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No llores cascanueces. por Doki Amare Peccavi

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Cap. 8: Antes de tu llanto…

 

Entonces pasaron varios años. “él” se parecía tanto a su madre… aprendió de Drosselmeyer una obligación impuesta, siempre en primer lugar el príncipe, el príncipe que se convertiría en Rey, ese príncipe que le miraba con crueldad y le arrojaba al fango en cualquier oportunidad… era un príncipe, a pesar de todo, no tan malvado, porque de vez en cuando le sonreía e iluminaba su corazón de niño. Se le prohibieron los juegos pero las sonrisas espontaneas siempre estaban presentes. 

 

Más, más y más tiempo, el príncipe jamás olvidó a la joven que había muerto por ese niño.

 Drosselmeyer no pudo olvidarle tampoco...

Y “él”, que no le conocía a pesar de haber vivido tantos meses en su vientre, no escuchó jamás de ella.

 

— Me iré por un tiempo, sé que hay un lugar en dónde puedo encontrar a alguien, lo he soñado — Murmuró Drosselmeyer — Alguien que nació para usted y que ayudará a que todo mejore.

 

— Llévame contigo — el príncipe ordenó, mientras el niño permanecía con la mirada baja escuchando todo, en silencio… no se le permitía entrometerse —

 

— Se quedarás con mi sobrino, cuidará de usted  hasta que yo regrese… — El niño entonces levantó la mirada y un gesto de burla se mostró en el rostro del príncipe.

 

— No puede cuidar de mí, terminaré en problemas por estar a su lado. — Negó con la cabeza el mayor y tras una reverencia pidió a su sobrino, se marchase de la habitación.

 

 Afuera, el viento ligero mecía sus cabellos, caminó un tanto preocupado, pensando, que él podía proteger al príncipe bastante bien, era fuerte… no mucho, pero mejoraría si se esforzaba, sus labios se presionaron, uno con otro, estaba pensando… pero ¿por qué no lograba comprenderlo? El príncipe y su Tío Drosselmeyer siempre hablaban de un pasado en dónde todo era magnifico y glorioso, él pensaba que como estaban las cosas, podrían permanecer siempre, era bonito estar con ambos —“pero ambos deseaban no tenerle cerca”— después su tío salió deprisa de la casita, le dirigió una mirada llena de preocupación.

 

— ¿Se marcha?- Drosselmeyer asintió y con un poco de cariño se acercó a “él” un pequeño abrazo y después le dijo: “Cuida al príncipe.”

 

Después, al amanecer, todo fue tan diferente.

 “Él” tuvo que sustituir a Drosselmeyer.

 

Sin magia, cosió por las noches prendas lindas para su adorado príncipe.

Sin magia, salió a buscar alimento y se paseó entre tantos lugares,

Conoció de senderos y el peligro en ellos… conoció  a la resentida reina de los ratones…

 

.*.

 

El atajo entre la aldea con aroma a té y el bosque de los baobabs de cristal.  Un paso más, otro poco y las piernas comenzaban a temblarle, Deniss observaba la confianza en el cascanueces ¿Debería de estar temeroso, no? Sobre la aglomeración de flor de loto, en colores brillantes, de transparente a tornasol. El cascanueces se tambaleaba ligeramente, con la canasta de bayas en entre sus manos, Criss desde hacía un rato permanecía del otro lado del inmenso lago, comía frutillas y en cuclillas empezaba a inclinarse hacia la horilla para tomar  entre sus manos las del cascanueces.

 

Por la horilla pantanosa el cascanueces ejerció un poco de fuerza, Criss le levantó con poco esfuerzo, ahora ambos sobre el césped, el cascanueces soltó un suspiro, se acomodó las prendas y después de poner la canasta en el suelo, se viró hacia Deniss sonrojo.

 

— ¡Deniss date prisa! — Gritó Criss

 

— Se mueve demasiado — murmuró un poco bajo, en verdad que le temblaban las piernas.

 

— ¿Quieres que vaya por ti? — El sonrojo en el rubio incrementó. Criss sonrió de medio lado, el cascanueces se limitó a mirarle.

