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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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… VE QUE ES MUTUO…

 

—Georg… —Le llamó Bill desde los confines de su mente repetidas veces hasta que el bajista decidió luchar contra la oscuridad y abrir un ojo—. ¡Georg! –Le estampó la mano contra el rostro y el aludido aulló de dolor. Bien, no de tan lejos que Bill estaba enfrente de él lo suficientemente cerca para golpearle y no en otra galaxia distante…

—¿Mmm…? –Barbotó con su garganta doliendo horrores y una pesadez total de cabeza. Parecía, y no dudaba que fuera cierto, que alguien le hubiera dado con un martillo hasta la inconsciencia—. Tengo sueño –masculló tomando las pesadas mantas para hacerse un ovillo en ellas.

                —Tom viene para acá, ¿Cómo crees que se pondrá cuando te vea todavía en mi cama? Eh, piensa un poco –le pinchó en el costado.

                Georg sólo abrió otra vez los ojos, para una vez que se acostumbrase a la luz matinal, saltar de la cama.

                —¿Qué diablos es eso que usas? –Señaló, tanto la cofia, como la bata y las botas. De no ser porque conocía a Bill de años atrás, lo consideraría candidato al travestismo. La influencia de Roxane ya le estaba afectando a límites insospechados sin que lo quisiera admitir. Con todo, ¿Acaso era una enfermera? El conjunto, había que admitirlo, era convincente… Y sexy…  –Si Tom te ve en esas fachas…

—Saltará encima de mí y verás algo que desearás olvidar de tu mente por el resto de tus días –finalizó el menor. Se estiraba para proceder a desabrochar los botones cuando un golpe en la puerta los hizo a ambos congelarse—. Hablando del rey de Roma.

—O de un matón paranoico… —Gimió Georg, pensando que el mayor de los gemelos en ocasiones parecía muy capaz de asesinar por celos.

Alguien que podría matar por su querida Gibson… Por un rayón a su adorado auto… Por una mirada a su amadísimo hermano gemelo…

—¿Me meto debajo de la cama? –Se sentía como el amante al que el marido podía atrapar y por un instante la idea de esconderse en el clóset y salir de ahí a punta de escopeta por parte de Tom, con Bill envuelto en una sábana alrededor de su cuerpo, le dio una risa tremenda. No era una novela, era la vida real.

No cuentos de hadas, ni telenovelas mexicanas de final feliz y beso sobre los créditos finales. Aquello no existía, mucho menos después de lo ocurrido con Gustav harían apenas unas doce horas.

Lo acontecido la noche anterior le hizo volver a sentir una piedra en el estómago dejado de lado todo lo anterior. Tom podía entrar a la habitación y apuñalarlo en una muestra de celos obsesivos sin que le llegase a importar.

Estaba tan aturdido y alejado de sí mismo que cuando Bill al fin abrió la puerta para dejar pasar a su gemelo y Tom le miró, lo que vio no fue el monstruo de los celos, sino el de la lástima, la compasión. Hería más.

 

Fue una pesadilla para ambos gemelos sacar a Georg de la cama, convencerle de que se bañara, comiera, alistara o todo aquello que implicara una mínima atención al espacio y tiempo en que se encontraba.

Para Tom era la prueba divina de que todas las cabronadas que al habían hecho al bajista se le estaban cobrando por la ley de karma y casi le daban ganas de llorar mientras Bill alzaba a Georg por la cintura con todo su peso y a riesgo de conseguir una hernia, mientras él le subía los pantalones por las piernas y le abrochaba tanto la cremallera como el botón.

—Uf, esto es peor que cuando mamá nos obligaba a limpiar el desván –resopló apartando un par de rastas que le caían libres sobre la frente—. Al menos uno de los dos pretende decirme que pasa –exigió.

—Verás –intentó Bill con su mejor tono cortés—, es asunto de Georg así que deberíamos dejarlo hablar, hum, cuando se sienta listo, ¿No es así? –Preguntó al aludido, ayudándole con su camiseta y casi terminando de vestirlo.

—Ok, ya entendí, pero sólo tenías que decir ‘Tom, no es de tu jodida incumbencia’ en lugar de intentar que él hable –accedió, inclinándose para ponerle un par de calcetines al bajista.

—Tom, no es de tu jodida incumbencia –obedeció Bill con una sonrisa traviesa en labios—, ¿Mejor?

—Duh… —Respondió rodando los ojos.

