Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

… SU AUSENCIA SE HACE PRESENTE…

 

—¡Pero quién se cree! –Azotó Bill la puerta del taxi convencido de que era una estafa pagar más de 100€ por la limpieza del tapizado que Tom había vomitado. En su opinión, el jugo gástrico favorecía ese terrible tono oscuro que recordaba al lodo, pero sus pretextos sirvieron de poco cuando el fulano se puso pesado y amenazó con conducirlos a la estación de policía en lugar de a su hotel sino l indemnizaban el estropicio hecho.

—Oh Bill, ya déjalo por la paz. Puf, muero por tirar a Tom en su habitación –exhaló al intentar evitar que el mayor de los gemelos se fuera de lado y se estrellase contra el suelo como madera vieja.

Ebrio, sin un zapato y sin miras de recuperarlo, por no mencionar la boca abierta y la resaca que parecía estar formándose en su interior, Tom colgaba inerte del costado del bajista. Apenas si parecía respirar, pero ni a Georg ni a Bill parecía interesarles aquello luego de lo sucedido.

—Ya, pero Tom pagará –murmuró al colocarse al otro lado de su gemelo y tras pasarse su brazo flácido por encima del hombro, ayudó a llevarlo por el desierto corredor que llevaba a sus habitaciones.

El transcurso por el elevador amainó los sentimientos de todos en su corto trayecto a la planta que ocupaban aquellos cuatro y unos cuantos más del equipo. Jost por ejemplo…

—Uh, mierda –murmuraron al unísono Georg y Bill al ver a su manager de brazos cruzados, en pijama y con el aspecto que deben de tener las esposas que esperan al marido pasada la medianoche y que reconocen el aliento alcohólico y las manchas de labial.

Claro que descontando lo último, y que Tom era el único ebrio, al menos el regaño no debería de ser tan fuerte o al menos eso pensaban al acercarse hasta que el rechinido de dientes que David hacía hizo eco por el pasillo.

—¡Ustedes dos, par de idiotas! –Puntualizó ante los gemelos, extendiendo un dedo largo que apuntaba amenazadoramente a un pálido Bill y a un inconsciente Tom. Se giró sobre sus pies con presteza—. ¡Y tú, grandísimo…! –La palabra que venía o era enorme o era una palabrota porque el tono de voz que se elevó, lo mismo que la rabia que exudaba, sacaron a Tom de su letargo, quien parpadeó y se quejó ante el repentino dolor de cabeza que lo atacó.

—¡Ouch, ouch, ouch! –Se quejó al recargar la frente en el cuello de Bill y desearse enterrar vivo en esa zona. Si contaba con que el alcohol aún fluía libre en su interior, entonces no quería ni imaginar cuál reacción tendría cuando al final saliera—. Tomi Pooh se quiere ir a dormir –gimoteó, ausente de lo que Jost les gritaba con una vena sobresaliendo en su frente.

—¡¿Perdón?! –Jost se talló la cara con incredulidad.

—David, quiero decirte de antemano que lo siento. Lo sentimos –puntualizó Bill dando un par de tentativos pasos hacía atrás muy dispuesto a huir si la situación lo requería—. Nunca fue nuestra intención que ocurriera, pero si eres tan bueno y generoso como para darnos una segunda oportunidad, todo quedará solucionado y tal como antes de que sucediera –tragó con dificultad—. ¿Sí? –Intentó con sus mejores ojos de cachorro apaleado.

Jost soltó una carcajada tal que Tom arrugó el rostro entero por la migraña que le entraba cada ‘ja’ que soltaba. Sus tripas, delicadas ya de nacimiento y maltratadas por una noche de juerga, crujieron amenazadoramente de hacerle vomitar de nuevo.

—¿Perdonar qué,  Bill? –Preguntó el adulto con una voz que rayaba en lo malévolo con su tono azucarado. Daba más miedo que con sus gritos, por lo que a Bill se le erizaron los vellos de la nuca.

—Eso que hicimos –barbotó el menor de los gemelos al ver que su treta no funcionaba. Soltó a Tom que se quedó colgando en el aire apenas sostenido por un petrificado Georg de ojos enormes y facciones aterrorizadas, para pulsar el botón del ascensor con ademanes repetitivos.

