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4Ever por KyoYuy

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Notas del fanfic:

Es un fic de cumpleaños que escribí para una amiga, basándome, más o menos, en su idea.

Es un Sudi, es decir Suho x Kyungsoo

            No sabía cómo había terminado ahí, lo último que recordaba era haber estado hablando con Baekhyun justo al lado de las escaleras que daban paso al tercer piso; y de repente, se encontraba en medio del monte bajo una tormenta peligrosamente amenazante.

            Kim Joonmyeon era un tipo tranquilo, de esos que pasan por la vida sin causar problemas, sin dejar una mala impresión. Pero también era del tipo de personas que jamás se metería algo en el cuerpo como para no recordar cómo había llegado a un sitio.

            Se estremeció, tampoco había recordado coger su abrigo por lo que parecía. Lanzó una amplia mirada a aquel lugar, le sonaba de algo, pero no estaba seguro de qué. Divisó un pequeño pueblo a lo lejos, cuando se asomó por el borde de aquel saliente nevado. El cartel con el nombre estaba demasiado lejos, forzó la vista pero nada cambió, continuaba sin poder distinguir las letras.

            Fue entonces cuando aquel sonido se elevó hasta el cielo. Joonmyeon se giró en alerta, su cuerpo volvía a temblar, pero ya no era debido al frío. El sonido, sin duda, se trataba de un aullido, o quizás de un alarido, no estaba seguro, aunque habría puesto la mano en el fuego al asegurar que no provenía de un ser humano.

            De nuevo sin saber cuándo había comenzado a hacerlo, se había puesto a andar (o más  bien a correr) en la dirección opuesta de la que provenía el sonido. Corrió sin cesar, sin mirar atrás, sintiendo que algo malo estaba a punto de pasar. La tormenta de nieve no tenía pinta de mejorar, y el viento, tremendamente furioso, le golpeaba en la cara. Tropezó, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Ante él unos ojos brillantes y amenazadores no dejaban de mirarle, como si pudiesen atravesar su cuerpo y desgarrarle el alma. Sintió miedo, quería moverse, pero ni las piernas ni el resto del cuerpo le obedecían. Cerró los ojos, pero aquella imagen no se iba de su cabeza. Aquel iba a ser su final.

            El despertador sonó con más insistencia de la que esperaba y Kim Joonmyeon se levantó agitado de la cama. Estaba sudado y su pulso acelerado; de nuevo aquel maldito sueño. Siempre el mismo, en aquel lugar, bajo una tormenta, perseguido por aquellos ojos. Jamás recordaba cómo había llegado ahí, pero era tan real que cada noche olvidaba que se trataba de un sueño.

            Cogió aire con fuerza para llenar sus pulmones, lo mantuvo un rato ahí y luego lo dejó salir muy despacio, permitiendo que sus labios danzasen sonoramente. Se sentía ridículo. Tenía la extraña sensación de que ya había estado en ese bosque, pero no en un sueño. La sensación del frío, del contacto de la nieve, de su corazón agitado era tan real que era la única explicación a la que le encontraba lógica.

            Se desperezó sin levantarse de la cama, sin siquiera sentarse sobre el colchón, con la vista puesta en el techo lleno de manchas de humedad. Torció el labio, pensativo. Sus padres habían insistido muchas veces en que arreglara su pequeño piso, incluso en buscarle uno nuevo (corriendo ellos con todos los gastos, por supuesto) pero él siempre se había negado con una sonrisa. Joonmyeon adoraba a sus padres, siempre había sido un chico muy educado y respetuoso con la familia, pero también era orgulloso y decidido, y eso le impulsaba a no ceder en sus intentos.

            La familia Kim le había adoptado ya hacía más de veinte años y siempre se había sentido como uno más, olvidándose a veces de que en realidad no tenía lazos de sangre con ellos. Su padre, el señor Kim, era un respetable maestro de literatura en la Universidad de Oxford y su madre, la dulce señora Kim, se había ganado un puesto en la alta sociedad convirtiéndose en una de las mejores maestras de química en la misma universidad. Ambos se habían enamorado entre discusión y discusión sobre la manera de ver la vida, ciencias versus letras, y con el paso del tiempo fue la Señora Kim quien dio el paso y le preguntó al señor Kim si quería ser su esposo.

            El Señor Kim era un hombre cariñoso y respetable, de ideas agudas y tenaces, siempre dispuesto a aprender; la Señora Kim era directa y observadora, siempre con necesidad de conocimiento. Según las palabras de todos aquellos que les rodeaban, eran la pareja ideal. Pero no todo era maravillas en su vida, con el tiempo descubrieron que los tests a los que la Señora Kim se había visto expuesta la habían vuelto estéril y por ese motivo no habían podido tener hijos. Dos años después de aquella noticia, los Señores Kim decidieron adoptar a un niño y el elegido había sido Joonmyeon.

            A pesar de no ser realmente su hijo de sangre, las personas que les conocían siempre decían que se parecían mucho. De su padre había heredado la necesidad de intentar saberlo todo y una excelente facilidad de palabras; mientras que de su madre había tomado una habilidad increíble para las ciencias y una memoria portentosa. Pero Joonmyeon jamás alardeaba de ello, prefería, simplemente, ser uno más del montón, pues por encima de todas esas grandes cualidades, el joven señorito Kim era humilde, tímido y demasiado nervioso.

            Había estudiado en la misma universidad en la que trabajaban sus padres, destacando con unas notas más que excelentes, pero aquello no era algo sobresaliente en él. Joonmyeon tenía un don para los estudios, sobre todo los referidos a idiomas, siempre disfrutaba mucho aprendiendo y descubriendo cosas nuevas, además adoraba las culturas y era muy curioso. Poco después de graduarse había conseguido un trabajo modesto en una pequeña editorial como traductor en una revista sobre animales y así había estado viviendo sin mucha dificultad hasta que un día, sin previo aviso, aquellos sueños habían regresado.

            Estaba seguro de que no era la primera vez que soñaba aquello. Cuando era pequeño, sobre todo en el primer año tras la adopción, había estado soñando exactamente lo mismo. Sus padres, obviamente preocupados, habían hecho llamar a un médico y finalmente, tras muchas pruebas, tratamientos y terapias, los sueños habían acabado por desaparecer. Pero ahora, unos veinte años después, sin motivo aparente que los hiciese resurgir, aquellos sueños habían regresado para hacerle pasar unas noches horribles. 

            Joonmyeon miró la hora en el reloj de mesa que había sobre su mesilla de noche, de nuevo volvería a llegar tarde al trabajo. Había pasado, en cosa de un mes, de empleado estrella a desastre con patas, y lo peor de todo es que parecía que la cosa empeoraba y él no encontraba manera de pararlo. Se había levantado corriendo como alma que lleva el diablo directamente al cuarto de baño, se había aseado, vestido y había salido corriendo de la casa con el termo de café en una mano y una enorme tostada con mantequilla en la boca.

            Tomó el primer tren del metro con destino a su trabajo, sabía que no tendría que esperar mucho, pues ya era costumbre cogerlo a esas horas tan tardías. También sabía que llegaría tarde y que el Señor Jameson le volvería a sentenciar a muerte con su mirada ceñuda y su mueca de desprecio. Joonmyeon no odiaba, pero si lo hiciese, el jefe de su departamento, el señor Jameson, sería la primera persona a la que odiaría sin dudarlo.

            El Señor Jameson parecía una persona cruel y despiadada, siempre estaba gritando, tanto que parecía que hablar a chillidos era su tono de voz normal; a veces Joonmyeon se preguntaba si cuando aquel hombre era niño, algún petardo u otro artefacto por el estilo habría estallado cerca de su oído y no oía bien. Tenía bigote y el pelo canoso, siempre vestía de traje y corbata, perfectamente conjuntados y de marca y en su boca, día sí y día también, siempre estaba un enorme puro. El señor Jameson odiaba los retrasos, odiaba los días de tormenta, odiaba los días de sol, odiaba las mujeres sonrientes y los chicos amables, odiaba casi todas las cosas que conformaban la vida, y disfrutaba pasionalmente de los buenos habanos, las desgracias ajenas y torturar al pobre de Joonmyeon.

            Algunas personas en la oficina decían que lo hacía porque sentía envidia y era un rencoroso, pero claro está, nadie lo decía en alto y tampoco nadie aceptaría haberlo dicho. Se rumoreaba que el Señor Jameson había sido pretendiente de la madre de Joonmyeon, otros en cambio comentaban que el gran talento del chico a su corta edad le molestaba ya que era un hombre frustrado por sus propias derrotas, otros simplemente decía que era una mala persona, y que la infinita paciencia y amabilidad del muchacho le ponían enfermo.