 

Gustav, para desgracia suya, amaneció peor que Georg y sintiendo que si el cosmos se desquitaba de esa manera con él, no era sino por rechazar al bajista de semejante modo.

—¡Ouuu! –Rodó fuera de la cama. Quizá lo que había bebido la noche anterior tenía algo que ver en todo aquel asunto, pero le dolían más las dentelladas que la conciencia le daba que la cruda que se cargó a cuestas y que dejó ir por el retrete luego de vomitar para liberar sus demonios internos.

Casi un ademán infantil cuando se despidió con la mano de sus desechos y le jaló a la cadena para caer a un lado de la regadera y pensar en bañarse o al menos dejar correr al agua encima de él.

Quiso recomponer trazos de lo que su noche le mostraba como flashes de una cámara lenta, pero parecía más fácil pararse de manos y recitar la tabla periódica de los elementos que intentar entender todo lo que le hacía sentir como la cucaracha más grande y asquerosa del mundo.

Maldecía por primera vez en años que su cuerpo despertase siempre temprano, pero no le quedaban quejas cuando luego de media hora de yacer en el frío suelo, decidió que una ducha caliente y un desayuno sólido no le vendrían nada mal.

Por tanto, abriendo las llaves y metiéndose con todo y ropa, pasó ahí cinco minutos en total sopor deseando ser líquido y que el drenaje se lo succionara sin problemas. Se sentía pertenecer a las cañerías…

Al final, viendo ya cuando el reloj de la habitación le indicó que eran las nueve en punto de un día libre, cayó en cuenta que aquella bata del baño no era la suya, que las maletas del suelo no le pertenecían y que esa falsedad de cena de un platón de fresas medio derretidas, chocolate endurecido y vino flotando en agua que fue hielo no era algo que él pediría jamás.

¿Acaso se había colado en la habitación de alguien más? Pensaba con atisbos de pánico mirando como loco por toda la habitación por algún otro inquilino a la vista, pero encontrando sólo soledad.

No era su habitación, eso seguro, sin embargo tenía que ser de alguno de los chicos de la banda o alguien que conociera, porque nadie que lo hubiera visto en semejante estado de ebriedad lo habría dejado entrar a su habitación sin antes cargar un arma o protegerse de algún modo.

Descartando de primera mano la improbable situación de que alguna fan le hubiera raptado, porque se sabía el último en la lista de los miembros de la banda al que le podría pasar eso, se sentó sobre el mullido colchón y encontró que algo crujió bajo su trasero e hizo un sonoro ‘crash’ que lo hizo saltar.

Asustado se paró para encontrar una caja de DVD que tenía una portada bastante… Arqueó una ceja, murmurando entre labios “¿Qué puta mierda es esta?” antes de ver la portada del todo y tirarla como si estuviera en llamas y no sólo maldita por la fotografía de dos chicos rubios unidos por un beso y extasiados por caricias. El título ‘Sala de masajes cachonda II: Humedad de Amazonas’ no ayudaba en lo más mínimo.

¿En que condenado cuarto había ido a parar? Faltaba que la puerta estuviera cerrada desde afuera y realmente su secuestro no fuera por unas locas fangirls que al final pedirían autógrafos y conocer a los demás de la banda, sino realizado por algún viejo cuarentón, obeso y homosexual que le intentara corromper…

Era de reírse todo aquello y más cuando la puerta se abrió a su toque como si nada. El pasillo sólo habitado por una mucama que cargaba toallas y a la que regresó los buenos días cerrando la puerta con cuidado antes de intentar adivinar un poco más.

No fue sino hasta que se quiso vestir que encontró que no era su habitación pero sí la de alguien de la banda. Lo que revisar maletas le dio un nombre: Georg.

—Georg… —Tartamudeó, palideciendo de pronto mientras olvidaba sus momentáneo alivio para trastocarlo por la más horrible sensación en el pecho—. Mierda.

 

—Demonios –maldijo Tom colgando el teléfono para hacer un nuevo intento con el móvil—. ¿Qué les pasa a todos? Georg está catatónico, tú sigues de enfermera cuidándolo con ese maldito disfraz y Gustav no aparece por ningún lado… Argh –colgaba de nuevo antes de que el buzón le contestara de nuevo—. ¿Tanto es pedir que me expliquen que carajos pasa antes de que me vuelva loco?

