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Inmortal Song por KyoYuy

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Tomó asiento en el sofá acomodándose cerca de la pequeña fogata recién encendida en el hueco de la estufa. El joven de pelo castaño se acercó a él colocándose entre sus piernas reposando su espalda contra el pecho del mayor. Las estrellas aquella noche brillaban más fuertes que nunca y los lobos salvajes que rodeaban las praderas cercanas a su domicilio aullaban con intensidad a la luna reclamando su amor, como cada noche que se presentaba llena en el cielo.

El mayor y más anciano acarició el rostro del joven apartando los mechones que caían traviesos por delante de su rostro. El menor sonrió, adoraba la presencia de su amado tras de él, el contacto con su piel se había vuelto algo necesario con los años, y su amabilidad tan exquisita no había hecho sino más que agrandar aquel afecto que le procesaba.

Aclaró la garganta y como cada noche desde ya hacía mil años, la historia favorita del más joven comenzó a salir directamente enviada desde su corazón.

«La nubes a lo lejos comenzaban a arremolinarse de forma peligrosa cuando el joven dueño del castillo se asomó por la ventana. A pesar de que ya llevaba años en aquel lugar jamás se había acabado por acostumbrar a aquella sensación. Solía asomarse por el enorme ventanal en lo más alto de la torre esperando a que las cosas cambiasen, pero nada en su vida, desde hacía años, parecía hacerlo. Al principio le había movido la impaciencia y la esperanza, observaba atentamente el horizonte en busca de una silueta entre la niebla, una luz centelleando en medio de la oscuridad del bosque, pero no había nada y nada aparecía.

Los años pasaban lentamente y él continuaba en aquel lugar como un alma en pena, esperando paciente a esa persona que le había prometido que volvería. El tiempo, como si de un martillo se tratase, le golpeaba con paciencia en lo más hondo de su alma. La esperanza se fue convirtiendo en costumbre y la costumbre en su día a día. El miedo a sentirse solo fue sustituido por la desesperanza de las melodías en su cabeza. El recuerdo de aquel a quien había amado, de ese ser que lo había salvado de las fauces crueles de la muerte, aquel que le había otorgado la inmortalidad.

¿Pero de que servía una vida eterna si no estaba a su lado? Su llanto se fue apagando, convirtiéndose en el canto de las almas malditas escondidas en los recovecos más oscuros del castillo. Como si los fantasmas de sus recuerdos retomasen un trabajo a medias con sus desdichas. Amarle nunca había sido una opción, sino un impuesto. Lo supo en el mismo segundo en el que aquellos labios fríos se habían posado sobre los suyos. Lo sintió, como un témpano de hielo hundiéndose dentro él, su vida se escapaba en un suspiro, pero aquello no importaba, nunca había considerado la idea de mantenerse vivo en este mundo por mucho tiempo, pero jamás pensó que aquel ser sería la respuesta a sus plegarias.

Era un vampiro, o por lo menos así se había presentado. Había aparecido en medio de la noche, con su ropa cara y su perfume intenso. Con aquella sonrisa seductora y su perfecto acento francés. En las iglesias solían decir que el diablo se viste de gala para engatusar a los incautos, él lo había visto venir, conocía de sobra la cara de la muerte y a pesar del intenso olor a ostentosidad supo en seguida que aquello no podía esconder el hedor a muerte que desprendía en el fondo. Había observando cómo la gente caía muerta a su paso, no literalmente sino más bien de manera metafórica. Con su encanto presencial, su mirada intensa y sus artes perversas a la hora de hablar, la gente caía rendida ante sus falsos encantos, como los pobres ratones de campo lo hacen ante la intensa mirada de las serpientes. Después de todo, la vida se resumía en morir o matar, ser comido o comer. El pez grande se alimenta del chico y así la cadena alimenticia y el orden natural se mantenían en equilibrio.

Aquel ser salido de las pesadillas de un escritor loco irlandés se había presentado como un ángel ante las súplicas de su pobre alma, que consideraba maldita. Pero en vez de darle la muerte le había dado la vida eterna. Algo que nunca había pedido, algo que jamás había deseado vivir y menos en soledad. Se enamoró de su presencia omnipresente e infinita, se dejó cautivar por la profunda sabiduría en lo más hondo de sus ojos eternos, y se volvió un adicto de sus besos sobre su cuerpo, de sus colmillos sobre su cuello, de su masculinidad dentro de él.

Pasaba los días tumbado a su lado en aquel ataúd, acariciando su piel de porcelana, recorriendo con sus dedos las ondulaciones de su masculinidad, de la presencia etérea de su cuerpo de adonis. Y cuando llegaba la noche, la admiración se elevaba hasta algún número todavía no descrito, pues su voz se tatuaba en su interior afianzando su idealidad, repitiendo en una voz muy baja en su mente "no te marches nunca".

