de la pasión se amainó al menos de su parte.

Gustav aún seguía nervioso, temblaba ante lo nuevo y desconocido, pero ya seguro de que lo que tenía con Georg era lo que quería, se forzaba y vencía sus reticencias en la cama (o el muro, el suelo, el baño y un sinfín de sitios donde habían estado probando últimamente) con nuevos bríos y dotado de un ímpetu que en ocasiones asustaba a Georg.

No que no quisiera, eso ni pensarlo, pero… ¿Y si no daba la talla requerida? ¿Qué tal si pasaba, hacían el… amor, y Gustav se desilusionaba del todo? Un rechazo de ese tipo no lo mataría, pero vaya que lo dejaría en coma emocional. Lo destrozaría del mismo modo que las dudas y la incertidumbre lo hacía ya, pero al menos, se consolaba todavía negando de lado a lado con la cabeza y esparciendo gotas de sangre por sus sábanas, no era definitivo. Mientras ‘aquello’ no sucediera, estaba, de cierto modo, a salvo.

—Ni te imaginas –dijo de pronto Bill, que regresando, le tendió una paleta helada que en la tarde no se había comido y guardó sus restos en el congelador—. No hay hielo –murmuró a disculpas al ponerle el helado con chocolates justo en la nariz y agregarle a su mezcla de sangre y mocos, sino es que lágrimas de dolor, un palito de madera del cual sostenerse.

—Tiene que ser una broma –rezongó con voz nasal. Un genial más a la lista, ya que se estaba constipando. Faltaba solo que Tom se levantase a venirle echar la bronca encima o…

—Hey, Georg… Georgie Pooh –tanteó Bill con un tono de crío consentido—, ¿Por qué no estabas con Gusti Pooh?

Georg le dio su mejor mirada de ‘no preguntes’ pero sirvió de poco, porque a la escasa luz de la carretera que de vez en cuando los iluminaba a medias, su aspecto era deplorable. Tanto, que Bill le limpió con un dedo un chorrete de la paleta y se lo llevó al dedo con poco asco ya que probó la mezcla.

—Viscoso pero… —rodó los ojos en búsqueda de la palabra.

— ¿… Sabroso? –Terminó el bajista, haciéndose a un lado de la litera para que Bill entrara y aguardando a que el menor cerrara la cortina y se acomodara.

—¿Qué? –Le chanceó usando el codo contra sus costillas hasta hacerlo reír—. ¿Quieres ver el Rey León con Tom o sólo ‘Hakuna Matata’?

Georg no lo tuvo que cavilar mucho. De costado, haciendo un reguero de sangre con helado de chocolate derretido, se confesó. Miedos, sueños, expectativas y todo lo que acompañaba a Gustav: mucho amor.

 

Bill, de quien la paciencia huía como la peste negra, encontró su oportunidad a la par con la recompensa correspondiente, a las seis de la madrugada de un día normal cuando Gustav se levantó como todas las mañanas, apenas despuntaba el sol y dejaba su litera desocupada para ir al baño. Un reloj biológico que marchaba a un ritmo preciso lloviera, tronara o relampagueara en el cielo.

Perfecto. Al menos para el plan que venía trazando de días atrás, lo era.

Así que sin molestarse en vestirse, salió de debajo del abrazo estrecho y tibio que Tom le otorgaba ahora que entre ambos no existían las discusiones pero si perdón por lo de días antes, para extraer de debajo del colchón, con mucho cuidado y lo más silencioso que podía, un paquete que apenas un día antes le había sido remitido desde la oficina de correos.

Un poco mal envuelto por su parte, pues la curiosidad le ganó al rasgar el papel  de embalaje apenas había caído en sus manos. Claro que asegurarse de la calidad del producto adquirido nunca estaba de más, pero el morbo siempre sería el morbo.

Apenas un ligero atuendo que si no despertaba pasiones en un hombre con impotencia o le quitaba el hipo a alguien, entonces no servía para nada. Una delicia a la vista que tras mucho comparar con un modelo parecido, ganó por estar en la talla de Gustav y que pidió por paquetería Express a la tienda de Roxane, puesto que de ahí provenía el catálogo.

