Levanté mi diestra para poder rozar con la punta de mis dedos la textura rugosa de aquel papel que había hallado en mi buzón esa mañana; delineé las letras que estaban impresas en el papel mientras sentía las lágrimas caer por mis mejillas de manera que no fuese capaz de evitar que rodaran por mi rostro.
No podía creer ni quería creer lo que el trozo de papel rezaba en letra elegante. Anhelaba que fuese sólo una pesadilla, quería despertar y volver a encontrar su cuerpo tendido a mi lado, una sonrisa bailando en sus finos labios mientras acariciaba mi rostro con sus delgados dígitos; quería volver a ver la alegría brillar en sus ojos y volver a ser la razón de sus sonrisas.
-¿Por qué?- Logré susurrar después de intentos fallidos en los cuales mi voz se quebraba con facilidad, por lo menos pude decir algo coherente y audible.
Releí una, dos, tres, cuatro veces el papel antes de que el simple hecho de seguir las letras con mi mirada fuese imposible debido a las lágrimas que habían hallado cobijo en mis ojos y me negaban la posibilidad de visión; apreté mis puños y mi mandíbula, contuve un alarido más no pude hacer nada contra los sollozos que habían hallado la forma de llegar al exterior.
Dejé la nota sobre la mesa del comedor antes de caminar, como pude, hacia la habitación que solíamos compartir pero que ahora sólo me pertenecía a mí. Me dolía imaginar su frágil cuerpo junto a otra persona que no era yo, me dolía saber que conocía a la persona que me había arrebatado mi todo. Imaginar sus labios soltar gemidos y jadeos conforme las manos del moreno que ahora lo poseía recorrían su cuerpo me dolía, pero más aún me dolía el hecho de saber que ahora sus labios, su voz, todo él le gritarían “TE AMO” en vez de hacerlo a mi.
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SeHun avanzó tambaleante hasta llegar a la puerta de su habitación, apoyó su frente contra la fría superficie de madera que evitaba su ingreso a la conocida estancia. Rodeó la perilla con sus dedos y la giró hasta que una abertura se hizo presente, agrandándose a cada segundo transcurrido hasta permitir que toda su anatomía ingresara a su habitación. Caminó hacia la única ventana que había en el cuarto y sonrió, giró sobre sus talones por unos segundos tan sólo para admirar, por última vez, las pertenencias que su LuHan había dejado allí, hacía más de siete meses.
Como pudo se alzó hasta quedar parado en el marco de la amplia ventana, desvió su mirada hacia abajo y denotó los trece pisos que lo alejaban del suelo, de la calle en sí. Soltó un último suspiro y un último “Te Amo, LuHan” antes de dejar que el peso de su propio cuerpo lo llevase al fin de sus días.
Sobre la mesa del comedor aún descansaba la invitación, sobria y elegante, con las letras que habían sido la razón principal de su trágico final.
“Porque mi vida no tenía sentido hasta que llegaste tú.
Kim JongIn y LuHan tienen el agrado de invitar a Ud a la celebración por su matrimonio, el consumado final del amor profesado desde el primer momento que se conocieron.”