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NOIR por Akii Siixth

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Notas del capitulo:

Nada, esto participaba en un desafío del cual ya ni el nombre recuerdo XDD.

Lo subí hace casi un año y no sé cuándo lo borré, en verdad no me di cuenta xd. 

La alarma suena, como todos los días, a las cinco de la mañana. La busco en la oscuridad, la suspendo, me acurruco un poco bajo las sábanas y luego me levanto. Me ducho, me visto con uno de mis trajes. Salgo y camino los mismos cinco minutos de siempre hasta el subterráneo. Compro un café en el negocio de la señora Yamada. Me siento en la misma banca de todos los días a beber mi café mientras espero diez minutos al tren. Ni uno más, ni uno menos.

Llega, tengo que subir, me levanto, tiro el vaso al basurero, me adentro al tren. El viaje dura veinte minutos. Me dirijo a la oficina. Llego, enciendo el ordenador, las horas pasan tortuosas hasta que es tiempo de regresar a casa. Siempre es lo mismo. Siempre.

 

—**—

 

Espero el tren, faltan seis minutos para que llegue, la cabeza me duele un poco hoy. Veo el reloj, ahora quedan cinco minutos. Giro mi cabeza hacia la izquierda, alguien se ha sentado a mi lado. Es un tipo que viste de negro, ropa casual, una camiseta y pantalón con mocasines. Todo negro. Tiene un mechón rubio en su cabello también negro. Está perdido en algún lado, no pareciera respirar. Me encojo de hombros y sigo bebiendo mi café. Ya solo quedan tres minutos.

 

—**—

 

Hoy la alarma no sonó.

¡Es un caos!

No he podido hacer lo que siempre hago. No, esto debe ser el fin de mis días.

Corro para poder llegar a tiempo. Hoy no compro café, llego justo cuando las puertas del tren  apenas se cierran, pero lo logro. Me siento en un lugar cualquiera. Cansado. Transpirando. Asqueroso.

Fijo la vista al frente y ahí está el mismo tipo de ayer, pero ahora viste más elegante, con un traje en entero negro, una corbata roja y su mechón rubio. Lleva un portafolio en una mano y un café del establecimiento de la señora Yamada en la otra. Puedo reconocer ese olor a kilómetros. Lo miro fijamente, pero él está perdido, como ayer. Mirando un punto en la nada, no respira. Qué tipo tan raro.

 

Bajo del tren y por curiosidad busco a aquel punto negro con mechón rubio, pero ni al caso. Ya no está.

Camino un poco. Llego a mi trabajo. Entro a la oficina. Mi jefe me espera, es raro, nunca llega temprano. Voy con él y me pone más trabajo. Qué fastidio.

 

—**—

 

Me aseguré que esta vez la alarma sonara y lo hizo. Era un día como todos, como me gustan.

Llego al subterráneo tranquilo, compro mi café, la señora Yamada me sonríe y yo a ella. Es una señora amable. Me siento en la banca, hoy hay más personas que de costumbre. Le doy un sorbo a mi café. Pero veo al tipo del mechón rubio llegar. Finjo que sigo bebiendo, pero pongo atención en sus movimientos, es elegante. Nuevamente viste en entero de negro. Pero ahora no es un traje formal. Hoy tampoco lleva portafolio, puedo ver cómo coloca sus manos. Es delicado también. Cruza una pierna y sobre ella posa sus manos. Entrelaza sus dedos.

Pierdo la noción del tiempo. Lo he visto mucho. El tren llega, no acabo mi café aún. Me pongo de pie, ese hombre también. Camino hacia las puertas del vagón y el de negro lo hace a mi lado. Me extraña, pero recuerdo que toma el mismo tren. Lo ignoro.