—¿Y qué fue lo que hicieron? –Continuó Jost como si todo aquello fuera un juego de preguntas y respuestas en el que el resultado se vislumbraría al final. Por evidencia, daba como resultados oraciones del tipo ‘Lo que los chicos de Tokio Hotel arruinaron’ que siempre eran tan variadas que querer atinar una de ellas era como no querer pisar la arena en el mar.

—Uhm –Bill miró por consejo a Georg, que cargando la pena de Gustav y además un regaño, estaba con la mente en blanco para inventar excusas—. ¿La abolladura en la esquina del autobús? Ops, pero alego en mi defensa que el conductor dejó las llaves y por ello la tentación. –Se fijó que los puños de su manager se apretaban y concluyó que no era la respuesta esperada, por no mencionar que se delataba de una travesura aún sin descubrir.

—Si es por aquella cuenta de películas porno en pago por evento –suspiróGeorg al pensar en quién hacer recaer la culpa—¡Acuso a Tom!

—¡Yo igual! –Secundó Bill, que en vista de que el elevador no aparecía por ningún piso cercano al que se encontraban, prefería embarrar a su gemelo que morir a manos de Jost.

Por desgracia, nada de lo que le decían parecía amainar su furia. Conforme enumeraban sus ‘pequeñas travesuras’ a su manager, las cuales incluían un par desconocidas y sin autoría concreta como quién había tirado refresco sobre los amplificadores o el misterio de un incendio en el departamento de la banda hacía apenas unos meses atrás, parecía que a Jost le salían cuernos a ambos lados de la cabeza y las llamas del infierno se le proyectaban en los ojos.

—¡Basta, ya no quiero saber! ¡Silencio! –Los calló, harto al fin de todo lo que se venía a enterar.

Con sus gritos, Bill y Georg se quedaron como estatuas, aterrados de la que se les venía encima. Una grande y gorda debía de ser para que ni las anteriores hicieran mella en el ánimo de David. Una que no tenía comparación o de otra manera, ya estaría haciendo barullo por lo anterior.

Pero mientras ellos dos permanecían quietos, Tom se arrodilló y lo más educadamente que pudo, dadas las circunstancias, vació su estómago contra el alfombrado, con tanta mala suerte, que un poco salpicó en las sandalias de peluche que Jost usaba.

—No me siento bien –murmuró limpiándose la boca, pero con evidente alivio al expulsar sus demonios internos—. Me voy a ir a dormir –anunció como si nada, pero al mirar alrededor descubrió que moverse no era bueno. Respirar tampoco—. ¿Me perdí de algo?

—Gustav… Dijo David sin más. Se cruzó de brazos por encima de sus ropas de dormir y tanto a Georg como a Bill se les vino el alma al suelo—. ¿Y bien, algo qué decir al respecto?

—Gustav, verás, él… Él… —Tartamudeó el menor de los gemelos. Sus manos gesticulando como con vida propia y los engranes de su cabeza haciendo los mismos ruidos que el Titanic antes de estrellarse contra el iceberg mientras pensaba en alguna excusa plausible para que el baterista no llegara con ellos—. No lo creerás, ni yo mismo lo creo y eso que lo vi –puntualizó abriendo mucho los ojos para dar énfasis a lo que decía, pero pareciendo loco.

—Vomitó en el taxi, ¿Puedes creerlo, Dave? –Dijo Tom, de cuatro patas y con la gorra torcida—. Una cosa horrible y maloliente. El taxista casi –eructó con fuerza –nos sacaba a patadas. De no ser porque me ofrecí a pagar la cuenta de la limpieza, no se lo que habría pasado.

—¿Ah sí? –Buscó confirmación su manager con una voz dulce en extremo. Era como recibir una paleta de caramelo… En el trasero—. ¿Quieren agregar algo?

—¡Luego el muy borracho se salió del taxi y azotó la puerta! Tsk –negó Tom con la cabeza. En falso equilibrio, se fue de espaldas y su trasero golpeó el alfombrado del pasillo con un violento ‘tud’ que se escuchó por toda la planta—. No me extrañaría su mañana sale en los diarios por una conducta tan inapropiada a la imagen de la banda. De ser tú, hablaría muy seriamente con él.

Georg rodó los ojos al tiempo que rezaba a todo lo conocido y lo desconocido porque su suplicio llegara a un fin que no incluyera su castración. A sus ojos, Jost estaba que sacaba chispas porque era evidente que sabía la verdad, que se trataba de algo con Gustav y que las mentiras de Tom eran como limón contra la herida.

