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Orgullosos por SHINee Doll

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Notas del fanfic:

¡Feliz (casi) cumpleaños, Choi MinHo!

Notas del capitulo:

Tercera entrega. Una ocurrencia del momento ~

— ¿Piensas seguir así por siempre?

Asintió, llevándose otra enorme cucharada de helado a la boca. Una sonrisa me cruzó el rostro de forma automática, porque verle en pijama, con los ojos húmedos, la nariz enrojecida y los acorazonados labios manchados en crema, se me antojaba la imagen más dulce del mundo.

— Estaré así hasta el día que me muera. — rezongó, clavando la cuchara con demasiada fuerza en el bote rosado. — ¿Por qué él me hizo eso a mí?

— Déjame tratar de comprender la situación. — pedí, caminando en dirección al sofá donde se encontraba para sentarme a su lado. — ¿Estás como las chicas de las películas sólo por orgullo?

— ¡Sí! — bramó enfadado, dejando el bote en la mesa ratona. — Pensaba terminar con él de todas formas, pero no esperaba que el muy infeliz se metiera con otro antes de que lo hiciera.

— ¿Te escuchas a ti mismo? — me burlé, golpeando con el índice su frente. — ¡Estás siendo un idiota!

— Como a ti no…

— Taemin, hace dos años, con mi mejor amigo, ¿recuerdas? — comenté, frenando su discurso sin fundamento.

— Creí que yo era tu mejor amigo. — se fingió herido, dramatizando terriblemente y, de no conocerlo perfectamente, seguro habría caído en su trampa y pedido una disculpa. — pero bueno, veo que pensamos diferente.

— No exageres, Kibum. — demandé, sonriendo. — Además, yo conozco la forma perfecta para que olvides a Jonghyun en cuestión de minutos.

— ¿Ah sí? — repuso, pensativo. — ¿Y cuál es?

— Tiene nombre y apellido. — indiqué, sujetando su mentón.

— ¿De verdad? — ironizó, sonriendo traviesamente. — Y son…

— Choi Minho.

Puta madre, ¿por qué Kibum tenía que ser tan bueno en todo?

Su boca se ajustó a la mía en un parpadeo, siguiendo el ritmo desesperado y hambriento que impuse desde el momento en que tiré de su rostro y choqué nuestros labios. Mi mano subió hasta su nuca y le acercó otro tanto, mientras sus delicadas manos ascendían por mi pecho hasta el cuello de mi polo, cerrando sus dedos entorno a la tela.

Mordí sus labios, haciéndolo quejar, y aproveché para colar mi lengua al interior de su boca y buscar la suya con ansias. Su sabor era único, exquisito, y podía considerarme adicto a él.

“Sólo cuando no tenga novio, ¿de acuerdo?”, me dijo en una ocasión, y vaya que había aprovechado bien sus momentos de soltería.

Me separé luego de mucho tiempo, cuando el pecho me dolía debido a la falta de oxígeno, con un chasquido de labios y un hilo de saliva entre nuestras bocas húmedas y enrojecidas. Su pecho subía y bajaba velozmente, mientras abría grande buscando pescar una mayor cantidad de aire. Sonreí estúpidamente al verle, llenándome los pulmones en una gran bocanada, para luego limpiarle la comisura de los labios con el pulgar.

— Sabes a helado de fresa. — comenté divertido, haciéndolo mirarme con cierta incredulidad. — ¿Seguirás pensando en Jonghyun?

— ¿En quién? — preguntó dulcemente, riéndose de lo lindo por sus propias palabras. — Por mí puede irse al carajo, nadie juega con Kim Kibum y recibe algo más que desprecio de su parte.

— Y una mierda, hace rato estabas llorando por él.

— Pasado, Minho, pasado…

Se levantó del sofá y tomó el bote de helado para llevar el restante a la nevera. Desde la sala escuché cada uno de sus movimientos, especialmente ese sonido de la cuchara al golpear el metal del fregadero. Me dejé caer en el mueble, con las piernas colgando y la cabeza en la almohada que usó como «consolador» antes de mi llegada.

— ¿Te quedas a cenar? — cuestionó desde la otra habitación, abriendo el refrigerador. — Podemos ordenar pizzas.

Me incorporé en un solo movimiento, dirigiéndome a la cocina para observarlo de pie frente a la barra de la cocina, de espaldas a mí, buscando el número de la pizzería en el directorio. Pasaba las páginas con sus dedos delgados y bonitos, seguramente frunciendo el ceño al no dar todavía con ese lugar que tanto le gustaba.

Acorté la distancia que nos separaba, pegándome a su cuerpo delgado, cerrando mis brazos entorno a su cintura estrecha. No hubo cambio alguno en su postura ni se reflejó sorpresa alguna en su rostro.
Kibum estaba impuesto a mis repentinos deseos de tocarle.

