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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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… AGRADECE POR SIEMPRE A ROXANE…

 

—No sé… —Dijo Gustav delatando la inseguridad que sentía con un tono de voz plagado de pánico—. ¿Por qué dices que vinimos? –Se llevó la mano a la boca con ese afán nuevo de morderse las uñas pero se contuvo a tiempo—. Mejor nos regresamos –pero antes de poder enfilar de vuelta, Bill lo cogió del brazo como una tenaza y no lo soltó para nada.

—Nop, dijiste que sí vendrías y ahora cumples. Además –prosiguió ante la puerta que bellamente decorada con letras platinadas nombraba “Der Orgasmus” a la sex-shop de Roxane—, hay alguien que te quiere conocer desde hace mucho. –Se detuvo un instante para buscar en sus bolsas y sacar un marcador indeleble junto con una fotografía suya de tamaño natural—. Ya sabes, se la firmas y la besas en la mejilla.

—¿Lo beso? –Preguntó Gustav, que ante la mención de la pantomima a montar con Roxane, el travesti que tan amigo de todos era, se asustaba.

—La besas –le corrigió Bill—. Es una dama, Gus. Sé educado. Nunca la mires a los senos por muy bonitos que los tenga, eh pillín.

El baterista se contuvo de girar los ojos sólo porque en ese preciso instante la puerta se abrió de par en par y el mismo o a la misma Roxane, fuera el caso que fuera, abría los brazos para recibirlos con todo el encanto que se cargaba encima. Precisamente por ser domingo y por consiguiente día inhábil, aquella era una visita que si bien entraba en la categoría de negocios, también era especial.

—¡Bill! ¡Gusti! –Chilló apenas los vio—. Pero pasen, pasen… —Los condujo por detrás de un par de cortinas recargadas de perfume y Gustav al fin se enfrentó a lo más chocante de toda la tarde.

Abrió los ojos grande y la boca más, pero disimulando lo mejor que podía, optó por sonrojarse con modestia antes de pegarse a Bill y prensarse del borde de su playera.

—Tengo miedo –susurró—. De nuevo, ¿Por qué estamos aquí?

Fue el turno de Bill de contenerse.

—Ya te dije, Roxane quiere conocerte. Oh Gus, suelta que me lastimas y no es del tipo de dolor que me suele gustar –se lo quitó del brazo que de tanta presión se le estaba acalambrando—, no sé que te dijo Tom para asustarte pero te aseguro que no te va a pasar nada. Es una sex-shop cualquiera, sólo que mejor surtida, ¿Ves? –Y señalizó alrededor con embeleso—. Wow, eso no lo tengo; ha de ser nuevo –y sin darle tiempo a Gustav de recomponerse, se alejó para curiosear por un par de vitrinas que mostraban lo que parecían ser aparatos de tortura medievales.

Así que solo y a merced de un travesti que merodeaba por ahí con un servicio de té y un par de delicadas tazas, Gustav no tuvo de otra que sentarse en un silloncito tan pequeño y blando que sintió como si se hubiera ido al fondo de una nube que no pudo con su peso. Fue en vano cruzarse de pierna o buscar un mejor acomodo, así que renunció a moverse de aquella postura tan incómoda.

Suspiró con desgana. ¿Cómo diablos se las arreglaba para terminar en las peores situaciones posibles? Si contaba con el siempre aterrador riesgo de ser atrapado por la prensa amarillista o alguna revista de adolescentes saliendo de una tienda de ese tipo y peor, en compañía de Bill que de seguro compraría sus dotaciones para un mes dado el tour largo que se les venía encima, los titulares imaginarios que ya casi podía leer le daban dolor de cabeza.

—¿Té? –Preguntó Roxane que sentada a su lado, se inclinaba con la tetera caliente para servirle.

Gustav asintió en un único movimiento, presa de la parálisis más extraña pues al inclinarse Roxane se dio cuenta de que más que una vampiresa con ganas de violarlo, aquella era una mujercita tímida que se sonrojaba como colegiala al conocer a su ídolo. Lo que a palabras de todos en la banda, él era para aquella criatura…

—Gracias –musitó muy consciente de cuánto significaba aquello para ella y bebió un sorbo delicioso de un rico té frutal. La expresión que obtuvo a cambio le maravilló por su candidez al grado que cuando le ofreció un par de galletas y sus manos se rozaron, no sintió el miedo inicial.

¿Era que su imaginación había exagerado todo aquello y en realidad esperaba un cuadro demasiado perverso para lo cotidiano? Vista de cerca, Roxane si vestía ropa entallada y un escote de vértigo que atrapó su mirada con un espectacular par de senos que cualquier mujer desearía tener, pero nada más. Ni era obsceno o vulgar y al pensarlo, Gustav se tuvo que corregir al olvidar que era una mujer y que la estaba tratando como igual.

