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Alianza por Athena Takahashi

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Notas del fanfic:

-Este one-shot es mi primer fic hetaliano, dedicado a una de mis parejas favoritas, no de Hetalia, sino del Yaoi en general *.* Así que lo he hecho con mucho amor :3

-Los personajes de esta historia no me pertenecen a mi, sino a Hidekaz Himaruya. Si me pertenecieran ya habría identificado a Ludwig como SIR, ejem.

La primera acción que realizó Alemania aquella jornada fue mediante el sentido del tacto pues la luz del sol naciente había cegado sus recién abiertos y azulados ojos. Deslizó una de sus anchas manos a lo largo de su cama a fin de encontrar algo. ¿O quizá a alguien?

 

 En cualquier caso, nada fue lo único que halló, exceptuando la textura de las sábanas. Aguzó el oído, tratando de captar algún sonido que perturbara la tranquilidad de la habitación, como un ronquido, pero no escuchó nada, salvo el trino de los pájaros en el exterior. Al fin pudo abrir sus ojos y analizar la habitación con su imponente mirada. No divisó nada fuera de lo común, se encontraba en total soledad, sin nadie que lo acompañara. No… eso ya no era tan común desde hace algún tiempo.

 

Un buen día, un muchacho sumamente obtuso y llorón irrumpió en su vida cual tifón, con un afán desmesurado por convertirse en su amigo. A Ludwig le costó manejar la situación ya que no tenía por costumbre tratar estrechamente con otros países, pero accedió a la proposición, formando una alianza.

 

 Al principio le molestaba demasiado con sus gritos y deslices pero se acabó acostumbrando a la compañía de Italia, a causa de la cual endulzó su temperamento; aunque no lo había reconocido para sí, ese joven de ojitos usualmente cerrados le inspiraba una ternura y un impulso de protección que no había experimentado con nadie.

 Huelga decir que a pesar de ser Feliciano un tanto necio ---o fingir serlo--- se tomaba con Ludwig atrevimientos tales como abrazos o tomaduras de mano, cosa que provocaba que las mejillas claras del fornido rubio se arrebolaran.

 Otra osadía que había convertido en costumbre, y la de de mayor índole, era invadir el lecho de su amigo unas cuantas noches, por no decir la mayoría. Y todo eso, entre otras muchas cosas, era consentido por el afectado, sin saber éste muy bien el motivo.

 

Pensando en ello, Alemania se levantó y se dirigió a dar los buenos días a Italia ---como no--- y a Japón, quien conformaba con ambos “las Potencias del Eje”. No hubo rastro alguno de Feliciano pero de Kiku sí.

 

 

-Buenos días, Nihon –saludó Alemania.

 

-Buenos días, Doitsu –respondió el de oscuros cabellos con su habitual cordialidad.

 

Tras un breve silencio, Alemania formuló una pregunta que los oídos de Japón esperaban escuchar.

 

-Por cierto, ¿Has visto a Italia por algún lado?

 

-Pues ahora que lo dices, no –trataba de fingir indiferencia, lo cual no suponía un esfuerzo sobrehumano para él-. Pero no te preocupes, es posible que Ita-chan haya ido a visitar a alguno de sus hermanos.

 

-¡Claro que no me preocupo! ¿Por qué debería? –mintió el rubio con desdén, intentando creer su propio embuste en vano.

 

 

 Era inevitable, Italia era tan frágil y tan indefenso, cualquiera podría molestarlo o hacerle daño. Aun así no tardó en convencerse de la hipótesis planteada por su compañero. Era una posibilidad coherente, al fin y al cabo. Acto seguido, se marchó de la sala en la que se encontraban.

 

Al verlo marchar, Japón rio para sus adentros. Alemania era tan terco como tardo era Italia, por tanto era el único que había reparado en cómo se sentía el primero respecto al segundo. Sólo era cuestión de tiempo…

                              

                                 **********

 

Italia se despidió con un abrazo fraternal. En efecto, había ido a visitar a España, a quien hacía tiempo que no veía. Se sentía feliz por el reencuentro pero a la vez triste… y un tanto culpable. Culpable por no haberle dado un aviso a Alemania de que iba a ausentarse.

