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La danza de las mariposas por Toko-chan

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Notas del capitulo:

Bueno, y el capítulo dos... jeje disfrutadlo!!

- diálogo -

pensamientos


^^

PD: ya viene el lemon!!

Ni los personajes ni el mundo de Harry Potter me pertenecen, pertenecen a J.K Rowling (por desgracia..)

 

Capítulo 2

Después del incidente nocturno en las cocinas de Hogwarts, los días habían pasado con un extraño eco aprisionando cada paso de Harry. Este no quería encontrarse al rubio dado que se sentía avergonzado, pero también porque no estaba dispuesto a iniciar otra pelea. Y estaba seguro de que si chocaban de frente Malfoy se las arreglaría para hacerlo enfadar de nuevo, y Harry volvería a decir cosas que no sentía, y Harry se rehusaba a que aquello pasara. No en tan pocos días, almenos, apenas había transcurrido una semana.

Sin embargo, la realidad no siempre sigue los hilos de nuestros pensamientos, en esa ocasión los acontecimientos se burlaron del ojiverde bailando como sombras en el tiempo, con su vestido negro, que supusieron noche tras noche de desvelo.

Se había cruzado con Malfoy, sí. Había tenido su presencia a menos de un pupitre de clase; había escuchado su voz, suave, sedosa como el revoloteo de una hoja, contestar preguntas de diversas asignaturas. E incluso su aroma, tan suyo, tan suyo, había luchado contra viento y marea hasta impregnar de fragantes fantasías cada uno de sus días. Pero había un problema, solo uno que crispaba el humor de Harry.

Draco Malfoy no le había dirigido ni la mirada.

En un principio no se molestó en dedicarle más de un pensamiento, pero ese principio apenas se trataba de las primeras horas en las que se percató de la indiferencia del Slytherin. A partir de ese momento no pudo dejar de pensar en ello, simplemente no podía por mucho que fuera consciente de que era su culpa. Él, y solo él, le había exigido a Malfoy que le ignorara. Pues él así lo quería, o al menos eso había creído cuando las palabras fluyeron de su boca como la más mortífera y marchita de las rosas. De hecho, así debería quererlo si lo pensaba con sensatez. Y, sin embargo, su corazón parecía haberse enemistado con su razón.

Ahora, sentado en un pupitre de la biblioteca, aparentemente centrado en un trabajo que requería dosis extras de su atención, su mente oscilaba entre recuerdos de un baile de ensueño y entre labios rojo carmín, labios que susurraban, labios que se acercaban, labios que lo rozaban y ojos que lo observaban en una puesta de sol bañada en plata... Y el contacto del beso era tan...

- ¡Harry!

Pegó un respingo, la pluma de escribir se deslizó entre sus dedos y repiqueteó en la mesa con un sonido hueco. Volteó hacia Hermione que le miraba con el ceño fruncido, al parecer le había enganchado perdido en su mundo y, por lo tanto, sin hacer la tediosa tarea de pociones.

- Lo siento – sonrió, avergonzado – Estoy cansado, creo que subiré a la habitación.

- Pero, Harry, aún no has terminado la tarea y por si no recuerdas es para mañana. No creo que el profesor Snape pase por alto que te presentes a clase sin el pergamino – dijo Hermione.

Como si él no lo supiera de primera mano.

- Eso es verdad, amigo. Yo de ti no me la jugaría – intervino Ron, ganándose una reprimenda de Madame Pince por utilizar un tono demasiado alto. Tras unos segundos añadió en un susurro – En serio, Hermione, no se como puedes dormitar en la biblioteca como si fuera tu casa.

- ¡Yo no dormito! – exclamó, indignada.

- ¡Shhhh!

El trío dorado, al unísono, se enderezó en su asiento ante la mirada severa que les dirigía la bibliotecaria. Harry pudo captar el matiz rosado que coloreaba las mejillas de su amiga antes de murmurar algo a Ron, algo que el elegido no alcanzó a escuchar pero a lo que no le dio más importancia.

Su mirada vagabundeó por las numerosas mesas que se extendían a lo largo y ancho de la estancia, había bastante gente ese día. Por supuesto, siendo domingo, Harry pensó que era lógico que los estudiantes acudieran a terminar la tarea justo el día anterior al inicio de las clases. Lo raro era que Hermione, la cual siempre acababa con kilometros de antelación, estuviera ahí, sentada, entre pluma, tinta y pergamino; su ceño levemente fruncido mientras garabateaba en su ensayo de lo que Harry identificó como Aritmancia.

- Hermione, no es desconcertante la presencia de Ron ni la mía en la biblioteca un domingo por la tarde, pero desde luego me sorprende que tú estés aquí – mencionó, curioso, con las cejas levemente arqueadas.

La chica se sonrojó y dejó un momento de escribir.

- Bueno, sobre eso...

Ron carraspeó, su mirada desviada a cualquier sitio menos a su amigo. Algo hizo ‘clic’ en la cabeza de Harry, como dos imanes demasiado juntos como para ignorarse, encajaron y todo tuvo sentido.

- ¡Oh, no puede ser! ¡Por eso Neville me dijo que no os encontró por ningún sitio el viernes por la tarde ni ayer! – reprochó procurando mantener un tono más bien bajo; la ilusión destellaba en sus ojos con un resplandor verdoso y su cuerpo se había inclinado involuntariamente por sobre la mesa. Él no se había dado cuenta porque tanto el viernes como el sábado había quedado con Ginny, así que no tenía conciencia de donde ni con quien habían pasado las horas sus amigos. Ahora, ya lo sabía. – Así que estáis juntos, ya era hora. Creí que aparecería otro mago oscuro antes de que sucediera.

- Oh, no seas tonto, Harry – dijo Hermione, una cohibida sonrisa bailoteó en sus labios.

Harry pensó que se veía feliz.

- Íbamos a decírtelo, colega, pero, bueno... ya sabes.. – balbuceó el pelirrojo, sin tener la menor idea de las palabras que quería decir. Lo cierto es que Harry dudaba que realmente tuviese algo en mente.

- Tranquilo – agitó la mano, restándole importancia – estoy feliz por vosotros.

- Gracias, Harry.

Sonrió a Hermione antes de volver su atención al pergamino frente a él, o, para ser exactos, lo que hacía era más bien aparentar. Sí, solo aparentaba que estudiaba. Porque su mente sobrevolaba en esos instantes parajes que poco tenían que ver con los estudios, y mucho con cierto rubio.

Ahora que sabía que sus amigos habían iniciado una relación, la incertidumbre nacida a raíz de su propia relación con Ginny se hacía más visible, más tangible, demasiado brillante como para ser ignorada. Ya hacía tiempo que no estaba seguro de que sus sentimientos fuesen lo que la gente denominaba “amor”. Por Merlín, ni siquiera estaba seguro de que hubiese real atracción. Y, aunque no estuviera dispuesto a admitirlo, dicha incertidumbre no había hecho mas que incrementar desde el incidente con Malfoy, desde que lo había visto bailar. Ante el recuerdo, sus mejillas se arrebolaron.

- Harry...

Parpadeó y su mirada enfocó a Hermione.

- ¿Que? ¿que pasa?

- Últimamente... ¿tienes problemas con Ginny?