—Oh Diosss –Exclamó Bill, atrayendo la atención de Gustav y de Roxane al mismo tiempo para encontrarlo descolgar un conjunto de falda, chaleco y saco negros a juego una camisa blanca y un par de gafas de montura gruesa. Para completar el disfraz que parecía ser de maestra estricta, dado que venía con botas de soldado, un pequeño látigo rígido y medias de red, Bill tomó un pequeño listón que presumiblemente iba anudando el cabello y una corbata que anexó—. ¡Me lo llevo! –Dijo con los ojos centelleantes de la emoción por su nueva compra.

Roxane aplaudió por los complementos y se dio a la tarea de empaquetar todo aquello en una bolsa con el logo de su negocio. Dejando su asiento libre, Bill decidió sentarse ahí con una sonrisa en labios que ni un puñetazo le habría podido borrar dado el caso.

—¿Sigues sin ver algo que te interese? –Le preguntó a Gustav, quien tomando un sorbo de té, casi se atragantaba—. No te quieras hacer el virginal conmigo que sé que has mandado varias veces tu uniforme de colegiala a la tintorería –se burló antes de servirse una taza de té y saborearlo.

—Georg me mata si sabe que vine aquí –masculló el baterista con el rostro rojo grana.

Aunque pensándolo bien, tal vez no. Georg, renovada su vieja amistad con Tom, pasaba las tardes con él comportándose como siempre y Gustav no tenía corazón para reclamar su tiempo común como pareja dado que religiosamente dormían juntos y pasaban sus tiempos libres uno al lado del otro. Ponerse celoso por Tom era infantil así que lo dejaba pasar del mismo modo que Bill hacía lo propio.

O casi, que tras un mes de abandono por parte de sus respectivos ‘peor-es-nada’ en los malos tiempos o ‘mi-seme-de-caramelo-Pooh’ en los mejores, quedaba que tanto Bill como Gustav entendieran que podían divertirse por su cuenta. En tiempos de la liberación sexual tampoco tenían que quedarse en casa haciéndose manicura sólo porque ‘sus hombres’ estuvieran enfrascados en lo suyo.

Y ahí estaban, ‘divirtiéndose por su cuenta’ aunque a Gustav le daban ganas de cambiar las palabras para definir la pena que sentía de haber terminado en semejante lugar. Con la promesa de ir a un sitio agradable y comprarle un regalo a Georg, engañado a fin de cuentas, Gustav acabó con Roxane en su tan particular tienda.

—No me siento cómodo –dijo de la nada el baterista. Era la verdad así que cruzándose de brazos, sin importarle el rico té o las galletitas, hizo lo más cercano a un berrinche dado su carácter—. No es nada contra Roxane, pero me siento de la mierda sentado aquí y… —Resopló—. No sé. Vámonos.

Bill lo miró de reojo bajo sus espesas pestañas antes de dejar su taza sobre la pequeña mesa que tenía enfrente y empezar a hablar.

—¿Te digo algo tan valioso que Georg moriría de vergüenza si sabe que tú lo sabes? –Se ahorró la parte de que Georg lo iba a matar por irse de lengua, así que en su lugar se tocó el labio con la punta de la lengua y viendo que la atención de Gustav era total, lo soltó—: Roxane ama tu trasero –dijo saboreando cada palabrada, encantado de cómo lograba incomodarlo—,por eso eres su favorito y nadie más que tú.

—Ugh, Bill, ¿Qué con eso? –Se intentó zafar, no muy seguro a dónde conducía aquella charla.

—Vamos, Gus. ¿No ves la conexión? –Arqueó una ceja—. No juegues al tonto.

—No –fue todo lo que respondió.

—Ok, lo haré con peras y manzanas –masculló Bill al pasar a sentarse en el regazo de un reticente Gustav. A sus anchas, señaló a Roxane, que guardaba las compras de Bill con mucho esmero, casi como si aquello fuera para un regalo—. Ella, sí ella –reafirmó al ver la cara de disgusto que el baterista ponía—, se fue de juerga una noche y se topó con alguien. Nop, no fui yo… Ni Tom. ¡Georg, bingo! ¿Qué crees que le dijo?

—Bill, en serio… —Quiso frenarlo el mayor, pero se vio silenciado con paciencia.

—Roxane le dijo a Georg que su chico favorito en la banda eras tú, que tenías un trasero para infartarse y que… No sé, de hecho Georg no me quiso decir más, pero si algo me quedó claro, es que a ella le tienes que agradecer todo lo bueno que tienes en la vida.

—¿Mi familia, mi salud y mi carrera como músico? –Inquirió Gustav sin entender.

—No, le tienes que agradecer tener a Georg –y sin decir otra palabra más, se levantó de sus piernas para ir a curiosear en un par de vitrinas que todavía no había visto.

