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Antes de llegar al paraíso. por YaoiNoAkuma

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Notas del fanfic:

…No tengo idea de cómo me atreví a publicar esto.

Está basado en un fragmento de una historia mía (original –si se le puede llamar así-). Ligeramente modificado (¿ligeramente?) para adaptarlo a los personajes, y porque me influenció un par de canciones.

El fragmento original termina en tragedia (soy demasiado cruel con mis personajes… tal vez por eso dejé de crearlos) y no pude dejarla en este fanfic.

Notas del capitulo:

El escrito está influenciado por estas dos canciones (por si gustas escucharlas): Where the wild roses grow por Kamelot y We must bury you por Katatonia.


En las advertencias he puesto "tortura" por estar implícita.

Ya decía yo que olvidaba algo. Perdonen por algunas palabras antisonantes, pero era necesario.

Antes de llegar al paraíso.

Le había visto llorar.

Y no pudo evitar tomarle interés. No estaba seguro si había sido por su rostro empapado en lágrimas o por la peculiar semejanza consigo mismo, y como haya sido ya no había vuelta atrás.

Tal vez no habló con él ese día, ni el siguiente, ni el que le seguía; tal vez no habló con él en una semana. Quizá, y sólo quizá nunca le hablaría. Pero le había seguido.

Siguió sus pasos desde ese día. Cuál fue su sorpresa al terminar de seguirlo, pues había acabado en su escuela preparatoria. Y no sólo eso, eran del mismo curso; pero diferente grupo. Le siguió tanto como pudo, sin embargo no le notó triste, ni una sola facción que demostrara el pesar que había notado en sus sollozos el día anterior.

Entonces, ¿por qué sus gemidos eran tan lastimeros?

Tenía amigos. Sonreía puramente.

No tardó mucho en descubrir la falsedad de aquellos gestos aniñados.

Sí, él mentía. Si bien no quería darle el adjetivo no podía negarlo, era hipócrita. Sólo en el ambiente escolar se mostraba tan cándido, tan vivaz. Cada vez que la hora de salida se daba se apresuraba, parecía estar harto y cansado; sus lágrimas comenzaban a caer incluso antes de llegar al parque.

Pero no habló con él.

Un mes pasó. Durante un mes le vio llorar; en silencio lo cuidó –sin notarlo-.

-¡¿Qué es lo que quieres?! –Una voz quebrada, ronca y chillona.

Le había asustado el repentino grito. Y vaciló en responder, ¿de verdad le hablaría a él?

-¡Si me vas a insultar, dímelo a la cara! –La voz desentonó en la última palabra, supuso el llanto lo provocó; y lo confirmó al escuchar de nuevo los gemidos.

¿Insultarlo? Y exactamente, ¿por qué? Tragó saliva, a los dos segundos se levantó, estaba escondido tras una barda de las pozas donde las plantas crecían, y le hizo frente. Permanecía sentado en una de las bancas, tenía la cara hundida entre sus manos, sollozando más fuerte que hacía unos minutos. ¿Lo había provocado él? Se acercó lo suficiente para quedar a medio metro de él. Esperó a que el llanto cesara; aún si no pareciera parar en algunos minutos más.

Esperaré horas si es necesario.

Paciente se quedó ahí, parado a cincuenta centímetros del cuerpo ajeno. Le observó. Nunca le había visto tan de cerca. Probablemente era más bajo que sí mismo, sus antebrazos parecían más cortos que los suyos; incluso debía tener una masa corporal menor, su complexión era más delgada, magra, exquisita. Temblaba levemente tras cada jadeo…

Quiso tocarlo.

Como cuando se le hace cariños a un perro herido. No era que lo comparara con un animal, simplemente transmitía un aura asustada.

La paciencia es una virtud, pero he llegado a mi límite.

Levantó lentamente su mano derecha. Con cuidado la acercó a donde las manos ajenas se juntaban sobre su rostro y comenzó a meterla entre éstas. No pensó en lo fácil que fue retirarlas –probablemente el chico ya estaba cansado- y sólo se concentró en el fino roce, la piel era tan tersa, húmeda. Sintió el cuerpo temblar. Alzó un poco el rostro ajeno con el delicado agarre en su cara.

-Eres hermoso. –Soltó al momento en que vio sus ojos.

