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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola a todxs,

 

Espero se encuentren muy bien. En esta ocasión les traigo un capítulo bastante dramático.

 

Quiero agradecer a las personas que comenzaron a seguirme en mi red de X (Twitter), que para quienes aún no me siguen me encuentran como @GALEV_

Que en esta red pueden seguir mas de cerca mi actividad, info sobre actualizaciones, interactuar conmigo por DM, ver mis dibujos y contenido adicional que subo con regularidad.

 

Sin más preámbulo, los invito a leer.

Capítulo XLII: Perderse de vista

 

Justo después de que el Doctor Adam abriera la puerta del cuarto, Galen recogió con apremio su ropa y se vistió tan rápido como le fue posible –fallando en abrocharse al menos un par de botones de su camisa – y entonces, sin ser capaz de mirar al amigo de su madre a la cara, lo rodeó para salir de la habitación. Bajó los escalones que daban al recibidor casi corriendo y llegando allí abrió la puerta para salir de la casa. Ya fuera, con los brazos cruzados sobre su pecho, caminó a paso veloz por las banquetas bañadas de la luz ámbar de los arbotantes, hasta que en la acera frente al Boulevard Independencia se detuvo y le hizo la parada al primer taxi que vio transitar por la carretera.

Sabía que estaba huyendo, pero se sentía tan agobiado en ese momento que sólo estaba pensando en alejarse de la casa del Doctor, para así no tener que afrontar la realidad. ¡Y vaya realidad! El doctor Adam —aquella persona amable que lo conocía desde que era un bebé, aquel quien casi podría decirse que era como un miembro más de su familia — los había encontrado a Rommel y a él dándose tremendos besos desnudos en la cama. Qué posición más comprometedora, y eso que poco le faltó para encontrarlos tocándose.

Al principio del recorrido, el taxista había hecho algunos intentos por entablar una conversación con él, pero ya que la respuesta por parte de Galen terminaba en cada uno de los intentos siendo un mero asentimiento distraído de cabeza, el hombre desistió al poco tiempo. Galen no solía ser descortés por lo general, ni siquiera con los extraños, pero en ese momento mismo su mente se empeñaba en rumiar la idea de que aquello que había pasado era terrible, y como para hacer énfasis no podía dejar recordar la cara desencajada que hizo el Dr. Adam cuando recién los vio. Tenía muy presente la forma en que cada uno de sus rasgos faciales se tensó para dar lugar a una mueca de sorpresa, en la cual creyó ver una similitud con la que su madre hizo el día que miró a los homosexuales de la plaza frente a la Catedral, antes de que su tita se persignara con mucho escándalo.

Mientras más pensaba en ello, más mala le parecía que era la situación. Era la primera vez que su noviazgo se enfrentaba a la mirada ajena —sin contar a Mario— y eso lo había hecho sentir mucho más expuesto que el mero hecho de estar desnudo.   

En ese momento comenzó a reprocharse a sí mismo por haber sido tan ingenuo de creer que una relación con Rommel iba a funcionar así, sin más, sin que ninguno de ellos, tarde o temprano, saliera herido, en un mundo donde lo suyo era visto como una perversión tan repugnante, que a todo mundo asqueaba, y la cosa no terminaba ahí, sino que aquello entre los dos era considerado una trasgresión tan profunda contra la propia naturaleza que ni siquiera el mismo Dios Padre tendría piedad de sus almas.    

Cuando el taxi lo dejó en la esquina de donde vivía, a unas cuantas casas de la vecindad sintió que no podía más y, sin poder reprimir las lágrimas, comenzó a llorar.

Lloró culpándose a sí mismo por sentir que no podía encajar como debería en el cajón de la masculinidad. Por no poder sentirse genuinamente como ese hombre fuerte que se suponía debía de ser, y que todo mundo esperaba que fuera. Por todas aquellas veces que se veía sólo como un actor interpretando el papel que alguien más le había impuesto.

Sentía tanta vergüenza de que alguien lo había descubierto de aquella forma tan humillante…

«¡¿Por qué no puedo ser una persona normal?!», se decía Galen con enojo dentro de su mente.