Los ojos de Harry se abrieron por la sorpresa; no había visto venir una pregunta así. Hermione le observaba como intentando deshilachar, uno a uno, los hilos enmarañados de una vieja camiseta, y, al mismo tiempo, los ojos de Ron clavados en él eran demasiado patentes. Le hacían sentir nervioso. Se removió, incómodo.

- Bueno, no realmente... estamos como siempre, es solo que...

- Ginny me dijo que cada vez que intentaba pasar de un simple roce de labios te mostrabas bastante reacio – aclaró, al ver el balbuceo de su amigo. Su expresión, antes un tanto acusadora, se volvió más dulce – Harry, si tienes problemas sabes que puedes confiar en nosotros. Y en Ginny, también. No te lo guardes para ti.

De pronto, Harry pensó que el único problema que tenía era que en lugar de soñar con los labios de Ginny, sus sueños estaban plagados de besos y caricias que, al verse iluminados, revelaban un perfecto juego de cabello rubio y ojos grises.

Sacudió la cabeza, exaltado.

- No tengo ningún problema, Hermione. De verdad, estoy bien, como siempre.

- Pero, Harry...

- ¡He dicho que estoy bien! – prorrumpió elevando la voz demasiado para el lugar en el que se encontraban, y así se lo hizo saber la reprimenda de Madame Pince. Harry suspiró, reacio a ver las miradas entre confusas y angustiadas de Ron y Hermione. Luego empezó a recoger sus cosas – Lo siento, luego nos vemos.

Y tras la estela de esas palabras, el ojiverde se escabulló por la puerta de la biblioteca, presto, como si el mismísimo Voldemort le acechara. No obstante, esta vez no era Voldemort quien le perseguía, tampoco una panda de mortífagos descarriados y sedientos de glorias, ni siquiera las miradas acusadoras de una multitud gregaria influenciada por el Profeta. No, ahora era mucho peor. Porque podía huír de la prensa, de los mortífagos e incluso del psicópata de Riddle; así lo había hecho. Pero no podía esconderse de su propia conciencia, pues esta siempre le encontraría. Simplemente no podía eludir los confusos deseos que habían comenzado a aflorar en él, como hiedras venenosas en terreno infértil. Eran deseos que le presionaban desde lo más hondo de su ser, anhelos que le comunicaban insensatos impulsos a los que no estaba dispuesto a ceder. Su propia cárcel fabricada a partir de taimados susurros que reverberaban a cada noche que pasaba, a cada luz de luna proyectada. Y en ese reverberar, una simple letanía se alzaba mientras, una y otra vez, pronunciaba el nombre de Draco Malfoy.

Ooo0O0ooO

Había estado caminando durante tiempo incalculable, probablemente ya estaría anocheciendo y el cielo estaría en ese punto en el que las pinceladas negras se confunden con las rosadas. De todas formas, Harry no podía saberlo pues permanecía dentro de los muros de Hogwarts. Se había ido de la biblioteca porque necesitaba pensar y, con sus amigos cerca, eso se auguraba como una tarea irrealizable; más aún por el hecho de que Ginny les había contado lo sucedido viernes y sábado, aunque, a decir verdad, él no le había dado tanta importancia. Quizás ese era precisamente el problema, que no le daba suficiente importancia.

Paró en seco, a un paso de estrellarse de pleno con una de las imponentes armaduras del castillo. La luz de las antorchas rielando en el relieve metálico.

Maldita sea.

Dejó escapar un suspiro desalentado. El cansancio se iba apoderando de él, mas no se trataba de un cansancio físico, sino de uno psíquico. Pensar nunca ha sido lo mío, se dijo en un risa sardónica mientras reaunudaba la marcha sin sentido. Apenas reparó en los dos chicos de Ravenclaw que pasaron por su lado, tomados de la mano, cuando giraba en el recoveco del pasillo. Tal vez, de haberlos visto, sus pensamientos hubieran tomado un nuevo camino. O tal vez no. Un hombre... Un hombre... ¿como me puede pasar esto con un hombre? Se pasó una mano por su, ya de por si, revuelto cabello. Peor aún, ¿como me puede pasar con Malfoy? Independientemente de que sea atractivo o no, es un idiota arrogate y un estúpido esnob. Quizás no debería haberle dicho todo lo que le dije pero una cosa no quita la otra. De pronto se percató de que no le había dedicado un solo pensamientos a Ginny, y se sintió mal, y repentinamente más cansado. Tendría que hablar con ella, pedirle tiempo podría ser una opción dado que no estaba muy seguro de lo que sentía. Y, sin embargo, aquella sabia voz en su interior no parecía de acuerdo con el dictamen. En realidad él mismo no lo estaba, después de todo, ¿no era un proverbio el que decía que ante la duda el amor se esfuma? Se restregó las manos por los ojos, al tiempo que resoplaba en un inconsciente intento de borrar las manchas de sus preocupaciones. Cortaría por lo sano, era lo mejor, no quería hacerle daño; si algo era indiscutible era que quería a Ginny y no le deseaba ningún mal.

Iba pensando en la mejor forma de hacerlo cuando, sin previo aviso, algo impactó contra él, de frente, y se vio empujado hacia atrás con brusquedad. Poco le faltó para amistarse con los fríos adoquines del suelo. Se masajeó la zona de la cabeza que había recibido en mayor medida el golpe; sus ojos fuertemente cerrados a causa del punzante dolor que le acuciaba.

Finalmente, acabó por abrir uno de sus ojos y la imagen que le recibió le dejó patitieso. Ahí estaba Malfoy, sus facciones encogidas en una mueca mientras, al igual que Harry unos segundos atrás, se sobaba la zona dolorida. Solo que en su caso la altura había hecho mella, así lo delataba la rojez en su pequeña y respingona nariz. Harry dejó escapar una risita que no pudo contener. La idea de que la nariz de Malfoy lucía especialmente ‘mona’ en esas fachas había sido demasiado, aún más cuando su mente la asoció a un dibujo animado muggle, Rudolph o algo así...

Por un momento Harry pensó que le iba a soltar un comentario mordaz por haberse atrevido a reírse, pero no fue así. En cuanto Malfoy se dio cuenta de con quien había chocado su semblante adquirió esa estudiada indiferencia que tanto le había caracterizado esa semana.

Harry lo vio recoger su bolso-maletín del suelo y pasar por su lado sin hacerle el menor caso. Los nervios del elegido se crisparon.

- ¡Malfoy! – exclamó mientras volteaba a ver como el aludido detenía sus pasos. Cosa que él aprovechó para acercarse y parársele delante. Sus miradas se encontraron y a Harry le invadió una repentina inseguridad – Malfoy...

- ¿Me hablas a mi?

Harry parpadeó, perplejo. Eso si que no se lo esperaba.

- Por supuesto, no hay ningún otro Malfoy por aquí – replicó, un tanto tenso. Ya se veía por donde iban los tiros.

- Ah... – los ojos del Slytherin eran tan fríos como un millón de inviernos, y su voz derrochaba sarcasmo cuando añadió – Perdona, es que creí que eras tú quien me había dicho que le ignorara, me estaré confundiendo...