 

“Tal vez sea mejor así. Tal vez lo mejor para los dos sea que me vaya alejando poco a poco de Doitsu. Así él no tendría más problemas por mi culpa y yo… yo…” Le temblaban las voces de su pensamiento. ¿Era eso posible?

 

Al fin Italia había comprendido la verdad, una que tarde o temprano iba a salir a la luz. La verdad sobre la magnitud de sus sentimientos hacia Alemania, la cual había reavivado recuerdos que creía olvidados puesto que esos sentimientos, de igual intensidad, ya los había experimentado con anterioridad, muchos años atrás. Y sintió como si un puñal perforara su pecho al recordar tan dolorosos momentos, aquella triste pérdida, esa promesa incumplida.

 

 Para colmo, acababa de caer en la cuenta de que ambos, su presente y su pasado, se asemejaban. Ambos imponían el mismo respeto, con su elegante porte. La gama de sus cabellos era similar, sin olvidar sus ojos, de una forma y un color muy aproximado también. Pero la semejanza más reseñable, el broche de oro ---nunca mejor dicho--- eran esas características patillas que descendían de su cabello y adornaban sus toscos rostros. Dichas similitudes intensificaban las brasas de su dolor.

 

Por ello, se decidió a tomar la decisión que estaba meditando: evitaría a Alemania. Principalmente, por su firme convicción de no ser este amor correspondido. De ese modo, evitaría sufrir de nuevo. O eso creía.

 

                                                            **********

 

Ludwig no daba crédito. Feliciano se comunicaba con él parcamente. Ya no lo saludaba efusivamente. No cubría su cuerpo ---o más bien se quedaba en un intento de hacerlo--- con los abrazos que le daba con habitualidad. Ni siquiera lo miraba a la cara. Ni mucho menos se incrustaba en su cama por las noches. No dejaba de cuestionarse el motivo de aquel cambio tan drástico en su actitud para con él. ¿Acaso se había portado mal, había sido más duro de la cuenta con él en algún momento? Lo dudaba, demasiado condescendiente era con el castaño en relación a los dolores de cabeza que le causaba cada día, dicho sin temor a exagerar.

 

 “Entonces, ¿Por qué, Italia?” Este pensamiento reconcomía el ser de Alemania en cada momento.

 

Haciendo un esfuerzo por vencer su reserva, innata en él, habló a Japón sobre el asunto.

 

 

-¿Contigo se comporta igual? –inquirió el ojiazul, un tanto ansioso aunque trataba de disimularlo.

 

- La verdad es que no –Hizo el de ojos color café una pequeña pausa antes de continuar-. ¿Por qué no pruebas a hablarlo con él? Creo que sería la opción más viable.

 

-Pues sí, debería –el rubio agachó levemente la cabeza.

 

-Veo que su distanciamiento te está afectando. Ya no disfrutas de la cerveza o las salchichas, como solías hacer –continuó Japón con un dejo de sorna en su voz, imperceptible para su compañero. El oriental camuflaba óptimamente todas sus actitudes.

 

 

La respuesta de Alemania fue una salida entre silencios de la sala.

 

                                   **********

 

Italia Veneciano se encontraba recostado en su cama, perdido en un mar de pensamientos y remembranzas, por más que tratara de evitarlo, hasta que un golpe en la puerta lo reanimó de su embelesamiento.

 

 Dio el consentimiento para que cruzaran el umbral, fuera quien fuera, pero al instante se arrepintió, porque quien entró fue la fuente de su aflicción, inspeccionándolo. Pero no era el único pues Italia también miraba fijamente al recién llegado, sin poder evitarlo. Y así permanecieron un breve periodo de tiempo, hasta que Alemania rompió el silencio.

