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Dragones sin cielo. por YaoiNoAkuma

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Notas del capitulo:

Ya sé, yo debería estar preparando mi proyecto final pero no he podido soportar. Las ideas se agolparon en mi cabeza y no podía darme el lujo de perderlas.

Bien, muchísimas gracias por las leídas y los comentarios; me hacen tan feliz como una lombriz (¿realmente serán felices?)

Por fin se develerá lo que Jonouchi encontró jo jo~.

VI

Había un ambiente incómodo, angustia e incomprensión inundaban la habitación. Habían descubierto un secreto que probablemente Yuugi desconocía… Pero su abuelo no. Y era extraño, ¿por qué ocultas algo como eso? Pensaron entonces que podía estar relacionado con la depresión que le sofocaba el corazón al amatista, sí Jonouchi y Honda lo sabían; fingían estar bien con la actitud del menor, que el niño era feliz, sin embargo ellos veían a través de sus mentiras. Probablemente sentía que algo faltaba…

Sentado en el suelo y recargado en la cama. -¿Pueden creerlo? –Preguntó el castaño con la mirada perdida en la nada.

-Es… extraño… -Dijo la única chica. -¿Yuugi lo sabrá? –Su mirada se enfocó en el rubio; sentada sobre el mullido colchón.

Alzó la cabeza, recargándola en la pared al igual que su espalda. Suspiró. –No lo sé… -Se levantó con el libro en la mano derecha; abrió el libro en una página específica y sacó un trozo de papel, una fotografía. –Es increíble… Pero no creo que sea una farsa. –Dejó el álbum en uno de los muebles de la habitación. –Yuugi no ha de saber, nunca lo mencionó. –Dijo calmo.

-¿Y qué te hace pensar que no lo ocultó de nosotros? –Se levantó, un tanto enojado. –No sería la primera vez. –Se quejó.

Se sorprendió ante la réplica del moreno. -¿Ustedes… lo saben? –Preguntó incrédula.

-Sí, hemos sabido que hay algo mal con Yuugi pero queremos que sea él quien nos lo diga. –Respondió el melado mientras miraba acusadoramente al castaño. –Como sea… ¿qué haremos con esto? –Apuntó la fotografía.

-No creo que sea alguna pista… -Sus palabras se detuvieron lentamente, pensando lo que había dicho. Tomó la fotografía de las manos del rubio. -¿Estará muerto? –Absorto sus ojos castaños enfocaron a una de las personas en la fotografía.

-¿Qué supones? –Arrugó la nariz.

-Quiero decir… ¿Y si él volvió a por Yuugi? –Apuntó la fotografía.

Cuando se lo pensaba la idea no era tan descabellada. Era una fotografía vieja, el papel estaba maltratado. En la espalda tenía escrita una fecha de hacía catorce años, el día y mes del cumpleaños de Yuugi. En la imagen se podía apreciar al amatista con catorce años menos, vestido en un mameluco color amarillo; estaba abrazado a un niño de aproximadamente siete años, el cual le sostenía haciendo de sus brazos una especie de silla para el menor, de ojos rojizos con el cabello similar al del menor. Ambos con un gorro de cartón y manchados con betún de algún pastel… Sonriendo; no era difícil deducir su parentesco.

-¿El hermano de Yuugi…? -Murmuró mientras veía la fotografía.

 

Chasqueó la lengua contra el paladar. Pasó el dorso de su mano derecha contra su mejilla, limpiando residuos de sangre ajena. Su cuerpo semidesnudo, el abdomen salpicado con líquido rojo en formas irregulares. El arma punzocortante en su mano izquierda con el filo teñido de carmín. –Cerdo repulsivo. –Rascó su brazo izquierdo con impaciencia.