- Deja de hacerte el tonto, Malfoy – respondió entre dientes. No necesitaba que este se pusiera en plan estúpido, mucho menos en plan víctima inocente. Solo quería, solo necesitaba... pedirle perdón, de alguna forma. Por mucho que le cayera mal el rubio, él se consideraba una persona que sabía reconocer cuando se equivocaba y actuar en consecuencia. Por lo que no le iba a achacar a Malfoy la culpa siendo que gran parte de ella había sido suya. Esta vez, almenos. Suspiró – Mira, lo he estado pensado y solo quería decirte que...

- Sinceramente, Potter, no me interesa lo más mínimo lo que quieras decirme – cortó el otro con expresión adusta – Ya me lo dejaste claro, así que como bien expresaste en su momento: “Dedícate a tu vida”.

Con la mano lo apartó de su camino, dispuesto a librarse lo antes posible de la presencia del otro chico. Pero no contó con la cabezonería de la que este hacía gala.

- ¡Espera! ¡Escúchame, maldita sea! – tomó por el hombro a Malfoy, obligándolo a voltear y a que sus miradas se cruzaran. El ambiente se tiñó de un chisporroteo verde y plata, y Harry sintió que las chispas le erizaban la piel en un agradable hormigueo. – Yo solo quería decirte que dejarás de ser tan molesto conmigo y con mis amigos, no todo lo que dije. Pero siempre consigues sacarme de mis casillas y...

- Ahora no os molesto, ¿que diablos quieres, entonces?

- ¡Pero pasas de mi! – exclamó. Pero el alcance de sus palabras no tardó en ser asimilado comportando así un candente rubor que bañó su rosto. – B-bueno... Quiero decir...

Harry se sentía irreconociblemente sofocado y avergonzado. ¿Como mierdas se me ha ocurrido soltar eso?, pensaba mientras las palabras se atoraban en su garganta, incapaz de hacer llegar a su cerebro ni un solo pensamiento coherente. Su mirada, que había sido desviada en algún momento, no alcanzó a apreciar el destello de sorpresa reflejado en las grisáceas piedras, solo un instante efímero en que la ilusión logró acallar el dolor.

La máscara de indiferencia ya estaba de vuelta cuando dijo:

- Potter, yo de ti me lo haría mirar. Hace apenas una semana me exigiste, precisamente, que pasara de ti. ¿Y ahora me vienes a lloriquear para que te preste atención? – arrugó la nariz en una mueca de asco – O tus idilios de fama han llegado a límites desorbitados, lo cual no me extrañaría siendo que eres San-Potter-el-Salvador, o bien el enfrentamiento con el Lord te dejó secuelas un tanto... preocupantes.

Ante la extensa, y obviamente irónica, perorata del Slytherin, Harry apretó los puños, su expresión cohibida ahora se había perdido en algún punto entre la frustración y la furia. ¿Que podía decir? Malfoy no parecía tener la intención de escucharle y desde luego que él no iba a rogarle, ya demasiado era que hubiese hecho el intento de pedir perdón. ¿Acaso el rubio le había pedido disculpas algún maldito día en esos seis años? ¿Acaso se había mostrado tan solo ligeramente arrepentido por alguna de sus múltiples ofensas? No, ni en una sola ocasión. Es mas, dudaba que Malfoy supiera el significado del término ‘disculparse’. Cabizbajo como estaba, tardó unos segundos antes de alzar la mirada y enfocar el rostro de Malfoy. Estaban tan cerca.

- Yo no lloriqueo, pero a diferencia de ti se pedir perdón cuando tengo la culpa. El otro día me sobrepasé, así que lo siento. – Harry cerró los ojos momentaneamente, combatiendo las fuerzas trascendentes que, voraces, pugnaban por manejar los hilos de su cuerpo en una obra que, bien sabía, acabaría en un beso que le robaría el aliento. Y es que, en esos momentos, la respiración de Malfoy acariciando su rostro en un suave aleteo era demasiado para su propia cordura. – Si aún así... – tomó una bocanada de aire antes de volver a abrir los ojos – Si aún así te empecinas en no querer oír mis disculpas, allá tú. Pero no esperes que te vaya rogando por los pasillos.

Pudo sentir el movimiento de la garganta de Malfoy al tragar saliva. ¿Estaba nervioso? Su corazón pegó un brinco ante la posibilidad.

- ¿Porque te preocupa? – musitó el rubio en un hilo de voz.

- ¿Como?

- Nunca te ha preocupado ser mi amigo o no serlo, ¿porque te preocupa ahora?

La pregunta, pese a haber sido dicha en no más que un susurro, pareció hacer eco en el angosto pasillo. Un eco que se extendió como el polvo entre el sensual llamear de las antorchas, que temblaron a la expectativa del desenlace de aquella ináudita conversación. Un sudor frío, que Harry no sabía si se debía al clima nocturno o a la tensión que sentía, se deslizó por su cuello en una lamida de cristal. La mano que estaba sobre el hombro del rubio cayó, lánguida, a su costado mientras Harry se perdía en aquellos ojos de acero anhelantes de respuestas. Sus resecos labios se abrieron sin saber realmente que decir.

- No lo se.

Se quedaron así, unos segundos más, Malfoy mirándole con una extraña expresión en su níveo rostro que a la luz de las antorchas creaba un relieve de sombras. Finalmente, el contacto visual desapareció y Harry sintió una punzante opresión en su pecho mientras veía la silueta de Malfoy desaparecer entre la oscuridad del fondo del corredor.

Ooo0O0ooO

Aquella noche, acomodado ya entre el cobijante calor de sus edredones, Harry no pudo conciliar el sueño. Cada diez minutos se despertaba y cuando por fin conseguía dejar el mundo real por enésima vez una exasperante angustia le agitaba con sus translúcidas manos de hierro, privándole del que podía ser un placentero sueño. Consecuentemente llevaba en vigilia por lo menos tres o cuatro horas.

Resopló y dio una vuelta en la cama hasta colocarse boca abajo. Con pesadez, alargó una mano y tomó el reloj que había en su mesita, siempre lo conservaba cerca.

La una y media de la madrugada.

Pese al cansancio que cargaba dudaba mucho que pudiese conseguir el sueño que tanto le hacía falta, ya de sobras se conocía. Y encima el encuentro que había tenido con Malfoy no ayudaba en gran medida, quizás tendría que pedirle a alguien que le enseñara la técnica de dejar la mente en blanco, una habilidad fascinantemente útil en una ocasión como esa.

Aunque por ahora me conformaré con ir a dar una vuelta. Sí, ese era otro método sorprendentemente eficaz.

Sus pasos se escuchaban huecos en el frío suelo oculto por la penumbra de la noche, los profesores parecían haberse saltado la guardia dado que no se había cruzado con siquiera uno. ¡Incluso Snape permanecía desaparecido! Y ya podía dar gracias a ello puesto que la capa de invisibilidad yacía olvidada sobre su cama. Se deslizó por los pasillos haciendo uso de su adquirida capacidad para pasar desapercibido ante los refunfuñantes cuadros que colgaban de las paredes del castillo; en más de una ocasión había tenido que soportar los reclamos de estos, y no era nada agradable. Con un punzante dolor de cabeza amenazando su sosegado paseo salió a los terrenos de Hogwarts, donde el relente nocturno se pegaba a su piel y el viento invernal helaba sus huesos sin piedad. Tiritando, fue repentinamente consciente del pijama que únicamente cubría su desnudo cuerpo. Aún así, reacio a volver todavía, caminó paulatinamente entre el suelo nevado; sus pies se sumergían en la blanca nieve para emerger segundos después con dificultad. Era una noche oscura, sin estrellas que la iluminaran, Harry pensó que era una noche propicia a su estado de ánimo.

