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Make me smile por Akii Siixth

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Notas del fanfic:

Yo sé que el titulo bien podría representar algo lindo, medio gracioso y todas esas cosas, lo cierto es que no puedo escribir algo así xD (al menos no lo he intentado)

Y esta vez quisiera dar mi versión sobre que el dinero no te da felicidad :3

Ojalá les guste ^w^

Notas del capitulo:

No sé qué estoy haciendo, se los juro. Se supone que estoy de "Break" de publicar y eso, pero ciertamente es que lo extraño xD

Además muchas ideas vienen a mi cabeza y las estoy escribiendo.

La verdad es que subí esto porque fue un impulso xD, además de que quería subir algo en mi último día de vacaciones (mañana inicio clases) aunque no sé cuándo lo actualizaré...

Se supone que estaba escribiendo Crisi... un One-shot que quiero subir antes de fin de mes xD y me puse a escribir esto que ya tenía bastante tiempo rondandome en la cabeza... así que lo escribí y ojalá les guste.

^w^

Gracias por entrar :D

 

El semáforo marcó el color rojo. Eran cerca de las diez de la mañana de un día miércoles, no era una hora tan afluente de transportistas, pero ese era su trabajo; bueno, «trabajo» porque en realidad lo hacía por voluntad.

Los tres se pararon frente a las tres filas de autos que se había formado y durante el minuto que duraba quieta aquella luz rojiza en ese aparato, entretendrían a esas personas. Comenzaron a hacer malabares entre los tres, usaban botellas de vidrio que se las pasaban en el aire como si estuviesen unidas con hilos, ya que no se veía ni un mínimo de movimiento que no fuese para quedar en las manos de las personas que las manipulaban, que, por cierto, los tres vestían con un traje que los caracterizaba como payasos.

Tenían el tiempo bien medido pues, cuando faltaban algunos segundos para que el semáforo cambiara de color, uno de ellos se salió de la rutina que hacían y se dirigió, auto por auto, pidiendo una colaboración por el entretenimiento recibido, en honor a la verdad, ellos no recibían lo que deseaban, pero igualmente lo agradecían; además escogían las avenidas más concurridas por personas millonarias, así que de vez en vez les iba bien en su recolecta.

El semáforo cambió por fin de color, señalando ahora aquel que era característico para que los vehículos pudiesen circular, los tres ya se habían retirado de la calle, dos de ellos estaban juntos y hasta se habían  acomodado ya en la acera;  mientras que el que había recolectado el dinero iba a paso lento hacia ellos, sus amigos notaron esa repentina seriedad y les alarmó un poco.

—¿Estás bien? —Preguntó uno que llevaba peluca de color rosa desde el suelo.

—Sí, creo que sí —respondió el otro sentándose también sobre el cemento.

—¿Seguro? —Ahora fue un pelinegro, que no llevaba peluca, el que interrogó.

—Sí, en serio, no se preocupen. Estoy bien.

—Si tú lo dices, pero no te creo —contestó el de peluca rosa encogiéndose de hombros.

—Ya Shima, te dijo que está bien. Mejor dinos cuánto reunimos —habló nuevamente el pelinegro.

—500¥* —habló el que había ido a recolectar el dinero.

—Estos millonarios son unos tacaños. Esconde un brazo en el disfraz, Yuu; así creen que eres manco e inspiramos lástima. —El pelinegro lo miró sorprendido por la proposición de su compañero.

—¿Qué más lástima que a los 33 años nos tengamos que vestir de payasos y actuar en la calle? —Agregó con cierta sonrisa en su rostro.

—Habla por ti, yo tengo 30 —dijo el de peluca rosa en su defensa.

—31, Shima, 31 —intervino el tercero de ellos.

—¡Shhhhhh!, Kai; no me lo recuerdes. —Los otros dos rieron por la reacción de su amigo. El pelinegro se puso en pie y señaló la calle, ya el semáforo estaba a punto de cambiar de color.

—Ahora recojo el dinero yo —anunció el de peluca rosa.

—¡No!

—La otra vez casi nos lleva la policía —dijo el pelinegro desaprobando aquel anuncio.

—Qué dramáticos —aseguró el más alto y se dispusieron a hacer su acto.

