Jinchūriki
Por: Izumi Beloved
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“Quienes ya me han juzgado y encontrado culpable tendrían que padecer en carne propia el hambre de la fruta inviolada, su voluptuosidad irrefrenable, casi impúdica”
Ana Clavel
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Prólogo
Él era la ofrenda para los Dioses. Papá y Mamá lo habían traído a nuestro pueblo una vez que hubiesen exterminado con todo su clan, el abuelo había predicho que un Bijuu nacería esa noche y que traería prosperidad y fertilidad a las tierras de Konoha si era atrapado en el Jinchūriki que, nuestra familia había atrapado.
Fueron tres días de rezos y sacrificios humanos pero finalmente el demonio había sido guardado en el cuerpo de un niño de cabellos trigos y ojos zafiro, el más bonito y pueril que habían conseguido después del exterminio del clan Espiral. Itachi, mi hermano mayor, entonces tuvo que hacerse cargo del niño-demonio cortando su pierna izquierda por miedo a que huyera y que el ritual jamás se completará, si el huía entonces las tierras fértiles de Konoha se desvanecieran y darían paso a la agonía y pobreza del pueblo.
A veces cuando la familia dormía papá bajaba hasta la habitación del contenedor del demonio para admirarlo en silencio. Solo personajes de alto rango dentro de Konoha eran capaces de vislumbrar de la belleza del niño que poco a poco comenzaba a dar los cambios hacia la pubertad.
Recibía hermosas telas de seda y alhajas tan llamativas que adornaban su cuerpo como si de un muñeco se tratase, comía muy poco y pocas veces se movía de la posición en la que madre lo acomodaba.
Mi hermano Itachi murió en manos de Padre cuando intentó escabullirse con el Jinchūriki, y desde ese momento la seguridad del niño-demonio paso a mis manos siendo sometido a entrenamientos tan duros que a veces creí que la muerte era la mejor opción para apaciguar mi alma.
Cumplí los veintitrés años cuando padre enfermo gravemente y tuve que hacerme cargo del clan y la familia.
Y fue ahí donde por vez primera a media noche intervine para conocer al Jinchūriki que sería sacrificado a los Dioses.
Sonreía dulcemente mientras acomodaba las piezas de shōgi (1) sobre el tablero para comenzar su propio juego. Ahí con la yukata de seda blanca resbalándole por los hombros dejando a la vista los tatuajes de colores hechos de henna (2) rebosaba su pueril figura que no podía ser jamás comparada con la de un temible demonio.
Me acerque hasta su esbelta figura que apenas y era adornada por la tenue luz de la luna menguante y las velas hasta quedar enfrente y realizar el último sello con las manos como el ritual lo estipulaba.
—Pronto nacerá el nuevo Bijuu ¿no es así? —preguntó ensimismado en su juego con la voz más suave y nostálgica que jamás en mi vida escuché.
—Cuando cumplas los veinte—susurré a lo bajo observando su mano detenerse sobre el tablero.
— ¿Podrían encerrar a ese Bijuu dentro mí cuerpo? —
—Morirías—
—Moriré de todas maneras, soy el sacrificio de tu pueblo. Perder la otra pierna o incluso mis brazos no tiene importancia—
—Los dioses piden la sangre de un ser puro cada veinte años, encerrando otro Bijuu dentro de ti no evitará el sacrificio de alguien más—un sueva suspiro escapó de sus labios.
—Por favor encierra el último Bijuu dentro de mi cuerpo, y te prometo traer eternamente dicha, prosperidad y abundancia a tu querido pueblo. Usted lo sabe; su familia terminó con todo mi clan y acabar con otros clanes buscando otro Jinchūriki solo traerá tragedias y muertes a su pueblo—imploró el joven de cabellos dorados a mis pies.
Tan benevolente, clemente, puro y piadoso; como negarme ante la inminente ofrenda que ofrecería a los Dioses y finalmente cerré el pacto con el último Jinchūriki que quedaba.