Entro al vagón, me siento en cualquier lugar. Pero el tipo de negro se sienta a mi lado. Hay muchos otros lugares, pero él se sienta a mi lado. Vuelvo  ignorarlo. Recuerdo mi café. Le doy un sorbo, pero está frío, no me gusta lo frío. Lo acabo de una, está frío, asqueroso, él café de la señora Yamada no es para tomarlo frío. Se vuelve insípido.

Veo a las personas del vagón, no son muchas como en otros lugares, vivo en un barrio pequeño, no hay mucha gente, sin embargo, todos son extraños. Hay unos a mi derecha que escuchan música, cierran los ojos y mueven su pie al compás de la melodía. Veo atento el ritmo. Son como las agujas del reloj, siempre tic tac. Repetitivo, envolvente, cálido. No como mi café.

En el asiento del frente hay un bebé, no llora, los bebés lloran mucho, es molesto. Su madre se ve cansada, de seguro no duerme bien.

Desvío mi vista al ventanal tras esa mujer. Podía ver mi reflejo y también el del hombre a mi lado. Tenía su mirada fija, como siempre lo había visto. Trato de entender qué es lo que ve. No hay nada, el tren se mueve rápido, no se distingue nada. Vuelvo a ver su reflejo, pero ahora él me mira, ve mi reflejo atento, me mira. Me incomoda, pero no aparto mi vista de él. Continúa viéndome, como si quisiese entrar en mí. Comienzo a agitarme, pero no dejo de verlo.

Sonríe, ahora sonríe de manera fría, me ve y sonríe... ¡me ve y sonríe! Mi corazón late acelerado. Sonríe macabro... Me ve y sonríe. Su reflejo se vuelve difuso, horrendo, aterrador, negro... con un mechón rubio.

Aparto mi vista de su reflejo y también me aparto de su lado un poco. Me aterra. Lo veo de reojo... Sigue sonriendo.

El tren se detiene. Es mi parada. Me levanto y él también lo hace. Salgo del tren, tiro el vaso al basurero y él se queda de pie tras de mí. Trago saliva. Lo ignoro y sigo mi camino. Escucho sus pasos, está detrás de mí. Sus pasos suenan fuertes y firmes, tienen ritmo, como el tic tac del reloj, pero más fuerte, grave, violento.

Acelero, él también lo hace. No quiero ver hacia atrás. Mi corazón vuelve a acelerarse. Me agito, siento angustia.

Llegó al edificio donde trabajo sintiendo cierto alivio. Entro, pero ese sonido de sus pisadas sigue detrás de mí. Saludo al portero como si nada pasara. Troto para llegar al ascensor antes que sus puertas se cierren. Me doy la vuelta, pero el de negro ya no estaba. Suspiro aliviado. Con disimulo veo a mi alrededor. Una señora está a mi lado. Me sonríe, hago lo mismo. La señora sigue viéndome, pero se aparta. Ya no sonríe. La ignoro.

Llego a mi piso, mi jefe me espera de nuevo. Tiene muchos papeles con él, me mira y sonríe. Su sonrisa también es fría, pero retorcida, muestra mucho los dientes. Tiene mucho trabajo para mí.

 

Es muy tarde. Me he quedado hasta no sé cuántas horas después de mi horario de salida. Veo mi reloj, las nueve menos diez, no sé si habrá un tren, nunca he estado a esta hora en la cuidad.

Voy al subterráneo a verificar la programación, no hay nadie. Voy acercándome con la vista fija en el cartel, pero noto algo. Doy media vuelta y él está ahíí. El de negro está ahí sentado, ve fijamente hacia el frente.

Estoy pálido, eso es seguro, cuando entré no había nadie. Quiero salir de aquí. Tropiezo un poco con mis pies. Paso frente a él y casi corro para llegar a las escaleras, pero su voz me detiene.

—Queda uno —dice. Me di la vuelta extrañado, su voz suena grave, profunda y rota. Tragué saliva cuando sus ojos conectaron con los míos.

—¿Q-qué dijiste? —pregunto con la voz débil.

—Falta un tren, pasa a las nueve. Puedes esperarlo.

