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Tres gintonics por Arlette

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Notas del fanfic:

Historia subida en Slasheaven con el nick "Arlette13".

Notas del capitulo:

Aunque vaya con la hora pegada al culo, os prometí una historia por Halloween/mi cumple. Y aquí está x)

El mensaje había llegado justo un año después de la tormenta que supuso la ruptura con Ellery. Era la una de la mañana y yo estaba tirado en la cama, escuchando un disco de The doors. Apunto de rozar la inconsciencia, el móvil vibró y me despertó por completo. Ya estaba empezando a cagarme en todos los parientes vivos y muertos del remitente cuando vi su nombre en la pantalla: Ellery. Muchas preguntas pasaron por mi cabeza antes de pulsar la tecla y ver el contenido del mismo, como por ejemplo, qué querría, si se había equivocado, o solo si era una broma.

Cuando reuní el valor suficiente para abrir, pulsé. Era un mensaje escueto, sin un hola ni un qué tal, solo me preguntó si quería ir a su casa y “lo que surgiera”. En otro momento de mi vida hubiera tirado el móvil contra la pared y hubiera roto a llorar como si de la más trágica de las telenovelas se tratase. Pero hoy no. Mis nervios se habían templado y mi cabeza serenado. Era un hombre nuevo y podía enfrentarme al hecho de que el que fue el amor de mi vida me hubiera mandado un mensaje para romperme el culo.

Debía darle una respuesta. Hacía tiempo que mis sábanas estaban demasiado tranquilas y en el fondo me moría por echar un polvo, pero no estaba del todo seguro que mi ex fuera la mejor opción. En un arrebato de pasión y rebeldía acepté. Le mandé un mensaje con la confirmación y le pregunté por la hora, sitio y día. Sabía perfectamente que si lo pensaba mucho más me arrepentiría, así que deje el tema a un lado y volví a la cama.

No pude evitar fantasear con él todas las noches que precedieron al día de la cita. Soy humano, y como tal, tengo deseos y fantasías que se plasman en mis sueños. Cada escenario era diferente, y las posturas que experimentábamos también, pero lo que era constante era la intensidad con la que me embestía una y otra vez, mientras yo me deshacía en gemidos. Di gracias por vivir solo en esos momentos, pues más de una vez me levanté gritando en mitad de la noche, mientras llegaba al cénit en mis sueños y en la vida real. Bochornoso. Ya no era un adolescente, pero mi libido era comparable al de un muchacho recién entrado en la pubertad.

Así que no me quedó otra. Aguanté como pude cinco días a base de duchas frías y pajas salvajes.

 

 

Había estado multitud de veces en ese portal, enorme y elegante, incluso con portero. Cuando entré, le saludé. El parecía sorprendido de verme, normal, hacía un año que no iba por ahí. Respondió a mi saludo cortésmente y seguí caminando hacia el ascensor. No sé qué cara debía tener, media de asustado y media de nervioso, seguro. Me recordé a mí mismo la primera vez que subí ese ascensor. Iba con Ellery, hablando, bueno más bien él hablaba mientras yo miraba fijamente a la esquina inferior izquierda del ascensor. El término vergüenza se quedaría corto para definir lo que sentí en esos momentos. Ahora, me sentía un arrastrado. ¿Cómo se me ocurría volver a acostarme con el hombre que tanto me había hecho sufrir y llorar? Era una de las preguntas más frecuentes que me hacía cuando mi cabeza no estaba ocupada en imaginar escenas no aptas para menores. Para hacerla frente me repetía, como si de una oración se tratase que uno al año, no hacía daño. Lo de Ellery estaba superado. Totalmente. Pasado pisado. Solo era un polvo.

El ascensor iba subiendo lentamente, tortuoso, ¿verdad? Tenía la sensación de que si tardaba un poco más, me arrepentiría y emprendería el viaje de vuelta a casa raudo y veloz. Cuando había reunido casi toda la seguridad necesaria para afirmarme a mí mismo que lo mejor era irse, la puerta se abrió. Último piso.

