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Lágrimas y pancitas por Asmodeo

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Notas del capitulo:

¿Advertencias? Claro. Este es un mundo alternativo. Es decir, algunas cosas no son iguales a como las leíste.

Harry Potter no me pertenece y escribo esto sin fines de lucro. Todos los aquí mencionados participaron por su libre voluntad... Tal vez Severus opuso un poco de resistencia.

Escribir es una labor ardua que implica horas y horas de trabajo, revisiones y correcciones. A ti comentar te lleva segundos, a lo mucho minutos, Si lees mis historias ¡no te quedes callada! ¡Comenta! Aunque sea sólo para decirme que estuvo lindo y te gustó. Yo no soy fundación de beneficencia que lo da todo sin esperar nada a cambio. No, esto es un trueque: yo te doy historias, tú me das comentarios. Es un intercambio justo.


Lágrimas y pancitas

Por Janendra

Email: janendra@hotmail.com

 

 

 Capítulo II: El malvado maestro de pociones está embarazado... otra vez.

—¡¡Es guapísimo!!! —exclaman al unísono Hannah y Susan. Los ojos de Hermione brillan impacientes.

 

Es el primer día de clases en Hogwarts. Un grupo de alumnos de Gryffindor, Hufflepuff y un Slytherin salen del Gran Comedor. Pancita llena, párpados somnolientos, se dirigen a su siguiente clase mientras hablan sobre los profesores.

 

—¿Es cierto que viene de Durmstrang? —inquiere Ron—. Malfoy, tú has estado ahí ¿no?

 

El aludido no puede contestar, está ocupado con su novio. Se comen a besos. Ron parpadea. La visión de Malfoy pegado a Harry como sanguijuela es inmoral. Su madre aún piensa que Malfoy le hizo “algo” a Harry. Tuvo que ser un hechizo muy bueno, Harry tiene cara de viólame aquí.

 

—Me gustaría saber si además de guapísimo, es buen maestro —dice Hermione a mitad de una enciclopedia.

 

—Es increíble, —responde Justin.

 

—¿En serio? —cuestiona Ron—. Dijiste que les dejó un montón de deberes.

 

—Lo hizo... Ron, cuando tengas clase con él lo entenderás.

 

Ron suspira. No entiende como un maestro que deja tarea puede ser genial. El nuevo año escolar en Hogwarts inició accidentado. La plantilla docente sufrió cambios y para recibir el curso se preparó una agradable sorpresa: “Descubre a tu maestro” fue el título. Los horarios tenían inscritas las clases y los salones. El nombre de los profesores era el misterio. “Hicimos un cambio total. No se fíen de nada. Las apariencias engañan.” Las palabras de Dumbledore en el banquete de bienvenida causaron algunos llantos y más de uno tuvo insomnio esa noche.

 

Los alumnos de cursos superiores iniciaron el día de clases mitad compungidos, mitad aterrados. Conocían Hogwarts y lo que podían esperarse. Los de primero aprenderían pronto. Corrían extraños rumores sobre los maestros, y en una escuela de magia desconfiar de las aulas era cuestión de sobrevivencia.

 

Slytherin se llevó un susto de muerte al ver a Dumbledore darle clases de vuelo a los de primero. Aunque pudieron corroborar que era temporal. La señora Hooch tuvo un problema familiar y en unos días se reincorporaría al trabajo. Hufflepuff-Gryffindor se horrorizó al encontrar un vampiro en Herbología; era un primo de la profesora Sprout. El peor sobresalto se lo llevó Gryffindor-Ravenclaw al contemplar un barro fangoso en el aula de Transformaciones, que resultó ser el material para una práctica. Las sorpresas estuvieron a la orden del día. Aunque Ravenclaw-Hufflepuff emanaban felicidad. Las chicas no cesaban de suspirar y los chicos sonreían. Un guapo y simpático búlgaro daba Historia de la Magia.

 

La hora de la comida les sirvió para intercambiar experiencias y rumores. Hasta el momento sabían que MacGonagall mantuvo su plaza en Transformaciones. Historia de la Magia tenía un nuevo maestro: Karl Klinger. Defensa contra las Artes Oscuras era un misterio y suponían que Pociones seguía en manos de Snape.

 

—Nos vemos en la cena. Susan y yo tenemos Runas —dice Justin al llegar a la escalera de mármol.

 

El profesor Klinger, causó revuelo entre los alumnos. Venía de Durmstrang y la fama de esa escuela no era buena. Se rumoreaba que sería el maestro de Defensa contra las Artes Oscuras y resultó maestro de Historia. Una clase que a Ron no se le daba. El nuevo maestro era encantador, según las chicas, y magnífico, según los chicos.

 

Ron tendría clase de Historia hasta el jueves. Así que dejaría las suposiciones hasta ese día. Por hoy tenía suficiente con encontrar el aula de Defensa contra las Artes Oscuras. Les dieron un mapa, que se reía sospechoso cada vez que lo consultaban. En el blanco pergamino aparece una orden: Subir por la escalera de mármol.

 

—Aquí nos separamos. —La voz de Hannah saca a Ron de sus pensamientos.

 

La pobre Hannah mira el pasillo que se extiende ante ella. Es un pasillo largo y estrecho que da a un sin fin de puertas. El sol entra por las ventanas. Macetones de púrpuras begonias cuelgan en las paredes. Dos lágrimas se deslizan por las mejillas de Hannah. Si fuera un lugar tétrico y maloliente sabría a qué atenerse, así no hay manera.

 

Los cuatro chicos detrás de Hannah observan con igual desconfianza. En realidad lo miran sólo tres. Draco Malfoy está concentrado en abrazar la cintura de Harry y besarle el cuello.

 

—No puede ser tan malo, —asegura Hermione.

 

—Seguro que el maestro es un dulce —se burla Draco.

 

—¡Draco! —recrimina Harry en voz baja. Mas su voz suena como un gemido.

 

—Oh, no te apures, seguro la profesora Trelawney sigue en Adivinación, —murmura Ron—. Ten cuidado con las begonias. Mi hermano Fred me dijo que una intentó mor.

 

Las palabras de Ron quedan sin terminar. A mitad del pasillo se abre una puerta y un tentáculo enorme, viscoso y morado, zarandea en el aire a un niño de primero.

 

—¡Es Harry Potter! —grita el niño emocionado mientras el tentáculo lo agita.

 

Un par de “¿en serio?” y “¿dónde?” se escuchan dentro del aula.

 

—Hola Sis —saluda Harry.

 

—¡Harry Potter me saludó y se acuerda de mi nombre! —el niño está en éxtasis. Un grupo de cabecitas se asoman a la puerta. La exclamación de ¡Oh, es Harry Potter! se repite.

