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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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… ANHELA TOCARLE…

 

Tom fue el primero que lo vio. Las manos de Georg subiendo casi encima de los hombros de Gustav antes del concierto y la duda que se formaba en sus ojos ante hacerlo o no. De primera vista eso le pareció gracioso, como un movimiento predeterminado o algo que quisiera hacer y no se atreviera.

Bill, que iba a un lado suyo jugando con su micrófono parecía no haber notado nada, pero una cabeceada de su gemelo le bastó para entender el cuadro y alzar una ceja que podía significar todo menos algo bueno.

—Yep –dijo sin más al entrar todos al escenario y saludar a la multitud.

 

—Mmm –fue lo que dijo Gustav y nada más. Salió sin una palabra que dijera si estaba bien o mal luego de que el concierto finalizara.

El accidente no había sido tan estruendoso o grave, pero lo cierto es que el rubio había salido cojeando y a cada paso arrugaba un poco la expresión que ponía.

Desechaba sin importancia las atenciones que todo el staff le prodigaba, excepto quizá la botella de agua y una toalla que usó para cubrirse el rostro y morder pues en verdad le dolía no sólo el pie, sino el tobillo y parte de la pantorrilla.

Incluso Bill dejaba de lado sus saltos y piruetas para ir a sentarse a un lado de él y quedo intercambiar algunas frases. Regresó poco después con algún analgésico que había conseguido y cual gato, se había acurrucado a su lado. Su manera de consolar parecía siempre ser dejar que lo consintieran.

Lo mismo Tom, quien se había acercado y entre los tres formaban un compacto y bien amoldado grupo.

Sólo faltaba Georg, quien sentía celos pero no se animaba a acercarse.

En lugar de eso, se enfrascaba en el empaquetamiento de su bajo y de vez en cuando lanzaba miradas al grupo que había dejado de lado todo y charlaban animadamente, mientras él se sentía como la víctima.

Veía claramente con Bill apoyaba una mano en la rodilla de su Gustav y apretaba con confianza. Él quería hacer lo mismo…

Sacudía la cabeza ante la idea o cualquier otra que se le viniera en mente, pero era imposible.

Tenía ya cerca de una semana de llamar Gusti a Gustav y aunque al principio las risas no habían parado, ahora era una costumbre o especie de ritual entre los dos donde hasta el mismo Gustav parecía estar en armonía con ello. No había dicho nada al respecto, pero con él, los silencios no eran mala señal.

El problema de todo había sido probar un ligero cambio en su relación y extrañamente querer más de ello.

La fijación con su trasero había dado pie a algo más puro, por decirle de alguna manera, en la que se contentaba con un toque cualquiera. La idea de sus manos en cualquier parte de su cuerpo le bastaba para hacerlo estremecer y quería llevarla a cabo más con la intención de desquitarse de una vez, pero no queriendo pensar en las consecuencias de querer más.

Porque de eso estaba seguro: iba a querer más. Luego de hacerlo, se podría volver adicto a palmear sus hombros, tomar su mano o abrazarlo… Gustav quizá no dijera nada, pero tampoco quería ponerlo en una situación que lo incomodara o lo hiciera centro de las burlas de los gemelos.

—Nos vamos. –Tom pateó su costado y Georg no tuvo ni las ganas ni la presencia de ánimo para reprenderle.

Se levantó silencioso y se fue detrás de Bill y Gustav, quienes caminaban muy juntos y el primero servía de apoyo para el segundo. Por ello, sólo Tom apreció ese ‘algo’ especial que se sentía diferente en todo ello.

 

La nueva diversión de la banda era tocar el moretón de Gustav y hacerlo aullar de dolor y molestia cada tanto. De manera sana, claro.

Verde, luego morado y con reflejos tornasolados, el baterista “había tenido la suerte”, en palabras textuales del doctor, “de sólo tener una moradura y no una pierna rota” tras la caída de parte del equipo en ella. Broma de la que sólo él se había reído y su enorme barriga había bailado de arriba abajo mientras todos suspiraban de alivio.

Un moretón o casi nada.

—Feo –dijo Tom.

Pero Bill tenía una mejor palabra—: Asqueroso. Parece vómito con piel.

Al verlo, gran parte del equipo, no únicamente los que conformaban la banda, se preguntaban si realmente correr con suerte era quedar con algo tan desagradable a la vista, pero se consolaban pensando que iba a desaparecer en unos días.

Lo que quedaba, era Gustav malhumorado y más taciturno que nunca, tirado en su propia litera y sin asomar (quizá para fortuna de los demás) su presencia o su pierna morada y herida.

—Gracias a Dios –decía Bill. Abría la nevera y era retroceder en sus palabras que desde que el baterista estaba en leve convalecencia y no se levantaba, tampoco habían comido algo caliente y con toque hogareño por la misma cantidad de días.