Se felicitó entonces por tener amistades que favorecían a sus intentos de lograr que Georg al final hiciera algo con Gustav, pero no mucho porque el sonido del retrete funcionando lo sacó de ensoñaciones con escenarios inverisímiles. Apenas con tiempo suficiente para colocar el paquete con discreción en el cubículo de dormir de Gustav y saltar de regreso a su lugar en el pecho de Tom.

Los pasos que regresaron y la cortinilla que de nuevo se cerró fueron todo lo que necesito para caer al fin dormido en paz con una sonrisa malévola entre labios.

 

Ok, estaba loco, eso era. No podía haber otra explicación porque de haberla, ciertamente Gustav no estaría parado frente al espejo y contemplándose con total embobamiento usando… Eso.

No, vaya que no. Locura, rapto extraterrestre o un nuevo paso al travestismo. Lo último entre lo más viable, que si se confesaba, al menos ante su reflejo, la corta falda que usaba, resultaba encantadora con sus piernas blancas y recién afeitas, elevándose al aire cada que giraba en su mismo eje.

Se contuvo de darse un golpe en pleno rostro por su mariconería, pero cómo evitar la tentaciónde no fiarse de un inocente paquete encontrado bajo su almohada apenas dos días antes con su nombre garabateado con mala letra para encontrar un par de hilos y tela cosida a lo que creyó primero que era un error de costura, y luego que extendió, un disfraz de pervertido que podía provenir de cualquiera del staff.

Ya que estaba en recapitulaciones y huelga a decir, de espaldas al espejo, pero alzando el trasero y contoneándose ante la imagen, mientras aquello se mantuviera como su sucio secretito, podía ir perfecto.

No que el lindo traje de zorro—colegiala no fuera provocativo ya por el simple hecho de ser lo que era, pero con los detalles que el mismo Gustav le había agregado, que empezaban con depilarse las piernas y robar un poco de brillo labial sabor frambuesa que Bill tenía, el resultado final era simplemente un deleite a la vista y a los demás sentidos si se le daba la oportunidad.

Por eso mismo, Gustav se lo tenía que confesar a sí mismo mientras practicaba un puchero dotado de sensualidad delante el espejo, no estaría nada mal al menos darle un buen uso a su regalo. Del cielo, de alguien que le jugara una broma o quizá, del reticente de Georg, aunque esto último fuera tan improbable dadas las largas que le venía presentando de semanas atrás de finalmente consumar su relación en el plano sexual, planeaba usarlo.

Arqueó las cejas con coquetería mientras se colocaba la diadema en su lugar y el par de orejitas felpudas se alzaron orgullosas en su sitio, para luego acomodarse el espeso pelaje que conformaba a la cola que sobresalía por debajo de la diminuta falda de cuadros. Un último toque a las medias que le llegaban hasta medio muslo y optó por pasar de largo de los zapatos pues ninguno de sus tenis deportivos combinaba y no pensaba salir a comprar zapatillas de aguja o plataformas en combinación.

Convencido al final del conjunto y de su aspecto en general, tuvo que fruncir el ceño dejándose caer en la cama individual que esa noche iba a ocupar en el hotel. Porque no era que dudara de su aspecto, él mismo lo admitía: si alguien se le ponía enfrente usando semejante disfraz, le saltaría encima. Claro que todo eso en sentido hipotético, pues prefería que fuera Georg… Su mente trabajaba como loca y lo hizo por al menos media hora antes de que los golpes en su puerta lo despertaran de ensoñaciones.

—… Media hora –captó como lo más importante a la voz de David, pues esa mañana tendrían que salir a un par de entrevistas antes del concierto que tenían programado en la ciudad. La amenaza de que quien se retrasara iba a quedarse atrás lo espabiló al fin.

Con desgana, aunque con un esbozo de sonrisa entre los labios al imaginar la cara de todos si se atreviera a cambiar su atuendo diario por lo que traía puesto, se comenzó a desvestir con lentitud.

Guardó todo con un recelo impropio de él en su maleta, muy por debajo de sus jeans y playeras, no muy seguro porqué no lo tiraba. Si alguien le encontraba eso en una revisión de rutina en la aduana se convertiría tanto en la burla como en la vergüenza de la banda. La idea le ponía la piel verde y las orejas rojas haciendo de su rostro una linda ensalada si agregaba lo morado que dejar de respirar producía.