 

Draco mira la escena con una elegante ceja levantada.

 

—Eh Sis, ¿necesitas ayuda? —pregunta Harry incómodo.

 

—Oh no, el maestro lo tiene bajo control. Es un maestro fantástico, —alcanza a decir antes de que el tentáculo morado desaparezca dentro del aula y la puerta se cierre con un fuerte azote.

 

—Espero que eso morado no sea el maestro —dice Ron.

 

—Tal vez ocupa el lugar de ese salvaje guardabosques. No veo mucha diferencia, —dice Draco.

 

—Hagrid, —señala Harry— su nombre es Hagrid y es muy bueno.

 

—Te sabes el nombre de todo el personal ¿no? —Draco aprieta posesivo la cintura de Harry, le susurra al oído—. ¿Por qué te acuerdas de ese Sis?

 

El aliento de Draco, exhalado contra la piel de su nuca, hace que Harry se estremezca. Harry Potter, adolescente que intervino en la derrota definitiva de Quien No Debía Ser Nombrado y sobrevivió, el mismo año, a una bochornosa plática de sexo con Sirius, información que, a ser sinceros, llegó bastante tarde, le sonríe a su celoso, posesivo y bastardo novio, Draco Malfoy.

 

—Está en Gryffindor —es la simple respuesta.

 

—¡Oh Hermione! —lloriquea Hannah sin atreverse a dar un paso. Donde estuvo el tentáculo hay un sendero de espesa baba luminosa.

 

—Está bien Hannah te acompañaremos. Aún nos queda media hora antes de que inicie nuestra clase.

 

—Estás loca gryffindor, —afirma Draco en tono arrogante—. No desperdiciaré mi valioso tiempo, lo ocuparé con mi novio. Ven Harry, busquemos un salón vacío. Te olvidarás hasta de tu nombre —le murmura sensual.

 

—Nos vemos en clase, —se despide Harry.

 

Ron observa a la sonriente pareja desaparecer por otro pasillo. Aunque desea escapar da un paso adelante. No se mostrará cobarde frente a su novia.

 

—No toquen la baba —se apresura a indicar.

 

Desconfía. Ron lo tiene muy presente. Hannah abre la puerta. Filch los mira impaciente a través de sus lentes dorados. Señala a Hannah con sus dedos huesudos.

 

—Llega tarde señorita Abbott —son sus palabras.

 

—¿Filch? —La barbilla de Ron anda por el piso.

 

—Profesor Filch, jovencito. ¿Piensa usted quedarse ahí todo el día?

 

—Dis... disculpe, —Ron sigue sin creer lo que ve. Hermione por su parte sigue el rumbo que le indica el mapa.

 

—Hermione ¿viste eso? —le pregunta Ron.

 

—Sí, Ron.

 

—Hermion, era.

 

—Ron tenemos clase ¿lo recuerdas? y éste mapa no es muy útil. Creo que se ríe de mí.

 

Subir por la escalera de mármol. Desviarse en el tercer piso hacia la izquierda, doblar a la derecha. Abrir la puerta azul. Bajar. Subir por la cuerda. Tomar el atajo detrás de la estatua de Elmérico, el malvado. Arrastrarse por entre las telarañas. Jalar aire y bucear por el lago hasta llegar a la orilla. Caminar por el patio hacia el castillo. Cruzar el vestíbulo. Pasar la escalera de mármol. Seguir por el vestíbulo. Entrar a la galería de la derecha. Salón ciento diecinueve.

 

Empapada y furiosa Hermione se apresura al salón ciento diecinueve. Después de pasearlos por medio Hogwarts el mapa los llevó a una galería amplia y luminosa próxima al Gran Comedor. Parece arreglada con premura. Hay algunas telarañas y letreros que dicen “no toque aquí, la pintura muerde”. En el lado izquierdo hay siete puertas. En el lado derecho amplios ventanales que tienen como vista el lago.

 

Ron tiene la extraña sensación de que eso no estaba ahí en años anteriores, lo cual podría ser posible. A mitad de la galería, igual de empapados, están Lavander y Seamus.

 

—Hermione que bueno que llegas —dice Seamus—, no podemos abrir.

 

Hay tres puertas de madera frente a ellos, una al lado de la otra. La primera puerta es azul, la segunda rojo carmesí y la tercera verde.

 

Sobre la puerta roja hay un reloj con tres indicaciones: a tiempo, vas tarde y ni siquiera te atrevas a tocar. Las manecillas se acercan peligrosamente a esta última. Encima de la puerta hay un acertijo. “Puf y Pof son hermanos. Puf nació en K un día de marzo. Pof nació en R un día de octubre. Los padres de Puf y Pof son originarios de X. Entre K y R hay una distancia de 856 metros. Entre R y X hay una distancia de 8560 kilómetros, entre X y K no hay distancia. Si la tía Emma es prima de Pof ¿dónde está el lago de las sirenas?”

 

Ron hace lo único que se le ocurre.

 

—¡Alohomora! —pronuncia y agita la varita. La puerta no se abre.

 

—Ya lo intentamos Ron —dice Seamus.

 

—¿Seguros que es la puerta correcta? —pregunta Hermione.

 

—El mapa lo dice —murmura Seamus.

 

—¿El mismo mapa que me hizo nadar en el lago? Discúlpame si desconfío de él.

 

—¡Alohomora! —repite Ron.

 

—Ron es inútil —reclama Lavander exasperada—. Lo que necesitamos es resolver el acertijo.

 

—Señora Puerta podría abrirse por favor, —pide Hermione. La puerta azul se abre ceremoniosa—. ¡Se abrió! Olvídenlo, es un armario.

 

Dentro del aula el profesor Severus Snape mira furioso la puerta cerrada. Una vena le late en la frente. Tiene una mano sobre el escritorio y sus dedos golpean la madera. Los ojos fríos y negros recorren las caras incrédulas de sus alumnos; no pueden quitarle la vista de encima. Todos los Slytherin, secos hay que decir, y un par de Gryffindor entre ellos Potter y Longbottom. Abrir la puerta es la primera muestra de inteligencia que da ese chico. Aunque pierde puntos, ¿quién en su sano juicio sigue las instrucciones de un mapa que se ríe en su cara? Los crédulos y confiados gryffindor.

 

“¡Alohomora!” se oye allá fuera. Risitas maliciosas escapan de los slytherin.

 

“¡Ron! ¡Deja de hacer eso!”

 

“Ese acertijo no tiene pies ni cabeza, debe ser una broma”.

 

¡¿No es obvio?! Snape se lleva una mano a la frente donde la vena late. Dumbledore y sus geniales ideas. En el aula se escuchan los dedos de Snape sobre la madera, los suspiritos entrecortados de Potter, las risas de Malfoy y los murmullos de los que están afuera. Los dedos caen más fuertes a cada frase que se escucha en el pasillo.