Aparta su mirada de mí, me pierdo, no sé qué hacer. ¿Me quedo? ¿Me voy? Él me aterra.

Como si me leyera, me hace un espacio en banca, veo el reloj, faltan cinco minutos. No es mucho y estoy cansado. Aunque me aterra.

Me siento y trato de relajarme. Dormito un poco, cierro los ojos. Todo es negro.

 

—**—

 

La alarma suena, busco con los ojos cerrados. Palpo la mesa, el sonido es molesto. La apago y me acurruco otro momento bajo las sábanas. Pero siento un olor a miel, café y canela, como el café de la señora Yamada. Me levanto desorientado, el aroma es más fuerte. Entro a la cocina, hay una ollita con café dentro, está hirviendo, apago el fuego y me doy la vuelta. Lo veo, él está parado ahí, en el umbral de la puerta. Veo su mechón rubio, él me ve y sonríe, le devuelvo la sonrisa.

—Esta vez me asustaste —acepto sin borrar la sonrisa.

Se acerca a mí, sigue sonriendo con cariño, me besa. Me besa de la forma única que él sabe hacerlo.

—Así te gusta, ¿no? —Asiento. Me abrazo a su cuerpo, veo su camisa negra, él siempre viste de negro, siempre.

—Te extrañé, Natsu —digo hundiéndome más en su pecho.

—Siempre he estado aquí, Nao.

Alzo mi mirada y vuelvo a besarlo. Lo amo, Natsuki siempre fue tan comprensivo, tan cariñoso, desde pequeños. Nadie lo entendió nunca, pero yo siempre lo he amado.

—Ven —dice tomándome de la mano. Me dejo guiar, me lleva a la habitación. Toma una de mis corbatas, una negra. Me la coloca sobre los ojos. Hace un nudo y me suelta—. Atrápame. —Escucho su susurro, pero me desespero, manoteo en todas direcciones, pero no está.

—Natsuki —llamo, pero no obtengo respuesta—. ¡Natsuki! —grito, pero no escucho nada. Me quito la corbata de los ojos, estoy solo en la habitación. Corro desesperado a la sala, no está. En la cocina tampoco está. Voy al baño, no está. Regreso a la habitación, veo una foto que tomamos el día en que todo cambió. Cuando todos querían que dejara de amarle. Me agito, mi pecho duele. Las lágrimas surcan mis mejillas. Duele.

—¡Nao! —Me llama y corro a la cocina, de allí viene su voz, su hermosa voz.

—Natsu —susurro al verlo sirviendo el café, está ahí sonriendo. Se percata de mis lágrimas. Se acerca lento y vuelve a abrazarme. Me besa la frente.

—Aquí estoy, siempre estoy aquí.

Su susurro me tranquiliza. Asiento y limpio mis lágrimas. Él lleva el desayuno a la mesa; lo acompaño, pero escucho mi celular sonar. Le digo que espere. Es extraño que mi celular suene. Nadie llama nunca.

Voy al cuarto y lo encuentro en la mesa de noche, no es una llamada, es un recordatorio:

«Nao, es hora de tomar tus pastillas». Vuelvo a leerlo. ¿Pastillas? Hace tres días no las tomo.

Me doy la vuelta y veo el frasco en el escritorio. Lo tomo, lo examino, es pequeño y blanco.

Entro al baño de la habitación. Me paro frente al lavabo, abro el frasco y veo dentro de él. Hay pocas pastillas. Sonrío y vierto el contenido en el drenaje. Alzo mi vista y me veo al espejo. Mi reflejo sonríe también. Puedo ver el baño, pero todo en su versión «negra». Mi reflejo viste con un traje negro, tiene el cabello negro, con un mechón rubio. Sonrío también con él.

«Es mejor estar con Natsuki» dice.

Notas finales:

:v Esto recuerdo que lo escribí como en dos horas XD.

Así que no se puede esperar algo bueno de esto uwu 


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