PRÓLOGO
~ Las virutas de pan que se escapan por mis labios y los nervios haciéndome esquivar a vida o muerte las peligrosas distancias que me retaban los peldaños de la escalinata del porche de mi casa. Todo igual, todo siempre lo mismo y por él, por verle una vez más. Recorrer las calles a toda prisa, rincones que dejo atrás sin más aún atragantándome con las migas de la tostada que me termino mientras calculo el tiempo, el tiempo que pasa a cada zancada que doy, el tiempo que me queda. ¿LLegaré?, ¿estará allí?, ¿me verá?... Bendita locura.
Miro el reloj y casi pierdo el teléfono por el camino. La hora se acerca, la hora me pesa porque sé que te voy a ver, sé que si no corro más rápido que el viento se me escapará de las manos. Dios, si él estuviera entre ellas…
Al fin llego, al fin puedo respirar aire puro a pesar de los bichejos voladores que por allí tropiezan, atragantándome, estorbando en su maldito vuelo que hace que parezca idiota, allí, parado, en medio de una ruta de carrera, moviendo las manos frente a mi cara cual loco. ¿Yo hacer deporte? Náh, yo ni siquiera tengo un buen chándal para vestir con orgullo, no como el que tú sueles llevar cada sábado, cada domingo… Siempre a la misma hora.
Las 8:13, estás a punto de llegar y yo muy nervioso te espero matando el par de minutos que faltan para verte. El Sol aún no está brillando con fuerza pues ni siquiera puedo sentir su calor en mis mejillas que rojas y heladas se escarchan. El frío me apuñala bajo el horrible chaquetón que visto, mi estilo no es muy bueno y de eso soy consciente, pues lo he intentado cada mañana, cada día en el que he despertado deseando llegar al hermoso parque donde calientas con tu equipo, pero es que no sé… Yo no sé qué ropa te gustará ni siquiera puedo saber si te has fijado en que te miro, en que estoy ahí esperándote…
Hace poco tiempo que el otoño ha pasado, como mi cumpleaños, y es que ya estamos cerca de las navidades, lo siento, lo huelo y veo... Las luces de la ciudad ya adornan las calles y sé que tú también las has visto vivas donde vivas porque no sé nada, nada sé de ti o tu familia. Me abrazo el cuerpo con frío, soledad, bajando la mirada al suelo donde busco aquello con lo que mis pies se entretienen cada mañana en tu espera. Un banco de hormigón que vuelve a recibir mis torpes y nerviosas patadas, cariño, ¿cariño?, un banco no me da cariño es solo el lugar fiel donde me siento, donde me congelo y a veces muerdo mis uñas. Me siento demasiado impaciente…
El teléfono me quema el bolsillo del chaquetón y es que deseo mirar la hora, contar los segundos para oírte jadear el vaho de la mañana, ese cansancio que expulsas con tu cálida respiración y que de seguro solo yo me paro a apreciar. Me muero por ti, joder…
El césped me parece simpático algo natural, como mi torpeza. Es divertido poder verlo crecer con el paso de los días y cómo aquellas gotitas de rocío lo llenan de brillo y belleza incluso aquellas florecillas amarillas que mi madre siempre solía nombrarme de pequeño, yo nunca le prestaba atención.
Ahí está, ya puedo oírlo y sé que son las 8:15. A lo lejos el ruido insistente y constante de un silbato de entrenador, sus órdenes, el baile de vuestros pies por el camino... Ya puedo verte…
Ya estás aquí, relentizándo esos segundos de mi día, esos maravillosos segundos en los que tu cabello castaño brilla bajo los tímidos rayos de Sol y tu piel, Dios mío tu rostro blanco y rosado se perla de sudor aún siendo tan temprano… Labios entreabiertos que congelan mi corazón, que hacen vibrar mis entrañas. Labios jugosos y rojos por el frío culpable de la belleza en los dibujos de tu cálido aliento que vuela, que vuela como los segundos que pasan. ¿Soy yo o está lloviendo?. Estoy llorando… Me he emocionando solo de observarte pasar y no puedo con mi sentimiento, yo no puedo. Aprieto mis puños flojos y abrigados mientras tus piernas te alejan una vez más, te marchas de mi lado… Te lanzan a algún lugar donde yo no podré encontrarte, donde ni siquiera sé qué harás o qué verás.
8:17 y ya te has ido, te has marchado, ahí me dejas sentado con la mirada desesperada. El amargo sabor de la felicidad, la insatisfacción que cual idiota me tiene, una tonta sonrisa que nadie podrá borrar en las muchas y eternas horas que estaré esperándote, volver a verte, volver a leer tu nombre en tu espalda, porque es lo único que se, lo único que tengo de ti pues ni siquiera me miras. TaeMin, estoy aquí, mírame…
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