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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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… Sabe que su perro será Bom y su gato Till…

 

Luchando contra la inconsciencia, el sueño y también contra más de un par de tragos de alcohol, Georg abrió los ojos a la realidad para darse con ella de frente como lo hace un auto en un accidente contra el muro de contención. Siendo que estaba en su litera y con las cortinas cerradas la luz era poca, arrugó el rostro entero ante la más mínima partícula de iluminación que se dejaba entrever. Ciertamente ya el sol estaba en el cielo, pero el bajista lo quería apagado y deseó, quizá con el pensamiento irracional del ebrio, que ojala alguien le desconectara.

Más cruel que la luz, fue el tener que moverse, respirar siquiera. Su estómago dolía por no decir que amenazaba con voltearse y desparramar su contenido por todos lados. También hizo aparición una migraña detestable; un flash de luz y ahí estaba incordiando a su dueño, quien con todo, reconocía su culpa. ¿Es que quién era él para negarse a una noche de juerga? Luego de todos los malentendidos y lo que la banda entera había tenido que sufrir desde el día en el que el trasero de Gustav apareció resaltado como para una sesión fotográfica ante sus ojos, nada como una borrachera conjunta.

Todo olvidado y aceptado en partes iguales, los dejó con una cuenta enorme en el bar más cercano y una sonrisa de oreja a oreja a cada uno. O al menos hasta hace unas horas, que Georg sabía reconocer que en tiempo presente sus labios se curvaban hacía abajo, no hacía arriba.

—Oh Dios santo, quiero morir –gruñó al quererse poner de pie y recibir una descarga de malestares multiplicados al infinito con tan poco esfuerzo. No quiso ni pensar lo que sería salir de su litera y enfrentar la cotidianidad; vilmente, le vomitaría por todos lados.

—¿Georg, eres tú? –Preguntó una voz a un lado. Por la litera, la de Tom, pero quedaba ver cuál de los dos gemelos era el que le hablaba con el mismo tono de arrepentimiento que el suyo—. Si vas a la cocina me traes una, no, dos… Hum, tres aspirinas, por favor. Ah, y agua. Uh, uh y otras tres más para Tom…

—Y otro vaso de agua –confirmó el mayor de los gemelos antes de sumirse en quejas.

Georg rodó los ojos por lo que creía un descaro supremo por parte de los gemelos al saber su estado y lo pesado que le estaba resultando salir de la cama, como para aparte pedir que les trajera algo… Resoplando un par de maldiciones en su contra, se rascó el rostro con parsimonia esperando el momento ideal para abrir su cortinilla y salir al mundo real. Momento que no llegaba… Se detuvo de consultar un reloj imaginario, pero la broma no era graciosa si Gustav no estaba ahí para reír, así que…

Un segundo, ¿Y Gustav? Enfocó como pudo a su alrededor en búsqueda de alguna pista de su paradero o mejor: una prueba de que hubiese dormido a su lado, la cual encontró con un par de bóxers blanco reluciente (por ser el único en la banda que sabía usar la lavadora correctamente) y lo que creía eran sus babas en la almohada. Tenían que ser y presa de un ataque romántico en extremo, se inclinó para olisquear y sonreír de la manera más boba al reconocer el aroma que él creía como el más delicioso, pero que si lo hacía Tom o Bill producía muecas de repugnancia.

Con ánimos ya, abrió la cortinilla de su litera portando una sonrisa de oreja a oreja que se le desvaneció con el resplandor que reinaba en el exterior y que reavivó su antigua amenaza de sacar sus intestinos por la boca. Un quejido y se dejó oír una patada contra su litera junto con una palabrota y un par de voces que en unísono gritaron: “¡Aspirinas, Georgie Pooh!” para hacer que su cabeza vibrara como gong luego de ser golpeado.

Así, sintiéndose como guerrero caminando al campo de batalla, enfiló por el pasillo con rumbo a la cocina, llevando consigo la almohada apretada en uno de sus costados. Más que por amor a las babas de su Gusti, por miedo a irse de bruces y darse un trastazo digno de ser recordado ya fuera con un dedo roto o la boca sangrante.

