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Bruises por Un Pan Tostado

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Notas del capitulo:

Soy malísima para los resumenes, lo siento :c 

Jamás me ha gustado el camino de regreso del instituto a casa, el cual consiste en callejuelas oscuras, sucias, descuidadas y sobre todo peligrosas. Lo que más detesto de todo eso es que yo encajo perfectamente bien en el panorama.

El matón y abusivo Kim Jonghyun. El uniforme siempre desarreglado siempre le trae problemas con los profesores, aunque no más que por sus constantes peleas y poco desempeño en clase. Caminando a paso lento pero tan amenazador como su penetrante mirada. Si no traía una mueca de molestia en la cara era porque había sido reemplazada con una desagradable sonrisa burlona.

Ese era yo. Temido por alumnos y hasta algunos profesores. Odiado por todos. Sumido en un profundo pozo de rechazo. Pero no importa, porque mis sentimientos hacia toda esa escoria son recíprocos. 

Las peleas callejeras eran cuestión de todos los días, y ese Jueves no era excepción: Geun Kwan y su fea cicatriz de medio rostro se acercó a mí dando zancadas y tiró de mi chaqueta hasta que quedamos dentro de ese viejo almacén abandonado. El muy cobarde siempre tratando de esconderse de mirones que pudieran acusarlo, o más bien de quienes lo vieran perder, como cada vez que osaba enfrentarse a mi poderoso puño…

Aunque esta vez sería una excepción.

Entendí el motivo de esa desencajada sonrisa psicópata al ver cinco figuras rodeándome. Ni siquiera hice el esfuerzo de pelear y mejor me protegí la cabeza; no había manera de salir bien en una pelea de seis contra uno, ni siquiera para mi, y mucho menos y a pies y puños impactando contra mi cuerpo se le sumaban objetos de fierro. 

Fueron minutos eternos, pero por fin llegó el momento que tiraron sus armas y se largaron riendo, no sin antes cada uno propinarme un último puntapié de despedida. 

Cuando me quedé completamente solo, tirado en el frío cemento envuelto en oscuridad me permití derramar un par de lágrimas de dolor. Permanecí ahí hasta que logré recuperar el aliento por completo y armándome de las pocas fuerzas que me quedaban me puse de pie. 

Mi ceja derecha y mi labio inferior sangraban escandalosamente, así que decidí cubrirme con la chaqueta hasta llegar a un baño público para no hacerme notar en el camino y lavarme bien. Quitarme la chaqueta fue la tarea más dolorosa del mundo; seguramente tenía algo fracturado dentro. 

No fue hasta bien entrada la noche que me paré frente al departamento veintitrés con una bolsa de caramelos de mantequilla en la mano; Sus favoritos.

Inhalé hondo y giré la perilla, para que la primera cosa que encontrara al entrar fuera su resplandeciente sonrisa de bienvenida. 
Lee Jinki era sólo un par de años mayor que yo. Estudiante universitario ejemplar, siempre tenía algo bueno que decir para todos, disposición para ayudar a quién lo necesitara en todo momento y una enorme sonrisa en el rostro. Atractivo, amable, humilde, inteligente, tranquilo…tal vez su único defecto podría ser el hecho de que era sumamente torpe, pero más bien yo lo veía como una cualidad sumamente adorable.

En difícil creer que una persona tan cercana a la perfección como él y un bándalo como yo hubiéramos cabido en un mismo lugar, a la misma hora: El Bar de Min Hyuk. Fue un Viernes del mes de Abril. Él había sido invitado a una reunión por sus amigos universitarios para celebrar el fin de los exámenes y después de mucha insistencia había terminado accediendo. Apenas unos minutos después, asfixiado por el penetrante hedor a cigarro y alcohol, salió a tomar un poco de aire fresco, y ahí fue donde me encontró: tirado en el suelo, sucio, golpeado y hasta el tope de cerveza. 

Claro que eso me lo había contado él; yo estaba muy borracho como para recordar si quiera mi nombre en esos momentos. Lo que sí recuerdo es haber despertado el día siguiente con una pesada cruda, pijama calientito y un desayuno en la mesita de noche de a lado, metido en la cama de un desconocido. No estoy seguro si sentí miedo o sólo desconcierto — ¿Quién demonios despierta después de estar inconciente en un bar envuelto en pijamas de franela? — pero ese sentimiento al ver esos pequeños ojitos por primera vez….de sólo recordarlo mi corazón vuelve a latir tan rápido como en ese momento.

Después de eso lo ayudé con sus proyectos universitarios como compensación. Cuando el verano comenzó, a pesar de que no había trabajo que hacer, seguí yendo a verlo. Se volvió una costumbre y el jamás me negó la entrada. Salíamos a pasear, comer o nos quedábamos en su departamento viendo películas de acción. A veces simplemente se nos iba el día charlando. De todo y de nada. 

A pesar de que ambos entramos a la escuela, mis visitas continuaron. Desde que salía del instituto hasta bien entrada la noche. No importaba que el estuviera ocupado, me bastaba quedarme en el sofá observándolo trabajar en silencio. Pronto su compañía se volvió una verdadera necesidad.

