La vida de Bastian transcurre al margen de las figuras más importantes del instituto y del resto de los que siguen su jerarquía social. Pendiente más porque pasen rápidas las horas para volver a casa, la fortuna lo sorprende cuando por un absurdo imprevisto su vida se entremezcla con la de Gabriel Stacy, el diamante mejor valorado del círculo estudiantil, y que encuentra en Bastian la existencia que nunca habría creído posible.

Un surtido de encuentros en los que el orgullo, el temor a perder la estabilidad, el coraje y las ambiciones cobran protagonismo.

—¿Me odias? —repitió Gabriel Stacy, frunciendo el ceño y completando el paso perdido, exigiéndole a Bastian una respuesta que auguraba desastre.

Pues sí, los odiaba, los odiaba a todos, en especial a él. Cuatro años de silencio habían llegado a su fin. Lo roto seguía roto y sobre ellos pasarían los intentos de enhebrar la aguja.

—¿Que si te odio, Gabriel Stacy?

Bastian tomó aire y soltó a los cuatro vientos:

—¡Eres la mierda más grande que ha pisado este instituto, y ojalá llegue pronto el día en que no tenga que verte más!
Quizá ese fuera el momento, cuando el silencio de su acto temerario cobró protagonismo, cuando Bastian se dio cuenta de que había ido mucho más lejos de lo que hubiera pretendido nunca, de que, en realidad, su cordura se había esfumado y, por muy temporalmente que fuera, aquello podría significar su fin.