No pasó mucho antes de que el aire le empezara a oler como a… Olfateó un poco más y no había modo de dudarlo: un delicioso desayuno de Gustav. ¡Omelet de huevo! Por primera vez en la deprimente mañana sus tripas protestaron y fue más por hambre y antojo que por dolor, lo que le dio renovadas fuerzas para sonreír al tiempo que se acercaba a Gustav y lo contemplaba…

Un segundo… Dos segundos… Tres… Cuatro… La boca se le caía de la impresión y permanecía abierta como esperando la entrada de las moscas. Diez segundos… Veinte… Un minuto completo en el que sus manos sudaron y dejaron resbalar la almohada que traía produciendo apenas un sonido leve, pero conciso que dejó saber a Gustav que tenía compañía.

Se dio vuelta con la espátula en mano para encontrar a Georg con su mejor cara de asombro y una erección que se dejaba adivinar por la ligera tela de su bóxer ya fuera por lo abultada que se veía o por el gemido que soltó al verse atrapado mirando.

Claro que si Gustav no quería que lo mirara no debería usar eso… O al menos no con niños en casa, hablando por los gemelos que estaban en una litera.

—Pensé que sería un desperdicio no usarlas si tanto me gustaba —comentó el baterista llevándose una mano a la cabeza para tocar el par de orejas peludas de zorro que traía—, pero ya sabes, no todos los días me depilo las piernas para ponerme la falda, así que opté por revivir un clásico a mi manera –finalizó con un guiño. Se movió un poco más y a Georg se le terminó por escurrir un hilo de baba por la boca—. Oh, no me dirás que te ha desagradado.

—Es tan… —El bajista se atragantó con sus propias palabras. Miró por detrás de su hombro para comprobar que ninguno de los gemelos se acercara y al ver que no era así, dio cortos pasos hasta quedar de frente a Gustav y besarlo. Un turno rápido que demostraba la urgencia que tenía de mostrarse rudo tirando lo que hubiese en la mesa para poner a Gustav sobre su estómago, inclinarse sobre él y…

—Alguien parece ansioso –gimió Gustav aún con sus labios unidos a los de Georg. Sus caderas encajando con las del bajista y haciendo contorsiones dignas del resultado que obtenía cuando lograba que el mayor cerrara los ojos en placer—. No pensé que pasaría esto –comentó lo más casual posible, pero era evidente que se mordía la lengua para no gritar luego de que Georg empujaba su miembro duro contra el suyo y le arrancaba fogonazos de lujuria—. Ah, Georg…

Con sus palabras apenas susurradas, Georg tuvo que hacer un esfuerzo considerable por no cumplir su fantasía de la mesa al ver que estaba dispuesta con cuatro platas, cubiertos, la sal y la pimienta alineadas, vasos con jugo y para rematar el ambiente hogareño, una mantel blanco y un florero con una rosa dentro. En definitiva, aquello no podía ser, pero entonces su mirada se desvió el fregadero y a la baja base limpia. Vamos, que en su mente obnubilada lo que necesitaba era una superficie donde colocar a Gustav y el resto saldría sobrando.

Apurado, sin dar aviso de su intención, Gustav chilló ante la sorpresa de casi darse en la nariz con la llave del agua y encontrarse con el estómago apoyado en la fría superficie. Apenas y registró aquel par de sensaciones cuando una nueva se hizo presente: la delicia que era la lengua de Georg bajando por su nuca en trazos juguetones por su espalda y deteniéndose en el trasero, bajar un poco la escasa prenda que portaba para darle un beso… Justo ahí.

Bastaba eso y nada más para que Gustav sintiera las piernas doblársele de la excitación, pues si bien no era la primera vez que lo hacían, Georg se abstenía de besarlo mucho por aquella zona. Fuera un poco de vergüenza o no, seguía siendo algo nuevo para ambos y la idea de que pasase, era sexy. Atrevida. Una actividad que por lo poco que sucedía, se convertía en lo más especial que Georg podía hacer por Gustav. Todo aquello, le daba el coraje necesario para empujar su cadera y apreciar la lengua del bajista recorriendo con círculos su abertura y entrando con lentitud en una mezcla de permiso con tortura que hizo a la zona de su entrepierna contraerse placenteramente.

