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Dragones sin cielo. por YaoiNoAkuma

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Notas del capitulo:

¡Finalmente! Después de tanto tiempo les traigo la actualización.

Creo que la tarea se tomó en serio lo de mi actualización mensual… pero bueno. He sido capaz de traer el siguiente capítulo antes de que termine el mes y justo después de mis parciales jeje.

El capítulo no es tan extenso como me hubiese gustado pero es bastante cruel y con eso me basta.

No las hago esperar más.

XI

Escuchó la puerta abrirse  y se giró hacia ésta. Frunció un poco el ceño al no reconocer a quien había entrado. Miró con detenimiento al recién ingresado. Era el hermano de aquel joven de ojos lavandas, quiso pensar que estaba bien que él entrara sin embargo… Percibió una extraña atmósfera invadir la habitación.

Se levantó de su lugar cuando el chico estuvo más cerca de él. Un escalofrío recorrió su espalda al momento en que una espina se encajaba en sus pulmones, dificultándole la respiración.

Era como un conejo contra los rojos ojos de un lobo hambriento. Se sintió tan indefenso… Y el miedo se notó en sus ojos, haciendo sonreír con fruición al joven de cabello blanco. No se pudo mover, hasta que el mayor estuvo a medio metro de él. Retrocedió un par de pasos; necesitaba huir. Sin embargo el aura del joven le sofocaba, le apretaba los pulmones y le revolvía el estómago.

Temía por su vida.

Si bien antes hubiera estado feliz de morir para no tener que seguir viviendo de manera tan desagradable, en esos momentos morir era su última opción… De un momento a otro su percepción de la vida había mejorado un poco, quería vivir… Sus pensamientos fueron interrumpidos al ver al albino moverse, vio un brillo metálico y se alarmó, se movió un poco avanzando hacia su izquierda.

El de mirada chedrón se abalanzó contra su persona con cuchillo en mano.

Había logrado esquivarlo pero esta acción sólo emocionó al mayor, pintándose una sonrisa más perturbada en su rostro. El albino cayó después de haber fallado. No desaprovechó el instante y se dirigió a la puerta, aún si sus piernas estaban entumidas. Por desgracia su huida no sirvió de mucho pues el mayor logró agarrarlo de su pantalón haciendo que perdiera el equilibrio. Interpuso sus manos entre su cuerpo y el suelo, impidiendo heridas en su mentón. Al segundo sintió una fuerte presión alrededor de su tobillo, se asustó, volteó la cabeza para poder mirar a su agresor, abrió los ojos en desespero al ver la daga en su mano libre, ¿sería tan fácil? ¿Era tan efímera la felicidad?

Impulsado por el miedo intentó zafarse del agarre, comenzó a golpear la mano del mayor con su pierna libre, logrando liberarse después de tres golpes. Volvió a huir, con torpeza se levantó y por milésimas de segundo la esperanza lo embargó, podría salir de ahí, ¡podría vivir! Pero el sentimiento se esfumó tan rápido como le llegó: el albino lo había sujetado de nuevo por el tobillo. Se desesperó y no pudo evitar gritar, alguien debía escucharlo… ¡Alguien debía ayudarlo!

-¡Basta! ¡Por favor, ayuda! –Extendió los brazos buscando sostenerse de algo, encontrando absolutamente nada.

Continuó gritando al tiempo en que se arrastraba –inútilmente- pues el peso del mayor se concentraba en su tobillo, jalándolo. Las lágrimas comenzaron a acumularse en las comisuras de sus ojos. Pánico. Sus gritos empezaron a quebrarse; ya estaba llorando y su respiración era irregular más el hecho de que su garganta comenzaba a irritarse.

-¡Suéltame! –Le suplicó al albino mientras miraba la puerta, la vio tan lejana y prohibida.

