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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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… NO ENCUENTRA DISCULPA QUE VALGA…

 

Tenía que confesarlo: la lengua se le estaba entumiendo, lo mismo que la quijada que parecía a punto de zafársele, pero no podía parar.

Imposible, y no sólo porque le gustaba aquello que hacía, o tampoco porque Gustav tuviera los muslos fuertemente presionando su cabeza en la dirección correcta. Tenía más que ver con una mezcla de ambas, que lo mismo que el cansancio que sentía al mantener el ritmo de su lengua al entrar y salir por el pequeño orificio de Gustav, el placer de hacerlo sentir al grado de que sus gemidos eran el mejor pago, no tenía precio.

Por tanto y atreviéndose a más, dio una larga lamida a lo largo de la hendidura en su trasero y se deleitó aún más por el tacto exquisito que se sentía en su lengua, lo mismo que el sabor tan particular que pertenecía al rubio y su aroma almizclado que lo excitó al punto de restregar sus caderas contra el colchón de su litera en busca de un alivio a su dolorosa erección.

Pero ni el ramalazo eléctrico que lo recorrió de pies a cabeza fue la mitad de impresionante que el sofocado chillido de sorpresa que Gustav dio. La tensión en sus piernas tomó tal intensidad que la fuerza empleada le dio a pensar que podría ser una muerte curiosa la decapitación o un ahorcamiento si no quería exagerar. Era un crujir de los huesos de su cuello que ni con su amenaza lograba apartarlo de su postura.

Justo iba a centrarse en un profundo beso apasionado cuando un par de rechinidos en el pasillo del autobús le erizó los vellos del cuerpo.

Mejor que un orgasmo para matar cualquier erección, un susto de muerte…

—Georg… —Le llamó una voz desde el otro lado de la cortinilla, y entre cualquier opción posible que se barajara en mente, la idea de que fuera Tom como en esos instantes lo era, resultaba irrisoria.

¿Tom a las dos de la madrugada llamándolo en un susurro al otro lado de su litera? Frunció el ceño. Con todo, ¿Por qué carajos pasaba eso cuando Gustav al fin se atrevía a acceder a ese tipo de atenciones? Mala suerte o pésima mala suerte, que más opciones en el mundo no existían, se apartó un poco del trasero de Gustav para contestar lo que fuera.

Carraspeó y fingiendo estar semi dormido, bostezó antes de hacer un sonido que denotaba claramente que no le agradaba de ninguna manera ser interrumpido. Fuera que durmiera o que estuviera entre las piernas de Gustav…

—Pssst –pronunció Tom al otro lado—. Tengo que hablar contigo.

—Ugh, Tom…

Miró por entre las piernas de Gustav y encontró al rubio con una sonrisa entre labios que poco parecía conveniente. Si Tom abría la cortinilla, estaban jodidos en un sentido que no tendría nada que ver con lo que segundos antes hacían. Para colmo, se llevaba las manos a la boca y controlaba lo que parecía un ataque de risa nerviosa que explicable era, pero no conveniente.

—Es importante –puntualizó el mayor al otro lado de la cortina. Un ruido se dejó oír y el bajista se congeló en su sitio al darse cuenta que Tom se sentaba en el suelo a un lado y esperaba.

—Bueno, mis horas de sueño también son importantes –refunfuñó, esperando sonar hastiado y no asustado como en verdad estaba.

Maniobrando en el reducido espacio, se incorporó en manos y rodillas para sentarse lo más posible alejado de Gustav. Tenía que pensar en algo o la maldición divina que parecía haber caído en su cabeza desde conocer a los gemelos se activaría de mala forma.

—Si te has peleado con Bill vete a dormir en otro lado. Hum –agitó un poco las sábanas como disponiéndose a regresar al país de los sueños y aguzó el oído.

Al otro lado no se apreció ni el sonido de un alfiler al caer. Era evidente que Tom seguía sentado ahí, muy terco como para rendirse al primer impedimento, por mucho que la amenaza patente fuera un supuesto Georg con sueño y malhumorado al verse privado de éste.

—Tom –suspiró con desgana. Sus manos sudaban de los nervios, pero logró contener el temblor de su voz para no delatarse. Irse con pies de plomo era la mejor opción así que aparentando su papel lo mejor posible, bostezó con ganas antes de proseguir—. Déjame dormir, Kaulitz. Mañana hablamos.

Cruzó los dedos y esperó. Ni un mísero sonido. De no ser porque tenía un temple de acero, lo más probable es que ya para ese instante una embolia fulminante lo hubiera matado. Siendo realista, un ataque cardiaco le estaba dando problemas, lo mismo que la pose de Gustav, quien seguía riéndose y con las piernas abiertas lucía terriblemente decadente.

¿Era indecencia en estado puro que a pesar de lo precario de la situación, su erección no se dignara a irse? Se lamió los labios. “No, ni de broma”, pensó al degustar al rubio aún en su boca y en su lengua. Y es que tendido de espaldas y desnudo, su cuerpo, pese a las sombras casi totales que invadían el cubículo, se perfilaba con asombrosa claridad. Si acaso había que imaginar algo, Georg rellenaba los huecos de su memoria con sus cinco sentidos sin errores de ningún tipo.