Sus manos se cerraron en torno al trapo con el que solían secar la vajilla y con los puños repletos de la tela, se contuvo de eyacular luego de sentir un dedo humedecido con saliva vencer la resistencia de su cuerpo y tocar dentro suyo aquel pequeño punto que lo volvía loco.

Gimió sin control y el cuerpo grande y caliente de Georg se pegó al suyo para producir ramalazos eléctricos entre ambos que poco faltaron para tenerlos al borde del orgasmo. Hubiera sido de no ser por el grito que se dejó oír y que les cortó la inspiración del mismo modo que se corta la leche.

—¡Ustedes dos! –Gritó Tom entre avergonzado y divertido al entrar a la cocina y descubrirlos a punto de hacerlo—. ¿Pero qué no tienen vergüenza? ¿Qué tal si Bill los ve? Es muy joven para contemplar este tipo de espectáculos –gruñó sin poder de convencimiento a la par que trataba sin éxito controlar una carcajada.

Bill, que salió detrás de su gemelo con el cabello parecido a un nido de pájaros y los ojos adormilados, apenas si dijo algo. Bostezó ante el espectáculo de sus dos amigos a punto de montarse su numerito sexual contra el fregadero y se dejó caer sobre una de las sillas para poner los brazos arriba de la mesa y la cabeza entre sus manos. Le dolía más la cruda realidad luego de una noche de parranda que atrapar a aquellos dos en in fraganti, y de los hizo saber murmurando “Aspirina, por favor” con la voz quebrada de dolor.

Tom, presto como buen hermano mayor y de paso, temeroso de que si no se recomponía no le dejaría acostarse con él, le tendió las tres pastillas y un vaso de agua que Bill bebió lo más rápido posible en espera de alguna mejoría.

La cual no fue tal, sino el levantar la cara de entre sus manos y olisquear al aire con la nariz fruncida. Según se olfato, algo se quemaba…

—¿Algo huele a… Humo o es mi imaginación? –Dijo un segundo antes de que el sartén en el que Gustav hacía su omelet con huevo saltara por los aires y cayera casi carbonizado a sus pies. Apenas y sucedió aquello, cuando al trapo que Gustav apretaba al ser descubiertos y que estaba enseguida del hornillo se prendió fuego. Una densa cortina de humo que cubrió la cocina en segundos y que no les dio tiempo ni de correr por el extintor.

Todos rumbo a la puerta huyendo por sus vidas, menos Bill que corrió a su litera y sacó su maletín de maquillaje entre toses cuando al fin salió al aire libre y recibió una reprimenda por parte de Tom…

Luego vieron entrar a los del equipo… Un camión de bomberos… Pero nada de aquello les dio tanto miedo como cuando Jost llegó al fin luego de hablar con el jefe de bomberos y con el sartén quemado en la mano y un rostro que daba miedo. Mucho miedo…

 

—¿Pero en dónde tenían la jodida cabeza? ¡Incendio, por Dios santo! ¡Un fuego! ¿Tienen acaso idea de lo que costará el autobús? ¡Casi un millón de euros! ¡Y una multa del departamento de bomberos! –Chilló con el rostro rojo de rabia a los cuatro. Pasó su mirada severa por cada uno de ellos esperando encontrar rastros de su arrepentimiento que le dieran fuerza para calmarse, lo que fue funcionando hasta toparse con Gustav… —¡¿Se puede saber qué carajos traes puesto?! –Se aceleró al ver su atuendo.

Sin explicación al menos aparente, su baterista portaba una especie de tanga que dejaba el 99% de su trasero al aire libre y que prendida en la parte posterior colgaba una especie de cola peluda y larga que asemejaba la de un zorro. Tenía que serlo porque en la cabeza, el rubio usaba una diadema con un par de orejitas felpudas que confirmaban su sospecha. Para completar el cuadro, un delantal de cocina blanco que le tapaba la parte de enfrente, gracias a Dios, pero que llevaba la leyenda de “Viole al cocinero si le gusta la comida” y que le cortó las ganas de regañarlos.

