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Make me smile por Akii Siixth

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Notas del capitulo:

Holaaa :3

¿Me tardé? Creo que no tanto, me he tardado más antes xD.

Tengo que decir algo... En el capítulo anterior había colocado una llamada en el texto, pero a la hora de publicarlo lo olvidé (qué novedad) creo que era sobre los 500 yenes. Iba a colocar que en dólares son como $5.56 si no me equivoco y si recuerdo bien xd. Para ser caridad eso no es poco... pero bah~

 

Reita se ve taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan gay en esta foto *-*. Es hermoso.

No digo nada más, en realidad este capítulo es muy... no sé, "simple" y sin muchas emociones. Pero... ojalá les guste :3

Eso sí, tiene muchos diálogos, para mi gusto y porque no había escrito tantos diálogos antes xD, aunque puse narración para suplir la gran masa(?) de diálogos xDD.

Gracias por leerme y por los rws que me dejaron, fueron muy  bonis, bonis >w<.♥

Les dejo esta imagen para su deleite(?) xD

Entró corriendo a su casa y se dirigió directo a la habitación de su pequeña Nao, estaba emocionado, recordó que él tenía esa clase de sentimientos, se sentía nervioso, ansioso, quería llegar lo más rápido posible con su hija para contarle que aquello que le había pedido se lo iba a conceder, deseaba ver en ese hermoso rostro la sonrisa de su princesa, esa que podía hacerlo dejar botado todo, sólo por seguirla viendo. 

Llegó a la puerta, tomó el pomo y se recargó en él. Tomaba aire necesitadamente, definitivamente debía regresar a al gimnasio. Una vez recuperado el aliento, entró y encontró a su adorada Nao leyendo un libro, llegó hasta la cama y se hizo de un lugar en ella, la niña no había notado la presencia de su padre hasta que este se sentó a su lado. Hacía días que no hablaba con él como de costumbre, pensaba que se había molestado por lo que ella le había dicho, tal vez le había faltado el respeto y se sentía mal.

—Papá, lamento lo que te dije el otro día. —Le abrazó con ternura y puso su cabeza sobre el pecho del mayor, este se sorprendió, más por las disculpas que por el gesto de cariño.

—No te disculpes, a veces está bien ser caprichoso —le dijo el rubio acariciándole el cabello.

La soltó y se sentó frente a ella. Vio el libro en sus manos y le llamó la atención, ya que no recordaba habérselo comprado.

—¿De dónde sacaste eso?

—Me lo regaló Riza.

—¿Ella siempre te regala cosas?

—Hm... Sí.

Aquella respuesta había sido tímida y dudosa... como si no quisiese responderle.

—No me molestaré por eso, de hecho creo que es un gesto admirable.

La niña a sus escasos 9 años, sufría bastantes conflictos internos, más cuando su padre le daba información contraria a la que su madre le decía, llegaba a un punto en que no sabía a quién hacerle caso, no sabía qué sería lo correcto seguir.

—Creí que iba a molestarte, a mamá no le gusta —explicó.

—Ah, pero a mí no, sólo evítale esa información a ella —dijo me dio sonriendo —. Hablando de evitar información, ¿sabes quién vendrá mañana? —La niña negó con su cabeza —, esa persona que tú me pediste que viniera.

Naomi tardó un poco en descubrir de qué le hablaba su padre, pero una vez entendido, una sonrisa de verdadera alegría se podía apreciar en su rostro.

—¿En verdad vendrá? Gracias, papá.

—De nada, amor. Vendrá a las nueve, pero recuerda no hablarle de esto a tu madre, ella puede prohibirlo.

La niña asintió con pena, sabía que era cierto, a su madre no le gustaba que ella estuviese en contacto con personas que podían hacerle «daño».

Durante el resto de la noche, hasta que llegó la hora de dormir, hablaron como antes, de cosas que cualquier padre le diría a sus hijos para entretenerlos, le contaba anécdotas de su juventud y de cosas parecidas, ambos se entretenía, con aquellos relatos.

Después de un tiempo esperando a que su hija callera presa del más profundo sueño. Él se dirigió a paso lento hasta su estudio, debía preparar unos papeles para el día siguiente, había llegado con prisas a casa para estar con su pequeña, así que su trabajo lo había dejado para después.