Quería saltarle encima y devorarlo por completo como un minuto antes, pero entonces Tom optó por dar señales de vida y si bien el corazón no le saltó fuera del pecho, si lo hizo su pene de su regazo.

—Te extraño, Georg… —Las palabras le llegaron amortiguadas no sólo por la barrera que entre ambos se interponía, sino porque su mente divagó lejos de su cuerpo cuando las manos de Gustav se situaron a cada lado de sus muslos internos y presionaron. El gesto de su cara era ya bastante malicioso como para dejarlo pasar así que el bajista apenas y prestó atención a lo extraño del comportamiento de Tom.

Gustav sólo inclinó la cabeza entre sus piernas y Georg tosió con todas sus fuerzas al intentar sofocar como fuera un gemido que juraba, haría retumbar las paredes si se le permitía salir.

—¿Qué…? –Alcanzó a farfullar.

Su espalda dio contra lo que se suponía era uno de los muros que limitaban su espacio de dormir y sentirse apoyado en algo le dio la capacidad mágica de derretirse en su sitio sin la más mínima oposición. ¿Acaso tenía sentido recular por una mamada bien realizada que su adorado Gusti le daba? ¡Pero ni pensarlo!

—Ya, no te creas que es una mariconada. Vamos, que ni gay soy. No tengo nada contra ellos, pero yo no lo soy –resopló Tom al otro lado—, y Bill tampoco así que… No sé… Aquello que pasó… Hizo una pausa muy larga—. ¿Me estás escuchando?

Oír, sí; escuchar, ni de broma. Lo segundo requería de al menos un par de neuronas y Georg las ocupaba todas en su mejor intento de autocontrol al no eyacular de buenas a primeras, lo mismo que no gemir como puta ante el buen trabajo que Gustav le hacía.

Si le excitaba aquello de verse envueltos en el peligro y ser atrapados, Georg no lo sabía, pero lo disfrutaba cuando la callosa mano del baterista masajeaba sus testículos casi con amor antes de darle rítmicos apretones que sin llegar a ser bruscos, le proporcionaban una deliciosa sensación de flotar. Si aparte sumaba la tibia cavidad que su boca proporcionaba a su miembro, no tenía queja alguna.

Con todo, no era para distraerse que aunque disfrutaba de aquello como poseso, no era como para que por un segundo de locura temporal causada por las hormonas de adolescente que ya no era, se dejara atrapar.

—Sí, sí. No eres marica, Tom. Sólo, uh… —Sus manos aferraron el borde del colchón y sus piernas abiertas temblaron sin control cuando al mirar en su regazo, el par de ojos castaños de Gustav le devolvieron una mirada cargada de lujuria. Apenas un brillo en la oscuridad, pero eso bastaba para que los dedos de sus pies se curvaran casi dolorosamente y su mente flotara—. Abrevia, chico, que me quiero dormir –mintió con falsa impaciencia. Al menos en motivos.

Le bastaba con que Tom se fuera un par de metros, que a como veía aproximarse su orgasmo, una distancia de cien metros apenas sería suficiente para eludir lo que sería un orgasmo fulminante y ruidoso.

Ok… —Aspiró aire Tom para darse valor, muy ajeno a lo que sucedía a escasos centímetros de él y soltó su perorata.

Una enorme confesión en la que se explicaba solo… Abandonado. No que Georg fuera a suplantar a Bill o algo parecido, pero sí una en la que explicaba que tras el cavilar mucho al respecto sobre el tema, entendía que no era malo que el bajista supiera de la relación que mantenía con su gemelo. Es más, que resultaba en parte como un vínculo de cercanía malogrado. O algo por el estilo… Avergonzado y casi patético, Tom no encontraba cómo explicar que quería que las cosas volvieran a ser como antes.

Olvidar lo que ya se sabía era por descarte imposible, pero al menos ya no quería que fuera una relación plagada de silencios hoscos o una especie de culpa.

Tom lo dijo con tal seriedad que cuando repitió su ‘te extraño mucho, Georg’, pensó que se explicaba como nunca en su vida. Estaba en paz al fin y si bien no quería que todo cambiara más allá de lo necesario, le hacía falta recobrar la seguridad.

Bill actuaba como siempre al lado del bajista y Tom quería que fuera lo mismo en su caso. Tampoco es que planeara contarle detalles de su vida privada que salieran sobrando en la amistad que mantenían, pero quería todo lo anterior de regreso. Salir de noche alguna vez, bromear y demás.

Lo dijo ya al final seguro de que iba por buen camino, cuando un gruñido bajo y parecido al de un animal, se dejó escuchar por todos lados…

—Duh –dijo Georg al asomar la cabeza por entre la cortina y soplar aire para apartarse un par de mechones de cabello pegados a la frente y al cuello con su sudor—. Perfecto, genial. Tan amigos como siempre pero vete a dormir.