            Pero el joven Joonmyeon nunca se dejaba afectar por las palabras de aquel hombre, o por lo menos no lo había hecho hasta aquel día. Pudo haber sido que el metro estaba lleno, que de nuevo se había quedado sin asiento, que nada más salir a la calle se había puesto a llover y no llevaba paraguas, o también que aquel maldito sueño no dejaba de dar vueltas en su cabeza, que aquel día no era un buen día para palabras poco amables.

            Nada más entrar por la puerta el Señor Jameson gruñó una especie de saludo, Joonmyeon no le respondió, lo cual desencadenó una serie de reprimendas por parte de su jefe. El muchacho no estaba con ganas de aguantarle así que se tragó aquella mala leche que jamás había sacado (y que había escogido un mal día para hacerlo por primera vez) y se encerró en su departamento. Se dejó caer en la silla y se llevó las manos, aún mojadas, a los ojos.

            A veces se sentía como el protagonista de un cómic, con una vida que podría ser mejor pero que siempre estaba plagada de problemas. Hasta el momento los había podido superar sin dificultad, pero en esas circunstancias se sentía destrozado. Miró su reflejo en la ventana de detrás de su escritorio, tenía la peor pinta que podría haber tenido nunca. Se llevó el pelo hacia atrás y volvió a resoplar. Se intentó animar mentalmente pero esta vez no parecía servirle de mucho.

            Desvió la vista de nuevo, volviendo a la oficina. El lugar era pequeño, pero se había acostumbrado a él. Montones de libros y textos subían en torre hasta el techo, acumulando polvo y tiempo; el trabajo se le estaba retrasando y la motivación huía como si debiese dinero y le persiguiese el cobrador del frac. Joonmyeon se dejó desplomar pesadamente sobre su mesa de trabajo, aburrido. No quería hacer nada. Resopló y los papeles, todavía sin anotaciones, que estaban delante de su cara salieron volando ligeramente.

            Ahí, al otro lado de la puerta de cristal, estaba Jongdae, la nueva adquisición de la empresa. Joonmyeon, en las pocas ocasiones en las que había cruzado miradas con aquel chico, había quedado completamente prendado de su presencia. Aquel joven lo tenía todo. Era hábil con las palabras, mucho más hábil que él, por lo menos lo suficiente como para no quedarse parado ante preguntas importantes aunque no supiese la respuesta; jamás se le veía sudar por los nervios, guardaba correctamente la compostura en todo momento, con porte caballeresco, sonrisa y mirada seductoras. Kim Joonmyeon se había enamorado perdidamente de aquella persona, sin apenas saber poco más que su nombre, su trabajo, y el exquisito tono de su voz cuando pronunciaba el inglés británico.

            Jongdae apenas sabía de él, casi no hablaban y cuando surgía la posibilidad de hacerlo Joonmyeon se escondía como una tortuga asustada y huía con una mala disculpa y la cabeza hundida entre sus hombros. En esas ocasiones solía recogerse en su despacho y desde allí, escondido inútilmente tras su puerta acristalada, observaba como el nuevo empleado sonreía de medio lado mientras no le perdía de vista con el rabillo del ojo.

            Volvió a su asiento, dejando caer su cuerpo pesadamente sobre la silla marrón de ruedas, lo cual hizo que se desplazase levemente hasta la ventana. Fuera no dejaba de llover. Los árboles agitaban sus ramas casi sin hojas epilépticamente debido al viento, que soplaba tan furioso como los gruñidos del señor Jameson. Joonmyeon volvió a resoplar. Imágenes fugaces de aquel sueño volvieron rápidamente a su mente como lo hacen las cartas de una baraja en las manos de un mago inquieto.

            Sintió como la piel se le erizaba, el vello se le ponía de punta y un escalofrío le recorría la espalda. Aquellos ojos, aquellos malditos ojos que no dejaban de perseguirle en sueños, aquellos ojos que años atrás habían atormentado su infancia, ¿por qué habían decidido volver ahora que pensaba que su vida estaba completamente perfecta? Había pensado en acudir de nuevo al médico, pero al final había desechado la idea. Había estado ojeando algunos libros sobre sueños, sobre psicología y psiquiatría, y al final había decidido no darle tanta importancia a aquello.

            Se había equivocado, lo supo en el momento en que había empezado a fallar en su trabajo, pues aquello era lo único que le hacía continuar con él. Era el mejor, y por ese motivo el Señor Jameson no podía despedirle, pero desde que los sueños habían regresado, no se podía concentrar igual. El trabajo se le amontonaba y lo poco que conseguía entregar dado por terminado, estaba incompleto o no cumplía con el nivel de la empresa.

            El tiempo se le pasaba entre comedura de olla y comedura de olla sin quererlo realmente, pues muchas veces se sorprendía a sí mismo soñando despierto, pensando en aquellos ojos que le inquietaban el sueño y le molestaban la vigilia. Pensaba en la nieve, en el sentimiento de angustia, e intentaba darle una explicación lógica, algo que, por mucho que lo intentaba, nunca conseguía.

            —Joonmyeon—escuchó que le llamaba una voz conocida tras él.

            No recordaba que alguien hubiese abierto la puerta, así que ignoró aquella voz; parecía que no sólo estaba perdiendo su toque de perfección para el trabajo, también estaba perdiendo su cordura.

            —Joonmyeon—escuchó que repetía aquella voz, y finalmente volvió a la realidad parpadeando nervioso.

            —Yifan—murmuró como respuesta, fijando sus pupilas en el mencionado—. ¿Qué es lo que quieres? Sabes que tengo mucho trabajo atrasado —se excusó, caminando hacia la pila de papeles cerca de la ventana.

            Yifan sonrió de medio lado, divertido, caminando justo detrás de él. Yifan era el encargado de maquetación, un chico alto y de apariencia fría. La primera vez que Joonmyeon le había visto había pensando de él que era una persona seria y distante, uno de esos chicos fríos de ciudad, pero con el paso del tiempo había descubierto que aquel gigante de casi metro noventa y ex jugador de baloncesto era en realidad como un niño pequeño, tierno y juguetón. Yifan había viajado durante mucho tiempo, había pasado su infancia hasta los seis años en China, luego había viajado a Canadá, donde había estado hasta los dieciocho y después había comenzado sus estudios en alguna parte de Europa para terminar trabajando en Londres, junto con él. Joonmyeon admiraba su presencia imponente y sus maravillosas historias sobre las culturas de los lugares en los que había estado. Y así, poco a poco, aquellos dos habían terminado por considerarse el uno al otro algo más que amigos, casi hermanos.

            Yifan insistió.

            —Joonmyeon, últimamente ya casi pareces Yixing, estás más en tu mundo que aquí con nosotros en la Tierra.

            El traductor le ignoró. El gigante canadiense volvió a sonreír, adelantándose para colocarse justo en frente de él. Le sujetó de los hombros impidiéndole moverse, para que así no pudiese escapar de él.

            —No busques excusas, jamás se te ha dado bien mentir —añadió sin perder la sonrisa.

            —Tienes razón —le contestó el traductor, dejándose caer en su silla, desinflándose—. Pero es que no puedo dormir bien y… no me concentro. Estoy resultando un desastre completo.

            —Ni que lo digas —rió quitándole importancia el otro muchacho—. He oído a Betty, la de copistería, decir que Jameson quiere aprovechar esto para mandar tu solicitud de despido.

            —¡¿Qué?! —exclamó sorprendido, elevando las cejas y poniéndose todavía más pálido, aunque él más que nadie ya había tenido noticias de aquello.

            «Toma nota, Joonmyeon —se dijo a sí mismo—, si no dejas de pensar en tonterías perderás el empleo que tanto adoras y papá volverá a insistir en que te saques el certificado de maestro». Joonmyeon movió la cabeza negativamente.

            —¿Qué puedo hacer? —preguntó con ojos de cordero a su compañero de trabajo, el cual parecía muy poco (o nada) afectado por aquel hecho.

            —Lo primero es volver al planeta Tierra, y lo segundo es dejar de pensar en lo que quiera que te pases el día pensando.

            Joonmyeon se dio cuenta de que en boca de Yifan la solución parecía mucho más sencilla de lo que realmente era. Resopló con pesadez, su compañero siguió hablando sin prestar atención a sus muestras de estrés.

            —Sal esta noche con nosotros, vente a tomar una copa o dos, relájate y conecta un poco con el mundo.

            Joonmyeon le miró. No tenía por costumbre salir de tascas, era algo que no iba con él, siempre había preferido la buena compañía de un libro y una clásica serie de televisión (en versión original, por supuesto) antes que desvelarse bajo el sonido estruendoso de la multitud mezclada con la música, si es que a aquello se le podía llamar música. Miró a Yifan sabiendo que iba a decir que no, pero se sorprendió a sí mismo respondiendo lo contrario.