Estaba en una casa ajena, en la habitación del dueño. Bakura le había llamado por un trabajo. En realidad poco le importó quién había requerido su “ayuda”, sólo necesitaba distraerse. Se alejó de la cama donde yacía el cuerpo inerte del dueño de la casa, ese hombre que le había tocado con la intención de tener relaciones con él. Lo había dejado llegar hasta cierto punto; tenía que admitir que se paralizó los primeros minutos, los sucios recuerdos de su infancia los tenía a flor de piel. Después de que el hombre intentó tocar más allá de su abdomen tomó el cuchillo que tenía amarrado en su canilla izquierda, lo encajó poco más debajo de sus costillas y lo empujó, llevándolo a su lado derecho y montándose en su cadera. Retorció el arma dentro de las entrañas del mayor, lo sacó, el líquido vital comenzó a surgir; lo encajó de nuevo debajo del esternón y bajó, haciendo un tajo en su estómago y sus intestinos. Sintió la daga atorarse de momento a momento, seguramente estaría pasando las paredes de cada órgano. Sacó por tercera vez el arma para enterrarlo de nuevo, esta vez arriba de las clavículas… Los gritos le estaban molestando. La sangre le salpicó una vez sacó la daga de su garganta. Sonrió inconscientemente eufórico. Los recuerdos iban y venían por su mente, confundiéndole respecto a qué era verdad; su mente comenzó a jugarle sucio. Después de marcar al hombre con seis tajos se detuvo en seco, su respiración agitada, sus pupilas dilatados en gozo.

Se movió de su posición y se dirigió a la puerta, al costado de ésta tenía el maletín que había cargado consigo desde la mansión. Lo abrió con cuidado y sacó un pañuelo en el cual envolvió el arma blanca. Lo metió en el maletín y recogió su camisa del suelo –previamente tirada para continuar el acto sexual-, se la puso y sobre ésta la chaqueta de cuero que yacía sobre un escritorio. Finalmente, sacó un par de guantes de piel. Escuchó el timbre de su aparato celular. Regresa ahora, es una emergencia, un mensaje, venía de Mahado. Extrañado decidió marcar al número telefónico del moreno.

-¿Cuál es la emergencia? –Preguntó una vez el tono de marcado se detuvo. Es… Yuugi…, respondió con dificultad el mayor al otro lado de la línea. – ¿Qué pasó? –Alzó un poco la voz. Miró el cuerpo del hombre en la cama y tras verificar que estaba muerto agarró el maletín y salió de la habitación. El moreno no le respondió. –Dime que sucedió. –Ordenó. Tomó la manija de la puerta principal y abandonó la casa subiendo a su automóvil. -¡Mahado! –Le gritó, la falta de respuesta le puso nervioso. -¡Mahado! –Volvió a gritarle. Sólo hubo silencio al otro lado de la línea. Enojado y desesperado golpeó el volante del mueble mientras gritaba -¡Maldición! –Terminó la llamada y aventó el aparato en el asiento de copiloto. Metió con prisa la llave del automóvil en la ranura y la giró. El motor rugió, arrancó entonces y al segundo cambió a la segunda velocidad. ¡No, no, no, no! Repitió constantemente.

 

El celular en su mano derecha, ésta temblaba. Ejerció fuerza contra el aparato hasta que sus nudillos emblanquecieron y el teléfono comenzó a crujir. Estaba recargado contra la pared de la habitación, afuera. El niño había empezado a gritar, aterrado de ser tocado; no queriendo alzarle más la presión cardíaca salió. Sus ojos castaños asfixiados en ira, retorcerle el cuello a Bakura no sería suficiente… Pero no quería dejar el lugar, le preocupaba que el albino quisiera más.

Durante 45 minutos más no se movió del lugar. Escuchó ecos continuos, se acercaban a dónde él estaba, rápidamente.  Alarmado se levantó. Sus músculos se relajaron cuando distinguió al carmesí. Venía corriendo.

No esperó la explicación de Mahado y entró en la habitación sin pensarlo. Su respiración se detuvo y pudo jurar su corazón con ella. Lo que estaba viendo le provocó un hueco incómodo e indescriptible… Tan bella y pura criatura profanada, maltrecha, mancillada. La piel trozada, repleta en rasguños, dentadas y moratones; sangrada, irritada. Vestido únicamente con su camisa. Sentado en la cama con las piernas flexionadas, las rodillas y los tobillos juntos. Sus brazos cruzados frente a sí… Llenos de marcas rojas rectas. Le vio entonces rascarse ansioso la piel de sus brazos, los muslos y las canillas. Se acercó lentamente al borde de la cama, no queriendo advertir su presencia en la habitación. Examinó más de cerca su cuerpo. Las piernas estaban mallugadas por rasguños, la poca sangre brotada ya había cicatrizado; mordidas que comenzaban a mancharse en un color púrpura oscuro. Notó entonces sus tobillos lastimados con heridas abrasivas; tenía un par de anillos, dedujo que fueron provocadas por amarres de piel. Subió la vista a sus muñecas, encontrándolas anilladas de la misma forma. Sin pensarlo acercó su mano derecha al niño, tocando la herida en su muñeca. El menor detuvo sus acciones abruptamente, le miró con miedo.