Pero con todo, no podía.

Pasando los dedos por el chaleco que conformaba el conjunto y acariciando las suaves orejitas de zorro, suspiró antes de cerrar la maleta, meterla bajo la cama y salir antes de que se hiciera tarde.

Ya algún uso le daría…

 

Gustav se encontró muchas horas después de salir del hotel tartamudeando un ‘gracias’ a Georg, que le había llevado un envase con jugo de naranja y se sentaba a su lado en un viejo mobiliario en espera de que las tres maquillistas que trabajaban con Bill, terminaran de una vez con su trabajo.

—Al paso que van, pronto serán necesarios albañiles para enyesar las cuarteaduras de su cara –bromeó Georg dando un sorbo a su café y cuidando que Tom no saliera de entre las sombras para defender a su gemelo.

—Espero que no tarden mucho –murmuró Gustav, que entre preocupado por lo que había dejado, a su parecer, poco escondido en su habitación del hotel y los pensamientos que se habían ido consolidando a lo largo del día sobre que hacer con ello y con Georg, estaba que despegaba como cohete.

—Ojalá –respondió el bajista. Miró de reojo alrededor y su hombro tocó al de Gustav en un gesto atrevido para estar en público. Se podía interpretar como amistad, pero lo que venía después no—. Pensando cosas sucias, ¿Eh?

El baterista asintió.

Georg bromeaba mucho como si todo siguiera su curso normal, si bien en la intimidad aún no habían llegado a la cumbre inalcanzable que representaba el propiamente tener sexo… Hacer el amor… Ante la idea, Gustav enrojeció más que nunca y en un intento torpe, casi se ahogó al querer pasar por su garganta un trago de jugo que le pareció de pronto muy azucarado.

—Espera, voy por una servilleta –se levantó el mayor en búsqueda de algo con lo que Gustav se pudiera limpiar.

Pero el verlo caminar por el lugar en búsqueda de un trapo con el cual él pudiera secarse las gotas que había escupido, no pudo sino sentirse agradecido. La cercanía era necesaria, pero no cuando una inoportuna erección se le formaba en la entrepierna con la sola idea de Georg y el dichoso disfraz que estaba en su maleta.

Se mordió el labio… Quizá si… Se contuvo de taparse el rostro con ambas manos pero no de sonreír al idear un plan veloz que sólo requirió de un poco de valor y escasas palabras una vez que Georg estuvo a su lado e ignorando sus débiles negativas, le pasó la servilleta por donde la humedad había corrido.

Carraspeó antes de empezar.

—Uhm, Georg… ¿Qué tal si hoy –se estremeció pero no hizo ninguna pausa al hablar— pasas por mi habitación? –Ignoró la mirada del bajista que se clavaba en su rostro porque si prestaba atención se podía poner a tartamudear—. Ya sabes, después del concierto. Tú y yo para, uh, jugar cartas o… Ver televisión. Cualquier cosa estaría bien.

Parpadeó y sólo entonces fue consciente de que la mano de Georg aún seguía apoyada en su pecho.

—¿Georg…? ¿Qué dices?

—La última puerta del corredor, quinto piso, ala este ¿No? –Una perfecta sonrisa. Asentimiento por parte del menor y el trato quedó cerrado para esa misma noche.

Ya vería Gustav si en verdad el disfraz obraba milagros de conquista…

 

Georg se levantó desde su lugar en el suelo fingiendo un bostezo y estirándose lo más posible, lo que a ojos de Tom era un cansancio razonable luego del concierto que habían dado, pero no lo mismo para Bill. Para él, el bajista falseaba de mala manera y deduciendo por el brillo de sus ojos, sabía a dónde iba. ¿Dormir? Jamás; al menos no por esa noche como aseguraba bostezando de nuevo.

—Bueno, chicos –comenzó rascándose el estómago e inclinándose por sus zapatos –yo ya me voy a la cama. No toquen a mi puerta antes del mediodía.

Se dispuso a salir de la habitación, no rumbo a la suya, sino a la de Gustav, cuando Bill, desde su lugar con la cabeza en el regazo de Tom, pues desde ahí miraba el televisor, le tironeó del pantalón.