—No creerás lo que pasó anoche –dijo Bill para sacar a Gustav del apuro. Exprimiéndose el cerebro que todavía sufría los estragos de la cruda, sacó a colación lo primero que se le vino a la mente—. ¡Fue una fangirl loca!

—Sí, sí, ella… ¡Nos dio bebidas adulteradas! –Le secundó Tom—. Nos puso droga en los vodkas, quiero decir, en los jugos de naranja que pedimos y nos trajo al autobús donde…

—Donde vistió a Gustav así y… —Balbuceó Bill con apuro al ver que Jost les creía lo mismo que la vez pasada: nada de nada.

—¡Nos tuvo secuestrados toda la noche! –Aseveró Georg, convencido de que si al menos la historia no pegaba, Jost tendría que darles un premio de literatura por semejante cuento.

—Fue horrible –negó con la cabeza Tom, como espantando malos recuerdos—. Pero entonces… Entonces… —Miró a Bill como pidiendo ayuda.

—¡Un incendio comenzó! –Exclamó Georg abriendo mucho los ojos y haciendo ademanes con la mano que parecía explicar una explosión nuclear más que el fuego en la cocina del autobús—. Ella corrió por la puerta, pero nosotros alcanzamos a huir.

Silencio total.

—David, sé que suena loco pero es la verdad –dijo Bill al ver que Jost los fulminaba con la mirada—. Lo juro por…

—¡Por mis bolas no! –Replicó Tom al ver por donde iba todo—. No digas que se secarán en caso de ser mentira porque… Porque aunque sé que esta historia es verdad, no me gusta correr riesgos y…

—Ya, chicos –dijo Gustav con tono calmado al quitarse las orejas de la cabeza y enfrentar a Jost como un hombre—. La verdad es que Georg y yo nos la montábamos en la cocina y el omelet con huevo que hacía se quemó y –suspiró— el resto de la historia te la puedes imaginar.

Nuevo silencio denso.

—Ok, voy a creer que esa fangirl imaginaria de verdad existió –murmuró David tronándose los nudillos de la mano—, porque la historia de Gustav es una patraña peor que la anterior así que… No sé, veremos cómo solucionar esto. Retírense y… —Dirigiéndose hacía Gustav—, no más disfraces, ejem, al menos no en público.

 

—Pudo ser peor –murmuró Bill, pero se calló al instante siguiente cuando recibió una lluvia de zapatos por decirlo—. ¡Pero si es cierto! Cuando Gustav se tomó su semana de vacaciones y nos tuvimos que quedar en el autobús, fue tortura total. Prefiero esto que aquello –se mantuvo en postura, tozudo.

Encerrados en lo que sería el mes más cruel de su existencia, que era el tiempo en el que el bus del tour estaría reparado y en condiciones de salir a carretera, les quedaba instalarse en el departamento de la banda, pero con algunas limitantes. Su llegada se vio como el momento idóneo para cortar la televisión por cable, sacar la comida chatarra de los gabinetes de la cocina y cortar el agua caliente de los grifos. Que sería o no mucho, pero para Gustav era nada y para Bill lo era todo.

Acostumbrados a la vida de lujo, pese a la tacañería que a veces aquejaba a Jost, pasar un mes en el departamento en donde seguían teniendo una habitación para ellos cuatro y con las restricciones anteriores, era como para soltarse llorando.

Más que nada, lo de las camas…

—¡Quiero dormir con Tomi! –Chillaba Bill con la cara roja ante el contra esfuerzo de empujar su cama con todas sus fuerzas para unirla con la de su gemelo, pero imposibilitado puesto que Georg lo hacía al lado contrario indispuesto a pasar la noche oyéndolos gemir a un escaso metro.

—¡No, no y no! –Denegaba el bajista con la frente sudada. Empujaba entonces por su cuenta que para mucha de su decepción, Bill le igualaba en fuerzas y mantenían un precario equilibrio en el que el mueble no se movía más de un centímetro.

Mirando desde la puerta, Gustav y Tom, ambos con expresiones ilegibles. Que a diferencia de sus amantes, ellos no pensaban montarse sus acrobacias en la cama estando alguien más en la habitación.