Mientras anhelaba su salvación el mayor se levantó sobre sus rodillas, y con una sonrisa hundida en placer y locura levantó su brazo derecho, donde sujetaba la daga, y lo dejó caer sobre su tobillo. Un grito escoriado desgarró su garganta y con ella sus esperanzas. Contrajo los dedos de sus manos rasguñando el suelo y por consiguiente lastimando sus dedos. Sentía el frío objeto encajado en su piel, abriéndose a cada segundo paso entre su carne con dificultad. Pudo jurar que escuchaba el limpio sonido de su carne siendo cortada. No tardó mucho en sentir la sangre brotar de la herida para manchar el suelo.

Siguió llorando, ya no le importó si era por miedo o dolor, de nada servía… simplemente no podía detenerse.

Le tomó desprevenido una segunda acuchillada; en su tobillo derecho.

Escuchó un sonido sordo y lejano, pensó incluso que estaba muriendo, y con sus dedos sintió el temblar del suelo. Sus párpados estaban apretados, aflojó la presión al ver cómo la luz que entraba por la puerta se hacía más grande.

-¡Bakura! –pudo distinguir al joven que le había sacado de aquél infierno. -¡Maldita sea, ¿qué crees que haces?! –le vio acercarse, probablemente a su agresor.

De un momento a otro dejó de sentir el filo abriéndose paso en su carne, quiso voltear a ver qué pasaba pero la llegada de otra persona le distrajo.

-Rishid, sostén a Bakura. –Escuchó al mayor.

Intentó pararse, sin embargo sus piernas estaban adormecidas.

-¡¿Estás bien?! –El rostro preocupado del de mirada lavanda le tomó desprevenido, haciéndolo reaccionar bruscamente al confundirlo por breves instantes con quien había encajado un cuchillo en sus piernas.

Sin esperarlo el mayor lo alzó entre sus brazos, con dificultad. Al parecer lo había levantado con precaución para no mover la daga de su carne. No pudo decir nada y realmente no era necesario, se dejó hacer no sin antes mirar a su agresor, estaba siendo sujetado por el moreno de nombre Rishid.

 

Se recargó con enojo en la puerta recién cerrada. Se cruzó de brazos y flexionó sus piernas de tal manera que quedasen verticalmente frente a él, cubriéndolo. Y sin quererlo ni esperarlo comenzó a llorar. Apoyó sus brazos cruzados en sus piernas y se hundió en sus antebrazos.

No había recibido palabra alguna de su parte, sólo una mirada cargada en desapruebo y desprecio.

Se sintió patético de recibir la hueca mirada de su hermano mayor. Lo había arruinado, había quemado todas las hojas de esperanza de ser reconocido por él. Y las cenizas se las estaba llevando el viento.

Olvidó dónde estaba, hasta que sintió una mano sobre su cabeza. Detuvo su llanto abruptamente –o al menos intentó- y alzó la cabeza, encontrándose con el confortable rostro de su hermano menor, una amable mirada castaña. Le vio hincarse frente suyo y tomar su rostro, acercándolo y haciéndolo cambiar su posición. El menor lo acercó lo suficiente a su delicado cuerpo como para chocar sus frentes con cariño.

Se contagió de la amabilidad del menor.

Y se olvidó de todo. No recordaba el por qué había un par de caminos salinos sobre sus mejillas, ni siquiera cómo había adquirido esa sangre en sus manos…

El menor le sostuvo durante al menos media hora, calmando su dolido corazón y su quebrada mente.

Se dejó caer en el regazo del menor, embriagándose de su amabilidad. Porque le mareaba, el niño era tan cándido con su persona que le dolía; acostumbrado a un mundo lleno de injusticias el de ojos castaños le deslumbraba. Lo sintió sonreír, un nudo se formó en su garganta y se aferró a la ropa de dormir del niño. El menor comenzó a acariciar su cabeza, metiendo sus dedos entre su cabello y simulando peinarlos. Las caricias empezaron a adormecerlo; y en un par de minutos ya no supo más de su alrededor.

 

Apretó sus manos contra los descansa-brazos de la silla. Su mirada temerosa.

-Tendrás que reposar tres meses. –Escuchó la voz del albino lejana, no le importaba.

El de mirada violácea se hincó frente a él. Le miró sin sentimiento alguno, tuvo que bajar un poco la cabeza.