Gustav, al fin con el velo fuera de los ojos, miró a Roxane bajo una nueva luz. La que fuera, no la volvía hermosa porque ya lo era, pero le confería la calidez humana que faltaba en su perspectiva. Bajó del pedestal de mujerzuela en la que la tenía para ser, pues ella. Aquella pequeña historia, burda y mal contada por el torpe de Bill, le apretaba el pecho al grado de que cuando Bill regresó cargando una dotación entera de lubricante de coco como para seis meses y los encontró hablando como viejos amigos, no se sintió para nada avergonzado.

Más que nada, deseoso de contar con una nueva amistad, una amiga…

—Creo que voy a comprar mi primer vibrador –dijo con ánimos festivos en vista de que pensaba comportarse un poco alocado y señaló uno rojo que orgulloso colgaba de la pared de enfrente. Silencio total. Miró a Bill que se contenía de reír a carcajadas y luego a Roxane que se tapó la boca con una delicada mano.

—Gusti, ese es un… Extintor de incendios…

Fracaso rotundo, pero al menos tuvo el humor de carcajearse de su propia elección.

 

—Georg va a pensar que soy un maniático sexual, en serio –aseguró Gustav por veinteava vez desde que montaron en el taxi y enfilaron de regreso a su hotel. En brazos, repleto el maletero y los asientos, lo que parecía ser la colección completa de ‘Der Orgasmus’ para el resto del año y quizá hasta el próximo. Tras mucha indecisión de su parte, el baterista había decidido que su lubricante tenía que ser clásico así que sabor chocolate en mano, se preparaba para darle una sorpresa a Georg.

—Lo va a pensar si lo atas a la cama y abusas de él, no si sólo le muestras lo que compraste –le codeó Bill con un guiño travieso de su parte.

—¡Bill! –Siseó Gustav al ver que el taxista que los llevaba de regreso tosía con embarazo. Para colmo, indiscreto como todos los chóferes, miraba ayudado por espejo retrovisor a los ocupantes del asiento trasero y a juzgar por ese brillo especial que se reflejaba en sus pupilas, se saboreaba ante lo que decían—. Basta pues. Shhh –le silenció—, ya veremos qué opina él –y dando por finalizada la charla, se reacomodó en el asiento para dedicarse a mirar por la ventanilla.

 

—Espero –suspiró Jost al decirlo— que esto sea para el bien de todos. No quiero verme como un tacaño –“¡Pero si lo eres!” se escuchó entre toses por parte de los presentes, pero el hombre decidió ignorarlo mientras continuaba con su perorata— así que he decidido que en vista de que están creciendo y necesitan su propio espacio, dividirlos en dos grupos. Para ello… –señaló a sus espaldas con orgullo.

Como gran espectáculo, dos autobuses, presumiblemente para giras europeas dada la decoración externa con logos de la banda en discreto fondo negro con rojo, permanecían estacionados sustituyendo el anterior que había muerto en servicio cumpliendo con su deber de transportar. Bill ahogó un grito de sorpresa dejando a los demás tiempo para recomponerse con las bocas abiertas y los ojos enormes abiertos de par en par como ventanas.

—Oh por todos los demonios del infierno –barbotó el menor de los gemelos cuando su sorpresa dio paso a un torrente de elogios—. ¿Para mí? –Preguntó olvidando que los autobuses eran para ellos cuatro no sólo para él—, no te debiste de haber molestado…

—Obvio que no, pero no es nada chic llegar a las grandes urbes europeas montados en un burro tirando una carreta así que… —Jost se encogió de hombros—. Con respecto a las parejas, creo que en este autobús podrán ir…

—Tomi y yo –dijo Bill, tomando la mano de su gemelo y desapareciendo en el interior del bus que eligió con un sonoro portazo.

—Ese par –suspiró Jost con resignación. Se giró para ver a Georg y a Gustav que compartían una ceja arqueada cada uno ante la actitud de los gemelos, pero se abstuvo de comentar nada—. ¿No les molesta ir juntos?

—Nah –dijeron en unísono, para darse vuelta e instalarse en su nuevo vehículo.

 

Y Georg tenía qué admitirlo: ¡Estar sin los gemelos eran vacaciones! Viajando a gran velocidad entre países –sólo el chofer sabría cuáles que lo suyo no era ni sería la geografía- con la única compañía de Gustav, no podía sino recorrer su nuevo paraíso anhelando que la hora de dormir llegara para irse a dormir con el baterista sin necesidad de tener que soportar las pullas hipócritas de los gemelos con respecto a que ellos dos dormían abrazados juntos si ellos mismos lo hacían cada noche.

