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Frozen Twilight por Delightful Tourniquet

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Notas del fanfic:

Tuve muchas dudas respecto a si publicar esto aquí. Umm... porque... bueno, los trolls tienen un género, pero según tengo entendido en su anatomía son hermafroditas, así que ambos tienen un tentabulto y un nook, o eso me han contado, hehe, no me hagan mucho caso.

En fin, que utilizaré esta información en la historia, pero confío en que no irá contra las reglas ya que Karkat es chico D:< ¡y punto!

Y ehm... DaveKat <3

Notas del capitulo:

Uh... Homestuck.

Bien, ya saben, Homestuck no me pertenece ni nada. Ojalá lo hiciera. Sería más gay que Justin Bieber. En fin.

Disfruten.

I. Un alma y el vacío

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



— ¡Mierda! —chilló mientras se echaba a correr por entre los matorrales y los pinos, las ramitas quebrándose y la nieve crujiendo a su paso. El aire era tan frío que le quemaba la piel. Sus mejillas estaban rojas y ya comenzaban a escoriarse ante la exposición. Sentía las extremidades entumecidas y los ojos secos y los labios partidos. Tenía la garganta ajada y sentía que ardía con cada trabajosa respiración. Pero tenía que continuar. Tenía que continuar, o le atraparían. Y aunque tenía la certeza de que iba a morir, al menos deseaba hacerlo en libertad.

 


Detrás de él se escuchaba la carrera de los lobos que le seguían a paso veloz. Los vendedores no estaban dispuestos a dejar que un troll simplemente se les escabullera frente a las narices. El que no hubieran dudado en usar a las bestias salvajes para atraparlo le decía que no les importaba si volvía vivo o muerto, y de hecho tenía la sospecha de que se divertirían con su cadáver cuando lo encontraran. Ese pensamiento le hizo gruñir bajo en la garganta y acelerar el paso.

 


Los ladridos y aullidos de las bestias se oían cada vez más próximos y, como si eso no fuera suficiente, el sendero del bosque se hacía cada vez más espeso; mientras más se adentraba en él, más se topaba con bancos de nieve y grupos de árboles que le cerraban el paso. Sentía el corazón latiéndole en la boca, cada vez más consciente de que aquel era su final. Entre zancada y zancada volvió el rostro hacia atrás y se horrorizó al ver que las bestias estaban varios metros más cerca. No lo lograría. Él sabía que no. En un último y desesperado intento se abalanzó a la izquierda. A lo lejos se alcanzaba a ver una barranca tan grande que la caída ciertamente lo acabaría. Pero era mejor. Nadie iría a por él tan abajo. Su cadáver descansaría tranquilo y se pudriría en silencio. Sólo esperaba que esos malditos lobos no le atraparan antes.

 


Oyó el fiero gruñido de uno de los animales a su izquierda y miró con rapidez sobre su hombro para descubrirlo a escasos tres metros de él. Soltó otra palabrota ante su suerte y, con lo último de su fuerza, se echó a correr más rápido. El aliento se escapaba a nubes de sus labios y le sorprendía infinitamente que sus piernas aún respondieran porque realmente no las sentía. Sorteó entre pasadizos de planta y nieve sin perder el ojo en la dulce victoria. Quizá no lo lograría, pero debía tener pensamientos siquiera tolerables antes de que las garras y los colmillos le destrozaran la piel. Su fuerza y velocidad menguaron, sintiendo ya el aliento caliente de la bestia sobre sus talones, y cuando creyó que recibiría el primer mordisco cayó al abismo.

 


Fue una caída veloz. De un momento a otro ya no hubo soporte bajo sus pies y se encontró flotando momentáneamente, aunque pronto descubrió que no 'flotaba': se hundía. La oscuridad pareció tragárselo entero, aunque gracias a su visión nocturna pudo ver las rocas montañosas que circundaban y la peligrosamente lejana superficie que le aguardaba. El chillido que se oía más arriba le informó que la bestia que le seguía de cerca también descendía. Afortunadamente, ninguno de los dos quedaría con vida.

 


Su cuerpo golpeó de manera brusca contra una roca que sobresalía del resto, un potente 'crack' haciendo eco en la noche. Un gusto metálico le llenó la boca y se encontró escupiendo con fuerza un líquido tan rojo y tan vibrante que le cegó por un momento. Continuó su caída, un ligero quejido de dolor ronroneando en su garganta. El lobo había dejado de aullar, probablemente resignado a lo que les esperaba. Apenas unos metros después otra roca, o quizá una rama gruesa, le golpeó el lado derecho del cuerpo y, de nuevo, un tronido llenó el aire. Por un momento pensó que se había partido el ramo, pero de súbito comprobó que era su brazo el que estaba roto. Bajó unos metros más en picada, probablemente cien o doscientos, no podría decir. Para ese punto ya estaba semi-inconsciente. Estaba convencido de que iba a morir. Iba a morir. Y topó con una pequeña montaña de nieve.