-La silla te ayudará a moverte por la mansión, si eso quieres. –Percibió su voz algo hueca. –No hagas presión en tus tobillos, al menos por esta semana. –Lo siguió con la mirada mientras se volvía a levantar. –Mai te ayudará con lo que necesites.

Vio entonces a una mujer de rubia cabellera entrar en la habitación, hizo una reverencia y se quedó atenta. El mayor le dijo algo a la chica y se retiró; volvió la vista a la mujer y sus miradas se encontraron. Le dio a entender que no quería nada, que lo dejara solo pero la chica sólo se retiró a una de las esquinas de la habitación. Le restó importancia y continuó mirando a la nada; apretó los labios al sentir una punzada en sus tobillos.

Después de una hora le pidió a Mai que lo llevara a su habitación. Le pidió estar solo; la mayor así lo dejó, pero permaneció afuera del cuarto.

Los siguientes días no se molestó en hacer nada. No quiso salir de la habitación, finalmente no podía hacer mucho. Permaneció en la silla mientras miraba por la pequeña ventana de su cuarto. De vez en vez ceñía sus uñas contra los colchones de los descansa-brazos de la silla de ruedas. Aún mantenía fresca la imagen del albino; los ojos de una bestia.

El primer mes de su rehabilitación no hizo mucho; el de mirada violácea apenas le dejaba ejercitarse; le tuvo tan cerca que llegó a pensarlo alguien de su familia. Pero la idea desaparecía al sentir un par de navajas en su espalda, fue entonces que empezó a entender por qué tenía ese par de cortes en sus tobillos.

Durante el segundo mes un par de chicos nuevos llegó; para quedarse. Les miró desde la sala de estar, donde Mai le cuidaba mientras se dedicaba a leer. Uno de los niños –calculaba de su edad- tenía el cabello rojo oscuro, corto y alborotado; de ojos violetas pardos, con una mirada pesada. El otro era castaño, con un gesto de molestia y de ojos azules. No les prestó mucha atención después de escanear su apariencia, no estaba interesado en formar amistades; no quería pensar en vivir ahí toda su vida… No con alguien que deseaba verlo muerto. Regresó a su lectura restándole importancia al nuevo par de niños.

El sol empezó a ponerse. Abandonó su lectura y le pidió a la mujer lo llevara a su habitación. Una vez dentro le dijo lo dejara en el umbral; quería tomar una corta ducha antes de retirarse a dormir, pero quería ir él. Necesitaba hacer pequeñas caminatas para que sus tendones se soldaran bien. Se levantó de la silla y con paso lento se dirigió a la cajonera de la cual sacó un cambio de ropa; tras conseguir las prendas salió del cuarto y con el mismo cuidado se dirigió al fondo del pasillo –donde el baño se encontraba- siendo seguido por la mujer arrastrando la silla de ruedas justo detrás de él, en caso de perder el equilibrio o de cansarse. Se detuvo frente a la puerta de acceso al baño e inhaló largamente intentando no prestar atención a las punzadas que empezaban a molestar sus tobillos. Se volteó para con la mujer y le pidió lo esperara ahí afuera con la silla. Ella sólo asintió y él entró.

Depositó las ropas en un mueble cerca de la tina. Giró ambas llaves y dejó el mueble se llenara con agua para empezar a quitarse la ropa que traía. Miró a su derecha, ahí estaba el espejo; se vio desnudo, su cuerpo de perfil; con lentitud fue abriendo sus ojos al tiempo en que su mente le jugaba sucias bromas y le hacía ver varios pares de manos recorrer su cuerpo, tocando su espalda, perfilando su columna, sus costillas, sus piernas, su pecho… los labios le temblaron advirtiendo un posible llanto. Cerró con fuerza sus ojos al ver la manos moverse hacía sus partes íntimas; se puso en cuclillas con rapidez mientras se abrazaba a sí mismo. En ese momento no le importó que las punzadas en sus tobillos comenzaran a subir por sus piernas; no le importó si volvía a lastimar sus tendones…

Debió dejar que el albino lo matara.