Un par de orbes amatista. Un malva embriagante que en conjunto con la expresión en su rostro le había dejado azorado.

El tiempo se detuvo por ese instante. A su alrededor el manto nocturno cayó; quizá la gente los miró con malos ojos pero en esos momentos había una especie de coraza cubriéndolos, probablemente desconectados de la realidad.

Limpió sus lágrimas. Con sus dos manos sobre cada mejilla. Caricias lentas… cuidando de no romperlo. Él cerraba sus ojos levemente tras cada roce.

-No es cierto… -Soltó quedo, su llanto había cesado pero su respiración permanecía irregular.

Se sonrió tras dar un resoplido divertido. Por alguna razón podía hablarle con familiaridad. –Eres hermoso. –Repitió. Se acercó un poco al rostro ajeno, mirando con profundidad en los mares violetas.

El llanto regresó. Se removió entre sus manos buscando alejarse, -No es cierto, no es cierto, no es cierto –Desesperado, su voz convertida en débiles gritos a causa del llanto.

Se impacientó, ¿qué le hacía insistir en aquello? A sus ojos él era bello. Podía sonar narcisista por la similitud, pero en ese momento ignoró el hecho, y seguía haciéndolo.

Y en un acto desesperado le besó.

 

Al día siguiente no lo vio en la escuela.

Tras el beso de ayer –que aún no terminaba de entender cómo se dio- el chico se quedó quieto, los ojos abiertos y fijos en los suyos rojos. Sin esperarlo, el amatista le empujó y salió corriendo de la escena.

No sabía cómo sentirse, pero necesitaba verlo.

A la hora de salida cambió el rumbo a su casa.

Es un absurdo cliché, pensó al mirar la rosa en su mano izquierda. La había comprado en el camino. Tragó saliva y retiró la vista de la flor para ver la puerta de la casa. Respiró hondo y tocó el timbre.

La puerta se abrió unos segundos después. Fue el amatista quien atendió y por un instante sus ojos rubíes brillaron. El chico brincó un poco y cerró la puerta. A los segundos la volvió a abrir, sólo lo suficiente para asomar el rostro.

-¿Qué quieres? –Pudo notar sus mejillas más coloradas.

-Hablar. –Respondió simple.

El chico le examinó, le miró durante unos segundos pero finalmente le dejó pasar.

Caminaron por un pasillo y subieron las escaleras a la derecha, llegaron al fondo del segundo piso y  entraron a la habitación en la izquierda.

El chico se sentó en la cama y le apuntó la silla del escritorio a la izquierda de ésta, asintió pero permaneció parado.

-¿Y… de qué quieres hablar? –Se cruzó de piernas y brazos, le miró a los ojos y esperó una respuesta.

No sabía por donde empezar…

-Disculpa por lo de ayer. Realmente quise hacerlo. –Admitió. De hecho, en esos momentos quería hacerlo de nuevo.

-¿…por qué? –Sus mejillas comenzaron a colorearse.

-No lo sé. –Era verdad. –No me creíste.

Los orbes amatistas brillaron por un momento. –No insistas. –Jugó con sus labios.

-Lo haré, seguiré haciéndolo hasta que tus lágrimas cesen. –Podía no saber la razón de sus llantos pero algo le decía que esas palabras podrían ayudarlo.

-¡No sabes nada de mí! –Se levantó de su lugar, sus ojos comenzaban a cristalizarse. –Ni siquiera mi nombre…

-Yami. –Le dijo. –Yami es mi nombre.

Le miró sorprendido. Parecía no saber qué hacer. Unos segundos después habló. –Yuugi.

Y en otro instante que no pudo explicar le tomó de la mano. Le ofreció la rosa que llevaba y en una voz apacible le dijo, -Dame tus penas y te mostraré el paraíso.

Volvió a llorar. Un llanto silencioso. Agarró la rosa y la apretó contra su pecho mientras que con su mano libre frotaba sus párpados intentando detener sus lágrimas.

Sonrió en un gesto dolido, tal vez nostálgico. Sujetó su rostro de nueva cuenta y depositó un beso sobre su pómulo izquierdo; pero cuánto deseó besarlo en los labios.

 

Por más efímero que pudiera ser decidió disfrutar del amor que le ofrecía el carmesí.

 

No pasó mucho para que corrieran rumores entorno a ellos.