—Te tengo un regalo –susurró apenas hablando. Se levantó y sin darle tiempo a replicar, se inclinó en su maleta y sacó, primero una botellita de su valioso lubricante de cocoy segundo…

—¡¿Qué esperas que haga con esto?! –Arqueó una ceja al recibirlo, porque menos reacción era querer pasar por indiferente.

—Yo sólo creo que te sentaría bien y no seré el único que lo piense –le guiñó el ojo al empujarlo por la puerta y tras mirar a ambos lados del pasillo una vez fuera, ayudarle a ponerse la diadema con orejitas de cerdo y un morro del mismo animal a manera de disfraz de carnaval—. Puerquito –se rió entre dientes.

—Presiento que te ríes de algo que yo no sé –resopló Georg, acomodándose el cabello detrás de las orejas y no muy dispuesto de aparecerse con Gustav usando aquello.

—Exacto –chasqueó la lengua—. Ahora ve con tu adorado Gusti –le pateó el trasero y le cerró la puerta en la cara.

Georg sólo tuvo que reconocerlo: Bill sabía de qué carajos se reía…

 

Si Georg pensó que Gustav se iba a sorprender cuando apareciera en su puerta personificando a un animal de granja, tuvo que recapacitarlo dos veces antes de darse por vencido al sentirse siendo jalado dentro de la oscura habitación para encontrarse un cuadro que ni de sus mejores fantasías podría haber salido.

—Wow –exclamó con ojos grandes y boca abierta hasta el suelo—. Traes… Falda.

—Y tú un hocico de cerdo pero no te digo nada –refunfuñó Gustav bajando la mirada completamente abochornado. Lo que obtuvo era justo la reacción que quería, pero también incluía esa parte de temor que estaba dispuesto a asumir: esa noche, era la noche…

—Wow –repitió el bajista.

Quería acercarse, pero el precio era perder el conjunto en total. No cualquier colegiala de escuela católica; eso palidecía en comparación con un ejecutivo uniforme de falda escocesa en tonos verde, rojo y dorado; una breve camiseta blanca que Gustav ceñía a su figura apenas al borde de mostrar su vientre; un corto chaleco gris que portaba suelto; una corbata de la misma tela que la falda y un par de deliciosas medias de red grises que satinadas se enroscaban por sus piernas depiladas.

Para armonizar el conjunto en total, Gustav portaba lo que parecían un par de orejas de zorro y una cola a juego con la que jugaba al pasar entre sus dedos ansiosos.

—Bueno, si no te gusta me lo puedo quitar –masculló avergonzado al cruzarse de brazos y sentarse en el borde del colchón.

—¡No! Es decir, no, déjalo. Luce… Genial… —Aseveró al acercarse y extender la mano hasta su rostro—. No sabía que esto te gustaba pero si te va, por mí bien.

—Lo dice el de las orejas de cerdo… —Se burló el menor al descruzar los brazos de su medio y tironear de la tela de la falda.

—Sí, bueno, un regalo… —Se excusó al quitarse el hocico que mantenía con elástico e inclinarse por un beso.

—Igual. Creo que… —Arrugó la nariz— No sé, ¿Será de los gemelos? No parece la talla de Bill, pero tampoco es algo que le impida ponérselo. –Carraspeó—. En todo caso, no quiero devolverlo… Aún –agregó dando énfasis a su intención al mirar directamente a los ojos a Georg y enfrentarlo—. Quiero hacerlo, ya sabes… —Se mordió el labio, no muy seguro de si hacer su petición podría sonar soez, pero prefirió eso a quedarse con las ganas—. Tú y yo en esta cama y… Que lo metas en mí. Es que… —Su rostro se tornó rojo carmín—, ¿No te gusto? Quiero decir… Tengo la impresión de que me has estado evitando. ¿Tan malo ha… sido?

Se apretó las manos en el regazo asustado de sus propias palabras. Era la verdad pero aquello era sobrepasar sus propios límites de valor. Por fortuna, Georg decidió que era momento de relevarlo de semejante apuro.

—Gus… Hey, yo sólo pensé que querías que fuera especial –fue su turno de sonrojarse—, y no es como si yo fuera el sueño de todos los gays o te hiciera ver estrellitas y arco iris cada que te beso. No es romántico para una primera vez –se disculpó, al fin mostrando a lo que tanto miedo tenía—. Imaginé que querrías velas e inciensos o una chimenea. Qué sé yo.