            —Iré —respondió, cortando el casi monólogo de Yifan.

            El canadiense se giró sorprendido, con los ojos completamente abiertos y el gesto de la boca dudando entre una sonrisa y un «¿eh?».

            —Tienes razón —continuó hablando Joonmyeon—, siempre me estoy disculpando y excusando con estas cosas, voy a ir. Lo mejor será tener la mente ocupada con diversiones diferentes.

            Yifan sonrió ampliamente, completamente satisfecho.

            —Ok, llamaré entonces a Yixing, le encantará saber que esta vez te nos unirás. ¿Quieres que le diga que traiga a alguno de sus amigos o prefieres que sea algo más íntimo esta primera vez? —bromeó Yifan, dándole un tono extraño a la palabra íntimo.

            Joonmyeon le ignoró. Yifan sabía que de nuevo aquel chiquitín estaba dándole vueltas a su incansable cabecilla, así que se acercó hasta la puerta de su estudio y dio dos golpes a la madera para llamar su atención.

            —Luego te vengo a buscar para salir. No lo olvides.

            Joonmyeon no respondió, pero Yifan ya sabía que no lo haría. Sin perder aquella sonrisa tranquila en su rostro, se marchó del departamento. Joonmyeon resopló. Estaba decidido, se quitaría de encima esa cartel que todo el mundo le había colgado sin haber intentado ahondar algo más en él, y ya de paso dejaría de pensar en esos malditos sueños y en los ojos que le acechaban cada noche en ellos.

            Yifan no se había dado cuenta de la carta que se había mantenido oculta bajo los grandes volúmenes de libros sobre los animales de la sabana africana que días antes Joonmyeon, había estado consultando, pero el traductor la había dejado ahí abajo para no tener que leerla. Había pensando que no sólo los sueños le atormentaban sino que, a causa de ello, su trabajo pendía de un hilo, como comúnmente se suele decir. Joonmyeon pensaba que sin trabajo, sin nada que hacer en sus ratos libres y con esos sueños cada noche, poco le faltaría para volverse loco de verdad. También sabía que podía acudir a sus padres, pero el orgullo le vencía en esa batalla, y prefería quedarse en la calle que reconocer ante ellos que había fracasado. Aquello supondría dejar todo lo que le gustaba y cumplir los deseos de sus progenitores.

            Así que sacó la carta, todavía sin abrir, aunque ya sabía lo que ponía, como todo el mundo en la editorial, y la rompió en todos los pedazos que sus dedos le permitieron. Luego los arrojó a la papelera, que ya estaba a rebosar, y volvió a concentrarse en el paisaje que se veía desde la ventana. Estaba vez, por alguna extraña razón, se sintió tranquilamente aliviado, sonrió levemente y metió las manos en los bolsillos. Estaba deseando que el tiempo fluyese con más rapidez y así encontrarse a sí mismo en la pista de baile de algún club nocturno.

            A la hora, más o menos señalada, su compañero Yifan apareció en la puerta de su despacho. Ya estaba cambiado, con la gabardina negra y el gorro puesto. Joonmyeon le observó atentamente. El extranjero tenía una buena percha, y aquella prenda de abrigo le daba un aire interesante y atractivo. Yifan levantó un poco el gorro ladeándolo y volvió a sonreírle.

            —Espero que no te moleste —comenzó a decir con aquel acento extraño— pero Baekhyun también se quiere unir a la fiesta.

            —No me molesta —le respondió Joonmyeon, devolviéndole la sonrisa y terminando de guardar los últimos documentos revisados.

            —Entonces estupendo —continuó Yifan, entusiasmado—. Yixing me ha dicho que ya nos esperará ahí, así que recoge todo lo antes posible y vayámonos, Baekhyun ha ido a llamar a un taxi.

            Joonmyeon asintió y apuró el paso hasta el perchero, donde retiró su gabardina marrón, se la colocó y ajustó correctamente los botones y las cinchas. Una vez listo, asintió con la cabeza a su amigo y salieron del edificio.

            Tal y como le había dicho Yifan, Baekhyun; el pequeño becario de la empresa, estaba hablando con un taxista y les hizo señas para que se acercasen. Joonmyeon adoraba a ese niño, envidiaba su capacidad para encontrar siempre el lado positivo de las cosas y cómo, a pesar de las dificultades que tenía, era capaz de sobrellevar una vida complicada en los barrios más difíciles de Londres.

            Baekhyun era ancho y bajito, con la cara redonda y los mofletes normalmente encendidos; la nariz chata de un gnomo feliz y los ojos pequeños y curvados en una sonrisa permanente. Llevaba el pelo corto y de color castaño y los dedos de sus manos, extrañamente al contrario de su cuerpo, eran largos y delgados, con uñas limpias que parecían haber pasado por una manicura hacía poco tiempo. Baekhyun vivía una situación complicada en la familia. Era el mayor de cuatro hermanas, y al ser todos ellos huérfanos, se había visto obligado a encargarse de la familia. Había trabajado en muchos sitios, de los cuales siempre encontraba alguna extraña anécdota que contar, y finalmente, gracias a un golpe de suerte, había terminado como becario en la editorial. La cara de Baekhyun parecía la de un niño, pero en el fondo de sus ojos se ocultaba una historia triste que jamás quería contar.

            Se subieron al taxi y la carrera hasta el local en donde habían quedado con Yixing no les llevó ni quince minutos. Yifan se ofreció a pagarlo, Baekhyun lo agradeció sin intentar rechazar la propuesta mientras que Joonmyeon intentó ser más rápido y poder pagarlo él. Yifan fingió estar molesto por ello y adelantó con más rapidez el dinero al conductor.

            Las calles estaban mojadas y el cielo, todavía encapotado, se mostraba gris y con ganas de volver a descargar más agua. Joonmyeon elevó la vista a las nubes y se imaginó aquellos ojos observándole desde alguna parte del mundo de los sueños. Yifan posó su enorme mano sobre el hombro del traductor y este se estremeció.

            —Vuelve al mundo, chico —le susurró al oído, guiándole al caminar—. Ya hemos llegado.

            Joonmyeon contempló la parte exterior del local. Una puerta negra y brillante con un mango largo y plateado que estaba colocado verticalmente. Yixing estaba esperando justo en frente, estaba vestido mucho más formal que ellos, posiblemente porque no había ido al trabajo, o más bien porque él era su propio jefe. El joven chino había viajado desde su ciudad natal años atrás para montar un restaurante en la zona de las afueras de la cuidad. Aquel negocio no le había marchado muy bien, y finalmente, debido a las deudas, lo había tenido que traspasar. Fue por aquel entonces cuando tanto Yifan como Joonmyeon le habían conocido, bailando en las calles, intentando ganarse algo de dinero. Al principio tan sólo lo veían de pasada, pero con el paso de las semanas y la asiduidad del más alto a aquellos lugares, los dos chinos habían terminado viviendo juntos. Tras aquello, Yixing se había puesto las pilas con el idioma y había abierto un consultorio para extranjeros, ayudándoles a orientarse tanto laboralmente como en su vida normal en aquel lugar. Aquello le daba a Yixing ciertas ventajas a la hora de escoger su ropa de trabajo.

            Joonmyeon caminó hasta él y le sonrió. Yixing le devolvió la sonrisa con cortesía mientras que los hoyuelos en sus mejillas se marcaban con picardía. El ex bailarín callejero era más alto que Joonmyeon pero considerablemente más bajo que Yifan, lleva el pelo parcialmente ondulado y revuelto de color caoba, claramente teñido, y su cutis estaba muy dañado. Tenía tres lunares a uno de los lados de su cara y otro bastante grande tapado por la patilla izquierda de su cabello, puntos negros y marcas de antiguos granos se esparcían desordenadamente por un rostro pálido de nariz aguileña y ojos eternamente cansados.

            El muchacho amarró con fuerza el material metálico de la entrada y tiró para que todos pudiesen pasar al interior del local. Joonmyeon escuchó, mientras caminaban hacia el interior, que aquel era uno de los locales a los que más solían acudir Yifan y Yixing, también escuchó cómo Baekhyun bromeaba al respecto, insinuando su ya tan evidente relación. Observó cómo Yixing golpeaba en el hombro al joven becario y ambos se adelantaban riendo. Yifan se quitó el abrigo y lo dobló cuidadosamente sobre su brazo, se acercó a Joonmyeon y le aconsejó que hiciese lo mismo. Tras ello, los cuatro chicos caminaron hasta la barra.

