Siempre hubo una cierta ironía en cómo Sasuke intimidaba con una sola mirada. Puesto que uno ya daba por hecho que, debido a su personalidad seca y taciturna, sus ojos serían un frío reflejo de dicho carácter, por lo general todos estaban más que encantados de evitar todo contacto visual directo.
Dicha predisposición no hacía más que favorecer su mascarada, esa careta que llevaba puesta desde hacía tantos años que él mismo confundía con su propia piel. Pues, ya que nadie le miraba a los ojos demasiado tiempo, nadie podía tampoco notar lo poco que Sasuke devolvía la mirada. Bastaba con observarlo un día entero para darse cuenta de que la mayor parte del tiempo sus ojos se dedicaban a observar el suelo por el que iba a pisar, analizaban el paisaje o, sencillamente, se afanaban en observar cada minúsculo detalle de su interlocutor, evitando la mayor parte del tiempo aquel estremecedor contacto visual. Lo hacía sin darse cuenta, pero sin duda era su mejor mecanismo de defensa, pues lo que no se puede ver abiertamente, no se puede descubrir.
Así, nadie había notado nunca nada más allá de la tristeza y la serenidad que el odio le proporcionaba. Y cuando él, alzando la barbilla perfectamente blanca, clavaba su mirada en otro, en ella no había más que un turbulento desafío; pues, y todos lo sabían, cuando él te miraba tú habrías de temer que sus ojos del color de la noche se tiñeran de escarlata. ¡Esa mirada que no auguraba nada bueno para quien la recibía!
Claro que no siempre había sido así, pues nadie nace aprendido y él tuvo que aprender a ocultar los sentimientos que acudían a su rostro con una más que ensayada expresión neutra. Expresión que sólo variaba cuando fruncía el ceño y te sumergía en su ocular mundo de pesadillas. No era una mejor cara, de todas formas, que la que vestía cuando aparentaba indiferencia.
Dos personas se podían jactar como las únicas que habían recibido su directa sinceridad. No porque no tuviera miedo de enlazar las miradas y dejar que todo un caudal de emociones acudiera a sus ojos típicamente Uchiha, sino porque Sasuke no había podido evitarlo. ¿Cómo podía, siendo esas dos personas las más cercanas a él? Eran dos personas que nunca se habían amilanado ante sus ojos (sus jóvenes ojos) y que siempre habían mirado más allá de ellos, atentas al reflejo que se veía cuando se hallaban a escasos centímetros de él. La mirada de Sasuke relucía de emociones en los momentos críticos, en descarada oposición a la opacidad que presentaban cuando no deseaba ser leído por nadie. Relucía y se jactaba sin permiso cada vez que se encontraba con una de esas dos personas.
Siempre hubo una cierta ironía en cómo Sasuke intimidaba con una sola mirada. Pues, si alguien lo suficientemente atrevido perseguía esos ojos durante más tiempo del que debía, lo que se veía en ellos hacía abandonar todo miedo y daba paso a la pena.
Por eso, a veces, Sasuke cerraba los ojos y su negro se volvía rojo.