Se internó entre los sinuosos caminos de una hilera de árboles, alzó la mirada al cielo pero el ténue resplandor de la luna a penas se entrelucía entre las copiosas copas de verdes hojas. La quietud era imperturbable, sosegaba su irascible corazón con una calidez impensable en aquellos fríos lares. Sus pasos cesaron cuando se percató, atónito, que de alguna forma había llegado al Palacio del Invernadero. ¿Tan ensimismado había estado? Suspiró. No podía seguir así, Malfoy estaba consiguiendo mantenerle desconcentrado hasta cuando no se hayaba presente. Chasqueó la lengua, arrepintiéndose immediatamente por el viento que se internó en su boca. Con un estremecimiento decidió que era hora de volver si no quería morir congelado. Frotándose las manos se dispuso a volver sobre sus pasos pero, en ese momento, sus oídos captaron algo que antes le había pasado desapercibido. El ténue susurro de una suave melodía parecía provenir de entre una aglomeración de árboles cercanos. Harry vaciló un momento pero no tardó en dirigir sus pies hacia el reducido bosquecillo, notando como la música se hacía más latente a medida que avanzaba; era una bonita melodía, acariciadora e invitadora. Como antes, se internó entre los majestuosos troncos y la lozana vegetación, serpenteando con maestría las amenazantes brancas que, en la penumbra, adquirían un aire considerablemente más intimidante.

(Aquí viene esta canción: http://www.youtube.com/watch?v=8Q-TWgfHmNo )

Finalmente pudo distinguir la claridad entreluciéndose por entre la ramas y, con unos últimos pasos, salió a un descubierto claro circular presidido por la magnética mirada de la luna, blanquecina, casi cristalina, derramándose sobre el suelo helado, exento de cualquier mota de nieve. Mas eso no era todo. Harry sintió que el aire se comprimía en sus pulmones y que su corazón se encogía en el tórax para luego ejecutar un salto mortal que por poco hace a sus piernas flaquear. Malfoy, ataviado con una bufanda blanca, pantalones y camisa holgados e igualmente blancos, bailaba sobre el hielo. Sus pies discurriendo con maestría, sus ojos apaciblemente cerrados y una expresión serena reflejada en su rostro mientras giraba sobre si mismo; el pie derecho extendido hacia atrás con firmeza antes de encogerse en un suave aleteo. Harry entreabió la boca, enajenado con semejante espectáculo. No había esperado ver al rubio bailar de nuevo, como tampoco había esperado encontrárselo tan pronto después del incidente en el pasillo aquella misma tarde. Por un momento, la fugaz idea de huír de aquel lugar pululó por su confusa mente de forma nítida e irrefutable. Pero entonces, se descubrió moviéndose sigilosamente, acercándose al centro del claro donde Malfoy se hayaba sumido en las notas de una melodía que probablemente él mismo había invocado. Podía escuchar como martillazos sus propios pasos sobre el hielo hueco, así como el pálpito de su corazón desbocado por emociones que no se molestó en clasificar.

¿Que estoy haciendo? ¿Porque no me voy, porque me acerco?, pensó en una nebulosa de pensamientos. Ya no era consciente del frío que le atenazaba, ni de donde estaba, ni a quien miraba y lo que eso significaba. Cuando Malfoy se dejó caer al suelo con una marcada ondulación de caderas, el ojiverde sintió un conocido cosquilleo en su bajo vientre y un agradable sofoco que recorrió todo su cuerpo. Apenas fue capaz de plantearse si ese suelo helado no estaría demasiado frío como para tumbarse. Pues Malfoy se contorsionaba por él, deslizando sus brazos, sus piernas, sus manos; unas veces con pasión, con dolor, con frustración, y otras con una ternura que Harry nunca antes había imaginado anidar en alguien como él. La canción envolvía el momento de una magia especial, una magia que rodeaba al rubio en sus sublimes movimientos. Harry tembló al ver a Malfoy abrazarse, con desgarro y amargura antes de levantarse. El resplandor de la luna adoraba los rubios cabellos que semejaban hebras de oro diluídas en la brisa. Harry adoró las negras pestañas, la nívea piel que se antojaba tersa y suave, adoró la sinuosa figura insinuada tras la fría humedad de la tela de la camisa y el febril fulgor de aquellas gemas plateadas que en esos momentos le miraban.

Harry tragó en seco, los nervios aflorando en su interior. Malfoy lo había visto, Malfoy lo observaba con una indescifrable mirada, una mirada tanto enigmática como arrebatadora. Malfoy caminaba hacia él. Con lentitud, con suavidad, con magnético erotismo; las notas musicales flotando como esponjosas nubes a su alrededor, casi diluídas en las silenciosas voces de la noche.

Quiso moverse, quiso que algún sonido manara de su boca enmudecida, una excusa que justificara su presencia allí. Una excusa que justificara el latido enloquecido de su corazón a medida que el otro chico se aproximaba...

Mas no se movió. Incapaz de hilvanar un solo pensamiento coherente aguardó, en tensión y sin quebrantar la delgada línea que unía sus miradas. El nudo en la boca del estómago se hizo más palpable cuando Malfoy se plantó frente a él, solo unos frágiles centímetros salvaguardando la distancia entre ambos.

Ahora, Harry podía verse reflejado en el iris grisáceo. Podía discernir el asombro y los leves resquicios de un ya antiguo anhelo destilando en su dilatada mirada. Rogó por recuperar el don de la movilidad y del habla, pero tal parecía que eso no iba a suceder. Una de las manos del rubio rozó la suya enviándole un sutil estremecimiento. Bajó la vista para ver el cauto contacto y volvió a elevarla hacia Malfoy, a la expectativa. Este se acercó más, sus narices tocándose mientras deslizaba la yema de sus dedos por el brazo de Harry, el cual se sentía desfallecer ante el cúmulo de sensaciones. Sus alientos cálidos se enzarzaban indecisos de dar el último paso. Por primera vez, Harry sintió la imperiosa necesidad de besar unos labios a cualquier costo. Cerró los ojos, mareado.

- Ven... – musitó Malfoy.