—Tomi, no nos corresponde –le calmó tomándolo del brazo antes de besarlo en la mejilla. Lo vio enrojecer y mirar por encima de su hombro en dirección a Georg, quien seguía bajo las mantas y poco cooperativo a salir de ahí en al menos una semana—. Ya sabe –le explicó, muy para pesar del mayor, quien enrojeció, palideció y luego se puso en un tono ligeramente verdoso e insano, todo en menos de diez segundos para tiempo récord.

—¡¿Qué él sabe qué…?! –Vociferó incapaz de controlarse—. Primero me explicas eso y sigues con los demás antes de que me quede calvo de la preocupación.

—No lo regañes, Kaulitz –murmuró Georg desde su lugar, dirigiendo no sólo la atención de ambos gemelos hacía ahí, sino también el enojo de Tom—. Y no te atrevas a darme una de tus miradas de muerte que no funcionan con nadie más que con Bill.

—¿Sólo conmigo? –Preguntó inseguro el aludido—. Tomi… —Tironeó de la manga de su camisa por atención.

—Quiero escucharlo –dijo Tom con toda calma, para quince minutos después, salir de la habitación con las orejas ardiendo de vergüenza por lo que Georg le había demostrado eran pruebas irrefutables de lo que él y Bill hacían.. Arrepentido de tan tonta petición desapareció antes de que Bill le detuviese.

Siendo entonces que Georg se giró sobre su costado y cerró de nueva cuenta los ojos para intentar dormir más.

Sabía que no iba a poder porque rozaban ya las horas de la tarde y no tardaría en anochecer afuera, pero no le quedaba de otra.

Más que la tristeza o cualquier otro sentimiento que le bullera en el interior, lo que más le dolía de todo aquello era haber sido rechazado de una manera tan vergonzosa y patética. Quizá, siendo poco descabellado el considerarlo, Gustav ahora lo creía una especie de pervertido que había mostrado sus garras.

A lo que el baterista no era precisamente una Caperucita Roja perdida en el bosque a la que Georg había seducido usando artimañas, brebajes mágicos o bajo amenazas de cualquier tipo. Nada de aquello. ¡Vamos, que en ningún momento le había apuntado con un arma en la sien! Sin embargo, se admitía ante sí un poco, o bastante según fuera el caso, ansioso por aquellos contactos. Iniciador en todo caso.

Su iniciativa en primer término desde aquel día en que su trasero le había cautivado, todo ya meses atrás y desembocando en la situación actual y presente en la que se encontraba sumido al lado de una desoladora desesperación.

“Para colmo”, pensó con los atisbos de la locura a la vuelta de la esquina, “atendido por esta loca enfermera”. Bill, revoloteando a su lado y preocupado por su situación no estaba más que para el chisme, si bien se preocupaba de su manera, aunque aún usando su disfraz y al parecer, no muy dispuesto a cambiarse de ropas.

—Espero que Tom no se quiera tirar de la azotea por lo que le dije –murmuró con desgana, dejando que Bill le apoyase la cabeza en sus piernas para acariciar su cabello.

Había un toque maternal y femenino en aquella manera de consolar que Georg se encontró llorando al principio quedo, pero luego a borbotones y sin poderse detener. Sorbiendo mocos, lagrimeando como si acabase de terminar de cortar cebolla, herido de muerto porque se sentí abandonado a su suerte sin siquiera una explicación.

Gustav había sido muy cruel y era lo que Georg no le perdonaba por encima de todo lo demás. Entendía de primeras veces, de lo complicado que se tornaba siendo no sólo hombres, sino amigos de varios años atrás, compañeros de trabajo y casi hermanos con todas las peripecias que habían compartido.

No era lo mismo con los gemelos, lo admitía; al menos no a tal grado, pues ellos dos se pertenecían  tal punto que ya nadie podría entrar jamás en su burbuja, pero igual incluidos en esa extraña hermandad. La diferencia radicaba en que a ese par los quería e inclusive tenía un deber de protección por ser el mayor, pero nada más.

Con Gustav… Era totalmente diferente. Se sabía enamorado, que lo quería, pero ya rechazado y dolido de todo corazón, también comprendía que existía amor de por medio. Que podía no tener mucha experiencia en el campo pero ahí estaba: amaba a Gusti… Aquel idiota.

Sólo pensarlo le hacía desear acompañar a Tom en su salto suicida en la azotea y tirarse con él si es que acaso el mayor de los gemelos lo planeaba. Actitud de él, quizá sólo estaba abochornado en el restaurante del hotel. No tardaría en regresar para actuar como si nada hubiese pasado. Propio de él.

