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Samsara por HokutoSexy

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III.             LA ILUMINACIÓN

 

La mañana que siguió a la riña que había tenido con Aioria, Shaka escuchó de Akbar que éste se había marchado del Santuario, sin dejar una nota ni nada, simplemente había tomado una pequeña bolsa con sus pertenencias y se había ido sin decir nada más.

 

—¿Sabes tú a dónde ha podido ir?

 

—¿Por qué habría de saberlo? —preguntó a su vez Shaka.

 

—No lo aseguro, solo lo pensé, puesto que parecían llevarse bien.

 

—¿Bien? no nos llevábamos precisamente bien… —ironizó—, y no, no sé a dónde se pudo haber metido.

 

—Aioros está como loco, imagínate, su hermano se ha dado a la fuga, aún no da parte para que lo busquen, pensamos que podría volver y mantendríamos en secreto este asunto, si no regresa pronto… Aioros mismo tendrá que decírselo al Patriarca y eso significaría la sentencia de muerte de Aioria… —comentó Akbar restando importancia, como si solo se tratara de una noticia vista en el periódico, Shaka palideció y se culpó a sí mismo, pensó que tal vez si no hubiese discutido con él, estaría ahí… sintió por primera vez la culpa…

 

—Seguro aparece antes de que sea necesario tomar medidas…

 

—¿Por qué pareces inquieto?

 

—Siempre me inquieta saber las cosas que les suceden a los demás.

 

Era evidente que Shaka mentía, y si no sabía dónde estaba Aioria, por lo menos si tenía una idea de que era lo que había pasado. El guerrero ario se marchó a meditar al jardín del templo de la Virgen, pero se dio cuenta de que era inútil, no se concentraba por que la culpa lo atormentaba.

 

—Buda… ¿por qué?… ¿por qué me siento así?… no ha sido mi culpa… él se enojó por que no accedí a lo que quería… ¿qué es lo que siento? No lo entiendo…

 

Nada… todo en silencio, ni una respuesta… pero eso era obvio, las respuestas solo estaban dentro de él…

 

—Lo sé… sé que te estoy preguntando una tontería, me siento culpable, tal vez si hubiera sido más amable… me preocupa.

 

Akbar escuchaba escondido, tratando de interpretar aquellas palabras, supuso que como lo pensaba Shaka sabía que había pasado pero no lo diría, suspiró y se marchó dejándolo solo.

 

Pasaron unos cuantos días y Aioria seguía sin aparecer, en un principio Aioros estaba tan furioso que nadie osaba acercarse al templo de Sagitario, salvo Shura, pero conforme pasaban los días su ira se convirtió en preocupación y luego en desesperación. Era el tema de conversación de casi todos, y afortunadamente el Patriarca estaba en aquellos días fuera, de cualquier forma nadie se hubiera atrevido a irle con el cuento de que uno de los aspirantes se había marchado…

 

Shaka paseaba en el Pireo, había ido a comprar algunos inciensos para el templo, iba distraído cuando chocó con el italiano, con Cáncer, aquel sujeto tenía algo que no le agradaba, sus sentidos le decían que estuviese alerta, aunque solo era un chico un poco más grande que él.

 

—Shaka, ¿Qué haces por aquí? —preguntó con cierta malicia.

 

—He venido por incienso ¿y tú? —respondió con tranquilidad.

 

—Estaba aburrido y vine a caminar, aquí uno se distrae a la fuerza, entre tanto bullicio se te olvida lo aburrido que es estar en el Santuario.

 

—¿Aburrido?

 

—Claro, ¿no te aburres? —dijo sorprendido.

 

—No… nunca.

 

—Bueno yo algunas veces salgo… a matar para distraerme… —comentó en voz baja.

 

—¿Qué?

 

—Nada, era una broma… — comentó, aunque nada alejada de la realidad, a regañadientes ambos emprendieron el camino de regreso.

 

—Me pregunto si algún día regresará el cobarde de Aioria.

 

—¿Cobarde? Bueno a mí no me lo pareció…

 

—Es un bocón, decía mucho y mira, ha terminado por huir del Santuario.

