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Ese... bendito muggle por Asmodeo

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Notas del capitulo:

Este fic es parte de mi celebración del cumpleaños de Draco.

 

Harry Potter me pertenece y escribo esto con fines de lucro para conquistar el mundo con yaoi.

 

La mejor beta del mundo la tengo yo, gracias Arisu *^*

 

Si te gustó, por favor, déjame un comentario.

Ese... bendito muggle

Por Janendra

 

1.- Introito

—Draco llevó esto a casa, —palabras teñidas de indignación.

 

Harry levantó el poster; la llegada del mesero hizo que lo guardara de nuevo y sonriera. Davide, el mesero, era, según palabras de Harry: un encanto. Tenía veinticinco años, un metro setenta de buen músculo de gimnasio, sonrisa de campeonato, y, de nuevo Harry: sincero cual una paloma.

 

—Moka, capuchino y cerveza.

 

Puso el moka frente a Ron, la cerveza fue para Hermione y   el capuchino para Harry. Davide se perdió un segundo en los ojos de Harry, en la radiante sonrisa de los labios rosados.

 

—Que lo disfruten, —dijo con ese tono que hacía fruncir el ceño a Draco y aclararse la garganta a Hermione.

 

Hermione se llevó la mano a la boca y fingió toser. Ron  le dio una palmada en la espalda. Davide les sonrió a ambos y regresó a su sitio detrás de la barra. Quitó el extintor de la pared y lo puso sobre la mesada. Secó unos vasos mientras miraba, de vez en cuando y con disimulo, al objeto de sus suspiros: Harry. ¿Cómo no enamorarse de ese hombre? Cabellos oscuros, como alas de cuervo, ojos de seda verde, un rostro bonito, donde los rasgos brillaban en cada expresión. Desde que lo vio la primera vez con un libro en mano, solitario y un poco triste, se sintió cautivado. Charlaron, cinco minutos de banalidades, y así se enteró que tenía treinta y uno, soltero, y misterioso.

 

Harry volvió la siguiente semana dando inició a un rito extraño y simpático de ver. Cada vez traía aaa alguien diferente, hombres, mujeres, jóvenes, viejos, gruñones, agradables, extravagantes en el vestir, ojos dorados (magníficas lentillas), pintas de vampiros y sensuales como escupidos por el vientre mismo de Afrodita. Harry iba dos veces por semana al café, los miércoles con el pelirrojo hombre de las montañas, (¿en serio eso era un hombre? Era alto y fornido, hijo perdido  del jeti, podía apostarlo), y la pelirroja sexy. En un principio Davide pensó que la pareja eran hermanos, hasta que los vio besarse. Los viernes Harry iba con alguno de su corte de fenómenos. Davide disfrutaba de ver a Harry reírse, bromear y enojarse con sus acompañantes. A veces escuchaba su risa en la cocina, y en ocasiones, cuando le llevaba la cuenta, sus dedos se encontraban unos segundos. Era miel sobre hojuelas remojadas en tibia leche. Hasta que un mal día Harry apareció colgado del brazo de un rubio aristocrático e insufrible. Se le cortó la leche al cereal.

 

—Decía que Draco llevó esto a nuestra casa, —retomó Harry.

 

El poster mostraba a Loki, dios del trueno sentado en un trono. Casco con cuernos, sonrisa traviesa, ojos chispeantes. Hermione podía oír el rechinido de los dientes de Harry, sintió el súbito aumento de calor en el café, aunque era pleno invierno. Sus ojos se apartaron del poster de Loki y miraron el cristal de la ventana. La nieve se derretía despacio, como si la acariciaran.

 

—¡Ese hijo de puta! —Dijo Ron, con esa pasión y ese furor que usaba para el quidditch—. Compañero deberías... ah... ¡castrarlo!

 

Ron tropezó con las palabras. Se dividía entre la náusea que le provocaba imaginar a Harry con Draco, y la viva ira porque alguien, quien fuera, se atreviera a herir a su mejor amigo, hermano adoptivo y dolor de cabeza particular.