—Curiosa historia. ¿No hay por ahí una abducción de ovnis? ¿Un par de fangirl de grandes tetas que tengan algo qué ver? ¿Georg? –Preguntó mirando fijamente al bajista, quien enumeró los segundos que el silencio duró al hacerse presente. Su cuenta llegó a veinte antes de atreverse siquiera a volver a respirar. Su cuerpo dolía entero de los nervios por no mencionar un torrente de adrenalina fluyendo por cada extremidad y haciendo más difícil respirar.

—Uhmmm… —Salió de su boca entreabierta, lo que equivalía a pena de muerte.

—Verán –puntualizó su manager juntando ambas manos al frente de su pecho—. Hace escasa media hora llegó Gustav, ajá, el Gustav que todos amamos y respetamos. Gustav mi baterista y su baterista –guiñó un ojo a Bill que de nuevo parecía dispuesto a emprender la retirada con piernas ágiles—. Pues como os decía, el ya mencionado baterista de la banda de Tokio Hotel, ya saben, su banda, la banda que yo manejo con todo cuidado porque si no alguien patea mi trasero desde los altos mandos… —Sus nudillos crujieron al tronarlos uno por uno y con cada golpe del hueso era como esperar la tortura más sonada—. ¿He sido claro? ¿Sabemos que hablamos de Gustav?

—¿Schäfer? –Intentó bromear Tom, pero se le murieron las risas en la garganta—. Duh, veo que Gus se ha metido en líos.

—Cállate, Tom –murmuró Georg, con tan pésima estrella que todo el malhumor de Jost se arremolinó a su alrededor.

—Veamos que es tan importante como para callar a Tom –se cruzó de brazos y caminó hasta a estar a escasos treinta centímetros. Jost podía ser más pequeño de estatura que el bajista, pero su aura maligna al estar furioso, no tenía símil posible. Era el mismísimo demonio.

—Yo… —Intentó excusarse—. Gustav…

—¿Tú y Gustav? –Arqueó una ceja David. Georg enrojeció al instante.

—Lo que Georg quiere decir es que han discutido –ayudó Bill, interponiéndose entre ambos e implorando al destino no estropear nada con su intento de salvación—. David, creo que exageras –intentó aligerar la situación. Actuando como críos, le daban poder; siendo adultos, no le quedaría de otra más que tratarlos como iguales.

—¡¿Qué exagero?! ¡Me dices eso cuando mi baterista estrella se ha ido! ¡Pero en qué jodido mundo vives tú! ¡Tanta laca en la cabeza ya te pudrió el cerebro según me dejas entender! –Sus palabras los golpearon con fuerza; a Tom más que se tapó los oídos con ambas manos y amenazó por redecorar el tapizado de la planta entera con sus vómitos.

—¿Gustav se…? –Las palabras se le murieron a Georg en los labios. Quiso decir algo más pero los ojos se le humedecieron de manera tan ridícula que temió comprometerse más, si es que era posible, llorando como el chiquillo que se sentía. Era como un abandono extraño que sólo había experimentado la primera vez que habían salido de tour y que había dejado su casa. Sólo que esta vez eran diez veces peor. Al menos, pensó, la vez pasada Gustav estaba con él. Entonces como amigo, ya consolaba.

—¡Se fue, se largó! Maletas y adiós –Suspiró con más fuerza de la necesaria para expresarse—. Ok, sólo por una semana. Pidió una semana de descanso de todos ustedes y por el aspecto que tenía, negársela era buscar que mañana amaneciera colgado en su cuarto. Es más fácil darle siete días que cubrir un suicidio; eso nos arruinaría…

—¿Tenemos vacaciones? –Preguntó Tom desde el suelo y con la frente arrugándose en concentración.

—No, Gustav tiene una semana de vacaciones. Ustedes tres… —Apuntó uno a uno con su dedo –estarán deseando morir esta misma semana…

Tres gruñidos. Genial, una semana con Jost… Una semana sin Gustav…

 

Por otro lado y ajeno a lo que sucedía en el hotel en el que hasta hace una escasa hora se hospedaba, Gustav recargaba su rostro contra el cristal del taxi mientras avanzaba casi por deslizamiento por extrañas calles. Por fortuna, no el mismo taxi que Tom había vomitado y mejor aún, con un conductor silencioso que obedeció instrucciones sin hacer preguntas o intentos de conversación insulsa. Quiero en su asiento, escuchaba la radio a tan bajo volumen que parecía música de ascensor.