Creía que ahora el Doctor Adam pensaba que él era un afeminado, y lo peor era que él mismo suponía que quizá aquel era el apelativo que mejor le quedaba.

Era repugnante.

Se odiaba tanto a sí mismo. Se odiaba por ser tan delicado. Por sentirse como alguien frágil y demasiado sensible a comparación de otros hombres. Así como por haber terminado en una relación homosexual con su mejor amigo, donde él era, al parecer, quien asumía «el rol de la chica».

Pero además de ese odio también sentía mucho miedo. Creía que si develaba a alguien su verdadero ser aquello sería motivo de humillación. Estaba seguro de que todo mundo iba a agredirlo, a rechazarlo, o a burlarse de él. Además de que su madre – quien apenas en esos últimos días había comenzado a externar más su cariño hacia él— iba a repudiarlo.

Estaba seguro que la cara de su madre se llenaría de asco y vergüenza si llegaba a enterarse de lo de su noviazgo con Rommel. Y peor aún si el Dr. Adam llegaba a contarle en qué posición fue que los vio.

No podría lidiar con eso. Se conocía a sí mismo. Su vida se volvería una pesadilla de la noche a la mañana. No quería tener que volver a sentirse así, completamente solo y despreciado. Excluido de todos a su alrededor. Sentir aquello que había sido su vida en sus escuelas todo el tiempo ahora también en su casa. No. No se sentía capaz de poder soportar eso. No podría aguantar las miradas de desprecio de su madre o de su tita. Todo por aquellas desviaciones suyas.

Galen continuó llorando en una jardinera escondida a unas cuadras de la vecindad donde vivía hasta que sintió que pudo lograr calmarse un poco, y una vez estuvo seguro de que tenía ya un semblante normal, caminó hacia su casa.

Su mamá y su tía se sorprendieron al verlo llegar. Se suponía que ese día se quedaría con Rommel. Pero ahí estaba.                             

Ya para esos momentos sus ojos ya no daban indicio de que momentos antes habían estado llorando, pero de todos modos era evidente que algo andaba mal con él. Su mamá y su tía pudieron percibirlo, pese a que él las saludó con una sonrisa fingida.

—Rommel me dijo que tenía que ir con la psicóloga temprano y le dije que no quería que se desvelara por mi culpa —mintió cuando le preguntaron por qué había regresado antes.

—¿Y qué tal la fiesta, ‘mijo? —preguntó su tita.

—Bien. Estuvo bien padre… Hubo mucha gente… Me regalaron muchas cosas… —Galen bajó su mirada al recordar que con todo lo que había pasado dejó olvidados sus regalos en casa del Dr. Adam.

No quería volver a ver al Dr. Adam

Fingió bostezar con fuerza.

—Perdón, la verdad es que tengo mucho sueño… Creo que ya es hora de que me duerma… Descansen.

Sintió la mirada preocupada de su madre perseguirlo hasta su habitación. Y sólo se deshizo de ella cerrando la puerta tras de sí.

Entonces se dejó caer sentado en el piso, de espalda a la puerta, y abrazó sus rodillas. Sin siquiera notarlo había comenzado a llorar de nuevo.

Quería dejar de sufrir… Quería que su cerebro se detuviera. Que se callaran todas aquellas voces que lo agredían.

Oh, no. Escuchó unos pasos detenerse frente a la puerta y luego unos toquidos. No quería abrir. No podía dejar que su madre lo viera así… Pensaría que era débil.

Su padre se lo decía muy a menudo «Los hombres no lloran» y ahí estaba él, llorando como una niñita

—Hijo, ¿puedo pasar? —escuchó la voz de su madre tras la puerta. Se encontraba justo a menos de un paso de su espalda, sólo separados por la delgada lamina de madera hueca.

—¿Qué pasó, mamá? En verdad tengo mucho sueño… Ya estaba medio dormido —Galen fingió una voz adormilada.

—¿En verdad todo está bien contigo?

La pregunta hizo que su corazón comenzara a bombear muy rápido. No quería que su madre se hiciera ideas. Si ella comenzaba a pensar que algo iba mal con él trataría de averiguar qué sucedía y podría terminar enterándose por medio del Dr. Adam.