 

Harry se horrorizó, soltó el poster, las gafas se le resbalaron por la nariz y se apresuró a devolverlas a su lugar. Hermione puso una mano sobre el antebrazo de su novio. Ron se sintió aliviado, era importante apoyar a Harry con su recién descubierta... gaycosa... gayruta... gay... algo.

 

—¡No quiero castrarlo! —Protestó Harry—. ¿Qué haríamos en la cama? ¿Jugar cartas?

 

Fue demasiado para Ron, se puso pálido, luego tomó un tinte verde-morado. Hermione atrapó la cara de Ron entre sus manos y lo hizo mirar su generoso escote. Una beatífica sonrisa, algo pervertida, ocupó el rostro de Ron.

 

—Mis chicas favoritas —dijo en voz baja y se derritió como cera, entre los brazos de Hermione.

 

Hermione volvió la mirada a Ha. Era impresionante su capacidad para concentrarse en la charla cuando tenía un novio en calidad de queso a medio cuajar.

 

—Lo hace a propósito, si fuera tú no le daría ningún regalo de cumpleaños.

 

Harry se sonrojó y se cruzó de brazos.

 

—Oh claro que le daré un regalo, —masculló. Una llama se encendió en la punta de su zapato, muy cerca del poster en el suelo.

 

Davide miró la mesa de Harry. Se inclinó sobre la barra, el extintor estaba a su lado, los dedos de la mano derecha sobre las manijas. Una compañera le hizo una pregunta, se volvió... un segundo después el café era un circo. Hermione apagaba el zapato de Harry, Ron vertía agua sobre el mantel, Harry intentaba salvar un poster medio achicharrado.

 

—¡Atrás! —Rugió Davide, extinguidor en mano, como el caballero que salva a su príncipe de un fiero dragón.   

 

Janendra&Janendra&Janendra

 

Davide sintió la mirada, cuchillas sobre su nuca, apenas se quitó el abrigo y lo colocó en la percha. Se ajustó la bufanda, se deshizo de los guantes. No era su imaginación, con los meses aprendió a reconocer la mala vibra de ese hombre. Discreto levantó la vista, sí, allí estaba. Un metro noventa de puro odio, ojos del color del acero, en su caso una trampa para osos o alguna cosa así, cabellos rubios que a Davide le parecían una corona de serpientes. Guapo, imponente. La elegancia se le resbalaba de cada poro.

 

Miriam, la  mesera de turno, se interpuso en la guerra de miradas.

 

—Que me aspen si ese tipo no te quiere muerto —murmuró—. Ya los atendí.

 

Davide asintió. Bajó el extinguidor y lo colocó sobre la mesada. Miró de reojo al rubiohijodeputa y al negro simpático que lo acompañaba. De entre los amigos extraños que el rubio traía al café ese era el más amable. El resto parecían sacados de una caja de corbatas, duros, fríos. No podía negar que eran joviales. Similares a reinas y reyes que bajaban de un carruaje adornado con oro y se veían rodeados por sus harapientos súbditos. Incluso una chica, la diosa de las mujeres bellas, que lo despedía como si fuera un mayordomo.

 

—Draco, es un mesero y Harry no le hace caso, —puntuó Blaise. Cada una de sus palabras eran gotas que caían en una fuente demasiado llena.

 

Era bien sabido por los Slytherin, compañeros de Draco, que el príncipe de hielo era más celoso de lo que una cobra podría ser venenosa. También era chisme viejo que estaba obsesionado con Harry Potter. Que años después, catorce, para ser exactos, terminaran juntos era el final de un cuento de hadas muy sobado. Harry ojitos soñadores,  un par de ardillas atrapadas en su rebelde cabello, agitaría las pestañas ultra largas. El príncipe Draco se echaría al doncel despistado sobre los hombros y partirían rumbo al horizonte mientras el sol los despedía con  nostálgicos rayos. Una vez con el doncel en el redil sería un y vivieron felices hasta que Harry le sonrió a alguien más.