No le iba a recriminar nada que no fuera la verdad.

—Has sido duro con él –dijo Bill, casi adivinando sus pensamientos.

—Bueno, ¿Pero es cierto o no que se escuchan a través del muro? No ibas a pensar que iba a dejar pasar esta oportunidad de oro para reclamárselo. –Sonrió un poco—. Cuando regrese le pediré disculpas.

Se limpió los ojos deseando por primera vez en todo el día levantarse de la cama e ir a lavarse los dientes. También quería echar una meada.

—Georg –le llamó Bill cuando estaba punto de cerrar la puerta del baño—, quise decir Gustav; que estás siendo duro con él. Tiempo presente.

—Oh –respondió—, yo no lo creo.

 

Pasado el resto de la tarde aunado a la llegada de Jost con el nuevo itinerario para el día siguiente, Georg se sintió mejor. Tener trabajo pendiente y retornar a lo que él ya veía como la cotidianidad de su vida, aceleró un proceso de curación que al menos detuvo sus lágrimas. Ya si por dentro se desgarraba, eras otro asunto, pero el trabajo era un excelente distractor.

Para Bill, que lo miraba de reojo mientras repasaban los sitios a visitar en tiempo récord para promoción, no quedaba de lado la manera en que se tensaba cada que su rodilla rozaba con la de Gustav, quien a su vez se estremecía sabedor de una culpa abrumadora.

“Vaya par de bobos”, pensaba entre divertido y preocupado. No podía evitar sonreír en complicidad cada que un nuevo paso de fraguaba en aquella relación, lo mismo que era fruncir el ceño cada que algo salía mal. Permanecía atento a todo aquello como espectador de la mejor serie televisiva lo que no se podía evitar viendo como aquel par intentaba y fallaba por errores nimios.

A sus ojos, Georg amaba a Gustav, su adorado Gusti y viceversa. Sin remedio. Suspiró. Claro que ante las trabas que el destino les colocaba, quedaba mantenerse firme en el papel de testigo silencioso.

Por su parte, luego de pedir disculpas a Tom y ponerse una tensa sonrisa en los labios para aparentar normalidad, Georg no estaba ni la milésima parte de divertido que Bill.

Al contrario, saltaba de su piel cada que se temblor incontrolable le hacía chocar contra Gustav. Tener que disculparse cada minuto ya parecía regla de oro y esa pequeña anormalidad no se le escapaba a nadie de los presentes. Inclusive el mismo Gustav tenía una actitud extraña y tímida evitando todo tipo de contacto de visual.

—... Hablo en serio; la camioneta pasará a las ocho en punto y estén o no en ella, partirá a la televisora –amonestó Jost al despedirse—. El que se quede dormido correrá la peor de las suertes bajo mi cargo.

Tom, el único que no estaba al corriente de la tensión en el ambiente, hizo un ademán militar al asentir y así se encontró con tres pares de bocas torcidas, ceños fruncidos y miradas esquivas. Algo raro...

—Creo que... –Intentó aventurarse, antes de darse cuenta de que Georg ya estaba de pie murmurando ‘Buenas noches’ en general sin ser muy específico a nadie en particular para luego salir por la puerta y azotarla—. Wow, no parece el mismo Georg deprimido de la mañana. Antes temía que cometiera suicidio, ahora temo que sea asesinato –bromeó.

Luego Gustav también salió por la misma puerta y el azote que dejó como prueba de su existencia, hizo temblar los cristales de las ventanas. —¿Bill? –Tanteó Tom sentándose con la frente en sus rodillas mientras hundía el rostro en su regazo—, tengo algo que preguntarte...

—Es algo entre ellos dos. No nos compete inmiscuirnos porque...

—... Es personal. Ya lo sé –suspiró—. Lo que me inquieta es que tienes todo el día con ese uniforme de enfermera… David te miraba como loco, pero creo que no supo dejar volar las fantasías –murmuró con repentina timidez al juguetear con los dedos el borde del liguero que se dejaba entrever a medio muslo. Escuchó un jadeo al aumentar la intensidad de sus caricias.

—Tomi –respondió dejándose caer en el colchón—, ¿El doctor está en consulta?