Tom alzó una ceja. —¿De verdad oíste lo que dije?

—Tú, Bill, incesto, regresar a nuestra profunda amistad, uf –resopló de nuevo—. ¿Algo más? Si me perdí de algo ven mañana. Buenas noches –y como apareció, se volvió a ocultar.

A Tom no le quedó de otra que regresar a su litera y yacer con Bill invadiendo su espacio vital, pensando que por alguna razón, algo en todo aquello parecía raro…

 

Georg tenía ojeras a la siguiente mañana cuando se levantó del colchón y siguiendo un aroma irresistible, fue a dar a la cocina donde Gustav hacía su mejor intento de desayuno con magros y pasados ingredientes.

Olía como a tostadas con mantequilla y café. No mucho considerando que eran supuestas estrellas del rock, pero tras varios años sobreviviendo a la tacañería que Jost les ordenaba seguir cuando viajaban en el autobús, ya estaba acostumbrado, así que tras sentarse frente a su plato y dar un sorbo a su taza, recuperó el color.

Las palabras de Bill eran más que ciertas al respecto del café, porque el calor que le corrió desde el vientre hasta la punta de los dedos le dibujó una sonrisa suave que Gustav vio y correspondió regresando frente a la parrilla con espátula en mano.

¿Podía ser algo mejor que aquello? Georg no encontraba un modo de superarlo, excepto quizá si en lugar del atestado autobús de la gira, fuera una casa de dos pisos, un par de niños y un perro que moviera la cola cada que lo viera. Con Gustav por descontado en esa fantasía, pero entonces los niños no podrían estar… Tal vez no era algo tan agradable de pensar, pero la simple fantasía entró en su cabeza dando vueltas como torbellino y dejando una estampa de absoluta armonía familiar que quería vivir. Vivir con su Gusti…

—Hey, Gus, ¿Gato o perro? –Le preguntó de la nada. De momento era preferible guardarse los sueños imposibles, pero no pudo evitar averiguar al menos un detalle que le confiriera realidad a si fantasía. No era ningún crimen.

—Ambos –respondió el baterista. Se giró a verlo con una ceja alzada—, ¿Por qué? Mi cumpleaños no es hasta el próximo año. Preferiría calcetines o ropa interior.

—Ya, pero entonces sería tu abuela. Simple curiosidad –e ignoró el gesto que su amante le daba.

Gustav se volteó de nuevo, no muy convencido de la respuesta que había obtenido, pero tampoco tan picado en su curiosidad como para forzar la verdad. La suya le gustaba más: Brutus y Bolita de nieve le gustaban como nombres para el perro y el gato que podrían tener juntos. Quizá hasta ponerles Tom y Bill por pura venganza o Bom y Till para hacer todo aquello más bizarro…

Denegó con la cabeza mientras cortaba un poco de fruta para su desayuno y casi era un auto regaño de su parte por caer tan temprano en la mañana con los sueños que a veces le daban de vivir en la misma casa con Georg y compartir el resto de su vida.

Un par de meses atrás todo aquello podría haber sido bizarro, pero ahora… Suspiró mientras ponía la fruta recién cortada en un tazón y agregaba un poco de azúcar, ahora era una especie de deseo oculto que quería tener al menos una mínima esperanza de poder llegar a cumplir.

—Georg –dijo en voz baja, mirando por encima de su hombro—, ¿Tú crees que…? –“¿… tendremos un final de cuento de hadas?” quiso preguntar, pero le pareció bastante cursi. La cara le ardía ya así que bajó la mirada y rezó porque la tierra se lo tragara.

Lo cual el 99.9999% a la infinita no resulta, ya bien porque la tierra no tiene hambre y los terremotos no ocurren a deseo cada que a alguien se le antoja uno, como porque aclararlo todo siempre era una mejor opción.

Georg lo sabía, y atento a cada mínima fluctuación en el ánimo del baterista, dejó su asiento para abrazarlo por detrás y besar su nuca. Todo un placer que el rubio tuviera su cabello corto pues le dejaba libre acceso a zonas que nunca antes había disfrutado con ninguna chica.

Su mano serpenteó por su cintura y aunque no era el cuerpo de una mujer con su cintura estrecha o su trasero abultado contra su entrepierna, estaba mucho mejor. Gustav encajaba tan bien en su anatomía que fue natural el cerrar los ojos y aspirar su tenue fragancia justo por detrás de las orejas antes de plantar un beso y estremecerse. De lograr que por igual, Gustav temblara ante su caricia.

—¿Piensas en hacerlo en la cocina? –Jadeó el menor agarrándose del borde de la alacena porque las piernas le empezaban a fallar.

—Nah –respondió el bajista al morder su cuello con cuidado para no dejar marcas visibles—, sólo pensaba que el perro se podría llamar Tom y el gato Bill. Oh vamos, ¿Qué es lo gracioso? –Le picó el costado al darse cuenta de que reía.