 

La primera vez que el café se prendió fuego fue a causa de esos ojos verdes, mirada soñadora, sonrisa dulce, que pedía al mesero, el mismo Davide, tan hábil con los extinguidores, un par de fresas y un poco de miel. Draco aguardó a que su novio terminara con su amable pedido. Harry le sonrió, Draco le devolvió el gesto; le preguntó por su día mientras la punta de su bota derecha subía y bajaba contra el suelo.  Llamas plateadas caminaron por los mosaicos, bailaron con las patas de madera de la mesa y prendieron el mantel.  No quedó ni rastro de la mesa.

 

Aunque Draco era celoso, no se lo demostraba a Harry. De su época de espía obtuvo una gran tolerancia al dolor y el impenetrable arte de fingir y engañar. Podía soportar que Harry le sonriera a los extraños, a los perros en la calle, a las mariposas entre las flores. Aguantaba estoico el toque eventual de algún listillo (que terminaba con el listillo muerto de miedo). E incluso toleraba a ese mesero que se deshacía en atenciones con SU novio. Todo ello sin que reventara de celos, como de hecho sucedería un día, no muy lejano. Según Draco, Harry era demasiado ingenuo para su propio bien.

 

—Más vale prevenir, —siseó Draco.

 

Blaise tomó un largo sorbo de su jugo de tomate. El verdadero problema era que Harry no sentía celos por nada. Harry era algo así como el verdadero Príncipe de hielo de Slytherin, lo que era imposible. Tal control sobre sus emociones hacían sentir a Draco inseguro. Él, que se jactaba de que su nombre era sinónimo de Polo norte, se derretía en celos crudos, viscerales, cada vez que otro hombre le sonreía a Harry.

 

—Mi poster de Loki desapareció, —los labios de Draco se curvaron en una sonrisa perversa—. Harry dijo que el gato tuvo un accidente sobre él y lo tiró. Incluso sacó la basura cuando yo no llegué a tiempo.

 

Las cejas de Blaise se elevaron en un idéntico gesto de burla.

 

—Odia sacar la basura.

 

—No lo haría ni en defensa propia, —acotó Draco.

 

Davide se estremeció cuando vio las sonrisas entre los dos comensales. Era como ver surgir al diablo del piso. Draco desvió la mirada al mesero. Por debajo de la mesa hizo un pequeño movimiento con la mano izquierda. Tomó el tenedor con la mano derecha y probó el pastel de atún.

 

—Parece que tu plan da resultado, —Blaise hundió la cuchara en su helado de pistache—. ¿Ya descubriste de qué son las clases?

 

El rostro de Draco se ensombreció. Entre sus dedos el tenedor se encendió en llamas plomizas y se escurrió por el impecable mantel.

 

—No, se pone encima un hechizo muy complicado para que no sepa dónde está. Regresa bañado, me doy cuenta aunque se seque el cabello. Hermione por supuesto lo solapa.

 

Draco se inclinó sobre la mesa. Parecía la imagen que debería acompañar a la palabra “derrota” en un diccionario. Hacía tres meses que Harry tomaba clases de algo, cada semana, por la tarde noche. Draco no tendría problemas si no fuera por el secreto. Harry no podía decirle donde eran, ni de qué, eran “una sorpresa”, para “su cumpleaños”. En ocasiones Draco quería ser como otros hombres, esos que no sentían celos, que podían soltar a sus parejas en el mundo y desentenderse de ellas. El odiaba sentirse corroído por la incertidumbre cuando Harry no estaba en casa. Por acuerdo mutuo se enviaban mensajes por búho o celular, bendito aparato muggle, cada tanto. Los mensajes de Harry eran miel con azúcar: te amo; pienso en ti; sabes... me hace falta un dragón, ven pronto. Los suyos eran informativos: salí de la junta. ¿Se te antoja algo de comer? ¿Quieres salir hoy? TQ. (Te quiero). TA. (Te amo). QlR y ED (Censurado). ¿Era normal su necesidad de saber qué hacía Harry durante el día? A Harry no parecía molestarse; también le gustaba saber dónde estaba él.