—Mamá, mira, está todo bien, es sólo que sí tengo mucho sueño porque todo el día me ha dolido la cabeza y ya me quiero dormir, ¿está bien?

—Bueno, hijo, descansa…

Su madre torció un poco la boca del otro lado, mirando hacia la puerta con perspicacia. Pensó que quizá se había peleado con Rommel y sencillamente no quería hablar de eso. Habría sido algo normal entre dos adolescentes, suponía.

Aunque hablando de este último, no sabía por qué, pero desde hacía tiempo que había comenzado a experimentar un poco de celos hacia él. Su hijo muchas veces no hablaba más que de Rommel. Como si nada fuera más importante que el otro chico. Y el problema era que ese muchacho parecía vivir en un ambiente muy diferente al de Galen. Tenía que admitir que se veía como una buena persona, pero venía de un mundo mucho más hostil, y tenía miedo que esa hostilidad alcanzara a Galen.

Ella giró su cuerpo y recargó su espalda en la puerta. No sabía qué hacer. Sentía que no había sido una buena madre para su hijo hasta ahora. Con culpa desvió su mirada al piso y cubrió sus labios con el dorso de sus dedos. Sabía que Galen se había sentido apartado de ella toda su vida por muchas cuestiones, y después de que su padre los abandonara, ella quizá lo había hecho sentir aún más apartado, ya que –por desgracia para ella— su hijo era físicamente muy parecido a él.

Con amargura pensó que quizá Galen encontraba en Rommel la atención que ella nunca supo brindarle. Y con ese último pensamiento en la mente, quitó el apoyo de su espalda de la pared y caminó de nuevo hacia la cocina, donde la tía Adelita veía un capítulo de “Mujer, casos de la vida real” en el canal de las estrellas.

 

*

 

Al día siguiente Rommel se presentó muy temprano a la casa de Galen. Era sábado y por ende éste no iría escuela.

Su mamá lo había recibido en pantuflas y pijama. Para esa hora estaba preparando el desayuno –unos huevos revueltos con salchicha y pan blanco tostado con mantequilla— y lo invitó a desayunar.

El muchacho dijo que ya había comido un sándwich, pero aun así accedió. Se sentó a la mesa y la tía Adelita le sirvió un café de olla que ella misma había hecho. Y como un café sin pan parecía algo demasiado sobrio — pese a ya haber comido algo antes— tomó una concha de chocolate que había en un plato y la engulló con gusto. 

Galen entró poco después a la cocina. No traía el pijama en ese momento, ya que había decidido ponerse su ropa al escuchar que tenían visita, más no supo que se trataba de Rommel hasta que lo vio sentado a un lado de su tita.

Cuando sus miradas se encontraron se sintió incomodo y no supo qué decir, así que sólo lo saludó un poco con su mano. Observó que –gracias al cielo— el muchacho no estaba usando la ropa de delincuente que traía la tarde anterior, sino una playera negra junto a unos pantalones verdes de camuflaje, como los del ejército. Debía admitir que ese look lo favorecía mucho más.

Después de saludar a su madre y a su tita también, se sentó a la mesa y su mamá le sirvió el desayuno. Sin decir mucho él comenzó a comer, y mientras masticaba notó que Rommel de vez en cuando le dedicaba una mirada, misma él trataba de evadir.

 ¿Por qué había tenido que ir?, pensó, él no quería verlo…

Aparentemente le había ido a llevar sus regalos, ya que los había visto en la mesa larga del comedor cuando salió de su habitación. Pero no quería estar con él…

Ese día simplemente quería desaparecer. Desaparecer de la faz de la tierra y que todo siguiera su curso sin él… Pero, para su mala suerte, el tiempo tenía que continuar, aunque él se sintiera tan abrumado…

Rommel había llevado una rebanada grande del pastel de cumpleaños y su tía le estaba preguntando por qué se veía negro con genuina preocupación. El chico le dijo que era por el colorante negro que se le agregó al betún, y le platicó que le habían dado color al pan con mucho jugo de betabel. Su madre y su tía le escucharon con atención, pero él sólo podía pensar en que se sentía en verdad terrible en ese momento.