 


Cayó de espaldas. El golpe lo aturdió y provocó que una nueva oleada de sangre fresca se escapara de entre sus dientes apretados como una pequeña explosión de lava. Pero no hubo dolor. Entreabrió los ojos con dificultad, intentando concentrarse en algo para no perder la consciencia completamente, su instinto de supervivencia entrando en acción a pesar de su conformidad con la muerte y lo que le esperaba. Lo único que pudo ver fueron las constelaciones. En la inmensa oscuridad que reinaba aquella noche, con el pequeño trozo luminoso que dejaba ver la luna menguante, las estrellas parecían saltar más allá del borde del abismo. Inclinó el rostro ligeramente hacia atrás y alcanzó a ver la arboleda que continuaba. El bosque no terminaba con el barranco, sólo se desnivelaba. Muy por encima de las copas de los pinos se veía un pequeño resplandor. Había vida más allá.

 


Sus ojos se abrieron por completo. Tosió un poco de sangre, la nueva posición de su cuello dificultándole aún más la respiración. Se reacomodó y pensó. Pensó que se iba a dejar ir. Iba a dejarse dormir, y si ya no despertaba qué mejor para él. Pero si salía con vida... quizá intentaría sobrevivir a su manera. Quizá lo intentaría...

 



}}}

 


Realmente no esperó volver a oír el trinar de un pajarillo, o sentír la agradable calidez del sol contra su piel. Tampoco creyó que sentiría alguna vez un dolor más grande que el emocional con el que había estado cargando desde hace años. Un gemido agónico se alojó en su garganta, incrementando poco a poco conforme volvía en sí. Para cuando abrió los ojos era un sonido ronco y desgarrador, incluso asustando a algunos animales. Deseó haber muerto, pero claro, no se le iba a conceder algo que deseara con tanta fuerza, no con su jodida suerte. Apenas podía respirar, y cada inhalación le provocaba un dolor tan horrible que le hacía soltar el aire en un sollozo desesperado. Seguramente se habría roto una costilla, probablemente más. Intentó mover el brazo derecho y una corriente de agonía le recorrió todo el cuerpo, provocándole un espasmo que no ayudo nada a sus heridas.

 


Lloró. Nunca había llorado por un dolor físico mas que cuando era un pequeño grub, y aún entonces era demasiado terco la mayoría de las veces como para hacerlo. Pero nunca había estado tan herido, tan roto antes. Cada segundo, y vamos, explayémonos un poco más, cada microsegundo era una maldita tortura diseñada por algún ser superior particularmente creativo y ensañado con él. Lo merecía, supuso. Vivió, pero sólo para sufrir un poco más antes de morir. Genial. Justo lo que se ganó por ser un fenómeno de sangre roja.

 


El bosque estaba silencioso, salvo por el cantar de un par de aves y sus propios quejidos lastimeros, similares a los de un cachorro en sufrimiento. Quizá el silencio fuera lo peor, excepto que no, tenía que ser el puto dolor, no había otra forma. Pero el silencio también era malo. Le recordaba que estaba solo, que siempre lo había estado y que también en su muerte lo estaría. Y sabía que el silencio podría volverle loco en unas horas, cuando estuviera pereciendo y no hubiera nada en que concentrarse mas que en su cuerpo apagándose de una vez. Fue por eso que, en cuanto oyó el indiscutible crujido de pasos sobre la nieve, se quedó tieso. También escuchó una voz apagada que parecía acercarse cada vez más.

 


Mierda. Lo habían buscado. Los malditos bastardos de mierda habían buscado su cadáver. Debió haber muerto antes, no darles la satisfacción de verlo morir. Debió haber muerto, simplemente. Cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes para evitar cualquier sonido pero mierda, es imposible cuando tienes una puta costilla atravesándote un pulmón. Soltó un gemido leve, pero fue suficiente. Con sólo eso supo que era el fin.

 


— ...alguien ahí? —hablaron después de unos segundos. Era una voz masculina, y aunque se oía tenue a través de la arboleda, pudo distinguir que era alguien con acento citadino y que arrastraba las palabras. Trató de no repetir su error, deteniendo incluso su respiración para prevenir cualquier ruido. Tras un corto tiempo los pulmones le ardieron horriblemente y soltó un pequeño sollozo que, afortunadamente, fue lo suficientemente discreto. O eso pensó él— ¿Hola? —repitió el hombre. La palabra se oyó mucho más clara ahora. Debía estarse acercando. Mierda.

 


Soltó el aire, intentando tragar más oxígeno y sólo consiguiendo una nueva sacudida de dolor por todo el cuerpo. De su garganta brotó un ruido seco y doliente, y pudo escuchar, incluso a través de su propia agonía, como los pasos se detenían en un principio y echaban a correr en su dirección después. Mierda. Eso era todo. Sollozó de nuevo, las lágrimas dejándole un gusto salobre que asquerosamente hacia juego con el sabor a cobre de su sangre. Adiós, mundo de mierda. Espero que te alojes en el colon de Satanás y te pudras ahí. Espero que tengas amigos y que lo observen todo. Ojalá se suiciden en masa después de eso.