 

—Aquí correrá sangre —le murmura Draco a Harry—. Está cerca de su límite.

 

“Alohomora” repite Weasley. Entre más hijos menos neuronas, se dice el profesor.

 

“¿Y si hacemos desaparecer la puerta?” Se escucha decir a Lavander. “Hay que convertirla en puercoespín” secunda Ron.

 

—Profesor ¿les abro? —pregunta Longbottom.

 

—Si alguien con sus “capacidades” pudo abrir...

 

“¡Alohomora!” sigue Ron haya afuera. El profesor cierra los ojos. Respira profundo y cuenta del uno al diez.

 

—Aquí va, —Draco deja un momento a su novio y mira a Snape—. Uno, dos...

 

La paciencia del profesor se agota. “¡Alohomora!” grita Ron. Seguido de un coro de voces que dicen “¡Cállate!"

 

—Tres.

 

—HÁGANLE COSQUILLAS A LA MALDITA PUERTA —vocifera Snape. Su voz puede oírse hasta la lechucería. Al grito del profesor le sigue un fuerte lamento y asustados chillidos.

 

Ron asoma la cabeza por la puerta abierta que se desternilla de risa. La escena lo deja atónito. Los profesores de Defensa contra las Artes Oscuras son todos extraños. Lo que ve es el colmo. ¡Ni siquiera es un profesor nuevo! Es el profesor Snape. Con un lloroso niño en brazos.

 

Ron no lo cree. ¿El malvado profesor Snape arrulla a un niño? Es de locos. Si sabía que el profesor tenía algunos hijos. Lo vio tres veces embarazado. Saber y ver, son dos cosas bien distintas.

 

Ron necesita tiempo para procesar lo que sus ojos ven. Severus Snape arrulla a un niño como de un año. En un soleado salón de amplias ventanas que dan a un patio interior. ¿Dónde están las mazmorras? Ay Dios ¿qué es eso? ¿otro niño? Por dios es otro niño, de unos dos años, aferrado a la túnica de Snape.

 

Ron podría jurar que esos niños son clones de Malfoy, lo que es imposible. El profesor Snape no está casado con Lucius Malfoy ¿o sí? No, no puede ser. Ese niño que carga el profesor tiene el cabello oscuro.

 

A un lado del escritorio, sobre una peluda alfombra azul, hay una sucursal de guardería. Una mesita con varias sillas pequeñas. Una pañalera descomunal, algunas mantas con dibujos en alegres colores. Un montón de juguetes. ¿Será una broma? ¿Acaso le cambiaron al maestro? Pronto supo que no.

 

—Oh basta —sisea Snape—, cierren la boca. ¡Qué no vieron llorar a un niño! ¡Qué esperan para sentarse! Malfoy deje de manosear a Potter. Señor Potter diez puntos menos por descarado. ¡Gryffindor! treinta puntos menos por los que llegaron tarde. ¡Señorita Bulstrode si vuelve a decir algo así..!

 

 

 

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El lago es un buen lugar para pensar, tranquilo, con pequeñas ondas creadas por un viento ligero. El sol débil, luminoso, se desliza flojo por el agua verde oscuro. Una sirena trata de pasar inadvertida en el agua.

 

Severus suspira. Antes de vivir con Lucius el lago era su lugar preferido. Lo visitaba en las noches, aspiraba el aroma del agua y se sentía renovado. Cerca, muy cerca de la orilla. Ahora no tanto, con cinco hijos cualquier mención de agua profunda, sirenas y niños curiosos le eriza la piel. Lucius gritaría si los viera ahí. No hay de que alarmarse, Draco cuida bien a sus hermanos. Carga a Etianne, de dos años, mientras los trillizos, de cuatro años, Lucius, Janael y Arian, lo persiguen. Severus toma el sol y piensa. A su lado, sobre una manta, duerme su hijo más pequeño, de un año, Julius.

 

Cuan parecidos son sus hijos a Draco. Rubios, pálidos y hermosos. Con esa luz en los ojos grises. La seguridad innata en la voz. Altaneros al mandar, ya sea a imaginarios amigos o a los elfos domésticos. La energía con la que hacen cada cosa, ya sea llorar o gritar hasta reventar los tímpanos a alguna visita. Mimados, egocéntricos y encantadores. Así son los Malfoy, todos los Malfoy.

 

Severus amó el ego insoportable, el cinismo. La mirada de hielo que se posó en sus ojos negros y lo hizo sentir nervioso. El aire de superioridad con que lo analizó. “Lucius Malfoy ¿usted es?” la sonrisa elegante, descarada. “Es el profesor más atractivo que he visto en mi vida. ¿Soltero o casado?”

 

Severus amó cada gesto sin preguntar si era correspondido en la misma forma. Vivir con Lucius significó muchos cambios en su tranquila vida. Daba clases sólo por las mañanas y en las tardes se iba a la casa que él y Lucius pusieron juntos. Las mejores tardes de su vida las pasó ahí. Cada acto de Lucius le demostraba su amor, un amor que ahora no ve claro. Tienen cinco hijos, ésa es la mayor muestra de su amor y el bebé que viene en camino...

 

Severus mira a sus hijos. Etianne lanza piedras al lago bajo la atenta mirada de Draco. A Lucius no le haría gracia, “con éste frío y sin suéter”. Lucius no está allí. Es la triste realidad. Arian corre muy acerca de un tentáculo gigante tirado en el pasto.

 

—¡Eh por ahí no! —grita Severus alarmado y se pone en pie de un salto.

 

—Ya me di cuenta mamita —le grita Draco y levanta al niño en vilo. Se ríe, orgulloso de su capacidad para lidiar con cuatro niños sin perder la elegancia.

 

Draco se parece a su padre. El año pasado dio un considerable estirón y ahora le llega a Lucius al hombro. El cabello rubio muy corto, los ojos plomizos, resplandecientes y altivos. Le tuvo tanto miedo a Draco cuando era un niño. Miedo a que su relación con Lucius no funcionará si no conseguía que Draco lo quisiese. Lo más importante para Lucis era su hijo. Severus se muerde un labio, lucha contra el amargo sentimiento, no tiene nada de raro. También para él sus hijos son lo más importante.

 

Severus se recuesta en la manta. La luz del sol refleja en su rostro las hojas de un árbol cercano. El embarazo hace los cambios en su cuerpo. Ya tiene cuatro meses. Su vientre ha empezado a crecer un poco y las consabidas náuseas se presentan sin falta. A él las náuseas le empiezan a los tres meses y se le quitan en el parto. Así que todavía le quedan cinco meses de vómitos matutinos.