Aplastado como un trozo de mierda que alguien pisa en la calle por error, era como Gustav se sentía. Una especie de desecho que valía poco, pero entonces y temiendo el riesgo de volverse alguna especie de guiñapo cursi, optó por sacar una barra de caramelo de su maleta y darle una buena mordida.

El dulce se derritió en su boca con tan delicioso sabor, que un calor le subió desde el estómago por su espalda y se extendió como agua caliente por brazos y piernas. En su opinión, nada mejor que un par de galletas de su abuela para contrarrestar cualquier decepción, amorosa o no, pero a falta de ellas desde que la abuela Schäfer había muerto años atrás, quedaba la solución de los chocolates.

Uno más y hasta se atrevió a salir de su mutismo para preguntar la hora al conductor y averiguar que dentro de poco serían las tres de la mañana. Un poco más por la ciudad y llegaría. No al amanecer ni haciendo su entrada triunfal al apartamento de siempre que compartían entre los chicos de la banda, pero era mejor así.

Algo en llegar solo por primera vez en su vida, matizaba todo con un velo de tristeza.

Recordaba que la última vez que habían estado ahí era meses atrás y ni siquiera entonces Georg estaba en su vida del modo en el que lo estaba ahora… O lo estaba al menos un par de horas atrás.

Mordió entonces lo que sería su tercer empaque de caramelo y se acomodó en el asiento pues faltaba por llegar. El trayecto podría ser deprimente pero se tenía que hacer, lo mismo que tomar esos siete días lo mejor que podía porque regresando no estaría más la excusa de un descanso de todos ellos. Jost no toleraría más.

Claro que el pobre hombre soportaba hasta una bomba nuclear. El fin del mundo lo encontraría en el negocio de la música al lado de las cucarachas porque el condenado parecía inmortal. Si ya había sobrevivido a incontables trastadas de los gemelos y una serie de calamidades una tras de otra al manejar a un cuarteto de adolescentes por años, lo haría una semana en su ausencia.

Por supuesto que también influía el factor de habérsele presentado de madrugada a la habitación y con expresión patibularia amenazar con una semana de vacaciones o el retiro de la banda. Una baladronada total, pero Gustav no estaba en aquel momento para meditar opciones. Pidió, obtuvo y por eso se encontraba viajando a 60 km/h rumbo a la semana más triste de su vida.

Las horas 168 más míseras desde que descubrió cuanto amaba a Georg… Ciento sesenta y ocho… Vaya número.

 

—Hey –le zarandeó un brazo. Gustav abrió un ojo para encontrarse de frente al conductor, un amable hombre mayor con sus maletas en la mano y enmarcado en el portal del viejo departamento que pertenecía a la disquera, daba un aspecto deprimente a la soledad que le esperaba al entrar a la propiedad—. Llegamos, chico.

Gustav gimió en queja. Sentía que no tenía más de dos minutos dormidos y de pronto su reloj le confirmó la extraña hora de las cuatro de la mañana en donde no se sabe si es exageradamente tarde o temprano. Como fuera, se limitó a pagar la cuenta y sacar la llave que David le había dado.

Entró al fin y sin molestarse en acomodar su ropa o verificar nada en el refrigerador, se dejó caer en el viejo sofá. Olía a viejo, a polvo y picaba, pero estaba tan cansado. Parpadeando un poco, se sacó los zapatos y cayó en un sueño que no tuvo nada que envidiar al de todas las noches.

Casi… La extraña sensación que le daba no tener a Georg abrazándole para no caer, se hizo patente. Un poco nomás.