Ahí solo podía encontrarse dos pisos: el de un matrimonio que solía pasar las vacaciones en la ciudad, y el suyo. Estábamos a mediados de octubre, sin duda la planta entera le pertenecía. Avancé titubeante, aun preguntándome si era lo mejor. Lo sé, lo sé, mi cabeza era algo así como una batidora, que no paraba de moverse de un lado a otro, decidiendo cada cinco minutos lo que era mejor, según la inspiración surgiera.

Antes de llamar a la puerta blanca, traté de serenarme. Respiré varias veces, muy hondo, tanto que casi me ahogo, por estúpido. El corazón me latía sin control y presentía que en cuanto abriera la boca, la voz me traicionaría y empezaría a tartamudear. Pero ya estaba ahí, tenía que ser consecuente con mis sueños. Si el subconsciente tanto había insistido, sería por algo. Me armé de valor y pulsé el timbre. Igual de estridente y horrible que siempre.

La puerta se empezó a abrir, despacio, varios instantes después. En el momento que esta quedó abierta por completo, no me convertí en tartaja, ni el pulso se me disparó más, si es que eso era posible. Simplemente me quedé mudo y tuve un infarto.

Ahí estaba Ellery, apoyado contra el marco de la puerta, con su habitual sonrisa picarona y dentadura perfecta. La única prenda que cubría su cuerpo eran unos boxers negros de Calvin Klein, muy familiares. Más de una vez me había encargado de quitárselos a mordiscos. El muy cabrón debía haberse apuntado el gimnasio, pues no recordaba unos pectorales tan firmes ni esos brazos tan marcados. Maldito. El pelo le había crecido un poco y le caía muy sensualmente por encima de los hombros. Oscuro como el carbón. Sus ojos negros me examinaban, con un brillo de deseo que antaño había sido igual de intenso. La barba debía de llevar ahí dos o tres días, pero le sentaba de muerte. Os preguntaréis que hacía este hombre salido de Spartacus conmigo. Pues bien, yo también me lo preguntaba muy a menudo, pero mejor para mí.

— ¿Te vas a quedar ahí parado o vas a entrar? — se burló, como solía hacer siempre que tenía ocasión.

Me limité a asentir y entré sin mediar palabra. El piso, era enorme, como todo lo que había en ese edificio. Regalo de su padre, un hombre que se hizo rico con salchichas. Sí, salchichas, grandes y jugosas salchichas. Debía de venir de familia.

La decoración no había cambiado mucho desde mi última visita. El mismo recibidor, los mismos cuadros…Todo estaba igual vamos. Yo le seguía sin perder detalle de sus movimientos, que tampoco habían cambiado. Por un momento creía que volvía a estar en 2010 e iba a pasar una velada romántica seguida de una sesión de sexo desenfrenado. Pero no, nada de romanticismo, solo contacto físico. Llegamos ante la puerta de su cuarto y sin abrir la boca me besó. No fue un beso lento, ni de película. Fue sucio y lleno de ansiedad, pero no me resistí: le contesté con más fuerza. Era justo lo que quería.

Del ímpetu de aquel contacto mi espalda chocó bruscamente contra la puerta, que chilló cuando sus clavijas se retorcieron. La violencia con la que me empujó me hizo recordar una anécdota bastante surrealista que vivimos hace tempo. Había ido a unos grandes almacenes a comprar ropa, más exactamente, yo había ido a descambiar un jersey horrible regalo de mi madre. Encontré varias prendas que me gustaron y me metí al probador con dos camisas y un pantalón de similar precio. No tardó ni medio segundo: cuando la camiseta que llevaba descansaba en el suelo y yo me dedicaba a desabrocharme los pantalones, el intrépido Ellery se coló. Como esta vez, no pronunció palabra alguna, solamente se dedicó a desnudarme y empotrarme contra el enorme cristal. Al final tuve que comprarme el pantalón: un pequeño percance relacionado con manchas y poca planificación, no quedó más remedio.