 

A Georg se le hizo fácil pasar de largo de las primeras cinco llamadas que escuchó con su nombre. Todas de labios de Gustav que le venía siguiendo de cerca, pero en ningún momento atreviéndose a correr, alcanzarle y espetar la atención que requería para ser tomado en cuenta.

Falta de valor por parte del rubio que servía sólo para echar más leña al fuego de su rabia y que le hizo apretar el ritmo rumbo al ascensor porque era su escapada rápida. El iba a un piso inferior y Gustav estaba en uno superior al que estaban así que con al menos una planta de diferencia entre ambos, esperaba poder amainar todo el coraje que se lo venía carcomiendo desde temprano.

Su dolorosa tristeza había dejado paso a la furia más incontrolable de la que tenía en memoria desde siempre. Por ende, lo único que deseaba era apartarse lo más posible, porque temía verse de frente a un enfrentamiento. No quería resultar más herido y lo que a su parecer era la daga en su pecho, tampoco quería herir a Gustav.

—Georg, oh, lo siento tanto –susurró Gustav cuando al fin le alcanzó frente a las puertas metálicas. Lucía tenso, arrepentido, pero nada más. No era que Georg esperase verlo desecho en un mar de lágrimas, pero quería que así fuera... Le ardía en el orgullo saberse como el único llorón y el único al que todo aquello le había afectado como si fuera la muerte de un ser querido.

—Ya –masculló presionando repetidas veces el botón del elevador y rogando al cielo, al infierno o a cualquier condenado ente que moviera el universo a su antojo, y que al parecer la cargaba en contra suya, que le librara de tener que mantener aquella conversación en medio de tan desolado pasillo.

—No sé qué decir –se disculpó Gustav avanzando un paso.

—Hum –Salió de su garganta. Apoyó la frente contra el frío metal esperando que fuera mentira aquello de que en momentos de crisis el tiempo se extendía como si fuera de látex. No lo parecía del todo, pero ya sentía que si permanecía más tiempo se iba a desmoronar cual castillo de naipes—. Está bien, está bien –repitió en un mantras más para sí mismo, que para Gustav—. Lo podemos olvidar. Dejemos de lado que esto pasó y ya. No tenemos que hablarlo –articuló con dificultad.

Para su gran consuelo, la puerta se abrió dando pie a que se escabullera en menos de unos cortos segundos.

Gustav, que se quedó boquiabierto, cabeceó de lado a lado con negativas.

Conocía a Georg más de lo que el bajista creía, más de lo que para sí mismo se creía capaz de admitir porque involucraba aceptar que más allá de la amistad, lo que ambos hacían estaba creciendo. Se desbordaba.

A única medida, una muy desesperada, pensaba mordiéndose el labio con saña, quedaba tomar aquel asunto por su propia rienda.

“Yo la embarro, yo la limpio” razonó yendo hacía las escaleras y dispuesto a lo que fuera con Georg.

¿Una discusión? De tener que haberla, la habría. ¿Palabras duras, verdades completas o tener que hablar con el corazón estrujado en la mano? Adelante. ¿Sexo? Estaba listo con todas sus letras. Lo deseaba con todo y manos sudadas, con timidez, con sonrojos brutales, pero lo deseaba... Ya no pensaba huir de aquello. Ya no estaba ebrio y presa de un torrente de adrenalina que le dio el impulso necesario, corrió hacía las escaleras y de ahí al piso de abajo por lo que parecían infinitos escalones directo al ascensor, a sus puertas que se abrían y a Georg, que recargado contra uno de los paneles laterales, lloraba con toda el alma.

—Ugh, Gusti... –Lloriqueaba el mayor, deseando esconderse en un rincón para desahogarse. No se sentía capaz de cruzar el pasillo hasta su habitación con tanta desolación a cuestas. Le parecía más posible comportarse como chiquillo desamparado que sacar valor de la bolsa y enfrentarse al mundo cruel y hostil que le esperaba.

Claro que todo se sentía irreal. Siempre era mejor tragarse el orgullo, limpiarse los ojos y enfrentar al mundo con entereza... Con valor, aunque no se creyera poseedor ni de la más mínima traza de aquello.

Y pudo divagar al respecto... Encogido en el rincón de aquella cabina bien pudo haber viajado toda la noche piso tras piso como alma en pena, pero el par de brazos que le rodearon y la familiar esencia de Gustav, solucionaron aquello halándolo fuera del aparato en un estrecho abrazo antes de besarlo para dejarle probar no sólo su amor, sino lágrimas idénticas.