—Disculpen, voy a ir a la tiendita ¿Alguien quiere algo? —Galen anunció de repente.

Todos lucieron sorprendidos por un instante, luego del cual su tita contestó que no, así como su mamá.

—Yo te acompaño—exclamó Rommel.

—Ok—Galen lució resignado.  

Cuando llegaron a la tienda Galen miró los chocolates. Puso uno pequeño en el mostrador y Rommel se le adelantó para darle el dinero a la empleada que atendía.

—Gracias—masculló Galen en voz baja, tomando su chocolate para salir de ahí, junto al otro chico.

Ya estando afuera Galen desenvolvió el chocolate y lo metió en su boca sin mucho ánimo, mirando hacia la acera. Se entretuvo mirando como a unos cuantos pasos había un pajarillo muerto cubierto de hormigas, las cuales venían en fila desde algún punto lejano.

—Galen, ¿Está todo bien? —le preguntó Rommel.

—… No lo sé…

—¿Me puedes decir qué es lo que piensas?

Por un instante Galen dejó de observar el festín de las hormigas para mirarlo, pero no tardó en volver la vista abajo. No quería decir nada. Así que sólo dejó que en silencio el sabor del chocolate se disolviera despacio en su boca.  

—Sé que lo del Doctor te dio mucha pena y a mí también, un chingo, pero quiero que sepas que todo está bien, Galen.

Al escuchar su nombre, éste lo miró. Rommel tenía una media sonrisa, que pretendía querer inspirarle confianza.

—Después de que te fuiste el Doc se quedó muy preocupado por ti, ¿Sabes?… Yo pensé que me iba a regañar así bien cabrón por cómo nos cachó, pero no… Fíjate que es chido el vato. Digo, sí me dijo que no se sentía a gusto de que lo hiciéramos en su casa, pero que había algunos motelitos cerca y hasta me dio unos condones por si alguna vez los necesitamos, mira —el muchacho sacó de uno de los bolsillos de su pantalón dos preservativos dentro de un envoltorio metalizado morado para mostrárselos.   

Él desvió la mirada, ruborizándose un poco al ver los preservativos.

—Rommel… Hay algo de lo que tengo que hablar contigo —dijo Galen serio.

—¿Qué pasó? —le preguntó este, guardando los condones de nuevo en su bolsillo.

Galen tomó aire antes de continuar.

 —Creo que debemos terminar —expresó.

—¿Qué? —Rommel desplomó la quijada.

—Pues eso, que creo que debemos terminar…

—P-pero ¿P-por qué?

Galen evitó hacer contacto visual con él. Sabía que Rommel no lo tomaría nada bien.

—Pues, porque esto no está bien, Rommel. Tú mismo lo dijiste antes de que empezáramos a andar, esta relación no nos llevará a ningún lado... Además, no quiero que mi familia se entere de nosotros…   

—A ver, pero… No entiendo ¿Por qué tendrían que enterarse? No es como que les vayamos a decir —rebatió Rommel.

—No, no nosotros, pero tal vez alguien más…

—Galen, si es por el doctor no te preocupes, él no va a decirle nada a tu mamá o mucho menos a tu tita, lo único que me dijo es que no quiere que nos de SIDA o algo así…

La sola mención del SIDA pareció incomodar a Galen, a quien la idea de que el Dr. Adam pensara que sostenía relaciones sexuales de riesgo con hombres lo hacía sentir de alguna forma sucio.

—Rommel, no entiendes… No quiero que nadie nos vuelva a mirar así.

—Pero eso no va a volver a pasar, Galen. El Doctor me dijo que volvió antes porque alguien le llamó a su celular para decirle que nos habían visto salir tomados de la fiesta de Mario. Estoy seguro que fue el pinche Memo. Pero ya, no importa… Con que vayamos a un motelito, como el mismo Doc dijo…

—Rommel, no, sólo escúchate lo que estás diciendo, ¿Quieres decir que Memo lo sabe? —Galen pareció aún más mortificado y se sujetó la frente con la palma de su mano.