—Y un cuerno los arco iris –se atrevió a decir Gustav con una sonrisa de lado—. Tenía miedo, de hecho, tengo miedo… Pero quiero que seas tú, aquí y ahora porque no me creo capaz de ponerme esta ropa de nuevo –se acarició la pierna con por encima de la satinada media— o al menos de dejar que alguien me vea.

Rió en voz baja ante su ocurrencia, pero el bajista lo silencio con un beso pausado que apenas duró unos segundos antes de que se rompiera el contacto.

—Supongo entonces que me dejarás verte para tener un recuerdo a la posteridad.

—Hum, contrólate Georgie Pooh, o lo que verás no será de tu agrado –refunfuñó en broma al dejarse alzar por los brazos y con el gesto más coqueto de su repertorio ya antes ensayado frente al espejo, dar un par de vueltas procurando lucir sino sexy, al menos sensual—. ¿Te gusta? –Preguntó más por vanidad que por confirmación, pues era evidente que Georg disfrutaba de aquello: un bulto sospechoso en sus pantalones amenazaba con hacer saltar la bragueta.

—Te voy a clavar en ese colchón –puntualizó el bajista al señalar la cama y dar un par de tentativos pasos al frente.

—¡Georg! –Gimió escandalizado Gustav antes de verse envuelto en un abrazo desesperado y renunciar a una oposición. ¿Clavado al colchón? Qué más daba. La idea sonaba a algo que les hacía falta de tiempo atrás a ambos.

Sin perder tiempo, porque sentía que era lo que menos tenían, usó toda su fuerza de voluntad para separarse del posesivo beso que interrumpió sólo para, entre tirones, despojar al mayor de su camiseta. Sin dudas o vacilaciones que era lo que ambos querían desde semanas anteriores.

Se centró de nuevo en un profundo beso sin dejar de usar sus manos, que torpes, luchaban contra el cinturón que se ceñía en torno a las caderas del bajista. Fue una torpeza de movimientos en los que se tuvieron que detener más de lo planeado, pero cuando al fin Georg se vio con los pantalones en los tobillos y los bóxers abultados como nunca antes, el tiempo se detuvo apenas un segundo.

Esa noche iban a estar juntos. Hacer el amor, con todo lo que la frase significara, pues si bien no habría fuegos artificiales o luz de velas y champagne como en su primer intento fallido, lo que vendría a continuación, tendría su propio significado especial sin tener que hacer nada más allá de permanecer el uno con el otro. Ya era especial y cualquier elemento externo, sólo lo arruinaría. Era perfecto.

—Ven acá –le instó Gustav, quien ya desde la cama, se arrastraba hasta la cabecera haciéndole señas de acercarse.

En su cuerpo una corriente eléctrica intensa que cuando Georg dejó sus pantalones en el suelo y gateó a su lado por un nuevo contacto húmedo, ambos jadearon de placer.

Arañando su espalda desnuda, se dejó recostar entre los suaves almohadones que el hotel proporcionaba y desde su vista privilegiada, Georg descendió por su pecho abriendo los botones del ridículo chaleco uno por uno hasta tenerlo despojado de tan incómoda prenda.

Un subir y bajar de su pecho que se acompasaba al acelerado ritmo de su corazón que bombeaba como loco cuando Georg le dedicaba una última mirada antes de alzar su ligera camiseta blanca y pasarla por encima de su cabeza.

Sólo entonces la corriente de aire frío que corría por la habitación le dio de lleno ahogándolo por la intensidad y su piel se llenó al instante de la desagradable sensación de escalofríos recorriendo de arriba abajo su cuerpo.

—Uh –exclamó ante el doble golpe, el físico y emocional cuando Georg, atento a sus más simples reacciones, dejó de posar besos de mariposa por la zona de su vientre y alcanzó su altura para darle un suave toque en los labios y recorrer sus brazos y costados con sus manos amplias y cálidas. Un tacto especial que hasta entonces el baterista no había tomado en cuenta, pero que era tibio, seguro y reconfortante pese a lo poco suaves que eran sus manos tras tantos años de tocar el bajo.