 

—Eso es algo que no debería importarnos, quizá solo se ha tomado un respiro… —dijo Shaka en su tono apacible.

 

—Puede ser, aunque dicen que huyó por un oscuro asunto de amores masculinos… —comentó por primera vez Máscara sin parecer pretencioso, tal vez muy en el fondo él sabía lo que era sufrir por ello.

 

Shaka guardó silencio aunque le pareció interesante aquello, no hubiera sido muy decoroso preguntar más del asunto.

 

—Son solo rumores, nunca vi a Aioria tras alguien en particular, más bien tras muchos… —comentó con amargura.

 

—Dicen que estaba enamorado de Aioros, no lo sé, yo no podría decir si es verdad o no, es lo que he oído,  y tal vez sea verdad… el amor masculino es algo oscuro, violento, porque los hombres somos violentos por naturaleza y ése además no era afeminado… —escupió con burla.

 

Shaka guardó silencio y siguió hasta su templo tratando de no pensar más… a veces pensar hacía daño.

 

Muchos kilómetros lejos de ahí…

 

Límite de Egipto frontera con Sudán…

 

Aioria había escapado por la noche, simplemente se limitó a correr por caminos ocultos hasta llegar al Pireo, no tenía mucho dinero consigo y ni siquiera podía pagarse el boleto del barco, así que mediante mañas se coló entre el equipaje de uno de los transbordadores que vio, de hecho el primero que vio, no tenía ni la más remota idea de a dónde se dirigía, tenía en la mente la idea de ser una especie de trotamundos… así que ¿por qué no tomar el primer barco que viese?

 

No podía decir con exactitud cuántas horas estuvo ahí dormitando y paseando entre el equipaje, lo único que tenía en el estómago era un pedazo de pan, que afortunadamente había sacado del templo de Aioros… su hermano… seguro a esas horas estaba echando chispas…

 

En cuanto sintió que el barco tocaba tierra se escondió y cuando tuvo oportunidad salió de ahí… estaba en un puerto bastante concurrido, al principio se asustó, notaba que quienes lo miraban le seguían con la vista, debía sorprenderles ver a un chico tan joven con vestimenta griega y solo.

 

—¿En dónde demonios estoy? —dijo en voz alta, caminó un poco más y vio a donde había llegado… a Egipto.

 

Triste anduvo deambulando en las periferias del puerto, con el estómago vacío y los ánimos por los suelos, se sentía más solo y vacío que nunca.

 

Por la noche consiguió que otro griego que le había invitado la cena en una taberna le llevara gratis por el Nilo, así fue como se remontó por el Nilo, observando cada lugar y viendo pasar delante de él sus días y su vida, esperando quien sabe que, algo que le indicara cuál era el camino que debía tomar. Mientras más días pasaban más menguaba su fuerza hasta sentirse enfermo y decepcionado de sí mismo, pensó en Shaka, en lo mucho que le gustaba y en el rechazo que una vez más había sufrido.

 

Ya se había olvidado de sonreír, ya no recordaba lo que era eso, llegó al límite de Egipto, a Sudán, y ahí se bajó de la vieja embarcación en la que iba, se despidió de su amable guía y este le dio un poco de comida para el viaje que emprendería a pie.

 

—Espero que encuentres lo que has venido a buscar…—dijo.

 

—Yo también lo espero…

 

El sol en aquellos parajes era terrible, a menudo le quemaba inclemente y sentía la piel arder, la arena le hería los ojos y una maldita sed se apoderaba de él, no podía dejar de sentir seca la garganta por más agua que bebiera, y en medio de la nada había llegado a una pequeñísima aldea, ahí fue donde lo más sorprendente aún le aguardaba.

 

¿Cuál sería su aspecto que había causado tal lástima, que uno de los cazadores de la aldea se había apiadado de él? lo había instalado en una pequeña tienda y ahí se dedicó a pensar en su precaria situación, a veces salía y andaba paseando sin rumbo, a veces se quedaba ahí tendido deprimido entre este mundo y el otro, deseando más que nunca desaparecer. Así, se iba con aquellos hombres de caza, tomando las misiones más peligrosas y enfrentándose a animales que únicamente había visto en los libros, era arriesgado y la mayoría de los hombres le admiraban, porque era solo un adolescente y no le temía a nada… pero en realidad solo tentaba al peligro para que de una buena vez las Parcas se lo llevaran.