 

Esperaron un poco más, Deniss no avanzaba demasiado.

 

— Creo que deberías ir por él.

 

— No lo digas… seguro tiene su orgullo.

 

— Esta por atardecer, los lagos son peligrosos, no sabes que duerme dentro de ellos… —

 

— Deniss, voy a ayudarte a cruzar — Apenas Criss se lanzó a la primera aglomeración de flor de loto, el rubio le miró con el ceño fruncido.

 

— ¡Puedo hacerlo yo! — Se puso de pie.

“Deniss, tengo miedo”

“Eres una cobarde…”

 

No dio ningún paso más el castaño, las piernas de Deniss temblaban pero procuró ir más a prisa, cruzó a grandes paso, grandes saltos y su rostro comenzaba a enrojecerse por el esfuerzo. Estaba molesto, salpicó el agua en su rostro, sus prendas mojadas, le demoró bastante llegar a dónde Criss le esperaba y cuando el rubio extendió su mano para ayudar a salir del lago, Deniss le miró de reojo, con esfuerzo salió, poco a poco, arrastrando sus piernas entre el lodo pesado, el cascanueces le miró pero evitó el contacto con los ojos verdes.

 

— ¡Espera Deniss! — Gritó Criss, el cascanueces se puso de pie y Criss llegó de nuevo a la horilla, caminaba con los puños cerrados el rubio y ellos caminaron a prisa para alcanzarle. — ¿Porqué te has molestado?

 

No respondió, caminó aparentemente sin rumbo, el cascanueces no detuvo su paso, porque aquel, era el camino correcto. Llegando hacia la vereda de los baobab de cristal.

 

— Es por toda la vereda — El cascanueces señaló con su dedo índice la dirección correcta, Deniss apenas si le miró, Criss entonces parecía molesto — Quería ir deprisa, había estado recordando algunas cosas, entonces me apresuré pero Deniss tardaba demasiado pensé que sería bueno que le ayudaras, tenías razón, tiene su orgullo y fui egoísta.

 

— Eres egoísta, claro, lo has sido desde el principio — El cascanueces sintió que el corazón se le estrujaba fuertemente — pero está bien, yo también fui egoísta y ahora él está siendo bastante tonto ¿Por qué no te disculpas con él? dile que no era nuestra intención hacerle enojar.

 

— Me gusta más cuando eres sincero, que cuando haces bromas crueles.

 

— Todo es parte de mí, así que espero que te guste tal cual soy. — El cascanueces sonrió, Criss le miró alejarse y posarse justo al lado de Deniss, que sólo miraba al frente.

 

— No quería que te molestaras — Dijo bajito el cascanueces. — pero siento no tomar en cuenta lo que sentías. — Era como hablar con un tempano de hielo, inmutable y frío. — Le dije a Criss que te ayudara, porque soy egoísta y quería hacer poco tiempo, pero es la primera vez que tú andas por estos lugares, es difícil, recuerdo la primera vez que yo crucé aquel lago, caí y mi tío furioso tuvo que regresar por mí, entonces lloré toda la tarde.

 

— ¿Tienes un tío? — Cuestionó interesado Deniss. El cascanueces se alegró, y el rubio notó entonces que parecía ahora más relajado, no le importó, tenía curiosidad, el cascanueces dudó un momento, entonces asintió. — ¿En dónde está?

 

— No lo sé. — Deniss rodó los ojos, de nuevo mostró su rostro serio y siguió su camino, un poco más aprisa, Criss desde atrás, les miró. Sonrió un poco y sin saber porqué, un tanto, tanto de nostalgia se colocó en su pecho — No es que no quiera decirte — afirmó el cascanueces — en verdad no sé en dónde está, debería de estar pero no está… y no sé a dónde fue.

 

— ¿Entonces tienes familia? — Entrecerró los ojos el rubio, el cascanueces asintió con la cabeza — ¿Y todos son… — el cascanueces entendió, negó, en su rostro de madera apenas si podían plasmarse sus emociones —

 

— No fui siempre así, pero no importa… me gusta ser como soy — el cascanueces se viró hacia Criss, le señaló con su dedo índice, delgado y hueco — ¡Criss date prisa! 