 

-Dime que es una jodida mentira. –Un par de ojos marrones le miraron con desprecio.

-¿De qué hablas?

-De los rumores, sobre ti y ese puto marica. –Ahora un par de orbes lavanda se clavaron en sus rubíes.

-¿Qué…?

-¡No te hagas el que no sabe! –Le sujetó por el cuello de la camisa blanca del uniforme. –Estas al tanto de los rumores de mierda al igual que toda la escuela. –Gruñó a escasos centímetros de su cara.

-¿Sabes lo que dicen de él? Es un maldito muerde-almohadas, ¡un asqueroso joto! –El moreno de ojos lavanda escupió con enojo.

-La relación entre nosotros tres consiste en no meterse en la vida personal de los otros. Suéltame. –Ordenó. –No es de tu incumbencia con quién me relaciono.

El albino de ojos marrón gruñó de nuevo. –Arruina nuestra reputación.

-¡Al diablo la reputación! Nunca me ha importado y nunca me importará. –Se soltó del agarre. –Escúchame bien, -le apuntó con el dedo índice, amenazándolo –no te atrevas a ponerle un dedo encima. –Sus ojos rojos adquirieron un color más espeso.

-Y si lo hago, ¿qué?

-No juegues con eso. –Le respondió fríamente.

Sintió el miedo emanar del albino. Sonrió satisfecho.

 

No sabía si duraría, pero quería pensar que no terminaría.

Sonrió nostálgico cuando vio un par de sombras.

El paraíso aún no está listo para mí.

 

Su paso era lento, tomando en cuenta su velocidad promedio, lo era. La noche ya había caído, probablemente su tío le regañaría al llegar a casa…

Se detuvo al escuchar un sonido extraño. Permaneció quieto, intentando escuchar de dónde provenía.

Siguió el sonido, llegando a un posible callejón. Miró su alrededor y agarró una piedra cercana a un contendor de basura. Eran golpes. Apresuró el paso y al distinguir a alguien se abalanzó con la roca hacia éste.

No.

Era mentira.

No él.

Se perdió en la ira y la impotencia. Ver el cuerpo golpeado, sucio y ensangrentado le había descontrolado.

Y se enfadó más al notar que el albino sostenía un bate manchado.

Sangre.

 

No supo cómo pasó y en realidad no le importó.

Sólo pudo pensar en el chico inconsciente que sostenía entre sus brazos. La sangre no se detenía y la ambulancia no llegaba.

No me dejes.

-¡Maldita sea, ¿porqué?! –Su voz cansada, la garganta le raspaba.

Pero el escozor en la laringe no se comparaba al dolor de su quebrada mente.

¡No me dejes!

Se abrazó con fuerza al delicado cuerpo.

La luz le cegó, al divisar una torreta volvió a respirar.

 

Esperó, como aquel día, horas si era necesario.

Le vio tan quieto. El blanco de la habitación sólo le perturbó.

Dijeron que aún estaba vivo, su presión cardiaca había bajado drásticamente y estaba al borde de la muerte por el desangrado. Le habían anestesiado para evitarle el dolor por las contusiones en todo su cuerpo.

Ahora sólo esperaba que pasara el efecto.

Sujetaba la mano izquierda del chico, aún estaba caliente.

 

Sintió caricias en su cabello. ¿Se había quedado dormido?

Se incorporó, talló sus párpados buscando despertarse.

-Necesito… -Llegó una queda voz a sus oídos. –Quiero… disfrutar del paraíso a tu lado.

Juraría que su corazón se detuvo por un momento.

Notas finales:

Hay algo que aún me taladra la cabeza…

¿Se preguntan sobre el final original? Bien, se supone el chico muere en la golpiza mientras que el otro se queda viendo, sin hacer nada, sin decir nada (por algo sólo me dedico a esto por hobby). ¡Pero no pude hacerlo con Yuugi! Si hacía que lo mataran a batazos me golpearía a mi misma con el palo de la escoba (es lo más cercano que tengo a un bate).

En realidad lo escribí. Sí, hice la versión trágica pero la borré inmediatamente, me estaban empezando a doler los golpes… (Mentira, no me golpeé) mentalmente.

Cada día estoy más torcida.

Bueno, espero les haya gustado y que no me odien.

Sean felices~


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