            El traductor contempló asombrado el interior del local, pensó para sí mismo que no le vendría nada mal algo de iluminación extra pero no lo dejó ver exteriormente. Escuchó la música, tan alta como se la había imaginado, y se perdió en los destellos de múltiples colores que las lámparas y botellas del local desprendían hacia todas las direcciones. Dejó que Yifan pidiese por él, dio un sorbo y se relamió los labios. Sin duda Yifan no sólo tenía buen gusto para la ropa, aquello estaba delicioso.

Al principio pensó que se sentiría como pez fuera del agua, pero había terminado por ocurrir todo lo contrario, jamás se había sentido más feliz. Era muy posible que la bebida tuviese algo que ver, pero se sentía relajado, confiado y bastante contento.

            Se observó a sí mismo sonriendo en uno de los reflejos esporádicos en la cristalera tras la barra y se echó a reír. Yifan le apartó el vaso de bebida la mano y murmuró algo que había sonado como «ñañañá mucho, ñañañá primera vez» y luego se había reído. Joonmyeon también se había reído, aunque no sabía muy bien por qué, o más bien, no sabía qué era lo que ambos encontraban tan gracioso.

            Le costaba un poco fijar las imágenes e intuyó que las palabras que apenas había entendido de su amigo habían sido, posiblemente, que ya había bebido bastante. Escuchó a Baekhyun reírse tras de él y a Yixing colgarse divertidamente del brazo de Yifan mientras le murmuraba algo al oído, y poco después se encontró a sí mismo andando hacia la pista de baile.

            —¡Eso es, Joonmyeon! —escuchó que gritaba Baekhyun desde alguna parte de la barra—. ¡Enséñales cómo baila el mejor!

            —Ezo haré…—balbuceó el traductor.

            Jamás había sido un perfecto bailarín pero se sentía como si lo fuese, así que ya que se había levantado en aquella dirección no haría quedar mal a su amigo y disfrutaría de la música como el que más.

            Al poco de comenzar a bailar se sintió como un triunfador, incluso las personas le dejaban espacio en la pista para que realizase sus increíbles pasos, resultaba que en el fondo era un as en el baile y no lo había sabido hasta ese momento. Intentó pararse, porque consideraba que ya había dado más vueltas de las suficientes, pero por mucho que intentaba parar parecía que no podía, hasta que finalmente se dio cuenta de que no era él el que giraba, sino la pista, las personas, incluso el mundo entero, hasta los ojos de un preocupado Yixing frente a él no dejaban de girar y girar.

            —Joonmyeon —escuchó la voz suave y dulce de Yixing acariciando su oído, y el mundo pareció quedarse un poco más quieto—. Creo que has bebido de más, ¿te llevo a casa?

            Joonmyeon quería decirle que no, porque era aquello lo que había pensado, pero en vez de eso, por su boca, comenzó a salir la poca comida que había tomado aquel mediodía en la oficina. Yixing se apartó lo más rápido que pudo con cara de asco; Joonmyeon sabía que no era su intención ofenderle, pero no pudo evitar sentirse herido, y aquella sensación que tan bien conocía, aquel «Tierra trágame» regresó como una bofetada a su rostro, terriblemente avergonzado y colorado.

            —Yixing, yo… —consiguió pronunciar, limpiándose los labios con la manga de su camisa— lo siento.

            Yixing suspiró y le ayudó a levantarse.

            —No es nada —le respondió—, pero insisto en que debería llevarte a casa.

            Joonmyeon le apartó de él con la mano y se agarró a una de las mesas más cercanas para mantener el equilibrio, le devolvió una sonrisa (más torpe y cansada de lo que hubiese pretendido) y se estabilizó.

            —No hace falta, no vivo muy lejos, puedo volver solo.

            —Pero Joonmyeon —insistió Yifan, acercándose a la escena seguido por Baekhyun.

            —No insistáis, estoy bien, sólo ha sido un mareo, puedo volver solo. Insisto, quiero volver solo.

            Yixing volvió a resoplar y se apartó mirando directamente a Yifan a los ojos. Joonmyeon sabía que aquella mirada significaba algo, algo que sólo Yixing y Yifan podían entender, algo sobre él, y sintió envidia, porque él nunca había tenido eso con nadie.

            Baekhyun se acercó y le ayudó a llegar hasta la puerta. Una vez allí, y dejando las bromas aparte, insistió a acompañarle, pero otra vez Joonmyeon lo rechazó y agarrando su gabardina, caminó por los callejones en dirección a su casa.

            Sentía las piernas pesadas y estaba algo mareado, así que golpe tras golpe, apoyándose en las paredes, fue llegando hasta su piso. Justo antes de girar la última esquina para salir del callejón, un ruido que provenía de los cubos de basura llamó su atención. Al principio pensó que se trataba de una rata, pero al fijar mejor la vista se dio cuenta de que era un pequeño perrito. Tenía las orejas de punta y el hocico alargado, Joonmyeon no sabía de razas de perros pero sin duda tendría que ser algo así como un Husky o bien un Akitainu, algo así. El pelaje parecía esponjoso y suave, a pesar de verse sucio por estar entre la basura, y sus ojos eran redondos y grandes.

            Joonmyeon pasó un buen rato analizándolo, aquel animal tenía algo extraño que le obligaba a no apartar la vista de él (o a lo mejor era la bebida, que aún estaba haciendo efecto en su cuerpo). Negó, agitando rápidamente la cabeza a los lados, intentando apartar ideas absurdas de su cabeza, y se puso nuevamente en marcha. Escuchó cómo el cachorro lloriqueaba tras él según avanzaban sus pasos y la imagen de aquellos ojos grandes y tristes parecía haberse clavado en su mente.

            El traductor chasqueó la lengua, derrotado, y se giró. De nuevo el animalillo le miraba con ojitos tiernos desde el montón de basura.

            —No me mires así —le dijo en un susurro.

            Y el perro salió de entre las porquerías, moviendo enérgicamente la cola. Joonmyeon insistió.

            —No, no hagas eso, no vas a convencerme.

            El perro dio dos fuertes ladridos y avanzó hasta sus piernas, se sentó justo al lado de sus pies y comenzó a mover la cola con la lengua para afuera. Fue entonces cuando Joonmyeon fue totalmente consciente de su verdadero tamaño, no era tan cachorro como había pensado, posiblemente tendría un año, aunque no estaba seguro. Contar la edad de los perros siempre había sido algo que le había resultado confuso.

            Clavó la vista en el animal, que continuaba jadeando con la lengua para afuera, moviendo la cola y sin apartar aquellos dos enormes ojos de él. La razón le decía que no sería una buena idea meterlo en el piso, pero aquellos ojos le pedían que no le dejase ahí. Joonmyeon sabía que él era una persona que solía terminar cediendo, sus amigos bromeaban diciendo que era tan bueno que parecía no tener voluntad propia, pero jamás habría pensando que un perro podría tener más fuerza que él. Pero así había sido y finalmente, con el animal no tan pequeño en brazos, había abierto la puerta de entrada a su piso y había cogido el ascensor en dirección a su planta.

            Nada más llegar a casa dejó al cachorro sobre el sofá y corrió a buscar algunas telas que ya no usase. Camisetas, pantalones y algún jersey que ya no usaba; los acomodó haciendo una pequeña cama y la depositó sobre la alfombra cerca de su cama. Fue a la nevera y le puso un poco de comida desmigada en un plato y una tacita con algo de agua fresca. Desde el sofá, el animalillo no dejaba de mirarle y cuando dejó la comida en el suelo, se lanzó corriendo a por ella. Joonmyeon rió con dulzura, acariciando su cabeza.

            —Parece que tenías bastante hambre, pequeño.

            El animal dio dos ladridos y después continuó comiendo y bebiendo. Al final, cuando se vio completamente satisfecho caminó hasta la cama improvisada y se recostó. Joonmyeon le imitó dejándose caer sobre la cama mirando para él, se deshizo de su ropa, y tan solo en ropa interior se tapó con las mantas y se quedó poco a poco dormido, permitiendo que la imagen del cachorro se fuese difuminando ante sus ojos.

 

***

           

Todo estaba helado, desde sus pies hasta donde alcanzaba su vista. Escuchaba el sonido de unos ladridos a lo lejos, ladridos que parecían estar apagados por algo que le imposibilitaba escuchar perfectamente. Pensó que tenía los oídos taponados e intentó destaponarlos, pero no funcionó. Pensó que quizás estaba muy alto y que era la presión lo que le estaba afectando, pero no recordaba cómo había acabado ahí.

Pensó que de nuevo estaba soñando, pues después de todo, la línea entre estar despierto y dormido parecía que cada vez era más delgada e indescifrable. Odiaba no saber lo que le estaba pasando, pero tampoco sabía cómo debía actuar ante aquello. Cerró los ojos y los ladridos parecieron confundirse con el viento, formando una frase.