—¿Todo bien? –Preguntó por si acaso el mayor, siempre en búsqueda de su tranquilidad, a lo que Gustav respondió besando su cuello y pasando los dedos por su pecho, recorrer la extensión de su piel prestando atención a los pezones que endurecía con cada movimiento circular que les dedicaba.

Georg, quien no podía estar sino en el séptimo cielo, siseó en una mezcla entre el dolor y el placer cuando el muslo de Gustav rozó su entrepierna y se posicionó ahí frotando de arriba abajo con sus vibrantes movimientos. Casi tanto como para hacerlo sentir la asfixia que un ansiado orgasmo pugnaba por explotar.

—Georg… —Murmuró Gustav en sus labios, presa de un arrebato total que lo mantenía al borde de la inconsciencia pasional con los ojos entrecerrados y húmedos. Cada una de sus palabras mezcló su aliento con el del aludido, que apenas pudo creer lo que la incomodidad de Gustav era… —Olvidé el lubricante…

—Yo, ejem, traigo una botella en el pantalón –se explicó el bajista con un rubor, si cabía, más grande que el que ya tenía. Maldito Bill: de verdad que en todo estaba. Era peor que tener una vecina cotilla.

Se soltó del abrazo y regresó el bulto que sus prendas conformaban en el suelo para rebuscar entre los bolsillos y dar con la ansiada botellita que ya estaba casi a la mitad de tanto uso.

Regresó a posicionarse en su mismo lugar para encontrar a Gustav mordiéndose el labio inferior con indecisión, pero decadente en su imagen total con la pequeña falda hecha un desastre por sus caderas y las medias disparejas, una en su muslo y la otra por la zona de su rodilla, de tantas caricias que había recibido. Por fortuna, más para su fantasía y libido que por cuestiones estéticas, las orejas de zorro y la cola en su lugar. Los dedos de Gustav, en ademán inconsciente, jugando con la suave pelusa.

—Coco –sacudió la botella justo enfrente de su cara antes de inclinarse a succionar uno de sus pezones y circular la zona con su lengua hasta hacerla endurecer.

—¿Coco? –Preguntó Gustav presa de una risita nerviosa a lo que venía a continuación—. No sé por qué, pero siento que estos últimos días he olido mucho el aroma de coco –arrugó la nariz—. Sólo úsalo en mí… Por favor…

Abrió un poco las piernas y no una tanga como Georg esperaba, sino un par de bragas de corte deportivo, saltaron a la vista de Georg, que se deleitó ante la imagen que se le presentaba y procedía a alzar un poco la prenda para tener un mejor panorama del tesoro que se le presentaba.

Mientras se trataba de concentrar en lo que Gustav otorgaba con el candor de una virgen que de algún modo era, lo mismo que él en ese tipo de avatares que representaba tanto el sexo con alguien del mismo género, como lo era en doble golpe emocional que representa siempre el hacerlo con quien se ama, intentaba contener la carcajada que pugnaba por salir de su garganta.

¿Los últimos días? Serían semanas, meses e incluso años de oler lo mismo por todos lados, porque hasta donde tenía entendido de palabras del mismísimo Bill, el coco era el lubricante favorito de Tom, lo que no era de extrañar que el ambiente en el cual se desenvolvían, fuera un espacio tan reducido como el autobús del tour o no, estaba impregnado para siempre con dicho aroma.

Pero eludiendo la cuestión lo mejor que pudo, el bajista se abstuvo de aclarar el recuerdo olfativo tirando de la falda hasta tenerla saliendo por las piernas de Gustav y contemplando su desnudez casi completa a excepción de la breve ropa interior.

Ya antes ambos se habían visto sin nada de ropa, pero esta vez era diferente.

Podía afirmarlo tanto en sus nervios subiendo y bajando como montaña rusa por su sistema nervioso y desembocando cada tantos recorridos justo en su estómago.

La misma sensación para Gustav, quien tendido en su espalda y sólo con el par de medias y la corta ropa interior, no recordaba otro momento más vulnerable en toda su vida. Pero aquello estaba bien; se sentía como tal y presa de la emoción que lo embargo, extendió los brazos para atrapar a Georg entre ellos y hundir lo más profundo su rostro en el largo cabello del bajista.