—Uh, uh… —Siseó al baterista, dándose media vuelta y moliendo sus caderas contra las de Georg. Ambos estaban duros, lo cual no era nada de alarmarse siendo jóvenes, sanos y fuertes, por no mencionar excitados el uno con el otro, pero la mini cocina no parecía el mejor lugar—. Justo pensaba eso. Tendremos que compartir mascotas –susurró al levantar el rostro y sin perder un instante los ojos de Georg, besarlo en los labios.

—¿Y compartir casa? –Murmuró con los labios aún unidos, su respiración entrecortada de nervios por la posible respuesta. Sus manos, inquietas, bajaron de la espalda del rubio y apretaron su trasero con tanta fuerza que un quejido se dejó oír.

—Ya en esas compartimos la habitación principal –y deslizó su lengua por entre los labios del mayor, quien quiso profundizar el beso y hacer de aquello una escena clásica del cine mudo inclinando a Gustav y besándolo casi en horizontal, cuando un par de pies se hicieron notar por el pasillo.

Fue apenas una milésima de segundo en la que ambos se quedaron paralizados, aún usando de conector la lengua de Gustav, antes de casi saltar de sus pieles y correr en direcciones distintas tal cual si hubiera caído una bomba en la mesa.

El cuadro que encontró Tom no fue extraño a su particular visión del mundo, en la que si no eran cambios significativos, se le escurrían de la atención. Georg sentado encima de la mesa del comedor y Gustav con un cuchillo en la mano y al parecer, dispuesto a cortar… Aire. Una cara de ausente y un color pálido que contrastaba con una respiración entrecortada.

—Gus –le palmeó el hombro—, ¿Estás…?

—¡Bien! –Gritó el baterista dándose vuelta y evitando por poco, muy poco, apuñalar a Tom. Casi sin intenciones, que debía admitirse que ese ‘casi’ era la pieza fundamental en la oración; no que fuera hacerlo, pero las ganas que de pronto le dieron eran muy justificadas.

—Iba a decir loco –dijo Tom con ambas manos alzadas y dando pasos atrás. Justo iba a comentarle a Georg que Gustav parecía listo para el manicomio cuando se dio cuenta que más que un aliado, iba a encontrar que el ingreso sería doble.

Georg estaba cruzado de piernas encima de la mesa, lo cual podría ser de algún modo normal, pero para nada explica que estuviera relajado en una pose de súper modelo apoyado en un brazo que daba y terminaba justo en un plato. Una mano posada en su mísero desayuno de pan con mantequilla y los dedos temblando.

—Ok, sólo tengo que decirles que si descubrieron la hierba que estaba escondida en el retrete y la fumaron, no es mi culpa –y como si nada fue directo a la cafetera para servirse una taza que disfrutó a sorbos, para luego desaparecer, al parecer, para despertar a Bill.

—Nuestroperro se llamará Tom, eso te lo juro –gruñó el bajista al bajarse de la mesa—. Y me aseguraré de que sea un perro castrado…

 

Bill aprovechó un receso entre dos entrevistas de medios impresos para acercarse a Georg y lo más discreto posible, pasarle una pequeña botellita.

—Ahí tienes –canturreó, esperando un ‘gracias’ que nunca llegó—. Georg –lo pateó—, ¿Es el sabor? Puedo cambiarla. A Tom tampoco le gustan los de sabores frutales así que hay lubricante de piña, limón, manzana… —Enumeró contando con los dedos y mucha concentración—, kiwi y claro, tuti-fruti. Creo que tengo lubricante para regalar a todo mundo por culpa de sus manías con el coco —bufó.

—Hum –fue toda la respuesta que obtuvo, lo que bastó para conseguir su atención y sentarse a un lado de él lo más cerca posible. Por todos lados caminaban maquillistas y personal del staff así que en parte era seguro tener su conversación siempre y cuando no elevaran la voz más allá de lo que los demás hablaban.

—¿Mala suerte anoche? –Tanteó mordiéndose el labio inferior.

—También en la mañana –gruño el bajista al finalmente prestarle atención al lubricante y tras contemplarlo unos momentos, guardárselo en la bolsa del pantalón—. Alguien –imprimió un tono diferente—, decidió interrumpirnos y…

—¡Te juro que no fui yo! –Se disculpó Bill desde antes, pero al ver que Georg lo miraba con extrañeza, se contuvo—. Ok, no fui yo. Punto aclarado, ¿Entonces…?

Georg rodó los ojos. –Tom –dijo.

Prosiguió a contarle su primer infarto en la madrugada y la repetición que se dio en la mañana sin importarle que el menor de los gemelos se contuviera de reírse, lo cual hizo una vez se enteró de todo. Se cubrió el medio con ambos brazos casi hasta rodar al suelo y orinarse, pero como también tenía una imagen que cumplir, se contentó con carcajearse por un par de minutos pero sin permitir que las lágrimas le estropearan el maquillaje.

—No le veo lo gracioso –masculló el mayor—, pensé que se me iban a caer los calzones del susto.

—Bueno, eso pudo haber sido algo bueno –dijo Bill al enjugarse el borde de los ojos—. Si se tiene que enterar tarde o temprano, mejor que sea antes de que pase mucho tiempo.