Mejor que eso, no tendría que intentar suprimir los jadeos cuando el y Gustav decidieran… La idea lo hizo sonrojarse en pleno proceso de abrir su maleta en búsqueda de un par de bóxers limpios que ponerse para ir a la cama.

Ya con ellos en mano, enfiló directo al baño para cepillarse los dientes y disponerse a dormir cuando algo le interrumpió de su rutina… Colgando del pomo de la puerta una especie de vestido de niña se balanceaba invitadoramente. Intrigado, se inclinó para recibir una ola de calor en el rostro al darse cuenta de que aquello no era sino un escueto negligé de color negro que venía acompañado, por fortuna, de algo que no era una tanga. Apenas lo tuvo en la mano el cepillo de dientes se le zafó de los dedos para hacer un ruidito que lo sacó de ensoñaciones con respecto a la suavidad que la textura de la tela podría tener con su piel.

—Ehmmm… ¿Gustav? –Tanteó con un grito moderado al aire, sabiendo que el aludido ya estaba acostado en la litera que habían decidido sería su cama.

—Pensé que el negro te quedaría bien –susurró una voz a lo largo del pasillo. A Georg las orejas le ardieron ante el cumplido y no necesitó más de cinco minutos para estar listo.

Nervioso como nunca, aunque si se admitía para sí mismo, también un tanto excitado, caminó en línea recta tras apagar todas las luces del autobús hacía Gustav que con la cortinilla abierta, lo esperaba con las manos entrelazadas sobre su estómago.

—¿Qué tal me queda? –Bromeó Georg al tomar el negligé por ambos lados y abrirlo de par en par por enfrente. El aire helado se le coló por la abertura dándole un escalofrío que nada tuvo que ver con los ojos negros de Gustav que escrutaban cada centímetro de piel expuesto—. ¿Y bien? –Esperó con ambas manos a cada lado de la cadera como veía a Bill hacerlo en sus mejores poses. Aquel era su más burdo intento de comportarse sexy y seductor para obtener la copia pirata que era ‘zecsi y zeduptor’.

—Fatal, pero… Ven –dijo con voz ronca el rubio al hacerle una seña con el dedo índice y consiguiendo que el bajista, apoyado en manos y rodillas, gateara por encima de su regazo hasta quedar sentando en sus muslos.

—Hey, tú pusiste eso en la puerta del baño. Pensé que querías que yo… —Se apartó el cabello del rostro para inclinarse sobre Gustav, porque lo reducido del espacio lo tenía golpeándose la cabeza contra el bajo techo.

—Es un regalo de Bill –contestó el baterista al posar sus manos en los muslos de su amante y recorrerlos de arriba abajo un par de veces—. Me hizo prometer que te tomaría fotos para comprobar lo ridículo que lucías…

—¡Gusss! –Siseó el bajista al sentirse un poco ofendido.

—Pero, por Dios, déjame terminar –sus manos se afianzaron en el trasero del otro para apretar con un poco de rudeza y obtener así un grito ahogado— voy a tener que decepcionarlo.

—¿Temes que se parta el culo en ocho trozos iguales al verme así? –Ironizó el mayor tratando de mostrarse frío y distante ante la broma, pero imposibilitado de ello cuando las manos calientes de Gustav alzaban su negligé por detrás y tironeaban del elástico y encaje que componían la parte inferior.

—Nah. Ven para acá.

Georg se hizo un poco el del rogar moviéndose en su regazo sólo para descubrir que si él estaba excitado, Gustav estaba combustionando debajo de su trasero. Se frotó un par de veces ayudado de la fricción para obtener a su amante desesperado, que de un tirón a sus cabellos, lo tuvo tan cerca que sus bocas se encontraron en un beso totalmente apasionado.

—Te ves bien –murmuró el menor apenas sus labios se separaron un segundo. Georg tanteó en búsqueda de la mentira o la burla en sus pupilas dilatadas pero tuvo que contentarse con creer que aquello era cierto porque ningún asomo de risa se hizo presente.

—¿Algo más que tengas planeado para hoy? –Aventuró. Atento siempre a los ánimos del rubio, Georg sabía que sus intentos de ir más lejos en el terreno de lo sexual siempre tenían algo que ver con un deseo oculto de tiempo atrás. Por tanto, siempre se trataba de mostrar accesible a lo que su amante proponía. Por fortuna, obteniendo siempre resultados más que placenteros.

—Yo hacértelo a ti…

—¡¿Eh?! –Georg, del susto, fue a dar contra el techo en un intento de huir lo que ocasionó la colisión de su cráneo en el duro material del que el autobús estaba construido—. ¡Ouch! Perdón… ¡¿Qué?!

—Oh, vamos, no te hagas el que no lo veía venir –giró los ojos Gustav al apoyarse en sus codos y resoplar por la escandalosa, en su opinión, reacción de Georg.

