Alicia
Las puertas se abrieron lentamente y apenas puse un pie sobre el andén fui arrastrado por un gigantesco mar de gente. Hacía tiempo ya que no visitaba la gran ciudad, todo había cambiado allí, pero aún así, sabía que en alguna pared tenía que encontrarse el mapa de la zona o el centro de ayuda a turistas. A decir verdad, me sentía como un pez fuera del agua; la gente corría, gritaba, hablaba y se empujaba. Después de tanto tiempo, había olvidado los motivos por los cuales me alejé del desorden urbano.
Entonces, mientras recorría el amplio lugar con la mirada, vi una mujer que me sonreía a lo lejos. Le correspondí la sonrisa, pero rápidamente se escabulló entre el gentío haciendo ondear su hermoso vestido azul y bailar en el aire a su melena del color del Sol.
Comencé a seguirla. Ella corría, bailaba, giraba, como si fuese una de las niñas que siempre veo jugando en el campo. No sé por qué se alejaba tanto, y menos aún, por qué yo también lo hacía. Ya nos encontrábamos muy lejos de la estación de trenes y no sabía exactamente como volver. Pero tampoco me importaba volver.
La seguí unas cuadras más y entonces noté que se encogía lentamente y, de repente, se convirtió en una niña. Corrió una cuadra haciéndose más y más pequeña y, antes de cruzar la calle, tomó la mano de una señora, quién la acompañó por las blancas y anchas líneas del asfalto.
Al estar ya del otro lado, en un parque rebosante en verde, se acercaron juntas a un alto y elegante mago. Esté conversó con la niña con una cálida sonrisa en su rostro, mientras se agachaba para estar a su altura. Luego tomó uno de los globos coloridos que tenía en su mano y se lo obsequió. Pero antes de que lo tomara entre sus manos la niña desapareció en el aire junto con su madre y el mago volteó a mirarme.
Era, sinceramente, hermoso. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y al sonreírme parecieron iluminarse los ribetes de su traje. Se quitó la galera e hizo una pequeña reverencia. Pero un golpe a mis espaldas me sacó del encandilamiento y cuando reaccioné luego de unos segundos, el mago de los globos, desapareció.
Me volteé a ver qué había pasado, quién había sido en causante de la desaparición de tal belleza. Extendí mi mano hacía el muchacho que se había caído a mis espaldas. Llevaba ropa casual y un poco desordenada, y un portafolio marrón con detalles en negro; estudiante, supuse. Pero cuando levantó la mirada hacia mi mano pude reconocerlo a la perfección, el mago había vuelto. Tomó mi mano y se levantó con facilidad. Juntó las hojas esparcidas en el suelo como consecuencia de la caída, agradeció con una reverencia y retomó su camino. Había olvidado uno de los papeles.
- ¡Espera!- Lo llamé levantando la hoja del suelo.- ¡Olvidaste esto!- Era un dibujo; “Alicia en el país de las maravillas” rezaba en título en el dorso. No hubo respuesta así que corrí lo más rápido que pude.