Harry pensó que lo había imaginado, pero al abrir los ojos se encontró con la expresión invitadora del otro que le tomó la mano y tiró de él. Sintiéndose torpe se dejó guiar. El rubio le tomó por la cintura con la mano libre y lo acompañó en suaves movimientos al compás de la música. Sus labios se movían sin emitir sonido, tarareando en silencio y Harry tuvo la fugaz impresión de que lo que estaban haciendo era algo especialmente íntimo. Se deslizaron por el hielo juntos, prácticamente abrazados, sus cuerpos pegados. Echó en falta el contacto visual cuando Draco le hizo dar una vuelta sobre si mismo, pero sus miradas no demoraron en encontrarse de nuevo, anhelantes. Y Harry se sumergió en esas lunas plateadas; un brazo envolvió su cintura. Y, de pronto, unos fríos labios tomaron los suyos con ternura, adorándolos sutilmente. El tiempo se detuvo para ambos, y la música enmudeció para sus oídos. Solo existían ellos, solo ellos y sus labios ávidos de deseos, dos almas solitarias enredadas en una danza frenética dominada por sus lenguas. Embargado por el cúmulo de sensaciones, Harry llevó sus manos a los hombros del Slytherin, a la par que este lo apretujaba más contra él. Gimió dentro del beso, acalorado, y dio gracias al firme agarre de Malfoy. Estaba seguro de que de no ser por eso ya habría caído al suelo, sobrepasado.

Cuando el beso llegó a su fin las respiraciones de ambos estaban agitadas, el vaho exudando de sus bocas, y en sus ojos se podía distinguir una sombra de fogosa excitación.

- Yo... – empezó el moreno.

- Shh... No digas nada, Potter – susurró y apoyó la frente en la de Harry, con languidez. Este vio como el rubio cerraba los ojos y tragaba saliva - ¿que haces aquí?

- No podía dormir.

- No me refiero a eso – aclaró y abrió los ojos. Harry creyó que podría perderse en esa mirada, al igual que en los cálidos brazos que le apresaban - ¿Porque estabas mirándome?

Ante tal pregunta los músculos de Harry se tensaron. Era cierto, ¿porque se le había quedado mirando en lugar de marcharse? Sorprendido se dio cuenta de que ni él mismo tenía una respuesta clara, o tal vez la tenía pero no quería terminar de admitirla. Una nebulosa de sentimientos y emociones que nunca antes había imaginado poder sentir ahogaba cada intento de su paz mental por salir a flote. Pero, siendo sinceros, Harry no podía engañarse a si mismo, sabía la naturaleza de esos crecientes sentimientos que comenzaban a surgir en su interior, sentimientos que, sin poder explicarse el cómo, estaban destinados a ese prepotente rubio. Prepotente y sexy. Se removió, turbado.

- ¿Por que me preguntas eso? – finalmente optó por responder con otra pregunta.

Malfoy le observó, inquisitivo.

- Tu forma de actuar me confunde. –dijo – ¿Acaso eres bipolar?

- Yo estoy confundido – replicó, Aquí el único bipolar que hay eres tú. El silencio acaparó por unos segundos la totalidad del momento. Antes no lo había advertido pero la melodia ya hacía tiempo que había llegado a su fin. Vacilante llevó los dedos a la boca de Malfoy y delineó los labios, que se entreabrieon ligeramente - ¿Porque...? – inspiró hondo - ¿Porque me has besasado?

- ¿Aún lo preguntas? – enarcó un ceja – Sabía que eras lento, Potter, pero no hasta este punto.

El aludido se sonrojó y, abochornado, apartó la mano. Por supuesto que lo sabía, lo que realmente quería preguntar era como podía ser que aquello hubiese pasado entre ellos, precisamente entre ellos que siempre habían sido rivales acérrimos. ¿Cuando se habían llevado mínimamente bien? Nunca. ¿Cuando entonces había nacido esa atracción? Es más, ¿cuanto tiempo hacía que Malfoy la sentía? Suspiró interiormente. Una cosa estaba clara, el Slytherin era increíblemente bueno actuando; a él nunca se le hubiera pasado por la cabeza que este albergara algún sentimiento diferente al odio por él. Arrinconando todas las incógnitas a un lugar muy remoto de su embarullada mente, el ojiverde desvió la mirada y murmuró:

- Harry.

- ¿Que?

- Me llamó Harry, no Potter.

Draco se mostró debidamente sorprendido. Algo se había desplegado en su interior con esas palabras e, incapaz de evitarlo, tomó del mentón a aquel chico que le enloquecía desde hacía un año y lo besó ansioso. Harry le devolvió el beso con ímpetu, aún sin saber a ciencia cierta a donde les llevaría todo eso. Lo único que en esos momentos le importaba era lo deliciosamente placenteros que resultaban aquellos rojos labios sobre los suyos. 

- Harry... – suspiró en un momento que se separaron para volver a engazarse en aquella ináudita danza, solo presenciada por la calmosa quietud de la noche y su blanca mirada.

Ooo0O0ooO

- ¿Para que diablos venimos aquí? – inquirió, receloso, mientras seguía al Slytherin al interior del Palacio del Invernadero.

- No seas impaciente, Potter – replicó jocosamente concentrado en buscar algo.

- Es Harry, Harry – murmuró desinteresadamente mientras observaba la lujuriante vegetación del interior del invernadero. 

Los colores dispares de algunas flores rompían con la monotonía cromática de forma enriquecedora, pero alguna que otra raíz desperdigada por el suelo, probablemente resultado de una clase, entorpecían lo que podría haber compuesto un bello cuadro.

Nada más entrar en el lugar el cambio de temperatura había sido más que evidente y sus huesos casi se habían resentido por la brusquedad de dicho cambio. Había estado demasiado tiempo a merced del frío. De hecho, Harry se mostraba sorprendido de no haber pillado una pulmonía. Tal vez, pensó ruborizado mientras miraba a Malfoy de soslayo, el hecho de que estuviera abrazándome todo el camino de vuelta tuvo su importante papel. Sacudió la cabeza, cansado, y se revolvió el pelo con la mano. Luego se acercó al rubio.

- ¿Sabes? No tendría porque fiarme de ti, nunca has tenido muy buenas intenciones que digamos.

Draco rodó los ojos.

- Por supuesto, Potter. Si no quieres fiarte no lo hagas, puedes marcharte si quieres – alargó un brazo señalando la puerta – Ahí tienes la puerta.

Harry frunció el ceño, contrariado, para seguidamente agazaparse al lado del rubio, tomarle del mentón y obligarle a mirarle.

- Parece que tus neuronas tampoco funcionan espléndidamente, ¿que es lo que no entiendes de que me llamo Harry? – dijo, socarrón, disfrutando del leve rubor emmarcando el rostro de Malfoy.

- Tú me llamas por mi apellido.

- Tú no me has pedido lo contrario.

Draco resopló.

- Eres un caprichoso, Po-... – el ojiverde alzó ambas cejas en muda advertencia - ...Harry.

Una amplia sonrisa iluminó las facciones del elegido. Draco se sintió levemente perturbado ante tan deslumbrante sonrisa.

- Vaya, quien iba a decir que bajo ese porte orgulloso serías tan manso. – se dejó caer hacia atrás, quedando sentado con las piernas cruzadas. – Ya que me lo pides te llamaré por tu nombre, Draco.

Un estremecimiento recorrió al ojiplata al oír su nombre pronunciado por esa voz que tanto le pirriaba.

- Cierra el pico. Yo no te he pedido nada. – resopló con desdén a la par que centraba de nuevo su atención en las azules flores que habían frente a él. – Calla y mira, Po... Harry. – rectificó, arrugando la nariz. Acto que a Harry se le antojo tentadoramente irresistible – Se llaman Sidera Noctis.

- ¿Sidera Noctis? – contempló curioso las azules flores, eran de un azul intenso y brillante pero, intrigado, Harry advirtió que estaban cerradas. – No han florecido.