—Vamos a hacerlo tú y yo… Nosotros, eh… —Se atragantó al decirlo. Amaba a ese idiota, sin lugar a dudas, pero la pareció trillado decir el clásico ‘Te amo’ o acaso un matizado ‘Te quiero’ si minutos antes se burlaba de los arco iris de la primera vez. No que ahora las quisiera, pero la cercanía cavaba surcos en su corazón.

Bien, no se sentía montado en un pony lila que recorría los caminos de la miel y la dulzura empalagosa, pero las chispas multicolores que saltaban cada que cerraba los ojos con fuerza y se hundía en el cúmulo de sensaciones placenteras que era tener a Georg en tal cercanía, compensaban cualquier sueño romántico. Bastaba.

Una mano pidiendo permiso tironeó de la prenda que portaba y asintiendo con más nervios que nunca, recibió una bocanada de aire tibio que lo sumergió de pies a cabeza en un calor increíble y devorador que provino de ser desnudado con pausa y deleite como quien retira la envoltura de un caramelo a sabiendas de lo delicioso que éste resultará en el paladar.

Las medias siguieron, una tras otra deslizándose por sus muslos, por medio de besos y mordidas en la corva de las rodillas que lo hicieron casi olvidar una dolorosa erección que descansaba entre sus piernas saltando al menor roce o contacto.

Apenas se sintió del todo libre de ropa cuando Georg clavó su mirada con la suya y tomando sus manos, lo instó a deslizar su ya por demás apretado bóxer hasta que ambos estuvieron del todo desnudos.

Un leve parpadeo que incluso después de haber terminado por esa noche, ninguno de los dos pudo recordar a quien perteneció, los sacó de ensoñaciones para continuar.

Georg bajó su mirada hasta el regazo de Gustav y no pudo contenerse de pasar la lengua por sus labios saboreando lo que a su paladar le parecía un platillo gourmet: totalmente rasurado, el miembro de Gustav permanecía quieto e hinchado esperando ser devorado. Aterciopelado era la palabra indicada.

—No me dirás que semejante matorral combinaba a la perfección con mis piernas recién depiladas –se justificó el menor al notar la insistente mirada que Georg le daba—. Tuve que hacerlo… ¡Ah! –Jadeó antes de taparse la boca con ambas manos y quebrar su cadera ante el primer lametón que el bajista la prodigaba—. No voy a durar –gimoteó lo menos quejoso que pudo, pero aún así asustado de correrse a la primera. Antes muerto a que le pasara semejante vergüenza.

—Lo mismo –puntualizó el mayor, apoyando la palma entera sobre sus testículos y masajeando en un ritmo casi cercano al de una madre primeriza con su bebé en brazos por primera vez.

—Ok, sólo… Sólo… No preliminares que para eso han sido semanas. –Tragó saliva al sentir un par de dedos deslizarse más debajo de la línea de sus testículos y hundirse en su trasero—. Oh… ¡Oh Diox!

—¿Diox? –Preguntó Georg sacando la mano para abrir el frasquito de lubricante y prepararse mejor.

—No quiero cometer sacrilegio –se explicó Gustav, antes de tener que morder el dorso de su mano al sentir un par de dedos fríos y húmedos aproximarse de nuevo.

Abrió las piernas muy consciente de que estaba enseñando todas las joyas de la familia Schäfer pero ni remotamente avergonzado. Estaba tan deseoso de sentir aquel tipo de contacto que luchó contra las lágrimas y se tragó los sollozos que pugnaban por salir de su boca, hasta encontrar el placer que tanto había anhelado cuando con dos dedos tanteando su interior, sintió un golpe sordo de placer que le hizo morderse la parte interna de la mejilla.

—Ahí –alcanzó a susurrar con un hilo de voz y venciendo la tentación apremiante de cerrar las piernas de golpe.

Georg, que hasta ese momento estaba aterrado de lastimar a Gustav, posó la palma en su bajo vientre y con los dedos que aún tenía en su interior, hizo un movimiento que solía usar en el bajo y que produjo una melodiosa sucesión de gemidos en los labios del menor.

—Hey… —Se alzó para besar sus trémulos labios una vez más antes de acariciar un poco más en su interior y extasiado, comprobar que lo que hacía estaba bien. Casi suspirando de alivio, abrió un poco los dos dedos que ya tenía dentro,  para introducir un tercer dedo y estrechar un poco más el tenso canal.

