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Egoístas por Rushia

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Notas del fanfic:

Bien, otra historia del universo de "Resistencia", acá relato como es la guerra que llevan los demonios y los ángeles. 

Es un one shot, espero sinceramente que les guste, la pareja es nueva y tenía ganas de ralatar cuentos de guerra luego de tanto amor y dulce en la historia de "Cuando Sam baja al infierno".

 

Notas del capitulo:

El título no es para nada original, soy pésima para nombrar mis relatos. 

Disfruten, es la primera vez que escribo algo tan largo.

Prisioneros de guerra, fue lo que le dijeron antes de que entrara a la habitación.

Gyasi avanzó haciendo sonar las botas, al fondo de la celda estaban 4 personas, todos amarrados a la pared, en sus rostros no había miedo, sólo rabia perfilada y definida, típico de los de su raza, desafiantes hasta que tenían una bala metida en el cráneo.

Coronel Gyasi, un ángel, ser de tierra, con los ojos de un verde frío y opaco, con una cabellera larga y negra. Su piel tenía un color parduzco, y su porte era imponente, propio de quien se crió entre lujos y gente importante.

Se fijó en cada uno, tres de ellos eran mujeres, todas seres de agua, el cuarto era un hombre, un ser de tierra como él. Tenía la expresión más severa de todas, sus ojos dorados lo penetraron, casi sintió escalofrío, casi  se sintió pasado a llevar.

- Oye tú – llamó a uno de los cuidadores, el hombre se acercó trotando.

- Señor – puso su mano en la frente con rigidez.

- Quiero a este bastardo en mi cuarto, tenlo listo y limpio de acá a 20 minutos – se volteó, el hombre lo estaba mirando de forma extraña -, es todo.

- Sí señor – dictaminó con firmeza.

Sonrió al dejar la celda, no pensó nunca que volvería a encontrárselo allí, ese maldito demonio. Se llevó la mano al hombro derecho, aún le dolía producto del proyectil que ese tipo le había tirado en pleno campo de batalla.

Se encerró en su cuarto a esperar, a los 20 minutos llegaron varios guardias transportando al demonio, venía esposado y en el cuello tenía un collar de plata encantado para que no pudiera hacer uso de sus habilidades para controlar la tierra.

- Déjenlo y váyanse.

Los guardias aceptaron dudosos, finalmente se alejaron y él cerró la puerta tras el hombre.

- Luzige…

- ¿Qué quieres? – el demonio se volteó furioso a mirarlo – Despedazaste a mi pelotón ¿Qué mierda quieres hacer conmigo ahora? ¿Por qué me trajiste a tu cuarto?

Alzó una ceja y se cruzó de brazos, no tenía ninguna prisa, explicar estupideces a la rápida le parecía una pérdida de tiempo, en cambio se dedicó a mirarlo de pies a cabeza. Luzige “Langosta”, tenía la piel más clara que él y el cabello rojo, razón por la cual sus padres lo habían llamado así… Alto y fornido, los pantalones toscos que le habían puesto le herían la imagen, pero agradecía que no le hubiesen colocado nada de la cintura para arriba.

- Hace años que no te veía, y resulta que cuando nos reencontramos intentaste volarme un brazo – le dio la vuelta, estaba tan guapo como lo recordaba - ¿A qué viniste?

- ¿Y tienes el descaro de ignorarme y hacer preguntas tú? – estaba enfadado, su voz sonaba alta y clara.

- No estás en posición de exigir – agarró las esposas y tiró de ellas, Luzige quedó colgando, apoyando a duras penas en sus talones.

- No te diré eso, puedes matarme si es lo que quieres – estaba forzando el equilibrio, pero las pantorrillas empezaron a temblarle.

- No es lo que quiero – se apartó, observó como el demonio se caía al suelo de espaldas -.  Te traje porque quiero conversar contigo, y con respecto a lo que quiero hacer contigo – curvó una tenue sonrisa –, ya de qué sirve decirlo…

Luzige lo siguió con la mirada, finalmente bajó la cabeza y suspiró, habían pasado 30 años de la última vez que vio a Gyasi, le costaba creer que así fuera, pero durante ese periodo ambas razas habían entrado en conflicto, y el zonal egipcio se había convertido en un campo de batalla, siendo los ángeles quienes tomaron la ventaja, puesto que usaron la estrategia de las otras tierras para barrer con sus adversarios, secuestraron y mataron a las “Personas Amadas” de los guerreros Su misión, antes de que Gyasi la frustrar, era hacerse con los últimos sobrevivientes y llevarlos de vuelta a casa.