 

Casi a la misma hora en la que Gustav caía dormido, sus compañeros de banda eran despertados… Jost les dijo que en vista de que no tenían baterista para ensayar y con todas las entrevistas, apariciones de radio y televisión, lo mismo que sesiones fotográficas, de firma de discos o lo que fuera que envolviera  a Tokio Hotel estaban canceladas, lo que quedaba por hacer era…

—¿Ejercicio? –Intentó confirmar Bill al despegar la cabeza de la almohada, pero no más allá de un par de centímetros antes de volver a dejarse caer—. Ugh, eso es para…

—¿Gente sana? –Apuntó Georg—. Vamos, mis michelines son sexys y si los gemelos pierden un kilo parecerán anoréxicos. Más anoréxicos…

Tom no dijo nada. Tirado en el suelo al lado de lo que parecían los restos licuados de sus intestinos, rodó a su otro lado en un intento de evadir la luz ofensiva que le caía en el rostro, pero sin éxito. David le dio una patada en el costado y tuvo que sentarse frotándose los ojos e inquieto por la hora.

—Pero si nos hemos acostado hace dos horas –refunfuñó Bill al salir de la cama que compartía con el bajista y estremecerse al tocar el suelo frío con los pies descalzos.

Como parte del castigo, David decidió que dos habitaciones era un lujo impensable así que tras cancelar una, los redujo en el mismo espacio a los tres, dando como resultado incomodidad. “Un hombre sádico” en definición de Bill, que tras la regañina de la noche anterior, parecía cachorro apaleado.

—¿Ah sí? Bueno, afuera sale el sol. Nada mejor que un poco de ejercicio subiendo maletas al autobús –les dijo tras consultar su reloj de pulso.

—¿Para qué? –Gruñó Bill a través de la almohada—. Yo acepto hacer aeróbics pero nada de pesas.

—Porque obviamente dormirán en el autobús esta semana. Un hotel es para cuando lo merecen, no cuando me tienen rozando la locura, así que todos en pie –jaló las cobijas hasta dejarlos destapados y temblando por el frío matinal –y manos a la obra. Tenemos que salir antes de las doce.

—¿Y a dónde vamos a ir? –Barbotó Tom con la voz espesa por el sueño.

—Vacaciones de ensueño –dijo David con un tono que no auguraba lo que prometía—. Aprenderán a comportarse y a apreciar lo que tienen estando una semana en el autobús. No hotel, no baños de tina, camas de plumas y sueñen con comida caliente.

—Que te den, David –gruñó alguien, pero el aludido lo dejó pasar. Fuera quien fuera el que lo expresó en voz alta, hablaba por todos.

 

Gustav por el contrario, tuvo un mejor amanecer. Para cuando la habitación de hotel venció y todos estaban apretados en las cuatro estrechas paredes del autobús, él despertó, el día adquirió hasta un mejor color.

Ningún pájaro sonaba sus melodías a su ventana o el sol brillaba con resplandor por las ventas cerradas, pero ya era mejor que lo que Gustav pensaba. Ni exceso de polvo ni un desastre; después de su partida la última vez, era evidente que la limpieza había sucedido por el lugar. Si acaso un poco triste el ambiente, pero Gustav lo pasó por alto poniéndose en pie para ir al baño.

Orinando y planeando su desayuno, no se permitió ni tratar de enfocar su perspectiva más allá de los siete días libres que tenía; tener aquello en mente le podría cortar hasta las ganas de estar despierto, así que sacudiéndose el pene en la mano al terminar de orinar y tras guardárselo en el pantalón, decidió que serían huevos. Panqueques. Fruta. Un gran batido de chocolate. Nada más.

El resto de la mañana y ya tras haber comido como nunca antes, decidió sentarse en la sala a mirar el televisor, lo que pasó a ser una experiencia del todo nueva en ese lugar al no tener que pelear por qué programa o película ver, o por tener que soportar el constante cambio de canales al que Bill sometía a todos cuando el control remoto caía en sus manos.

Era toda una nueva gama de sensaciones subir los pies a la mesilla de centro, comer su maíz tostado sin tener que compartirlo y más aún, disfrutar del canal educativo sin soportar los ronquidos, las burlas o la eterna cantaleta de “Gus, cámbiale”. No que a fin de cuentas fuera algo que quisiese ver. Cinco minutos después optó por una vieja película y tras otros cinco, una caricatura infantil.

Sin remedio, suspiró decidiendo que un baño sería lo mejor.

 

Tres días después… Bill estalló en llanto histérico.