—Ugh, Gustav me cortaría las bolas –confesó—. Él prefiere… Ejem, preferimos mantenerlo secreto al menos por un tiempo. –Trató de ignorar la mirada inquisitiva de Bill, pero era imposible—. Bien, bien, él lo prefiere así. Yo también, pero ya sabes, me gustaría que tú y Tom lo supieran. Antes que la familia, incluso. No sé si esto vaya a durar, pero siento que si ustedes dos lo saben así será. Esconderlo es de muy, muy mal agüero.

—Yo lo sé –puntualizó Bill con énfasis.

—Pero Tom no… ¡Y no quiero que se entere… Así, demonios, no! –Agregó al ver que el vocalista parecía dispuesto a abrir la boca y replicar.

—Ya, Georgie Pooh –le susurró con tono maternal al ponerse de pie y abrazarlo con fuerza.

Un par de personas que pasaron por ahí les dirigieron miradas raras, pero no se separaron. Bill porque en verdad quería confortar al bajista y Georg porque… Necesitaba un abrazo.

 

Era lujo. Lujuria… ¿Serían sinónimos? Pensaba entre cortos el cerebro de Georg, cuando con la espuma tibia por todo el cuerpo y Gustav encima, se sentían tan bien.

Podía ser uno de esos días en hotel en los que Jost se portaba menos tacaño que de costumbre -permitiendo que hubiera tina en el cuarto- pero no tan suelto de bolsillo -como para no hacerles compartir habitaciones-, que por lo demás estaba bien.

Las camas eran suaves, la tina era amplia y Gustav… Gustav lo tenía loco desde el momento en que se les anunció un par de horas libres. Quince minutos después de la noticia y con la bañera repleta de agua tibia y espuma con aroma a eucalipto, Gustav lo había arrastrado al baño para desvestirse, desvestirlo y proceder a darse una ducha que fuera más allá de lo que hacían desde una semana atrás en carretera.

Por tanto, con esponja en la mano Georg procedía a limpiar cada rincón de Gustav sin molestarle en lo más mínimo que cada toque que le prodigara ocasionara un gemido más alto que el anterior. Al diablo con el decoro si estaban a solas por primera vez en semanas y tenía el tiempo necesario para desquitarse las ansías.

Gustav por su parte tiraba del cabello del bajista, en lo que según era un intento de masaje al cuero cabelludo, pero que a causa de las manos de Georg, no lograba llevar más allá de jalonearlo. Sentado en su regazo y rodeando su cuello con ambos brazos, agradecía de mil amores el poder estar con ese tipo de cercanía.

Más aún, el momento se tornó íntimo y juguetón cuando la esponja que Georg maniobraba fue suprimida y las manos del bajista subían y bajaban por todos lados delineando cada uno de sus contornos. Eran un gesto tan privado y que sólo habían experimentado el uno con el otro que tenía un matiz plagado de sentimientos el cual siempre degeneraba en ojos tiernos y labios suaves. Era su manera de hacer el amor, más allá de lo que pudieran definir con palabras.

Por eso, cuando Georg tanteó entre el trasero de Gustav con una mano experta e introdujo un dedo, ninguno de los dos se atrevió a parpadear.

A su alrededor, el vapor del agua ascendió y se enroscó en torno a sus cuerpos quienes sin perder la cadencia mantenían el agua arremolinándose en torno suyo. Una quietud y una paz inexplicable que sólo era interrumpida por ocasionales jadeos o chapoteos de agua.

Gustav sonrió y sus ojos se estrecharon al sentir la deliciosa sensación de ser penetrado con un dedo más al que luego se le unió otro. Tres en total que se movían con delicadeza en su interior, pero al mismo tiempo con la fuerza necesaria para producir relámpagos en su interior.

—¿Estás listo? –Preguntó el bajista con el rostro en el pecho de su amante y mordisqueando una tetilla. Obtuvo un gemido lo bastante sonoro como para ser tomado como un rotundo ‘sí’ y procedió sacando sus dedos con cuidado y posicionando a Gustav en su sitio.

El menor se arrodilló con cuidado y atento a cualquier mínima reacción, Georg le ayudó a sentarse, lleno y tenso, sobre su regazo. Una sonrisa que parecía flotar en sus labios antes de besarse y dar tiempo a que Gustav estuviera listo para moverse.

Apenas un par de segundos antes de que un apretón se hiciera sentir y los ojos del bajista giraran al cielo del placer experimentado.

Como confirmación bastaba, sino, Gustav no sabía en lo que se metía dando falsas señales… Con eso en mente, Georg lo tomó de las caderas y hundiendo el rostro en su pecho, empezó un ritmo que el menor imitó y en el cual ambos se perdieron. El agua a su alrededor comenzó a salpicarse y a correr por el piso de azulejo, pero a ninguno de los dos pareció importarles.

Si todo iba bien, aquella hora en la tina los dejaría relajados. Y si la racha de buena suerte llovía como oro del cielo, podrían hacer un par de intentos en cada una de las camas.