A decir verdad ellos hacían eso por caridad, para ayudar a un hospital que atendía mayormente a niños, no era un gran lugar, tampoco contaba con las condiciones necesarias; es por esto que ellos ayudaban haciendo eso. Por azares del destino habían necesitado la ayuda de ese pequeño lugar y por eso se sentían agradecidos con los que allí trabajaban, también esa era la razón del porqué ellos les ayudaban.

Tal vez no era mucho, pero era lo menos que podían hacer por aquel lugar.

Su acto era básicamente malabares, los dos amigos, Kai y Shima, sabían ese arte a la perfección; estos se lo habían enseñado a aquel pelinegro y hacían ese trabajo juntos, no siempre en las calles, pero era el lugar más factible; así no pagaban alquiler de locales ni nada por el estilo.

Se vestían de payasos ya que a veces subían a los trenes y hacían «payasadas» que generalmente les dejaban más dinero que hacerlo en las calles, el único problemas es que tenían que pagar el boleto para subirse y eso no era muy factible que se diga.

 

Todo iba bien con la «performance» hasta que al parecer, Kai estaba perdido quién sabe dónde y dejó caer una de las botellas, haciéndose pedazos cuando esta tocó el asfalto. Sus compañeros le vieron sorprendidos, pero no dijeron nada, él se movió rápido y se dirigió hasta los autos, tal vez aún después de su error alguien colaboraba.

 

Y de nuevo en la acera, aquel fue interrogado nuevamente. Él nunca dejaba caer una botella ni nada con lo que hacía malabares, nunca. En ese momento debía alguna clase de explicación.

 —Ahora sí que no me engañas, Kai ¿qué te pasa?  —interrogó su, en ese momento, pelirrosa amigo.

 —Nada, esa es la verdad, Shima. Sólo estoy un poco cansado.  —El pelinegro también notaba extraño a su compañero, le lazó una mirada cómplice al más alto de los tres y este asintió, para luego agregar:

 —No te dejaré dormir hasta que confieses.  —Kai suspiró, pero no dijo nada. Sabía que de nada serviría oponerse a su amigo.

Se retiraron el lugar, optaron por ir a una calle más concurrida y que no fuese transitada por millonarios (al menos no por la mayoría) a comentario del de peluca rosa, había sugerido ir a una calle de personas «normales» ellas siempre les daban un poco más de dinero; no como los millonarios tacaños... Quizá por eso es que eran millonarios.

Caminaban tranquilos, el de peluca rosa se seguía quejando de la tacañería de los millonarios (como siempre lo hacía), el pelinegro miraba de vez en vez a su otro compañero, en verdad era muy raro verlo tan serio y tan distraído. Desde que lo conocía no recordaba haberlo visto más de dos veces así y todo era por la misma razón. Decidió no preguntar; si él no quería decirlo debía respetar eso ¿no?, al menos mientras esa rara seriedad no le durara mucho, de lo contrario haría como su otro atolondrado amigo había dicho: no le dejarían dormir hasta que confesara.

Pero, en la cabeza que portaba los artificiales cabellos naranjas, no existía ni la más mínima intención de hablar sobre lo que vio. Sabía la respuesta de sus amigos, casi hasta podía escucharla y él también se regañaba porque aquello le siguiese afectando.

«No se supone que lo habías superado ¿eh, Kai?» se dijo a sí mismo mientras elevaba sus ojos al cielo y esbozaba una pequeña sonrisa.

 

 

***

 —Nao, nos vamos.

 —¿A- adónde?

 —No importa, sólo vamos.

 —Bueno.

La tomó entre sus brazos y cual princesa la cargaría hasta su auto. Una tercera persona apareció, estaba algo enfadada y alzaba la voz de manera molestosa.

 —¿Adónde crees que vas, Akira? ¿Vas a dejar todo tirado? ¿Qué va a decir tu padre? Además, no puedes llevarte a Naomi.

 —Sí, sí puedo. Y dile a mi padre que me tomo el día y que no me moleste.

