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Él no ellas por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Tan falso/cierto como un mito...

ANTEPENÚLTIMO

 

… La mujer miró a ambos lados de la calle para luego cruzar…

 

A veces, a Tom le daban ganas de llorar. No sólo derramar lágrimas, o experimentar aquel temblor en los ojos. A veces, la mayoría de las ocasiones en las que Georg estaba relacionado de algún modo, le entraban unas irreprimibles ansías de chillar. Berrear hasta quedar afónico, con los ojos hinchados y el rictus congestionado.

En lugar de todo ello solía colocarse los auriculares de su iPod en las orejas, cerrar los ojos y esperar a que el temblor parase.

Era eso o dejar que el sentimiento se fuera. Mala opción si lo haces de pie: te cansas.

 

… La mujer seleccionó fresas en el supermercado porque su hija las adoraba…

 

Georg por el contrario, no sabía llorar al respecto. Igualmente, cuando lo que le agobiaba tenía relación con Tom, lo que siento ese asunto en particular y sólo ese tenía un 100% de relevancia, optaba por reír a carcajadas.

Se reía hasta llorar, luego para volver a reír y reír y reír… Cuando sucedía, mejor ni acercársele porque la broma era inexplicable a desconocidos. Aburrida. Tediosa. Sosa. Georg no sabía explicarse sin decir la verdad así que no decía nada.

 

… La mujer confirmó la cita por teléfono y se puso en marcha…

 

Mirando por las ventanas del autobús de la gira, Tom y Georg compartían el mismo pensamiento de alivio: la fortuna de tener vehículos separados.

No por razones lógicas. La falta de espacio no era tal; las rencillas inexistentes; la compañía nunca dejó de ser agradable. Lo más sencillo de suponer no era en este caso lo correcto.

Era que llegar juntos a Berlín suponía un intercambio de miradas, que paranoicos, no creían poder soportar ante ojos ajenos. ¿Y si alguien se enteraba…?

 

… La mujer dejó de ser ‘La Mujer’ para convertirse en ella. La Gretchen, o sólo Gretchen como lo fue su abuela y la madre de esta. La de ojos azules y boca pequeña; la de un ex esposo, una hija de once años y ella misma de treinta y uno. Una mujer, no una chiquilla como lo fue Julie en su tiempo, pero para llegar a ella faltaba retroceder a un pasado que no era el suyo.

La mujer era una más que con abrigo de cuerpo entero y discreta bolsa negra, caminaba por las semi desiertas calles hacía su cita en un viernes por la noche.

 

—No –dijo Bill sin pensarlo mucho—. Hay una película que quiero ver hoy. Vayan ustedes y de regreso pasan por McDonalds por mi cena.

Tom a su lado, contuvo las ganas de suspirar de alivio.

Por costumbre más que por una verdadera intención de que Bill los acompañara, Georg hizo el ofrecimiento a él y luego a Tom, quien asintió a su parecer de forma rara aunque nadie más lo notó.

Gustav ni siquiera estaba así que aquello era más fácil de lo que parecía.

Sólo ellos dos: Tom y Georg, nada raro mientras el estado de negación permaneciera vigente…

 

Yendo más adelante o atrás dentro de sus mismas vidas, más atrás, mucho más atrás que nunca, el inició no fue nada excepcional.

Julie, una preciosidad pecosa de ojos verdes que por aquel entonces era la primera novia oficial de Georg, extendió su mano a Tom y se presentó con la superioridad que sus quince años le conferían. Era engreída, pero no contaba con que Tom lo era igual o más que ella y en lugar de caer en su burla, se vio envuelta en ella.

—Es mi chica, Kaulitz. No la mires que se desgasta –bromeó Georg pasando un brazo por encima de sus hombros en un gesto posesivo.

Tom se limitó a encogerse de hombros. Como fuera…

… Lo que tres meses después y a modo de regalo de cumpleaños para sus catorce años, fue un beso repleto de lipstick sabor frambuesa y un par de senos que se aplastaron contra su plano pecho.

