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El demonio viste de traje. por Atomic Flea

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Volví a despertarme empapado en sudor por millonésima vez en varias semanas. Era bien entrada la noche, la habitación estaba a oscuras e intentaba tranquilizarme a mí mismo repitiéndome interiormente que no pasaba nada, que estaba en mi cuarto, en mi cama y no había nadie que me fuera a hacer nada. Hubiera preferido mil pesadillas a lo que mi mente repetía incansablemente en mis sueños noche tras noche.

 

Aferré la almohada intentando acabar con los temblores que me recorrían y la hundí mi cara en ella. Mi corazón estaba desbocado, diferentes manchas moradas recorriendo mi cuerpo me ardían y a la vez intentaba contener las lágrimas que amenazaban con salir disparadas de mis ojos.

 

-No grites, Onodera –sentía el cuerpo dolorido y sabía que la cosa no iba a acabar ahí. Era consciente de ello mientras veía como Yokozawa se aflojaba la corbata, fulminándome con la mirada, reflejando todo el odio que sentía hacia mi persona- Si gritas, será aún peor.”

 

Al contrario de lo que me había dicho en aquella ocasión, esta vez sí grité. Grité hasta que me ardieron los pulmones, mientras la almohada se tragaba todo el sonido. No tenía ni idea de cómo mi vida se había descontrolado tanto en tan poco tiempo. Yo, Onodera Ritsu, estaba muerto de miedo.

 

Once años atrás, me robaron el corazón y acabé destrozado. Mi forma de ser cambió, todo por un pequeño error. Cuando volví a encontrarme con Takano Masamune, pasó un largo tiempo en el que no hacía más que acosarme y yo intentar no caer… Aunque más de una vez ocurriera justo lo que Masamune quería. Fui redescubriendo los sentimientos que había albergado por él cuando era un simple estudiante de instituto y cuando por fin estaba a punto de ceder ante él, puesto que nunca se había cansado de mi, había aparecido Yokozawa por medio.

 

Su mejor amigo, aquel con el que mantuvo relaciones mientras yo tenía una vida alejado de él y que le salvó de la depresión. Depresión de la cual Yokozawa no hacía más que culparme y no se cortaba un pelo en intentar disimular su odio por mí. Quizás fuera porque cuando estaba pensando en tener una charla con Masamune y darle a entender mi decisión estuviera cambiando sin querer mi forma de comportarme hacia él inconscientemente y su amigo se había dado cuenta de ello. Prácticamente dejaba que Takano me acosara lo que quisiera, que me repitiera mil veces “conseguiré que vuelvas a decirme que me quieres”… En resumen, que nos fuéramos acercando.

 

Y eso no gustó nada a su amigo. Encontrármelo en la editorial era como si me tiraran un jarro de agua fría por encima, por lo que intentaba esquivarle todo lo que pudiera. Hasta el día en el que me acorraló en el servicio.

 

Nos encontrábamos casi a finales de mes en la editorial. El trabajo se acumulaba y parecía que no iba a acabar nunca. Todos estábamos más que estresados y el cansancio comenzaba a pasar factura, por lo que me había acercado a refrescarme un poco antes de seguir con el papeleo relacionado con la mangaka que tenía a mi cargo. Entonces fue cuando él entró, no sé si buscándome a propósito o por pura casualidad, pero fuera como fuese explotó delante de mis narices.

 

No tenía nada que hacer frente a alguien tan imponente como él, por lo que poco a poco empezaron a aparecer hematomas en mi cuerpo con el paso de los días. Solo tenía que hacer una cosa para que me dejara en paz: alejarme de Masamune. Y lo hice, por mucho que me doliera, comencé a esquivarlo como había hecho cuando comencé a trabajar en la editorial.

 

Pero Takano era más insistente si cabe y muchas veces no era tan fácil deshacerse de él. Vivir al lado tampoco hacía las cosas sencillas y menos cuando Yokozawa le visitaba. No sabía cuál era el punto de confianza que compartían, pero era posible que Masamune le contara sobre sus intentos por hablar conmigo y eso solo hacía que tuviera más encontronazos con su compañero. E incluso no tuvo ningún reparo en sobrepasar un límite insospechado… Había invadido zonas de mi anatomía que solo habían conocido el tacto de Masamune y esa imagen solo hacía que recorrer mi cabeza, atormentándome, quitándome el hambre y el sueño.