Cerró la puerta como pudo y salió de esa casa. Se dirigió a uno de sus autos, al primero que vio. Sentó a la niña con delicadeza sobre el asiento del copiloto, le puso el cinturón de seguridad. La niña le sonrió y él le acarició la mejilla; acto cotidiano de él. La pequeña le sonreía feliz, pasaría un día con su padre, ella no podía presumir que eso pasase tanto en su vida; él casi siempre estaba ocupado.

Ambos se miraron nuevamente antes que el adulto pusiera en marcha el motor de aquel Mustang rojo convertible que tanto adoraba él

Saliendo por fin de aquella residencia preguntó a la pequeña:

 —¿Adónde quieres ir?

La niña le vio por un momento, aunque él no le mirase al cien por ciento (ya que miraba el camino también) le volvió a sonreír y dijo:

 —A la playa.  —sabía que a su padre le encantaba ese lugar.

 —Pues, a la playa será.

No lo había planeado, pero de un momento a otro tomó la decisión de salir un rato con su hija, hacía bastante tiempo que no lo hacía y eso le molestaba; puesto que su adorada Naomi era todo para él, probablemente no era el mejor padre del mundo, pero no podía dejar de consentir a su niña.

Esa mañana a plenas ocho estaba discutiendo con su esposa, eso no le extrañaba, puesto que nunca terminaron de llevarse bien. Ella le gritaba por esto, por eso y por un poco de aquello y quién sabe por qué más. Todo había comenzado porque la alarma no sonó... ¿y él qué puta culpa tenía que la alarma no sonara? Ella era la responsable de eso, por no programarla bien. En fin, eso lo había manejado bien, se había hecho a un lado y le había dado la razón a su mujer, aunque en sus adentros se regañaba por seguir durmiendo en la misma habitación que ella, en la misma cama también. No había que ser un gran observador para notar que esa relación estaba inminentemente rota, si es que alguna vez se pudo llamar «relación».

Cerca de cuarentaicinco minutos más, aquella mujer que llevaba por nombre Shizuko y que era su esposa, ya se había bañado y cambiado, se estaba dando los toques finales en su maquillaje cuando «sin querer» vio que su esposo se había vuelto a dormir. Cualquiera podría pasar eso y despertarlo nuevamente, pero no, ellos no eran así, nunca lo fueron. La mujer comenzó a vociferar de nuevo, él se despertó notando que, efectivamente, ya era tarde. Frunció el ceño por tanto grito de aquella mujer, se levantó con sobrada lentitud y bostezando pasó al lado de Shizuko. Entró al baño y se duchó con rapidez.

Una vez afuera le tocó sentir la mirada furiosa de su mujer, no entendía por qué no se había ido ya si su hora de entrada ya había pasado. Se encogió de hombros y se dirigió al armario para escoger el traje que usaría ese día.

Habiéndolo escogido, se dirigió a la cama y se despojó de la toalla que cubría su desnudez, todo bajo la atenta mirada de aquella mujer. Se cambió con parsimonia y es que así era él, no podía hacer las cosas bajo presión; paradójicamente toda su vida la había pasado presionado en algún aspecto. Cuando se colocaba su corbata, escuchó la voz de aquella fémina de nuevo «¿qué acaso no se aburre?» preguntaba en su mente mientras escuchaba las denigrantes palabras que su mujer le dirigía.

«Eres tan inútil, Akira. No sé cómo es que puedes vivir así, no sé cómo es que yo puedo vivir así. Debí haberme negado a que me obligaran a amarrar mi vida con la tuya; de seguro ahora estaría con un hombre que me mereciera, alguien que supiera, al menos manejar su vida, pero no, yo de estúpida me uní a ti, te di todo, los mejores años de mi vida, mi libertad ¡todo! ¿Tú crees que yo no quisiera separarme de ti? Es mi mayor deseo, dejaría de ser la esposa de un hombre inútil a quien ni siquiera los hijos le salen bien»

Y ahí sí que había reaccionado. Odiaba que esa mujer le recordase la condición de su pequeña, nadie más que él sufría por no poder hacer nada por ella. En ese momento decidió salir de allí con ella, con su niña adorada.

 

La pequeña que había escuchado todo aquello (siempre lo hacía) se tensó cuando escuchó la puerta de su habitación abrirse y al ver a su padre entrar por ella... Creyó que iba a reclamarle algo.