—No me va a salir nada romántico aquí –balbuceó antes de un beso hambriento que dejó a Georg con las piernas convertidas en sopa—.Vamos a tu habitación –pidió buscando sus manos antes de entrelazar dedos.

Acciones que le costaban mucho más de lo que pensaba, pero con cada aceleración de su corazón le convencían de que era lo correcto. Se sentía como tal y ya no estaba dispuesto a esperar.

—¿Me vas a declarar tu amor entonces? –Le hipó el bajista rozando el borde de su mejilla con la nariz—. Me vas a hacer sentir como una colegiala con su primer amor.

—¿Faldita de cuadros incluida? Es sexy, también una vieja fantasía–Bromeó, pero la voz se le quebró a la primera—. Estaba ebrio y sé que no es excusa, pero también estaba… Estoy –se corrijo— muy asustado.

Georg apretó su mano en respuesta antes de tener que soltarla al oír ruidos al final del pasillo. Quizá alguien que se alojara en esa planta o no, pero no era cuestión de correr riesgos. Apresurado, lo haló hasta que se encontraron frente a su habitación y sin más espera, sacó su tarjeta y abrió la puerta empujando a Gustav dentro y cerrando apenas puso un pie en el alfombrado.

Agradeció la estructura de la habitación que comenzaba con un pasillo antes de propiamente dar paso a la alcoba, pues cuando Gustav lo empujó contra el muro y lo besó con ansías, la falta de espacio suplió la vergüenza que ambos tenían y la sustituyó por un acomodo a las circunstancias.

—De verdad que lo siento mucho… Mucho… Mucho… —Se disculpaba al baterista entre besos húmedos—. No quiero dejar nada de lado, ni olvidarlo, ni… —Jadeó con deseo al apartarse un poco y pasarse la camiseta que usaba por encima de la cabeza. Regresaba luego al abrazo de Georg, quien le mordía el cuello para ahogar al gemido ronco que salía de su garganta cuando sus entrepiernas chocaban y sus duras erecciones se frotaban sin la más mínima vergüenza.

—¡Oh Diosss! –Siseó Georg balanceando su cadera a un ritmo enfebrecido antes de tratar de enfocar a Gustav, que se separaba, le daba una mirada que el bajista consideraba peligrosa y se arrodillaba dejando su rostro sobre su regazo.

—Vaya, malditos nervios –balbuceó al batallar con los jeans que se abultaban por momentos—. Perdona –se disculpó luego, cuando los abrió de lado a lado en una perfecta ‘v’ y embutiendo las manos en el calor, sacaba su pene de entre los reducidos bóxers, sujetándolo con las dos manos como si temiera que se fuera a escapar volando.

Al contacto con el aire fresco, las piernas de Georg se doblaron en ángulos raros y habría caído de no ser porque Gustav clavaba las manos en sus caderas y lo sostenían contra el muro.

—Voy a, ya sabes –dijo antes de abrir la boca y engullirlo con tanta energía, que el bajista se sintió listo para alcanzar el orgasmo en ese mismo instante. Los dedos tibios que presionaron sus testículos con la firmeza necesaria, sin llegar a hacer cosquillas o lastimar por la rudeza, sólo pronunciaron la sensación que le hizo agarrarse el borde de la camiseta y conseguir un puño lleno de tela.

En tanto, Gustav trabajaba lo mejor que podía. Abriendo más la boca y tragando con presteza, no dudó ni un segundo en presionarse a ir más lejos y casi besar las caderas de Georg con la profundidad que tomaba.

La sensación de piel cálida y de un sabor fuerte pero agradable que recordaba a Georg en cada partícula recorriendo su lengua le hicieron tener que detener un poco su ritmo para buscar en su propio pantalón y luchar contra la cremallera y el botón antes de poder empujarlo sobre sus muslos y masturbarse sintiendo los dedos de Georg en su cabeza empujando.

—Gus, ah, ¿No podías esperar? –Preguntaba Georg, mirando hacía abajo, apartando la cabeza de Gustav de su regazo y mirándolo directo a los ojos. Ambos se contemplaron con encanto el par de ojos perezosos y pesados que el punto cerca del orgasmo ofrecía y sabiendo que tanto así lucía el otro como uno mismo.

—No –fue la sencilla respuesta, mientras dejaba correr la palma sudorosa por su mejilla y continuaba con presteza sus atenciones.