 

—¡Mamaaá! —le grita Lucius emocionado. Entre sus manitas trae un sapo. Uno bastante gordo—. ¡Draco lo atrapó! ¿Me lo guardas? Se llama Harry. Mira sus ojos, son como los de Harry. Mamá ¿Harry y Draco son novios? Ellos se besan. Tú y papá se besan. ¿Ellos son novios?

 

—Te guardaré a... Harry —responde Severus—. Lo pondré por aquí.

 

—No, guárdalo en tu túnica o se irá.

 

Severus frunce el ceño. La pequeña copia de Draco que es su hijo le mira gruñón.

 

—Está bien. Lo pondré en mi túnica. Ahora ve con tu hermano.

 

Severus vuelve a recostarse en la manta. Harry… el sapo... se remueve dentro de su túnica.

 

No fue su día. La niñera renunció a las siete de la mañana, ni siquiera tuvo la decencia de decírselo frente a frente: le mandó una lechuza. Le dijo que sus hijos eran unos monstruos malcriados y bárbaros. Severus le devolvió la nota con más de tres palabras altisonantes. Le llamó lo que se merecía.

 

No pudo conseguir una niñera y no había muchos candidatos dispuestos a quedarse con sus niños. Como último recurso, medida desesperada, los dejó con Madame Promfrey. La buena señora se había entendido bien con los trillizos; por muchas compasivas intenciones no podría cuidar a los cinco. Así que sin más Severus enfiló a su aula con Etianne, Julius y la pañalera.

 

Su primera clase como Maestro de Defensa contra las Artes Oscuras fue un fiasco. Gryffindor-Slytherin de sexto año eran el grupo más difícil de Hogwarts. Sólo a Albus Dumbledore le parecía buena idea reunir a Malfoy y Potter en un grupo. No sabía que era peor, el odio o los arrumacos. Antes de que iniciara la clase, creyó que podría sobrellevarlo. A parte de las caras de asombro todo iba bien. Luego vino ese Weasley y lo sacó de quicio. Julius no dejó de llorar y Etianne, asustado por los gritos de su hermano, se le pegó a la túnica a donde quiera que se movía. Los hombres no quitaron la cara de pasmo y las chicas se deshicieron en suspiritos y atenciones a sus niños. Si él no fuera el malhumorado profesor Snape se habrían pasado la clase con sus hijos en brazos. Una mirada bastó para hacerles entender que NO tocarían a sus niños.

 

Su aterrador discurso no tuvo efecto, no con Julius colgado de su cuello. A mitad de la clase consiguió sentar a Etianne a su mesita con un montón de colores y pergaminos. Julius dormía arropado con una manta y él se sintió en terreno conocido y dominado. Entonces Etianne corrió por el salón en busca de su hermano mayor.

 

—¡Daco posa! —gritó a todo pulmón y fue a donde Draco y Harry estaban sentados.

 

—Que bonita mariposa ¿es para mí? —le preguntó Draco—. Gracias Etianne.

 

Y él, que anotaba en la pizarra un conjuro complicado, dijo como si estuviera en su casa.

 

—Etianne deja estudiar a tu hermano.

 

—Sí mamá —le respondió su niño.

 

Demasiado tarde se dio cuenta de su error. Ninguno de sus alumnos conocía su vida privada. Los murmullos se extendieron por el salón como pólvora. Severus sintió deseos de azotar la cabeza contra la pizarra. En ese momento tuvo una incontenible nausea y salió apresurado al baño, que estaba en la puerta verde contigua a su salón. Hacía menos de quince minutos pescó a unos chicos que comentaban su “relación” con Lucius Malfoy. ¿Cómo podía pasarle eso a él que era la discreción en persona? Debía ser el embarazo.

 

Mejor no hablar de embarazos. Lo peor vino diez minutos antes de finalizar la clase. Albus le llevó a los trillizos, que para mayor sorpresa de sus alumnos corrieron a colgarse de su túnica.

 

—¡Mamá, mamá! —gritaban en coro alrededor de él.

 

—Unos niños encantadores Severus —dijo divertido el director. Momento que los trillizos escogieron para iniciar una pelea a muerte por la posesión de su mamá.

 

—Arian, Lucius, quietos. ¡Quietos! Janael no le jales el cabello a Lucius. No habrá dulces para ustedes si no se comportan.

 

—Ah los niños son la miel de nuestra vida. ¿Cómo va todo por aquí? ¿Te has sentido bien Severus?

 

—Sí pro. ¡Janael no patees a Lucius! ¡Arian deja a Janael! ¡Lucius! Miren ahí está Draco, vayan con él, —fue una medida desesperada. Severus suspiró—. Me encuentro bien —pudo finalizar.

 

Albus se acarició la barba y sonrió.

 

—Que bien, me alegra saberlo. Dado tu estado hay que tomar precauciones, —y Albus acabó de arruinar su día. Se agachó a la altura de su vientre y le dio dos palmaditas—. Hola bebé ¿cómo está todo ahí dentro? Creo que está vez será niña ¿tú qué piensas Severus?

 

—Tal vez —murmuró rojo como la grana. Sintió vergüenza, asfixiante vergüenza que aún le ardía en la piel. Quería mantener su embarazo en secreto, tanto como fuera posible.

 

Apenas Albus dejó el salón Severus les dejó a sus alumnos más tarea de la que podrían hacer en un año. El marcador al terminar la clase fue: Gryffindor menos cincuenta puntos.

 

No entendió por qué Lucius quiso tener un hijo con él. Desde que iniciaron su relación le dejó muy en claro que era un hombre divorciado, no pensaba volver a casarse y ya tenía al hijo que deseaba. Aún así a Severus le hacía ilusión. Tener un hijo con Lucius. Con sus ojos. Era un bonito sueño que a veces acariciaba. No quería ir contra los deseos de Lucius y si lo veía con seriedad, no estaba preparado. Un hijo era una gran responsabilidad. Cuando Lucius se lo propuso fue maravilloso. Planearon hasta el mínimo detalle. Nacería en las vacaciones de verano, para que Severus no dejara su plaza en Hogwarts y Draco pudiera convivir con su hermano antes de volver a la escuela. Sería niño, tendría el cabello de Lucius y los ojos de Severus. El nombre del bebé fue lo que causó más conflictos. Arian como su abuelo decía Lucius. Lucius como su padre defendía Severus. Al saber que eran trillizos se quedaron sin habla.

 

La noticia no les cayó muy bien. ¡¿Tres?! Snape no se sentía preparado ni para uno. Lucius se mostró horrorizado. Se quedó estupefacto por días. Le tocaba la pancita y decía “¡tres!” A Draco, que entonces tenía once años, no le hizo ninguna gracia. A él tampoco. Era su primer embarazo, no estaba listo ni para un bebé.