— ¿Será mejor opción la comida china? — cuestionó al aire, más para sí mismo que para mí. Sonreí contra su cuello, dejando un beso en él. — Minho, ¿qué quieres comer?

— ¿Te respondo sinceramente? — bufó y volví a sonreír, presionando un poco más mis manos contra su abdomen plano. — Quiero comerte a ti, Kibum. — atrapé el lóbulo de su oreja con los labios y tiritó.

— N-No juegues. — jadeó, aferrándose con ambas manos a la mesada cuando las mías se adueñaron de su cadera. — M-Minho.

— ¿Mn? — suspiró y aproveché su falta de quejas para acariciar su muslo con mi diestra, mordisqueándole la oreja. — ¿No lo quieres también?, ¿nunca has fantaseado con esto, Kibum?

— Sí. — respondió bajito, echando la cabeza hacia atrás, sobre mi hombro. — Sería un imbécil si no lo hubiera hecho.

— Interesante respuesta. — formó un puchero y lo giré, atrapando sus labios en otro beso necesitado.

Mierda. Me gustaba demasiado Kibum, más allá de la atracción y el deseo. Le quería desde la primera vez que le vi, iniciando todo como un simple capricho. Él el niño bonito, perfecto; el centro de atención, el que atrapaba todas las miradas y causaba revoloteo entre los estudiantes de ambos géneros. Y yo ahí, viéndolo de lejos, soñando con acercarme un poco.

— Quería lanzarme sobre ti la primera vez que te vi. — habló apenas apartarme, colocando su mano sobre mi boca. Le interrogué con la mirada, confundido. — Supongo que el chico listo no tenía tiempo para ver al niño nuevo.

Tonterías. No podía quitar mis ojos de él. Estaba tan fascinado que la primera vez que me acerqué tiré sus libros por accidente. Llegué a creer (estúpidamente) que se molestaría, que me gritaría o se comportaría como toda esa gente de apariencia similar, pero no hizo alguna de esas cosas. Se agachó al mismo tiempo que yo y me ayudó, sonriendo cuando nos incorporamos nuevamente.

“Soy Kibum”, me dijo suavemente, “tú debes ser Minho”. Mi nombre jamás se escuchó tan bien como en ese momento que dejó sus labios. “Gracias”.

— ¿Estás loco? — sonreí, tomando su mano con la mía. — No podía centrar mi atención en algo o alguien que no fueses tú.

— Siempre fui quien dio el primer paso. — me recriminó, y su mirada se afiló un poco más. — Tú no te hubieras acercado nunca.

Comenzamos a encontrarnos con frecuencia en el pasillo y la biblioteca, luego en la cafetería y lentamente se convirtió en una costumbre el almorzar los dos juntos en el jardín del instituto, bajo el árbol más viejo del lugar. Un trabajo en pareja me obligó a conocer su casa, una presentación lo llevó a él a la mía.

El tiempo fue pasando y la graduación se hizo inminente. “Iré un año a Los Ángeles”, pronunció una tarde soleada, acomodándose los cabellos castaños lejos de los ojos, “cuando vuelva, te buscaré”.

— Fui yo quien fue a buscarte cuando regresaste de América. — recordé de pronto, buscando su mirada. — No cumpliste tu promesa y…

— Regresé a Seúl, me independicé y comencé la universidad… sin decirte nada, ¿no? — rió bajo, pasándome un brazo por el cuello y con su otra mano dio un apretón a la mía. — Idiota.

— Cuando volví a verte, lo tenías a él.

Jinki. Aún no era capaz de olvidar al primer infeliz que se cruzó en la vida de Kibum y me lo arrebató sin saberlo. “Es todo lo que quiero”, me confió una noche que salimos a caminar por el parque, “es maravilloso, Minho”.

Su amor duró demasiado poco.

“Terminamos”, susurró apenas abrí la puerta, abrazándome con fuerza, “no podía soportarlo más, Minho, tampoco sabía a dónde ir…”. Permanecí congelado, incapaz de corresponder el gesto. “¿Quién es?”, preguntaron tras de mí y los ojos de Kibum se tornaron aún más tristes al posarse en el pequeño de cabellos pelirrojos de pie a mitad del pasillo, “¿un amigo?”

“Tae, él es Kibum, mi mejor amigo. Volvió hace poco de Estados Unidos”, asintió, dando un paso al frente y los brazos de Kibum rompieron el contacto. “Kibum, él es Taemin…”, comencé, pero el pequeño me interrumpió: “soy su novio”, aclaró con cierto grado de molestia, mirándolo ceñudo.

— Tú tuviste a Taemin también. — contratacó, besando mi mentón. — No puedes culparme sólo a mí de esto.