Como fuera, explicarlo requería de tiempo y de ganas, por no mencionar que Bill sudando su maquillaje y Georg tirando pestes, ambos mientras tiraban de la cama, era gracioso, así que no dijeron nada.

 

—Gus, pst, despierta –susurró Georg a la oreja del mencionado. Era de madrugada y según la luna que se proyectaba en el suelo de la habitación, marcaban algo entre la una y las tres de la madrugada.

Sin esperar respuesta, el bajista se introdujo bajo las mantas tibias de su amante y se le pegó por la espalda, maravillado de cuán suave se sentía su piel desnuda en comparación con el sucio y helado suelo que segundos antes pisaba.

—Vamos, despierta. –Besó su cuello y recibió un gemido quedo que dejaba muy en claro que Gus seguía dormido, pero no por mucho tiempo. Sin tomarse la molestia de preparar terreno, fue directo a su entrepierna para encontrar con gusto que le esperaba una erección ansiosa que apenas rodeó con su mano, se tornó más dura y caliente que antes.

—Ugh, Georg –gimió Gustav con la voz gruesa por el sueño. Una queja que se transformó en gozo cuando la mano libre del bajista apresó su cadera y tras una débil indecisión, optó por moverse a su trasero. No teniendo como quejarse si aquello de ser atrapados lo ponía caliente, aunque no lo admitiera, prefirió torcer la cabeza y besar a Georg con suavidad—. Bien, pero si haces algún ruido, te mato.

—Mira quién habla –se burló Georg al deslizarle la ropa interior por los muslo obteniendo así un gemido bajo pero claro.

—No te burles –le amonestó Gustav, que prefirió mantenerse lo más controlado posible, pero mordiéndose el labio inferior porque aquello resultaba complicado.

Estaba a punto de experimentar lo que creía era un dedo húmedo con saliva cerca de su entrada, cuando el ruido de un par de pasos en el suelo le hizo abrir los ojos lo más posible en un vano esfuerzo por discernir de quién era la figura que se movía en penumbras.

Su erección murió con aquello y para un ligero regusto amargo que lo invadió, Georg no le prestó atención pues restregándose contra su costado, mordía la piel de su hombro para acallar sus propios jadeos.

“Vaya mierda” pensó con desilusión al pellizcarle la pierna a su amante y acallarle la queja con la palma de la mano presionándose por completo en su boca.

—Bill, vuelve a la cama –pronunció con voz clara y fuerte. Los pies se detuvieron en su camino haciendo del silencio algo tan real que por un instante Gustav temió haberse equivocado.

—Uh, malvado –respingó al fin el menor de los gemelos en retroceso a su propia cama—. Sólo para que lo sepas, pensaba ser silencioso.

—Sí claro –ironizó Gustav. Se la pensó un segundo y agregó—: ¿Te puedo pedir un favor? Di: “Georg, regresa a tu cama”, por favor.

Una risita.

—Georg, regresa a tu puñetera cama o patearé tu trasero por hipócrita –dijo Bill, agregando a la frase algunas palabras de su propia invención—. Si yo no duermo con Tomi, tú no duermes con Gusti.

Más pasos por el suelo seguidos del rechinar del colchón y Gustav cerró los ojos dispuesto a dormir. Ah, amaba a Georg, vaya que lo hacía, pero no consentía ni los espectáculos ni la falta de intimidad. Mejor la castidad y convencido de que su solución era perfecta descontando bueno, la parte de la castidad, se durmió.

 

Como suele suceder con la represión y las normas ridículas, Gustav y Tom cedieron a las dos semanas con un pequeño acuerdo: dormir juntos. No entre ellos, eso por descontado que no, pero sí al permitir que Georg y Bill respectivamente, se colaran en sus camas. Mientras mantuvieran el ruido en nivel decente, nada podía salir mal. ¿Verdad?

 

—Tom, esto está jodido –dijo Gustav a la oscuridad, pero recibió una respuesta igual.