Un par de gruñidos y un grito amortiguado que el baterista ahogó con su brazo antes de impulsarse contra los dedos en su interior y casi venirse.

—No, no, ya no… —Balbuceó en éxtasis—. Georg, tienes que… —Su mano libre buscó entre el desastre que su cama se había convertido y justo al lado de la almohada dio con el tan ansiado frasco—. Ven, ven… —Gimió al sentir los dedos abandonarlo del todo y esparciendo una generosa cantidad en la palma de su mano, frotó de arriba abajo el pene de Georg, quien embistió en su palma con ojos cerrados y un ronco silbido exhalado en cada respiración—. Estoy listo –confirmó recostándose de nuevo en el colchón y abriendo las piernas.

—Gus, hey, Gusti… —Murmuró besando sus labios en un flojo beso al arrodillarse entre sus piernas y posicionarse justo en medio para hacer todo más sencillo—. ¿Lo sabes, verdad? –Quiso agregar: “¿Sabes que te amo, verdad?” pero el temor de echar a perder el momento lo hizo contenerse. Un pequeño golpe apenas en la base del estómago, pero no se permitió que eso arruinara el momento, mucho menos cuando Gustav miró en sus ojos y entendió.

—Yo también –asintió—, ahora sólo, ya sabes… Adentro.

Apretó los dientes apenas las palabras escaparon de su boca. Sus manos se ciñeron sin controlar su fuerza en torno a Georg, quien experimentando una estreches más allá de lo antes experimentada, se hundía en su interior con desquiciante lentitud.

Era mucho más de lo que llegó siquiera a imaginar en sus más ardientes sueños y quizá más de lo que la fantasía podía otorgar a algún ser humano, pero tuvo que controlarse al respirar con pesadez en el cuello de su ahora amante y contenerse de eyacular ala primeraembestida.

—¿Bien? –Preguntó con la voz quebrada. Gustav, que yacía debajo de él boqueaba por aire—. ¿Todo bien?

Lo vio asentir repetidas veces, pero igual formuló su pregunta sin parar, porque sería una cabronada suya no estar seguro antes de dar el primer tentativo impulso.

Con voz quebrada, Gustav dijo ‘sí’ y Georg, tras besarlo largamente, aceptó su respuesta para clavar los pies en el colchón y empezar un ritmo quiero y perezoso que transformó los lloriqueos del baterista en auténticos jadeos de placer apenas el dolor dio paso a la maravillosa sensación que se extendía como agua caliente desde su vientre a sus extremidades.

Un par de largos minutos que se estiraban y extendían en la penumbra de aquella habitación de hotel mientras los dos se consumían el uno por el otro hasta sentir sus orgasmos aproximándose a un ritmo vertiginoso y con amenaza de dejar caer una tonelada de concreto encima de sus cuerpos.

—Nghhh… —Tarareó de pronto Gustav, apretando con fuerza los ojos y soltando a Georg con una mano, buscar entre su cuerpo hasta dar con su pene atrapado entre los dos cuerpos, húmedo y duro como nunca. Un par de tirones que el bajista acompañó con la pericia de años de tocar el bajo y una mano firme, al recorrer con un dedo la tierna piel de la cabeza y tras retirar el frenillo, hacerlo eyacular en tres potentes chorros justo entre los vientres de ambos.

Un par de embestidas que se cubrieron con espasmódicas contracciones por parte de Gustav y que drenaron la vida de su interior al perder la consciencia por un segundo con la fuerza de su orgasmo.

Un beso más, suave, carente de la ansía antes experimentada en donde ambos se sonrieron, sudorosos y pegajosos con semen, pero felices.

—Yo también, Georgie Pooh –acarició con su nariz la oreja del aludido. También lo amaba, quería decirlo, pero no era momento. Ya habría otras ocasiones.

Cayendo en un sueño profundo, deslizándose en él como quien es devorado por la noche o la más absoluta de las oscuridades, jugueteó un poco con el par de orejitas de cerdo que Georg todavía portaba. Apenas le quedaron fuerzas para comprobar que las suyas estaban en su sitio y dormir…

Dormir si podía hasta el final de sus días con Georg aún en su interior…

 

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