 

Pero las palabras que pronunciara fueron inaudibles para el italiano, que aún seguía absorto en la belleza del objeto de su amor, observando minuciosamente cada detalle de su faz, cada fibra de aquel ser que para él era perfecto e imbatible.

 

 Deseaba retomar los hábitos que había abandonado. Lo asoló la tentación de echar sus brazos en torno al cuello de ese hombre, para sentir sus cuerpos pegados, formando un solo ser, y acabar la acción con un beso.

 

 La impotencia de no poder hacerlo causó que en sus ojos aparecieran lágrimas y se acumularan gradualmente, descendiendo por su rostro aniñado y menudo. Alemania quedó estupefacto ante esa imagen. Conocía a Italia muy bien y sabía que las lágrimas que sus ojos escupían nada tenían que ver con las de ocasiones anteriores. Esta vez sucedía algo serio.

 

 

-Doitsu, por favor, sal –masculló Feliciano entre sollozos, aunque sin brusquedad. Jamás podría dirigir a Ludwig un mal tono de voz.

 

A punto estuvo el alemán de replicar esa petición pero se abstuvo. Por consiguiente, abandonó la habitación, con más interrogantes aún en su cabeza y el corazón roto por lo que acababa de presenciar.

 

                                   **********

 

Italia se encontraba en un paisaje luminoso pero desconocido para él. Lo que parecía ser un campo de batalla se extendía a sus pies.

 

 De repente, la oscuridad invadió el ambiente, acompañada de un silencio que no tardó en ser interrumpido por el chasquido de unas espadas y una sonora carcajada, espeluznantemente familiar, que taladraba a más no poder los oídos de Feliciano.

 

 Un momento después, una luz trémula apareció para iluminar un punto específico, donde yacía inerte un cuerpo diminuto. Horrorizado, lo identificó en menos de dos segundos: era el de Sacro Imperio Romano, su primer amor.

 

 Antes de que el testigo pudiera reponerse de aquel impacto el cuerpo mutó, quedando uno mucho más grande y corpulento. No era sino el de Alemania, el cual tampoco tardó en ser reconocido por su enamorado.

 

La luz se ensanchó con el propósito de alumbrar a otra figura situada muy cerca del cuerpo inmóvil del germano. Era Francia, sin parar de reír.

 

 

El aire intentaba escapar de los pulmones del italiano, su garganta ardía, las piernas se le tambaleaban. Todo su mundo se había destruido con aquella espantosa escena. Gritó, por supuesto, pero estaba ya en su dormitorio.

 

                                    **********

 

-¡¡¡Doiiiiiiiitsuuuuuuuu!!!

 

 

A la par del grito, Italia se dirigió hacia el cuarto de Alemania con una velocidad de la que nunca antes se había valido, como si estuviera siendo perseguido a punta de pistola.

 

Llegó a su destino, donde suspiró de alivio al comprobar que lo que había visto tan sólo era tan solo una pesadilla, provocada por un sentimiento hasta ahora preso en su subconsciencia; el temor a volver a perder a su amado. Éste se había despertado a causa del chillido exhalado por Italia, y lo más probable es que Japón también aunque no se dignara presentarse allí.

 

 

-Italia, ¿Qué rayos ha pasado? –quiso saber Ludwig.

 

-N-nada Doitsu, olvídalo –emitió un leve sollozo antes de proseguir, no sin balbucear, diciendo–: Doitsuu… ¿Puedo meterme en tu cama?

 

-C-claro. Antes lo hacías con frecuencia, de hecho –permitió Alemania, sin poder evitar sentir nostalgia.

 

 

Y es que Feliciano no pudo evitarlo, ya no soportaba más esa separación. Necesitaba estar cerca de su amor a como diera lugar, por lo que procedió a postrar su cuerpo en la cama, junto a él. Fue entonces cuando se dio cuenta de una evidencia; de que nunca más podría volver a distanciarse de ese rubio tan robusto.

 Incluso aunque los hechos del pasado se repitieran, siendo Alemania la víctima, él no dejaría de estar a su lado, esta vez no; cruzaría una nueva frontera, la que separa la vida y la muerte, sólo para estar con ese ser tan especial.