—Evidentemente no –alegó Georg con una mano en su cabeza y los ojos fuertemente cerrados. Aquello dolía peor que ir al dentista para extracción de muelas sin anestesia, pero su orgullo le impedía demostrarlo más allá de rechinar los dientes—. Bien, quizá lo pude suponer.

—¡Claro sí! –Bufó Gustav, no dispuesto a dejar que aquello se le escapara—. La semana probamos un poco con mis dedos en tu trasero…

—¡Basta, basta! –Se tapó los oídos Georg, que no quería oír de cómo aquello le había gustado tanto como para reconsiderar el intentar una segunda, tercera e incluso millonésima vez más. Gustav, a pesar de su nula habilidad para los instrumentos de cuerda, tenía dedos mágicos. Eso por descontado su recordaba con una sonrisa ida lo que aquella noche había sido.

—… e incluso te viniste, así que no me vengas con esas –prosiguió el baterista sin darse aludido a un ‘te ignoro porque no me beneficia’ que Georg le daba como trato por sacar a colación que aquel trío de dedos tanteando en su trasero y golpeando repetidamente contra su próstata le habían otorgado uno de los más increíbles orgasmos de su vida—. Georg, por favor no actúes como niño.

—Perdona si no quiero nada en mi trasero –se cruzó de brazos, indignado.

—Entonces perdona su yo tampoco quiero nada ahí –sentenció el menor adoptando la misma postura de su amante y mirándolo con tanta determinación que Georg llegó a la conclusión de que o cedía o bueno… Cedía. Mejor por las buenas que se imaginaba que a las malas aquello sería como la pérdida de virginidad de una niña súper estrecha. Su odio al dolor y a la sangre lo convencieron.

—Ya, lo quieres, lo tienes –murmuró frunciendo las cejas para dar a entender que si bien nada de aquello le convencía del todo, estaba dispuesto a probarlo.

—¿Hablas en serio? –Preguntó Gustav, que sin su tono enojado, daba a su voz un matiz de sorpresa que provocó al corazón de Georg dar una voltereta en su sitio.

“Por ti lo haría todo, Gusti” pensó con un amago de sonrisa en labios, pero pensando que aquello era excederse en el terreno de lo almibarado al grado de hacerlos vomitar a ambos, cabeceó en negación para disipar semejante idea de su cabeza y dijo un simple “Sí” que arregló su pequeña disputa e hizo regresar el ambiente cálido que entre ambos minutos antes se formaba.

—Supongo que me querrás tener abajo –comentó lo más casual posible para así eliminar el nerviosismo de su voz, pero algo en el modo de decirlo lo delató.

—¿Qué tal sí…? –Gustav se atragantó con sus propias palabras, pero decidiendo que si aquello iba a ser algo para recordar tenía que valer la pena—. Hum, tú en cuatro, yo atrás –explicó lo menos morboso posible. En su cabeza aquella postura tenía el poder de hacer que su entrepierna se estremeciera de placer con sólo imaginarla. Decirlo en voz alta era como confirmar que detrás de aquella fachada de tranquilidad, era un animal lujurioso deseoso de sexo.

—¿Perrito? –Se carcajeó Georg, sabedor de que Gustav, en lo tocante al terreno sexual, era peor que una monja al grado de llamar a sus penes ‘pequeño Georgie’ y ‘pequeño Gusti’ como si eso restara lo que hacían con ellos.

Gustav se limitó a asentir con una mano cubriéndole el rostro por lo soez que el bajista podía llegar a ser pero encantado al mismo tiempo de que aquello fuera así. No podía explicar mejor cómo se sentía completo a su lado sino era diciendo aquel tipo de barbaridades que siempre lo tenían abochornado.

—Tus deseos son órdenes –aceptó con una sonrisa completa y malévola que Gustav no supo interpretar sino hasta que Georg se acomodó en sus cuatro extremidades y con al trasero al aire supo apreciar en todo su esplendor.

—Ugh –gruñó al darse cuenta de que el modo en el que todo se desarrollaba le tenía la mente trastornada y el cuerpo al borde de un accidente propio de un crío de trece años y no un adulto con plena experiencia en lo tocante al sexo—. Ok, tengo que aprovechar que te tengo así antes de que lo lamentes.

Maniobrando con dificultad dado lo incómodo que la litera era para probar nuevas posturas del kamasutra que él y Georg habían estado componiendo en aquellos meses juntos, se quitó los bóxers cortos que regularmente usaba para dormir y una vez desnudo, mirarse al regazo como pidiendo disculpas al ‘pequeño Gusti’ porque su momento de entrar en acción aún estaba lejano, alentándolo al mismo tiempo a esperar porque la paciencia se recompensa siempre de la mejor manera.