Gran sorpresa se llevó cuando él le había ofrecido irse de allí Por supuesto había aceptado, pero le preocupaba que sus padres pelearan tanto. Suspiró, pero su padre no lo percibió, ella también quería que todos fuesen felices y creía que ella era un impedimento para eso.

 

Unos minutos más y pocos kilómetros recorridos, Akira se vio en la necesidad de detener su auto en un semáforo. Vio cómo su hija miraba embelesada a un trío de payasos que se habían puesto frente a todos los autos, hacían un acto de malabarismo; aunque a él no le importaba mucho eso. Él quería seguir viendo la linda sonrisa que se había formado en los labios de su pequeña, quería siempre verla así.

Suspiró.

¿Tan mal padre era que ni siquiera podía hacer sonreír a su hija? Al parecer sí.

Había escondido su rostro entre sus manos, por eso no vio que uno de aquellos sujetos se acercaba a todos los autos y mucho menos se dio cuenta cuándo fue que llegó hasta el suyo, sólo escuchó como su hija hablaba con alguien; levantó el rostro porque creyó que se lo decía a él. Se encontró con uno de esos chicos, iba todo pintado de su cara, una nariz roja, una peluca naranja y con un traje que fácil era dos o tres tallas más de la que debería ser la normal para esa persona. Creía que debía darle dinero, pero él no se lo había pedido y es que estaba bastante entretenido con Nao y a él le alegró ver a su hija así de contenta. Vio como aquel chico le daba un trozo de papel que no pudo descifrar qué era, luego el payado alzó su vista y su mirada chocó con la suya, rápidamente el otro la apartó y se dirigió hacia autos vecinos; Akira se encogió de hombros y vio nuevamente a su hija, se veía bastante interesada viendo el papel

 —¿Qué es?  —preguntó interesado.

 —Es un separador para libros. Mira, tiene un conejito. —Sonrió de medio lado al ver la alegría de su pequeña.

Siguió con su camino cuando el semáforo cambió de color. Le esperaban cerca de dos horas de camino hacia el mar, esperaba que nadie le interrumpiera.

 

Varias veces durante el trayecto, había sentido que su celular vibraba. Había salido rápido de su casa, no tenía planeado ir a la playa, pero su celular no pudo olvidarlo.

Agradeció mentalmente que las llamadas dejasen de ser tan frecuentes, llevaba como 10 km. sin que le llamaran. Llegó hasta el puerto, estacionó y desde allí apreciaron la belleza del mar. Estaba calmo, las olas rompían con lentitud. La orilla estaba prácticamente vacía, no había personas, salvo unos pescadores en sus lanchas. Vio como su pequeña admiraba los movimientos de aquellas diminutas olas y se sintió feliz, quería verla siempre así.

Luego de varios minutos en que la belleza del paraje los había dejado absortos a ambos, la vibración y posterior sonido del celular de Akira les interrumpió. El mencionado no quería contestarlo, ni siquiera sacarlo la bolsa de su pantalón, creía que podía ser su esposa o peor: su padre; pero suspirando lo sacó, vio el nombre que se leía en la pantalla y se extrañó, aunque rápidamente lo contestó.

 —Akira, ¿dónde estás?, llevo un rato tratando de localizarte.

 —Lo siento, ¿para qué me buscas, Takanori?

 —¿Para qué? Pues no sé, Akira. Quizá porque tu padre me quiere matar porque no apareces.

 —Ah, lo siento, Taka, estoy con Nao en la playa.

 —¿En la playa? Akira, hoy es la junta ¿recuerdas? Tienes que estar presente.

 —No quiero.

 —No te comportes como niño, además no me puedes dejar sólo, es nuestro proyecto. NUESTRO.

 —Lo olvidé. En serio no tenía pensado esto, pero no iré Taka.

 —Akira, tienes que venir, si de odiar a alguien se trata, dile a Nao que me odie a mí; pero ven, necesito que estés aquí.

 —No… es que... Ah, está bien, iré; pero hasta la hora de la junta.

 —¡NO! Ven ya, en serio tu padre ya me amenazó varias veces. Si no vienes me va a despedir.

 —Ya, está bien, ya voy, pero ¿por qué te despediría?