Pero volviendo a la realidad, noté como el frío poco me acariciaba, apunto de clavarse en mis lumbares, pero no llegó a ocurrir. Ellery me había rodeado la cintura con ambas manos y me apretaba contra él, nuestras caderas habían quedado completamente pegadas la una contra la otra. No nos detuvimos ni un instante, éramos animales salvajes tratando de devorarnos el uno al otro, sin tregua ni descanso. Había echado de menos el tacto de su lengua recorriendo cada rincón de mi boca, descubriéndola y alimentándose de ella. Era algo que me encantaba. Creía que sería capaz de llegar al éxtasis tan solo con el beso.

Quería aumentar el contacto, así que dejé caer los brazos, antes apoyados sobre sus hombros, para agarrarme a su espalda y empezar a recorrerla sin pudor. Estaba totalmente seguro de que había ido al gimnasio, esos músculos duros y torneados antes no estaban allí. El recuerdo de todas las marcas que había dejado en esa espalda apareció en mis pensamientos como si se tratara de un fantasma que pretendía torturarme. Arañazos, mordiscos. Esa piel que hacía un año había sido mía, y como legítimo dueño, había marcado tantas veces.

Me mordió el labio, repentinamente, y no pude más que dejar escapar un suspiro largo y placentero. No me esperaba algo así. Pero algo que le encantaba hacer. Morder y tirar. La sonrisa picarona y juguetona de Ellery que tiempo atrás me había enamorado por completo, apareció.

Era perfecta, pero no por nada en especial, si no en su conjunto; la niñez, espontaneidad, diversión y deseo que transmitía eran la clave, y yo solo podía sucumbir ante ella.

Eché la cabeza hacia atrás mientras me besaba en el cuello; la puerta cedió un poco más. Sabía perfectamente que aquel era uno de mis puntos débiles, como el de muchos de sus amantes. La rabia que sentía cada vez que pensaba en la cantidad de hombres que habría pasado por sus manos y sus labios me hacía perder la razón. Debía apartar esos pensamientos de mi cabeza y concentrarme en disfrutar. Ahora era yo quien estaba ahí, entre la puerta y su cuerpo semidesnudo, solo para mí. No tenía el derecho de echarle en cara con cuánta gente se había acostado, pero las viejas costumbres cuesta abandonarlas.

El tacto de sus labios me enloquecía. Solo podía dejarme hacer, suspirar entrecortadamente y agarrarme más a su espalda. Era todo un experto en hacerme perder la cabeza, literalmente. No sabía si lo que estaba sintiendo era real o solo una de mis tantas fantasías. Pero todo se sentía demasiado intenso como para que solo fuera un sueño. Cada milímetro de mi piel que besaba se erizaba bajo sus labios, cosa que aprovechaba para morderme, flojito. Tuve que ejercer todo mi autocontrol para no perder la compostura y empezar a gemir como una bestia en celo. Lo que no pude controlar fueron otras partes de mi cuerpo, a excepción de mis cuerdas vocales. Pero ni yo ni él. Éramos humanos y aquella era la prueba irrefutable de ello. De la misma forma que mi piel se derretía a su paso, él se excitaba al ver que hacía bien su trabajo.

Con una fuerza desconocida me alzó y yo me aderecé sobre sus cadenas, rodeándole con mis piernas. Apoyado contra la puerta aún, me quitó la camiseta con desesperación y mi espalda se estremeció bajó la fría y lisa superficie. El contraste de mi piel ardiente con el plástico inerte había sido como una descarga que me devolvió a la realidad. Ahí estaba yo, besándome, devorándome con Ellery, como antaño. Pero algo había cambiado, aparte de que el sentimiento mutuo había desaparecido. Era hambre. Hambre de besos. Hambre de contacto humano. Hambre de sexo.

