Juguemos a un juego.

Piensa en la oscuridad.

Imagina una noche fría y cerrada. Las grises nubes cubren la luna, que ilumina el negro cielo nocturno, ¿lo ves? está blanca, muy blanca.

Aquellas nubes que antes cubrían el satélite desaparecen, de pronto, pero detrás de ellas ya no hay nada.

Oscuro.

No puedes ver nada. Estás completamente sólo.

Ya no sientes nada, sólo miedo. Siente el miedo.

Silencio.

Al cabo de un rato comienzas a escuchar la suave melodía de un río al fluir y caminas hacia ella hasta oírla a tus pies.

Huele bien. Huele muy bien. Quieres beber el agua. La beberías. De hecho, agachas tu cuerpo para probarla. 

Te gusta. Es deliciosa. Quieres más. Te gusta mucho. Sigues bebiendo. No puedes parar. No quieres parar.

El agua te satisface más a cada segundo que pasas bebiéndola. 

Sientes como un inmenso placer inunda cada rincón de tu cuerpo ¿puedes sentirlo? ¿lo sientes?

Pero un destello del horizonte ilumina el lugar en el que te encuentras y refleja su luz en el adictivo líquido

Y gritas. Y gimes. Y lloras. Y corres al contemplar que este es de color rojo.