 —Porque ya despidió a tu secretaria y dice que si no apareces el próximo seré yo.

 —¿Despidió a Mari?

 —Sí.

 —¡Diablos! Veré qué puedo hacer, voy hacia allá. Dile a mi padre, si te vuelve a preguntar, que llegaré en dos horas.

 —Está bien. Dile a Nao que lo siento.

 —Sí, lo haré.

Y cortó. Giró su rostro hasta donde estaba su pequeña, esta le miraba con una sonrisa en su pequeño rostro.

 —Está bien, papá, sé que tienes cosas que hacer. Vamos a casa.

Suspiró.

 —Pero...  —escuchó ese susurro de su pequeña justo antes de que encendiera el motor del auto.

 —¿Pero qué?

 —Quiero no estar sola en casa.

Su corazón se encogió.

 —Está bien amor. ¿Qué propones?

 —No lo sé, lo pensaré y cuando regreses te digo.

 —Está bien. Luego me dices. —Y ambos sonrieron.

 

Al llegar a casa, uno de sus mayordomos se encargó de su hija y él se fue a su trabajo, eran cerca de las tres de la tarde y, aunque no lo aprovechó al máximo, ese pequeño descanso le había hecho bien, estar con su hija le había hecho bien.

Llegó a la compañía e inmediatamente fue a la oficina de su padre, le reclamó por haber despedido a su secretaria y le dijo que la quería de vuelta, pensaba en seguir protestando por las actitudes de su progenitor en ese día, pero los llamaron a ambos, ya que la junta iba a comenzar, él se dirigió a donde estaba Takanori, ambos iban a exponer un nuevo proyecto, de hecho era un nuevo diseño para una de las revistas.

Publicaban dos: una de deportes y otra sobre belleza, la de belleza era manejada por su madre y la de deportes por su padre; aunque le daba lo mismo trabajar con su madre ya que ella era igual o más exigente el señor Suzuki.

 

Al final de la junta, cerca de las nueve de la noche, el proyecto de Akira y Takanori no ganó, aunque sí se acordó en usar varias de sus ideas para el futuro rediseño.

El rubio, que esa era la única batalla que le había ganado a sus progenitores: pintarse el cabello, regresó a su casa bastante cansado, no tenía ganas de escuchar los gritos de su esposa, así que se dirigió a cualquier cuarto de su gran casa, menos al que compartía con aquella mujer. Pasó rápido por el de su hija, creyó que estaría dormida, así que entró con bastante cautela y se sentó a un costado de la cama.

Cuánto la quería, era lo mejor que le había pasado en la vida, pero anidado a eso, se sentía culpable por la infelicidad de su pequeña, él no podía hacer nada contra la condición que le había tocado, injustamente, vivir a la niña.

Se acercó a besar su frente y acariciar su mejilla, un acto que él hacía bastante.

La niña se removió y abrió sus ojos, para luego dedicarle una sonrisa a su padre.

 —Lo siento, no quería despertarte.

 —Está bien. ¿Acabas de llegar?

 —Sí, hace poco.

 —¿Te regañó el abuelo?

 —No, amor.

 —¿Sabes? Ya pensé cómo no estar sola.

 —¿Sí? ¿Cómo?

 —Quiero que contrates a ese payaso que me dio el separador hoy en la calle.

Se sorprendió y su expresión no lo ocultó, no podía creer que su pequeña le estuviese pidiendo que la acompañara un pseudo payaso que se ganaba la vida de propinas. Aquello era... era…

 —Imposible.

 —¿Por qué?

Escuchó la voz tomada de su pequeña y el corazón se le encogió... otra vez.

 —Amor, porque no conocemos a esa persona ¿y si es un delincuente? Yo no permitiría que alguien así se te acerque.

 —Pero él es bueno.

 —Él es bueno porque desea que las personas le den dinero, no sabemos si en verdad es así.

 —Pero tú no le diste dinero y fue bueno.

Se quedó callado un momento ¿cómo es que trabaja así la mente de un niño? Se preguntó.

No sabía cómo hacerse entender, además de que no quería dejarla triste por desechar su petición.

 —Podrías hablar con él para que veas que es una buena persona.