 

En la cocina Davide soltó un grito. Draco sonrió, Blaise elevó los ojos al cielo.

 

—Te traje algo.

 

Blaise abrió su portafolio. Cientos de fotos de Loki brillaron bajo los focos del café. Draco tomó una, la risa empezó en un murmullo y acabó como una risa malvada de primera calidad. Atraído por los gritos de su compañera, Davide salió de la cocina mojado hasta las orejas, el cabello levantado cual trabajadores en protesta y  con un cangrejo en la oreja. Draco reía triunfante, era una visión aterradora que le recordó al payaso de Eso. Blaise trataba de apagar el fuego plateado que se devoraba una cortina.

 

—¡Atrás! —Dijo Davide, cojeó entre las meses extinguidor en mano.

 

2.- Kyrie Eleison

Severus equilibró el plato para abrir la puerta cerrada a cal y canto con magia. Adentro Draco estaba enfurruñado al mejor estilo oso osco de la alta montaña. Entre más alto habite el oso, se decía Severus, peor carácter tenía. Ese día Draco Malfoy era un manojo avinagrado de celos.

 

—Come,  Draco.

 

Severus le puso delante un trozo de tarta de cereza y un tenedor. Draco frunció el ceño unos segundos.

 

—Te traeré una bebida, mocoso.

 

Severus abandonó el salón, volvió a cerrar la puerta con magia. Un elfo doméstico apareció con un sonoro plop a su lado, lo que hizo saltar a Severus.

 

—Lo siento maestro, —se disculpó la criatura.

 

—¿Despertó?

 

El elfo negó con la cabeza, las orejas se movieron de un lado al otro. Severus suspiró.

 

—Si despierta y estoy en la otra habitación lo traes conmigo. Si estoy con Draco mejor se lo llevas a su padre.

 

El llanto empeoraría la pataleta de Draco. La criatura desapareció y Severus se apareció frente a otra estancia cerrada con magia. Forzó la puerta y miró a Harry tumbado en el sofá.

 

—No puedo volver allí, —gruñó Harry—. No hay manera.

 

Había algo que nadie sabía de Harry Potter. Era un secreto mejor guardado que la receta de un pastel de naranja: era un celoso sin remedio. El asunto venía de su infancia, soportó sin decir una palabra que sus tíos quisieran a su primo y lo dejarán a él en un flagrante abandono. Fueron años y años en los que Harry codició, envidió y deseó para sí mismo lo que su primo tenía. Hasta que un día no lo soportó más y el fuego se encendió por primera vez en su vida, ardiente, rabioso. Desde ese momento tuvo una buena infancia. El fuego se encendía ante el menor atisbo de celos y Harry tenía inseguridades y miedos para dar y regalar.

 

Con los años aprendió a controlar su fuego, lo mejor que podía dominarse un poder elemental de grandes proporciones. Dumbledore fue quien le aconsejó que se mantuviera la razón de su fuego en secreto, por si Voldemort quería darle una mano para que ardiera hasta las cenizas. Así que Harry dijo que su fuego provenía de la creatividad, de la pasión (eso tenía una pizca de verdad), y caminó con esa bandera durante su adolescencia y su adultez.

 

—Puedes, y lo harás. Estoy seguro que Draco no hace esto a propósito. Si hablas con él limitará su... colección.

 

Harry gimoteó, hundió la cara contra los almohadones del sofá.

 

—Te traeré un vaso con agua.

 

Severus salió de la habitación, se apareció en la otra estancia. Tomó la copa de vino que le ofrecía un elfo, respiró profundo y entró.

 

—Toma.

 

Le tendió la copa a Draco y se sentó a su lado. El plató yacía  solitario en la mesa ratona.

 

—No puedo tolerarlo Severus, —dijo entre dientes, la furia renovada—. No sé qué hace. Vuelve bañado, con la colonia recién puesta. Otros días...