Su padre pensaba dejarle el mando de la empresa en algunos meses, él por su puesto se negaba rotundamente, pero en su mente; a nadie le había exteriorizado su descontento. Cuando su padre le comunicó el plan, había tratado de reprocharle, pero se rindió a la primera negativa del mayor.

Dejó de escribir y puso «play» a sus recuerdos. Recordó cuando era niño y soñaba con ser astronauta, varios años más pasaron y deseaba ser bombero, años más tarde quería ser doctor; cuando llegó a su adolescencia deseaba ser músico, aprendió a tocar la guitarra y el bajo, le gustaba sentarse en el balcón que había en su habitación y tocar cualquier nota que le llegara a la cabeza, dejó ese sueño cuando viajó a estudiar a Inglaterra, ahí descubrió la fotografía, era algo que le entretenía demasiado; en sus ratos libres la practicaba. Sabía que iba a trabajar en la empresa de sus padres, el cargo que en ese momento desempeñaba no le molestaba, pero hubiese deseado ser del equipo de fotografía, al pasar el tiempo, ese hábito se había convertido en su único distractor, se había hecho de algunos «amigos» en el país europeo, pero  con ninguno guardaba la suficiente confianza como para ponerse a hablar de la vida y de los distintos problemas que le aquejaban a sus escasos 17 años.

Suspiró.

No quería preocuparse antes de tiempo, aunque no podía evitar que esa espinita quedara siempre pinchándole si razón y es que era una gran presión pensar en que sería responsable de la empresa, de la fuente de dinero de sus padres; ser responsable de cientos de miles de millones de yenes. Se sentía palidecer de sólo pensar que toda esa responsabilidad estaría sobre sus hombros en sólo un par de meses no le hacía bien. Se levantó de su escritorio y se dirigió a su habitación, estaba cansado y en verdad deseó dormir. Abrió sigiloso la puerta de la habitación que compartía con su esposa, esperaba encontrarla dormida, ya era tarde, pasaban de las once y eso sería lo normal; pero no, aquella bella mujer, porque sí que era bella, estaba sentada en la cama con la vista fija en la puerta, se le notaban, aún en la oscuridad que hallaba, sus ojos hinchados, parecía que había estado llorando por horas, de hecho, aún lo hacía.

Akira se acercó lentamente, era bastante raro que Shizuko se pusiera así. Se preocupó, pensó que algo podía haberle pasado; si bien como marido y mujer nunca se llevaron bien, apeló a aquella amistad que había formado antes de aquel arreglo nupcial que hicieron sus padres, él le tenía bastante cariño y verla así le movió el corazón. Llegó hasta la cama, alargó sus brazos y la acunó contra su pecho, ella no se negó, le venía bien ese lado cariñoso que Akira poseía.

 —Odio mi vida —le aseguró la fémina y por alguna razón, Akira sintió que él tenía algo de culpa en ese sentimiento. No pudo evitar suspirar y acariciar los castaños cabellos, teñidos, de su esposa hasta que ella se durmió. Se desvistió y se colocó un pijama, se metió bajo las sábanas y él también reflexionó que odiaba su vida... quizá no toda, pero gran parte de ella sí. Y, por primera vez en muchos años, se permitió recordar al que había sido su primer amor, ese chico que dejó cuando viajó a Inglaterra y que ahora no sabía nada de su paradero; de seguro él sí sería feliz.

Quiso pensar un poco más de aquel muchacho, pero el sueño que tenía se lo impedía, además, no es que tuviera presente todos aquellos recuerdos que había vivido con aquel chico de linda sonrisa, hacía bastante tiempo que había congelado, tanto sus recuerdos como sentimientos, en lo más profundo de su ser. Aunque en esa ocasión se estaba dando el lujo de extrañarlo, tampoco podía negar que lo que vivió con aquel chico, había sido algo maravilloso, aunque ahora reflexionaba que, probablemente, todos esos sentimientos podían haberse visto acrecentados por las hormonas alborotadas, producto de su adolescencia.

Sonrió por su estúpido pensar, claro que las hormonas habían jugado un papel importante, pero no negaba haber amado, lo que un adolescente entiendo por amar, a ese chico. Con una imagen de ellos dos sonriendo felices, se durmió. Deseó volver a ver esa sonrisa una vez más.