No, no por ser una princesa encerrada en el castillo, sino por ser una diva cautiva en un autobús maloliente con un hermano hipócritamente homofóbico y un amigo montado en cólera. Ambos gritándose hasta de lo que se iban a morir…

—¡Incestuoso del orto! –Reculaba Georg al lanzarle a Tom un puño de sus gorras con toda la rabia que venía acumulando de días atrás—. ¡¿Cómo carajos te atreves a decir algo al respecto si te tiras a tu hermano?! ¡Hipócrita de mierda!

—¡Pervertido! –Respondía Tom recogiendo sus preciosas gorras y dispuesto a matar—. ¡Es Gustav, por el amor de Dios, es casi un hermano!

—¡Casi es la maldita palabra que necesitas entender! ¡C-A-S-I! ¡No es lo mismo, joder! ¡Como un hermano no es lo mismo que un verdadero hermano! ¡Y gemelo; bombo y platillo!

Y continuaban… A Bill le rechinaban los oídos de escuchar lo mismo repetirse una y otra vez como disco rayado mientras intentaba hacer pasar su mísera semana lo más rápido posible. Lo cual era difícil, muy difícil. Tras hacerse las uñas el primer día, exfoliarse la piel e inclusive limpiar el desorden que reinaba en su propia litera, lo que ya era una tarea larga y complicada, aún le quedaban al frente cuatro largos e interminables días.

—¡… Tú y yo, Kaulitz! ¡Afuera! ¡Ahora mismo! –Gritaba Georg completamente rojo y señalando la puerta para un duelo a muerte en el aparcamiento en el que estaban estacionados.

Llegando a este punto, las opciones variaban. La primera vez, un puñetazo simultaneo que dejó sendas narices sangrantes, la segunda vez fueron labios y este tercer día… Bill detuvo la cuchara repleta de cereal para mirar la nueva variante que fue…

Jost en la puerta. Jost con un tic en el ojo. Jost claramente furioso…

—¡¿Se puede saber qué demonios pasa aquí?! ¡Atajo de locos! –Entró al quite para anotar una nueva opción a lo acontecido.

Ante eso, Bill salió del autobús. Era orden expresa no hacerlo, pero a riesgo de sufrir un colapso de nervios, prefirió desacatar órdenes a tener que escuchar una vez más lo mismo. Con una ligera sudadera y un cigarrillo en labios, se sentó en la entrada a esperar.

 

Y repitiendo: tres días después… Gustav consideró que se aburría.

Tomar largos baños, antecedidos de largos baños y continuados por largos baños con recesos de, bueno, largos baños, no era lo mejor que podía habérsele ocurrido jamás. Por el contrario, era su idea más ida de olla y eso que contaba una única vez de haberse ofrecido de teñir el cabello de Bill y que terminó con uñas en el rostro por el terrible resultado.

Hecho una uva pasa, el baterista se enrolló la toalla alrededor de la cintura y salió de la bañera goteando agua por todo el pasillo rumbo a su habitación.

El tercer día y la… ¿Vigésima tercera ducha? ¿O era la vigésima cuarta? A falta de televisión por cable, un par de libros o dinero para salir, Gustav había pasado los últimos tres días tomando largos baños y para disgusto suyo, pensando.

La vida, la muerte, legalizar la marihuana o no, la existencia de seres en otros mundos, las experiencias extra sensoriales; un poco de incesto, más de los gemelos, su peculiar relación y el pleito ocurrido. Luego pensaba mucho en Georg… Empezara por donde empezara, seguía siempre una cadena que le conducía. Los aspectos más nimios de su relación salían a colación mientras se bañaba y se frotaba la ya sensible piel contra el estropajo y el quinto jabón desde su estancia.

Entre más vueltas le daba a todo aquello, más larga se volvía la lista de sentimientos. El dolor dio paso a la indignación, a la que siguió la añoranza, un llanto incontrolable, la pasividad, una nueva dosis de inconformidad por ser atrapados, la vergüenza, la sorpresa, y una colección variada que en ese momento se asentaba en su estómago y le producía ganas de salir.

Con todo, lo que le quedó al final fue más una sólida muestra de que pese a todo, extrañaba a Georg, quería volver con él y perdonarle. Lo mismo que darle un buen puñetazo a Tom y tener una larga charla con Bill… O mezclarlo todo. Se sentía capaz de besarlos a todos, lo mismo que hablarles con el corazón en la mano, que darles gritos y golpes.