De Julie, evidentemente, pero con Georg ebrio a un lado, tendido en el alfombrado del cuarto de Tom y más intoxicado que nunca antes. Aullando en son de burla mientras se empinaba una lata de cerveza que más que beber dejaba correr por su barbilla.

—Tomi –murmuró ella apenas el beso terminó. Su labio inferior temblando en un puchero malogrado que hizo que Tom se limpiara la boca con el dorso de su mano lo más discreto posible.

En el pasillo, el coro de un par de pies. Algún incauto que buscase otro baño o alguna pareja buscando cama.

—Jules, cierra la puerta –murmuró Georg desde su sitio. Se incorporó a medias con la espalda apoyada en la cama y el trago aún en la mano.

Tras obedecer, parada con ambas manos en las caderas, ebria como solía estar cada que una fiesta se anunciaba, se balanceó en su sitio.

—Tomi merece un mejor regalo de cumpleaños –ofreció en una lucha por mantenerse alerta, sexy. La verdad es que se estaba cayendo si saber si era al cielo o a la tierra, pero segura de que aquello iba a buen término.

El aludido se sonrojó no muy seguro de si lo que imaginaba era o no traición a un amigo. Julie, aún sin ser del tipo de chica que le gustaba, no estaba nada mal. Mucho menos cuando los tres presentes en la habitación estaban en el alegre roce entre el achispamiento y la embriaguez. Menos que eso cuando lo abrazaba por detrás y sus manos pequeñas de uñas rosa pastel se colaban por debajo de su camiseta.

—Jules… —Gruñó Georg con advertencia, pero lo que salió de su garganta fue un gemido ahogado. Si entonces no hubiera dejado correr nada, tal vez el presente sería otro. O quizá no y aquello debía pasar sin importar su indecisión o no.

Alzándose lo posible sin darse de bruces al suelo, logró sentarse en la cama para mirar con ojos entrecerrados a su novia y a su amigo darse un beso mucho más profundo. Instantes después y se separaban un par de segundos para retirar la camiseta de Tom y ahondar en los botones de Julie.

—¿Eres virgen, Tomi? –Preguntó ella con ojos adormilados, pese a las manos en sus pechos.

Para el interpelado, aquel ‘Tomi’ era nefasto. Al menos de labios ajenos a Bill, sonaba terrible. Con catorce años recién cumplidos, lo que menos quería era una chica que le llamase así. Frunciendo el ceño se limitó a asentir.

—Eso está bien –susurró con aliento a cerveza antes de besarlo un par de veces en los labios y separarse. Georg, que la miraba con el rostro carente de expresión, la recibió en su regazo cuando ella se sentó entre sus piernas y se abrazó a su cuello con ambos brazos.

—Georg, yo… —Intentó disculparse Tom, caminando a la puerta, pero recibiendo una única orden de su mejor amigo:

—Apaga la luz… —Lo demás, como se suele decir, fue historia.

 

Rebobinando la cinta de su vida, el único recuerdo que permaneció en Tom de Julie no fue ese encuentro, o un par de ocasiones que le siguieron, sino un rasguño que ella le dio el día que le anunció que estaba harta de aquel trío pero también de Georg. Que prefería quedarse a su lado y terminar aquella porquería.

Diciendo no, lo que Tom consiguió fue una marca cerca del pómulo derecho. Una bofetada y un dolor extraño en el estómago ante la idea de que todo aquello realmente tocaba fin.

Viendo a Julie caminar calle abajo y lejos de su vida, lo que le dolió no fue su ausencia, sino la de Georg…

 

… La mujer, Gretchen, saludó al anciano de recepción como siempre. Un leve asentimiento que podía significar ‘Buenas noches’ lo mismo que ‘Vieja puta’, pero ella prefería no saber.

Recibiendo la llave del mismo cuarto de las últimas treinta veces al menos, enfiló al ascensor y se perdió tras las puertas metálicas.

 

Compartiendo un taxi pero sentados en esquinas diametralmente opuestas del asiento, ni Tom ni Georg se sentían con ánimos de romper el silencio.

En cualquier otro momento aquel mutismo podría ser mala señal. La diferencia era que en Berlín todo aquello era normal. Rumbo al sitio de siempre, mucho más.

