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No llores cascanueces. por Doki Amare Peccavi

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Cap. 7: Príncipe.

 

Su padre con una memoria destrozada, cuerpo herido y ojos cegados: Nunca supo nada de él

Ella, su madre, llevándole en vientre durante el arduo trayecto.

Antes de llegar al destino; el padre murió, ella, la madre lloró tanto

Pero siguió su camino, adorando desde siempre el producto de ese amor que se había ido, ella caminaba hacia su pasado hogar

Hasta la casa hermosa, la casita a horillas del reino, la casita en dónde el único que quedaba de una enorme familia, era su hermano…

Tocó a la puerta, su hermano asombrado, un pequeño niño escondido detrás de él.

 

— ¿Por qué has vuelto? — Cuestionó Drosselmeyer a su hermana en cinta. — Vete de este lugar, vete con el padre de tú hijo.

 

— Hermano… él ha muerto, déjame quedarme contigo por favor… sólo hasta que mi hijo nazca.

 

— Querida, este sitio no es para ustedes, te habrás dado cuenta de lo horrendo que se ha vuelto este lugar, sólo tengo ojos para cuidar al hijo del nuevo Rey. — Ella miró el pequeño rubio escondido detrás de Drosselmeyer, una punzada en su pecho… tristeza

 

— ¿Porqué tendrías que cuidar tú al pequeño príncipe?— Ella suplicaba respuesta, su hermano no la daría, no frente al niño,

 

— No te importa — Miró de nuevo el vientre abultado ¿Qué clase de persona sería sí no ayudase a su hermana? Lo meditó — Será sólo hasta que él nazca ¿No? Después no tendré  ningún reparo en pedirte que te vayas y no vuelvas

 

— ¡Gracias…!

 

Ella ayudó a su hermano a cuidar al principio, bastante revoltoso que era, le divertía jugar con él, porque aún con un hijo en su vientre… ella seguía siendo una niña, juegos inventados por ella, nuevas historias y tanta fantasía en sus palabras, fantasías que el príncipe creyó reales y le dijo, con esa voz infantil pero clara: “Me casaré contigo… haremos por un viaje al reino de las nubes…” ella sonriendo, de infantiles deseos no pasaban aquellos comentarios, lo sabía, un pequeño príncipe y ella. Con los meses que pasaron, de un momento de ensueño a la horrible realidad…

 

Aquella noche,

Un dolorcito en el vientre

Espasmos y el dolor aumentando

Era momento.

 

¡QUE TERROR, CUANTA DESESPERACIÓN!

 

Drosselmeyer buscó por todos lados alguien que pudiese ayudar a su hermana, no había nadie, nadie que acudió a su llamado, le dijo: “no sé qué hacer” ella intentó tranquilizarle, sabía también muy poco de partos. La magia era tan distinta, hasta entonces se sentía casi poderoso, invencible; tanto llanto y dolor que fue imposible que el príncipe curioso se asomase por el marco de la entreabierta puerta.

 

Vio a la  joven gritando de dolor, a Drosselmeyer ensangrentado y a esa pequeña criatura que comenzaba a llorar…

 

— Hermana— Murmuró Drosselmeyer, sus manos temblaban y temía tanto a toda aquella sangre a su alrededor. Ella murió  — En un varoncito — aquel pequeño tan vivo,  Drosselmeyer levantó la mirada, ella yacía tan quieta, y con los ojos abiertos, perdidos… una mueca de dolor en su rostro— ¡Hermana…!

 

Demasiado tarde también para ayudarle a ella, que tampoco había conocido al pequeño que acababa de nacer…

 

No tengas ningún reparo Drosselmeyer

Dile que se marche…

 

.*.

 

Chalecos y pantalones verde botella, camisas blancas y gorritos moteados, las damitas, por el contrario, vestidos de corceles discretos completamente café, el aroma a té de bayas. En el mismo instante en el que se adentraron al poblado alegre, los habitantes empezaron a saludarles y sonreírles, reverencias ligeras y luego indiferencia que no lastimaba.

 

— Que raros que son todos — Murmuró Deniss con el ceño fruncido, nada de confianza le daban, porque podía jugar que tras esas sonrisas sin fundamento había una hipocresía absoluta. —

 

— ¿Huelen las bayas? — Cuestionó el cascanueces a Deniss y Criss, ambos asintieron — ¿Podemos conseguir algunas?