— Hace más de dos años que eso terminó. — respondí serio, levantando su pierna para envolverla en mi cadera. — ¿Qué pasó entonces, Kibum?, ¿eh?, porque no sólo tu color de cabello cambió allá…

— Dongwoon… — rió musicalmente, desviando la mirada. — El mejor de todos hasta ahora.

¡Santo Cielo!, ¿cómo podía decir eso cuando estaba a punto de comérmelo?

Ensanchó su sonrisa, y mi mano viajó por la extensión de su muslo de arriba-abajo. Enterré el rostro en su cuello y succioné su piel con fuerza, asegurándome de dejarle una marca visible para todos.

— Cuando le dejaste, te besé por vez primera. — acepté al final, en medio de sus quejas y chillidos histéricos. — pero no te bastó con eso, porque buscaste a Woohyun y después a Jonghyun.

— Cosas de la vida. — dijo con simpleza, soltando su mano para darme una palmada en la mejilla con ella. — ¿No es así, Minho?

Mucha charla, demasiadas memorias innecesarias y mención de personas indeseadas. Él también lo notó y por eso pasó un segundo brazo por mi cuello y tiró de mí para unir nuestros labios una tercera vez. Correspondí al instante, forzando mi lengua en su boca, chocando mis dientes con los suyos.

Llevé su otra pierna a mi cadera y lo alcé victorioso, llevándolo hasta la mesa del comedor para sentarlo en ella. Mis manos se colaron dentro de su playera, rozando su piel desnuda y sensible, apretando sus pezones hasta hacerlo jadear a mitad del beso. Adoraba esa forma suya de quejarse dentro de mi boca, de acallar los gemidos que deseaba soltar entre la unión de nuestras lenguas. Sus dedos se enredaron en mis cabellos y tiraron de ellos.

— C-cama. — exigió apenas tuvo oportunidad, sujetándome el rostro para que le dejase respirar con normalidad. — Ahora, Minho. — ordenó, mirándome con sus ojos oscurecidos. — Te quiero en mi cama ahora, conmigo, ya.

¿Quién era yo para contradecirle?, ¿ah?

Le cargué hasta la alcoba sin separarme de su boca, dejándolo caer, bajo mi cuerpo, sobre el colchón. Le besé una y otra vez, ansioso de él, recorriéndolo con mis manos, presionando mi cadera contra la suya.

Estaba volviéndome loco, y era su culpa.

Dios, lo deseaba tanto… le quería de tantas formas… Saqué su camiseta sin resistencia alguna de su parte y le dejé quitarme la mía. Me gustaba ese brillo en sus orbes gatunos al contemplar mi pecho expuesto y al alcance de sus dedos. Sonrió, complacido, delineando mi abdomen con el índice.

— Alguien no perdió el tiempo. — señaló burlón, ensanchando su sonrisa. — Supongo que no volveré a quejarme de tu suscripción al gimnasio.

— Pequeño idiota. — me acomodé sobre él otra vez, besando su cuello. — Yo no me quejo de tus clases de baile porque veo los resultados justo aquí. — apreté sus muslos, besando sus hombros.

— Pervertido. — clavó las uñas en mis omóplatos y bajó sus manos.

— Deja de ponerte pantalones ajustados. — le reproché, justificándome.

— No seas estúpido, porque bien que te encanta verme el trasero con ellos. — touché. Maldito niño observador.

— Estoy considerando la posibilidad de que me guste más sin ellos.

— Y yo estoy pensando patearte fuera de aquí, pero…

Mordí su labio inferior y cerró los ojos, clavando sus uñas en mi espalda. Mierda, ¿por qué me hacía sentir así sólo con la anticipación?, ¿cómo se pondría mi corazón cuando finalmente lo hiciera totalmente mío?

Desabroché sus pantalones y los deslicé fuera de sus piernas preciosas, sacándome los míos también. Besé su vientre y mi lengua se entretuvo con su ombligo mientras mis dedos jugaban con el elástico de su bóxer de un verde chillante. Kibum amaba demasiado la ropa interior de colores intensos, especialmente bajo pantalones oscuros y entallados. ¡Y como los amaba yo también!, eran una de mis mayores tentaciones…

— Ni se te ocurra, Choi. — me regañó, adivinando mis intenciones.

— ¿Por qué no? — lo reté, incorporándome para dejar un beso en sus labios apretados. Me fulminó con la mirada y sonreí.

— No me gusta. — aclaró, sujetándome por los hombros para cambiar las posiciones y dejarme a su disposición. — Lo encuentro especialmente asqueroso, así que ni lo pienses.

— ¿Cuántas veces lo has hecho? — pregunté más por la discusión estúpida que por curiosidad.