- Solo florecen un día al año, y solo por la noche.

- Ah...

- Por Merlín, esto es una prueba de que no prestas atención a clase de herbología. - Harry entornó la mirada, irritado. Como si Malfoy prestara real atención... – Ni lo digas, yo a diferencia de ti si atiendo.

El moreno volteó a mirarle, sobresaltado. Abrió la boca dispuesto a averiguar como narices Malfoy había adivinado sus pensamientos, pero este se le adelantó.

- Eres como un libro abierto – dijo en tono burlón.

- Lo que tú digas – rezongó mientras esta vez era su turno de poner los ojos en blanco. Por un momento se preguntó si Draco sabría utilizar la Legeremancia, en ese caso no lo tendría especialmente difícil para descifrar sus pensamientos; nunca había sido un buen oclumante después de todo. – ¿Entonces esta noche se abrirán las flores? – cuestionó señalándolas con el índice - ¿por eso me has traído?

- Hm. – con una mano se peinó el sedoso cabello rubio - No debe faltar mucho.

Sin darse cuenta, Harry se encontró contemplando ensimismado aquel gesto que aparentemente Draco había realizado de forma mecánica. Se sentía extraño estar ahí, sentado junto al Slytherin, en esa atmósfera tan apacible, carente de la intrínseca hostilidad de siempre. Podía incluso afirmar que la situación era confortable. Nunca, ni en sus más bizarros sueños, se le habría pasado por la cabeza que fuera capaz de disfrutar de un tiempo junto a aquel tipo orgulloso y estirado. Obviamente se había equivocado. Y, sin embargo, lo que más le aturdía con diferencia era aquel atisbo de romanticismo, o algo por el estilo, que el rubio había dejado entrelucir, como una sombra borrosa a duras penas visible. ¿O acaso no se consideraba romántico llevarle a ver florecer unas flores que solo florecían un día al año? Pensó en Hermione y en el predecible grito agudo que emanaría ante tal acto novelero, y su corazón pegó un brinco ante la idea de una cita romántica con Malfoy. Con Draco, se dijo sin terminar de acostumbrarse. ¿Realmente estaba teniendo una cita con un hombre? Una cita un tanto improvisada en todo caso.

- ¿Que te pasa? Estás poniendo una cara tan estúpida que da miedo.

La voz del Slytherin rezumando diversión le sobresaltó. Parpadeó y sacudió la cabeza, antes de vislumbrar frente a sí un ceño debidamente fruncido.

- Estaba pensando. Perdona por asustarte – ironizó.

- ¿En tu novia? –inquirió e immediatamente se arrepintió.

Los ojos de Harry se abrieron desmesuradamente ante el recuerdo de Ginny, la oscura llama de la culpa demasiado intensa como para ser ignorada oscilando en una precaria órbita en sus orbes jades. No había tenido un solo pensamiento enfocado en ella mientras se había estado besuqueando con Draco, ni siquiera había tenido tiempo de dar por zanjada su relación. De pronto se sintió miserable y descubrió que la culpalidad era más amarga de lo que la pintaban.

- No... Ginny y yo lo vamos a dejar – murmuró en una involuntaria excusa, sin saber exactamente que es lo que se suponía que debía decir, ni porque se estaba excusando exactamente. No le parecía justo para la chica que Malfoy fuera consciente de que se había besado con él, al margen de su relación. No almenos, teniendo en cuenta que este era perfectamente capaz de usarlo como arma para sus mordaces comentarios. 

Draco le obserbaba de reojo, sopesando los pros y los contras de acercarse y borrarle a besos aquella expresión culpable que había acaecido de pronto al moreno Gryffindor. Finalmente, extendió la mano izquierda e izó del antebrazo a Harry, quien, desprevenido, se vio repentinamente jalado. Trató urgentemente de mantener el equilibrió pero cayó irremediablemente sobre Draco, que quedó atrapado entre el portentoso cuerpo y los fríos adoquines del suelo. Harry gruñó, dolorido, y enderezó su torso parcialmente recostando los codos en el adoquinado. 

Sus miradas se encontraron. Fogoso verde contra metálico acero; un llameante verde que derretía los fríos témpanos de hielo. Se observaron por unos segundos, unos segundos que se hicieron eternos antes de que sus labios se unieran en un tórrido beso. Dientes y lenguas tuvieron juego en aquella lucha en la que ambos ganaban. Las manos de Draco se aventuraron por su espalda, acariciándola, para después deslizarse hacia abajo, acunando sus nalgas. Harry jadeó dentro del beso cuando las fuertes manos apretaron con fuerza, sus caderas se presionaron y pudo notar el miembro palpitante del rubio bajo la tela de sus pantalones. Mordió con tierno delirio su labio inferior, arrancándole un suspiró que le supo a gloria. 

Draco recorría impaciente el cuepo sobre él, sus manos se colaron por el fino pijama, masajando su costado y la sinuosidad de sus caderas, tocando cada milímetro de piel incandescente. Sentía su pene presionado contra el de Harry y, aún a través de las ropas, creía que podía correrse solo con ese cadencioso vaivén que mantenían sus caderas. 

- Ahh.. – gimió ante el contacto de una húmeda lengua jugueteando con el lóbulo de su oreja, mordiéndo, chupando, lamiendo con ímpetu, mientras uno de sus pezones era presionado entre unos sublimes dedos que le envieron oleadas de placer – Harry...

El aludido se incorporó ligeramente, arrebolado, y contempló fascinado el rojo escarlata que teñía las blancas mejillas de Draco; su boca entreabierta, su respiración alterada. Inesperadamente, las posiciones se vieron invertidas y Harry se sintió deliciosamente aprisionado por el cuerpo del Slytehrin que, entre besos y caricias, se deshacía de su camisa y de la del propio Harry. Suspiró con satisfacción. Extasiado por el contacto de sus pechos, extasiado por la afanosa boca que se deslizaba presurosa por su cuello, por su pecho, trazando una hilera de besos por su abdomen hasta detenerse en el borde del pantalón. 

- Eres tan hermoso... tan jodidamente sexy – dijo con voz ronca, mientras acariciaba el pulsante trozo de carne por sobre la tela sacando quejumbrosos gemidos de la boca de Harry. 

Con un rápido movimientos el pijama, junto con los bóxers negros, fueron diestramente desperdigados por el suelo. Draco se lamió los labios con anticipación, deseoso de tragarse aquel suculento manjar. Con una mano agarró el erecto miembro y paseó el pulgar por la hendidura.

Harry se arqueó, jadeante. Sus ojos enfocaron a duras penas la provocativa sonrisa en los labios del Slytherin antes de deslizar el goteante pene en la cavidad de su boca. 

- Oh, joder, Draco – jadeó, enronquecido. La caliente boca devorando su miembro era más de lo que podía aguantar, sentía la húmedad de la lengua envolviéndole, lamiéndole con ondulantes movimientos, el cálido aliento. Su respiración se volvía más agitada por momentos, hasta el punto en que lo único que fue capaz de emitir fueron entrecortados gemidos y jadeos que reverberaban entre las paredes del invernadero. Draco incrementó el ritmo, metiéndose el duro mastil hasta el fondo, masajeando a su vez los testículos, haciendo a Harry retorcerse, enloquecido, y hundir una mano en el cabello de Draco instándole a continuar – Ahh...