 

Cuando volví a despertarme ya era de día, mi alarma sonaba y el cansancio solo hacía que implantarse en mis hombros y en sombras oscuras bajo mis ojos. Apenas tomé nada para desayunar, sólo estaba centrado en tres cosas: el trabajo, esquivar a Takano y sobrevivir a Yokozawa.

 

El ambiente de la editorial estaba menos cargado de lo habitual, habíamos conseguido llevar varios manuscritos a la imprenta a tiempo, quedaban pocos a punto de terminar y solo había que preparar todo para la siguiente tanda.

 

-¡¡Riiiiiiicchan!! –me saludó Kisa alegremente desde su mesa. Desde que había anunciado un día de fiesta su relación con cierto chico de una de las librerías a las que llegaban nuestros mangas, no pasaba un día en el que no estuviera con una sonrisa en la cara. El resto estaba de lleno en su trabajo y no había ninguna señal del jefe, así que me senté tranquilamente en mi mesa soltando un suspiro- Tienes mala cara.

 

-No he dormido bien, se me pasará cuando termine el mes.

 

El día transcurrió tranquilo, todos trabajamos en silencio y cuando Takano apareció simplemente se puso a dar instrucciones al resto. Como ya sabía, no era tan estúpido para intentar hablar de nada conmigo delante del resto. Al final de la jornada estaba entumido de pasar todo el día en una silla sin moverme. Todos comenzaron a irse y yo apenas me daba cuenta. Quería quitarme cuanto antes el trabajo de encima y estar una temporada más relajado, lo que significaría que con la falta de trabajo podría irme antes a casa y eso me daría más facilidad para no encontrarme con Yokozawa.

 

Apagué el portátil y me dediqué a colocar libros mientras rezaba porque la paz de ese día se repitiera al día siguiente y no me encontrara con él. Estaba tan abstraído que no me di cuenta de la persona que se acercaba a mi cundo coloqué el último libro.

 

-Onodera… -me giré para encontrarme con unos ojos marrones observándome. No sabía descifrar su expresión, pero tampoco quería, puesto que nada más verle cerca de mí empezaron a invadirme los nervios y una imagen vino a mi cabeza: Yokozawa amenazándome con alejarme de Takano.

 

-Lo siento, ya me iba… Quería terminar mi trabajo cuanto antes y se me ha echado el tiempo encima.

 

-Espera –me acorraló entre sus brazos contra la estantería y mis nervios aumentaron. Echaba de menos tener a Takano tan cerca, pero si no lo paraba, la cosa no acabaría bien- ¿Por qué narices me has estado evitando todas estas semanas? ¿Acaso hice algo mal contigo? Dímelo. He intentado ser paciente y no presionarte mucho pero me he hartado.

 

-Yo… tengo que irme. Déjame pasar, Takano.

 

Intenté librarme de sus brazos pero él no cedió y agarró mi camisa, tirando de ella lo suficientemente fuerte para que el cuello de ésta se abriera y dejara al descubierto algunas de las marcas que intentaba evitar mirar, como si no estuvieran ahí. Inmediatamente las oculté bajo mis manos pero ya era demasiado tarde. Él las había visto y me observaba con la boca entreabierta y gesto serio, procesando la situación mientras yo contenía las lágrimas de impotencia.

 

No quería que él se enterara, era la última persona en el planeta que quería que me viera en ese estado.

 

-¿Qué te ha pasado? –al ver que no contestaba y rehuía su mirada, sujetó mi cara suavemente. Me recorrieron demasiados sentimientos y no pude soportarlo. Dejé que las lágrimas corrieran libres al igual que dejé que mi cuerpo cayera de rodillas contra el suelo- Ritsu… -Takano se arrodilló frente a mí y me abrazó, pasando sus manos por mi espalda. Eso no sólo me reconfortó, si no que pude desahogarme después de mucho tiempo sin poder hablar con nadie.