-Yuugi… -Habló quedo. No quería alterarlo.

Sus labios temblaron, en un movimiento rápido golpeó la mano del carmesí como hizo con el castaño. -¡No! –Gritó mientras cruzaba los brazos frente a su rostro, ocultándose.

Desesperado y angustiado tomó al niño por ambos brazos y los separó, -Cálmate. –Intentó hacer que le escuchara, sin embargo el amatista movió de un lado a otro la cabeza buscando un lugar donde ocultarse, sus piernas intentaron alejar al mayor. –Yuugi, escúchame. –Se acercó al rostro del niño. Soltó sus brazos y tomó el rostro del niño, alzándolo, para que le mirase. –Mírame. –Un tono de voz alto, mas no lo suficiente para ser un grito.

Levantó la mirada hacia la persona que le sostenía cálidamente. Hizo contacto con un par de orbes rojos que le calmaron más. Al reconocer a la persona sus ojos se llenaron en lágrimas y por instinto buscó refugio en el cuerpo ajeno.

Su angustia disminuyó, petrificándose ante el contacto imprevisto. Los brazos alzados sin saber qué hacer, tenía miedo de tocarle. Escuchó los sollozos ahogados contra su ropa, y ésta humedecerse. Frunció el ceño. -Bakura… -Dijo entre dientes mientras sus manos se contraían. –Ese malnacido… -Tomó al niño de los hombros y le separó lentamente de su cuerpo. Se dio media vuelta con la intención de tener una amena plática con el albino pero sus pasos fueron detenidos cuando sintió algo rodearle por la cintura, de nuevo. Por instinto posó las manos sobre aquello que ejercía presión arriba de su cadera. Percibió los brazos del menor.

-No… no te… vayas –Pronunció contra la espalda del mayor, sus piernas temblando al igual que sus brazos. –No… vale la… pena… -Articuló de nuevo.

-¡Pero…!

-Por favor… quédate… -Le dijo antes de soltarse y caer al suelo, sus piernas no le sostuvieron más tiempo.

Se giró para ver al niño. Su rostro se relajó y la idea de ir por Bakura desapareció –por el momento-. Se hincó, pasó su brazo izquierdo por la espalda del menor y el derecho debajo de las corvas; se levantó con el niño en brazos y lo depositó en la cama.

-¿Estás bien conmigo? –Dudaba en ser la persona indicada –y con mucha razón-. El niño asintió levemente y agarró su mano izquierda entre la suya derecha, esa fue la respuesta que le dio.

 

-Más vale que sea importante, no puedo andar con alguien como tú en lugares públicos. –Estaba cruzado de brazos en su asiento. Sus ojos lavanda miraban los ojos chedrón frente a sí mismo.

Una agradable cafetería, con mesas de fierro en la acera del establecimiento con una pequeña capota de color anaranjado haciendo sombra; adentro –donde ellos estaban- un ambiente calmo, de paredes amarillas cenizas con algunas réplicas de reconocidas obras de arte; mesas de madera oscura con manteles blancos.

Sus ojos chedrón miraron con interés a quien se cruzó de brazos frente a su persona, las palabras indicadas y lo tendría en la palma de su mano. –Vamos, hace tiempo que nos conocemos… ¿Desde cuándo me tratas con tanto desprecio? –Se recargó en el respaldo de la silla.

-Desde que me enteré de lo que haces. –Mantuvo su postura. Al no inmutarse su compañero dio un resoplido y abandonó su postura para tomar una servilleta, su acción se vio interceptada por la mano pálida de su acompañante.