 

Se pasó noches sin dormir, aterrado ante las distintas posibilidades. ¿Si se le adelantaba el parto? ¿si no nacían bien? ¿Si se le moría uno? ¿o los tres? ¿Si los bebés no respiraban al nacer? ¿Sería una buena madre? ¿Qué tal si se la caían? ¿Y si no podía hacer que dejaran de llorar o no podía atenderlos? ¿Si Lucius se hartaba de él y lo dejaba? ¿y si?

 

Por ser su primer embarazo cada cambio le resultaba extraño. Las náuseas lo ponían de malas, lloraba en versión tormenta y comía por seis de pura ansiedad. Cada vez que los bebés se movían se quedaba quieto, asustado de lo que pasaba en su cuerpo. A los seis meses los calambres y el dolor de espalda eran una maldición. Le sangraban las encías y tenía el vientre como un caldero número cinco lleno de estrías.

 

El parto fue horrendo; los trillizos fueron un regalo. Alcanzó para satisfacer los deseos de los tres, porque entonces Draco ya estaba resignado a la nueva pareja de su padre. Aunque no lo dijera, Severus era su maestro favorito en Hogwarts y exigió ponerle nombre a uno de los bebés.

 

Los primeros meses él y Lucius andaban como zombis. Cada bebé llevaba su propio ritmo, ninguno dormía a la misma hora. A uno le gustaba la leche tibia, al otro caliente y al último fría. Como eran iguales terminaban dándole al bebé incorrecto la mamila tibia o la caliente. Entonces, se armaba un concierto de llanto y nadie en la casa Malfoy dormía esa noche. Draco amó regresar a la escuela.

 

El segundo embarazo fue a causa de un descuido. Draco, de trece años quedó fascinado, los trillizos casi cumplían dos años. Severus lloró lo suficiente para desbordar algunos ríos. No quería tener otro hijo. Apenas podía con el trabajo y con los trillizos. No podría soportar un nuevo embarazo ¿Cómo se las arreglaría para cuidar a otro bebé? Decirle a Lucius le tomó un mes. Hubo gritos y reclamos. Lucius se molestó y no le hablaba. Se iba temprano y volvía tarde. No lo ayudó ni un poco con la vergüenza. Lo primero que dijo al volver a hablarle fue: “éste es el último hijo que tenemos”.

 

Severus temeroso de perder a Lucius no se quejó durante el embarazo. No tuvo antojos. Se mostraba solícito en ayudar a Lucius, en hacerse cargo de los niños y ser una pareja atenta. Se acariciaba su pancita y le hablaba al bebé a escondidas. Sentía vergüenza; Lucius tenía muy mala opinión de los Weasley por tener muchos hijos ¿Es qué acaso él lo hizo igual a la gente que despreciaba? Escudriñaba el rostro de Lucius en busca del desamor, tal vez había encontrado a alguien más, con menos kilos y no tan fértil.

 

Fue difícil. Lucius no era amoroso y paciente. Las náuseas no dejaban que Severus despertara a su lado. Los dolores lo hacían más amoroso con la cama que con él. No quería salir a fiestas o reuniones. En los últimos meses Severus no tenía ganas para el sexo.

 

Severus ocultó su pancita hasta los seis meses, cuando ya era evidente que allí dentro crecía alguien. No quería pasar por la vergüenza de que lo vieran embarazado otra vez.

 

A finales de año Lucius lo arrastró a la reunión familiar de diciembre. Decía que su familia debía saberlo en algún momento. Severus ya tenía ocho meses e insistía en mantener oculto su embarazo. La familia Malfoy se enteró en la fiesta de navidad. No faltaron los graciosos comentarios que lo hacían querer enterrar la cabeza en tierra como las avestruces. “Ustedes dos se ve que no tienen que hacer. Ya deberían pensar en cerrar la fábrica. Lucius te buscaste un conejo por pareja. La fortuna de los Malfoy se agotará en papillas”.

 

Narcisa la ex esposa de Lucius, invitada indispensable de cada reunión, lo barrió con la mirada y se dedicó a decir: “Lucius es un tonto. Mira que dejarse envolver por un maestrucho como ése. Tiene hijos para amarrarlo. Espera que lo saque de trabajar. Lo único que hace bien es parir. Que niños más feos. Ninguno es como mi Draco. Ni siquiera puede atenderlos como es debido. El pobre Lucius tiene que cuidarlos mientras él trabaja. Como si el miserable sueldo que gana de maestro alcanzara para mantener a su jauría. Lucius me lo confió. El otro día tuve que ayudarlo con esos “encantadores niños” ¡uno me mordió! ¿Puedes creerlo? Son unos brutos, como “la madre”. Aquí entre nosotros Lucius no sabe cómo dejarlo. Me propuso regresar. Sí, quiere que nos casemos... de nuevo. ” La risa nasal de la mujer siguió a Severus por las dos horas que duró la reunión.

 

Lo más hiriente fue que Lucius se unió a los cometarios: “Si sigues así dejaré los negocios y pondré una guardería”. O bien: “mi prima dice que después de su segundo embarazo no pudo recuperar la figura, conejito”. E incluso: “¿qué no te apellidas Weasley?” Severus se retiró a un rincón con sus tres chiquillos latosos y se quedó ahí hasta que terminó la fiesta. El resto de su embarazo Lucius lo llamó “conejito”.

 

De acordarse se le humedecen los ojos. No es que fueran comentarios hechos con el fin de herirlo, si se excluía a Narcisa. Mas al no tener el apoyo de Lucius, lo lastimaron.

 

Muchas veces deseó que algo pasara, que el bebé se muriera. El embarazo llegó a su término gracias una piadosa cesárea. Otro niño igualito a Draco. A Severus el llanto le duró cuatro meses más. Etianne era un niño triste. No tenía la viveza de los trillizos y era por su culpa, por no haberlo querido al estar en su pancita, por tener vergüenza del embarazo.

 

Pese a que Etianne era un bebé tranquilo, Lucius andaba de malas. Severus empezó a cuidarse con la píldora, no se fiaría más del condón. Fue en vano, Lucius no estaba interesado en tener sexo con él. Tardaron varios meses en intimar. Se reencontró con Lucius una noche de tantas al final de un día agotador. Lo miró como si fuera la primera vez, como si no se hubieran visto en años y tal vez era así. Lucius le besó el cabello y los hombros. Severus se deshizo en sus atenciones. Fue una noche dulce. Lucius lo amó con enorme cuidado. Severus se sintió de nuevo pleno.