- Eres una piedra en el zapato – susurró al darse cuenta de que ese ángel lo tenía atrapado.

- Fracasaste cuando le viste en el búnker ¿Por qué le apuntaste a mi brazo? – se inclinó y agarró su mentón – Podrías haberle apuntado a mi cabeza.

- Gyasi…

- Por eso te traje aquí – se levantó y miró por la ventana.

- ¿Sabías que iba a venir? – lo observó con temor, no podía recordar cuándo había sido la última vez que lo tuvo tan cerca.

- ¿Sabías que iba a estar en el búnker? –se cruzó de brazos, de pronto le pesaban demasiado los hombros y le costaba respirar.

- No lo sabía, habría cumplido con mi propósito de no haber sido así – gruñó enfadado.

- La última vez que te vi, eras un adolescente larguirucho y pálido – suspiró -, casi me infarté cuando vi que te habías puesto tan guapo…

- ¿Qué estás diciendo? – no entendía por qué estaba poniéndose nervioso, la historia que él y esa persona compartían había muerto en el momento en que la guerra se declaró, él era su enemigo...  De pronto se sintió nostálgico.

- ¿No te pasó a ti? Soy una belleza ahora – estaba sonriendo, se alegraba de que Luzige no pudiera ponerse de pie y mirarlo.

- No pienso en ti de esa manera… - desvió la mirada.

- ¿De verdad? Es una lástima, yo aún pienso en ti…

El demonio alzó la cabeza, Gyasi y su ejército habían barrido con todos los vehículos, con los batallones del cielo, y con aquellos que intentaron acercarse bajo tierra… Los únicos sobrevivientes….

-… Los únicos sobrevivientes – murmuró con los ojos muy abiertos.

- ¿Me crees tan insensible como para matar a mi Persona Amada? – se volteó con elegancia, su largo cabello describió el giro – Príncipe Luzige, siempre te dije que como estratega apestas – le sonrió de forma melancólica.

- Mataste a mi batallón – seguía murmurando, pensando en todos sus amigos muertos, en sus compañeros esperando su regreso, en todos aquellos que habían perdido a sus parejas, quiso estar muerto, muerto y enterrado a miles de kilómetros -, mataste a padres de familia, a personas desesperadas… Las mataste ¡Sólo porque querían recuperar a sus parejas, pero no fuiste capaz de matar a la  tuya, cerdo egoísta, siento asco de ti!

Gyasi se acercó hasta él con elegancia y lo abofeteó, el golpe fue tan poderoso que lo levantó del suelo y lo impulsó contra la pared.

- Egoísta – escupió con furia, la expresión severa con que el ángel lo miraba no hizo más que hacerle hervir la sangre -, debiste haberme matado, para que sintieras lo que los tuyos nos han hecho padecer.

- Estamos en guerra, idiota, sino matamos a los tuyos, ellos nos matarán a nosotros, debo proteger a mi gente, a las familias que están detrás de mí, no a las tuyas, tú eres el que debería haber hecho eso, pero no eres más que un inútil – apretó los puños, se arrepentía de haberlo golpeado, en realidad le hubiese gustado que Luzige hubiese muerto, para no sentirse tan miserable, para caminar con el peso de su falta, pero no tener que enfrentarse al desafío que le suponía, pero al verlo allí, siendo él la persona que sostenía el gatillo, simplemente no pudo tirarlo -. “Hasta el infinito” – murmuró y cerró los ojos, en la mano derecha de Luzige y en la suya brillaron las marcas que los definían como una pareja -. Hace 30 años un maldito quiso hacerme su “Julieta”, y ahora le sorprende que lo haya dejado con vida…

El demonio respiró pausadamente, intentando en vano recuperar la calma, en vez de eso se fijó con tristeza en como la marca de la mano de Gyasi había crecido, no sabía hasta donde porque tenía la chaqueta puesta, pero se lo imaginaba… Aquellas marcas que tienen las personas que están destinadas a estar juntas, que crecen a medida que crece el amor, mientras más lo amaba, más crecía la marca…

- Me juzgas a mí de egoísta – lo tomó con los brazos y lo afirmó contra su regazo -, cuando tú tampoco fuiste capaz de volarme los sesos, traicionando así a todo tu batallón.

- Traicionas a los tuyos al mezclarte con un demonio – susurró, las palabras del ángel habían terminado de masacrarlo -. Eres muy cruel, Gyasi – las lágrimas dejaron sus párpados, la misión había fracasado por su debilidad, por su mal actuar, no tenía derecho de culpa a Gyasi de nada, cuando ambos habían pecado de lo mismo.