-Marik, tengo algo que te interesa de sobremanera. –Acarició su moreno dorso con su blanco pulgar; una mezcla que le daba hambre. –Algo que has buscado desde hace dos años. –Sonrió como le era característico, una mueca desorientada.

Tragó saliva, ¿qué tan ciertas eran sus palabras? -¿Hablas de…? –Su rostro se descompuso ante las emociones agolpadas.

-Pero… Todo tiene un precio, y el mío es alto. –Su mueca se suavizó, mostrándose más comprensivo. Los ojos violáceos se movieron preocupados. –Despreocúpate, tu reputación quedará intacta. –Siendo un empresario en el mundo del arte y la arqueología no podía verse envuelto en asuntos ilegales, la familia Ishtar era sinónimo de pulcritud. Además romper sus vínculos no le vendría nada bien, no al menos para su podrido corazón.

 

Se ocultó tras la pared, asomó un poco la cabeza. Su madre estaba sentada en una solitaria silla frente a la ventana de su cuarto. La miró confundido, habían pasado dos días desde que su madre no se movía de su lugar… Desde el funeral de su padre. Y siempre que podía estaba ahí, con las palabras desliéndose en su lengua, los labios mordidos y los ojos sofocados en inquietud… porque tenía miedo de alterar a su madre; se la veía frágil y cansada…

Sin embargo, no era la primera vez que hacía eso. Él recuerda que la mujer hubo estado en el ático de la misma manera, mirando por la pequeña y abandonada ventana circular en la pared. Sentada en un cojín gastado rodeada de telas empolvadas y viejas. Un aura pesada y triste la rodeaba… y hasta ahora pudo comprender la opresión en su corazón cuando más niño la vio así.

Su padre había muerto… Ignoraba cómo y en el funeral sólo vio cómo las personas pasaban y le decían cosas a la caja donde descansaba. Las vio llorar y susurrarle palabras; otras le gritaron sin dejar de sollozar. No estuvo mucho tiempo con su padre, regularmente lo veía cuando era hora de cenar, compartían esa media hora y unos pocos minutos más y después debía irse a la cama por orden de su madre. Pero no era que su padre le ignorara, de hecho le trataba bien. Le obsequiaba cosas y le sonreía con una calidez que inundaba su corazoncito y le provocaba sonreír de igual manera. Y él pensaba lo mejor de su padre. Sin embargo la noticia de la muerte de su padre fue tan repentina que no supo cómo reaccionar… Y hasta ahora no ha derramado lágrima alguna por él. Mamá debe estar llorando lo que yo no, pensó una vez volvió a su cuarto.

Era una rutina. Se levantaba, se bañaba y se vestía con su uniforme escolar, bajaba a desayunar e iba al colegio, solo. Volvía de la escuela, comía lo que su abuelito preparaba, subía a su cuarto y hacía los deberes y después de dos horas iba a la habitación de su madre; la miraba ansioso, esperando; pasada media hora volvía a su habitación y se quedaba ahí hasta que fuera la cena. Su hogar se había vuelto muy quieto, tanto que perturbaba… hasta que te acostumbras.

Pero ese día rompió la rutina. Bajó antes de la hora de cenar a por un bocadillo. Un extraño hueco le empezó a molestar desde que su madre se sentó en aquella silla que parecía tenerla encadenada. No quiso prestarle atención al vacío, pensando que sería un simple malestar. Pero lo pensó mejor,  tal vez sea hambre. Estaba en el umbral de la puerta a la cocina y al levantar la vista se detuvo en seco. Ahí estaba su madre, con el rostro hundido en sus manos, y su abuelito  a un lado de ella. Sin saber cómo reaccionar o qué decir se ocultó, asomando levemente la cabeza por la entrada a la cocina. Espiar estaba mal, lo sabía, pero no podía con la curiosidad.

-…No es posible que lo haya perdido a él también… -Escuchó la débil voz de su madre, temblando y quebrándose. ¿También?

-Cálmate, aún tienes a Yuugi… -La ronca voz de su abuelo intentó calmar a la mujer.