 

Meses después estaba en cinta. Se dio cuenta hasta las catorce semanas de embarazo, al cuestionarse que esas náuseas no eran por las píldoras. Fue con Lucius al hospital, no podía ser se decían el uno al otro.

 

En contra de las probabilidades un nuevo ser crecía en su vientre. La píldora les falló y tomarla en el embarazo podría tener serias consecuencias. En el mejor de los casos no pasaría nada. En el peor problemas con su corazón y morir antes de que el embarazo finalizara o poco después de nacer.

 

Fue un embarazo delicado. Vivieron los meses siguientes con el alma en vilo, sin saber si su bebé nacería bien o tendría alguna enfermedad o nacería tonto. En esos meses no pudo mirar a Lucius a la cara. Fue terriblemente difícil estar embarazado, tener un bebé de meses, tres niños de tres años y trabajar. Fue también el año que atacaron a  Draco y Severus pensó que se moriría entre la angustia y la preocupación. Se volvió más cariñoso con Draco, más protector.

 

Apenas le quedaban fuerzas para cuidar de sus hijos. Lucius pasaba largas horas al cuidado de los niños y tuvieron muchas discusiones por causa del trabajo. Lucius quería que pasara el embarazo en cama y Severus no quería quedarse en casa. Si se estaba quieto imaginaba lo que podría pasarle a su bebé. Tampoco abandonaría el colegio en pleno ciclo escolar.

 

Draco fue su apoyo. Por esas fechas empezó a llamarlo mamá. “Todo saldrá bien mamita, tendrás un bebé hermoso”. Al nacer el niño y comprobar que estaba bien, Severus se sintió agradecido con la vida. La noche en que el bebé nació, Lucius fue a verlo muy tarde. Tenía los ojos irritados y Severus pensó que tal vez había llorado; eso era imposible. En sus años de vivir juntos no lo vio llorar, ni siquiera por la muerte de su padre. “Tiene el cabello negro”, Lucius hablaba en cariñosos susurros, le acariciaba el cabello, “y se parece a Draco”, se rio, una risa que a Severus le sonó triste. “No volveremos a pasar por esto” le dijo. Lo apresó en un abrazo asfixiante y tierno. “Te quiero”, fue lo último que escuchó antes de quedarse dormido.

 

Con un bebé lloroso en brazos, Severus decidió no volver a confiar en las píldoras, así que se hizo una eficaz poción anticonceptiva. En caso de fallar, lo cual era casi imposible, no haría daño al bebé. Lucius retornó al condón. Ninguna precaución sobraba. A menos de medio año, estaba con pancita de cuatro meses de embarazo. Fue un descuido. Lucius recibió un premio del Ministerio y Severus organizó una gran reunión para festejarlo. Durante la agitada semana de preparativos no se tomó la poción a sus horas y el día de la fiesta no le dio tiempo ni de comer.

 

Estaban contentos, pasaron una velada de amantes sin hijos. Se bebieron cuatro o cinco botellas del vino favorito de Lucius y culminaron con una apasionada sesión de sexo en el jardín. Severus no se había tomado la poción, confió en que Lucius usaría condón. Lucius que no traía condón, se fio en la poción que Severus tomaba cada mañana.

 

No volvió a pensar en esa noche hasta tres meses después. Un lunes que despertó con unas náuseas terribles. Se negó a creerlo, no podía ser cierto. Se hizo las pruebas en secreto. Lloró desde que vio el resultado. No quería estar embarazado. No más hijos. No de nuevo. No podía ser cierto.

 

Draco fue el primero enterarse. Lo encontró aferrado al lavabo, el rostro húmedo de sudor, el cuerpo agitado por las violentas arcadas. Le frotó la espalda hasta que se le pasó. “Estás embarazado ¿verdad?” Se puso a llorar en el hombro de su hijastro. Draco calmó un poco sus miedos. Le aconsejó que le dijera a su papá. No tenía que temer, Lucius estaría con él.

 

No fue así. Lucius explotó en gritos y maldiciones. Le recriminó como no lo hizo ni en sus peores peleas. Fue tajante. Aún no creía lo que Lucius le exigió. Las crueles palabras. Los golpes sobre la mesa. En sus seis años de vivir juntos no le había gritado así. Ni siquiera por Draco. Lo que Severus hizo fue en un arranque de coraje. Albus lo recibió con alegría. Nada más verlo supo que estaba embarazado. La primera noche no durmió, esperó que Lucius fuera a buscarlo. Aún lo espera; sólo quiere una disculpa.

 

Desde el día en que abandonó la mansión no sabe nada de su pareja. Ya tienen un mes separados y Lucius no da muestras de vida. Tampoco se ha preocupado por sus hijos. Debe estar furioso. No puede culparlo, no si él se siente avergonzado de su pancita. Tal vez Lucius tiene razón. No, Lucius no entiende nada, porque no lo lleva dentro. Ahora está solo, no sabe qué hará. No desea estar embarazado, ni tener más hijos y ante todo, no quiere estar sin Lucius.

 

Arian y Janael se revuelcan en el lodo detrás de un sapo de ojos saltones. Draco los dirige desde una piedra. Lucius y Etianne se embarran las caritas de húmedo lodo. Se ríen. Necesitarán un baño. Severus se frota los ojos llenos de lágrimas. Con cinco hijos a su cargo la soledad crece. Nadie lo abraza al bañarse. No hay caricias en su pancita. Ni dulces palabras para el nuevo bebé. Al volverse en la cama en busca del calor tibio de su pareja, se encuentra con el vacío.

 

En ese mes ha llorado más que en sus veinte nueve años de vida. Lucius no viene por los trillizos para contarles un cuento. No carga a Etianne cuando él siente náuseas. No ayuda a caminar a Julius mientras él toma una siesta. Necesita a Lucius para sentirse mejor, para decirle que el bebé nacerá bien y escoger un nombre. Lucius no está más en su vida. Añora a Lucius y piensa que lastima a su bebé. Es un sentimiento sin salida.

 

Lucius ignora lo necesario que es para sus hijos. Lo extrañan. Se enojan con facilidad y cada uno quiere la atención absoluta de Severus. El más pequeño, Julius, que ya caminaba, no quiere dar un paso y si pierde un segundo a Severus llora hasta ponerse azul. Los trillizos están en extremo sensibles, si no encuentran un juguete o alguien les alza la voz organizan un concierto de llantos, y si uno llora los demás le siguen. Etianne casi no habla y en vez de jugar dibuja mariposas. Sus hijos no están bien, necesitan a su padre. Es culpa de su embarazo. No, su bebé no tiene culpa de nada. Severus se sienta en la manta, el llanto se desliza por su rostro. El embarazo lo hace ver tierno y no lo sabe; Lucius no está ahí para decírselo.