 

El castaño fingió no escucharles, podía estar molesto, con Deniss, claro que podía, hizo de su paso un caminar exageradamente lento, el cascanueces río un poco, después miró a Deniss

 

— ¿Qué? — pero el cascanueces no respondió, rodó los ojos el rubio y esperó  a que Criss le alcanzase, le arrebató — Criss…

 

— Dime que lo sientes, sientes ser tan impulsivo, haber despreciado mi ayuda y no dar las gracias.

 

— Lo siento — Criss se viró y abrió los ojos con asombro, el cascanueces sintió tan lindo algo en su pecho, una pequeña ráfaga de luz que les rodeó y la briza de puntitos centellantes comenzó a caer. Los baobabs de cristal se iluminaron, y pequeñas señoritas dentro de ellos se hicieron presentes, a pasitos lentos, con sus trajecitos blancos, cabellos de plata y oro,  un “tutu” para cada mujercita, entonces el cascanueces resplandeció, Criss sacó brillitos luminosos de sus castaños cabellos y Deniss observándoles intentó comprenderlo todo.

 

Primero el cascanueces que abandonaba su figura de muñeca… ya su cabello negro y bonito, cursis mechones y en la punta esos  ricitos alegres,  su piel de madera a algo más que no terminaba de ser piel humana pero tampoco rígida madera… un segundo cambio para él, de esos ojos casi de juguete a una mirada resplandeciente y gris, ojitos brillosos y pestañas largas y en sus mejillas dos motas más naturales, su sonrojo permanente. Después Criss, de su cabello castaño ligeros hilos dorados que entretejiéndose formaron la corona más hermosa, y sus prendas ligeras fueron sustituidas por telas elegantes, un suntuoso acabado, las prendas dignas de un Rey. No más el príncipe de las ratas… Criss, el rey venerado, de aquel reino de hechiceros de buen corazón. En manos de Deniss una espada, y las señoritas saliendo de los baobabs  de cristal rindieron reverencia los tres jóvenes, Criss sonrió, Deniss miró sorprendido… el cascanueces mordió su labio inferior y aguató… porque llorar no estaba permitido, no en ese momento. Los baobabs enormes, creciendo más y más brillando casi con arrogancia, pero eran buenos, en el fondo los baobab son tan inocentes.

 

Ellas rodearon a Deniss, más y más señoritas brillantes, con saltitos simpáticos y un poco más de azúcar… azúcar… también las prendas del rubio cambiaron, sus prendas blancas fueron renovadas por la más sutil de las vestimentas, se le veía tan bien así.

 

— “Están por llegar” — murmuraron ellas a su oído. Señalando hacia el horizonte, muy en el fondo — “sólo no te detengas”

 

.*.

 

Mientras caminaba con las bayas que tanto su príncipe adoraba, ella, que era de la realeza se cruzó por su camino en el carruaje real y una legión de enormes ratones y se escondió entre arbustos, se alejó la reina y entonces un tanto inquieto regresó a su casita, el príncipe sostenía una espada entre sus manos.

“Y mi príncipe, no sonríe…”

 

— He llegado — El príncipe le ignoró completamente.

 

Sería así por bastante tiempo más, porque Drosselmeyer no  regresó.

El príncipe sumido en su orgullo, poco a poco, sus manos crecieron, su cuerpo cambió

Fue un apuesto hombre con el corazón manchado de recelo y desconfianza.

Se sintió abandonado y culpó nuevamente al pequeño jovencito, del maltrato a la indiferencia…

… lo que dolió más, sólo hablaba lo necesario el jovencito… sólo cuando el príncipe lo deseaba

Se hizo al gusto del príncipe, cumplió sus caprichos y le consintió con alimentos deliciosos.