 

***

Caminaba en círculos por su pequeño departamento mientras comía un pan con mermelada de frambuesa en medio. Era las ocho de la mañana, su amigo ya no estaba y de paso se había acabado la comida que quedaba, sólo había encontrado eso: un pan y tuvo que raspar el frasco de mermelada para sacar los pocos residuos que quedaban, buscó qué tomar, pero sólo había un cartón de leche que ya no parecía leche; llevaba como tres meses vencido. No entendía por qué le había encargado a Shima que hiciera las compras otra vez, sabía que a ese desgraciado piernas largas se le olvidaría.

—Pero de seguro él comió bien —susurró al aire algo molesto por tener que comer solamente eso.

Luego de su «gran» desayuno, se dispuso a recoger el desastre que había dejado su compañero, ropa por aquí, papeles por allá, trastos sucios en el fregadero ¿qué acaso creía que era su sirviente? Aunque también era su culpa por siempre hacerle todo al otro.

Cuando terminó, pasó a ducharse y a arreglarse, no había olvidado que tenía una cita en la casa de aquel sujeto, simplemente no podía creerse, aún, que se lo hubiese encontrado dos veces… ¡dos veces! Shima, dramatizando, le había dicho que era el destino y tenía que hacer cualquier cosa por estar a su lado de nuevo; después terminó riendo como media hora por las palabras tan estúpidas que le había dicho. Akira ni siquiera lo había reconocido y probablemente ya no lo recordaría, no pensaba haber sido tan importante en la vida del rubio como para que le recordara por siempre, por supuesto, desechó la magnífica idea de su amigo.

 

No sabía cómo diablos vestirse, Akira le había dicho que se presentara en su casa a las nueves, nada más; mencionó algo acerca de su hija y mientras más lo pensaba, más se convencía que el rubio le había dicho a él como payaso, así que supuso que eso era lo correcto.

Tomó uno de aquellos grandes trajes, uno que era blanco con puntos de todos los colores que el humano conocía. Bajo ese gran disfraz, llevaba ropa «normal» un pantalón de tela floja y una camiseta. Se maquilló el rostro levemente, no como siempre lo hacía; cargado de esa pintura blanca, se colocó su nariz roja, se pensó muy bien si ponerse o no peluca, decidió no hacerlo y sólo se peinó su cabello castaño oscuro de manera alocada, unas puntas por aquí y otros por allá, todas apuntando en distintas direcciones.

Salió del departamento y cogió el primer autobús que encontró, como no conocía le pidió al conductor que cuando llegaran cerca de la dirección que se leía en aquella tarjeta, por favor le avisara.

Y así fue, se bajó en un lugar lleno de casas que fácilmente podían sextuplicar su departamento y todavía sobraba para hacer un parque, en conclusión: eran enormes.

Buscó a alguien que pudiera ayudarle a encontrar la casa del rubio, vio a unas chicas que se dirigían en dirección contraria que él y les preguntó. Al principio las chicas se asustaron, tanto por la vestimenta de aquel hombre como por su repentino acercamiento, en ese lado de la ciudad no era común que «trabajadores» de esa índole se aparecieran.

Las chicas le indicaron cuál de todas aquellas era la casa que el castaño buscaba. Él les agradeció amablemente y se dirigió a «aquella casa blanca que se ve a lo lejos» —como le habían indicado—.

Cuando llegó a aquella indicada, se quedó un momento petrificado.

—Mierda, sí es grande —susurró luego de un momento. Se sintió insignificante, como siempre que algo se relacionaba con Akira, respiró profundo, no iba a dejar que esas inseguridades de las que siempre sufrió le amedrentaran. Se acercó con cautela hasta una caseta donde se encontraba un vigilante, se identificó con él y este le dejo entrar. Entre cada paso que daba, más le temblaban las piernas.

¿Y si Akira le abría la puerta? No estaba tan maquillado ¿y si lo reconocía? ¿Qué diablos iba a hacer si lo reconocía? Detuvo su marcha. ¿Pero qué diablos hacía ahí? No podía volver a involucrar su vida con la de Akira, no, eso no podía hacerlo. Se dio la vuelta y emprendió su marcha hasta la puerta principal; ¿pero qué estaba haciendo? ¿Qué no se supone que iba a superar sus inseguridades? Suspiró, quizá iba a arrepentirse, pero apelaba a la mala memoria de Akira y a que los años hubiesen hecho su trabajo para que lo olvidara.