Bill era ruidoso, Georg era ruidoso, ¿Entonces por qué pretender que aquello de ‘mantenerlo en nivel decente’ iba a funcionar? Malhumorado al fin por lo del incendio que ocasionó la falta de privacidad en la vida de ellos cuatro, se quitó de encima a Georg y encendió la lámpara de noche sin importarle que en la cama de Tom un bulto enorme por la zona de su entrepierna delataba lo que Bill hacía en ese momento.  

—Voy a dormir a la sala –anunció con desgano sin esperar respuesta alguna. No se dignó ni de mirar a Georg porque le pareció que por primera vez en su nueva vida como pareja, no sabría cuál sería su ánimo y la idea lo deprimía.

 

—Ok, yo lavaré los platos sucios y la ropa hasta que estemos en el autobús, tenderé las camas y… Les daré esto –dijo Georg con una seriedad increíble al tiempo que sobre la mesa de las negociaciones, que no era otra sino en la que desayunaban en el departamento, deslizaba un indiscreto paquete de colores chillones en el que se leía con claridad “Condones de sabor: Coco” y que Tom no pudo sino recibir con una sonrisa total—. ¿Trato hecho?

—Claro que acep… —Empezó Tom con alegría, pero Bill le contuvo colocando una mano perfectamente arreglada con manicure por encima de su antebrazo.

—No tan rápido, ¿A dónde iremos? –Captó la indecisión en el rostro de Georg, que desde que Jost los tenía castigados, también los tenía sin dinero—. El Royal Hamburg Internacional cobra €650 la noche, pero… —Agregó al ver que la débil calculadora que Georg tenía como cerebro sacaba chispas—, acepto pasar la noche en un hotel de €200.

—Que sean €107.55 y acepto –murmuró el bajista al vaciarse los bolsillos sobre la mesa y contar infinidad de monedas y billetes de denominación pequeña. Apenas y los ahorros restantes para una semana que les quedaba de reclusión en el departamento, pero si eso valía el tener el lugar por toda la noche para él y su Gusti, lo pagaba con gusto.

—Trato hecho –selló Bill al tomar el dinero para subir a la habitación que compartían, hacer una maleta y no regresar sino hasta dentro de 24 horas como estipulaba el convenio.

Media hora después, ya en soledad y esperando a Gustav de su regreso del supermercado, Georg no pudo evitar sonreírse a sí mismo al despedir en la puerta a los gemelos y azotarla con lo que consideraba malicia. Que los €107.55 valieran la pena…

 

—Mierda, oh no, mierda –maldijo Gustav al regresar con la bolsa de las compras oscilando peligrosamente en sus brazos y encontrar el departamento oscuro. Pensó al instante en un bajón de la luz, pero considerando con quienes vivía, era más factible que no hubieran pagado el recibo de la luz y la oscuridad se debiera no precisamente al exceso de pago.

La sorpresa que encontró al entrar, fue otra…

No las velas iluminando tenuemente la habitación, el aroma a incienso subiendo en espirales cadenciosas; tampoco un licor suave frío en cubeta de hielo o al menos una sorpresa romántica que se le acercará. Pedirlo, era tirar monedas al pozo mágico de los deseos: no se cumplían.

En su lugar, dio con Georg, que sentado en el sofá, estaba desnudo y… Esposado.

—Muy bien, Georg. Ahora inventa algo que lo justifique –se rió Gustav dejando las compras en la cocina y regresando para sentarse a su lado. En las manos del bajista, un cuchillo con el que intentaba vencer la cerradura sin ningún éxito—. ¿Y bien? ¿No es una historia de fangirls irrumpiendo en el departamento y abusando de ti como amazonas sin control? Uh, toma nota; puede ser la próxima historia que Jost escuchará de nosotros.

—No le veo la gracia –murmuró Georg con la lengua entre los dientes sufriendo por su pésima habilidad de forzar candados—. Pensaba darte una sorpresa…

—¡Vaya que si me la diste!

—No, así no –suspiró—. Esto –agitó sus cadenas— es un error. Pensaba ponerme sexy, darte un Georg último modelo a tu disposición, ejem, sexual y veo que lo he jodido.

Gustav lo contempló unos segundos y pasó la yema de su dedo por su mejilla. Se inclinó para besarlo y sin tomarse un segundo más, lo empujó hasta estar entre sus piernas. Recostados uno encima del otro aquello se sentía como el cielo.

