Tell me
– ¡Agh! – Bufó – No de nuevo... – murmuró para si.
Jaehyo cerró la puerta de su habitación con fuerza. No estaba muy seguro si eso que sentía recorrer sus venas en ese momento eran las consecuencias de un enamoramiento pasajero o era simple cólera en su más puro estado.
Dejó que la cama se amoldara a su cuerpo y recordó con desdén la imagen de Taeil siendo acosado por Jihoon. En su mente se plasmó el rostro sonrojado del pequeño cuando Jihoon le acarició el cabello. Trató de convencerse de que su subconsciente le estaba jugando una broma pesada, porque lo último que recordaba era la sonrisa altanera del menor retándole. Y eso no le gustó. Sobre todo el hecho de que Taeil no evitara el contacto.
Jaehyo giró varias veces antes de caer en la cuenta de que estaba celoso. Completa y extrañamente celoso. Porque, aun cuando la atracción hacia Taeil le parecía prácticamente inevitable, eso que sentía taladrarle el cerebro y morderle los huesos iba más allá. Era lo que algunos románticos llamaban muerte en vida y algunos otros locos insistían en llamar amor. Y no le agradaba esa idea. Suspiró. Se quedó dormido cuando el reloj de la habitación había marcado las cuatro de la tarde con treinta y siete minutos.
Despertó justo tres horas después. Su cabeza le daba vueltas y su boca le sabía ácida. Su cuerpo pesaba y sus ojos ardían. Pero Taeil le sonrió y Jaehyo sintió como si nunca hubiera visto la luz del sol. Era como si la simple curva de sus labios le deshiciera el dolor.
– Buenas noches – dijo, y la voz le sonó dulce.
– Buenas noches – contestó Jaehyo, preguntándose por qué Taeil estaría en su habitación mientras dormía.
Por un momento el silencio se apoderó del aire y lo único que Jaehyo alcanzó a escuchar fue el delicado sonido de la respiración de Taeil contra la nada. Jaehyo se incorporó un poco y le dirigió una mirada nerviosa a Taeil, quien ya le estaba observando fijamente. Pasaron los minutos y el sol comenzó a ocultarse detrás de la ventana, Taeil suspiró.
– Has estado raro, Jaehyo. – le dijo.
Jaehyo contuvo la respiración. El sonido le pareció lejano y tardó en procesar las palabras. Y tuvo miedo. Tuvo miedo de que Taeil se hubiera dado cuenta de sus celos, tuvo miedo de que le dijera que estaba enamorado de Jihoon, tuvo miedo de que aquellos ojos le miraran con lástima. Tuvo miedo de muchas cosas. Y todas le pasaron frente a él en tan solo un segundo.
– ¿Raro? No... Tal vez sólo estoy más cansado de lo usual – mintió.
Taeil frunció el ceño.
– No. Has estado raro. – sentenció.
Jaehyo pensó que era físicamente imposible que su corazón latiera más rápido, o corría el riesgo de morir.
– Jaehyo... – habló Taeil con suavidad – ¿No hay algo que quieras decirme?
Se equivocó. Ahora su corazón sí estaba latiendo de forma exagerada, golpeando su pecho y provocando sonidos irregulares incluso bajo la camiseta azul que llevaba puesta.
– ¿Eh? ¿Yo? No, no. Nada en especial – volvió a mentir.
Entonces Taeil agachó la cabeza, y Jaehyo supo que lo había arruinado todo. Ya era de noche y la oscuridad se escurrió en la habitación. Ninguno de los dos se levantó a encender la luz. Y el silencio se volvió tan pesado y denso como las sombras que les rodeaban. Se perdieron dentro de sus propios pensamientos y el incesante sonido de las manecillas del reloj. Jaehyo se imaginó que algo no estaba bien. Algo dentro de él le empujaba a decir algo, a decirle a Taeil que había sentido celos incluso de las sonrisas que compartía con los fans, que desde hace tiempo lo primero que pensaba al despertar era la forma de su rostro y el color de sus ojos y que pasaba sus ratos libres creando mil y un escenarios donde él le besaba los labios y le acariciaba la punta de los dedos.
Pero no. Se quedó callado con las palabras derritiéndose dentro de su garganta. Su corazón le golpeaba el pecho con fuerza pero lo único que Jaehyo atinó a hacer fue mirarle a los ojos. Se miraron unos instantes y luego su mano tuvo el impulso de rozar el antebrazo de Taeil. Una leve caricia que le hizo sentir corrientes eléctricas a lo largo de su cuerpo.
Incluso a través de la oscuridad, Jaehyo saboreó el brillo en los ojos de Taeil.
– Te amo.
Jaehyo dejó de pensar. Las manos le temblaron con tal intensidad que no recordó como respirar. Por un momento creyó que aquellas palabras habían sido suyas en un momento de debilidad, pero cuando los pequeños labios de Taeil alcanzaron los suyos, supo que no había sido él. Y se sintió como si fuera el hombre más afortunado del mundo.
Jaehyo cerró los ojos. Y Taeil se preguntó por qué no lo había dicho antes.