 

 

 

Una rabia sorda me recorrió el cuerpo y fue aumentando poco a poco. En un simple descuido había podido ver hematomas en la piel de Onodera y poco después, casi sin darme tiempo a hacer nada, se había derrumbado delante de mí. Esa imagen me sorprendió puesto que nunca le había visto tan afectado por algo, al contrario: siempre estaba a la defensiva conmigo, más aún cuando intentaba acercarme a él.

 

Me había sacado de quicio que un día de repente dejara de hablarme, me esquivara y huyera de mí sin razón alguna, y más aún cuando parecía que comenzábamos a entendernos de nuevo. Y cuando por fin podía pedirle explicaciones, me encontré con eso.

 

Le abracé como si quisiera retenerlo para siempre y me di cuenta de lo delgado que estaba desde la última vez que le había tocado. ¿Cuánto tiempo habría estado sin comer en condiciones? ¿O sin dormir tranquilo? Tenía un aspecto horrible y no parecía que su estado mental estuviera al cien por cien. Con cuidado le arremangué la camisa y me encontré con más hematomas en esa pálida piel que tanto me gustaba. Rápidamente mi odio por el culpable aumentó.

 

-¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?

 

Comenzó a temblar de nuevo, como si la temperatura del cuarto hubiera bajado a cero de golpe. No creía que fuera a hablar a menos que le presionara un poco, por lo que lo hice a pesar de que quería evitar ponerle más nervioso de lo que ya estaba.

 

-Yoko… Yokozawa –titubeó al decir el nombre y el primer pensamiento que me vino a la cabeza fue que era imposible.

 

-Onodera, en serio, ¿quién ha sido? –dudaba mucho que mi amigo hubiera hecho eso a un empleado de la empresa y menos aún cuando ya tuve una charla tiempo atrás con él, en la cual le advertí que dejara a Onodera en paz.

 

Me miró con sorpresa y algo más que no supe descifrar. ¿Miedo? ¿Tristeza? Quizás una mezcla de las dos. ¿Por qué? No me dio tiempo a preguntarle. Rápidamente se levantó y salió corriendo, supuse que se dirigiría a su casa. No se paró por mucho que le llamé y juré que le vi como lloraba según se acercaba al ascensor y se perdía de mi vista.

 

En cuanto llegué a casa llamé a su puerta, pero nadie contestó. Ni a su teléfono, ni siquiera fue al trabajo al día siguiente. Me pasé toda la jornada escribiéndole mensajes, tanto sms como electrónico y no había ni rastro de él. Una parte de mi estaba preocupado, la otra estaba empezando a cabrearse. Quería verle, pedirle explicaciones y que me dijera quién era el culpable de que estuviera en ese estado. Pero no tenía tiempo de pensar en ello, había quedado con Yokozawa en mi casa y necesitaba una ducha antes de que llegara.

 

Tocó al timbre cuando me estaba secando el pelo, le dejé pasar con un saludo un poco seco y no tardé ni un minuto en abrir una cerveza, sentarme en el sofá y bebérmela de un trago. Tuvimos un par de conversaciones vacías de contenido, solo por llenar el silencio. Mi amigo era propenso a autoinvitarse para saber cómo me encontraba, por lo que había dejado de intentar negarme, ya que parecía que quería arreglar las cosas y había comprendido que sólo le veía como eso, mi amigo. Cuando había acabado casi con todas las cervezas y empezaba a notar los síntomas de una leve borrachera, volvió a abrir la boca.

 

-¿Ha pasado algo? Hacía tiempo que no te veía beber tanto –se le veía muy tranquilo y bien vestido en comparación conmigo, vestido con ropa de estar por casa, descalzo y una toalla sobre mi cabeza.

 

-Nada grave… Creo. Ayer intenté hablar con Onodera y pasó algo curioso… -solté una leve risa y me controlé porque no se convirtiera en una carcajada. El alcohol me descontrolaba más de lo que me gustaba y conseguía que la lengua se soltara y hablara más de la cuenta sin ningún pudor- Estaba lleno de golpes, me dijo que se lo habías hecho tu.

 

-Menuda estupidez. Después de lo que me dijiste he intentado esquivarle por todos los medios para no crear malos ratos. Al fin y al cabo, eres mi amigo y te aprecio mucho, si eres feliz con él yo no me voy a meter por medio.