Y estábamos controlados por esa pasión desenfrenada que se había adueñado de la habitación y nos embriagaba. Quizás fueran las hormonas, o tal solo mi fantasiosa mente, pero juraría, que si me pidieran que parara, me negaría con todas mis fuerzas, movido por un espíritu indomable que me obligaría a continuar sin cesar de besar esos labios y recorrer esa piel hasta caer muerto.

Unidos por completo a unos labios ajenos, Ellery me llevó hasta la cama. Había cerrado los ojos, pero era la misma colcha que me recibió en la primera visita a su casa. Suave, ligera, y seguramente de color violeta. Colocado bajo él, me volvió a besar, y pude sentir su pecho subir y bajar, ardiente y descontrolado, justo como el mío. Se irguió y tensó los brazos, marcando los bíceps, y me sonrió. Se colocó a la altura de mis tobillos y me bajó los pantalones a tirones, sin apartar la vista de mí y sin borrar la sonrisa de sus labios.

Cuando la única prenda que cubrió mi cuerpo fueron unos calzoncillos azules, volvió a colocarse sobre mí, tenso. Desde mi posición contemplé los bóxers Calvin Klein, abultados y perfectamente ajustado a su entrepierna. Sentía que iba a desmayarme de un momento a otro. Hacía demasiado que no experimentaba la adrenalina de compartir desnudo el lecho con otra persona, o tal solo enzarzarme en una lucha sin fin con labios ajenos, sin perdedores ni vencedores. Pero lo que estaba sintiendo en aquellos momentos iba más allá de la lógica. Los niveles de serotonina de mi cuerpo debían haberse disparado, confundiendo todos mis sentidos y llevándome al éxtasis con tan solo rozarme.

— Lear — pronunció él.

Yo no fui capaz de emitir ninguna contestación, solo un gemido escapó de mi garganta como señal afirmativa.

No dijo más, solo sonrió y agachó la cabeza, para entretenerse con mis pezones, erectos y duros. Descargas eléctricas que me atravesaban la columna vertebral y me hacían estremecerme; su lengua caliente abrasando mi piel; no podía hacer nada,  mi cuerpo había decidido tomar el control sobre mi mente, y ahora era él quien gobernaba. Solo podía abandonarme al placer que Ellery me daba, aunque no fuera justo para él. Sin embargo, se aburrió de ellos, y empezó a descender por mi vientre regándolo de pequeños besos hasta llegar al nacimiento del vello, a la vez que me acariciaba la cadera con su diestra mano.

Llegados a ese punto, la escasa ropa sobraba, se mirase por donde se mirase. Ambos calzoncillos volaron y nuestros cuerpos quedaron expuestos ante la atenta mirada de nuestro respectivo amante. No es que no conociéramos esa parte de nuestra anatomía, pero después de tanto tiempo, resultaba agradable recrearse en ella.

Ellery había descendido más, pero sus intenciones eran claras.

— No, sabes que eso no.

— ¿Cómo qué no? Venga, no me jodas, ¿te da vergüenza que te la chupe pero no que te la meta? Eres de lo que no hay.

— Pues sí, sigo teniendo vergüenza. No es que sea precisamente algo muy…

Me quedé callado, sin saber muy bien cómo continuar la frase.

— Normal, ibas a decir normal — terminó él. Suspiró resignado y pareció que sus ánimos se calmaban.

Pero de repente, toda esa fuerza que supuestamente había perdido, volvió. Me levantó las piernas y las colocó sobre sus hombros. Yo le miraba con cara sorprendida, pero en seguida se me olvidó todo, cuando un dedo curioso acarició mi entrada.

Cuánto de menos había echado esa sensación, electrizante e íntima, que me recorría entero. Solo fue un roce, pero bastó para encender la parte aún aletargada de mi memoria. Un voyeur u observador objetivo que hubiera tenido acceso a mis recuerdos, hubiera coincidido conmigo en que esta escena se repetía una y otra vez. Habíamos vuelto al pasado, cuando nos besábamos y follábamos como verdaderos salvajes, pero nos queríamos. Ahora no era más que una simple película porno sin argumento alguno.