Llegó a la puerta principal de la casa y tocó el timbre, esperó un momento mientras admiraba el jardín, se veía enorme, muchas flores y pensaba que más allá habría más de ese lugar, pero ya no pudo fijarse porque le abrieron la puerta y una señora vestida con un uniforme rojo le atendió y le indicó que pasara; así lo hizo, la señora lo condujo hasta las escaleras —que se veían infinitas— si por fuera se veía enorme, por dentro ya no sabía un adjetivo para denominarla, estaba bastante bien decorada, pero se sentía fría, no había nada que reflejara un poco de amor filial, ni una foto… ¡nada! Sólo había cuadros de seguro de pintores famosos que él no conocía. Se encogió de hombros, al parecer él era lo más alegre que había en esa casa.

—Aquí es. —Se detuvo y escuchó la voz de aquella señora que le señalaba una puerta con su dedo.

—¿Qué se supone que debo hacer? —Preguntó preocupado, en verdad no sabía para qué lo habían llevado allí.

—El señor Suzuki me dijo que lo trajera acá, usted verá qué hacer —contestó la señora apacible.

Él asintió y tocó la puerta, no sabía qué iba a encontrarse del otro lado, deseó porque no fuera Akira y una vocecita que más o menos recordaba le confirmó que el rubio no estaba allí. Entró —porque así se lo habían indicado— y vio a aquella niña de la otra vez, estaba sentada en su cama viendo hacia enfrente, en realidad viéndolo a él. Cerró la puerta y se encaminó hasta la pequeña que le sonreía, él hizo lo mismo una vez estando más cerca.

—Gracias por venir —dijo Nao con su voz tintada de emoción, Kai asintió, pero no sabía qué hacer aún.

—De nada, pero ¿para qué he venido? —Escuchó la risilla de la niña.

—¿No te lo dijo mi padre? —Kai negó—. Vas a hacerme compañía.

Kai se alarmó un poco ¿compañía? ¿Para qué? Supuso que debió haber preguntado todo eso antes de aceptar en ir a esa casa, pero su nerviosismo sólo atinó a contestar que sí lo haría.

—Yo no trabajo así —trató de explicar—, yo soy panadero, hago pan en una panadería —quería en verdad dejar claro que era panadero—. No soy payaso en realidad, no puedo entretenerte como tú quieres —dijo sincero y apenado a la vez.

—Ah, está bien. No te preocupes, disculpa las molestias. —la pequeña agachó la cabeza y dijo aquello con un dejo de tristeza, aunque tampoco podía pedirle a ese hombre que se quedara si no era su voluntad.

Por otro lado, Kai al escuchar esa vocecita tan triste se sintió culpable, aunque no entendía muy bien por qué, él en verdad no era un payaso, sabía hacer malabares, pero eso era todo, no se sabía ni un chiste, ni siquiera de esos «pierde alumnos» que sus profesores decían de vez en cuando. Suspiró, ya era como la tercera vez en el día que lo hacía. Se sentía culpable, él había cuidado niños en el hospital, aquel para el que hacía caridad vistiéndose de payaso y pidiendo dinero, pero era distinto, aquellos niños estaban encerrados, algunos enfermos de gravedad y otros con problemas bastantes serios ¿qué tenía esa niña que le impidiera divertirse de cualquier forma en esa gran casa? De seguro tendría juguetes de sobra, podía llamar a una sirvienta para jugar con ella si es que se sentía sola ¿no?, pero allí estaba todavía, parado justo a un lado de la cama de la niña. No le hacía mal quedarse un rato… ¿verdad?

—¿Y qué quieres hacer? —preguntó mientras se sentaba en el suelo, Naomi lo vio, pero negó con la cabeza.

—No es necesario que te quedes, puedes irte si eso es lo que deseas. No quiero que te quedes porque te di lástima. —Y eso sí que le dolió. ¿Había hecho pensar a esa niña así?, pues al parecer sí.

—No es eso, es que… Bueno, yo no sé cómo entretener a las personas, en verdad no puedo; pero estoy dispuesto a intentarlo —dijo mostrando su sonrisa.