- Los demonios son más fuertes que los ángeles en todo sentido – limpió sus lágrimas con delicadeza -, menos del corazón, del corazón ustedes son los más frágiles, ponles algo emotivo y todos llorarán.

- Y ustedes juegan con lo que sentimos – sollozó –, es fácil ganas las guerras cuando tu oponente tiene semejante punto débil, y sin embargo, uno de ustedes es tan débil como nosotros y ha tenido suerte…

- No soy débil – se estiró hasta tocar las esposas y de un tirón las destruyó -, listo, ahora puedes intentar matarme, para que veas que no soy débil.

- Olvídalo, con eso sólo conseguiré que maten a las chicas – se levantó, no soportaba que Gyasi estuviera limpiándole las lágrimas, pero antes de llevarse las manos a la cara observó la marca, verde y brillante, cubría todos sus dedos y se enrollaba hasta rozar su hombro. Sintió escalofríos.

Si la suya estaba tan enorme, cómo estaría la de Gyasi, cómo se vería ese color metalizado contra su piel de cobre. Alzó los brazos y le sacó la chaqueta, el ángel retrocedió un poco antes de permitir que comenzara a desabotonar la camisa.

Sus dedos hábiles y ansiosos quitaron la ropa del torso del ángel, la marca pasaba el hombro. Se arrodilló para sujetarlo y mirar su espalda, se devoción se enroscaba en el omóplato de cobre de esa persona a la que no tenía permitido amar.

- ¿Cómo estás, Gyasi? – murmuró el ángel, sintiendo como su alma dejaba su cuerpo, que caía pesado en las manos de Luzige – Te extraño mucho, me gustaría volver a abrazarte… Espero que no seas tú quien destruye nuestras vidas, deseo que así sea, para no sentir esta culpa que me consume por desearte cada día…

Luzige se apartó, aquellas palabras eran con las que solía pensar cuando creía que se iba a morir por extrañarlo tanto… Él no permitía que Gyasi se comunicara con él, y creyó que él tampoco escuchaba sus pensamientos.

- Cuando te vi – murmuró el ángel – pensé que se me iba a salir el corazón – lo buscó extendiendo su brazo, pero el demonio retrocedió -, de la misma forma en que te escuchaba pensarme…

- ¿Sabías que venía? – preguntó aterrado.

- Por supuesto que sabía…

Luzige se puso de pie y caminó hasta la puerta, él lo detuvo, si lo veían salir así, con semejante marca en el brazo, ambos iban a morirse esa tarde. Se abrazó a sus caderas, enterró la cara en su lordosis lumbar y  aspiró ese aroma que creía olvidado, la forma en la que sus sentidos despertaron lo hizo temblar.

- Suéltame – se quedó estático, su cuerpo había reaccionado por un segundo, pero estaba demasiado concentrado en que su fracaso bélico pesaría demasiado.

- Te van a matar – murmuró sintiéndose frágil ante todo lo que sentía.

- A ti también, y quizás eso sea lo mejor – apretó los puños, no tenía las fuerzas para hacer que lo soltara.

- No me quiero morir así – lo estrechó con más fuerza -, no contigo odiándome…

- Gyasi…

- ¡Maldito seas, Luzige! ¡Llevo toda mi vida amándote, deseando ser lo que no soy, ocultando todo lo que siento! ¡Por supuesto que sabía que vendrías, estaba tan nervioso que el general de la brigada fue quién ordenó el contrataque!

Giró la cabeza, pensó en lo terrible que sería para el ángel que alguien lo viera en semejante estado, colgando de la cintura de un enemigo, con su prístina cabellera arrastrando por el piso y luciendo tan patético.

- No te digo esto – siguió hablando -, para que me creas inocente, porque soy tan culpable de la muerte de los tuyos, como tú lo eres de la de los míos… Luzige, haz que nos maten, pero antes júrame que no me odias… - estaba llorando, odiaba admitirlo, pero que el demonio prefiriese la muerte antes de cualquier cosa lo había hecho morirse en ese mismo instante.

- Eres un egoísta – intentó soltar sus brazos, pero Gyasi sólo apretó con más fuerza -. Suéltame…

- No…

- Hazlo, te prometo que no saldré – el ángel lo soltó lentamente -. Gyasi, no te odio – se sentó en el piso con él, su espalda estaba mojada, y él seguía derramando lágrimas, nunca lo había visto llorar, le dolía el pecho con cada lágrima que manaba.

- Lo sé – se acercó gateando a él y lo abrazó, todo su cuerpo se llenó de energía de pronto, una explosión tras otra, una sensación despertando que levantaba a las otras con más intensidad.

