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Dragones sin cielo. por YaoiNoAkuma

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Notas del capitulo:

Siguiente capítulo. Muchísimas gracias por los comentarios –los que no haya contestado los contestaré al instante-, me hacen feliz.

Bien… Se me olvidó decirles que Anzu está enamorada de Yuugi –aunque creo que ya lo notaron-, sin embargo el sentimiento no es recíproco Ha! In your face, b*tch! Perdón por eso… Simplemente no puedo tragar a la chica, me harta que se haga la víctima, que piense que sólo ella sufre y que diga sus discursos de amistad cada segundo, me cae que sólo abre la boca para eso… Como sea.

Datos necesarios para este capítulo. Entre Londres y Japón hay nueve horas de diferencia, el segundo tiene nueve horas más en el reloj que el primero. Un viaje en avión entre estos dos lugares dura cerca de 11:30 horas, pongámosle 12.

Los cambios de escena se dan por el doble espacio, sin embargo no implica que su sucesión sea justa al término de otra. Me refiero a que es posible que una escena pase en cierto momento y la siguiente, horas después.

II

Cerró con fuerza los ojos, esperando el disparo, sentir el frío propagarse por su cuerpo anunciando su inminente muerte… Sin embargo, nunca llegó. Ese sonido ensordecedor no se escuchó y su cuerpo no se entumió. Abrió poco a poco los ojos, enfocó los orbes carmesíes, dudosos y nerviosos.

El timbrar de un teléfono rompió su concentración. El tono no parecía el que utilizaba en su aparato móvil. Para cuando se dio cuenta quien le apuntaba tenía un teléfono celular en su oído izquierdo.

-…Sí, ya está hecho. –Pausa. –Ya lo sé, -pausa –Rishid lleva ese encargo. No me lo puedo llevar conmigo. –Pausa, le miró de reojo. –Yo me encargo. –Le soltó fastidiado, cortando la llamada finalmente. El menor se tensó cuando los rubíes le enfocaron de nuevo. –Tú te vienes conmigo, tengo algo mejor para ti. –Le agarró de la muñeca y lo alzó al momento en que él se levantó. Le arrastró hasta la puerta, negándose a irse con él se sujeto de cada objeto a su alcance. -¿De verdad quieres una bala en tu cráneo? –Sintió la pesada mirada color sangre, vio la pistola apuntándole y se soltó. Se dejó hacer.

Cuando pusieron un pie fuera de la casa un automóvil negro con vidrios de polarizado oscuro se estacionó frente a la acera. Miró entonces al asesino de su abuelo, un joven de aproximadamente 22 años, calculaba que tenía veinticinco centímetros más de estatura, de complexión delgada pero marcada, con músculos que se adquieren por el tiempo y las circunstancias; de tez ligeramente más tostada que la suya; de manos rasposas y frías, con dedos largos y articulaciones sutilmente notables; cuello delgado, con los músculos marcados y una apreciable manzana de Adán; su oreja izquierda –que le era visible en esos momentos- perforada en el lóbulo y en la extensión del hélix, en el primero dos veces con un arete tipo broquel de plata y otro troquelado con la forma del Anj –su abuelo era fanático de la cultura egipcia- de oro, y en el segundo una triada de pequeñas arracadas de acero de colores oro, plata y cobre; las patillas ligeramente largas; ojos carmesíes con brillos amarillos… Fue cuando notó la sangre en su rostro, pequeñas manchas distribuidas irregularmente por su mejilla; pero eso importó poco cuando le prestó atención a su cabello, similar al suyo, de tres colores, mechas rubias en el frente y algunas perdidas entre el resto del cabello de color negro y guinda, peinado en pinchos. Se quedó mudo.

-Anda, sube. –Tenía abierta la puerta trasera del automóvil, al parecer desde hacía unos minutos. El chico obedeció sin reproche alguno. El de ojos carmesíes subió en el asiento del copiloto, o eso creía, una ventanilla oscura separaba los asientos delanteros de los traseros. Estaba aislado.

-Bakura me pidió que te llevara al aeropuerto, en Narita. Quiere que regreses lo más pronto posible a Londres. –El chofer del automóvil era un joven castaño de unos 25 años, piel canela y ojos marrones. Prendió el auto y emprendió camino a Narita.

-Lo sé. Hace poco me llamó. –Respondió con hastío el menor. Tomó un pañuelo de la guantera y limpió su rostro y manos. Miró de reojo al castaño, tenía la cara como si quisiera decir o hacer algo pero que no puede acomodar las ideas. –Ya dilo, Mahado. –Le dijo mientras se acomodaba mejor en el asiento.

El mayor tragó saliva antes de pronunciar palabra. –Ese chico… Es igual a ti. –Soltó.