—Joonmyeon —murmuraba aquel extraño sonido—. Joonmyeon, no me olvides.

El traductor se mordió el labio y apretó los puños, no se sentía seguro, no quería estar ahí. Así que, de nuevo, como cada noche en sus sueños, había comenzado a correr. Alejándose de esos ojos, de esa voz, de aquel recuerdo.

—Joonmyeon —escuchaba el sonido de una voz melodiosa y profunda—.Joonmyeon, no puedes olvidarme.

Todo su cuerpo se estremecía y sabía que no era por el frío, que no era miedo. Era esa voz. Esa voz profunda que susurraba entre ladridos y ventiscas de nieve, que acariciaba su rostro helado con una confianza inexplicable.

Y de nuevo, ante él, sin saber muy bien cómo, sin entenderlo ni darle tiempo a poder asimilarlo apareció, entre la niebla, la silueta de un joven. Tenía la espalda ancha y los hombros algo caídos, llevaba el pelo mal cortado y alborotado, la ropa hecha jirones y respiraba con mucha dificultad. Joonmyeon alargó la mano, preocupado, parecía que a aquella persona le estaba pasando algo malo, se había encogido y se retorcía de una manera extraña.

—Joonmyeon —escuchó el susurro todavía más acerca y el pulso se le aceleró aún más—. Joonmyeon.

Posó la mano sobre el hombro de aquel muchacho y entonces este se giró. Los ojos, aquellos ojos brillantes, enormes y penetrantes, le estaba observando directamente y entonces…

El despertador volvió a sonar.

El pequeño cachorro continuaba tumbado entre el revoltijo de antiguas prendas de ropa, respirando pausadamente, completamente dormido. Joonmyeon se encontró a sí mismo sonriendo como un bobo. Había hecho bien trayendo a ese animal a su casa. Se levantó y caminó hasta él, se agachó y comenzó a acariciarle con cuidado de no despertarle. El cachorro murmuró algo, adormilado, y Joonmyeon volvió a sonreír.

—Me alegro de haberte encontrado —le dijo en voz baja mientras pasaba sus dedos por entre el pelaje del perro.

Joonmyeon no entendía por qué tener a ese animal ahí le relajaba tanto. Apenas había pasado unas horas con él, y había vuelto a tener ese sueño, no había nada por lo que sentirse mejor. Pero al abrir los ojos y verle delante, sentir su respiración calmada y hallarlo todavía recostado en aquella cama improvisada, hacía que se sintiese más aliviado.

Joonmyeon jamás había tenido mascotas, sus padres se habían negado desde que tenía memoria. Ellos siempre inventaban excusas, cada una más ridícula que la anterior, hasta que finalmente se cansó de seguir insistiendo en el tema y se dio por vencido. Pero ahora, viviendo solo, ya no tenía por qué seguir sin mascota, además aquel animal había sido lanzado a un cubo de basura como si fuese un desperdicio. Aquello era algo horrible, y a sus padres les hubiese gustado que él ayudase a arreglar aquella injusticia.

Se levantó y se puso a preparar el desayuno, una vez hubo salido de la ducha. Había escuchado que mucha gente tenía resaca tras haber bebido, pero él se encontraba perfectamente. Cuando abrió la puerta de la nevera, el animalillo apareció veloz a su lado. Joonmyeon lo vio moviendo la colita y no pudo evitar sonreír de nuevo.

—Eres un chico especial —le dijo, rascándole la oreja—. Haces que tenga ganas de sonreír y muy pocos lo logran.

El perro ladró tres veces y Joonmyeon le miró torciendo la boca.

—Me siento idiota hablando con un perro —rió para sí mismo.

Le dio un poco de comida y se sirvió su desayuno. Después lavó los platos y caminó hasta el cuarto, con el perro tras él al igual que un pollito, y se cambió de ropa. Se preparó para ir al trabajo, se aseguró de que todo quedaba bien cerrado y de que el cachorro sin nombre tenía agua suficiente, y caminó hasta la puerta.

—Es extraño —comentó en alto—. Todo está igual, pero siento como si hubiese cambiado.

El animal dio un ladrido potente que rebotó en el pasillo con eco; Joonmyeon lo miró rascándose la nuca.

—Tendremos que resolver, cuando vuelva, el tema de tu nombre. Por ahora sé bueno y espérame aquí, volveré pronto.

Joonmyeon vio como la tristeza comenzaba a dibujarse en el brillo intenso de los ojos de aquel perro y por un breve segundo pensó que aquellos ojos se parecían demasiado a los ojos de su sueño. Cerró la puerta y caminó por las escaleras, pensativo. ¿Por qué un animal que apenas conocía de unas horas podía tener una cara tan triste como aquella? Pensó que quizá su antiguo dueño solía dejarle solo. Seguro que no era un buen dueño, había intentando tirarle como si fuese basura.

Tomó aire y decidió que nada más salir del trabajo iría a comprar algunas cosas. Le pondría nombre y le daría un baño. La verdad es que aunque no había decidido quedárselo todavía, ya era más que obvio que lo iba a hacer.

Llegó al trabajo como cada mañana, pero no le importó en ningún momento que el metro estuviese abarrotado, que la gente oliese algo mal o que un niño le hubiese estado poniendo caras durante todo el trayecto. Había llovido, y de nuevo se había olvidado del paraguas, pero tampoco pareció importarle. En su mente tan sólo estaba la imagen de aquel cachorrillo de enormes ojos que le estaba esperando en casa.

No pensó en el sueño en todo el día, ni tampoco escuchó las más de una reprimenda que el señor Jameson le estuvo lanzando durante las horas de trabajo. Ignoró las proposiciones de sus compañeros y, por raro que pareciese, ni le prestó atención a las idas y venidas (por casuales) de Jongdae por delante de su puerta.

La mente del traductor estaba completamente concentrada en un solo objetivo, aquel animal. Había pensando diferentes nombres, nombres de perro como Tobby, Scooby, Bobby; y había caído en la cuenta en que todos ellos tenían una letra duplicada. Había pensando en los ojos de aquel animal y en su mirada triste, había dibujado una pequeña caricatura de un chico de ojos grandes que se le parecía bastante. Había acariciado con la mina de su lápiz cada matiz destacado en el dibujo, como si conociese a aquella persona que acababa de dibujar al azar.

Hizo una lista mental de todas las cosas que quería comprar; comida, productos de higiene, accesorios para que jugase, cama y platos para que comiese y bebiese. Joonmyeon estaba emocionado con la idea, así que en cuanto terminó su horario de trabajo, recogió todas las cosas lo más rápido que puedo y corrió a la tienda de animales más cercana.

La dependienta era una mujer joven con el pelo negro largo y el flequillo recto, su sonrisa era dulce y amable y cuando hablaba se le encendían los mofletes de un color rojizo que le daba un aire más infantil del que realmente tendría. Joonmyeon no le preguntó su edad ni su nombre, pero estaba seguro de que no era tan pequeña como parecía a simple vista. Le hizo varias preguntas de inexperto cuidador de animales a las que ella respondió contenta. Compró todo lo necesario y luego volvió a su casa lo más rápido que pudo. Paró para comprar algo de comida para él y, con una sonrisa en los labios, tomó el metro de vuelta a su apartamento.

Cuando abrió la puerta, se le cayó el mundo encima. Todo estaba destrozado, los sofás mordidos y la espuma esparcida por todo el suelo, su cama deshecha, las plantas tiradas, las macetas rotas y sus zapatos y su ropa desperdigados por el suelo de las habitaciones. Joonmyeon se agarró a la pared para no caerse. Justo en el centro vio al que antes le había parecido inofensivo, pero ahora veía con otros ojos, animalillo moviendo emocionado la cola todavía con un zapato suyo entre las zarpas.

—¿Pero qué has hecho? —gritó llevando las manos a la cabeza.

El perro corrió hasta él ladrando emocionado, y comenzó a rodearle sin dejar de colear.

—Ya sé que no puedes entenderme pero…

Joonmyeon caminó hasta el salón dejando caer las bolsas al suelo y él mismo cayó sobre el sofá, suspirando.

—Eres un poco desastre, pequeñajo— intentó decirle, quitándole importancia, aunque mentalmente estaba realizando la cuenta de todas las pérdidas que había habido.

El traductor miró al animal a los ojos, acaba de subirse al sofá a su lado y se había recostado panza arriba con la boca abierta, jadeando y dejando ver su lengua. Joonmyeon volvió a resoplar rascándole la barriga.

—Me parece a mí que eres tan desastre como Chi, así que creo que ese va a ser tu nombre.