No es que se molestara mucho en dilatar y ensanchar mi esfínter, ni siquiera se puso condón, pero me dio igual. Estaba tan excitado y satisfecho de haber vuelto a caer entre sus sábanas, que todo me daba igual, solo quería que me reventara por dentro una y otra vez. El miembro erecto de Ellery me atravesó, sin previo aviso; sus movimientos estaban totalmente vacíos de delicadeza y cuidado, pero no podía reprochárselo, al fin y al cabo, no nos debíamos nada.

Pensé en ese momento, cuando entraba y salía de mí con violencia y rapidez, qué debía hacer, qué sonidos emitir. ¿Enmudecer? Sus oídos no se merecían deleitarse con mi serenata orgásmica. ¿Fingir? Era capaz de imitar las voces excitadas y gemidos de los actores de las películas con las que llevaba meses machacándomela, todo un experto. Lo mejor sería dejarlo fluir, deslizarse. No reprimí gemido o suspiro alguno, dejé que todo mi cuerpo explotará en mil sensaciones. La cara en éxtasis de Ellery era todo un regalo de los dioses.

— ¿Cuánto llevas sin follar? Estás jodidamente estrecho — balbuceó. — Ni que hubieras vuelto a ser virgen.

— Y a ti qué te importa… Tú sigue a la tuyo.

— Dios, siento como si me fueras a absorber — dicho esto, me penetró más fuerte aún.

— Cállate.

Con cada penetración, algo en mí iba desprendiéndose, como mi alma estuviera siendo arrancada del cuerpo: todo lo que sentía, iba más allá de lo que podía expresarse con palabras. El movimiento de caderas hacia que su vientre chocara con mi miembro, que se retorcía entre el placer y la necesidad de más atención, pero no me quejaba. Pensé en lo poco que quedaba para que las puertas del Paraíso se abrieran para mí.

Cerré los ojos y me aferré con todas las mis fuerzas a la espalda de mi compañero. Nos corrimos casi a la vez. Latigazos de placer hicieron que mi espalda se arquera y todo mi cuerpo vibrara de placer. Había sido el mejor polvo de mi vida, o eso recordaba yo. Cuando nuestros lascivos cuerpos se hubieron calmado, él se dejó caer a un lado y yo me mantuve quieto, con los brazos doblados y el pecho al borde del colapso. Le miré. Tenía los ojos cerrados y trataba de controlar la respiración, intervalos largos y profundos. Observé que buscaba a tientas algo en la mesilla.

Con el cigarro en la boca y el mechero en la mano, encendió el pitillo. De su boca escapó el humo que poco a poco fue dispersándose por el cuarto, envolviéndonos con su desagradable olor.

— No ha estado mal, ¿verdad?

— No, para nada — le respondí. Todavía tenía los ojos cerrados; mientras fumaba, una sonrisa prepotente adornó sus labios. Típico en él.

Nos quedamos ahí tirados, horas, sin hablar. Seguramente se fumó toda la cajetilla, pero yo no fui consciente de ello. Cuando me quise dar cuenta, una lengua lujuriosa descendía por mi cuello.

 

 

 

 

 

Era cinco de noviembre, lo recuerdo perfectamente. Fue la primera vez que sentí algo así, cómo olvidarlo.  Era sábado y un par de amigos y yo habíamos salido de copas en un bar abierto hace relativamente poco. Estaba bien y poca gente lo conocía; prácticamente lo hicimos nuestro. Mientras yo saboreaba el último trago de la tercera copa de gintonic, la cara de Valery apareció ante mí. El maquillaje se le había corrido un poco y los ojos se le salían de las órbitas. ¿Qué diablos le pasaba a esa chiquilla? Para tranquilizarla, la toqué suavemente en el hombro. Ella llevó sus ojos del hombro, hasta mí, arrastrando la mirada.