Ambos rieron ante la idea con malicia y el ritmo de sus embestidas cobró velocidad mientras en sus vientres se acrecentaba la sensación de un torbellino dando vueltas al punto de tenerlos sin poder recordar ni su propio nombre… Hasta que…

Knock-knock… La mala suerte a veces tocaba a la puerta como en servicio a domicilio…

—No, no –casi chilló Gustav—, no te atrevas a detenerte, uh, deja que toquen lo que quieren… Ah, sólo no abras…

Georg ni siquiera tuvo palabras al respecto. Su respuesta fue un gruñido parecido al que hacen los animales en épocas de celo y con eso su cadera cobró vida propia. El agua saltó alrededor de ambos como géiser, pero el ruido de la puerta se escuchó más fuerte.

—Nooo, ¡Mierda! –Maldijo Georg perdiendo la concentración, el ánimo y hasta las ganas con los golpes que se dejaban escuchar. Ya no eran aquel par de suaves toques sobre la madera, como mano de niña, sino golpes recios y varoniles que no podrían provenir de nadie más que…

—Es Tom, por Dios santo… —Se resignó Gustav. Miró por encima de su hombro hacía la puerta abierta y resopló. Un quejido por parte de sus labios cuando Georg salió de su interior y otro más al abandonar la bañera y envolverse con una toalla—. Cámbiate –ordenó sin más al salir del agua.

—Uh –fue su respuesta. Georg golpeó el agua y se salpicó el rostro. De la frustración que le entró, hasta ganas le dieron de ahogarse en la bañera…

 

—¿Qué diablos le pasa? Bill, di algo… —Susurró Georg al ver que Tom entraba a la habitación que compartía con Gustav, cargando lo que parecía todo su equipaje. De hecho, era todo su equipaje, como después comprobó al ver que abría maletas y sacaba su colección de gorras para alinearlas en la cama tal y como hacía cuando reclamaba una habitación como suya.

—No me preguntes a mí –masculló el menor yendo directo al mini bar y sacando tres cervezas: la primera para él, la segunda para Georg, aún envuelto en la toalla y húmedo y la tercera para Gustav, que estaba en ropa interior y con expresión patibularia.

—Oh vamos, esto será divertido –dijo Tom al ver que todos se quedaban en silencio—. Hoy dormiré con Georg para disfrutar una noche de aquellas; beberemos cerveza, jugaremos póker, sacaremos mi consola de playstation –le codeó al bajista el costado e ignoró su mueca—. Te pondré una paliza en Guitar Hero II.

—Yo te pondré una paliza –masculló Gustav, uno de sus ojos casi saltando de su órbita.

—Lo siento, sólo cuerdas esta noche –rió Tom sin darse cuenta de la tensión en el aire—. De todos modos Gus, siempre te quejas de que Georg ronca. Esta noche puedes dormir con Bill y descansar.

Y sin darles tiempo de más, sacó sus maletas, lo sacó a él junto con Bill y les cerró la puerta en la cara.

—¡Lo mato! ¡Juro que lo mato! –Se escuchó un segundo después, pero a juzgar por las voces, según comprendió Georg, venían tanto de Bill como de Gustav.

 

En los días posteriores, Tom se las ingenió de la manera más casual y poco intencionada de seguir interrumpiendo a Georg y a Gustav… Una vez más en las literas, en el estudio de grabación, y para colmo, en un hotel anónimo al cual habían huido una mañana libre. Su llamada al móvil de Georg fue el acabose para Gustav, quien se lo quitó de encima y salió azotando la puerta mientras gritaba improperios.

Aquello era el colmo. Ni una pizca de intimidad se podía tener, pero tampoco era de reclamársela a Tom, quien con obviedad se esforzaba en tener una mejor relación con el bajista. La única opción posible de salir de aquel embrollo era confesarle sin más lo sucedía y porqué diablos sus interrupciones ocasionaban que la sangre corriera.

Claro que para decirle de su relación con Gustav, el mismo Gustav tenía que aprobarlo. Pensarlo ya era una pesadilla, decírselo sería ser eunuco sin uso de anestesia. Sólo imaginarlo le hacía tragar con dificultad y reducía su entusiasmo por acortar de algún modo su tortura.

Ser interrumpidos cada que la temperatura subía le estaba ocasionando un dolor de testículos que en un par de días sería tan grande como para no dejarlo caminar.

—Mierda… —Murmuró. En su oído, Tom seguía hablando—. Ok, saldremos. Ahora voy a colgar… Ajá… Sí… Esta noche. Temprano, lo sé… Yo también. Adiós.

—Parece tu novia;¡Argh! Por lo más sagrado de este mundo, me cago en Diox –resopló Gustav desde la puerta—. Te juro que si nos vuelve a interrumpir, si tú lo permites, pagarás junto con él –se cruzó de brazos—. Es en serio, Georg.

El aludido sólo se sentó en la cama y hundió la cabeza en su regazo. Aquello le daba dolor de cabeza. Su erección, en definitiva, había huido. Vaya día de mierda.