Al fin y al cabo, tres días son siempre poco tiempo para pensar un mundo. Una relación entre amigos de años atrás. Una nueva ducha, la vigésimo quinta si quería exagerar, le esperaba para aclararse un poco más.

 

El séptimo día dio inicio con un largo suspiro por parte de David Jost. Con un ojo morado, producto de inmiscuirse en la pelea que mantuvieron Georg y Tom días atrás, avisó que podían salir si así lo deseaban, pero para no mostrarse blando, que también habría hora de queda -a las 20 hrs.- y que para que vieran que el castigo se cumplía, dormirían una última noche en el ya inhabitable autobús.

Bill entonces lo secundó con un segundo suspiro.

La noche anterior, al fin las paces se habían hecho. Tom con Georg en un abrazo épico y digno de ser recordado con una foto, pero a como estaban todos, hartos tanto del baño sucio como de la poca comida y el exceso de compañía mutua, se pasó por alto.

Tom dijo: “Entiendo lo tuyo con lo de Gustav. Tienen mi bendición” a lo que Georg respondió: “Acepto que tú y Bill están juntos, les deseó lo mejor” que se pactó mucho mejor de lo que se pensaba en un inicio. Y colorín colorado, cuento acabado, en parte…

Pasada la cuestión emotiva, quedaba Gustav que ni daba señales de vida contestando su teléfono, ni se dignaba de aparecer. Evidente que no lo iba a hacer, pero eso no restaba dolor al pobre Georg que con barba de días, se arrastraba como alma en pena por el pasillo del bus. Tan grave era su desaliño y tan palpable su tristeza, que incluso Tom y Bill decidieron aplazar su reconciliación amorosa estando él cerca porque su miseria se extendía por todos lados como un gas tóxico que debilitaba erecciones.

Fue así que Bill decidió tomar cartas en el asunto y poniendo su mejor cara dadas las circunstancias, fue directo con David a exigir el paradero de Gustav. Dar con él y hablar lo ocurrido hasta hacerle entrar en razón, usando fuerza bruta o no, rompiéndose las uñas o arruinando su maquillaje, no importaba. Era lo menos que podía hacer por Georg.

 

Una hora después, Bill entró al departamento con su propia llave.

Convencer a David no era fácil, pero de otro planeta sería sino caía rendido ante el encanto de sus pestañas batiéndose como colegiala. Truco sin precedentes y así encontró el paradero de Gustav.

Llegó a tan buen momento, uno que sucedía la mitad del día, que encontró a Gustav en la tina y desprevenido de huir. Apenas hizo rechinar la puerta al entrar y conteniéndose la risa, le quito el libro que le tapaba los ojos para hacerlo salir de trance.

—Si te duermes en la tina te ahogarás –fue lo primero que le dijo al ver que abría los ojos.

Gustav ni siquiera se mostró sorprendido. Siete días sin sus compañeros de banda era todo un premio celestial que no merecía. Era sólo cuestión de que alguno de ellos se mostrara y no fallando a sus cálculos, era Bill. El siempre metiche Bill.

—Hum –gruñó en respuesta.

—Sabes Gus, si te escondes en el departamento, no es por comodidad, sino porque de verdad no quieres ir muy lejos de Georg –señaló como obvio. Dando un elocuente gesto, bajó la tapadera del sanitario y se sentó.

—No quiero tener esta conversación…

—Pues la tendrás. No creo que quieras salir del agua mientras esté aquí así que… —Se encogió de hombros—. Han sido malos días.

—No me hables de malos días.

—Lo que sea. Son malos cuando oyes día y noche a aquel par discutir. Es una pesadilla –rechinó los dientes al decirlo.

—¿No se parecerá a oírte a ti con Tom a través del muro? –Ironizó Gustav—. Si me hablas de ese tipo de tortura, creo que sé de qué hablas.

—¿Entonces sabes lo mío y lo de Tom? –Preguntó con toda tranquilidad la cruzar las piernas y apoyar las manos con delicadeza en las rodillas—. Ok, no respondas –agregó al ver la cara del rubio—. Sólo vine a decirte que ya puedes regresar. Tom ya lo superó y Georg te extraña. No puedes pedir más –agachó la cabeza hasta que el cabello suelto y lacio le cayó tapándole la frente—, yo también te extraño, Gus. Pelear con la familia nunca es bueno.