 

Inconscientemente, se acurrucó, acercándose más al germano, cuyas mejillas fueron asaltadas por un notorio rubor, invisible para el castaño por estar la habitación impregnada de oscuridad. En ese momento el nieto de Roma recordó algo y encendió la luz. Al fin resolvió sincerarse.

 

 

-Doitsu, ¿Recuerdas que te dije que tuve un primer amor?

 

-Mmm, ahora que lo dices, sí. Pero no tienes por qué hablar de ello, entiendo que puede resultar algo doloroso y…

 

-No, quiero hablarlo –interrumpió tajantemente Italia.

 

 

Estaba completamente decidido. Por primera vez, iba a actuar valientemente.

 

-Él murió –susurró Feliciano con la cabeza gacha y expresión triste.

-Italia, de verdad, yo creo que no es conveniente…

 

El mentado lo silenció con un silbido y un dedo situado en sus propios labios.

 

-Por eso… por eso… –intentaba reprimir el llanto a toda costa–. He decidido no evitar más a Doitsu, porque tengo miedo de perderlo. Sí, me asusta que la persona que amó ahora desaparezca.

 

 

Italia se rascó la cabeza sutilmente al decir eso último y Alemania se quedó al oírlo sin palabras y sin respiración.

 Y no tuvo tiempo de decir nada porque Italia invadió con sus labios los suyos, acallando así cualquier sonido que pudiera emerger de la boca del ojiazul.

Porque en ese momento no le importaba lo que opinara, no le importaba que lo despreciara o que no quisiera volver a verlo, solamente quería disfrutar de ese momento único e irrepetible según las creencias de Feliciano; ese apasionado y ardiente beso con el que le declaraba sus sentimientos.

 

Congeló la acción porque el aire comenzaba a faltarle, de no ser así hubiera seguido. Esperaba oír reproches y/o insultos pero sorpresivamente la respuesta del rubio fue la misma: un beso. No era ardoroso como el anterior, dado que Alemania no era tan espontáneo, sino cálido y reconfortante, pero no por ello era menos romántico. Era una respuesta afirmativa, el símbolo de la correspondencia al amor que Italia profesaba.

 

De nuevo se separaron por el malestar que provocaba la falta de aire.

 

 

-Italia, la verdad es que yo también… también… -A Ludwig verdaderamente le costaba. No iba con su personalidad decir palabras bellas.

 

-No es necesario que Doitsu me lo diga. Lo he captado –la sonrisa de bobo que solía estar dibujada en la cara de Feliciano había vuelto.

 

 

Justo en ese instante, Italia se abalanzó sobre Alemania y lo tumbó en la cama, quedando debajo de él. Comenzó a desabotonarle el pijama con una rapidez extrema, mientras vertía suaves besos en su torso. Puso especial atención en los pezones, a los cuales dedicaba tímidas lamidas y modestas mordidas.

 

La sangre y la fuerza del alemán se concentraron en su miembro, pero pudo reunir las suficientes para detener al italiano en lo que estaba haciendo y cambiar las posiciones antes tomadas.

Venciendo a Feliciano en velocidad, lo despojó de la parte superior de su pijama y se dispuso a recorrer con su lengua el tórax del sumiso, asegurándose celosamente de no dejar ni un solo rincón libre de su saliva. El sonido de los gemidos de Italia del Norte aumentaba con cada lamida.

 

Ludwig se detuvo con el fin de contemplar el rostro del que estaba convirtiendo en amante y sus expectativas fueron complacidas ya que su rostro denotaba un inconfundible éxtasis, jamás lo había visto con una expresión similar; y esto no era nada comparado con lo que le esperaba.

 

Dicha visión dilató un poco más el órgano viril y reanudó lo que estaba haciendo. Pero sus acciones no tardaron en cambiar pues tomó concentración en quitar de su vista la parte inferior de la prenda que Italia portaba.