El perro ladró una vez y Joonmyeon dio por entendida la propuesta.

 

***

 

Chi era un perrito precioso y Joonmyeon no tardó en cogerle más cariño del que debía, consintiéndole en muchas ocasiones. Era muy probable que las cosas en el trabajo no fuesen mejor, pero con Chi a su lado, todo parecía ir de distinta manera y era mucho más feliz. Poco a poco se fue sintiendo con fuerzas para hablarle a Jongdae y antes de que pudiese darse cuenta ya le había invitado a su casa.

Aunque quisiese jamás podría olvidar aquel día. Sacando fuerzas de donde no las tenía, y lleno de optimismo debido a la carita adorable con la que Chi le había despertado aquella mañana, Joonmyeon se había acercado a Jongdae y había comenzado a hablar. Se dio cuenta al mismo momento, que estaba hablando con un tono de voz demasiado alto; así que, colorado y con la vista puesta en el suelo, bajó la voz y le preguntó si le gustaban los gofres.

—Claro que me gustan —había respondido Jongdae con su sonrisa de gato.

Si aquella situación hubiese sido en un anime Joonmyeon se encontraría completamente rojo, con los ojos bajo un espeso flequillo y sin dejar de temblar, pero con una sonrisa de lado a lado. Jongdae parecía poder leer todas aquellas extrañas expresiones que tan sólo parecía comprender el traductor, posó una mano sobre su hombro y se inclinó para susurrarle sin perder aquella maldita sonrisa.

—Nos veremos esta noche, cuando terminemos el turno.

Joonmyeon asintió nervioso demasiadas veces y luego volvió corriendo hasta su departamento. Por el camino dio un salto mental y grito de hurra, que tan solo él podía escuchar, pero que todo el mundo veía reflejado en su sonrisa de estúpido triunfador.

Chi era su amuleto de la suerte, sin duda. Ya no estaban esos sueños, los ojos que tanto le atormentaban cada noche. Se habían cambiado por unos ojos igualmente enormes pero tiernos que le sonreían con amabilidad cada vez que regresaba a casa. Muchas veces, en el trabajo, o cuando salía, se quedaba absorto pensando en Chi, en si estaría bien en casa, en si le habría dejado suficiente comida, en si le echaría de menos. Chi era un perro especial, muchas veces le descubría tumbado sobre el suelo mirándole, sin pestañear, como si temiese perder detalle. Era paciente y tranquilo, y cuando las cosas se torcían, aparecía y posaba su hociquito cerca de él dándole golpecitos para intentar animarle.

Por eso se había sentido tan bien, por eso se sentía con fuerzas renovadas, cargado para intentar lanzar todas sus fichas y pillar el premio gordo, esa noche, con Jongdae. No quería llevarle a un restaurante o a cualquier otro sitio para comer fuerza, había pensado algo muy especial para esa noche, él mismo había hecho la comida. No era algo muy complicado, se trataba de un poco de pasta. Algo con carne, queso y tomate, lo más sencillo que pudo encontrar con cierto estilo y romanticismo por Internet. Y para beber, vino, una botella especial que llevaba mucho tiempo guardada esperando el momento. Un par de velas para dar ambiente y música; sería una velada perfecta. O al menos aquello era lo que había planeado.

Chi no había estado dispuesto a permitirlo. Desde el momento en el que Jongdae puso un pie en ese piso el perro pareció obstinarse con la idea de fastidiarlo todo. Se había puesto justo detrás de Jongdae, por lo que este casi se cae al suelo. Aquel no había sido el único intento pues en muchas otras ocasiones intentó cruzarse entre sus piernas. Jongdae bromeó con la idea de que el animal lo estuviese haciendo adrede, pero Joonmyeon comenzaba a pensar a aquello parecía el único motivo. Ladró durante toda la velada, aullando y gimoteando, tan alto que al final tuvieron que quitar la música porque resultaba molesto. Había cogido un extremo del mantel y había tirado por lo que casi se cae todo lo que había sobre la mesa, incluidas las velas, que casi prenden fuego a la tela.

—Lo siento —comenzó a disculparse Joonmyeon, sujetando a su mascota—. No lo entiendo, generalmente es muy tranquilo, no sé qué le pasa.

—Ya… —respondió con desgana Jongdae, colocándose el abrigo antes de abrir la puerta—. No te preocupes, ya quedaremos otro día.

Joonmyeon vio como el chico de sus sueños se alejaba por la puerta sin que él pudiese hacer nada, y se sintió muy furioso con Chi. Recordaba perfectamente cómo le había sujetado por la cara y le había dado un cachete mientras le decía «chico malo».

Aquella noche Chi no había ido a dormir a su cama en el cuarto de Joonmyeon, tampoco le había acompañado en el sofá mientras veía el capítulo de su serie favorita, ni había correteado animado hasta la puerta con su correa para insistir en un último paseo. Se había escondido debajo de la mesa de la cocina, sin gemir, ni lloriquear, completamente en silencio, con una expresión casi humana en su rostro y con una frase escrita en sus ojos de profunda mirada, una frase que parecía decir «yo no he hecho nada».

Y a Joonmyeon se le partía el alma con solo pensar en aquel pobre animalillo bajo la mesa de la cocina, así que había ido a buscarle y le había acariciado lentamente tras la oreja. El pequeño había movido la cola, algo más animado, y después le había seguido a su cuarto, ocupando de nuevo su lugar en la camita.

Aquel día, Joonmyeon se había dado cuenta de lo importante que se había vuelto Chi en su vida, tanto que no se podía molestar con él, que hasta le había perdonado que hubiese arruinado aquella cita con la que había estado tanto tiempo soñando.

 

***

 

A pesar de no ser exactamente el mismo sueño, sabía que no era la primera vez que veía aquello. Volvía estar en la montaña, la nieve no dejaba de caer; hacía frío, podía sentirlo desde las yemas de los dedos hasta la punta de su nariz, como si de verdad se encontrase en aquel lugar. Pudo ver su sombra dibujando una figura alargada y encapuchada sobre la blanca alfombra natural, vio cerca de él la silueta de un animal, un lobo, pero no tenía miedo. Se giró, y con asombro se encontró cara a cara con un muchacho. No podía verle bien, pero sabía quién era, no podía decir su nombre, pero estaba seguro de lo que lo conocía. Observó cómo el joven alargaba la mano para sostener la suya, y aquella sensación fue más agradable de lo que esperaba. La piel de aquel muchacho era cálida y suave, y de nuevo la tranquilidad que nunca se había ido apareció con más fuerza dentro de él.

No podía verse, pero estaba seguro de que había sonreído. Apretó con fuerza su mano en torno a la del muchacho, acomodándose entre los huecos de sus dedos y ambos comenzaron a caminar. Los pasos se hicieron, poco a poco, más complicados de realizarse, y el camino más abrupto e imposible. Escuchó ruidos a lo lejos, gritos, llantos, aullidos, observó luces centelleando en la lejanía y trompetas que se parecían a las que los antiguos señoritos usaban para la caza del zorro.

Se volvió asustado, pero el muchacho ya no estaba, ni a su lado, ni sujetándole la mano.

—Suho… —escuchó en un susurro que parecía venir arrastrado por el viento helado al igual que la nieve—. Suho... —volvió a escuchar, algo más alto.

Y aunque no recordaba que nadie le hubiese llamado así antes, sabía que aquel era su nombre.

—Kyungsoo —respondió como acto reflejo, y al mismo momento de decirlo se dio cuenta de que no conocía a nadie que se llamase así. ¿O quizás si?

La nieve caía mucho más furiosa y el viento azotaba su rostro y borraba sus pasos tras de sí. Volvió a sentir el calor acariciándole la cara, pero sabía que no había nadie ahí. De nuevo, volvió a escuchar el susurro de viento llamándole con un nombre que jamás había oído, y como la primera vez, aquellos ojos, brillantes, intensos, enormes y profundos, le miraban desde alguna parte en aquel páramo.

—Suho… —dejó que la voz hablase, que le llenase desde dentro, cerrando los ojos y permitiendo que aquel sueño le controlase—. No te olvides de mí, no lo hagas.

—No lo haré —dijo sin darse tiempo a pensarlo.

—¿Lo prometes? ¿Prometes que nunca jamás me dejarás, que siempre te acordarás de mí?

—Lo prometo —sentenció el joven traductor, abrazando al viento helado, sintiendo, en vez de la nada, los brazos de un joven, sin rostro, sin memoria, sin pasado ni futuro, pero con un nombre.

—Kyungsoo —repitió en alto, apretando fuerte sus manos en aquel cuerpo invisible—. Te prometo que jamás te olvidaré.