 

Más esfuerzo, más desplantes, murmullos que fueron desapareciendo, también el jovencito pensó que no era necesario hablar de más, cada tarde, mientras el ocaso llegaba, miraba al príncipe que ladeando su espada para desterrar su enojo, el jovencito le miraba sin cansarse nunca de verle, descubriendo en el silencio tal vez los pensamientos que no existían, tal vez… una sonrisa escondida que desde siempre había deseado ver…

 

Una noticia, un murmullo y alguien llegó hasta aquella casita, muchos súbditos, tal vez no muchos, que observaron con respeto al joven hombre de los cabellos plateados. Y dijeron todos “es nuestro príncipe” una reverencia, súbditos para el futuro Rey, sonrió y miró al jovencito a su lado titubear. Se dejó guiar por los súbditos que le llevaron hasta el palacio que no había conocido y su joven guardián le acompañó… muy de lejos, se adentraron y todo el polvo acumulado fue removido por una ráfaga de viento.

 

— En verdad es nuestro príncipe — Murmuró uno de los hombres que le acompañaba — ¡Oh, su majestad, le hemos buscado por tanto tiempo…!

 

— ¡Oh, y cuando ella venga, todo será como siempre debió de haber sido…!

 

— ¿Ella? —

 

— Su majestad, el rumor se ha expandido… será “ella”, la pequeña Clara, que  llegará a este sitio y matará a la reina de los ratones que tanto mal ha hecho a este reino, acabará con el mal y romperá el hechizo… el rey y la reina despertarán de este eterno sueño, nuestras familias, nuestros amigos… y usted será por siempre tan feliz a su lado… ella se quedará a su lado para siempre…

Eso es lo que yo siempre desee,

Fue lo único que no tuve

Siempre quise… alguien sólo para mí…

Alguien que alejara tanta soledad.

 

Y no regresó más a la casita humilde pero confortable, ordenó que ni a Drosselmeyer ni a su sobrino se le permitiese la entrada, porque el primero le había abandonado… el segundo era un asesino, había matado a ese linda mujer, justo en el momento de su nacimiento. El jovencito fue echado, no tenía a nadie más, tan solo que se encontraba, guardó silencio durante el pasar de los días, veía todo a su alrededor sin mirar fijamente algo… muchos, muchos, muchos más seres que vio, todos se adentraban al olvidado reino de los juguetes porque el príncipe había regresado, “él” no era más que uno entre tantos… que querían al príncipe… ¿dolía no ser único? Siguió recogiendo frutos cada mañana…, siguió con la rueda y la aguja, tejiendo para el príncipe… cada anochecer.

 

Un príncipe imaginario que le sonreía… y le cuestionaba ¿Qué te ha ocurrido?

Todo tan oscuro, el jovencito fue perdiendo poco a poco las fuerzas… y al abrir los ojos, la mirada indiferente justo frente a él…

 

— ¡Su majestad…! — Intentó ponerse de pie, bastante débil que estaba… el príncipe giró su cuerpo y le dio la espalda… luego entonces, habló. Con la voz más fría jamás escuchada.

 

— Te he traído para que cumplas tu deber, la reina de los ratones se acerca… viene a darme muerte.

 

— ¡No puedo permitirlo… voy a protegerle, derrotaré a la Reina Malvada…, daré mi vida si es necesario…!

 

— No podría ser de otra forma… — “Toc” “Toc” los pasos del príncipe resonando, alejándose poco a poco, salió de la habitación y la puerta se azotó detrás de él.

 

— Mi príncipe…

.*.

 

Y al final de la vereda no quedó nada de lo Baobabs, sólo árboles secos y suelo de tierra, las señoritas de “tutu” alegres se despidieron, no sin antes sonreír mucho, mucho a Deniss, entendió el rubio.

 

— Hemos llegado… — Mencionó el cascanueces, más allá no había más que tristeza, un paisaje desolado y un enorme castillo que escondía a quien siempre había adorado. — este es el reino de los juguetes…

 

Presionó la cesta de bayas sobre su pecho, el cascanueces mordió su labio inferior. Miró a Criss…, miró a Deniss. ¿Por qué eran tan diferentes a su príncipe…?

 

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