Entonces no soñé. Sí, lo era. La única diferencia era el color de sus ojos, los del niño eran amatista. Cuando le miró de cerca minutos atrás había notado ese hecho, preguntándose si estarían relacionados… El anciano al que le arrebató la vida era abuelo suyo, aunque dejó de considerarlo así cuando le usó para aquello, cuando su infancia se quebró. Intentaba recordar los días antes de eso, sin embargo sus recuerdos no eran claros, le dolía la cabeza y lo único que evocaba en su mente era el desagradable olor del licor, nicotina y sexo, causándole náuseas. No podía asegurar que fueran hermanos, pero cualquier persona diría que lo eran sólo por su apariencia. Y dudaba que fuese posible nacer en diferentes familias y tener un extraordinario parecido físico. –Lo es. –Fingió desdén.

-¿Es algo tuyo? –No puedo evitar preguntar.

-Ni idea. Acabo de conocerlo…

-¿No será el encargo de Bakura, o sí?

-No. –Aunque le restó importancia al tono de voz que utilizó Mahado lo observó atentamente. Su voz se había mostrado autoritaria, con enfado. –Rishid lleva eso.

El moreno quiso preguntar por qué había entonces un chico en los asientos traseros; él no acostumbraba a tener rehenes, además con lo dicho sobre el encargo de Bakura el niño no tenía razón alguna para estar con ellos en el mismo automóvil. Fue entonces cuando encontró la razón que le pareció más factible: curiosidad. El chico que estaba en el asiento de copiloto podría ser ya un joven de 21 años; pero en ocasiones aún pensaba como un niño. La vida le había tratado severamente, moldeando su carácter gélido y duro. Sin embargo aún era incapaz de entender una parte del mundo, él había conocido la parte más cruda y fría.

En el trayecto al aeropuerto no hubo más palabras.

Una ligera brisa le despertó. Se había quedado dormido durante el trayecto hacía… No estaba seguro cuánto tiempo en realidad. Se levantó y talló sus párpados para aclararse la vista. Volteó a su derecha y vio al chico de antes, se avergonzó un poco ante la posibilidad de haber sido visto dormir. –Levántate. –Su neutral voz le hizo pensar que sus sospechas eran erróneas. Intentó levantarse un poco, sintió una presión en su muñeca y cómo su cuerpo era alzado de un jalón. –No tengo tiempo para que despiertes… -Le dijo fastidiado.

Recuperó un poco la conciencia. -¿A dónde me llevas? –Se sujetó de la manija de la puerta trasera. El entrecejo del mayor se arrugó.

-A donde sea que te lleve, así que guarda silencio. –Le ordenó, el niño obedeció por miedo.

Su mirada permaneció baja, sumiso. Caminó por donde el de mirada carmín le llevaba. Notó entonces una mirada sobre su persona, nervioso levantó el rostro y se giró un poco a su derecha. Chocó contra una mirada marrón, que a los pocos segundos se desvió de su persona; curioso dirigió la vista al mismo lugar… Sus esperanzas de saberse en un sueño se rompieron.

 

-Ya pasan quince minutos de la hora que acordamos vernos. –Comentó Jonouchi viendo el reloj en el centro de la plaza. –Usualmente Yuugi no llega tarde. –Se rascó la nuca en un gesto de confusión.

-Usualmente es el primero en llegar… -Dijo Hiroto mientras se sentaba en una de las bancas cercanas.

-Cierto… Anzu márcale a su celular tal vez le surgió algo que requiere más atención. –Sugirió el rubio. La chica asintió. Se sentó en la misma banca con el castaño esperando por la ojiazul.

El número que usted marcó no está disponible. Es posible que esté descolgado o fuera del área de servicio, retiró el celular de su oído derecho y miró con incredulidad el aparato. Marcó nuevamente, esperó un tono y el mensaje se repitió. –No me conecta. –El par de chicos le miró con escepticismo. –Me dice que está fuera del área de servicio. –Dijo no muy convencida.

-Trata con el de la casa, tal vez su abuelo nos dé razón de su paradero. –La preocupación empezaba a notarse en sus ojos melados.

Esperó tres tonos, cuatro… la contestadora. Colgó y marcó de nuevo; uno, dos, tres, cuatro… contestadora. Marcó una última vez obteniendo el mismo resultado. –No me contesta. –Dijo tras cortar la llamada.

Los tres jóvenes se preocuparon en serio, Yuugi no acostumbraba a llegar tarde, su abuelo rara vez estaba fuera de casa; si algo pasaba el niño de ojos malva siempre les avisaba o su abuelo lo hacía si el niño no quería molestar –según él-.