 


— ¡Woah! —exclamó el humano al verlo moribundo sobre el banco de nieve— ¡Oye! Aguanta un poco, tío, —habló cautelosamente, acercándose con lentitud hacia él. El troll volvió la cabeza en su dirección y gruñó roncamente en la garganta, tratando de alejarlo o al menos irse con un poco de dignidad, si ya iba a morir— calma, —dijo el humano, levantando las manos y mostrándole las palmas para señalar que no iba armado— cálmate, sólo voy a ayudarte, ¿está bien?

 


El gruñido prosiguió, aunque un poco menos amenazador y más nervioso, y el humano lo tomó como una buena señal. Aún con mucho cuidado se acercó hacia donde el troll y se acuclilló a su lado, observándolo a través de un par de gafas para sol. Se veía realmente mal. Su rostro estaba lleno de un líquido rojo oscurecido por la oxidación, lo que por su estado supuso era sangre. Sus ojos estaban vidriosos y llenos de lágrimas de un color rojo pálido y pudo ver que, en sus irises, se estaban formando pequeñas motas de color carmesí. Su cuerpo estaba cubierto por una capucha raída, pero se alcanzaba a sobresalir un brazo destrozado y en una posición definitivamente dolorosa. El humano hizo una mueca mental, aunque su rostro no lo demostró en absoluto. Por fortuna, concluyó, el troll era realmente pequeño. Podría llevarlo cargando hasta el pueblo, supuso, si el chico no se ponía muy necio.

 


— Intentaré moverte, ¿bien? —inquirió el humano, mirando a los ojos al troll. Éste continuó gruñendo bajo, los dientes ligeramente visibles entre sus labios oscuros y manchados de sangre— Oye, oye, lo haré para ayudarte. Te llevaré al pueblo, ¿vale? Ahí hay doctores. Ya sabes, gente que hace magia y cura personas. O trolls, supongo, —le tranquilizó. Ésto frenó el ronquido pero le consiguió que el troll rodara sus ojos con desdén, como diciendo "yo sé lo que es un puto doctor, tonto lamebultos", o algo así,— ¿vamos, entonces?

 


Tras pensárselo un segundo, el troll asintió.

 



}}}

 



Fue doloroso como la mierda, pero de alguna manera consiguieron acomodarse de tal forma que resultara aunque fuera ligeramente tolerable para ambos. La costilla -o costillas- rota fue la primera en quejarse, seguida por el brazo y, para terminar, la cadera. Tras varios intentos, el humano optó por cargar al troll estilo nupcial, dejándole recargarse en su pecho de la manera que más le acomodara con el brazo derecho contra su propio torso. Era incómodo, sí, pero mejor que cualquier otra opción. Y más incómodo que eso fue el silencio que se hizo durante la caminata al pueblo, roto de tanto en tanto por los quejidos del troll.

 


El humano no sabía, para empezar, qué diablos estaba haciendo con un troll. Él sabía de ellos: eran vendidos en tiendas de 'mascotas' como esclavos a cualquiera que pudiera pagar el precio. La definición de esclavo, además, era muy amplia. No quería ni pensar lo que se hacía con ellos a puerta cerrada. Se preguntó si éste que llevaba al pueblo sería de alguien. Y si así era, qué clase de dueño de mierda sería, para dejar a su troll suelto a que se rompiera los huesos. Pero ese no era su problema ya, ¿verdad? Él sólo ayudaría al pequeño temerario y después le dejaría a que se las arreglara. Él no tenía ningún compromiso para con él.

 


— ...gracias, —murmuró el troll repentinamente. Lo dijo entre silbidos y con la mirada clavada en su brazo mutilado. Le costó, y se notaba— soy Karkat, —sus mejillas estaban encendidas, pero eso bien podía deberse a la temperatura. El humano le miró al rostro y aunque estaba realmente maltradado por el frío y herido y cubierto de sangre seca y no-humano era, en cierta manera, un poco... lindo. Un poco. Y sólo en cierta manera.

 


— Dave, —dijo el chico, su rostro completamente inexpresivo. Volvió la mirada hacia el horizonte; a lo lejos ya se distinguía la entrada al pueblo. Él no solía salir de la villa. De hecho, no solía salir de su habitación, si en esas andamos, pero dio la casualidad de que ese día tuvo ganas de escalar. Lo hacía de vez en cuando y sólo irónicamente, porque categóricamente él creía que escalar era estúpido, incluso si irónicamente lo amaba. Y justamente el montañoso barranco, que desde la altura de la aldea simplemente se veía como una montaña muy vertical, era el lugar perfecto para hacerlo. El troll, Karkat, se removió un poco en sus brazos, siseando un poco ante el doloroso esfuerzo.

 


— Gracias, Dave.

Notas finales:

Ohh... oh, dios... no se apuren, Karkat será más parlanchín y bocafloja una vez que se recupere. Después de todo, no sería Karkat si no fuera imposible callarlo.

Y uh...

¡Nos vemos!


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