Con una mano en su propia erección y acelerando el ritmo que mantenía, Gustav volvió a abrir la boca para dejar salir la punta de su lengua y torturar a Georg con un par de lametones antes de mirar hacía arriba y encontrarlo con la boca entreabierta y la mirada cristalizada en deseo.

—Gusss –gimoteó—, sigue… —Ordenó en un tono cargado de electricidad, para luego acompañar la mano de Gustav en torno a su miembro y dar un par de tentativos tirones. Gimió de placer y la boca del rubio se volvió a sentir como una calidez capaz de acabar con él cuando arrastró con mucho cuidado sus dientes a lo largo de la fina piel y regresaba succionando con más fuerza.

Se sabía cerca del clímax lo mismo que Gustav, quien arrodillado se frotaba contra su pierna y marcaba un curvo camino húmedo a lo largo de ésta.

Un último apretón en sus testículos y se encontró doblado en su medio con Gustav prendido de su pene y tragando todo su semen sin rechistar o derramar una gota, para luego segundos después, hacer lo propio en su muslo, al cerrar los ojos y eyacular en tres tirones precisos que lo dejaron boqueando por aire.

Fue el golpe emocional más que la mamada lo que lo hizo desplomarse casi encima de Gustav, sudoroso y agotado en un modo que no se atrevía a definir como físico, pero que no le dejaba moverse o siquiera pensar con cordura. La simple idea de querer apartarse parecía titánica, pero dejaba la excusa necesaria para aceptar los brazos de Gustav rodearlo, sin tener que dar explicaciones a por qué sentía su ausencia de un par de horas tan acuciante.

Sólo quería fundirse en ese abrazo con Gusti… Su Gusti… Su lindo Gusti Pooh suave al tacto y con ese aroma tan suyo que aspiraba en lentas bocanadas hundiéndose en la inconsciencia del sueño justo en la curva de su cuello.

—¿Gusti Pooh? –Oía de pronto. Abría un ojo para encontrar a Gustav a su lado con idéntica expresión de cansancio, pero aún  despierto. Se sintió ruborizar hasta la punta de las orejas por tal intromisión que seguro era murmurar tonterías medio dormido—. Ok, no me digas nada.

¿Ni siquiera gracias? –Bromeó el mayor—. Esa lengua tuya es cosa del infierno. Es… Mi perdición –se sonrojó. Para halagos no era lo que se podía decir bueno, mucho menos siendo para alguien con quién las pautas no se habían marcado o las líneas pertinentes cruzado, pero consideraba que la verdad de cómo se sentía, se podía aplicar en su nueva relación.

Estaba divagando en ese tipo de asuntos cuando se cuerpo pidió, por clemencia y compasión luego de meses intermitentes de dormir en literas, que dejaran el frío y duro suelo por la cama que apenas estaba a un par de metros.

—Gus –le sacudiócon dulzura por el hombro, viendo que ya casi se dormía—, vamos  la cama, ¿Hum? Cama, cariño –cabeceó en torno al inmueble y se incorporó lo mejor que pudo dado el estado en el que estaba. Se cuestionó entonces si el equivalente de un orgasmo venía a ser llanamente un mazazo en la nuca. No lo dudaba cuando coordinarse para estar de pie resultaba lo más difícil que jamás había pensado.

Con los pantalones por las rodillas, no quiso ni hizo intentos de acomodarlos en su sitio así que se despojó de ellos y luego de su playera, para en cuatro patas besar a Gustav, quien arrugó la nariz y le pasó los brazos por el cuello.

—No me digas que ya hay que levantarnos –habló con voz ronca—. Oh –exclamó al entender que seguían en el suelo.

—Vamos a la cama, ¿Sí? –Instó Georg acariciando con una mano el muslo desnudo del baterista y depositando besos en torno al área del cuello.

Gustav sólo tragó duro lo que de pronto parecían todos sus nervios acumulados desde que su relación con Georg había dado un giro más allá de la amistad.

A la cama… Las resoluciones de la última hora, aunque apresuradas en lo que tardó en correr un piso en las escaleras presa de un remolino de emociones, eran firmes y honestas, pero no reducían para nada los metros que los separaban del colchón y que de pronto parecían una prueba digna de maratón.

Con todo, besó a Georg en los labios y tras dejar sus pantalones y ropa interior en el suelo, le siguió desnudo tomando su mano hasta la cama.

 

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