 

 Masajeó el miembro de Feliciano, a quien hizo una señal que expresaba que hiciera lo propio con el suyo. Y así permanecieron un rato, conociendo el sexo del otro mediante un tacto aún superficial, ya que llevaban puestos los calzoncillos, los cuales acabaron por convertirse en un estorbo.

 

 Alemania era quien llevaba las riendas, así que fue el encargado de deshacerse de esos estorbos. Y entonces sí que pudieron conocer esa parte del cuerpo a la perfección.

 

De nuevo el ojiazul cambió el curso de los hechos. Posó su lengua en el falo de Italia, comenzando por el glande, suavemente, hasta continuar por las demás partes de su virilidad con más ahínco, succionando cada una de ellas. Estaba claro que a Alemania le gustaba hacer las cosas bien.

 

 

-¡Doitsu! ¡Me has hecho daño! –lloriqueó Italia, aunque no dejaba de sentir placer. Al parecer el germano se había emocionado en exceso con su tarea y había presionado con sus dientes un poquito más de la cuenta.

 

-¡Lo siento, Italia! ¡No volverá a pasar!

 

 

Y continuó con más cuidado, provocando en su amante más y más gemidos. Y de nuevo llegó el momento de cambiar, dando paso al momento más importante.

 Poniéndose cara a cara con su amante, ya que quería ver el gesto que su rostro tomaría en ese momento, Ludwig acarició amorosamente el trasero de Feliciano, como dándole un aviso de lo que iba a acontecer.

 Así pues, Ludwig introdujo un dedo en la rosada cavidad. Y luego dos. Y tres. Con la máxima cautela posible, cosa que parecía dar resultado.

 

 

-¡Doitsu! ¡Más, más! ¡Sigue! –Veneciano parecía enfermo de placer.

 

Y Alemania le hizo caso, en parte. Lo que penetró esta vez en el cuerpo del castaño fue su pene, para nada pequeño. Al principio las embestidas fueron más suaves, para que el pequeño cuerpo de Italia, en comparación con el de Alemania, se acostumbrara al contacto, pero después aumentaron en intensidad y fuerza. Así hasta llegar los dos al orgasmo, ambos a la vez.

 

 

¡Veeeeeeeeeeee! –fue el grito de placer de Feliciano, que eyaculó en el abdomen de Ludwig, a la vez que éste hacía lo mismo dentro de su amado, tras soltar él también su rugido de placer.

 

 

Se encontraban exhaustos por la actividad que habían realizado, con las manos entrelazadas mientras descansaban, ya habiendo el rubio limpiado el líquido seminal derramado en su vientre.

 

Pero después de todo, hubo algo de lo que no se percataron, y es que Japón lo escuchó todo tras la puerta.

 

 

-Tarde o temprano tenía que pasar –suspiró el testigo auditivo, aliviado porque esa tensión se hubiera resuelto.

 

                                     **********

 

 Esa fue la noche en la que sellaron su amor. Pocas palabras se dijeron puesto que no era necesario mucho más. Italia le habló a Alemania de su anterior amor, incluyendo el parecido innegable entre ellos y sobre todo el miedo a perderlo, tal como lo perdió a él.

 

 

-Italia, a mí no me vas a perder, pase lo que pase. Y creo que ya te he demostrado confianza en ese aspecto –pudo decir Alemania, no sin cierto esfuerzo. Aún se le hacía difícil abrir su corazón.

 

-¡Qué felicidad, Doitsu! –Era cierto. Italia nunca se había sentido tan feliz en todos sus años de vida.

 

 Muy poco después, se quedaron dormidos. No era extraño, eran de una cantidad considerable las energías que habían consumido, necesitaban reponer fuerzas para el día siguiente.

 

Porque esto no hacía más que comenzar. El lazo que los unía no conocía fin ni límites.

 

Su alianza eterna.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Lo siento mucho si no os ha gustado el lemon. Es que no se me da muy bien, creo yo u.u Por lo demás, espero que bien. Y si no, recibiré los tomatazos con dignidad (?)


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