Los intentos de Tom por hacer spaghetti habían sido no del todo comestibles y un segundo intento suponía mucho desperdicio tanto de fideos, tomate y agua, que nadie quería que sucediera si la amenaza era la intoxicación.

Georg también había hecho sus intentos con algún platillo que recordara de casa, pero era una dotación de sándwiches, platos de cereal y puré de papa que ya se habían hartado de llevar en dieta.

Al final había sido Bill quien había usado las maravillas de la tecnología moderna y llamado a un servicio de comida china a domicilio que solucionó al menos por ese día, la cuestión de comer para no morir.

—Sabe a cartón –murmuró Tom con la boca llena de arroz. Dio un trago de su refresco y rodó los ojos—, y sin embargo tiene mejor sabor que esa ensalada de atún que Bill quiso preparar ayer.

Recibió un golpe contra el brazo.

—Lo dice el que hace pan con mantequilla y se le queman.

—Ya, lo que sea, pero abstente de meterte con el desayuno que comiste –y sacando la lengua por una esquina lo hizo mirar a Georg, quien parecía hundir la cara y el cabello casi encima de su plato intacto.

Ambos se abstuvieron de comentarios y el bajista lo agradeció, pero de todos modos no pudo comer nada.

 

Su plan no tenía fallos o eso creía mientras se acercaba a la litera de Gustav y tras carraspear para hacerse notar, lo llamaba.

—Gustav –dijo con voz más seria de la que solía usar y tuvo que reprimir el impulso de golpearse la cabeza. ¿Si ya no lo llamaba así no se vería raro hacerlo así de pronto? Quizá podría sospechar algo o pensar que estaba molesto con él…

—¿Ya no es Gustiii? –Chanceó Tom desde la litera de Bill, mientras sacaba la cabeza y las rastas le caían sobre la frente—. ¿Pelea conyugal o es que el amor se murió?

—Tomi, deja eso en paz –y Tom se quejó de algún golpe volviendo a meter la cabeza y cerrando la cortina con fuerza mientras desaparecía en el interior.

Sólo ellos dos sabrían sus razones para pasar las tardes libres acurrucados siempre en la litera de Bill, pero Georg y Gustav pasaban de saberlo y así estaban mejor. El refrán de “Lo que no sabes, no te afecta” funcionaba de maravilla para los cuatro si lo aplicaban en situaciones como las actuales.

—¿Qué pasa? –Luego era Gustav abriendo un resquicio por donde Georg lo miraba. Estaba acostado y su pierna o parte de lo que veía de ella, estaba elevada con dos almohadas. Los auriculares que traía puestos le indicaban que había estado matando el rato como solía hacerlo.

—Quería ver cómo estabas. Hum, sino querías algo. Podría traértelo si lo deseas. –Esperó un tiempo respetable y comenzó a tronarse los nudillos. Si todo salía como lo planeaba…

—Ah, no. Estoy bien. –Fracaso total. Georg cerró los ojos de la misma manera que habría pasado si en ese instante abría la cortina que lo separaba de los gemelos o veía un accidente de auto; sencillo, todo era chocante.

—Bien –y dio marcha atrás.

Caminó hasta la mesa que solía fungir tanto de comedor como escritorio, centro de reuniones y sabría qué más. Se dejó caer contra uno de los asientos y se quejó en voz tan alta, que la idea de estar agonizando parecía coherente.

Su egoísmo había elaborado grandes planes de él haciendo que un indefenso Gustav sucumbiera a sus encantos y entre uno y otra cosa, terminara a su merced, con la pierna herida en su regazo y él dándole un masaje de ensueño.

Tan planeado tenía todo, que hasta había comprado una loción especial para ello. Olor a coco, y sabía, porque había preguntado, que era su aroma favorito.

No había manera de fallar en eso y sin embargo ahí estaba el error.

Su conversación casual y la manera cuidadosa en la que había planeado todo para terminar, quizá en el fin de su extraño deseo de tocarlo, precisamente tocándolo hasta hartarse, ya no funcionaban.

—Ugh, mierda –y se talló los brazos mientras lo decía.

Había estado tan cerca de su objetivo que el no tener lo que deseaba le había nublado la vista al grado de no ver a Bill caminar en bóxers frente a él y agachado, buscar algo de comer en la alacena.

Apenas un paquete de galletas de dudosa procedencia que puede estar ahí quizá desde el tour pasado y semejante idea no parece tan descabellada por el polvo que le quita y la mueca de disgusto cuando lo abre y prueba algo de su interior.

—¿Qué haces corriendo desnudo por el autobús? –Es lo único que atina a preguntar, mientras lo ve inclinarse bajo el agua de la llave y enjuagarse la boca. Más que pasadas, esas galletas ya podían hasta tener moho.

—Tom –dice como toda respuesta, pero se corrige como mejor puede—, cuando se lo propone él…

—Basta, no quiero saber. –Bate sus manos al aire y luego las pasa por su cabello tratando de alejar de sí la decepción que siente.