 

-¡En eso estaba pensando cuando me lo dijo! –dejé la lata vacía en la mesa y me levanté con pereza- Iré a refrescarme, creo que he bebido demasiado.

 

 

Había abandonado el mundo exterior por un par de días y mi aspecto había empeorado notablemente. Ya no solo tenía que aguantar las pesadillas, si no que el hecho de que Takano hubiera dudado de mí me había destrozado completamente. Estaba solo y nadie iba a ayudarme a acabar con esa situación. Tendría que pedirle ayuda a mi padre, pensar alguna excusa para poder mudarme de nuevo, ya que no contaba con el dinero suficiente para hacerlo por mi cuenta. Quizás también fuera mejor que me fuera de la editorial, olvidarme de Masamune…

 

Olvidarme de Masamune. Un dolor frío me recorrió de arriba abajo con solo pensarlo. Pero… sería lo mejor para los dos.

 

Llamaron al timbre por primera vez en muchas horas y supe que no era Takano. Él habría fundido el timbre en un par de segundos, sin darme tiempo a llegar a la puerta siquiera. Me aparté la sábana de encima y me acerqué a abrir, aunque rápidamente quise cerrar la puerta, ya que el que se encontraba tras ella no era otro que Yokozawa y por su gesto supe que no era una visita cordial.

 

Si de por sí él ya era más fuerte que yo, el que hubiera dejado de comer en condiciones desde hacía muchas semanas me había convertido en un simple saco de huesos y músculos incapaces de soportar el mínimo esfuerzo. Debido a eso la puerta se abrió y una figura impotente pasó, sin que apenas pudiera oponer resistencia. Quise huir, pero un golpe contra mi nariz me dejó estupefacto y descolocado, y más aún cuando al llevarme las manos a la parte de mi cara herida éstas se mancharon de un líquido rojo y pegajoso.

 

Aún así intenté huir de nuevo, pero unas manos me cogieron por el cuello, estampándome contra la pared mientras la presión aumentaba en mi tráquea. No podía gritar por mucho empeño que pusiera, tanto por la estrangulación que estaba sufriendo como por afectada que estaba mi garganta tras haberme pasado horas enteras llorando sin parar.

 

-No aprendes, Onodera. Te dije que te olvidaras de él, ¿y vas y le cuentas todo? –una sonrisa sarcástica se extendió por el rostro de Yokozawa y me recorrió un escalofrío mientras me dedicaba a intentar soltarme de su agarre- Menudo estúpido.

 

Estaba comenzando a marearme y no parecía que fuera a dejarme. La sensación de agobio era cada vez mayor y no sabía cuánto más iba a aguantar.

 

-¡Yokozawa! ¡Suéltalo ahora mismo!

 

De pronto volví a sentir el suelo bajo mis pies, mis manos acariciaron mi cuello mientras intentaba recuperar de nuevo el aire. Vi a Takano fulminando a Yokozawa mientras me alejaba un par de pasos del imponente ejecutivo. Éste último miraba a su amigo con indiferencia, como si a pesar de haberle pillado con las manos en la masa, él fuera completamente inocente.

 

-Lárgate de aquí ahora mismo y no te atrevas a aparecer nunca más –nunca había visto a Masamune tan cabreado y realmente esperaba no verle nunca así debido a mi persona, ya que el miedo que inspiraba era comparable al que sentía por mi maltratador. No dijo nada, me dedicó una mirada altiva y salió por mi puerta, dejándonos a Takano y a mi solos en mi entrada.

 

Rápidamente Takano se acercó a mí y su expresión se tornó preocupada. Murmuró algo sobre parar la hemorragia nasal mientras entraba en mi servicio, pero no podía estar seguro, ya que me pitaban los oídos y de pronto toda la poca energía que me quedaba se esfumó y noté de lleno las consecuencias de llevar tanto tiempo sin dormir ni comer. Todo se volvió oscuro a mi alrededor y noté como las piernas me fallaban, provocando que cayera flácido en el suelo, como un muñeco sin vida.