Repentinamente, Draco se detuvo. Y un lamento disconforme se hizo patente en Harry.

- ¿Por... porque t..te detienes? – inquirió, exhalando profundamente.

- Aún no tienes permitido correrte .

Y sin darle tiempo a reprochar abordó con ansiedad sus labios enrojecizos, adorándolos y a la vez subyugándolos a su voluntad. Las manos de Harry cobraron vida y propósito, y como si no hubieran sido hechas para nada más, desabrocharon expertamente el pantalón de Draco, que jadeó al sentir como su ropa restante le era arrebatada.

Ahora, ambos completamente desnudos, sin prendas de por medio que entorpecieran, se entregaban a aquel febril acto del que solo ellos eran partícipes. Cuerpos sudorosos que se restregaban con apremiante delirio, lenguas que besaban y mordían todo a su paso, sus miembros presionándose en un deleitoso vaivén mientras guturales gemidos se evadían en la quietud de la noche, como un grito al cielo de aquellos sentimientos. 

Embargado por una irrefrenable excitación, Draco mordió el cuello de Harry arrancándole un quejido. Su boca se volvió a apoderar de la otra y la imperiosa necesidad de tener al moreno dentro de él no hizo más que incrementar. Necesitaba sentir a Harry, su pene deslizándose en su interior, invadiéndole hasta el último rincón.

- Harry... – ronroneó en su oído, dejando a su paso una incitante lamida. Harry sintió un estremecimiento barriéndole de pies a cabeza. – Ahh... Harry, fóllame.

Las palabras fueron una abominación, un abrazo, una maldición, una ternura y una dulce tortura que oprimieron fuertemente contra la piel de su cuello. Harry no necesitó que se lo repitiera, apremiante se colocó sobre el rubio y, con acariciadores movimientos que no carecían de cierta torpeza, abrió las esbeltas piernas para situarse entre ellas. 

- No se exactamente como, yo nunca... con un chico – balbuceó, atropelladamente.

- Solo prepárame bien – señaló y, como ilustrando sus palabras, tomó la mano del Gryffindor y la llevó a su boca introduciendo dos dedos en su interior, lamiéndolos con avidez sin dejar de mirar a Harry, que sintió desfallecer ante semejante ardor.

Una vez humedecidos sus dedos, Harry se afanó en realizar la preparación de la mejor forma que su nula experiencia en ese terreno le concedía. Ciertamente se sentía algo temeroso por dañar a Draco. Pero aparentemente sus miedos fueron infundados dado que la expresión del rubio destilaba todo menos dolor. En sus ojos vidriosos refulgía la llama del placer, inalienable. Cuando Harry deslizó el segundo dedo por el apretado orificio creyó que eyacularía de mera anticipación. Diligente, sacó los dedos y acercó la punta de su miembro a la estrecha abertura. Se humedeció los labios con la lengua.

- ¿Estas.. listo?

- Si... – suspiró, apremiante.

Harry no le hizo esperar más. Con un suave movimiento se introdujo lentamente en el cuerpo del rubio, sintiendo las paredes ceñirse sobre su latente miembro. Ahogó un gemido en un beso desquiciante, mientras el cuerpo bajo él se estremecía y se arqueaba delirante. Embargado por un jubilante deseo inició el balanceo; enterrándose profundamente en aquel apretado trasero que le estaba haciendo ver puntitos luminosos discurriendo ante sus ojos. Draco rodeó con sus piernas la cintura del otro, provocando así que las embestidas aumentaran de intensidad. 

- Ahhh, sigue... sigue...

- Draco... – jadeó entre dientes antes de devorar el níveo cuello con desenfreno.

Draco cerró los ojos, extasiado. Y al abrirlos de nuevo el arrebolado rostro de Harry estaba inscrito en una polvareda de diminutas esferas doradas que deslumbraban entre las penumbras nocturnas antes de disolverse en un estallido de colores. Draco abrió la boca y entre suspiros jadeantes su voz se hizo audible.

- H-harry.. las Sid...ahhh

- ¿Q-que, que pasa? – preguntó enterrándose profundamente. 

Draco gritó en un enronquecido gemido.br>
- Sidera... Noctis.

El ojiverde apenas era cosciente de que eran esas Sideras Noctis, su mente no era capaz de hilvanar un solo pensamientos que no fuera el cuerpo del rubio contorsionándose bajo él con la sombra del placer tiñendo sus ojos, sus mejillas y su perfecta boca. Sin embargo, de un brusco movimiento, el Slytherin quedó sentado a horcajadas sobre harry, moviéndose de arriba a abajo sobre su miembro; las palmas de sus manos adosadas sobre su pecho, trepidante por la fuerte respiración.

Harry pudo contemplar, entonces, la sublime visión que se eregía en el Palacio del Invernadero. La rielante polvareda se elevaba como burbujas de jabón con fluctuantes movimientos, era hermoso. Su mirada febril se centró en aquellos pozos de plata líquida que le observaban con cariño y con pasión, con un anhelante sentimiento reflejado en ellos. Sus estrechas caderas se agitaban sobre él entre la nebulosa dorada que colmaba el ambiente. En un arrebato tomó las duras nalgas entre sus manos e intensificó las embestidas. Draco le besó, vehemente, y él sintió que su corazón se contraía en un cóctel de emociones demasiado intensas como para ser descritas. Jadeó. Y Draco jadeó también.

- Harry... ahhh – besó los párpados cerrados, descendió por la mejilla hasta su oreja y en un susurró anhelante añadió – Te amo...

La sincera confesión detonó como una bomba en Harry, que sintió el clímax aproximarse, inevitable. Solo hicieron falta unas cuantas estocadas más antes de que todo él se convulsionara mientras eyaculaba dentro del rubio; un gutural gemido consumando el momento. Draco le siguió segundos después, enloquecido por el caliente semen que llenaba su interior se corrió sobre el estómago del otro para después dejarse caer sobre él, rendido.

Sus respiraciones estaban agitadas mientras permanecían inmóviles uno sobre el otro, envueltos en el fragante aroma de lo recién acaecido. Pasaron unos minutos antes de que Draco se dejara caer a un lado y Harry volteara hacia él.

- ¿Estás bien?

Asintió, y al elegido le pareció percibir un velo rosado cubriendo su rostro. Recordó las palabras que habían sido susurradas por el Slytherin antes de acabar, Te amo..., había dicho. Un nudo se hizo en su garganta a la par que un agradable cosquilleo se removía en su pecho. Aquella sincera confesión le dejaba un cierto sabor nervioso e inseguro dado que no sabía como responder a algo así, él no le amaba, ¿como podía amarle si hasta hace solo una semana le odiaba? Pero extrañamente al saber sobre los pletóricos sentimientos que Draco profesaba hacia su persona le había invadido una impensable euforia.

Suspiró y una sonrisa bailoteó en sus labios hinchados.

- Draco, esas flores son increíbles. Nunca había visto algo así.

El aludido le observó de soslayo, e hizo una seña con su mano. Harry miró y vio las hermosas flores azules ya completamente abiertas, destilando un fulgor azulado que le recordaba al de los zafiros.