Abrió los ojos y se percató de que el cartel a lo lejos parecía verse menos borroso. Anotó mentalmente aquel nombre lo más rápido posible, la muchedumbre se acercaba y no estaba seguro de cuánto tiempo más duraría ese sueño. Antes de que pudiese darse cuenta, la baba había comenzado a caerle contra la mano y todo, la nieve, el muchacho, la muchedumbre y el cartel habían desaparecido.

Joonmyeon se despertó sobre la mesa de su estudio. Se había quedado algo más tarde intentando terminar con el último proyecto que le habían dado, pero al final había ganado el cansancio y se había dormido. Miró su reloj de pulsera, las 22:30, ya hacía dos horas que debería de haber estado fuera de la oficina. Se estiró y se limpió las babas de la boca, paladeó intentando deshacerse de ese sabor asqueroso y pestañeó. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había escrito algo sobre un papel, posiblemente cuando aún estaba dormido, ya que la letra era tremendamente horrible. Se acercó a examinarla y se fijó en que, más o menos, se podía leer el mismo nombre que había visto, en sueños, en el cartel.

«Allenheads»

Joonmyeon torció el labio y frunció el ceño meditabundo. Aquel nombre le sonaba bastante, estaba seguro de que hacía poco que lo había visto y entonces cayó en la cuenta. Las vacaciones de la empresa. Corrió en busca de los folletos y abrió su portátil, ojeó las hojas y puso el nombre del lugar en el buscador.

Allenheads se encontraba a casi seis horas en coche de Londres, era un paraíso de montaña, en donde se encontraba una estación de esquí y también algunos lugares más de descanso. Observó, en las fotos, que había muchos árboles y que las casas parecían haber sido restauradas. Sonrió para sí mismo, aquel era el mismo lugar que aparecía en sus sueños. Rellenó con rapidez sus datos en los papeles de solicitud de plaza y los dejó sobre la mesa en recepción. Estaba seguro de que si iba a aquel lugar terminaría con aquellos sueños y por fin todo volvería a la normalidad.

Salieron una mañana temprano, incluso el Señor Jameson había decidido llevar a su familia, (Joonmyeon pensó que si aquel ser tenía esposa, todas las personas del mundo podrían tener a alguien). Algunos de sus compañeros llevaban a sus respectivas parejas. Escuchó cómo Baekhyun bromeaba diciéndole a Yifan que por qué no había llamado a Yixing. Baekhyun siempre bromeaba con la relación que tenían aquellos dos y Yifan no lo soportaba; pero a pesar de mostrarse siempre molesto con ello, Joonmyeon se había dado cuenta de la manera en la que el canadiense miraba al muchacho chino, en cómo sonreía mientras clavaba la vista en él, cómo corría a cualquier hora del día ante una llamada o un mensaje de éste, y cómo siempre hablaba con dulzura de él. No estaba seguro de si aquello era amor, o de si Yifan lo consideraba así, pero estaba seguro de que la mente de aquel muchacho parecía totalmente ocupada por el joven con mirada traviesa y hoyuelos divertidos en sus mejillas.

Tomaron un avión en dirección al aeropuerto de Newcastle upon Tyne que no tardó más que una hora y diez minutos, una vez allí se dividieron en coches de alquiler, tomaron la A69 hasta la A686 en Northumberland hasta la B6295 y tras unos cuantos desvíos y giros, en una hora y unos escasos minutos, llegaron a Allenheads.

Joonmyeon observó el lugar entre asombrado y perplejo. Era casi igual que en las fotografías y bastante parecido a la imagen que veía en sueños. Se agachó y rascó detrás de la oreja de Chi. Se lo había llevado, porque sus compañeros habían pensado en pasar más de una semana ahí si todo iba bien y no tenía con quien dejar al pequeño. Así que les había preguntado y a nadie le había importando, aunque Jongdae le había mirado con una cara que no supo descifrar. Chi parecía muy contento de estar ahí, saltaba y ladraba emocionado; daba brincos y corría de un lado a otro. Joonmyeon se aseguró de que su correa estaba bien sujeta, no quería que se le escapase y pudiese suceder un accidente.

Caminaron hasta uno de los centros de hospedaje de la zona de Allenheads Inn, y mientras sus compañeros hablaban sobre visitar el Muro de Adriano, él se había quedado congelado mirando a las montañas. Chi, que parecía petrificado a su lado, le lamió la mano, trayéndole de vuelta al mundo real. Joonmyeon, por un momento, sentía que aquel sueño se había vuelto real y que en aquella montaña encontraría la respuesta a todos sus males.

            Yifan le llamó desde la puerta del coche mientras sacaba sus maletas. Joonmyeon corrió a buscarlas. La verdad es que aunque al principio había pensado llevar sólo lo indispensable, poco a poco el número de cosas en su maleta fue aumentando, y con tanto «por si acaso» acabó con dos maletas. Yifan tan sólo había sonreído cuando las había cargado en el coche, ya sabía la clase de persona precavida que era Joonmyeon, tanto que hasta en sus vacaciones se llevaba al perrito que había rescatado de la calle.

            Esa misma noche, Baekhyun, tan emocionado como siempre, les había preguntado que sí querían ir hasta un bar en el pueblo donde parecía que harían una fiesta; y había añadido que Jongdae también iría (quizá intentaba llamar la atención de Joonmyeon). Sin embargo, tanto Yifan como Joonmyeon se habían excusado diciendo que estaban muy cansados y que simplemente bajarían a la taberna del hostal, tomarían un té y luego se irían a cama. Baekhyun les había llamado viejos mientras les sacaba la lengua y luego se había marchado, colocando un brazo sobre los hombros de Jongdae.

            El ambiente del bar era muy tranquilo, las luces no iluminaban ni en exceso ni en falta, y tampoco había mucha gente, así que se estaba bastante bien. Yifan fue el primero en dar un profundo sorbo a su enorme taza de té y hablar.

            —¿Qué te pasa? —le preguntó sin haber bajado todavía la taza y sufriendo eclipse de boca.

            Joonmyeon se hizo el perezoso para responder, removiendo con la cucharilla en su taza.

            —Realmente no lo sé, hay muchas cosas dando vueltas en mi cabeza.

            —Cosas que crees que puedes resolver aquí, ¿no?

            Joonmyeon le miró sorprendido, jamás habría pensando que el muchacho canadiense fuese tan observador. Sopló sobre el recipiente para refrescar el líquido humeante que se acercaba a su boca y habló.

            —Eso... He tenido ciertos… sueños sobre este lugar, y creo que aquí podré zanjar este tema.

            —Posiblemente —contestó el otro dando un segundo sorbo a su té—. Has soñado con lobos.

            Joonmyeon se había dado cuenta de que aquello no era una pregunta, y por lo tanto que Yifan ya sabía algo más que él sobre ese sitio.

            —¿Qué es lo que sabes? —le preguntó el traductor, acercándose más a su rostro.

            Yifan sonrió, bebiendo lentamente y luego habló con tranquilidad.

            —Hombres lobo. Puedes creerlo o no, pero dicen que en esta zona había hombres lobo, que hace algunos años, mataron al último de ellos en esas colinas. Aunque no lo pone en ningún lado, todos lo saben.

            —Pero si no lo pone en ningún lado, ¿cómo lo sabes?

            —Me gusta estar bien informado sobre los sitios a los que voy. Ya te dije que he viajado mucho y que jamás me quedo con ganas de saber algo.

            Joonmyeon dio un sorbo a su taza.

            —Supongo que subirás esta noche —añadió Yifan, levantándose de la mesa—. No vuelvas muy tarde y ten cuidado.

            El más alto de ambos se marchó pagando la cuenta al completo, pero Joonmyeon ya hacía tiempo que le había dejado de prestar atención. Se había quedado absorto en sus pensamientos, dudas y especulaciones, mirando por la venta, con los ojos completamente atentos a la inerte montaña. Ya había tomado una decisión, subiría esa misma noche.

            Fue a su cuarto y se abrigó algo más, le colocó la correa a Chi y revisó su teléfono móvil. Salió de su cuarto sin que nadie más le viera, bajó las escaleras de madera y salió por la puerta principal, cruzó la calle y comenzó a andar, adentrándose sendero arriba. Mientras caminaba, pensaba en el motivo que le habría empujado a soñar aquellas cosas, cómo era que había terminado evocando un recuerdo que creía no haber tenido nunca sobre un lugar al que no recordaba haber ido jamás.

            Chi, unos pasos más adelante que él, parecía tranquilo y adaptado. Olisqueaba el suelo y mareaba los pasos de sus huellas sobre la nieve recién caída. Aquello comenzaba a asustarle, el viento se iba haciendo cada vez más fuerte y los copos más pesados. Tan sólo faltaban los enormes ojos observándole desde las sombras, los ojos que, según Yifan, habían sido del último hombre lobo.