Naomi no sabía si creerle, muchas veces se encontraba en la misma situación: la gente sentía lástima de ella y no quería que ese chico también lo hiciera, aunque si él estaba dispuesto a quedarse con ella por voluntad propia, nada perdía con intentarlo.

—Está bien —dijo en un susurro—, pero cuando quieras, puedes irte.

—Sí —contestó el castaño, aunque seguía incomodándole que una niña dijera eso.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó ella.

—Puedes decirme Kai —contestó—, ¿y el tuyo? —cuestionó.

—Mi nombre es Naomi. Dime, Kai ¿es ese tu nombre en realidad? —l otro le sorprendió la pregunta.

—No, ese no es mi nombre.

—Ah, ya veo —dijo cabizbaja la niña—, ¿por qué no me dices tu nombre? ¿Te parece que no debo saberlo?

—No es que no quiera decírtelo, pero me gusta más que me llamen Kai —aseguró y por fin la pequeña  entendió.

—Ah, bien; entonces te diré Kai —y sonrió, era la primera vez desde que estaba allí que Kai la veía sonreír así, como si él fuese alguien demasiado importante.

—¿Y qué quieres hacer?

—No lo sé.

—¿Cómo que no sabes? Algo debes de tener en mente… ¿qué te parece si vamos a tu jardín, cuando entré se veía que es un lugar muy bonito —propuso el payaso, pero la pequeña negó.

—No me dejan ir, dice mi madre que es peligroso.

—¿Por qué es peligroso? Tienen lagartos o qué. —La pequeña sonrió.

—No, es que no puedo salir. Mi madre me lo ha prohibido.

—¿Y le haces caso? ¿No te escapas?

—No puedo. Eso sería malo.

—¿Te hacen daño?

—¿Quiénes?

—Tus padres, ¿te hacen daño?

—No... Es sólo que no puedo bajar las escaleras yo sola.

Kai estaba armando una gran historia en su cabeza, pensaba que Akira se había vuelto maltratador físico, pero desechó ese pensamiento de inmediato, luego pensó que su esposa quizá lo era y que aparte de su hija él era víctima también. Y por pensar en ese no le había puesto mucha atención a la pequeña. Hasta que las palabras de la niña resonaron en su cabeza otra vez.

—¿Eh? —Fue lo que pronunció una vez entendido el diálogo anterior de Naomi.

—No puedo salir yo sola, necesito que alguien me ayude, pero como mi madre lo ha prohibido, a nadie le gusta sacarme de aquí. —Kai reflexionó por un momento esas palabras y las anteriores también. No podía salir sola, no podía bajar las escaleras por sí misma ¿es que acaso la tenían amarrada?

—¿Y exactamente por qué es que no puedes bajar tú sola? —preguntó el castaño.

—No puedo mover mis piernas. Soy inválida. —dijo algo apenada.

Kai se sorprendió enormemente por lo que escuchaba, él sabía que Akira estaba casado y que tenía una hija, lo había oído alguna vez en la televisión, pero no sabía que la niña tenía esa condición. Se sintió como la mismísima mierda por haber pensado que esa niña no podía padecer lo mismo que aquellos que él cuidaba en el hospital, había juzgado mal.

 La situación y por qué no, también a la niña. Había pensado que él estaba allí para cumplir otro más de los miles de caprichitos que tendría cualquier niño con su edad y posición social. Vaya qué estúpido, aun si era cierto que estaba por algún capricho allí, ya no sentía la mismo, de alguna manera comprendió que la pequeña se sentía sola y que en una casa tan grande y fría, que ni siquiera tenía las condiciones para que ella aún con su invalidez, pudiese moverse a sus anchas, entendió que probablemente se sentía encerrada, una niña como ella de seguro le gustaría correr, jugar con cualquiera a cualquier juego, el objetivo era jugar.

Pero en esas condiciones... Bueno, no quería precipitarse y ponerse a pensar miles de escenarios, en vez de eso iba a hablar con ella y tratar de entenderla.

—¿Cómo te pasó eso?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. El doctor dice que tengo deficiencia motriz. Según entendí cuando mi mamá me dio a luz tuvo algún problema y me afectó en el desarrollo de algo —finalizó la pequeña mientras se acariciaba sus muslos.

—¿Y qué es exactamente lo que tienes? O sea ¿qué sientes?