 —Lo viste unos segundos, ¿cómo sabes que es buena persona?

 —Porque yo lo vi, es... es... no sé cómo explicarte, pero lo sé.

—No, Naomi. No puedo hacer eso, además tu madre me mataría...

 —Por favor, papá.

Suspiró.

 —No lo sé. Déjame pensarlo ¿sí?

 —Siempre que dices eso, no lo haces.

La niña se cubrió el rostro totalmente con la manta. Siempre le molestaba que su padre le dijera eso, puesto que, como ella decía, nunca lo hacía.

Akira se sintió mal al darse cuenta que aquello era cierto; pero esta vez se arriesgaba mucho, no podía dejar entrar a un extraño en su casa y menos quedarse con su hija, aunque eso no evitó que se apenara por negarle, nuevamente, algo a su niña; que, a decir verdad, rara vez le pedía algo y casi siempre se le negaba, se sintió la peor mierda del mundo. Ya ni siquiera el peor padre, no, la peor de las mierdas.

Le dio un beso en la frente por sobre la manta y le susurró un «lo siento» bastante débil.

Se fue a la habitación vecina y se metió a la cama, no tenía ninguna intención de dañar a su pequeña, pero no podía meter a un extraño en casa, pensó que temprano en la mañana le diría a Riza (una sirvienta) que jugara más con la niña, así no se sentiría tan sola.

 

***

Varios días habían pasado desde la petición de la pequeña, de hecho, ya era miércoles de nuevo. No había vuelto a ver a ese trío de payasos esos días y aunque Nao ya no tocaba ese tema, él la veía muy triste, las sirvientas le decían que dormía más de lo normal y que ya no les pedía que jugaran con ella; aquello verdaderamente le preocupaba al rubio, no sabía qué hacer.

Iba en la limusina ya que ese día no se sentía con ánimos de nada, cuando entró a despedirse de su pequeña la había encontrado llorando, no sabía por qué y ella no se lo dijo, eso no le gustó ¿y a qué padre le gusta ver a su pequeña así? Pero él se sentía impotente ante eso, aceptaba que no hacía lo necesario para pintar una sonrisa en los labios de su hija, pero ya no sabía qué más hacer. La verdad es que sí era bastante inútil, como su mujer le decía cada que podía.

Cerca de su trabajo, la limusina se detuvo, en un semáforo supuso, bajó la ventanilla por curiosidad y vio a dos de los payasos de aquella vez, lo supo porque eran los mismos trajes y el mismo acto. Aunque el que se había acercado a su hija la otra vez no estaba. ¿Qué tan malo sería cumplirle un capricho a su hija? Quizá no estaba pensando bien en las consecuencias que eso podría traerle, pero ya no quería ver a su hija tan triste.

Vio al de peluca naranja que se acercaba entre los autos y le llamó. El otro se acercó y bajó su pintado rostro hasta la ventana, se quedó esperando a ver qué le decían, aunque él se sentía bastante nervioso.

—Te parecerá tonto, pero quisiera que llegaras mañana a esta dirección —Akira le dio una tarjeta en la que se leía la dirección de su casa —. Verás, mi hija tuvo alguna clase de conexión contigo y quisiera hablar contigo en privado, para saber si es correcto esto que estoy haciendo. —Esto último parecía que se lo decía a sí mismo.

—¿A qué hora tengo que ir? —Preguntó el de peluca.

—A las nueve está bien —contestó Akira y la limusina se puso en marcha, el chofer no se dio cuenta que su jefe estaba hablando con alguien, aunque este tampoco le pidió que se detuviera.

Sabía que más tarde se arrepentiría por lo que acaba de hacer, pero todo sea por ver a su hija feliz.

Notas finales:

¿Creo que se entiende qué pareja será verdad? 

Bueno xD

Ojalá les haya gustado.

Gracias por leer ^w^

Repito que no sé cuándo voy a actualizar... aunque espero que sea pronto.

Tampoco sé cuántos capítulos tendrá, creo que no paso de 5, pero quién sabe xDD

Nos leemos *3*

Bye!♥

 

PD: juro que en el documento usé la sangría, pero el maldito AY se la borró y no me deja corregirlo *^* estúpido y sensual AY :p


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