—No somos familia, Bill –dijo Gustav sin pensarlo, pero al instante se arrepintió. Bien, cierto que no eran familia, pero poco faltaba. Un poco de sangre y compartir padres no siempre lo es todo, Gustav lo entendía, sólo que no podía aplicarlo.

—Seh… En todo caso, David dijo que te da un par de días más. Es todo lo que pude conseguir –hizo ademán de levantarse, pero se quedó a medio camino—. ¿Entiendes que está bien? Enojarse y todo eso, pero al final vas a tener que regresar. Vas a querer hacerlo. No… No te hagas sólo mala leche sentado en esa tina. También aprende a perdonar.

Se alzó y enfiló a la puerta, pero antes de salir no se contuvo de agregar:

—La verdad es que a Georg te queda únicamente perdonarlo por, ya sabes, amarte tanto…

Cerró la puerta y dejó a Gustav creando pequeñas ondas en la superficie del agua. Meditando.

 

Fue una cena sombría. La última en aquel condenado bus. Al menos por un tiempo, que tras tan larga estancia obligada, necesitarían descontaminarlo y eso requeriría al menos un par de días.

Un poco de macarrones con queso y nada más, escueto alimento que Georg revolvía sin apenas darse cuenta de que jugaba con la comida, sobre su plato. De vez en cuando se limpiaba la comisura de los labios con su servilleta, pero era más un acto reflejo que una verdadera necesidad porque como no comía, no se ensuciaba.

Bill lo miraba y entristecido intercambiaba miradas con Tom que cada vez se sentía peor. Aquello era plenamente su culpa así que se mordía el labio inferior lamentando lo ocurrido, pero incapaz de disculparse más. Dijera lo que dijera, Georg ya no escuchaba, así que cuando finalmente lo vieron levantarse y dejar su plato en el fregadero con su comida intacta, no le reprocharon nada.

Con nada de sorpresa, lo vieron enfilar directo a la litera de Gustav, quitarse los zapatos e introducirse sin ruido. Un frufrú de tela y la cortinilla se cerró.

—Es triste –dijo Bill por lo bajo.

—Patético –denegó Tom—, pero también triste.

Bill buscó su mano y tras darle un apretón, se quedó muy quieto.

 

Georg pensó que lo que oía era un ladrón. Un par de pasos ligeros pero perceptibles por el pasillo y su corazón se aceleró al darse cuenta que en el autobús reinaba el silencio y que quien fuera el que anduviera en visita nocturna, no era ninguno de los gemelos. Éstos hacían siempre un ruido descarado para aclarar y dejar en claro que era su hora íntima. No molestar.

Sin embargo, estos eran diferentes… Un peso un poco más completo, uno verdadero más allá de las delgadas figuras de los gemelos.

Conteniendo las ganas de bostezar, se incorporó en la litera y se dio en la frente con el bajo techo en vano buscando alguna luz con la que guiarse. Luego un correr de las cortinas y el terror de darse cuenta de que sonaban a un lado, justo en su litera…

—Tomi, alguien me está tocando el trasero… —Escuchó. Se contuvo de reír al darse cuenta de que los gemelos habían ido a su propio compartimiento de dormir, lo que indicaba un error enorme a quien le estuviera buscando.

—Déjalo, ya se cansará –murmuró Tom entre sueños.

Nuevo ruido y tras unos segundos de silencio, se abrió la cortinilla de Georg para dar pie el original dueño de aquella litera: Gustav.

—¿Estás dormido? –Susurró.

—No –se hizo a un lado dejando espacio y Gustav aceptó complacido el pequeño espacio.

Arropados hasta el pecho, tendidos sobre sus espaldas y en quietud total, la tensión creció entre ambos por largos y espesos minutos antes de que alguno dijera una palabra.

—Lo siento –dijeron en unísono, al darse vuelta para quedar cara a cara y abrazarse, darse un beso nervioso y un abrazo que comprimía el aire en sus cuerpos.

Georg pasó su pierna por encima de Gustav y lo estrechó más cerca al darse cuenta de que temblaba sin control.

—Oh Dios, extrañé esto –musitó Gustav enterrando el rostro en su pecho del bajista e incapaz de más. Lo mismo Georg, que apenas colocó un beso sobre su cabeza, cayó en un profundo sueño.

El primero para ambos, en exactamente siete días. Dormir separados ya no era opción. Dolía…

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).