-¿Cómo estaba Yuugi después de que Honda y yo nos fuimos? –Preguntó, probablemente tenía algo que ver su comportamiento.

-Él estaba bien. –Comenzó a picar algo dentro de su cabeza, debía decirles, tal vez fue su culpa. –Al menos en el trayecto que le acompañé. –Terminó.

-¿Le dejaste solo? –Se sorprendió y hasta cierto punto se enojó, Mazaki no gustaba de dejar al tricolor solo. –Como sea, vamos a su casa. Tal vez su abuelo recayó, alguna nota debió dejar en la casa. –Se levantó de su sitio y comenzó a caminar en dirección a la casa del amatista.

Una vez llegaron enmudecieron. Había un ambiente desagradable que causaba escalofríos. La puerta principal estaba abierta. Se formaron en fila india, Jounouchi al frente seguido de Honda y al final Anzu. Avanzaron con cautela al interior de la casa. El Sol en lo alto podía iluminar dentro del hogar a través de las ventanas, colándose algunos halos de luz; sin embargo sólo algunas partes estaban bien iluminadas. Se separaron, el castaño avanzó hacia la sala, la castaña al segundo piso y el rubio a la cocina.

-No puede ser… -Ganas no le faltaron para gritar, pero la impresión era demasiada que su voz se hizo un hilillo.

En la habitación entraron los castaños diciendo que no había nada. Voltearon con atención al suelo –donde Jonouchi descansaba la vista-, el más alto se petrificó y la chica gritó. En el suelo yacía Sugoroku Mutou, con una mancha de sangre bajo su cuerpo con una extensión significativa en los azulejos y algunos casquillos de bala rodeando su cabeza.

-Anzu… sal de aquí y llama a la policía. –Dijo el rubio, la chica obedeció al instante. -¿No hay rastro de Yuugi? –Le preguntó al castaño, éste negó con la cabeza. Apretó los labios y las manos en puño, se sentía tan inútil… ¿Dónde estaba entonces? Un secuestro fue todo lo que le vino a la cabeza. -¡Maldita sea! –Gritó enojado con los ojos vidriosos, le asustaba no saber del chico… Pero ¿y si estaba fuera y no sabía del asesinato de su abuelo? ¿Qué le diría? ¿Qué pasaría?

Salieron del hogar de la familia Mutou. Rostros de angustia, impotencia y miedo. Esperaron en la acera por la policía.

Contaron lo que habían hecho; ante la ausencia del niño quisieron verificar su seguridad, fueron a su casa, la puerta estaba abierta y decidieron entrar, les preocupaba que él y su abuelo pudiesen estar en peligro; encontraron el cadáver del anciano pero del niño no había pistas. Los agentes tomaron su lado de la historia y prometieron buscar al menor y al autor del crimen sin importar el tiempo que les tomara…

-Busquemos por nuestra cuenta. –Soltó Jonouchi. Estaban en la plaza frente a la arcada, regresaron después de haber estado en la estación de policía para anotar sus datos y poder avisarles de alguna pista encontrada.

-Pero… Es demasiado peligroso. –Mustió la castaña, tenía miedo.

-¿Y si ellos no hacen nada? –Refiriéndose a la policía, -No me voy a quedar de brazos cruzados en el sofá de mi casa a esperar noticias de Yuugi.

-¿Y qué sugieres que hagamos Sherlock? –Comentó Honda con las manos en los bolsillos, -No tenemos idea de quién pudo hacerlo y la casa de Yuugi está custodiada por la policía, todas las pistas que podamos usar están ahí, y no creo que ellos quieran prestárnoslas si les decimos por favor. –Concluyó.

-Exactamente. –Los rostros de los castaños eran signos de interrogación. –No se los pediremos, entraremos por ellas. –La sonrisa que se dibujó en su rostro creó un ambiente que a Anzu le preocupó.

 

-Llegamos. –Escuchó débilmente. Comenzó a despertarse. Se incorporó, la manera en que descansó no había sido la más cómoda, estaba adolorido. Mahado le miraba a su izquierda, divertido.

Habían salido de Narita en un avión privado –en contra de su voluntad-. Sino mal recordaba el destino era Londres, en Inglaterra. Los primeros minutos del viaje tuvo una pequeña plática con el egipcio, le dijo su nombre: Mahado, y en agradecimiento le proporcionó el propio. Le había contado un poco de su pasado. Miembro de una familia núcleo, padre madre y una hermana menor. Un joven trabajador y estudioso, instruido en los secretos del mundo y el comportamiento humano. Médico tradicional –medicinas herbales-. No hubo nada sobre el porqué le llevaban a Londres. Desabordó el avión, un automóvil negro les esperaba. Mahado volvió a estar a su lado.