— Ninguna. — me cortó, suavizando su expresión. — Y ésta no será la primera, así que déjalo antes de que te golpee de verdad.

— Entonces, ¿qué debería hacer? — pregunté juguetón, apretando su trasero redondo con mis manos, y tembló, estirándose sobre mi cuerpo, clavando sus dientes en mi cuello. — ¿Te crees un vampiro?

— Cállate. — musitó avergonzado, escondiendo el rostro en mi hombro, gimiendo bajito. — No trates de ponerme nervioso.

— ¿Por qué haría tal cosa? — insistí, girando en la cama y aprovechando el momento para terminar de sacarnos la ropa.

— Siempre quise que fueras el primero. — admitió con las mejillas enrojecidas, y no supe si por vergüenza, incomodidad o porque sentía la temperatura aumentar del mismo modo que lo hacía yo.

— Idiota… — besé sus labios lento, degustándolos con paciencia, trazando círculos sobre el hueso de su cadera. — No tienes idea de cuánto he deseado hacerte el amor, Kibummie. — sí, justo eso, porque no se trataba sólo de sexo; no, con él no podía ser sólo así.

Sonrió ante mis palabras, mordiéndome el labio inferior con sus dientes perfectos, riendo bajito cuando jadeé. No podría estarme quieto mucho tiempo y él lo sabía de sobra. Llevé tres dedos a su boca y él los aceptó sin oponer resistencia, humedeciéndolos.

Su expresión cambió cuando introduje el primero y fue durante el segundo que sus ojos se cerraron por completo y sus labios se separaron un poco. Tomé uno de sus pezones con mi boca, tratando de distraerle al tiempo que un tercero se colaba en su interior. Rodeó mi cuello con sus brazos y subí a buscar su boca, decidido a sustituir mis dedos finalmente.

Sus quejidos murieron dentro de mi boca cuando entré de una estocada en él, permaneciendo estático hasta el momento en que su cuerpo terminara de acostumbrarse a la intromisión.

Y cuando lo hizo, ¡demonios!, me moví dentro de él con fuerza, a un ritmo acelerado, como desquiciado, con sus uñas clavándose en mis brazos y sus dientes hundidos en mi hombro izquierdo. Gemía alto, aferrado a mí, gritaba, empujaba su cadera y volvía a gemir, unas veces cerca de mi oído, otras contra mi cuello, a veces dentro de mi boca.

Bajé mi mano hasta su miembro y lo estimulé cuando sentí el momento acercarse, cambiando el ritmo de las estocadas, fundiendo nuestras bocas con desespero.

Y fue lo mejor del mundo. Terminamos al mismo tiempo, él entre nuestros vientres y yo en su interior. Dejó caer los brazos, exhausto y oculté el rostro en el hueco de su cuello, respirando con fuerza.

— Estúpido… — me recriminó unos instantes después, dibujando una de sus bellas sonrisas. — si no puedo levantarme por la mañana, voy a matarte. — reí por lo bajo, tumbándome a su lado y tirando de su cuerpo hacia el mío para recostar su cabeza en mi pecho.

— Si eso ocurre, no me molestaría quedarme en la cama contigo todo el día. — me dio un ligero golpe con la mano, riendo también.

— Duérmete antes de que digas más idioteces.

— Gato malcriado. — repuse ofendido, tirando de la sábana para cubrirnos. Él abultó sus labios en un puchero descontento. — Quizá te haga falta tomar algo de leche de vez en cuando.

— Vete al diablo, Minho. — chilló, girándose para darme la espalda.

— ¿Para qué ir tan lejos? — seguí su juego, rodeándole la cintura con un brazo. — Además, tú fuiste enviado desde mi infierno personal.

— ¿Cómo debo tomar eso? — cuestionó a mitad de un bostezo. — ¿Eh?

— Eres mi condena y mi perdición, Kibum.

— ¿Gracias? — bostezó de nuevo, y su respiración comenzó a tornarse pausada.

— Kibum. — le llamé, sonriendo sin que pudiese verme.

— ¿Mn? — masculló más dormido que despierto.

— Te amo.

No recibí una respuesta, aunque tampoco la esperaba. Asomé la cabeza sobre él, encontrándolo profundamente dormido. Sin embargo, algo llamó mi atención y fue esa linda sonrisa que adornaba su rostro.

Ya habría tiempo para decírselo de nuevo por la mañana.

Cerré los ojos también, pegándome a su espalda otro poco, aspirando el perfume de sus cabellos rubios, rozando con mi nariz su cuello níveo y suave. Después caí dormido, complacido, contento, como el estúpido que era siempre que se trataba de él.

Estaba enamorado de Kibum… más que nunca.

Notas finales:

Las que gusten seguirme en Twitter --> @_missgap 


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