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El destino de un amor por Athena vamp assamita

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El destino de un amor (miloxcamus)


Un viento suave soplaba, la brisa de ese mar cercano era tan delicada al pasar entre sus cabellos como las carisias que alguna vez se le avían sido otorgadas, ese aroma estaba completamente impregnado en el ambiente y ahí, entre susurros de olas rompiéndose el secreto de un sentimiento tan fuerte como los mismos dioses, pero tan frágil como la mas preciada joya de cristal, había pasado ya el tiempo, tan cruel, tan despiadado que dejaba heridas sangrantes que solo el beso de una sola boca podría curarlos, boca que hoy ya no besaba sus labios, que ya no susurraba en sus oídos, que ya no mencionaban su nombre.

Hacia ya tiempo que el amor de su vida, aquel que forjaba sus sueños se había ido de su lado, había preferido seguir a su orgullo que a su corazón, y el, con su corazón roto lo había visto partir con ese porte tan elegante, con ese rostro imperturbable y ese gesto tan frió que a pesar de todo lo derretía; era doloroso pensar que todo eso había terminado mas pronto de lo que empezó y que a pesar de todo el aun sentía esas carisias en su cuerpo a diario con la misma intensidad que se habían convertido en fibras de su piel y en secretos de su corazón.

Aquel joven que llevaba toda la noche sentado a orillas del mar viendo como por cada ola que pasaba en sus ojos se formaba una lagrima mas, por fin se levanto como si esa arena bajo sus pies no quisiera que se alejase, como si ese fuera el único lugar en el que pudiera sentir que su vida aun tenia sentido, con tal pesadez se levanto, no deseaba pensar, no deseaba reír, ya no deseaba llorar y mucho menos vivir, aun así, viviría por el, reiría por el, pensaría en el, seguiría por el, aun que eso significara el fin de su propia cordura, eso ya no le importaba por que su locura la había conseguido el, con un beso dado por esos labios que cualquiera hubiese pensado eran gélidos, y en cambio lo inundaron de un fuego tan apasionado que todo su dolor se convirtiera en cenizas y solo el los pudo sentir recorrer su cuerpo, solo el tubo el vendito privilegio de ver que el hielo quema con tal dulzura que destroza.

Tomo con delicada fuerza entre sus manos la flor que en ellas resguardaba y se encamino al cementerio aquel donde se hallaban los cuerpos de los caballeros caídos en batalla, en donde las almas no dormían a pesar de el descansar, llegó por fin, ahí a una tumba en especial, donde todos sus sueños y esperanzas se encontraban agolpadas bajo un montón de tierra, callo hincado, rendido por su propio cansancio, llevaba días sin dormir vagando por los templos noche tras noche, otra lagrima mancho su rostro, dirigió una mirada tierna a la rosa en su mano y una sonrisa irónica a algo inexistente.
-Discúlpame Camus, no pude traerte la flor mas hermosa, por que de nada serviría, nada se comparaba contigo, y si no vine antes, es porque no tenia el valor de aceptar esta cruel realidad, incluso ahora.. pienso que si paso por acuario aun te encontrare ahí… recargado en el pilar de la entrada con esa imperturbable forma tuya de ser, me atrevo a soñar incluso que….. si regreso a la casa de escorpión y duermo al despertar te encontraras a mi lado abrazándome como en aquella ocasión.

Un torrente de lagrimas volvió a sus ojos ya no tenia cupo en su mente ni para saber porque lloraba, solo sabia que el dolor era inmenso y que su amor no volvería y así, exhausto de tanto llorar, de tanto vagar, de no dormir callo en un profundo sueño sobre el sepulcro de su amado Camus.
Una calida caricia lo despertó, no abrió los ojos, su cuerpo estaba siendo rodeado por un brazos conocidos, y ese aroma tan natural de un amante sincero lo embargo, delicadamente abrió los ojos, no quería que al abrirlos completamente se diera cuenta de que todo era un sueño, pero ocurrió todo lo contrario, su mirada se cruzo con unos ojos que le profesaban tanto amor como era posible otorgar, el escorpión sonrió tan ampliamente que no dejo lugar a su mente para preguntarse como era posible todo eso, si de verdad era real, solo ahí estaba y así sucedía.

-Me alegro que hayas despertado Milo, dormiste demasiado tiempo, pensé que nunca volvería a ver esa sonrisa en tus labios
Camus sonrió ampliamente a su amante, mientras lo abrazaba y besaba con la misma pasión que la primera vez, no cabía duda, lo amaba, y al igual que el, lo extrañaba; por su parte Milo, rompió aquel beso tomo el rostro de Camus, incrédulo de lo que veía, de lo que sentía.

-pero…¿Cómo es posible Camus, si tu… tu estas…..?
-si, lo estoy- Camus se levanto seguido por un confundido milo que no dejaba de mirar cada rasgo, cada expresión o movimiento del otro.
-pero Milo, tu también estas muerto, ahora ambos nos encontramos a las puertas del inframundo, apunto de entrar al hades, muchas veces intente entrar ahí, pero me partía el corazón pensar que llegaría al otro lado sin ti, sin la única persona que se tomo el tiempo y tubo la delicadeza de descubrir que de verdad tengo corazón y que no soy tan frío y gélido como un cubo de hielo-
Camus mostraba la misma tranquilidad que lo caracterizaba, pero esta vez su mirada estaba llena de expresión, de vivacidad.
-Camus, si este es el camino que debo tomar, nada me haría mas feliz que estar a tu lado. Un nuevo beso se formo, seguido de una sonrisa, Milo tomo de la mano a Camus, un ultimo suspiro le dio el valor para entrar mientras que Camus apretaba la mano de su acompañante.

-¿para que pedir a un hombre que muera mientras vive, si se le pude dar la oportunidad de que sigua vivo aun que muera?
-pero señorita Sahori, de la forma en que murió es seguro que su alma tendrá que pasar por el hades
-Tatsumi, la persona por la cual Milo de escorpión ha muerto de amor seguramente lo ha de estar esperando ahí, por que cuando dos almas nacen para que su destino sea estar juntas no habrá muerte, vida, cielo, mar, tierra o dios que pueda separarlos y es conmovedor el pensar que incluso en el mismo inframundo su amor perdurará.

La diosa de la guerra se situó el la cumbre de los doce templos del zodiaco para ver en todo su esplendor aquel rastro de algo indescriptible, pero que ahí estaba y ahí perduraría incluso después de que la llama de su propia vida se extinguiera.

Owari

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