 

¿Lucius lo extrañará? Severus ya no sabe vivir sin el terco rubio. Son incontables las noches que ha deseado estar a su lado. Sentir sus manos en su pancita que ya empieza a notarse.

 

—Mamá ¿quelles sapo? —le pregunta Etianne. En sus pequeñas manos trae otro sapo más pequeño que Harry—. No llolles.

 

Severus sonríe a su niño. Se limpia el rostro con la manga de su túnica negra.

 

—Mira como te has puesto la cara —le dice con fingido enojo. Pasa la manga de su túnica por el rostro pálido. Etianne se resiste, frunce el ceño de forma graciosa—.Dame un abrazo.

 

Debería mandarle una lechuza a Lucius. Decirle que los niños están bien y lo extrañan. ¿Y si le regresa el mensaje sin abrirlo? Es capaz.

 

—¿Qué tienes mamita? —le pregunta Draco, los envuelve a ambos en un cálido abrazo. Severus siente la humedad del lodo en su túnica. Harry, el sapo, molesto por la presión croa enfadado—. ¿Acaso lloras?

 

—No. Ten —Severus saca el gordo y enojado sapo de su túnica—, Harry es asunto tuyo.

 

—Eres un mal mentiroso —le sonríe Draco—. Me quedaré con Harry. Ya tengo que irme. ¿Te acompaño a tus habitaciones o te quedas otro rato?

 

—Acompáñame. No podría sólo. ¡Lucius! —grita Severus—, no patees a tu hermano. ¡Arian los sapos no se comen!, al menos no así, —Severus le da a Arian una mirada férrea—. Vengan niños, ya es hora de volver al castillo.

 

Un par de quejumbrosos suspiritos son la respuesta de los trillizos. Si su mamá dice se acabó, se acabó.

 

—¿Julius sigue dormido?

 

—Sí, ponme la manta encima. Etianne dame la mano. ¿Draco te llevas a los trillizos?

 

—¿Tengo opción?

 

—Hazlo por mí, ten consideración con los kilos extras que tengo en el vientre.

 

—Bonita forma de dirigirse a un hijo.

 

—Anda, sabes que ellos te adoran.

 

—Niños hagan una fila.

 

—Draco cárgame —le pide Arian.

 

—¡Sí! —piden Lucius y Janael. Draco los aleja con su varita.

 

A Severus la imperturbable apariencia de Draco no deja de sorprenderlo. Él y sus cinco niños parecen recién salidos de una guerra en lodo, sí, incluso él, Draco en cambio se ve fresco y radiante.

 

—Los haré levitar hasta el castillo —propone Draco.

 

—¡Sí! —festejan los trillizos.

 

—Draco ¿no será peligroso?

 

—No te preocupes lo tengo dominado. ¡Wingardium Leviosa!

 

Los tres chiquillos se ríen fascinados. Draco los eleva un metro. En respuesta recibe un montón de excitados grititos.

 

—Etianne ¿no quieres que Draco te levite? ¿No? ¿seguro?

 

El cabello rubio de Etianne se agita en su respuesta. Prefiere caminar de la mano de su mamá.

 

—¿Ya tienes otra niñera?

 

—Aún no. Estaba pensado en contratar dos.

 

—O tres, —se ríe Draco.

 

—O un tutor para los trillizos y yo cuidaré de Etianne y Julius.

 

—Pienso que ellos estarían mejor fuera de tus clases.

 

—Yo también lo pienso, —suspira desanimado—. ¿Qué puedo hacer? Las niñeras se van sin ningún motivo. La semana pasada fueron tres. No lo entiendo. ¡Ni siquiera regresan! —Severus frunce el ceño a un insistente pensamiento—. Draco ¿tú crees que tu papá?

 

—No lo creo, —corta Draco—. No sería capaz. ¿Sigue sin buscarte?

 

—Sí, —murmura Severus. Si dice algo más sobre Lucius va a llorar—. ¿Te verás con Potter está noche?

 

Draco alza una ceja.

 

—Se supone que es un secreto.

 

Severus bufa.

 

—Si fueran menos escandalosos. Me toca la guardia a mí, tengan cuidado.

 

—¿Guardia? Creí que Dumbledore te liberó de eso.

 

—No... espera, creo que sí.

 

—¿Crees?

 

—Julius lloraba, no escuché bien, —se defiende. Caminan muy lento para permitir a los trillizos disfrutar el viaje—. Draco ¿y tú cómo lo sabes? —inquiere confundido—. Albus lo dijo en una junta.

 

—Niños ¿quieren qué los eleve más alto? —esquiva Draco.

 

—¡Sí!

 

—Draco —insiste Severus.

 

—Tú me lo dijiste.

 

—No pude decirte algo que no recordaba.

 

Draco siente un rojo incómodo en las mejillas.

 

—Te lo diré si prometes guardar el secreto.

 

—Lo guardaré si lo creo conveniente.

 

—Dadas tus actuales circunstancias Dumbledore te encargó con todos los profesores. Tus habitaciones están incluidas en los recorridos nocturnos. Quiere asegurarse que estás bien.

 

—¿Mis circunstancias? ¿Albus discute mi vida privada con los profesores? Momento. Draco ¿cómo sabes eso? Draco ¿tú se lo pediste?

 

—¡No! en realidad él nos lo pidió.

 

—¿Pidió? ¿A quiénes? ¿Cuándo?

 

—Tranquilo Severus, nadie intenta matarte. Dumbledore hizo una reunión. Sólo dijo que por ciertas circunstancias vivirías con tus niños en el colegio y que dado tu estado —Draco señala la pancita debajo de la túnica—, sería conveniente que te cuidáramos. Eso fue todo.

 

—¿Los maestros? ¿y tú? ¿por qué tú?

 

—Soy tu hijo. ¿Eso no cuenta? —Draco desvía la vista. Sonó herido. Severus se regaña. Draco tiene problemas para sentirse parte de la nueva familia de su padre. A veces olvida que Draco viene de un divorcio muy malo.

 

—Tú sabes que sí, —Draco lo mira—. Me siento enfadado porque Albus discute mi situación con los profesores y mi hijo mayor.

 

La sonrisa de Draco es radiante.

 

—También estuvo Filch.

 

—¿No vino nadie del ministerio? Me siento defraudado. ¿Qué les pidió Albus?

 

—Cuidarte, ayudar con los niños. No dejar que subas escaleras.

 

—¡Yo puedo subir una escalera!

 

—El director no lo cree prudente. Yo tampoco, —lo regaña Draco— ya tienes cuatro meses, no puedes andar por ahí como colegial. Estás embarazado Severus.

 

—No me regañes que estoy sensible. Qué te parece si los bajas un poco y los vuelves a subir —le sugiere.