Le amaba, como un hijo lo hace con su padre, como una mujer desvalida lo hace con su salvador o un creyente con su dios. La explicación no era complicada, simplemente era lo único que tenía, lo único que había decidido tener.
La muerte es algo triste, pero él lo celebraba cada noche, y eso le volvía aún más atrayente. Su presencia y su actitud, todo en él le volvía perfecto, era un amante cuidadoso y detallado, era un padre meticuloso con los aspectos, pues de él había aprendido todo lo necesario para sobrevivir, aunque se encontrasen viviendo en muerte aquel no era un estado tan eterno como algunos se pensaban y había cosas que podían ponerle punto final. Para él aquellos datos no eran importantes, era como un bebé que se alimentaba de la gran teta sangrienta del mundo, junto a su maestro no había nada que temer.

Pero una noche todo aquello terminó. Su adorado creador se despidió de él alejándose del castillo, le había prometido que algún día volvería, que de nuevo las noches de fiesta regresarían y que entonces le amaría como nunca antes le había amado. El pobre novato le creyó, pues qué más iba a hacer, si aquel ser oscuro y arrogante era lo único que sus ojos de no muerto habían conocido. Y así pasaron los años, los siglos y su vida. Joven eternamente, recluido en un castillo, esperando con la vista puesta en el horizonte, continuaba noche tras noche el vampiro que una vez fue un novato esperando pacientemente por su amado.

Y así hubiese continuado de no ser por él. Un día sin más, sin previo aviso alguno un joven mortal cruzó las puertas del castillo. Todavía no era noche, y afuera las fuerzas de la naturaleza habían decidido entrar en disputa. Aquel extraño no había pretendido ofender, simplemente buscaba un lugar en el cual cobijarse, en donde resguardarse de la lluvia, pobre mortal ignorante que desconocía que la muerte se vestía con galas nocturnas en aquellas salas. Y así sucedió, cuando llegó la noche, el dueño del castillo se despertó y como cada noche subió peldaño a peldaño las escaleras de la torre en dirección al ventanal esperando ver la imagen de su maestro retomando el regreso a su lado. Pero no fue a su maestro lo que sintió sino el reflujo vívido de la sangre humana, caliente y deliciosa recorriendo el cuerpo de un mortal.

Habían pasado muchos años, tantos que ya casi no recordaba el sabor intenso de la sangre tiñendo de granate sus labios, pero los instintos eran fuertes en él y dominaron su razón. Cuando se quiso dar cuenta había atrapado al mortal entre sus brazos y había hundido sus colmillos en él. El sabor de su sangre despertó dentro de él sensaciones que había creído perdidas. Memorias y recuerdos que no eran suyos comenzaron a inundar su mente, activando con fuerza su corazón aletargado en su propia autocompasión y, cuanto más bebía de aquel pobre mortal con mala suerte, más fuerte y vivo se sentía. Fue entonces, cuando sus ojos centelleantes clavaron su mirada intensa de asesino en los ojos de aquel pobre condenado, cuando lo entendió.
Su amo no volvería, estaba solo. 

La mirada del mortal se volvía poco a poco opaca, el resplandor intenso de su vida se apagaba y de sus labios no salieron ni una sola palabra de súplica. El vampiro le observó desde una esquina analizándole mientras se retorcía agonizando esperando su propia muerte. Con sus recuerdos recorriendo en circuito de su pensamiento impropio. Se agachó y, de nuevo, clavó su vista inmortal en lo profundo de sus ojos mortales y lo que ahí vio le asustó a la par que le asombró. Justo en esa persona, en lo más profundo de sus ojos de mortal divisó el reflejo de su propia alma, observó sus propias palabras, sus propios anhelos. Y más allá de todo eso, divisó una imagen, la de dos personas cerca del fuego, tumbadas en un sofá, una sobre la otra, con las manos entrelazadas y la eternidad consumida en pareja. Allí en el fondo de los ojos de aquel simple mortal el vampiro solitario descubrió lo que era el amor. »

Baekhyun sonrió plácidamente una vez que la historia terminó, había escuchado aquel relato durante más de mil noche y aun así seguía adorándolo. Se giró mirando directamente a los ojos de aquel vampiro que le rodeaba con sus brazos, aquel que una noche de lluvia le había arrebatado la vida y le había dado la vida eterna.

— Joonmyeon —murmuró en un susurro besando sus labios casi en una caricia—. Cuéntamela otra vez.

Y Joonmyeon devolviéndole con ternura aquella sonrisa llena de significado le acercó todavía más entre sus brazos comenzando de nuevo con aquella historia. Su historia.  
Notas finales:

Muchas gracias por leer! Espero que os haya gustado! Besitos unicornianos ~<3


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