—¿Nos vamos? –Preguntó Gustav manteniendo el tono frío de su voz.

—Seh –suspiró al pararse—. Nos vamos…

Se contuvo de agregar: “Al mismísimo infierno”. Esperándolo en el hotel, Tom prometía pizza, cerveza y una sesión de videojuegos… ¿En que momento el mayor de los Kaulitz se había convertido en su novia? Eso Georg no lo sabía; negaba con la cabeza en repetida confirmación al respecto.

 

—Wow, sólo mírala –señaló el mayor de los gemelos con un dedo discreto a una pelirroja que avanzaba por entre el abarrotado bar y se contoneaba con su falda corta—. Georg, reacciona. Esa chica pide una buena meneada.

—No sé… —Intentó excusarse el bajista. A su lado, Gustav le lanzaba miradas de muerte—. No parece de mi tipo.

—Tú no tienes tipo. Anda, elije una. ¿Qué tal esa…? –Señaló esta vez a una preciosura de largas piernas y cabello lacio color negro que le enmarcaba el rostro que se dirigía a la barra con soltura.

—Esa es Bill –gruñó Gustav. Ignoró el que Tom se ahogara con su trago y directo a Georg, espetó—: me quiero ir. Ya.

El bajista arrugó el ceño. Él también quería irse del lugar. Desde que tenía a Gustav en su vida bajo una nueva perspectiva, sus noches de fin de semana ideales eran ellos dos retozando desnudos en la misma cama, si acaso con un tazón de maíz tostado y una suave manta encima, no en un bar con la música pulsando en sus oídos de manera dolorosa y Tom intentándole conseguir chicas bajo la mirada atónita de Gustav que no podía rezongar pero que lo tenía como amenazado con cuchillo de carnicero.

En cualquier otro momento le habría dado la razón, se habría puesto de piel y salido detrás de él, pero algo en el tono con el que lo dijo puso sus sentidos en alerta. De no ser porque Gustav no era una perra, pensaría, bueno, que se estaba portando como tal… Esa entonación no auguraba nada bueno.

—Hey, ¿Qué pasa? –Preguntó al fingir que se inclinaba un poco. Su mano buscó la rodilla del baterista por debajo de la mesa y le dio un apretón.

—Me quiero ir. Esto no es divertido. Estoy harto –siseó todo de golpe—. Y si Tom no deja de buscarte chica le voy a romper un par de dientes.

—Wow, calma –intentó tranquilizarle—. Tú sabes que no me voy a ir con nadie. Y Tom fanfarronea; estoy seguro que se va a ir con Bill así que… —La mano subió por su muslo—, ¿Dentro de cinco minutos en el sanitario?–Le guiñó un ojo.

Gustav bajó el rostro. Georg sintió la compañía de una mano sobra la suya y el recorrido que hizo hasta llegar a la entrepierna del baterista. Bajo la tela de sus pantalones un bulto reclamaba atención y exudaba calor.

—Es un sí –dijo poniéndose de pie y desapareciendo en lo que Georg adivinó que era el baño. Miró su reloj y no pudo controlar su rictus facial cuando una sonrisa radiante se le extendió por el rostro.

—… Entonces es un sí –dijo de la nada Tom, alzó un brazo y dos chicas llegaron. Georg no pudo evitar preguntarse como Tom había decidido que era un sí a… ¿Conseguir un par de desnudistas? Cualquier seña que se le hubiera salido, en definitiva no podía ser una chica sobre su regazo.

—Ugh –gruñó después de las presentaciones y un par de frases torpes. No podía con la rubia que le intentaba lamer el cuello; era peor que tener un perro grande y peludo respirando encima y para colmo no tenía cinco minutos de retraso, sino diez. El tedio le robaba la vida.

Conclusión: Gustav lo iba a matar…

Lo mejor que pudo alegó ir por una nueva tanda de bebidas y corrió en dirección a los baños, que para rematar estaban sucios y atestados. Gustav, parado junto a la puerta, tenía mal aspecto.

—No te voy a pedir que vengas conmigo, pero yo me largo. Diviértete –murmuró al verlo llegar. Se dio media vuelta, al parecer rumbo a la salida y sin palabras, Georg lo siguió de cerca.

No lo tocó y la distancia que mantuvieron fue más que prudencial, pero Tom los vio marchar y sin darle aviso a Bill, los siguió.

Un poco ebrio ya, se tambaleó un poco hasta la salida, donde los encontró buscando un taxi lo más apartados posibles de la multitud que entraba y salía del local. Alzó una mano para hacerse ver, pero fuera el ruido o personas cruzándose por enfrente, no lo vieron. Optó por acercarse.

Con tan mala suerte, que el tiempo que tardó para llegar con ambos le hizo sentir un dolor de estómago. Algo en su interior se retorció de manera nada agradable mientras un par de piezas caían en el cuadro que dos de sus mejores amigos conformaban.

Fue apenas una mirada, quizá el ligero roce de sus hombros cuando intercambiaron una broma, pero lo supo en ese mismo instante y la carencia de inhibiciones le obnubiló el racionamiento.

