기적
1_Taekwoon
En realidad, no le molestaba su toque.
En realidad, no le molestaban sus abrazos.
Pero bueno….mejor no decir nada, pensó, simplemente cerrando los ojos y dejando de moverse, porque aquellos brazos lo tomaban por sobre los suyos y le rodeaban el pecho, apretándolo con amor y con cuidado.
Como si fuese un juego.
Como si en el fondo no hubiera intenciones mucho más profundas y…prolíferas. Porque en el fondo, el amor que le tenía él maduraba y en un punto se deformaba, pero Taekwoon no se daba cuenta.
No se daba cuenta. Simplemente murmuraba un “No me toques” o un “déjame en paz”…hasta que se dio cuenta de que se mentía. Se mentía a sí mismo y a todo lo que lo rodeaba, a esos brazos. A esos brazos que no volvió a sentir nunca más.
Abrió los ojos de pronto, sentándose en la cama rápidamente. Con la mano en su frente, sobre su pelo, respiró agitado y buscó enfocar mejor: en su habitación todo era negro, incluso su interior se sentía devorado completamente por las sombras.
Mirando sus pies y luego a su izquierda, notó el piso iluminado por la luz de la Luna; no había corrido la cortina, no había cerrado y trabado la ventana. Captando unas formas extrañas a los pies de su escritorio, divisó libros abiertos, hojas dobladas contra el piso y suspiró, aliviado: el viento, el viento tiró mis libros.
Sacando los pies de la cama, apoyó primero el derecho, sintiendo un horroroso e intrépido tirón: en cuanto tocó la madera con el pie izquierdo y se levantó, cayó de boca, había perdido el equilibrio.
Se apoyó en las manos y abrió los ojos, asustado: todo estaba sumido en el más absoluto y voraz de los silencios. Ni siquiera zumbaba el ordenador, no se oía ningún auto o animal fuera…incluso su familia había apagado las luces a pesar de ser temprano. ¿A qué hora se había dormido? ¿No eran las nueve cuando se acostó?
Ya sobre sus rodillas y girando despacio para no caerse de nuevo, hojeó por el escritorio sin libros ni hojas y estiró su brazo para tomar el reloj: las cuatro…las cuatro de la mañana, decididamente se había desvelado por haberse ido a la cama temprano, tempranísimo.
Carraspeando, se tomó el pecho con la mano libre y dejó el despertador en su lugar; gateando hasta las cosas tiradas, las acomodó y desdobló las hojas ayudándose de la tenue y mortecina luz. Sonrió de lado ante su temor por algo tan torpe, tan tonto como la brisa del viento.
No notó que los libros se iban deshaciendo poco a poco en arena.
No notó que sus dedos iban perdiendo sensibilidad.
-¿Taekwoon?—oyó de pronto, y no pudo evitar dar un salto—. Taekwoon, ¿Estás despierto?—los pasos chirriaban en la escalera que daba a su cuarto, cuando caminó por el pasillo, miró a la puerta, sorprendiéndose por el timbre de la voz.
No era su madre.
No era ninguna de sus hermanas.
Su padre no estaba ese fin de semana.
¿…Quién…?
-¿Taekwoon?
-Aquí estoy—Y la puerta se entreabrió, despacio. Midiendo cada milímetro, dejando ver nada más que la negrura de la noche, la negrura, el vacío y la soledad—¿Hol…?
Una corriente helada de aire entró por la ventana y se lo llevó todo por la puerta, abriéndola de golpe y estrellándola contra el armario de puertas corredizas: Taekwoon sólo pudo ovillarse y cruzó los brazos sobre su cara, cerrando los ojos con fuerza y sintiendo los granos de arena picar contra su espalda sin piedad. Las cortinas silbaban del agitar y todo a su paso caía, rompiéndose en mil pedazos para luego desaparecer tras el pasillo y la escalera que daba a la sala y a la cocina: todo, absolutamente todo (su lámpara, sus libros, su almohada) se perdía; cuando levantó la vista, estiró el brazo para aferrarse a una foto que vio de pura casualidad, pero no pudo lograrlo. No pudo salvar nada.
Intentando gritar para callar a esa pesadilla (porque otra cosa no podía ser), se tapó los oídos y cerró los ojos, implementando el truco que le venía sirviendo de pequeño: cierra los ojos, aprieta bien fuerte los párpados…tanto, tanto, que sentirás el dolor estando dormido y despertarás.
Despertarás.
Y al abrir los ojos, no pasó absolutamente nada.
Sólo la pieza, completamente vacía, lo recibió aún en el suelo, con la luz de la luna muriendo poco a poco ante los tintes violáceos de un próximo amanecer. Mirando hacia el firmamento, Taekwoon corrió dando tumbos y trabó la ventana, espantado. Agitado, inspeccionó su mesa de luz y abrió las puertas del armario: no había nada dentro, y el viento había azotado con todo menos aquello que estuviese cerrado, oculto.
-¿Taekwoon?—oyó de nuevo, y levantó la cabeza, sus sentidos despertando como un golpe, un neto y duro impacto contra la pared.
Hakyeon.
-¿Taekwoon?
-… Hakyeon.
Taekwoon tragó saliva y giró, corriendo hacia el pasillo y chocándose todo, sin cuidado: impulsándose con los brazos, bajó las escaleras y siguió la voz, que se iba apagando a medida que la buscaba, acercándose poco a poco (o no, pero estaba seguro de que estaba cerca).
Trotó hasta la sala y continuó en la cocina, miró en todas direcciones y hasta se agachó, buscándolo bajo el sofá: a Hakyeon le gustaba esconderse, pero no estaba bien hacerlo en su casa y a esas horas.
¿Dónde estás?
-¡Hakyeon!
…Sólo entonces recordó que Hakyeon ya no estaba.
Sólo entonces recordó que Hakyeon no era más que un recuerdo lejano, irreversible y destruido.
Volvió a taparse la cara y a cerrar los ojos con fuerza.
Lo intentó. Abrió los ojos.
…Seguía atrapado en la pesadilla.