—Pues, es extraño. Yo puedo mover mis piernas, pero no puedo caminar, además no puedo moverlas bien. No sé cómo explicarlo.

—Ah, ¿y nunca te han llevado a terapias de rehabilitación?

—¿Qué es eso?

—Es lo que hacen los doctores como ejercicios, que te mueven las piernas te hacen masajes y esas cosas —había buscado la manera más fácil de explicarlo, para hacerse entender.

—Sí.  Pero, hasta ahora no sé si podré caminar, supongo que no.

Kai no sabía si sentirse mal por la información que Naomi le compartía o pensar que Akira se había vuelto más estúpido de lo que regularmente era. ¿Acaso él con todo el dinero que tenía no podía buscar al mejor médico del mundo para ayudar a su hija? Era una soberana estupidez.

—Bueno Naomi… ¿qué quieres hacer? —Preguntó Kai, luego de estar un momento en silencio, reflexionando.

—No sé, creo que tú  deberías proponer algo —dijo la pequeña sonriendo y un poco aliviada por haber pasado del tema de su discapacidad, a ella no le gustaba hablar de eso.

—Bien. Entonces déjame pensar un momento.

 

***

 

—Marie, llama a Takanori y pídele que venga, por favor.

—Está bien

Había recuperado a su secretaria, la chica había llorado y le había agradecido como loca por haber revocado la orden del padre de este.

Estaba perfeccionando aquel nuevo plan para mejorar el formato de la revista, pero con tantas cosas en la cabeza no podía concentrarse.

En ese momento su compañero y amigo entró por la puerta se saludaron con un movimiento de cabeza mientras el acabado de ingresar se sentaba frente a él.

—¿Te pasa algo? —preguntó su amigo.

—Es que estoy trabajando en el diseño y no…

—A ti te pasa algo y no es por el trabajo.

Akira se quedó un momento callado, odiaba que Takanori hiciera eso; pero más odiaba que tuviera razón, estaba mal, pero ni siquiera sabía por qué.

—Sí, estoy algo estresado, pero no pasa nada. Además quiero que me ayudes a terminar esto, por favor.

—¿Has tenido sexo últimamente?

Y otra vez hubo silencio.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Es que estás muy tenso y eso te afecta en tu trabajo… ¿tú pidiéndome ayuda a mí para un diseño? Es ilógico.

—Pero nada tiene que ver con eso ¿me vas a ayudar o no?

—Pobre de ti, deberías por fin acabar con toda tu farsa y vivir tu vida como quieres.

—Está bien si no me quieres ayudar, pero deja de restregarme en la cara lo infeliz que soy. Gracias.

—No es eso. Es que me aburre verte así. Pero, tú verás.

Takanori se levantó de la silla y fue tras la de Akira y comenzó a masajearle los hombros, estaba bastante tenso.

—Disculpa, no quería hacerte sentir más miserable.

—Pero lo estás logrando —respondió el rubio con cierta sonrisa en su rostro.

—Ya. Trabajemos.

 

Varias horas después, un almuerzo de por medio y unas cuantas bromas, el trabajo ya estaba terminado, al menos el plan de diseño. Akira había olvidado por un momento toso su estrés, aunque apostaba su vida a que cuando le llevara aquel documento a su padre, terminaría peor.

***

Kai estaba fascinado con lo divertido que podía ser aquello. Habían jugado cantado, él había bailado —lo que él creía que era bailar— y en ese momento estaba haciendo malabares, se sentía bastante relajado, había compartido un gran día con esa niña. La había hecho reír muchas veces y eso le hacía sentirse bien. Amaba ver a los niños reír, es así como siempre deberían de estar, no tenía por qué tener alguna preocupación, ellos niños y su deber era jugar. Eso es lo que Kai pensaba.

Aunque por muy entretenido que estuviera, no podía dejar de pensar en que se le hacía tarde, debía ir a trabajar, sino su jefe y Shima lo matarían.

—Nao. —A lo largo del día había comenzado  a llamar a la pequeña así—. Debo irme, tengo que ir a trabajar. —detuvo su acto y se sentó al lado de la pequeña.