—Gus, quiero recordarte que soy virgen…

—Ajá –ignoró el aludido el comentario mientras buscaba debajo de su almohada el pequeño frasquito de lubricante que recién comprado en “Der Orgasmus” permanecía incluso con su etiqueta puesta esperando a ser usado.

—Hablo en serio. Mañana quiero ser capaz de… —La sábana bajo sus manos se hizo un nudo entre sus puños por la presión ejercida—, ejem, ya sabes.

—¿Poderte sentar sin poner una cara de dolor? –Adivinó el baterista con una nota de burla en sus palabras.

—No. Quiero poder ir al baño sin tener que sentir que comí un embutido de cerdo que sale completo y horizontal.

—Vale –aseguró Gustav. Ni se molestó en atragantarse por la honestidad que le castaño le dejó con lo chocante de su comentario.

Abriendo el lubricante, ambos se deleitaron con la suave fragancia que la resbalosa sustancia exudaba por el pequeño espacio. El chocolate alertó sus sentidos en un simple paso que tuvo el resultado de aliviar sus nervios para tenerlos con las sensaciones a flor de piel por lo que iba a pasar.

—Voy a… —Gustav extendió sus manos para tomar ambos pies de Georg e instarlo a abrir las piernas, lo que logró tras un poco de reticencia. Un leve masaje en los tobillos y la inicial terquedad del bajista por mantenerlos juntos tanto como le fuera posible, se desvaneció.

Exhalando un aliento tibio que erizó los vellos de ambos, el rubio procedió a seguir su camino desde las pantorrillas de Georg hasta tener las manos en la parte interna de sus muslos y con dedos temblorosos, pellizcar lo más suave posible para darle a entender que era momento de dejar aquello a la vista sin temores.

Georg tragó con dificultad porque trasero al aire y rostro enterrado contra la mullida almohada, no era lo mejor para sus ejercicios de respiración. Con todo, hizo lo que se le pidió y un calor que nació en su bajo vientre y corrió a raudales por sus extremidades temblorosas, lo reconfortó al instante. Los dedos tibios de Gustav recorrieron la tela de la ropa interior hasta el punto de tenerlo erizado por todos lados en ansías de verse despojado de cintura para abajo porque la expectación de todo aquello corría peor que toques eléctricos por su tensa espalda.

Ajeno a ello, Gustav por su parte disfrutaba lo mejor posible de aquello. No que viera mucho dado lo oscuro que estaba todo, pero el cuerpo del bajista le era tan conocido, tan suyo ya en toda extensión o al menos así lo sería en un par de minutos más, que lo disfrutaba con todos sus sentidos, no sólo con la vista cuando retiraba la pequeña prenda que los separaba y la dejaba por encima de sus rodillas sin molestarse en quitarla del todo.

—¿Vas a….? Uh, uh, está helado –musitó con una vocecita Georg, al sentir un par de dedos fríos y húmedos abriendo su trasero en dos y tocando de arriba abajo acostumbrándolo a ello.

—Lo siento –respondió Gustav con el mismo tono. Queriendo aliviar un poco el ligero malestar del bajista, se inclinó un poco hasta posar sus labios en la suave piel de su glúteo derecho y raspar con sus dientes un poco de ella.

El castaño estaba a punto de sufrir un ataque de risa nerviosa cuando un dígito tocó muy cerca de su entrada y consciente de que la vacilación con la que se detenía de ser algo más que una leve presión eran los modales de Gustav, requebró su cadera hasta hacer que el primer falange se introdujera en su cuerpo con una facilidad asombrosa.

Apretando la mandíbula, le costó un poco más de valor proseguir en lo que Gustav estaba más que aterrado por continuar, pero igual lo hizo hasta el punto de encontrarse con un dedo completamente en su interior y su espalda curvada en un ángulo doloroso.

—¿Se siente igual que la otra vez? –Susurró Gustav posando su otra mano en la espalda baja de Georg, aún cubierta por el resto del negligé y moviéndola en círculos concéntricos que aliviaban de algún modo la ligera incomodidad que el mayor sentía.

—No, la vez pasada no pensé que llegaríamos más allá de tres dedos –pronunció el bajista lo más serio posible. La tensión en su parte inferior se desvaneció a pasos agigantados hasta que él mismo se sorprendió de encontrarse diciendo a Gustav que podía continuar con más soltura—. Estoy listo –afirmó del todo convencido.

El rubio tomó aire y tras torcer su muñeca en un hábil movimiento perfeccionado en sus fantasías, introdujo dos dedos con un poco más de rudeza que la primera vez. Al mismo segundo el bajista siseó no muy seguro si aquello era placentero o doloroso, pero enredado en ello sin saber en qué punto empezaba uno y terminaba el otro.

