Goodnight Kiss
Jaehyo miró por la ventana y suspiró con pesadez. Sintió el motor del vehículo en marcha y vio cómo todos sus compañeros se fueron quedando dormidos, roncando y amontonándose sobre los asientos. Uno a uno, excepto él. El cansancio se apoderaba de sus músculos y le dolían hasta los huesos, pero no era capaz de dormir. Algo en su mente le mantenía ocupado, algo que hacía su corazón removerse con insistencia. Y eso no lo dejaba dormir, no se lo permitía.
– Jaehyo… – escuchó susurrar.
Conoció aquella voz cantarina tan singular pronunciar su nombre y su piel se erizó. Esperó unos segundos y volteó con mesura, girando un poco su cuerpo. Taeil le miró. Parpadeó un par de veces y sus ojos se cerraron, víctimas de la fatiga. Jaehyo alcanzó a ver el delicado cuerpo del mayor perder fuerza, inclinándose hacia él, mientras su cabeza caía con lentitud sobre su hombro.
Jaehyo apretó sus ojos. Se calmó un poco y dejó salir todo el aire que sus pobres pulmones retuvieron aquellos eternos cinco segundos desde que Taeil habló. Seguramente unos de los segundos más felices de su vida. Y es que, aunque quedarse dormido en su hombro podría no significar tanto, para el corazón enamorado de Jaehyo valía más que nada en el mundo.
No durmió. Esperó con paciencia hasta que llegaron al departamento, que para ese momento había perdido la noción del tiempo y de las pocas veces que había parpadeado, si es que lo había hecho tan sólo una vez.
– Taeil – dijo quedo, empujando despacio sus brazos para obligarlo a despertar.
El pequeño cuerpo de Taeil se movió confuso y tambaleante, saliendo de la furgoneta con lentitud. Entraron al departamento a oscuras, sólo siguiendo sus instintos para llegar a sus dormitorios. Lo único que querían era seguir durmiendo, ajenos a los crecientes sentimientos de Jaehyo, quien quedó mirando la espalda de Taeil alejándose paso a su habitación. Pero quedó sorprendido al ver que la delgada figura del mayor se giraba con gracia y calma. Jaehyo se quedó de pie justo en medio del salón, tratando de adivinar qué haría Taeil después.
Jaehyo le contempló caminando hacia él. Sus cortas piernas se le acercaron, con sigilo, con precisión. Sus ojos brillaron a merced de la cortina de luz que se filtraba por el ventanal, donde el cielo nocturno parecía estar atento a los nerviosos movimientos de los dos. Jaehyo dio un paso atrás por inercia, mientras Taeil apresuraba el paso, hasta que le alcanzó, clavando su mirada en la suya, examinándolo. Ambos permanecieron así algunos segundos, hasta que la risueña sonrisa de Taeil rompió la oscuridad y sus brazos se extendieron hacia los de Jaehyo, que estaba apenas digiriendo la situación.
Taeil alzó su mano derecho y tomó el brazo de Jaehyo con fuerza, a pesar de que estaba ya casi sin energías, impidiéndolo escapar, y con su mano izquierda le haló del cuello de la camisa con una delicadeza asfixiante, con las puntillas de sus pies tensadas, tratando de elevarle todo lo que podían. Los latidos de Jaehyo se volvieron irregulares, rápidos, desesperados. Y se quedó quieto, esperando y con los ojos cerrados. Hasta que sintió los labios delgados e inexpertos de Taeil sobre los suyos, en un encuentro despistado y dulce. Tan efímero como aquella noche, que parecía escurrirse a lo lejos, preparándose para dar paso al sol.
Se separaron cuando, por un instante, Taeil perdió un poco el equilibrio, a causa del sueño, la fatiga y los nervios de besar a alguien por primera vez. Y Jaehyo extrañó la suavidad de la piel del mayor, que sólo alcanzó a apreciar cuando le acarició el dorso de su mano en medio del beso. Ambos abrieron los ojos, y dejaron escapar un suspiro casi inaudible.
Taeil alzó la vista y volvió a ver los ojos de Jaehyo. Parecían brillar, destellantes y perdidos en la inmensidad de las sombras.
– Buenas noches – murmuró, y se fue tan rápido como sus pequeños pies le permitieron, con una sonrisa escabulléndose por su rostro.
Jaehyo le vio hasta que escuchó la puerta cerrarse a unos metros de él, y rezó porque nadie más alcanzara a escuchar la voz endulzada de Taeil así de encantadora y suave. Y sonrió, pensando en el hecho de que esa voz era sólo para él, mientras regresaba a su habitación esperando la mañana, la luz y un beso de buenas días.