- Creo que tú y yo tenemos que morirnos esta noche – lo estrechó con sus brazos, cuántas noches deseó hacerlo, cuántas vidas había arrebatado hasta llegar a ese preciso momento en que se reunía con su Persona Amada.

- Moriré cuando quieras – se colgó a su cuello y lo besó con devoción, bebiendo de su piel con placer, lo había extrañado tanto.

- No hagas eso – suspiró.

- Viniste hasta acá a recatar Personas Amadas ¿No? – metió las manos en su cabello de fuego, se deleitó con la textura de las hebras.

- Gyasi, detente – bajó las manos por su espalda, sintiendo sus huesos y músculos, enterrando los dedos, dejando marcas con las uñas…

- Ah – jadeó directamente en su oído, el escalofrío que sus caricias le causaron fue simplemente demasiado -, ni te imaginas cuánto te extrañé…

Estuvo tentado a soltarlo, pero su voz fue el detonante de todos sus sentidos aletargados. Él mismo se estaba forzando a mantener la cordura, y no era capaz de frenar sus propias manos… Dentro de todas las personas a las que podía haber amado, a él le había tocado un ángel, un enemigo de peso al que llevaba años evitando, huyendo del enfrentamiento inminente a toda velocidad cada vez que se lo planteaban. Finalmente había perdido contra él, finalmente estaba atrapado en sus redes, sintiendo los cambios de su temperatura.

- Gyasi, no hagas eso – deslizó las manos bajo el pantalón, su piel estaba tan exquisita como la recordaba, incluso más.

- Luzige – dejó un camino de besos desde el lóbulo de la oreja hasta sus labios, los tomó con fuerza, con una pasión infinita y una necesidad aplastante.

Introdujo las manos completamente bajo la prenda. Apresó sus nalgas con fuerza al tiempo que metía la lengua en su boca. Bebió de la desesperación del ángel, mirándolo con los ojos entrecerrados, perdiéndose en las esmeraldas que volvían a fulgurar en ese beso tan apasionado. Notaba como él mismo iba dejando atrás todo el pasado, como se olvidaba de una guerra que le parecía tan distante, mientras apretaba sus glúteos, disfrutando de los jadeos y gemidos que aquél hombre al que amaba con locura dejaba escapar sin ninguna vergüenza.

Se apegó a su cuerpo, sentándose a horcajadas en sus piernas, manteniéndose de rodillas para facilitarle al demonio el acceso dentro del pantalón. Se sentía mareado y hechizado, jadeaba mientras se restregaba contra su pecho. Tocó su espalda, pero sus labios requerían toda su atención, la lengua caliente del demonio en su boca, rozando la suya sin descanso. Se apartó un instante para morder su labio inferior antes de volver a besarlo, Luzige lo estaba mirando, sus ojos de oro podrían haber brillado en la oscuridad.

Mientras más gemía, más deseaba escucharlo. El mordisco había terminado de encantarlo, sentía la excitación de Gyasi en su cuerpo, sabía que la suya propia estaba invadiendo al otro, se supo nuevamente conectado, las razones estaban difusas, ya nada importaba.

Se puso de pie y cargó al ángel hasta la cama, y antes de que este pudiera siquiera reaccionar le abrió el pantalón y acarició sobre la tela de la ropa interior la erección que se erguía.

- ¿Cómo voy a odiarte, Gyasi? ¿Cómo podría hacerlo? – se inclinó y besó su pene a través de la tela.

Se afirmó para mirarlo, pero lo único que consiguió hacer, fue que de su garganta emergiera un jadeo cargado de excitación y que sus caderas se alzaran.

- Luzige – se dejó caer en la cama -, Luzige, te amo…

Apretó las sábanas, el demonio estaba besando la piel de su abdomen. Le sacó los pantalones y besó su entrepierna, al desnudarlo sintió sus manos nuevamente afirmándole los glúteos, y el aliento caliente cayéndole sobre el miembro.

- Yo también – besó el glande y a continuación lo lamió y chupó como si se tratara de un caramelo.

Lanzó un grito de asombro y comenzó a jadear de placer, sus caderas se movían solas, y la boca de Luzige estaba enloqueciéndolo. Afirmó su cabeza, lo hizo bajar e introducirse todo el pene en la boca, sus manos se enterraron en la roja melena, y un grito de goce absoluto reverberó en el cuarto.