—¿Y a quién le importa ese imbécil?

—A mí. A mí me importa, porque si él lo sabe pronto en mi salón también lo van a saber. Nadie va a querer volver a juntarse conmigo.

Rommel tensó la mandíbula, y apretó los puños contemplando — con un naciente sentimiento de furia— la forma en que Galen decía esto, evitando a toda costa mirarlo a los ojos.

—¿Y qué? ¿Por qué le das tanta importancia a que aquellos pendejos no quieran volver a juntarse contigo? Se nota que ni siquiera son tus amigos de verdad, y la neta ¿Te digo algo? Qué bueno, porque no valen ni poquita verga.

—Eso es lo que tú dices, pero no estás en mi lugar. No sabes lo que es tener que ir forzosamente día tras día a un lugar donde toda la gente te odia y se burla de ti. Es un infierno.

—Quizá no así, pero tuve que vivir años bajo el mismo techo que mi padre, que es lo mismo, o poquito peor, sólo porque además me metía unas buenas putizas, nada más porque al culero se le ocurría.  

—Rommel, en verdad me hace sentir mal lo que pasaste con tu padre. Pero yo no siento que pueda con esto.

—¿A qué te refieres con “esto”?

—Ya te lo dije, que no quiero que nadie me vuelva a mirar así, y mucho menos mi familia. Y sobre todo, que me empecé a sentir incomodo.

—¿Incómodo cómo?

Galen se mordió los labios. Sintió que había hablado de más. No era su intención que Rommel supiera de su crisis sexual, en la que su mente se contradecía deseando que Rommel lo dominara, pero al mismo tiempo sintiendo vergüenza por ello.

—Ya te dije… Incómodo por el miedo de que mi familia vaya a enterarse y que siento como si estuviéramos haciendo algo malo.

—Galen —Rommel suspiró profundamente antes de continuar —… Mira, yo a veces también siento que estoy haciendo algo malo, por todo lo que luego uno escucha que dice la gente, pero cuando estoy contigo siento que, no sé, que me vale madre lo que la gente piense, mientras yo pueda seguir sintiéndome, tú sabes, así.

Galen sintió que las lágrimas comenzaron a picarle detrás de los ojos cuando dijo con una voz ahogada —: Lo siento, Rommel.

Cuando terminó de decir esto sólo hubo silencio. Rommel permaneció pensativo. Era como si de pronto le hubieran conectado un buen gancho a la mandíbula. O al menos ese fue el tipo de sacudida que sintió en su cerebro ante las palabras de Galen.

—Tú no te sientes así, ¿verdad? —preguntó el susodicho con una voz dolida —¿No te gusta estar conmigo?

—Escucha, no es tal cual así. Me gusta estar contigo, pero siempre hay algo en mi mente que no me deja estar en paz. Es como si tuviera algo que constantemente me dijera que lo que estamos haciendo está mal…

—Pero tú fuiste el primero que me insististe que querías esto —Rommel pareció frustrado —. ¿Es que nada más querías ver qué se sentía andar con un vato?

—No. Yo jamás te usaría, Rommel. Por favor, no quería que las cosas fueran así, sólo ya no puedo estar contigo…

Galen mordió sus labios después de lo que dijo, y con arrepentimiento miró a Rommel. Lo observó respirar por la boca sobrecogido, mientras sus ojos se enrojecían y se llenaban de lágrimas. Le habría gustado decirle algo que mejorara la situación, más no supo qué.

—Ahora ya entiendo porque —dijo Rommel cuando el sentimiento lo dejó hablar —… Ahora ya entiendo por qué cuando te dije que te quería tú no dijiste nada…

Aquellas palabras lo atravesaron como una flecha helada.

Él no quería lastimar a Rommel, sólo quería que la situación no terminara por convertirse en algo mucho más grande. No había sido su intención hacerlo llorar…

—Por favor, no digas eso… Yo te quiero.

—¡No! ¡No es cierto! porque si así fuera no me estarías mandando a la chingada, Galen. Dices que te sientes incómodo conmigo, pero es la primera vez que me lo dices… Inclusive antier nos prometimos que nunca íbamos a abandonarnos, y eso es justamente lo que estás haciendo.