—Está bien, gracias por haberte quedado todo el día. No quiero presionarte o algo así, pero ¿regresarías mañana? —preguntó la pequeña con un dejo de ilusión. Se la había pasado genial y por lo tanto no quería que llegara la hora en que Kai tendría que irse, aun así, quería saber si podía volver a estar con esa persona que tan bien la había hecho sentir.

—No lo sé, ¿tú quieres que regrese?

—Claro. Y si quieres, puedes venir con tu ropa normal, supongo que se te hace incomodo estar así. Se te nota.

Sonrió un poco, la verdad es que sí le incomodaba y se asombró por lo observadora que era la pequeña, asintió. Claro que quería volver a compartir tiempo con Naomi, aunque Shima iba a querer matarlo por dejarlo solo todo el día; pero pensaba poder resolverlo.

—Vendré mañana a la misma hora. Cuídate mucho.

—Gracias, tú también.

Se despidió con su mano y trató de recordar el camino para llegar hasta la puerta por donde había entrado y mientras caminaba, más se daba cuenta que esa casa no estaba hecha para una niña como Nao, todo era peligroso. El único modo de acceso eran las escaleras, supuso que alguien debía cargar de ella para bajar. En verdad era algo muy triste.

Sólo deseó que, mientras él pudiera, ella se sintiera feliz. Y como una persona que merecía ser querida.

Al llegar por fin a la entrada se encontró con la misma señora que lo había recibido en la mañana.

—¿Se va?, tenga. El señor Suzuki me pidió que le entregara esto cuando se fuera. —La señora le tendió un fajo de billetes, él lo vio y negó con la cabeza.

—Dígale al señor Suzuki que no quiero su dinero. Con su permiso —dijo y salió de esa casa. «Definitivamente Akira se volvió más estúpido», pensó «¿cómo va a pagarle a alguien por entretener a su hija? ¿Qué no se supone que la felicidad de alguien no tiene precio?», seguía diciéndose en su cabeza mientras negaba con su cabeza. Quería encontrárselo de frente y decirle lo estúpido que era. «Sí, ojalá lo vea». Y aquello no lo deseaba sólo por su indignación.

 

 

***

Akira no se había equivocado al pensar que ir con su padre le causaría un gran estrés y desgaste mental. Las once menos veinte y él acababa de llegar a su casa, definitivamente, uno de esos días iba a colapsar. Subió las interminables escaleras, hasta eso le molestaba en ese momento, llegó a su habitación y se tiró en su lado de la cama, teniendo cuidado de no despertar a Shizuko. Se desvistió, pero antes de quedarse dormido, se levantó a colocarse un pijama y a ver a su pequeña. Con todo lo que había pasado ese día, había olvidado llamar y preguntar por ella, no sabía cómo se habría comportado aquel payaso, sí supo que llegó porque él aún estaba allí cuando aquel sujeto llegó a su casa, pero se fue sin siquiera hablar con él, definitivamente estaba mal de la cabeza. Deseó algún día poder cambiar.

Entró en el cuarto de su pequeña que ya dormía plácidamente. Se alegró de verla con una pequeña sonrisa en su rostro. Se acercó a darle un beso en la frente.

—Algún día — susurró.

«Algún día yo seré el causante de esa sonrisa»

 

***

Iba directo a la habitación de Naomi para despedirse de ella, eran las nueve con diez minutos, ya se le había hecho tarde —otra vez—, salía de la cocina con una tostada de pan en su boca, mientras se arreglaba el nudo de su corbata que, por alguna razón, se le revelaba y no le quedaba como é l quería —ya era la tercera vez que se hacía el nudo— justo cuando pasó al lado de la entrada principal el timbre sonó, se acercó a abrir la puerta, ya que iba pasando por allí por qué no abrir; pero justo pensó en que debía hacerle caso a su mujer y comportarse como «debía» y dejarle esos trabajos a la servidumbre, porque… pues, porque se quedó en blanco, el pan se cayó de su boca, dejó de anudarse la corbata y estaba seguro que se había puesto pálido.

—K-Kai…

Notas finales:

Yo se los advertí(?) xD.

Después va a haber sexo DD: (fuck yeah, baby!)

La verdad es que no lo revisé. Si hay algún error u horror de ortografía (que de seguro deben haber muchos, recuerden: disléxica escribiendo xD) diganme :3.

Gracias por pasarse ♥

Bye!♥

 

PD:Casi pego como capítulo mi tarea de física xD.


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