 

 

 

Cuando desperté no sabía en qué día estaba ni cómo había llegado a mi cama. Poco a poco fui recordando los acontecimientos pasados y aún así mi cabeza seguía pesada y mis pensamientos espesos. Me habían cambiado la ropa por un pijama limpio, la nariz me dolía pero no sangraba y algunos de los hematomas comenzaban a desaparecer. No quise mirarme en ningún espejo por miedo a ver lo horribles que debían ser las marcas dejadas en mi cuello.

 

Decidí levantarme cuando me encontré un poco más despejado y unos ruidos me llegaron desde fuera del cuarto. Apoyándome en la pared caminé lentamente y abrí la puerta, dejándome ver el comedor y la cocina, donde Takano se encontraba colocando cosas. Se giró al escuchar el susurro de la puerta al deslizarse y vino corriendo donde mí, como si fuera a desaparecer delante de sus ojos.

 

-¿Cómo estás? No creo que debas levantarte aún –me acompañó de vuelta a la cama sin darme tiempo casi a hablar y cuando por fin estuve entre las sábanas, pude preguntarle qué había pasado- Te desmayaste, llamé a un médico de urgencia y vino a atenderte. Te puso un suero y una dieta estricta, llevas demasiado sin comer decentemente. No te preocupes, yo me encargué de pagarlo y estaré cuidándote hasta que te encuentres mejor. A no ser que prefieras llamar a alguien de tu familia, cosa que comprendería.

 

-¿Y la editorial? –estaba demasiado mal para que me viera mi familia. Más que una ayuda habría sido un horror, por lo que descarté la idea sin siquiera molestarme en contestar.

 

-Llamé y dije que habíamos caído enfermos. Al fin y al cabo, soy el jefe, tengo algunos privilegios –sonrió poniendo una mano encima de la mía, provocando que un calor agradable se extendiera desde mi estómago hacia el resto del cuerpo. Su expresión se tornó más triste y supe que parte iba a venir en ese momento- Siento todo lo que ha pasado. Me he encargado de que Yokozawa no vuelva a acercarse a ti, ni a mí. Siento no haberte creído, debería haberlo hecho ciegamente, no sé que me paso. Y ten por seguro que en cuanto te recuperes, te dejaré tranquilo. Quiero compensarte por todo lo que has pasado. Por el momento, te dejo descansar, estaré en el salón.

 

Se levantó para irse pero fui más rápido y le cogí la mano, aunque sin ser capaz de mirarle directamente a los ojos. No quería que se fuera, no quería volver a quedarme solo con mis pesadillas.

 

-Quédate… -farfullé entre dientes sin saber cómo reaccionaría ante mi propuesta.

 

Se quitó las zapatillas y yo me eché a un lado para dejarle espacio. Una vez que me abrazó, no me soltó en toda la noche y yo lo agradecí sinceramente. Todo comenzaba a estar en su sitio, ya nada dolía, no estaba partido en dos. Tenía a Takano, me estaba recuperando y no tenía que volver a pasar por un momento como aquel mes. Sentía como podía respirar sin dificultad, sin presiones. Era libre, por fin.

 

-Antes de que pasara todo esto… Yo quería decirte algo –un leve sonrojo apareció en mis mejillas, no me hizo falta mirarme en un espejo para saberlo. También sabía que seguro parecía el antiguo Onodera Ritsu que Takano había conocido en el instituto- Quiero estar contigo… Te quiero.

 

-Nada me alegra más que escuchar eso, Ritsu –allí donde su mano me acariciaba le mejilla iba dejando un leve cosquilleo- Yo también te quiero.

 

No pude evitar echarme a llorar cuando volvió a besarme como en los viejos tiempos, aunque sin forzarme, si no voluntariamente por mi parte. Era la sensación más maravillosa del universo y no renunciaría jamás a ella.

 

 

 

Kisa era el que más pegada tenía la oreja en la puerta de la sala de reuniones. El resto, Hatori en mayor parte, se comportaba como el adulto responsable y no paraba de repetirles que debían volver a sus puestos de trabajo en vez de perder el tiempo escuchando a escondidas una reunión en la que ellos no pintaban nada.

 

-¡Vamos, Tori! –dijo Kisa, cansado de que su compañero de trabajo intentara quitarle la diversión de la mañana- ¿Cuántas veces tiene Takano-san una reunión con el “gran jefe”?