 

— ¿bayas? — Criss negó con la cabeza — Me repugnan las bayas de este pueblo, no, no y no…

 

— Pensé que los ratoncitos gustaban del cualquier fruto — Murmuró el cascanueces, con un humor bastante extraño en él, apenas si se notaba la sonrisa en su rostro, pero los ojos brillosos le delataban… ¿El cascanueces estaba Feliz? Ellos no lo sabían, pero había estado recordando a alguien que quería —

 

— Y yo pensé que los cascanueces sólo gustaban de nueces — Criss respondió aprovechando la ocasión de bromear, Deniss sonrió por lo bajo — Quién se imaginaría que siendo de madera, tendrías un gusto por las bayas ¿Puedes comerlas…? ¿Entonces porqué no comes fruta y reservas?

 

— No querrás saberlo — Aseguró y empezó a caminar, alejándose del castaño y el rubio —

 

— Extraño ¿No te parece? —

 

— Infantil… — Respondió Deniss a Criss y tras un suspiro, empezó a caminar detrás del cascanueces —

 

— Gruñón…— Acusó el castaño al rubio, mientras comenzaban a caminar.

 

Adelante el cascanueces, ya tenía una representación bastante cursi de lo que haría con las frutillas de colores. Anduvieron bastante antes de llegar a los arbustos verde menta que  sostenían, con fuerza, a sus ramas, las pequitas arco iris que diminutamente estaban ahí, esperando ser queridas y tomadas con cariño. Virándose hacia ambos lados, el cascanueces resopló que ningún agricultor estaba alrededor.

 

— ¿Y ahora qué? — Cuestionó Criss cuando al notar aquel simpático gesto. — 

 

— No hay nadie que pueda dármelas — Dijo el cascanueces refiriéndose a los frutos.

 

— ¿Porqué no los tomas y ya? — Simple, a Criss le pareció así de simple, el cascanueces negó con la cabeza, no iba a llevarse bayas robadas, no… las bayas tenían que ser cortadas con afecto para tener ese delicioso sabor que a tantos encantaba. —

 

No había nadie ahí, el cascanueces resopló un poco molesto, no había a quién pedírselas.

 

.*.

 

Drosselmeyer acurrucó en sus brazos el cuerpecito frágil del hermoso nene, dormitaba y el aroma a recién nacido inundaba toda la habitación,  el príncipe le miraba curioso, con el ceño fruncido, ya bastante irritado

 

— No me gusta — Murmuró el príncipe al adulto. — Que se vaya, no me gusta, quiero que él se vaya y ella regrese.

 

— Ella — Dijo el mayor, refiriéndose a su hermana — No puede volver, pero ha dejado para ambos a este pequeño nene…, mi príncipe, le juro, que él  también cuidará de usted.

 

El príncipe para nada complacido, se acercó más al pequeño niño, en su rostro de leche, resaltaban las mejillas sonrojadas y el príncipe acercó su mano para apachurrarlas bruscamente, nada que dijo Drosselmeyer, ¿Cómo podría retar al príncipe? El bebé abrió sus ojos estrepitosamente y comenzó a llorar, un llanto de dolor y de hambre contenida.

 

— ¡¡Drosselmeyer, has que pare!! — El príncipe echó a correr fuera de la habitación, en la cunita improvisada, fue puesto el bebe que no paraba de llorar, Drosselmeyer fue detrás de su príncipe y se contuvo de decir cualquier cosa al verle llorar… — No le quiero porque “eso” le hizo gritar. ¿Por qué es malo? ¿Le hizo daño…? Por eso no vuelve…

 

¿Cómo podría hacer daño…? Es un pequeñito tan lindo… Drosselmeyer intentó hablar, decir cualquier cosa, pero ante la inseguridad en sus palabras decidió callar, porque muy en el fondo de él, igual, esa reacción infantil luchaba por florecer. Y se dijo, mientras miraba con propiedad al príncipe “Hermana… tu hijo, no tiene la culpa de nada…”

 

.*.