—Me lo puedes dar. Las esposas siguen igual, ¿no? Es lo mismo –murmuró al arrodillarse en frente de Georg para dar batalla con sus pantalones y su camiseta.

—Ummm, no. Pensaba quitármelas cuando el momento fuera adecuado. –Se ruborizó al decirlo, pero poco le duró el color carmín por la vergüenza cuando la excitación le tiró como un gancho desde el estómago. Con Gustav desnudo y con ojos de psicópata sexual, lo único que podía hacer era ponerse duro y soportar lo que viniera.

Lo que fue Gustav buscando entre los sillones y sacando una botella de lubricante. No pudo evitar alzar una ceja cuestionando cómo rayos conocía las reservas secretas de los gemelos.

—Hey, no me mires así, esta es mía. Luego del fiasco con el coco –se burló—, prefiero mi sabor, mi aroma. ¿Qué opinas? –Le mostró la etiqueta que marcaba chocolate y sin darle tiempo a una respuesta, abrió el envase para tomar un poco en sus manos y untarlo por sus dedos…

Dedos…

—¿Gus? –Pronunció no muy seguro Georg. Estando de espaldas y con un par de esposas que no tenían llave por ser de la dudosa procedencia del cajón de los gemelos, no se sentía nada seguro. Mucho menos cuando Gustav se limitó a esbozar una sonrisa torcida.

Por ende, el dedo que rozo por su entrada no fue nada que lo sorprendiera.

—¿Qui-quieres? –Tartamudeó. Si su Gusti decía que sí, no iba a poder negárselo. Para su sorpresa, el baterista negó con un poco de timidez.

—Nah, otra ocasión será –se inclinó para besarlo—. Hoy sólo quería probarte, porque la verdad es que no tengo tiempo para tratar con vírgenes. Lo que más deseo es… —Tomó el pene de Georg en sus manos húmedas y lo masajeó un par de veces hasta tenerlo brillante y mojado con el lubricante— sentarme en ti. Las esposas sólo ayudan.

—¡Gusss! –Siseó Georg al verse sorprendido con lo desinhibido que su amante se comportaba—. ¿Eres tú o los extraterrestres te han abducido, raptado, metido cosas por todos lados y regresado con una bolsa del supermercado repleta de frutas y verduras?

—Leche también –dijo Gustav al untarse más lubricante y ante la mirada atónita de Georg, usar su propia mano para prepararse. Un rictus de placer que era tortura por lo que el bajista veía, pero no tocaba—. Y fueron las fangirls; a Jost le encantaría el detalle. Lo único que te falló es que no me han metido nada por ningún lado… Todavía.

—Todavía –repitió como eco el bajista. Los ojos oscuros con su pupila dilatada al contemplar a Gustav retirar su mano y de rodillas, sentarse en su regazo. Un calor que lo abrasó incapacitándolo de algo más que ser un simple espectador—. Siéntate, uhm.

—Estoy sentado –contesto el menor retorciéndose un poco en su sitio—, ah, ¿O quieres decir…? Georgie Pooh sabe tener una boca limpia.

Sin más, se incorporó un poco, lo suficiente para maniobrar sobre la entrepierna de Georg y tomando su miembro con una mano, se posicionó para tomarlo dentro de su cuerpo con una lentitud tal que el propio Georg se sentía morir en dulce agonía.

—Listo –sentenció al encontrarse del todo lleno e inclinarse para un beso suave como la brisa—. ¿Me muevo? ¿Bailo?

—Muévete, Gus. Vamos… —Tanteó Georg al empujar su cadera y obtener un gemido en respuesta—. Los gemelos no están y te aseguro que voy a gritar. Puedes gritar. Sólo ha costado €107.55; toda una ganga.

—Una oferta, vaya –ironizó el menor, pero su habitual tono cínico se desapareció igual que su seriedad al iniciar un ritmo pausado con su cadera que creció de intensidad y que los tuvo a ambos explotando en cuestión de minutos.

Un orgasmo fulminante que podría ser mejor muerte que un infarto o una embolia. Como fuera, tendidos uno al lado del otro en el pequeño sofá, cayeron en un reparador sueño que de semanas atrás necesitaban. Sólo durmiendo juntos podían descansar.

