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Tic, tac. por Kaith Jackson

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Notas del fanfic:

Os presento a Mike, mis primer personaje original. Su historia es algo dramática, pero es divertido escribir sobre él. Esta historia es una parte de una mucho más grande, en la que la trama se vuelve un poco complicada, pero he rescatado la parte que más me gusta.

Espero que os caiga bien, el pobre ha tenido mal de amores.

Uno… dos… tres… cuatro… sí, los segundos seguían pasando uno tras otro. Siete… ocho… ¿por qué no paraba? ¿Por qué el mundo no paraba de girar un momento, sólo un instante? Doce… trece… catorce… Necesitaba un respiro para pensar con tranquilidad, un momento de calma para poder comprender lo que acaba de hacer, pero no… Veintiuno, veintidós… Por favor, que se alguien haga algo, que alguien lo pare, que lo pare…

 

—¡Basta! —grité dándole una patada a la pared. Sentado en el suelo, me tiré del pelo con fuerza, intentando encontrar algún consuelo que me ayudase a superarlo.

 

Nada. No había nada que hacer. El tiempo no se detenía, daba lo mismo lo mucho que necesitara un descanso.

 

El tiempo seguía. Era irremediable. A pesar de lo mucho que deseara volver al pasado, darle la vuelta al reloj y volver entre mis pasos para… revivir el momento.

 

Cerré los ojos y él estaba ahí, era como si lo estuviera viviendo. Tocando con delicadeza el piano una obra que yo le acababa de enseñar. Con tranquilidad, sin prisas, moviendo la cabeza de atrás hacia delante con una sonrisa. Con aquella sonrisa especial.

Y esos ojos… esos ojos grandes, brillantes, eran como una fusión de jade y zafiro que solían mirarme con ternura, con cariño… un tiempo atrás.

 

Noté el insoportable picor de las lágrimas en mis ojos, pero respiré profundamente. No debía llorar. Mi padre me lo había repetido hasta la saciedad tiempo atrás «Eres débil, Michael, ¡débil! Los hombres de verdad no lloran.» Así que me centré en un punto de mi pared blanca intentando no pensar en nada, hasta que las lágrimas se hubieran esfumado.

 

Veintinueve… treinta… Odiaba el presente (¿de todas formas, qué era el presente? Si cada instante vivido, se evaporaba en el aire sin dejar rastro). De cualquier forma, el presente era doloroso, era como una espina envenenada que se clavaba muy profundo en el estómago y va desgarrando lentamente la carne reduciéndome en minúsculos pedazos. El presente era rabia y frustración.

 

A mí me gustaba más el pasado.

 

El pasado era felicidad, luz y calor. El pasado era Jack. Era verle frente al piano, tocando siempre con esa sonrisa; era observarle de reojo en el acuario con la cabeza ladeada y mil preguntas en los labios; era verle entre el público tras finalizar una obra, con los ojos llenos de asombro y fascinación y sus aplausos en el aire. Clap, clap, clap, si me concentraba un poco, podía conseguir oírlos en la oscuridad de mi habitación, eran sus aplausos los únicos que me importaba cuando empezaba a tocar.

 

Sesenta y seis, sesenta y siete, sesenta y ocho…

No. Ahí volvía. El recuerdo que intentaba borrar. ¿Por qué no se esfumaba? Por favor, te lo suplico, un momento de paz…

 

Pero volvía a estar con él en el sofá, él volvía a apartar la mirada de nuevo cuando me inclino a besarle y yo ya volvía a estar cansado de esa situación.

 

—No es normal, Jack. Llevas meses así de extraño.

 

Cállate. Mantén la boca cerrada, idiota.

 

—Estoy bien, Mike, te lo he dicho muchas veces. Déjalo estar.

 

¿Lo ves? Todo está bien, tú lo amas y él te ama a ti. Como siempre había pasado.

 

—¡Estoy harto que siempre me digas que estás bien cuando está claro que no lo estás! ¿Ha ocurrido algo en la universidad, en casa…?

 

Cierra el pico. No líes más las cosas. Bésale, tócale, haz que olvide todos sus problemas, pero no insistas.

 

Y sobre todo, no digas lo que estás pensando.

 

—Ya… ya no puedo más, Jack. Necesito un respiro. Ambos lo necesitamos.

 

Una pequeña parte de mí quería que Jack dijera algo como: “no, Mike, no hagas esto” que me hubiera abrazado y que hubiera suplicado un poco. Al menos un poco.

 

Qué estúpido fui.

 

En cuanto dejé de hablar, él asintió, recogió sus cosas y salió por la puerta con una pobre despedida.

 

Y ahí estaba yo desde entonces. Al lado de la entrada, sentado en el suelo y observando la pared que tenía enfrente, con una fría garra en mi garganta que me impedía respirar. Sólo quería pensar algo que no fuera en Jack, en nuestros buenos momentos, en sus sonrisas, en lo mucho que se enfadaba al decirle que era rubio, en su adorable sonrojo que veía cada vez que me pedía un beso entre susurros… Ése era Jack. Mi Jack.

 

Y ya no estaba.

 

Noventa y ocho, noventa y nueve… Cien.

 

El tiempo de autocompasión se había acabado.

 

Debía abrir los ojos, levantarme del suelo y seguir con mi vida. Debía haber alguna forma, cualquiera, para poder seguir adelante. Seguir tocando el piano, haciendo conciertos por toda mi ciudad, seguir estudiando, seguir sacando buenas notas para mantener mi beca. Debía llenar la despensa, debía limpiar la casa, debía hacer la colada, debía practicar el piano hasta que mis dedos se engarrotaran y pidieran un descanso.

 

Me levanté seguro de mí mismo, con mil planes en la cabeza para mantenerme ocupado, pero en cuanto me levanté me di cuenta que eso era imposible.

 

¿Cómo iba a seguir adelante sin Jack, si él era mi vida entera?

Notas finales:

Y éste es Mike. Sufre muchísimo cuando le deja Jack, pero no se puede hacer nada si el rubito está enamorado de otra persona.

Espero que os haya gustado, me encanta trabajar sobre Mike, es triste que no tenga nada más elaborado XD

Muchos besos :)

KJ*

 


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