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Lágrimas y pancitas por Asmodeo

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Notas del capitulo:

¿Advertencias? Claro. Este es un mundo alternativo. Es decir, algunas cosas no son iguales a como las leíste.

Harry Potter no me pertenece y escribo esto sin fines de lucro. Todos los aquí mencionados participaron por su libre voluntad... Tal vez Severus opuso un poco de resistencia.

Escribir es una labor ardua que implica horas y horas de trabajo, revisiones y correcciones. A ti comentar te lleva segundos, a lo mucho minutos, Si lees mis historias ¡no te quedes callada! ¡Comenta! Aunque sea sólo para decirme que estuvo lindo y te gustó. Yo no soy fundación de beneficencia que lo da todo sin esperar nada a cambio. No, esto es un trueque: yo te doy historias, tú me das comentarios. Es un intercambio justo.

 

Lágrimas y pancitas

Por Janendra

Email: janendra@hotmail.com

 

 

Capítulo I: ¡Se acabó!

 

En la biblioteca de la mansión Malfoy hay una paz frágil. De los leños que arden en la chimenea se desprenden algunas chispas. El agradable calor se extiende con suavidad. El profesor Severus Snape, parado junto a un librero, mira con nostalgia el bosque frío y húmedo que rodea la mansión. Carga lo que podría jurarse, es una copia de Draco Malfoy. Sólo que éste tiene un año y el cabello negro. La copiecita estornuda y Severus toma otro pañuelo desechable de una caja cercana. Le limpia la roja naricita. Coloca el pañuelo sucio en la mesa que tiene al lado. El bote de basura está junto a Lucius y ellos acaban de tener una fuerte discusión. ¿Motivo? Severus tiene tres meses de embarazo.

 

Por la biblioteca corren otras tres copiecitas de Draco, los tres son igualitos y tienen cuatro años. Atropellan mesas y tiran libros en la agitada persecución de una snitch. Corren sin zapatos por la alfombra, ríen o gritan por entre los sillones, las mesitas y sus padres. Afuera empieza a caer una llovizna tenue. Para desgracia de Lucius y Severus es el día libre de la niñera.

 

Al otro lado de la biblioteca, sentado frente a su escritorio, un Lucius muy molesto intenta leer un importante pergamino y sostener, sin éxito, a otro Draquito de dos años. Un pañuelo más a la mesa hecha de finísima madera. Lucius está a punto de gritarle a Severus que se deje de estupideces y llevarle él mismo el bote de basura. No está arrepentido. Dijo cosas terribles, sí, Severus debe entender que no quiere otro niño. Aunque…

 

—No molesten a su papá. Déjenlo trabajar —murmura Severus con un dejo de tristeza. Sólo a él se le ocurre salir embarazado de nuevo.

 

Lucius espera que como otras veces Severus tome a sus niños y se cambie de habitación. Severus no se mueve. No desea estar solo. Quiere que Lucius deje ese maldito pergamino y vaya a abrazarlo. Tampoco para él es agradable estar encinta. Meses horribles de mareos, dolores y mal humor. Justo ahora que le ofrecieron dar la clase de Defensa contra las Artes Oscuras.

 

Lucius mira inconforme como otro pañuelo va a unirse al montón y se cae a medio camino. Severus ni siquiera se da cuenta. Verlo triste y callado enternece el corazón de Lucius. No lo dije en serio, quiere decirle. Las palabras que salen de su boca son otras.

 

—¡¿No te podías cuidar?! —grita.

 

—¡Quién fue el que no se puso condón! —le espeta Severus. El rostro rojo de rabia. La mirada húmeda.

 

—¡Porque confié en que TÚ te hacías cargo!

 

La puerta de la biblioteca se abre y aparece un furibundo Draco Malfoy, de dieciséis años, con un pesado libro en las manos.

 

—¡PUEDEN CALLARSE! —Grita—. ¡Intento estudiar!

 

Las tres copiecitas que corrían por la alfombra se detienen. Su hermano Draco suele ser bastante malo si está enojado. Incluso la snitch interrumpe su vuelo. Los niños buscan refugio detrás de las piernas de su mamá Severus. Débiles murmullos que pronto se convierten en desolados llantos llenan la estancia.

 

—¡Draco! —reclama Severus—, ya hiciste llorar a tus hermanos.

 

—¡No le grites a mi hijo! —escupe Lucius.

 

Draco observa a sus dos tutores. Creía que ya habían superado el tiempo de “es mi hijo y sólo yo puedo decidir sobre él”. Se ve que la noticia del nuevo embarazo no le cayó nada bien a su padre. Si Lucius fuera un poco observador se daría cuenta de lo mucho que sus palabras suelen herir a Severus.

 

—Olvídenlo —gruñe—. Iré a estudiar con Potter.

 

—¡A estudiar! Nada de actividades extracurriculares con Harry, —le dice su padre—. Sólo me falta que él también salga embarazado.

 

—¡Yo sí me pongo condón! No como otros —dice Draco mientras se aleja por el pasillo—. ¡Y Harry sí se cuida! Insisto. ¡No como otros!

 

—Ya, ya, dragoncito —arrulla Lucius al pequeño niño que carga. 

 

Antes de que consiga calmar al niño, los brazos de Severus se lo arrebatan. Severus carga ahora a los dos draquitos y las tres copiecitas se aferran a su túnica. Cinco niños en llanto libre son un tormento.

 

Severus también llora. Su pecho sube y baja agitado con el ritmo de sus lágrimas.

 

—No necesito que me reclamen a cada instante. Si no quieres a mí bebé sólo tienes que decirlo. Yo puedo hacerme cargo de mis hijos. No te necesito Lucius Malfoy.

 

El profesor Snape sale, con sus cinco hijos, hecho un mar de lágrimas. Detrás de ellos sale la snitch con aire indignado.

 

Lucius le suelta un par de insultos al aire. Intenta concentrarse en el pergamino; los ruidos que vienen de la planta alta se lo impiden. Se oye como si remodelaran la casa. Respira profundo y sigue los pasos de Severus.

 

La habitación que comparten es un asco. Caos y desorden. Cajones abiertos. Ropa tirada por aquí y por allá. Busca preocupado a Severus y lo encuentra a un paso de la chimenea encendida. El fuego resplandece con un puñado de polvos flu.

 

—Hogwarts —dice aún entre lágrimas—. ¡Se acabó! —le grita a Lucius antes de desaparecer con su montón de niños, y la snitch, en el fuego de la chimenea.


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