            Movió la cabeza negativamente, sonriendo. Aquella idea tenía tanto de estúpida como de imposible, los hombres lobo no existían; una cosa como aquella era imposible, por no decir impensable. Bajo el pensamiento racional de una mente científica, la posibilidad de que un cuerpo humano pudiese mutar aleatoriamente de una forma humana a una forma animal era un insulto a la evolución de la naturaleza y a su esquema perfectamente creado para la supervivencia. Pero ahí estaba, recorriendo los páramos oscuros y nevados de un bosque que se le había aparecido en sueños. Y con la única fuente fiable de las leyendas que Yifan había investigado.

            La idea fugaz sobre que Yifan le había engañado corrió por su mente en cuanto escuchó el primer y extraño crujido a sus espaldas. A lo mejor su amigo sólo había estado bromeando, creando en su mente la idea de que una fantasía así podría ser real, para incitarle a perderse por el monte nocturno. Pero aquello tampoco tenía mucho sentido, porque Yifan no obtendría nada si él se perdía.

            Caminó hasta la parta más alta que le permitieron sus acomodados pulmones de chico rico y se paró para tomar aire. Chi caminaba algo más lejos de él todavía oliendo el suelo, al igual que haría un perro policía siguiendo un rastro. Pero no había rastro que seguir, y Chi no era ningún perro policía. Joonmyeon se dejó caer en el suelo, sentándose contra una roca, cogió su teléfono móvil y comprobó la hora. Las once de la noche, tampoco era tan tarde como pensaba, o como parecían hacerle creer la penumbra creada por la noche y la espesura del bosque.

            Escuchó unos pasos justó detrás de él y se levantó alerta, estaba seguro de que Chi se había ido en la dirección opuesta. Ante Joonmyeon estaba Jongdae. Parecía cansado y llevaba el pelo revuelto y despeinado.

            —¿Jongdae, qué haces aquí? —preguntó, sin entender muy bien qué habría llevado al chico hasta ese lugar.

            —Te seguí —confesó el otro—. Volví pronto al hostal y te vi salir por la puerta con tu perro, así que te seguí.

            Joonmyeon no conseguía entender ese razonamiento, así que pestañeó confuso e insistió.

            —¿Por qué?

            —Necesitaba hablar contigo. Hace tiempo que sé que estás interesado en mí, pero nunca dabas el paso. Lo peor fue que cuando lo hiciste, ese perro tuyo lo estropeó.

            Joonmyeon resopló molesto; a pesar de que Jongdae tenía algo de razón, no le gustaba el tono con el que hablaba de Chi.

            —Ya —dijo intentando ignorar el tema.

            —Joonmyeon —sonrió el otro muchacho, sentándose a su lado—. No te pongas así. Todo el mundo sabía lo que sentías por mí, eras demasiado evidente. ¿Y sabes una cosa? —rió divertido Jongdae, jugueteando con el cuello de la camisa de Joonmyeon—. Yo también siento algo por ti.

            Joonmyeon sabía que debía de alegrarse, pues aquellas habían sido las palabras que siempre había estado esperando, pero no estaba feliz. En realidad estaba preocupado por Chi, hacía tiempo que lo había perdido de vista y aquello le ponía nervioso.

            —Joonmyeon —insistió Jongdae acercándose cada vez más—. ¿No crees que sería interesante disfrutar el uno del otro aquí?

            La voz de Jongdae sonaba seductora, pero Joonmyeon no le estaba escuchando, realmente ni lo estaba mirando, estaba intentando esquivarle para tener un mejor rango de visión y alcanzar a ver la silueta de su perro.

            —¡Joonmyeon! —le gritó el otro, levantándose ofendido—. ¿Qué es lo que te pasa? No me estás mirando.

            —Lo siento, Jongdae —se excusó Joonmyeon, haciéndose espacio y apartándole con la mano—. Pero no logro encontrar a Chi.

            —¿A quién? —preguntó Jongdae, molesto.

            —A Chi, mi perro—explicó sin elevar la voz Joonmyeon.

            —¿Ves? Ya estás otra vez, siempre estás con ese animal, incluso cuando arruinó nuestra cita. Déjalo ahí tirado, sólo ha empeorado tu vida. Eres demasiado bueno, Joonmyeon, y ese perro se está aprovechando de ello.

            Joonmyeon sabía que aquellas palabras no eran tan graves como para montar en cólera, pero algo dentro de él no pudo controlarse y estalló. Cuando quiso darse cuenta había empotrado a Jongdae contra un árbol y le sujetaba con fuerza por el cuello de la camisa. Los ojos de Jongdae le miraban asustados, abiertos de par en par mientras que su cuerpo temblaba. Joonmyeon se vio a sí mismo reflejado en aquella mirada de terror y entonces lo comprendió. Aquellos ojos, los ojos de su sueño, habían sido siempre sus propios ojos.

            Soltó al otro muchacho y salió corriendo del lugar. Tenía que alejarse, pero no sabía muy bien de qué. Quería huir, de aquel lugar, de Jongdae, de Chi y de todos aquellos a los que una vez había amado. Por fin las palabras de Yifan habían cobrado sentido, sí que había habido un hombre lobo en aquellos páramos. Había sido él.

            Destrozado y todavía confuso se dejó caer sobre la nieve, hundiendo las rodillas. Elevó la manos y las contempló; tantas preguntas sin responder, tantos enigmas rodeándole y las únicas respuestas se habían encontrado siempre en sus sueños, aquellos mismo sueños que siempre había querido apartar de él. Sintió cómo la nieve comenzaba a caer de nuevo, acariciándole levemente el rostro, y sintió su cuerpo más caliente de lo que una vez fue consciente y entonces, todo cobró sentido. Los ojos, la promesa, aquel día corriendo bajo la nieve, aquel muchacho sin rostro, sin nombre, sin apenas voz, aquel a quien siempre había amado.

            Levantó la vista con lágrimas en los ojos y observó la silueta de un hombre desnudo sobre la nieve. Tras él, las huellas de un pequeño animal, quizás un perro, se iban convirtiendo, paso a paso, en las de aquel muchacho. El joven se arrodilló frente a Joonmyeon y tomó sus manos, con delicadeza, casi con miedo, como si temiese que aquel gesto pudiese romperle. Joonmyeon alargó la mano y acarició su rostro.

            —Kyungsoo —consiguió pronunciar entre lágrimas forzando su garganta—. Lo siento.

            El joven no dijo nada, le abrazó con fuerza hundiendo su cara en el pecho de Joonmyeon, respondiendo sin palabras «no pasa nada». Pero Joonmyeon sabía que sí que pasaba. Lo había recordado todo, el ataque a la aldea, la huida… Eran tan pequeños, Kyungsoo apenas contaba con dos años, y ellos dos habían sido los últimos supervivientes de los licántropos de aquella zona. Él, Suho, había prometido que siempre cuidaría del pequeño, y al final había roto su promesa.

            No podía parar de llorar, se sentía tan culpable, tan estúpido. Recordó que se habían separado para intentar despistar a los aldeanos y que él se había caído por un barranco, golpeándose la cabeza, y después de aquello lo habían recogido en un orfanato en donde le había adoptado. Pero de Kyungsoo no había vuelto a saber nada.

            Deslizó su mano por la piel pálida de Kyungsoo, deseando mantenerle entre sus brazos para siempre, sonriendo a pesar de las lágrimas, escuchando las palabras secretas que decía en susurros, perdiéndose en sus enormes ojos, en los mismos ojos que meses atrás había visto entre unos cubos de basura, en los ojos de un cachorro que siempre había estado buscándole a él.

            —Yo —murmuró el lobezno en su oído— también te he echado de menos.

            Suho sonrió, redescubriéndose a sí mismo, aceptándose y reencontrándose con su verdadero yo, y entonces se dejó llevar. Sintió cómo se aproximaba a los labios del otro chico y los acariciaba con los suyos propios. Kyungsoo sabía a miedo, a pérdida y a búsqueda, sabía a soledad y a tinieblas escondidas y Suho lo curó, lamió sus labios heridos, reparó su corazón roto y lo retuvo entre sus brazos mientras la luna, desde lo alto del cielo, les bañaba con su sonrisa pícara y llena. Sus cuerpos desaparecieron, y bajo la tormenta de nieve, pasa a paso, las ropas quedaron de más, y las huellas humanas se desvanecieron entre los copos mientras dos lobos se perdían en la espesura del bosque.

Notas finales:

Muchas gracias a todos por leer, besitos unicornianos y dejad coments please~<3


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