— Lear —dijo secamente —Tenemos que hablar. No puedo callarme, soy tu amiga. Y a los amigos no se les puede hacer esto.

La confesión que salió de sus labios me perturbó. Conocía la tendencia del borracho a exaltar la amistad en los momentos clímax de ebriedad, pero las palabras de Valery estaban cargadas de angustia e, incluso me atrevería a decir, compasión. Paciente  esperé a que hablara, pero sus labios estaban sellados.

— Habla Valery, tranquila — no había apartado la mano de su hombro. La sonreí — No será tan malo.

— No, no, claro que lo es. — de golpe me quitó la mano de su hombro y la rodeó con las suyas. Los ojos verdes de mi amiga me miraban casi suplicantes. — Prométeme que no te lo tomarás a mal. ¡Ay, lo siento mucho!

¿A qué venían todos esos  lamentos? ¡Por Dios, estábamos de fiesta! Tenía tentaciones de ir a por otro cubata, pero la incógnita que rodeaba a Valery me retenía, imposible el escape.

— Verás… Me ha llamado Ellery.

Cuando oí su nombre, quedé paralizado.

— Bueno, realmente — el alcohol y los nervios le impedían encontrar las palabras adecuadas — He recibido una llamada desde el móvil de Richard.

Richard, ese muchacho de pelo rubio y ojos miel enormes, de sonrisa perfecta, mejor amigo de Ellery y que no paraba de darle falsas esperanzas a mi querida Valery. Sí, de algo me sonaba.

— Pensé que por fin se había decidido a darme una respuesta pero… — dejó escapar un suspiro — No era él.

— Era Ellery — apunté. Se me notaba ansioso por conocer el contenido de la conversación.

— Sí, era él. En un primer momento pensé que quería hablar contigo, por lo que me contaste que pasó aquella vez… — al mencionarlo, se ruborizó — Pero no, quería que le dijera a Gil que si le apetecía ir a su apartamento y, y…— había empezado a hablar muy rápido, pero no importaba. Yo ya había dejado de escuchar.

Sabía perfectamente que para Ellery no había sido más que un juguete, pero algo en mi interior se negaba a aceptarlo. Todo había ido tan bien desde entonces. Hacía poco la proposición de volver a repetir lo de su apartamento había llegado a mi buzón de entrada, pero creía conveniente rechazarla, para hacerle sufrir un poco más. Si me quería que se lo currara. Incluso había albergado la esperanza de volver a salir, intentarlo simplemente. Pero estaba claro que mi ex pareja no pensaba así: “¿Tú no quieres? Que pase el siguiente”. Y que yo supiera con Gil solo había hablado un par de veces, cuando aún salía conmigo y mis amigos de la facultad.

¿Conocéis ese refrán de: Ojos que no ven, corazón que no siente? Pues en cuanto vi que el desgraciado de Gilbert se despedía de nosotros muy sonriente y abandonaba el local, enfurecí. No, no, no hablo de amor. Es algo muy diferente a la traición amorosa. Me sentí traicionado desde lo más profundo de mí ser. ¿Acaso no era lo suficientemente bueno? Podría haber insistido un poco más, siempre había sido nuestro juego, sabía perfectamente que no hubiera tardado mucho en caer en sus redes. Mi orgullo se fue a la mierda.

Varias semanas después, mientras acababa un trabajo sobre el Derecho civil, el móvil vibró sobre el escritorio. La pantalla se iluminó y The passenger, de Iggy Pop, sonó. Un nudo que llevaba tiempo aprisionando mi estómago se cerró en torno a él con violencia. Era Ellery.

Notas finales:

Sé que no tiene apenas trama. Pero tampoco lo pretendo. Quería hablar de algo que está más allá del típico mal de amores, del despecho propiamente dicho. Quería hablar del sexo y lo que nos provoca, sin tener en cuenta este sentimiento. Hay algo más, y espero que lo hayáis entendido.

¡Un beso y gracias por leer!


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