 

Les miró de arriba abajo. Subió la mirada hacia su hermano mayor esperando una posible explicación.

–Un viejo amigo está a cargo de ellos; por ello les daremos asilo. –El mayor de cicatriz le miró. Y comprendió su mirar, le estaba pidiendo no se repitiera lo que pasó con el de ojos rojos.

No, no tenía interés en hacerles algo a ellos; su problema era entera y exclusivamente con el niño de cabello extravagante. Para ese par tenía algo más en mente.

El de mirada violácea se retiró dejando solos al trío de niños.

Una sonrisa se plasmó en el rostro del albino. –No me interesa saber sus nombres ni mucho menos su historia de vida; pero es molesto no tener a nadie con quién pasar el rato.

Los menores se miraron entre ellos, posiblemente evaluando la situación.

–Sólo nos quedaremos aquí en lo que Raphael regresa, -empezó el de cabello rojo, el más sereno y poco impulsivo –lo mismo va para ti. –Le miró con cierta arrogancia, cosa que lo molestó, tenían la misma estatura.

–¿Por qué habríamos de pasar tiempo contigo? –Fue el castaño  el que habló; se cruzó de brazos al tiempo en que hacía un gesto de obvio desagrado.

Apretó la quijada y forzó una sonrisa. –No están en posición de exigir. –Su gesto se mostró hambriento.

Los menores se movieron un poco en sus lugares, tomados por sorpresa ante el comentario que era no era más que la verdad. Y sin chistar escucharon atentamente al albino.

 

Salió del baño con el nuevo cambio de ropa sobre su cuerpo. Miró a su izquierda donde estaba la silla de ruedas pero la sirvienta no. Pudo preocuparse por ello pero lo ignoró, con paso lento y cuidadoso se dirigió a su habitación. Podía presumir incluso que su paso era por demás lento intencionalmente. Si Bakura lo cazaba en ese momento conseguiría cortarle el cuello sin resistencia alguna. Llegó a la puerta y con excesiva calma levantó la mano para tomar el picaporte.

-¿Qué tenemos aquí? –Escuchó a su espalda, sus músculos se tensaron.

Si tan sólo no le hubiera hablado, si tan sólo no le hubiera tocado de esa manera, si tan sólo lo hubiera matado en silencio…

El albino lo había tomado del antebrazo, pretendiendo voltearlo; sin embargo la acción lo perturbó, reaccionando bruscamente para hacer que le soltara, jaló su brazo y se soltó de tal manera que rasguñó la mejilla derecha del mayor. Su mirada perdida, su mente traicionera le jugaba sucio, le hacía pensar que aún estaba en ese pútrido lugar de ambiente moribundo; le hizo creer que Bakura era uno de esos tantos asquerosos humanos que le tocaban con malas intenciones.

Con un gesto horrorizado miró al albino sostenerse el rostro, tapando las heridas provocadas por sus uñas. Se enfrentó a los ojos carnívoros del mayor y no pudo pensar en otra cosa más que huir. Precipitado le dio la espalda y se apresuró en abrir la puerta de su habitación, cerrándola una vez estuvo dentro. Se recargó en la puerta y se escurrió hasta quedar sentado en el piso; se tapó la boca al tiempo en que las lágrimas contenidas empezaban a caer, humedeciendo sus mejillas. Escuchó los insultos por parte del albino acompañados por continuos golpes en la puerta.

-Cuando salgas te arrancaré la cabeza. –Susurró con rabia, podía decir que lo dijo entre dientes, soportando el ardor en su mejilla.

Sus piernas se tensaron. Pasó a tapar sus oídos y hundir el rostro entre sus rodillas, estaba asustado de morir.

Notas finales:

¡Listo!

Cualquier error ortográfico espero corregirlo los próximos días, no he tenido tiempo de revisar mis errores…

¿Ha que he estado feo? Mi idea es poner todas las veces que Bakura hirió a Yami, pero pondré sólo las más significativas; para no aburrirlas con mis pésimas descripciones.

No tenía planeado lo que iba a poner aquí así que…

¡Nos leemos luego! Espero no tardar mucho ;o;


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