Rommel terminó la oración rompiendo en llanto. Las densas lágrimas se desprendieron de sus ojos y le empaparon la cara. Nunca lo había visto tan hecho pedazos.

—Yo no pienso abandonarte —repuso Galen tratando de calmarlo —. Si tú quieres podemos seguir siendo amigos como antes…

—¿Amigos? —preguntó Rommel, limpiándose con coraje la nariz con el dorso de su mano — ¿Neta piensas que me puedes cortar y que todo va a volver a ser lo mismo entre nosotros? ¿Qué te pasa? ¿Piensas que soy tu juguetito?

—No, no eres ningún juguete para mí, por favor no digas eso.

—Entonces dime ¿Por qué chingados si tú sabías que las cosas no estaban bien entre nosotros me dejaste ilusionarme tanto? ¡Eso no se pinches vale! —gritó Rommel conectando un puñetazo con el muro que se erguía a espaldas de Galen.

El golpe resultó tan fuerte que algunos trozos de pared desquebrajados cayeron al piso cuando despegó el puño. Y sobrecogido Galen se sintió aliviado de no haber sido el objetivo. Sin embargo, también le preocupó que alguien lo hubiera visto hacer eso, por lo que miró hacia alrededor, encontrándose que por la acera de su lado derecho se encontraba pasando Doña Tomasita – una anciana que vivía enfrente de su casa – con sus bolsas del mandado.

Ambos chicos la dejaron pasar compartiendo un silencio incomodo y entonces se vieron a la cara de nuevo.

—Yo ya no quiero ser sólo tu amigo, Galen. Yo ahora quiero otra cosa contigo, pero si tú no, entonces no tiene caso… Tú eres el que rompió nuestra promesa…

—Yo no soy el que está rompiendo la promesa… Tú eres el que no quieres ser mi amigo…

—Galen, ya déjate de tanta pinche mamada y sólo dime la neta. ¿Te empezó a gustar Memo? ¿Verdad? De volada se ve que el vato anda detrás de ti…

Lo que dijo le molestó. No entendía por qué los celos hacia Memo nunca pudieron desaparecer.

—¿Por qué dices eso? ¿Crees que me va a hablar bonito y voy a irme con él?

—Sólo digo que de seguro el vato no quita el dedo del renglón contigo en ningún pinche momento nunca. Todos los días ahí en tu escuela, en tu mismo salón. Y luego ese regalito caro…

—Ya basta. Te he dicho un millón de veces que no me gusta Memo. Ya te dije que es lo que pasa…

Sus ojos también se pusieron vidriosos.

Rommel miró hacia el piso y soltó un suspiro que más bien pareció un sollozo.

—Como sea, ¿Sabes qué, Galen? No pienso estarte rogando. Si eso es lo que quieres, pues es muy tu cuento. Sólo déjame te dejo algo bien claro: No soy un pinche juguete con el que puedes hacer y deshacer a tu antojo, y con eso quiero decir que espero que estes bien seguro de la decisión que acabas de tomar, porque después de ahorita no quiero volver a toparme contigo nunca en mi pinche vida ¿Entiendes?

—Rommel…

Galen no supo cómo continuar. Sabía que Rommel tenía razón en estar molesto, pero no quería perderlo por completo.

—Yo ya te dije lo que te tenía que decir. Adiós, Galen.

Y habiendo dicho esto, se giró para comenzar a caminar hacia el lado contrario.

En ese instante, Galen tuvo que luchar contra el impulso de alcanzarlo para disculparse.

«Es lo mejor», se dijo tratando de convencerse a sí mismo, mirando a través de una cortina de lagrimas cómo Rommel se alejaba por la soleada acera, antes de perderse de vista detrás de una barda…

Notas finales:

Gracias por leer esta historia. Si te gusta mi contenido puedes escribirme un review, o hacérmelo saber por X.

 

Les comento que es día de actualización también de un dibujo mío en X, el cual hice con mucho cariño para ustedes.

 

Los quiero mucho, nos vemos hasta la próxima.


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