—Vamos por tres –raspó desde lo más bajo de su garganta apenas pudo hablar y Gustav lo complació empujando tres dedos con tan buena puntería que dieron en su próstata haciéndole ver el cielo estrellado en la más oscura de las profundidades—. Mieeerda… —Gimoteó ya no tan seguro si la idea de dejarse tomar por su amante era buena o malo, sino preocupado porque la inmensidad de aquello lo abrumaba confusamente.

—Georg, hey… —Besando su espalda e inclinándose a buscar su rostro y besar sus sienes, el baterista no podía ser más considerado, lo que el bajista agradeció como nunca antes y le dio lo que necesitaba para saber que como fuera que sucediera, estar con Gustav era lo mejor jamás habido en su vida—. ¿Estás bien? –Un nuevo beso y Georg ahogó un nuevo chillido, esta vez de un inmenso placer quemando sus entrañas para dejarle saber que estaba listo.

—Yap –se sonrojó—, disculpa que yo no… —Su seña lo dijo todo pero al rubio aquello no le molestó. El gesto le pareció encantador. En lugar de las manos callosas del bajista, usó las propias para untarse la loción por encima de su endurecido miembro en largos y suaves tirones que impregnaron aún más el espacio con aroma a chocolate.

Listo del todo, se arrodilló detrás de Georg y saboreando el momento, balanceó sus caderas de adelante a atrás un par de veces por encima de la larga línea que componía la finalizada columna vertebral hasta tener enfrente un cuerpo que pedía ser penetrado.

—Oh, tú quieres que te lo ruegue –se quejó el mayor al verse torturado de aquel modo.

—Quizá –contestó el menor, pero de cualquier modo tomó aire y posicionándose en su abertura, aventuró el primer punto de presión que tras un poco de resistencia, cedió ante su fuerza.

Una tensión increíble que centímetro a centímetro creció cual burbuja en espera de reventar.

Apenas un par de segundos de espera, pero en el instante en que las caderas de Gustav se presionaron directamente en el trasero de Georg, algo cambió. Ambos dejaron escapar sus alientos contenidos y el momento se volvió surreal tanto en la postura como el cambio que aquello significaba, algo que meses atrás no existía para nada y que en el pequeño espacio que compartían de sus cortas vidas, ambos entrelazaban a su particular decisión.

Era tan simple e igualmente especial que la pompa de jabón que habían construido a su alrededor no pudo sino estallar y regresarlos al aquí y al ahora que los bombardeó con sus sensaciones corporales.

Un quejido mutuo que explicaba la infinita cadena del placer más exquisito y el dolor más puro dando vueltas sobre un mismo punto y concentrándose en la unión de sus cuerpos cuando Gustav tomó con manos sudorosas los costados de Georg e impulsándose con ellos, dio su primer tentativo empujón.

Un shock total que abrió sus ojos a sabiendas de que incluso en la oscuridad más completa, encontraban la manera de complementarse.

—Se siente tan bien –habló entre dientes Gustav, no pudiendo evitar moverse una vez más dentro y fuera del bajista. Aquello les arrancó de los labios una inentendible sucesión de palabras dulces que se transformaron en guturales ruidos pronto el dolor inicial fue superado y un torbellino de éxtasis lo sustituyó de una buena vez.

Georg sólo dijo “Tócame” una vez para tener a Gustav buscando entre sus piernas hasta dar con su pene duro y húmedo de la punta y comenzar un ritmo idéntico al que tenía con sus embestidas para hacer de aquella litera un rechinar que fue aumentando de nivel paso a paso en el transcurso de los minutos más sentidos.

Al final, Gustav sólo atinó a hacer un ruido sordo cuando su cabeza dio contra el techo repetidas veces mientras su cuerpo, ya sin control de sí mismo, se dejaba guiar al borde del abismo y saltaba en un orgasmo que lo bañó de sudor hasta el último de sus poros mientras se corría dentro de Georg en tres fuertes embestidas que dejaron sus piernas temblando como gelatina.

—Sentí eso –susurró el bajista con la voz ronca y cargada de deseo. Su mano se perdió entre sus piernas y con el rostro hundido en la almohada unió su mano a la de Gustav en una última y larga caricia que lo hizo descargar su carga contra el colchón antes de caer desplomado con su amante encima.

El tiempo pasó sin diferenciarse entre los segundos y los minutos que permanecieron tendidos, aún uno dentro del otro, acompasando sus respiraciones en necesidad de decir una palabra que lo definiera todo aquello.

—Te amo, Georg… —Murmuró contra la piel de su cuello una y otra vez Gustav. Presionando su entrepierna en su trasero, en lo último que pensaba era en apartarse. El cansancio que lo dominó por completo hizo de sus extremidades entes ajenos a su cuerpo al grado de considerar seriamente el dormirse en aquella posición sin nada más.