- Ahora están así, pero solo duran un día. Se reproducen y luego mueren, las nuevas no florecen hasta dentro de un año. – explicó Draco.

- Este mismo día.

- Exacto.

Estuvieron en silencio durante unos segundos hasta que Harry volvió a tomar la palabra.

- Por cierto, ¿como se llama la canción que bailabas antes? En el hielo.

Draco se incorporó y le miró ceñudo, pero el ojiverde pudo ver la curiosidad reverberando en sus pupilas.

- ¿Porque?

Se encogió de hombros y simplemente contestó:

- Me gusta.

- La danza de las mariposas. – dijo.

- ¿La danza de las mariposas? – inquirió, ambas cejas alzadas.

- Eso he dicho, Potter.

El moreno se llevó una mano a la barbilla, pensativo, mientras se incorporaba y se cruzaba de piernas. Draco estudió su cuerpo desnudo; su torso esbelto, sus hombros anchos, su fuerte abdomen y su ahora flácido pene envuelto entre una maraña de oscuro y rizado vello púbico. Con un estremecimiento, sintió como la excitación nacía en su interior con renovadas fuerzas.

Harry le miró de soslayo, alargó una mano y tomó su desperdigada camiseta. Incómodo, se cubrió con ella.

- No me mires así, me pones nervioso.

Draco pegó un respingo al verse descubierto, apartó la mirada.

- ¿Quién te mira, Potter? – una carcajada ahogada le hizo devolver la vista hacia el moreno Gryffindor. Frunció el entrecejo y sus ojos se entrecerraron al verle una mano en la boca, un claro intento de reprimir la risa - ¿de que se supone que te ríes?

- Yo de nada – dijo con expresión seria, agitando las manos. Sin embargo una chispa de diversión destellaba en sus grandes ojos verdes.

- ¿Te estás burlando de mi?

Esta vez Harry no hizo intento alguno por disimular la carcajada que se escapó de sus labios. El ceño fruncido de Draco se accentuó.

- Lo siento, es que eres como un niño. Nunca pensé que fueras así. – la sonrisa todavía iluminando su rostro.

- Al contrario yo siempre supe lo patoso que eres. ¿Se supone que eso era un cumplido? Desde luego no triunfabas entre las chicas por tus técnicas de seducción – dijo con un cierto matiz desdeñoso, pero carente de verdadera malicia.

Se encogió de hombros, resuelto.

- Es verdad, nunca se me ha dado bien. – con una mano se alborotó el pelo, contemplando los tonos monótonos de la noche a través del grueso cristal del invernadero. - ¿Sabes? Estaba pensando que si la canción de antes se llama la danza de las mariposas y nosotros la bailamos... – se sonrojó levemente al rememorar que había bailado, ¿como se había dejado inducir a ello? Sacudió la cabeza y fijó sus ojos en Draco que le observaba a la expectativa. Sonrió – Entonces nosotros somos dos mariposas, ¿no?

Los ojos grises se abrieron, sorprendidos y perplejos. Parpadeó y su nariz se arrugó al tiempo que las comisuras de sus labios formaban una mueca disgustada.

- Aquí la única mariposa que hay eres tú – espetó.

Ahora fue el turno de Harry para fruncir el ceño, parcialmente contrariado. Entornó los parpádos y se señaló con una el dedo índice.

- Pero te gusta esta mariposa... – vaciló - ¿no?

Vio como la ceja del Slytherin se enarcaba, escéptica, coronando la mueca entre burlona y divertida que había asomado en el semblante tranquilo. Draco le miraba intensamente y Harry no pudo evitar que se le subieran los colores, al igual que un tórrido calor que se aventuró por todo su cuerpo. Con un rápido movimiento el rubio se había colocado muy cerca de él, sus narices tocándose en un delicioso roce que le enviaba escalofríos. 

Su boca, también enloquecedoramente próxima, se entreabió dejando escapar el cálido aliento que chocó contra los labios del ojiverde.

- Sí, me gusta.

Y le besó. Harry le rodeó el cuello con los brazos entregándose fervorosamente a ese beso, perdiendo la cabeza y la cordura en ello. No sabía si iba a salir algo bueno de eso, como tampoco sabía si ese incontrolable sentimiento que le acechaba el pecho en un cosquilleo a cada vez que el Slytherin le sonreía, o se acercaba, era o no era amor. 

Solo sabía lo mucho que en esos momentos quería estar con Draco. Estaba dispuesto a intentarlo, a dejarse acunar lentamente en el regazo de un posible amor, a dejarse envolver los sentidos de emociones hasta entonces desconocidas para él. Estaba dispuesto a intentar amar de verdad y a dejarse amar.

Ooo0O0ooO

Dos meses después...

Dos siluetas se enredaban entre las cadenas de la pasión, dos cuerpos, sudoros, unidos en un suave vaivén presidido por anhelantes besos que, desfogados, se enzarzaban deseosos de más. Solo la ténue luz de la luna filtrándose por la escueta ventana desgarraba la penumbra que invadía la sala de la Torre de Astronomía. Harry jadeó entre sus brazos mientras terminaba sobre su vientre al mismo tiempo que él lo hacía en su interior. Dejó caer la cabeza, cansado, sobre el límpido pecho del rubio y suspiró. Podía sentir perfectamente el cálido y espeso líquido llenarlo por dentro, el palpitar desenfrenado del miembro del Slytherin intentando serenarse.

Sintió unos labios posarse dulcemente entre su revoltijo de cabellos y los fuertes pero delgados brazos que le rodeaban ciñéndole más al cuerpo situado bajo el suyo. Elevó la cabeza y contempló, conmovido, el amor y el cariño que desprendían esas orbes plateadas al mirarlo. Algo se agitó en su corazón. Una ola de felicidad, de calidez y de plenitud se extendió por todo su ser y, de pronto, todo se volvió mucho más claro.

- Draco... – susurró, sus labios temblaron.

- ¿Hm? – su mirada grisácea reflejaba como un espejo el brillo de la luna. Sin dejar de mirarlo preguntó - ¿Que pasa?

- Te amo. – immediatamente supo que era verdad.

Draco abrió los ojos, sorprendido, y Harry pudo notar el bamboleo juviloso del corazón de este. Delicadamente posó su mano sobre el níveo pecho, allí donde se encuentra el corazón. Con las yemas de sus dedos recorrió el camino hasta la mejilla del rubio que le observaba todavía con una contenida emoción asaltando su acuosa mirada. Tras unos segundos en que esmeralda y plata permanecieron unidas, Draco tomó a Harry del mentón y lo acercó hasta que sus labios se acariciaron.

- Yo también te amo.

Sus bocas se fundieron suavemente, expresando ahora sin palabras cuan profundos eran sus sentimientos. Y Harry supo, de alguna forma, que nunca podría amar a alguien tanto como amaba a Draco.

Fin...

Notas finales:

Pues eso era todo, una minihistorieta xD Espero que os haya gustado, me sentía especialmente insegura con el lemon, es la primera vez que escribo uno (tanto Drarry como no Drarry) xDD

Nos vemos en otro fanfic!!

Saludos!

PD: dejen coments ¬¬ :3


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