—¿Qué diablos…? –Casi escupió. No era justificable, pero una bilis amarga, unas ganas de vomitar, lo invadieron de golpe. Se fue directo de rodillas contra el pavimento y por más que lo evitó, el estómago se le vació entre estertores.

—¿Tom? Hey, Tom… —Georg se arrodilló a su lado apenas lo vio caer y Gustav hizo lo propio, que si bien Tom les había estado cargando la última semana, seguía siendo su amigo. Antes tendría que interrumpirlo mil veces para dejarlo tirado en el pavimento como vil vagabundo.

—¡Tomi! ¿Qué tiene? –Chilló Bill. Tras ver a aquellos tres salir los había seguido de cerca. Dado que el ambiente seguía ligero, al inclinarse para ayudarlo a limpiarse la boca, se sorprendió de ver una especie de rechazo en sus ojos. Con las pupilas dilatadas, recordaba la mala imagen que solía tener cuando estaba furioso. Porque en aquel instante, Tom lo estaba.

—Qué va a ser, este idiota otra vez tomó demasiado –dijo Georg, antes de atragantarse con sus palabras cuando Tom levantó la mirada y fue como estrellarse de frente contra las peores malas noticias. Su boca se contrajo, incapaz de discernir porqué de pronto sentía que había recibido un puñetazo en pleno rostro.

Tom se sacudió su mano del hombro y se volteó. Hizo su mejor intento de levantarse, pero casi se iba de costado. El dolor en el estómago acrecentado con la náusea sólo empeoraba y le daban ganas de soltarse gritando por la revelación que le acababa de llegar. Aquello era desagradable en extremo.

—¿Tomi…? –Bill intentó sujetarlo al ver que enfilaba por la calle a paso rápido—. Tom, espera… —Corrió por alcanzarlo, lo mismo que Georg y Gustav quienes seguían sin entender nada de aquello.

—Para ya, Kaulitz –le frenó por los hombros el bajista, antes de recibir de frente un empujón que lo hizo trastabillar—. ¡¿Y a ti qué putas te pasa?!

—Calma los dos –se interpuso Gustav. Todo aquello le daba mala espina, no sólo por lo errático del comportamiento de Tom, sino porque al parecer todo iba cuesta abajo.

—Oh por Dios, no puede ser cierto… —A Tom se le quebró la voz mientras se cruzaba ambos brazos por el estómago y se posicionaba en cuclillas, al parecer dispuesto a vomitar de nuevo.

—Ha bebido mucho –intento disculparlo Bill. Hizo su mejor esfuerzo de poner en pie a Tom para coger un taxi y salir lo más rápido de ahí pero era imposible con su nula cooperación.

Un par de transeúntes se acercaron y el pequeño grupo de curiosos comenzó a murmurar tanto el nombre de la banda como algunos nombres.

Por fortuna, entre todo aquel desastre, Gustav consiguió detener a un taxi en cual se subieron apenas la puerta se cerró. Una pesadez tremenda que se instauró en el ambiente y que empeoró con Tom vomitando por tercera vez, esta vez una plasta de saliva, y el taxista gritando en una mezcla de alemán con turco por lo que parecía ser la limpieza de su vehículo a lo que pedía indemnización.

—Ustedes dos me dan asco –escupió al fin el mayor de los gemelos. Se limpió la boca con el borde de la manga y clavó sus ojos primero en Gustav y luego en Georg, a quien miró con un desprecio capaz de perforar muros—. Ustedes par de… —Bill se aferró a su brazo y trató de acallarlo, pero las palabras igual salieron de su boca— maricas.

—Tomi… —Chilló Bill, incapaz de prever lo que sucedería—. Cállate, no digas nada…

—Paren el maldito taxi –balbuceó Gustav haciendo puños ambas manos y mirando sus rodillas sin enfocar nada más—. ¿Qué no me oyó? –Le espetó al taxista, quien empezó a orillarse sobre la acera—. ¡Detenga el condenado taxi de una vez! ¡Ya!

—Gustav, está bien. Yo, yo… Yo te entiendo –se atragantó Bill, pero en su intención de confortar no sirvió más que para acrecentar la rabia y la vergüenza que el baterista sentía—. Tomi sólo está ebrio, por favor. Gus, espera…

—¿Tú ya lo sabías?

—Gus…

—¡Responde a la maldita pregunta! –Gritó. Un asentimiento fue toda la respuesta que necesitó para cobrar valor y alejarse.

Para entonces Georg despertó de su shock a tiempo de ver que Gustav abría la puertezuela y parecía dispuesto de huir.

Quiso llamarlo por su nombre, pero la puerta se azotó con estrépito y un segundo después, Gustav ya no estaba más. Se había ido…

—Ay no –musitó Bill.

—Ugh –dijo Georg—. Estamos jodidos.

—Condenadamente jodidos –confirmó Bill.

—El taxista quiere que le paguen; parece que alguien vomito… –hipó Tom con ojos pesados antes de deslizarse a un costado y comenzar a roncar…

 

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