Tragó saliva mientras analizaba las palabras de su madre. ¿A quién se estaría refiriendo? Levantó la mano a la altura de su corazón y apretó la playera, arrugándola entre sus pequeños dedos. El hueco comenzó a molestarle, le sofocó.

-¿Seré suficiente para él…? –Continuó el sollozo de la mujer. Cansada, con la nariz irritada al igual que sus párpados, las mejillas empapadas en lágrimas. Sosteniéndose con dificultad de los hombros del mayor. Las piernas le temblaban, comenzando a encorvarse. –Él no tiene porqué sufrir así… ¿Seré suficiente? –Sus piernas no pudieron más y cayó contra el suelo hincada.

-No pienses así, Yuugi te necesita más que nunca, y viceversa. –El señor se hincó, sosteniendo a la mujer por los hombros para que le mirase.

Algo falta, pensó sin saber exactamente a qué se refería. Vio a su madre ahogarse en  lágrimas, cubriendo su rostro con sus manos, gritando cosas que ya no pudo oír. Algo falta, repitió; cerró con más fuerza su mano mientras mordía su labio inferior, y sin darse cuenta las lágrimas empezaron a lamer la piel de su rostro. Un sentimiento desolador lo inundó de golpe, heló sus manos y le sacó el aire. Tapó su boca con su mano y corrió hacia su cuarto, encerrándose. Se recargó en la puerta y dejó escapar los alaridos que había estado conteniendo…

 

-Algo falta… -Susurró, algo adormilado. No creyó recordar aquello…

Su depresión no tenía una razón aparente, no al menos para él. Esa enfermedad no había crecido por la muerte de su padre. Según recordaba siempre había tenido la enfermedad, sólo que no la había notado. Desde niño tuvo un hueco que le dejaba un sentimiento amargo; dicho hueco se acentuó con la depresión de su madre y podría decirse que había contraído la enfermedad de ella. Era difícil de explicar… y de creer. Hasta ahora no estaba seguro de lo que le faltaba, no tenía muchos recuerdos de su infancia, y los que tenían no eran lo suficientemente lejanos.

Dirigió la mirada a su derecha, encontrándose con el joven de ojos rojos; descansaba en una silla, con la cabeza recargada en el respaldo de la silla y en su hombro izquierdo. Con el rostro calmo, sin ningún sentimiento negativo; por primera vez pudo percibir lo largas y gruesas que eran sus pestañas, marcando sus ojos de manera que simulaban delineador. Y no hizo nada, y no dijo nada. Apreció al chico en silencio, con las mejillas rosadas. Sin embargo el gusto le duró poco. Un dolor punzante en la cabeza comenzó a molestarle. Sujetó entonces su cabeza con sus manos, intentando apaciguar el dolor, sin mucho éxito.

Abrió lentamente los ojos. El panorama borroso; talló sus párpados buscando aclarar su vista. Una vez pudo enfocar algo se incorporó de golpe en la silla. -¿Estás bien? –Se acercó, puso su mano derecha en la espalda del menor y comenzó a subirla y bajarla, sobándolo. Unos segundos después el niño le miró, sus orbes amatistas cristalizados.

-…Duele… -Susurró quedo para después abrazarse al cuerpo del mayor.

Notas finales:

¡Listo~!

Siento que sólo le estoy dando vueltas al asunto… Pero no se preocupen, ya se viene la verdad de Yami.

No hay tanto yaoi como me gustaría, pero no desesperen: todo a su tiempo. Además ya estamos en la cúspide de la mitad de la historia, así que muchas cosas empezarán a pasar (es la idea).

Este… Bien, tengo que explicarles algo –de todos modos creo que ya han ligado todo el asunto de Yuugi con Yami-. Primero, sí, Yuugi sufre depresión desde que era niño. Segundo, el recuerdo de cómo empezó su depresión fue suprimido –luego les explico cómo-. Tercero, Yami es la razón. Tan simple como eso. Sin embargo la mente de Yuugi no ha podido borrar el sentimiento evocado ante el recuerdo, de ahí el vacío que siente.

Es algo complicado lo de Yuugi, pero ojalá que ya vayan entiendo un poco más.

Y pronto se vendrá el cambio de personaje central; venga, Bakura no está aquí por nada.

Y eso…

Sean felices~.


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