El trayecto fue relativamente largo. Calles tradicionales y edificios de época… Lástima que no estaba ahí por vacaciones. Pronto el panorama cambió, las casas fueron remplazadas por árboles y arbustos. Un giro cambió la carretera por terracería. Cerca de veinte minutos después el coche detuvo la marcha. Bajó una vez el castaño lo hizo. El oxígeno abandonó sus pulmones; una mansión entre toda la naturaleza. Puerta de madera con barniz ahumado con ventanillas de tragaluz; teja en los techos; paredes blancas con mampostería de piedra; cinco gabletes en el frente, uno de mayor tamaño localizado en la entrada principal… Majestuosa. El castaño le hizo seña de avanzar, al frente iban el joven de ojos rojos y otro de cabello negro sujetado en una coleta alta, detrás de si mismo iba Mahado. Una vez dentro el ambiente de elegancia se esfumó, era bastante oscuro el interior, con varias esculturas de querubines con texturas oxidadas y pinturas al óleo en las paredes de paisajes tenebrosos. Las escaleras hacia el segundo piso en el centro de la estancia. Escuchó el eco de varios pasos acercarse, tuvo un mal presentimiento.

-Al fin llegaste, cariño. –Dirigió la vista al dueño de esas palabras. Un joven de –tal vez- 23 años, de tez pálida, ojos chedrón rojizo, cabello albino. Le vio avanzar hasta lograr estar a unos dos metros del chico de ojos carmines. -¿Cómo te fue? –Sonrió satisfecho.

-Como me haya ido. –Cortante. Voz cansada y enojada.

Examinó entonces a quienes acompañaban al joven albino; un chico con apariencia de motociclista, ojos turquesa pardo, de piel un tanto morena, y el otro era pelirrojo de ojos violetas grisáceos y piel clara. Sintió la mirada del joven motociclista sobre su persona, le vio acercarse. Tembló. Comenzó a alzar el brazo, para tocarle.

Tomó la muñeca del brazo que tenía alzado, le haló un poco y le golpeó en el costado del mentón, tirándolo por el impacto y dejándolo quejarse del dolor, limpiando unos rastros de sangre en la comisura de los labios. El pelirrojo dio un respingo por la sorpresiva acción. –Vuelves a intentarlo y no será mi puño lo que te golpee. –Sus rubíes miraron al joven en el suelo con desprecio.

-¿Por qué la agresividad? –Empezó el de mirada chedrón -¿No es mi encargo? –Se acercó al niño con la misma intención que el de mirada turquesa. Se detuvo abruptamente cuando el frío cañón de la pistola del carmesí hizo contacto con su frente.

-Lo tocan una sola vez y les llenaré de plomo el cerebro. –Bajó el martillo de la pistola con el pulgar. –Sin excepciones Bakura. –Sus ojos podrían matarlo –si fuesen pistolas- en ese mismo instante.

Tragó saliva, se preocupó por su seguridad. –Vamos, no hay necesidad de tanta amenaza. –Le dijo mientras retrocedía.

-Te dije que Rishid traía tu encargo. –Terminó para tomar al niño de la mano y salir de la estancia.

-¡Yami ¿a dónde crees que vas?! –Le gritó exasperado –Tu trabajo no ha terminado.

-No te preocupes, es hasta media noche. Estará hecho a tiempo. –Dijo como último comentario para dirigirse a las habitaciones del sótano.

Chasqueó la lengua. –Hace lo que quiere. No deberías darle tanta libertad. –Comentó el pelirrojo.

-Cálmate Amelda, me ha dado su debilidad… en bandeja de plata. –Su sonrisa se mostró insana.

Notas finales:

¿Qué les pareció? Se pone más interesante jojo.

Yami tiene 21 años. En un momento pongo que tiene 22, pero viene acompañado de la palabra aproximadamente. Sí, Bakura es el malo de la historia, ¿ya se dan idea de lo que puede pasar? Mahado… Amo a ese hombre y más su yaoi con Atem. Master and servant, jo jo. Y no he podido resistirme. Sobre Valon y Amelda no puedo decir mucho… Tenía que rellenar espacios –aún no estoy segura de cómo se desarrollarán en la historia-. Y disfruté que Yami golpeara al castaño.

Es bastante obvio que Yami y Yuugi son algo, si sospechas lo que haré de ellos, guárdalo para ti. Sólo que no siempre se puede creer en las cosas aunque se las vea.

Y eso. Respecto a las actualizaciones no les puedo dar un tiempo asegurado, dependerá mucho de mis tiempos libres –los cuales son muy irregulares-. Haré lo posible por responder los comentarios tan pronto los reciba.

Sean felices~


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