 

Así es como conocían al mayor accionista de toda la editorial. El “gran jefe” era un alto ejecutivo muy popular y rico que apenas se paseaba por aquellos pasillos a no ser que fuera estrictamente necesario. Por esa razón era muy extraño que hubiera accedido a tener una charla con uno de los jefes de los distintos departamentos. Todos se preguntaban para qué sería. ¿Había pasado algo de lo que ellos no se hubieran enterado? Poco después de que Tori les llamara la atención por última vez, unas voces llegaron desde dentro de la sala.

 

-¡PUES DIMITO!

 

-Takano-san, por favor, no puede estar hablando en serio.

 

-Hablo totalmente en serio. Cambie esa norma y me mantendré en mi puesto sin dar guerra. Si no, dimitiré. Y le deseo mucha suerte intentando encontrar a un nuevo jefe de departamento que soporte todo el estrés más de un mes sin tirarse por la ventana.

 

-¿No podemos llegar a un acuerdo más razonable?

 

-De eso nada, ya sabe mis condiciones.

 

Silencio. Unos gruñidos. ¿De qué norma estarían hablando? ¿Tan importante era para Takano el cambiarla que chantajeaba al “gran jefe” con su dimisión? Por supuesto sabían que se lo replantearía antes de hacer nada. No cualquiera podía soportar toda la responsabilidad y trabajo que significaba estar a cargo de la sección de mangas.

 

De repente, el ascensor se abrió al lado de los espías y apareció un Onodera Ritsu con mejor aspecto del que tenía la última vez que le habían visto.

 

-¿Qué hacéis? –preguntó con curiosidad. No esperaba encontrarse a todos sus compañeros en otro sitio que no fueran sus asientos de trabajo.

 

-¡SHHHH!

 

-Está bien, está bien. Cambiaré la norma hoy mismo. Por favor, vuelva a su puesto e intente no darme más sustos de este tipo.

 

Intentaron apartarse de la puerta cuanto antes pero ésta se abrió antes de que pudieran siquiera despegar la oreja. Ante ellos apareció Takano con una media sonrisa de victoria en la cara. Miró a Onodera y casi se sorprendió de verle allí cuando le había dejado en casa con intención de que descansara. Aún así, antes de hablar con él y darle la buena noticia, se encargó de espantar al resto de sus empleados a la voz de “¡El trabajo no se va a hacer solo!”. Onodera también iba a irse, cuando Takano le cogió por un brazo y le arrastró a uno de los pasillos que apenas se transitaban en aquella enorme editorial.

 

-¿Cómo te encuentras? ¿Has comido bien? Quizás deberías haberte quedado un día más en casa…

 

-Tranquilo, estoy prácticamente recuperado y los golpes casi han desaparecido. No podía quedarme más en casa, sentía que se me iba a caer encima.

 

-Me alegra escuchar eso –una de sus grandes manos cayó con delicadeza sobre la cabeza de Onodera y se deslizó por su mejilla, para desgracia del pequeño que se sonrojó con facilidad, más de la que le gustaría- Sé lo que vas a decirme. No te preocupes porque estemos en el trabajo, acabo de conseguir que quiten la norma estúpida que prohíbe las relaciones entre empleados.

 

-Ah… eso es lo que estaban hablando en la sala de reuniones… -sonrió, pero sabía que aún le costaría un poco hacerse a la idea de que podía tratar a Takano en el trabajo igual que se trataban cuando estaban a solas. ¿Qué pensarían el resto? Bueno, era lo de menos en ese momento, tenía otras cosas importantes en las que pensar- Ya llamé a los de la mudanza y vendrán esta tarde a pasar mis cosas a tu apartamento, así que iré yo y me encargo de hacer la cena. ¿Qué te apetece?

 

-Mmmmm, unos rollitos de primavera y de postre… -se acercó al pequeño hasta quedar a milímetros de su cara con una sonrisa- tú.

 

-¡Eres un estúpido, Takano! –dijo Onodera a la vez que apartaba la mirada, sin poder estar más sonrojado de lo que ya estaba.

 

Aun así no se libró del beso del mayor, por suerte, y que hizo que se relajara y perdiera la noción del tiempo. Por fin todo estaba en su sitio.


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