Claro que para romper el romanticismo, el número de Georg necesitaba ser colocado en la guía telefónica por ser un experto en la materia…

—¿Gus? –Alzó la voz Georg desde su lugar. El aludido esperó las más dulces palabras de amor.

—¿Sí? –Cuestionó besando un hombro disponible.

—Me aplastas. Me matas con tu peso.

—Oh, perdón –se abochornó Gustav al ver que el bajista respiraba aún con pesadez.

Se retiró de su cuerpo con un largo gemido, incrédulo de ver como aún permanecía su miembro rígido. Un poco de semen salió y no pudo evitar el tomar un poco entre sus dedos y succionarlos directamente. Georg, que en ningún momento lo perdió de vista, lo atrajo en un abrazo que culminó en un beso donde aquel sabor se compartió por medio de sus lenguas.

—Ve por la cámara –susurró apenas se separaron.

Divertido, Gustav arqueó una ceja ante la petición que en un principio el mayor había negado alegando indignación.

—¿Quieres que Bill te vea así? –Se atrevió a imaginar aquella escena. El menor de los gemelos quería ver el negligé puesto, pero suponía que la escena de Georg post-coital y post-orgasmo no era lo que esperaba.

—Nop, quiero que me tomes una foto así porque será la última vez que lo haremos de esta manera. –Ante sus palabras, el baterista hizo un puchero que divirtió al mayor—. Bien, lo pensaré…

Gustav rodó los ojos… Bajó sus manos entre las piernas de Georg y con un dedo aún resbaloso por la loción, lo penetró sin darle aviso de ningún tipo. El primer siseó de sorpresa se convirtió en un gemido quedo.

—Creo, Georgie Pooh, que tus palabras son vanas.

Entrelazando manos, entonces se besaron una última vez para dormir.

 

La mañana los sorprendió en el suelo pero juntos. Las literas eran buenas para los gemelos que entre sus dos figuras delgaduchas se hacían una normal, pero no para Gustav y Georg que eran todo menos un par de desnutridos como el otro par.

Bostezando y eliminando la modorra de encima, sin embargo a ninguno de los dos les importó gran cosa. Aún desnudos exceptuando por el negligé de Georg, compartieron un beso húmedo de buenos días que se vio interrumpido por un par de gritos que les erizó los vellos del cuello al reconocer las voces de sus tan adorados gemelos.

Gruñendo por semejante interrupción, abrieron la puerta para ver que cualquiera que fuera el destino locacional de esa semana, estaban en tierra firme y en el estacionamiento en el que los autobuses estaban aparcados, corría Tom desnudo perseguido por un Bill en tanga roja…

—¡Tomi, ven acá!

—¡NOOO! –Gritaba el aludido corriendo en círculos para no ser atrapado.

—¡No dolerá! ¡Lo juro! –Prometía Bill, que extintor de fuegos rojo en mano, corría hasta alcanzarlo y tumbarlo al asfalto.

La boca de Georg dio casi contra el suelo sin entender aquel cuadro tan extraño. ¿Un incendio? Olisqueó el aire en espera de humo o de Jost que como primera advertencia en memoria al viejo autobús, había advertido cuidarse de accidentes en la cocina. Olfateó de nuevo y nada. De fuego y humo, cero. Sospechoso en extremo, pero por alguna razón no quiso averiguarlo. El extintor le inspiraba tan poca confianza como Bill y Tom con sus sonrisas maquiavélicas.

—No me interesa saber –señalizó a los gemelos para luego encogerse de hombros. Su brazo rodeó la cintura de Gustav que recargó la cabeza en su hombro y optó por no atormentar a Georg con sus sospechas de que Tom no tardaría en ceder ante Bill y su… Extintor.

—¿Georg? –Volteó a verlo para encontrar unos ojos que lo miraban con adoración—. ¿Me contarás la historia de Roxane?

—¿No hay de otra? –Se sonrojó el mayor. La sonrisa de Gustav lo dijo todo. Las opciones viables eran narrar el inicio de su historia juntos o correr detrás de Bill con el negligé hasta cobrar venganza por ser tan boquifloja. La primera era mala, pero la segunda peor. “Qué remedio” pensó ya sin ganas de eludir nada con su Gusti. Contar el inicio de todo parecía simplemente lo correcto y adecuado dado lo que ya llevaban a cuestas juntos.

—No, cuenta.

—Ok… —Cerrando la puerta del bus, lo guió al interior para contar aquella historia que tituló “De cuando Georg mira a Gustav y…” todo es gracias a un travestí llamado Roxane.

—¿Qué título es ese? –Se rió el baterista sirviéndose café a sí mismo y a su novio—. Suena a novela barata.

—Barata o no, cuando Georg mira a Gustav… —Alzó sus cejas repetidas veces—, lo que encuentra es amor…

—¿Amor? –Repitió abrazando a Georg.

—Yep, amor –y lo besó...

 

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