 

Para cuando los gemelos regresaron, ni Georg ni Gustav podían conseguir una erección.

Tras hacerlo de nuevo en el sofá, en la ducha, en la cocina, en las escaleras e incluso en la cama de los gemelos, estaban tan cansados que lo más que pudieron lograr después fue dejarse caer frente al televisor con un poco de maíz inflado y retozar juntos el resto de la tarde.

—¿Huele a chocolate o lo imagino? –Gruñó Bill como bienvenida al entrar al departamento y olisquear alrededor como si algo ofendiera su nariz—. Ugh, odio el chocolate.

—Mejor coco, ¿En, Bill? –Chanceó Tom a su gemelo dándole con el codo en el costado, pero lo que creyó era una broma en la que sólo ellos dos participaban, se tornó en muecas de disgusto por parte de Georg y Gustav—. ¿Qué? No neguemos que han tirado como conejos, nosotros hemos hecho lo mismo –se excusó con Bill, quien decidió que era preferible eludir que negar el hecho.

Ya entonces los cuatro frente al sillón optaron por mirarlo.

Pasaron las horas, el día transcurrió y el sueño llegó…

Para los gemelos, la hora de ir a la cama. Cansados como estaban, caerían como piedras como mínimo por 24 horas y luego a esperar por Jost. Un mes de descanso de su presencia al menos debía otorgarle la paz necesaria para sobrellevar un par de años más sin una nueva crisis existencial. Aquello era normal, pero para Georg y Gustav…

Aquello era una especie de nuevo comienzo. Juntos, revueltos y el uno para el otro…

Viniera lo que viniera, en la mente de Gustav todo estaba bien. Observando a los gemelos retirarse a la cama, no pudo sino apretar la mano de Georg entre la suya y contener lo mejor que pudo de llorar. Los finales le ponían triste, aquel era el suyo; la vida en el departamento, el descanso más largo en años y el primero con Georg a su lado como pareja se finalizaba. Dolía en el pecho.

Pensar en ello acrecentaba la sensación de pérdida, pero se desvaneció con el abrazo en el que se vio envuelto y el cálido aroma que Georg exhalaba.

—No quiero –pronunció en un puchero. No había qué decir más; era algo sobrentendido que sólo hasta el final de sus carreras estarían en su propia casa… El final del sueño comenzaría otro, pero hasta pensar en el futuro lejano cortaba la respiración.

—Chist, Gus, no llores –le limpió las mejillas. Entendía cómo se sentía. La diferencia entre ellos dos estribaba que a Georg ya no le quedaba nada más en su interior que amor por Gustav; sabía que era recíproco, pero el baterista cargaba además con un ‘algo’ que no tenía nombre, pero podía traducirse como temor a los tiempos que vendrían. A sus tiempos juntos.

—No lloro –se pasó las manos por el rostro y las retiró húmedas—. Ok, lloro, pero estoy bien. Estaré bien. Estaremos bien –frunció el ceño—, incluyendo al gato y al perro. Tenemos que tener un par, y una casa grande y… —Viendo la duda en el rostro del bajista, lo acorraló contra el respaldo del sillón y le besó repetidas veces hasta tenerlo jadeando su nombre—. Me lo tienes que jurar…

—¿Casa grande, tú y yo? Bien, genial. Lo juro, pero… —Lo besó por su cuenta—, ya tenemos al perro y al gato.

Para confirmación de sus palabras, el techo retumbó con un fuerte golpe y un poco de yeso y pintura se desprendió encima de sus cabezas. Un par de risas y sus sospechas de que al menos por media hora, la entrada al cuarto en el que todos dormían, estaba vedada fueron ciertas.

—¿Bom y Till? –Se carcajeó; estaba en lo cierto. Aquel par de gemelos eran sus mascotas.

—Bom y Till, hecho –lo besó una vez más—. Perro y gato o gato y perro da lo mismo. Pelean como tales y hacen el mismo ruido.

Nueva lluvia de porquerías y sólo sonrieron. Su vida de ensueño ya estaba presente…

 

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