Y de cualquier modo, ¿Cuál podría ser una conversación normal entre ellos dos llegado al punto en el que estaban? Tom con los ojos fijos en la ventanilla para no llorar y Georg mordiéndose la lengua para no reír como poseso, no eran precisamente los mismos de antes. Ni siquiera los de años atrás.

 

Gretchen no se sorprendió en lo más mínimo cuando la puerta se abrió a sus espaldas, sino que se incorporó del mullido colchón de aquel hotel por horas conteniendo un bostezo.

En la puerta, Tom con un par de gafas oscuras que no venían a cuento en la habitación repleta de penumbras y que él se quitó casi como una máscara pues las facciones se le relajaron al instante de cerrar la puerta y pasar el seguro. Georg, a su lado, no cambió de expresión. Como autómata, se quitó el saco sin molestarlo en nada más que dejarlo caer en el suelo para por fin acercarse a Gretchen, que lo recibió con un casto beso en la mejilla.

—Tardaron un poco, chicos –les recriminó con un ligero tono. Se sacó el par de zapatillas altas que usaba para arrastrarse hacía la cabecera por la cama y dejar espacio.

Georg al instante la siguió, quitándose la camiseta e inclinándose para quedar de cuatro patas a los pies del colchón.

—¿Tom? –Llamó al mayor de los gemelos a través del oscuro cuarto. Su silueta acercándose hasta estar a un paso de distancia. Hasta que una mano húmeda tocaba su espalda y recorría la zona con cuidado; con la opresión en el cuerpo de quien espera algo por largo tiempo.

Una sensación para ambos tan ansiada…

Gretchen se hizo a un lado y entonces los tres estuvieron sobre el mismo colchón, luchando por desnudarse antes que los demás. Ella porque aquel era su trabajo, porque la paga recibida era la suficiente para comprarla como tercera rueda de un trío inexistente. Ellos dos porque eran meses largos, porque sólo con una persona de más, últimamente Gretchen, aquello funcionaba.

Abrazándose en uno encima del otro, Georg y Tom se desligaron de su yo interno riendo y llorando a la par, incapaces de creer que aquello fuera tan difícil y a la vez tan fácil.

 

Saliendo la luna por alguna ventana, Gretchen decidió que era buena hora de retirarse. Su partida significaba también la de ellos, que consideraban ir demasiado lejos estando desnudos en la misma cama sin la compañía de alguien más. Un ella, Gretchen, a quien nunca tocaban más allá de lo indispensable. Su necesidad era del uno del otro, no con ella, pero cruelmente sin ella no funcionaba.

—Hum, aquí está –murmuró Tom al extender la paga estipulada y con modestia cubrirse las piernas con la sábana arrugada—. Gracias.

Esperó verla tomar su bolso y partir, pero en su lugar se demoró. Georg, que usaba el baño, no se enteró y fue para bien, porque le habría dado un ataque de risa del cual Tom no estaba dispuesto a aguantar ya nada.

—Mi hija es fan de la banda –dijo ella—. Piensa que Bill… Ya sabes, ella decoró su habitación con pósters de ustedes. Es un poco raro… —Frunció el ceño y Tom se encontró sin saber qué decir. Aquello no le importaba y al mismo tiempo tampoco era molesto—. Quisiera un autógrafo para ella.

—Claro –dijo Tom sintiendo una piedra en la base del estómago. Una sonrisa que se le desvaneció de la boca cuando Gretchen hizo ademán de devolverle el dinero a cambio de aquel favor—. No, está bien. ¿Cómo se llama tu hija?

—Julie. Ella tiene todos sus discos. –Sonrió con embarazo—. Juntas vamos a ir al concierto del próximo mes.

Tom asintió. Después ni cuenta se dio de su desaparición, no hasta que Georg le tiró con su camiseta y sin palabras lo instó a vestirse.

Lento, aún con ganas de llorar, lo hizo.

 

… La mujer denegó con la cabeza; sin entender a aquellos dos, dio vuelta en una calle y desapareció en la madrugada…

 

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