 

Un día un león empezó a asediar a los pobladores, atacaba de día o de noche, según su antojo y no tenía piedad, aquel animal era muchísimo más grande que cualquier león que hubiese visto jamás, el rugido de ese animal aterrorizaba hasta al más valiente… y nada lo asustaba, ni arma, ni hombre, ni el fuego… nada.

 

Aioria se había negado a darle caza, quizás en su interior también temía… aquella noche, ebrio de aquel aguamiel que le habían dado, salió del campamento, los que lo miraron juraban que tenía la mirada hueca, vacía… como la de los cadáveres que encontraban destrozados, nadie osó detenerlo pensando que era su fin si salía del campamento… y eso era, el fin, estaba buscando su propia muerte, no deseaba esperarla como buen guerrero… y fue cuando aquella bestia le vio… ahí estaba, parado delante de él, con el lomo levantado como dispuesto a saltar, Aioria se quedó sin aire, el alcohol se le bajo de la cabeza y sentía un entumecimiento, los miembros no le respondían y el sudor frío surcaba su frente… aquellos ojos brillantes y feroces no le perdían de vista, lanzó un rugido desgarrador, las poderosas fauces podían destrozar el cráneo de un adulto como cascarón de huevo. Algo en los ojos verdes de Aioria cambió, como si con aquel rugido hubiese despertado de un letargo y se sintió vivo de repente, no tenía armas y si bien pudo haberlo matado con uno solo de sus golpes no lo hizo… no era leal… aunque fuese un animal salvaje… era digno de una pelea en iguales condiciones.

 

El aprendiz de Leo empezó a rodearlo, como un mismo león, ambos se miraban fieros, sin perderse de vista esperando que alguno atacara, y fue aquel león gigantesco quien se abalanzó sobre el joven griego, cuerpo a cuerpo levantaban una nube de polvo, habían caído entre matorrales de espinas pero a ninguno le importaba… importaba saber que uno solo quedaría en pie… Aioria no tardo mucho tiempo en estar completamente herido y tambaleante y si había buscado su muerte en un principio, ahora no estaba dispuesto a abandonar este mundo, los ojos verdes esmeralda brillaban como el fuego, el león se abalanzó nuevamente sobre él… trató de estrangularlo pero era demasiado fuerte para zafarse de sus garras, así que en un intento arriesgado Aioria se prendió de su cuello hundiéndole los dientes a través de la gruesa piel hasta reventar la yugular, la sangre del león corrió por sus labios y por su piel, bañándolo, dándole un aspecto terrible, el animal rugió una vez más, de forma aterradora, y después se desplomó, el ateniense se levantó jadeante contemplando el cuerpo aún tibio del león y sonrió, por vez primera en mucho tiempo, se rio con tantas fuerzas que los cazadores que se habían escondido para ver la sanguinaria pelea, pensaron que se había vuelto loco.

 

—¡Lo he entendido Atenea!… no huiré más… soy capaz de enfrentar mis fantasmas y salir victorioso… ahora soy libre…

 

Gritó entre risas, los cazadores se acercaron a él para atender sus heridas, mientras uno de los cazadores cortaba un enorme colmillo de aquel león, lo engarzaron en oro y se lo dieron con un hilo de piel, como amuleto.

 

—Has liberado a esa bestia que con encono mataba… solo buscaba a uno igual que le diera libertad a su espíritu… y esa bestia ha liberado a su vez el tuyo que estaba cautivo dentro de tu cuerpo… ambos ahora son libres… este amuleto te protegerá y te recordara que eres un hombre libre… león Aioria… ahora son uno, son hermanos…—había dicho el chamán mientras le colocaba en el cuello el gigantesco colmillo.

 

Aioria empacó sus cosas dispuesto a remontarse por el Nilo una vez más y regresar a Grecia, tenía que retomar las riendas de su vida… ya no aceptaría un no y ya no se volvería por el camino…


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