No me di cuenta del día que comencé a vivir oficialmente con él. Yo tenía problemas en casa, y él me ofreció el cuarto extra de su humilde morada. No era mucha la diferencia a antes, salvo porque después de cenar no tenía que despedirme y me despertaba el aroma de sus panqueques favoritos como desayuno.

Se acercó a mí y su sonrisa se borró por completo al reparar en mi pómulo morado. 

— ¿Has peleado de nuevo? — la preocupación ocultó por completo el reproche de su pregunta. Acarició con las yemas de sus dedos la zona afectada y yo retiré la cara involuntariamente por el dolor cuando hizo algo de presión. Le devolví la sonrisa para restarle importancia. 

— No es nada.

— Sabes que odio que lo hagas, Jong.

— Ya te dije que no es nada. ¡Mira! Te he traído dulces. Sé lo mucho que te gustan.

Tomó la bolsa de caramelos, emocionado, pero luego sacudió la cabeza y volvió a adoptar su semblante serio.

— Quítate la camisa.

Fruncí los labios.

— Onew, no es necesario…

— Que te la quites.

Ese tono de voz no me dejaba mas que ceder. 

Notó que me estaba costando un mundo de esfuerzo quitarme la prenda y acudió a mi auxilio, con tanto cuidado que no sentí nada.

Ahogó un grito y yo bajé la mirada para examinarme. Era como un dálmata de manchas rojas, moradas y hasta negras. Unas cuantas cortadas para sazonar la gravedad del asunto.

— ¿No es nada? — escupió, sarcástico, paseando su mirada por mi hombro.

— Ya te dije que no te preocupes.

Me levantó el rostro con suma delicadeza y me lanzó la mirada. Esa maldita mirada llena de preocupación y súplica que me dedicaba cada vez que se enteraba que me había metido en algún problema. Eso valía como mil sermones y me dolía más que veinticuatro patadas en el pecho.

Supongo que vio el arrepiento en mis ojos a los pocos segundos, porque esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción…

— Nunca más, por favor.

…y me besó. Hizo un recorrido de mi ceja, por mi pómulo hasta mi boca. Un beso gentil sobre mi herida, como si de verdad lo estuviera curando con sus labios.

Cerré mis puños en los costados de su playera, pero cuando hizo un además de separarse las subí rápido para atraerlo y besarlo de nuevo. 

Mis manos temblaron — el efecto gelatina que sólo él conseguía en mí — dándole oportunidad de escapar y ordenarme ir a su habitación para embadurnarme el cuerpo con cremas para hematomas. 

— ¿Y si mejor sólo me curas a besos y ya?

Se le subieron todos los colores al rostro. Mi risa terminó en un alarido de dolor cuando hizo un poco de presión en una de las heridas de mi pecho como venganza. 


Unos minutos después ya estaba arropado en su cuarto mientras él me preparaba una infusión de manzana y algo de cenar. 

Suspiré y hundí mi nariz en sus suaves sábanas, con ese delicioso aroma proyectando bonitas memorias en mi cabeza. Había una en especial que me encantaba rebobinar y repetir, una y otra vez en mi cine mental:

Domingo, seis meses atrás. Había tenido una espantosa pesadilla en la que despertaba y no lo había encontrado por ningún lado. Cuando desperté hecho un mar de lágrimas y cubierto de sudor él ya había acudido a mi cuarto deprisa para saber que ocurría, despertado por mis gritos con su nombre escrito. No tuve que explicarle nada cuando ya estaba acurrucado a mi lado, acariciándome el cabello y susurrándome una melodía para calmarme. Entonces exploté y estiré mi cuello un poco hasta poder besarlo. Fue apenas un roce que logró acelerar mi ritmo cardiaco y enviar descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Cuando nos miramos a los ojos no hicieron falta explicaciones. Sólo sonreímos en la oscuridad y nos acurrucamos juntos para volver a dormir, que al día siguiente había que pararse temprano para ir a clases.

Y desde ese momento todo cambió, y fui más feliz que nunca. Más feliz que nadie en este planeta tierra ¡y vaya que la tierra es enorme!

— ¿De qué tanto te ríes?

— ¿Eh? — Me incorporé, saliendo de mi ensimismamiento — Oh, nada, nada. 

— Pareces un psicópata.

Dejó una bandeja con dos sándwiches y vasos de leche sobre la cama y tomó el control del televisor. Me di cuenta que llevaba una bendita alrededor de su dedo pulgar.

— Estoy seguro que eso no estaba hace un par de minutos.

— Me he quemado calentando el pan del sándwich — sonrió tímidamente, rascándose la nuca — No es nada.

Se sentó a mi lado, dispuesto a concentrarse en nuestra serie policiaca favorita, pero me robé su atención tomando su rostro entre mis manos.

— La próxima vez yo me encargaré de calentar. Tú siempre te estás quemando. No vuelvas a acercarte a la estufa.

— Ya te dije que no es n….

— Nunca más — le interrumpí.

Escuché su risa al darse cuenta hacia dónde iba todo eso antes de presionar mis labios sobre los suyos una vez más. 

— ¿Y el besito para mi dedito?

— Cállate, Jinki.


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