La punta le golpeó la garganta, impuso un ritmo rápido y frenético, no se imaginó nunca que ansiaría tanto volver a tocarlo, que su hambre de él se iba a descontrolar. Lo escuchaba gritar y jadear. Sin que se Gyasi se percatara, humedeció un par de sus dedos y se los introdujo con fuerza, el gemido de placer fue exquisito, su Julieta estaba gritando como en los viejos tiempos.

Se quedó rígido, sintiendo la invasión de su cuerpo, temblando de pies a cabeza, y notando como un calor apabullante explotaba y se expandía por todas partes. Soltó la cabeza de Luzige para afirmarse en la cama, para que el brutal orgasmo no lo dejase muerto. Se vino en su boca, no había tenido tiempo de advertirle, pero el demonio se lo tragó todo y empezó a penetrarlo con los dedos con más fuerza, expandiéndolo y dilatándolo. Él aún estaba convulsionando por el orgasmo cuando Luzige introdujo su erección dentro de sus carnes y lo alzó de la cama.

- Abrázame – sentía que Gyasi estaba lejos, él mismo había tenido que contener su propio éxtasis cuando el del ángel había llegado, por esa misma razón se había apresurado en penetrarlo -, no duraré mucho, Gyasi…

Se aferró a su cuello, sintiendo su cuerpo pesado y muerto, habían pasado 30 años y su anatomía aún recordaba como acoplarse a la de su pareja. Sentía en sus entrañas como lo penetraba con violencia una y otra vez, así mismo percibía cuánto esfuerzo ponía el demonio para no acabar tan pronto. Se supo frágil y liviano, movido por las embestidas brutales y poderosas. Pronto se quedaría sin voz de tanto gritar, de tanto gemir su nombre y suplicar por más.

- Más… Más adentro – chilló casi con un hilo de voz -… Luzige…

- Te amo Gyasi.

Entró por última vez en su cuerpo y eyaculó dentro. Aún en medio del clímax cayeron a la cama, Gyasi volvía a tener un segundo orgasmo, que duplicaba las sensaciones del suyo propio.

- Yo también te amo… Luzige – se aferró con todas sus extremidades y volvió a dejar que sus emociones salieran a flote -. No nos hagas morir… Quiero vivir junto a ti… Romeo.

Lo abrazó protectoramente y beso sus cabellos azabaches. Vio que las marcas tenían un fulgurar extraño, como su un líquido circulara dentro de ellas… No podía morirse, no podía hacer que los mataran… Tanta sangre sobre ellos, tantos enemigos y otras miles de razones, pero él se aferraba a la vida con la misma fuerza con la que Gyasi lo hacía a él.

- Mi Julieta – cerró los ojos, recordó su infancia, a Gyasi escabulléndose en el catillo para jugar con él - ¿De qué forma nos limpiamos?

- De ninguna, estamos demasiado sucios, pero no quiero morirme, no quiero que sea nuestro fin…

- Coronel Gyasi – susurró con temor - ¿Qué pretendes entonces?

- ¿Yo? – levantó la cabeza para mirarlo – Vivir…

- No se puede – murmuró -, eres un ángel, yo un demonio, por si fuera poco, somos asesinos ¿Qué pretendes?

- Desaparecer…

- ¿Abandonarás a tu gente?

- Dejaré de matar a la tuya – levantó una mano y tocó su rostro - ¿Dejarás tú de matar a la mía?

- Libera a mis compañeras – dictaminó.

Gyasi suspiró y se soltó. Se sentó en la cama y el dolor que hacía décadas no sentía le subió por la espina dorsal. Buscó sus ropas y entró al baño.

- Ven, tienes que limpiarte, no vas a salir así – lo llamó desde el cuarto.

*

Los guardias miraron con curiosidad la espalda del prisionero, estaba completamente arañada, y todos habían escuchado gritar al coronel… No se imaginaron nunca que semejante caballero de tan alta estipe se revolcaría con un demonio.

El coronel envió a las chicas de vuelta a sus tierras, a todas las mutiló de alguna manera, para que al llegar advirtieran a los otros que los ángeles eran adversarios fuertes, así mismo indicó que se quedaría con Luzige como trofeo.

Al anochecer, cuando todos se dispusieron a cerrar el fuerte, el coronel Gyasi y el príncipe Luzige desaparecieron en la noche, dejando atrás una lucha por odio racial que ninguno de los dos comprendía.

Notas finales:

Pese al tema trágico y denso soy una romanticona igual jajajaja.

Espero que les haya gustado, muchas gracias por leer hasta acá.

Déjenme comentarios, las escritoras somos felices leyéndolos y respondiéndolos (Yo siempre los respondo todos jajaja), para saber qué les pareció o si debería hacer una pequeña continuación.

Muchos saludos, espero leerlos!


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