 

Un hombre bastante risueño, de barbas blancas y risos plateados, cortó de forma mecánica florecitas de chocolate, el cascanueces sostenía entre sus manos, la canasta recién regalada y más y más chocolates el viejo ponía para él, bastante llena que quedó, un chocolate sobre otro y otro hasta llegar a la punta, de distintas formas unos más pequeños que otros, Criss bufó molesto, estaba casi por caer el alba, habían tenido un día perdido, Deniss un poco satisfecho, había sido él quien consiguiese a alguien para cortar los chocolates, se sintió bien en ese momento, haciendo algo por alguien más ¿Hacía cuanto que esa sensación no le invadía?

 

— Muchas gracias — Agradeció el cascanueces, al mismo tiempo recibía el cesto pequeño con bordes de tela en el interior.

 

El hombre  hizo una reverencia y la sonrisa de medio lado que pintaba de ser malvada quedó cubierta por sus rizos enormes, palabras y más palabras, intensiones escondidas y los tres jóvenes comenzaron a caminar fuera del campo de bayas.

 

— Incluso su aroma es molesto — Murmuró bajito Criss, el cascanueces hizo caso omiso, presionó más sobre su pecho el cesto y siguió caminando sin mirarles —

 

.*.

 

No me toques — El niñito encogió sus manos y mordió su labio inferior — No me gusta que estés siempre junto a mí, vete.

 

Tras un ligero puchero el niñito de sonrojadas mejillas, hizo una reverencia y echó a correr, en la puerta de su hogar se encontró con el tío Drosselmeyer y su ceño fruncido.

 

— Te he dicho que no se corre a menos que sea necesario — Regañó el hombre.

 

— Lo siento —  Se disculpó el niño, el hombre rodó los ojos y dirigió su mirada al príncipe, su orgullo…, ladeaba entre sus manos una espada al compas del viento. — Príncipe, la merienda está lista.

 

— ¡Sí! — Respondió entusiasmado, con su respiración agitada se acercó a Drosselmeyer, colocó su espada en las manos del mayor y se adelantó en el camino, Drosselmeyer dio un suspiro fuerte, miró nuevamente al niño que había estado sin hablar — Anda que la leche se enfría.

 

Sonrió su sobrino, asintió y caminó aprisa detrás del príncipe, su cabello negro y los bucles sólo al final de estos se aceleraban grácil mente y él ni notaba que alguien le detestaba cada vez más. Se sentó tres asientos alejado del príncipe, el joven a la cabecera de la mesa, Drosselmeyer entre ellos dos, el pequeño notaba al príncipe un tanto serio, pero si Drosselmeyer hablaba de inmediato aparecía una sonrisa satisfecha. Tomó entre sus manos un puñado de bayas y ante la mirada reprobatoria de Drosselmeyer, el príncipe, las echó todas a su boca, sus mejillas infladas hicieron sonreír al cascanueces.

 

Degustaron leche y pan deliciosamente orneado.

Payas que acompañaban como condimento, la hora de dormir llegó

Drosselmeyer acompañó al príncipe a su recamara, agua caliente y un buen baño

Después, le ayudó a poner el pijama.

En otra recamara, el pequeño, con sus manitas de niño, colocó la bata pequeña sobre su cuerpo

Se subió a la cama con esfuerzo y se cobijó con las pesadas mantas que apenas podía mover.

Sopló la vela, todo oscuro y antes de caer rendido, oró por otro día para su tío, para el valiente príncipe… y para su madre lejos…

 

.*.

 

— Son para alguien más— Cuestionó Deniss, el cascanueces descansaba, sobre la corteza del árbol, Criss y él en las ramas, sólo era cuestión de buscar un buen árbol para descansar toda la noche. Cómo en ese momento. — ¿Cierto?

 

— Sí — Respondió bajito el cascanueces — ¿Criss se ha quedado dormido? —

 

— Sí... — Devolvió la respuesta el rubio, quiso preguntar más, tuvo curiosidad, negaban; él no tenía porqué interesarse por algo así, no tenía porque importarle que el cascanueces se aferrase tanto a aquel cesto con bayas de aroma desagradable, Criss tenía razón, aquellas bayas para nada que resultaban atrayentes ¿No lo notaba el cascanueces? —

 

— Descansa Deniss — Soltó bajito el cascanueces — Mañana será un día largo…

 

Oró por otro día

 

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«. ·°·~*~' Malvado…~*~·°·. »
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