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Aiepathy por hexotic

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Las hojas caídas durante el otoño están esparcidas por toda la ciudad, revoloteando a antojo del viento helado de las 5 de mañana. La dirección a la que van es incierta y a veces retroceden en su mismo viaje. Unas suelen caer pero otras se mantienen en el remolino que parece no acabar.

 

Los pájaros le cantan sol, como si fuese una bienvenida, esperando como recompensa un dia de luz y calidez.

 

 

Sehun conduce con toda tranquilidad, va a menos de treinta kilómetros por hora, el motor de su auto no está lo suficientemente estable como para alcanzar otra velocidad.

 

Además, no hay prisa por llegar.

 

 

Él no va a salir pronto. 

 

 

 

 

 

 

En el asiento trasero reposa su abrigo, un par de guantes blancos y una bufanda arrugada en color mauve, la cual se encuentra sobre una caja blanca no muy grande, hasta puede parecer que la protege. Sus lentes para leer están en un espacio vacío debajo de la radio, junto a las llaves de su casa, un paquete sin abrir de cigarros y un par de mentas que le han ofrecido después de sus visitas a restaurantes de comida rápida.

 

El sol sale sin dar mucho calor. Las nubes se mueven suavemente y el vapor del carro hace que se empañen los vidrios; el espejo retrovisor es limpiado un par de veces hasta que se puede ver claramente. La calefacción barata del carro falla un poco, pero da el suficiente calor para conducir sin mucho problema y mantener las manos del conductor en el volante sin tener la necesidad de usar esos feos guantes blancos que el joven mantiene lejos de su vista.

 

El camino a la carretera esta aun más vacio que la ciudad. Ahora son aproximadamente las seis de la mañana y no cualquiera piensa moverse de sus camas a menos de que tengan algo importante que hacer, como Sehun.

 

 

 

El joven de cabello marrón mira de un lado a otro, tratando de no perder detalle de los carros que transitan a su alrededor. Cuidadosamente gira a la derecha para continuar su viaje, cuidando que nadie interfiera en su camino para no causar ningún accidente.

 

 

 

Las melancólicas canciones de la radio aparecen constantemente, parece que se han puesto de acuerdo.  Ahora no puede dejar de recordar viejos tiempos que ahora le causan tanto dolor.

 

 

 

 Aquellos que ya no volverán a ser igual.

 

Viejos recuerdos que van a vivir con él siempre.

 

Viejos recuerdos que compartía con la única persona que ha amado y solo puede ver de vez en cuando.

 

 

 

 

 

 

Después de pensar un poco en su pasado, hace una parada rápida en una tienda de autoservicio.

Su destino esta a otras dos horas y un café será un buen compañero por el momento.

Paga sin redondear los centavos, no dejara que se queden con su dinero al solo comprar unas galletas y un expresso doble.

 

Sehun regresa a su coche, arranca el motor un par de veces y se asegura de poner en un lugar estable su café.

Prende la radio de nuevo y comienza a cambiar las estaciones hasta regresar a donde empezó.

 

 

Canciones dulces suenan mientras el café es amargo.

 

 

 

 

 

El sol se asoma un poco más y después del largo viaje llega a su destino.

 

 

El estacionamiento designado para los visitantes no está pavimentado, un policía hace señas y le indica que baje el vidrio para poder tomar nota de cuantas personas ingresan.

El joven conduce su coche hasta un cajón vacio en la tercera fila, no muy lejos de la entrada y al lado de un viejo roble que no proporciona nada de sombra. Al bajar del auto toma su abrigo y esconde la caja y la bufanda debajo del asiento.

 

Por si acaso.

 

 

El camino del estacionamiento a la entrada principal está pintado con rayas blancas sobre la piedra para dirigir a los visitantes.

 

 

Pero Sehun ya se sabe ese camino de memoria.

 

Son aproximadamente 300 metros desde el estacionamiento hasta una puerta de metal donde se hace una primera revisión a quienes ingresan.

Si alguien no tiene permitido pasar o viene con algún niño o alguien discapacitado, hacen que pase a una sala contigua donde hay una televisión y sillas para esperar.

Las personas que pasan por aquel filtro tienen el paso libre por un pasillo largo y angosto, custodiado por policías y personal del ejército que parece estar separados por solo un metro cada uno.

 

El joven está acostumbrado a transitar por ahí y algunos militares incluso le saludan después de tanto verlo.

 

Al final del largo pasillo, una puerta de cristal es visible y es ahí donde ha de esperar alrededor de otras dos horas mientras se forma en una fila.

 

Hoy no es tan larga como otras veces le ha tocado pero siempre le aburre el que no haya ni un solo ruido que le acompañe en el momento. Además de que no puede ni entrar con su celular para jugar aquel tonto juego que descargó ayer.

 

La fila avanza lentamente y se da percata que el blanco de las paredes de hace una semana había sido cambiado por un gris intenso y el olor a pintura fresca en un ambiente tan cerrado le mareaba un poco.

 

 

Después de pensar las posibles razones por el cambio de color, joven Sehun juega con los botones de su abrigo, abrochándolos en diferentes patrones para matar el tiempo.

 

 

Ve a las personas pasar una por una. Todos deben registrarse en la recepción donde se debe llenar un formulario con datos de quien va y a quien busca, además de dar una explicación de su visita.

 También se debe dejar una identificación y se le toma una foto que se guarda en el archivo de la policía federal y en una base de datos por si algo más pasa.

 

 

La fila sigue avanzando lentamente. No sabe qué hora es pero es seguro que más de una hora ha pasado.

La buena noticia es que quedan tres personas más por registrarse y será su turno.

 

 

 

 

Al momento de llegar y solicitar el formulario, su voz tiembla un poco, pero agarra aire y lo repite de nuevo. La señorita encargada le da la hoja y le indica que tome un lapicero, el joven empieza a escribir sus datos y cuando llega a la parte donde debe explicar porque ha ido, hace lo mismo que todos los años.

 

 

 

 

 Solo escribe “lo extraño”.

 

 

 

La señorita encargada de este trámite le sonríe tiernamente. Lo ha visto tantas veces ahí que siente tristeza por el joven y hasta le tiene un poco de cariño al ver su empeño en ir semana tras semana, cada sábado durante años sin parecer fastidiado.

 

 

A quien visita tiene una cadena perpetua.


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