 

Más risas y gritos salen de los trillizos. Incluso Etianne se ríe de sus hermanos.

 

—Tienes un guardián especial —dice Draco sin apartar la vista de sus hermanitos en el aire—. Es el maestro que viene de Bulgaria. Sus salones están en la misma galería y sus habitaciones al lado de las tuyas.

 

—Creo que estoy furioso.

 

—No deberías. El director sólo quiere cuidarte y el maestro es simpático. Se apareció encima de la mesa.

 

—No necesito que me cuiden. No soy un niño.

 

—Ya es justo que alguien te consienta en tus embarazos. Tú estás al pendiente de papá, de los niños, de mí. Relájate y deja que te cuiden.

 

—No quiero entrometidos profesores en mi vida. Albus se ganó el derecho; nadie más. Bájalos aquí Draco. No quiero disculparte ante el celador.

 

Los trillizos aterrizan con suavidad en el pasto. Están ante las puertas del castillo y Severus tiene muy presente la restricción para usar magia que Draco infringió.

 

—Niños se acabó el viaje.

 

—¡Draco, otra vez! —piden los trillizos.

 

—No, Draco ya debe irse.

 

—Te acompaño adentro.

 

Es hora de la cena. Varios alumnos bajan por la escalera de mármol rumbo al comedor. Severus ignora los comentarios sobre sus niños lodosos, húmedos y tiernos. Sus habitaciones están en la misma galería donde está su salón. Con un hijo en brazos y cuatro niños aferrados a su túnica lo agradece.

 

Draco frunce la nariz a un desagradable olor en el aire.

 

—Profesor Snape su hijo necesita un cambio.

 

—No me lo digas Malfoy. Deberías apiadarte de mí y cambiarlo.

 

—Mis dotes de hermano mayor no llegan a tanto.

 

Severus se ríe. Lucius también odia cambar los pañales. Prefería hacer dormir a los niños.

 

—Me voy. Debo arreglarme un poco para mi cita.

 

—Niños digan adiós a su hermano.

 

—Adiós Draco —se despiden.

 

El bebé en brazos de Severus se remueve somnoliento. Sus ojos plomizos miran a su mamá con tranquilidad.

 

—Hola Julius ¿tienes hambre? ¿Sí? —Severus le besa la cabecita—. Ese cambio es urgente.

 

—Yo también tengo hambre —dice Arian.

 

—Y yo, —lo secundan sus hermanos.

 

—Ichas —pide Etianne.

 

—No Etianne, salchichas no.

 

—Profesor Snape.

 

Severus se vuelve a medias para encarar al nuevo celador. Por el tamaño debe ser pariente de Hagrid.

 

—¿Señor Sims?

 

—Un hombre lo espera en su salón. Me dio está tarjeta —el gentil señor sonríe.

 

Severus palidece al leer el nombre escrito en la tarjeta. James Finkelstein. Abogado. Con el corazón oprimido va a su salón. Por su mente cruzan mil ideas para explicar la presencia del abogado de Lucius. Que él esté bien se repite una y otra vez.

 

James Finkelstein está parado junto a una ventana. Es un hombre alto, de nariz grande y curvada que lo hace ver como un pájaro de mal agüero.

 

—Profesor Snape ¿cómo está usted? —saluda cortés.

 

La voz de Finkelstein está matizada de una amabilidad que no siente. Está inusual pareja de su cliente le desagrada y ésos niños, son una abominación. Sería un acto de piedad matarlos. En su opinión Lucius debería desconocerlos. Una buena esposa es lo que necesita; aunque no cree que pueda dejarlo. Dicen que el maestro es muy bueno en pociones.

 

—Bien, ¿y usted? Dele mis saludos a su esposa.

 

—Se los haré llegar, no lo dude.

 

Su larga nariz olisquea el mal olor que proviene del maestro. Tose. El maestrito es un desastre y como es obvio no puede cuidar a sus bestiecitas. Debieron retozar en el lodo un buen rato. Claro su naturaleza se los pide.

 

—Tuvo un día agitado.

 

—Jugábamos en el jardín —comenta Severus—. ¿Cuál es el asunto que lo trae a Hogwarts?

 

—Tengo hambre mamá —exige Janael.

 

—Que encantador niño profesor. Me gustaría tratar el asunto que me trajo aquí en privado, si no le molesta.

 

—Permítame un segundo.

 

—Por supuesto.

 

Severus encamina a sus niños a la mesita que tiene en la alfombra azul. Como madre preparada tiene en la pañalera algunas frutas, galletas y cajitas de leche en varios sabores. Bastará por un rato, al menos mientras habla con el abogado.

 

—Quédense aquí por favor.

 

—Mamá Julius huele feo —dice Arian apretándose la naricita respingada.

 

—Uy sí —secunda Lucius.

 

—Tíralo mamá —pide Janael.

 

—Cuiden a Etianne ahora vuelvo.

 

Severus aún siente el corazón en la garganta. Se lleva a Julius al baño y lo cambia con una rapidez que lo sorprende.

 

En el salón Finkelstein observa a los niños pelarse por una manzana. Muertos de hambre, dice para sí mismo. Vuelve a preguntarse cómo terminó Lucius Malfoy con ésa familia.

 

—¡Mamá! —gruñe Lucius al ver entrar a su mamá con su hermanito en brazos—, ¡Janael me quitó mi manzana!

 

Otra manzana, leche de fresa y galletas para Julius salen de las profundidades de la pañalera.

 

Severus le revuelve el cabello a Lucius. En tres minutos tiene a los cuatro niños secos y con otra ropa. No carga semejante pañalera en vano.

 

—Quédense aquí niños. Mamá y ése señor tienen que hablar de algo importante, —dice al ver la intención de Etianne de seguirlo—. Es lo más que puedo hacer, —le dice a Finkelstein—. Me quedé sin niñera.

 

En el regazo de Severus Julius habla con las galletas.

 

—Oh, ya veo, —con un sueldo de maestro no debe alcanzar para mucho. Finkelstein sigue a Severus al fondo del salón—. El motivo por él que estoy aquí es una mera formalidad.

 

—¿Lucius está bien? —se obliga a preguntar Severus.

 

—Oh sí, muy bien, —ahora que usted no está con él, puede pensar con cordura—. Estoy aquí por orden del señor Malfoy.

 

—¿De Lucius?

 

—El señor Malfoy me pidió fijar los términos de la separación —dice Finkesltein con especial deleite—. Puesto que ustedes no estaban casados no hay vínculo matrimonial que disolver. Sólo debemos fijar una pensión alimenticia y los días en que mi cliente puede ver a sus hijos.

 

—¿Separación? —murmura Severus con voz rota.

 


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