—Tú te traes algo con Gustav, perdón, con Gusti –y por la expresión que ve en su rostro y el intento de apagar sus mejillas carmesí, sabe que ha atinado—. Yo no digo nada. Ignora mis palabras y… —Escupe un poco más en el lavabo—, no comas galletas. Eso último es casi una orden, por tu bien.

Da pasos para regresar a su litera, pero Georg es agradecido con los consejos. Levanta la botella de loción y la balancea. Bill arquea su ya característica ceja y pone ambas manos a cada lado de sus caderas.

—Mi espalda me mata…

Georg rueda sus ojos. –Ok.

 

Tom abre los ojos y siente frío. También que Bill ya no está enroscado a su lado y que los jadeos que provienen a lo lejos son… Levanta su cabeza y casi se da contra el techo de la litera de encima. Saca un pie de su espacio y es casi darse de bruces contra Gustav, quien por primera vez en días, asoma la cabeza fuera de su cortinilla y ambos se miran sin entender.

Obviamente es Bill jadeando alto y fuerte, pero no es de las personas que trae a alguien más al autobús y menos cuando aprecian que el paisaje a su alrededor cambia y se mueve con constancia. Están en marcha y por mucha excepción divina que pueda haber, no es algo posible.

—Está disfrutando, el muy cerdo –murmura Tom. Su siesta vespertina se alargó bastante, pues la parte donde duermen está en penumbras y lo único que distingue es la acuosidad en los ojos de Gustav, quien contiene un bostezo y una mueca de dolor por apoyar la pierna en el suelo.

—Dudo que… —Hizo una seña con la mano y Tom entendió. Si Bill se la… Bueno, si Bill ‘jugaba’ consigo mismo, no era de su asunto, pero una mirada a la litera de Georg y comprobar que estaba vacía, le daban una horrible sensación.

 

—¡Mierda! ¿Qué creen que hacen ustedes dos? –Grita Tom con los ojos desorbitados y casi con espuma en la boca. Su grito alerta hasta al conductor, pues sienten un frenazo en plena carretera y luego la marcha se reanuda.

Lo que ve son las piernas de Bill apretando los costados de Georg y a éste arrodillado e inclinado sobre su espalda. Tiene una cara de concentración con la lengua de fuera y los brazos extendidos que lo primero que piensa es algo sumamente sucio.

—¿Tomi? –La cabeza de Bill se alza en medio de los cojines y está despeinado y con un rictus de felicidad que parece rozar el cielo con la yema de los dedos—. Es rico, ven y prueba esto que Georg hace…

Gustav suelta la primera carcajada que se le ha oído en un buen tiempo y Tom no puede hacer más que avanzar los pasos que le restan para encontrar a su gemelo con la espalda brillosa y las manos de Georg presionando cada zona tensionada.

Su boca casi da contra el suelo.

El baterista, quien se enjuga la comisura de los ojos y termina de reír a su manera, se acerca a ver el espectáculo y tras mirar, hace una comparación de antes y después que casi lo parte a la mitad de las ganas que le entran de burlarse de Tom.

—Creo que voy a probar –dice Tom con la quijada dura y no muy enterado de la gracia de todo ello. Levanta un pie y se quita el calcetín para revelar que ser gemelo de Bill no indica el mismo cuidado a la higiene personal.

Uñas largas y un poco de mugre; pelusa del calcetín que usaba y una sonrisa malvada entre labios. Georg traga duro…

 

—¿No sienten que esta ha sido una noche de chicas? –Pregunta Bill con lima en mano y dándole los toques finales a los pies de Tom.

Luego del masaje, accedió a hacer algo al respecto con su deplorable cuidado personal y como tal, dejó a Bill tomar las riendas. No al esmalte de uñas, pero sí a un corte, un nuevo masaje y talco. Bill cumple alegre su función de la misma manera que Georg lo hace, al fin, con Gustav.

—Habla por ti –murmura el bajista, tratando de aparentar enojo al tiempo que su muñeca se presiona contra la curva del pie de Gustav. Su Gusti, quien tiene los ojos cerrados, los audífonos puestos y una expresión soñadora—. Me siento como el jodido esclavo de todos.

—Yo te agradezco no volviendo a cocinar y no dejado que Tom lo haga –dijo Bill y todos, inclusive Georg, acordaron que era un excelente pago.

—Delicioso –murmuró de pronto Gustav apenas alzando un ojo y batiendo pestañas. Su pierna estirándose y rozando el vientre de Georg, quién sintió un calor peculiar subir y bajar por su espalda—. Gracias por esto.

El bajista se sonrojó y tartamudeó que no había porqué agradecer.

Se concentró en pasar sus pulgares por el talón y en verdad que no había razón; tocar a Gustav era lo delicioso.

Ni los pies de Tom podían arruinar eso…

 

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