 

Severus desconectó las palabras de Draco. Lo miró con fingida atención. Pensaba, en realidad le suplicaba a los Dioses, que ese par se diera cuenta que eran idénticos, celosos sin remedio a causa del fuego  que controlaban. Que si Harry dejará de ser tan amable y despreocupado, ¡oh, boberas, mentiras y mierda! Si Draco le plantará cara a Harry  y lo atará a la cama, (funcionó con él), serían más felices. Los magos elementales eran así, lava e instinto, amor y control en tonos elevados.

 

—Draco, cállate. Confía en tu novio o amárralo a la cama.

 

Draco abrió grande la boca. Parpadeó confuso.

 

—Te traeré otra copa, —gruñó Severus y salió de la habitación.

 

Unos minutos después Severus calló a Harry.

 

—O te sientas a ver Thor la mierda oscura y sus secuelas cada vez que Draco quiera, o le prendes fuego a su colección y lo atas a la cama hasta sacarle a ese muggle de la cabeza.

 

Harry lo miró sin parpadear. No sonaba tan mal. 

 

3.- Dies irae 

Las llamas rojas, intensas, ácidas, pasaron a centímetros de la cabeza de Sirius que inclinó el rostro. El fuego siguió su camino sin tocarlo y se estrelló contra la pared detrás de él. Sirius revisó los patrones que tenía sobre la mesa, se puso un dedo sobre los labios mientras repasaba las medidas. Puso el molde de papel sobre la tela y la fijó con alfileres.

 

—Puedes decirle que no te gusta que tenga fotografías de otro hombre, —dijo sin detenerse.

 

—¡No! ¡Claro que no! —Harry se cruzó de brazos, a su alrededor ardían las llamas como Furias heridas—. Pensará que soy un idiota. No  va a acostarse con él. Dice que le gusta su actuación —refunfuñó. 

 

—Es descortés que tenga un museo a otro hombre en la casa que comparten, —razonó Sirius—. Yo mismo puedo decírselo si tanto te molesta, cachorro.

 

Harry se tapó la cara con las manos. Sirius sonrió, su adorado adolescente estaba otra vez en casa.

 

—Si haces eso me mudaré a China y me cambiaré el nombre, —musitó avergonzado—. Odio a ese maldito muggle.

 

—¿El que acaba de aparecer en la pantalla?

 

Harry se apresuró al sofá. Cada mueble en la casa tenía una hechizo anti llamas, muy útil cuando tu hijo y tu primo, que era además el novio de tu hijo,  hervían en llamas. El fuego se acomodó alrededor de Harry. Sirius pasó el molde a otro trozo de tela y comenzó a cortar. Levantó la vista cuando en la televisión se escucharon gritos.

 

Harry tenía la vista fija en la pantalla. Las llamas ardían ahora por toda la habitación.

 

—Cariño, la casa está en llamas, —Sirius escuchó la voz de Severus antes de que abriera la puerta.

 

Severus cargaba un bebé de pocos meses, un adorable bodoque de cabellos negros y ojos grises. Sirius se palmeó el regazo y Severus fue sentarse en sus piernas.

 

—¿Qué hace? —Inquirió en voz baja, Harry estaba tan concentrado que exhalaba e inhalaba fuego.

 

El bebé extendió las manecitas para tocar los jirones de fuego  rojo. El calor era manso, rumoroso. Sirius observó los hilos de fuego que a ratos se volvían oscuros.

 

—Creo que le maldice la suerte.

 

En la pantalla, en un lugar distante lleno de fans, un imponente Loki se resbaló a medio discurso. Cuando intentó levantarse el suelo se volvió suave y le atrapó los cuernos. Tras un momento de silencio y una ola de risas los fans se abalanzaron sobre el dios caído. Un pedazo de Loki, canturreaba Harry en sus mentes, toma un pedazo de Loki.

 

Harry rio satisfecho. Se puso en pie, tomó al pequeño Alexander en sus brazos, juntos rieron y bailaron por la estancia. Severus tomó la aguja con hilo que le ofreció Sirius y se puso a coser.

 

—Pobre hombre, —dijo Sirius al ver al desnudo Loki rodeado por guardaespaldas. 

 

Janendra&Janendra&Janendra

 

—Cría estamos entre muggles. ¡Domínate! —Ordenó Sirius, confiaba en que su voz rompiera la concentración de Draco—. Es el hombre del extinguidor. Yo no sé usarlo.

 

Draco tampoco sabía. Apartó la mirada y despacio las llamas en sus manos se apagaron.

 

—Es un crío, un estúpido mocoso que debe usar pañales —gruñó Severus con desprecio.

 

Lo de Draco con el muggle era creíble, el tipo era guapo. ¿Harry con el mesero? Imposible. Severus se cruzó de brazos. Tras la barra Davide respiró profundo. De entre la corte de amigos “excéntricos” de Harry el sepulturero, (Severus), y el sexy come hombres, (Sirius), eran los que más temían los meseros del café. Tenían un genio de los mil diablos. Sin dejar de maldecir su suerte, Davide puso el extinguidor sobre la barra, tomó las cartas y sonrió.

 

—Buenas noches caballeros. Soy Davide y seré su mesero.

 

Sirius tomó la carta, fijó la mirada en el muchacho.

 

—Sabes tu rostro me parece conocido, ¿eres hijo de Olson Grayde?

 

Las llamas plateadas de Draco bailaron alrededor de los pies del mesero.  Formaban pequeñas figuras que cantaban una salmodia antigua y ardiente.

 

—No, mi papá es...

 

—Estoy más interesado en la  relación que tienes con Harry, Davide, —dijo Draco, amable—. ¿Sus clases especiales tienen algo que ver contigo?

 

Por un segundo pareció que iba contestar, en cambio sonrió. Levantó un brazo y en la nariz de Draco negó  con el dedo.

 

—¡Lo sabía! —Dijo la voz de Hermione en el cuerpo del mesero—. ¡Tú gran tramposo! Era obvio que intentarías por todos los medios saber sobre las clases secretas. Pues no, si te sirve de algo Harry no tiene un romance con el mesero y primero pasas sobre mi cadáver que arruinar la sorpresa de Harry. ¡Aunque no te la mereces!

 

Davide-Hermione negó exasperado.

 

—En el amor Harry es un idiota. Dios los hace.

 

Severus y Sirius rieron. El espíritu de Hermione pareció abandonar al mesero. Davide sonrió con gesto idiota.

 

—No sé nada sobre las clases secretas. Pero sin duda estoy enamorado de Harry.

 

Esa tarde, si no fuera por la intervención de Sirius y Severus, Draco habría cometido un mesericidio. Por suerte, tras un par de bofetones y una jarra de agua helada, recuperó la cordura.

 

Por la noche Draco leía en una cama de llamas plateadas. Harry llegó puntual, a las ocho. Se recostó junto a Draco, le dio un beso casto y apoyó la cabeza sobre su pecho. Las llamas de Draco lo rodearon y respondió con serenas llamas  carmesí.

 

—Hueles al perfume de Hermione, —dijo Draco con tono de indiferencia.

 

Harry encogió los hombros. Ese día olvidó echar la colonia a la mochila, y andar sin perfume era para él como salir sin camisa.

 

—Ya falta poco para tu cumpleaños, —sonrió adormilado—. Entonces sabrás de las clases secretas. Estoy seguro que te encantará.

 

Era bueno que tuviera los ojos cerrados, pensó Draco cuando sintió que sus llamas rugían furiosas. De algún lado surgió el gato y se acomodó entre ellos. Los pelos del gato se movían al son del fuego.

 

—Duerme amor.

 

El libro se encendió. Draco lo arrojó a un lado, atrajo a Harry en un estrecho abrazo. El gato bufó y se marchó enfurruñado.

 

—QlR y ED —murmuró Draco en el oído de Harry.

 

Las risas ardieron junto con las llamas.

 

Notas finales:

¿Qué les pareció? ¿Qué creen que significa ElR y ED? ¡Nos vemos pronto!

 


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