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Tamer. por JHS_LCFR

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Capítulo 22

 

-No me sigas.

-Voy a seguirte si quiero.

-Kyungsoo y los demás dieron a entender que era algo que tenía que hacer solo—explicó Minseok, serio y avanzando a paso largo y tendido, la decisión arrugando su frente y aplacando la ira en su rostro—. Me ganaré su perdón solo, y no volverán a suceder cosas como estas.

-¿‘Estas’?—preguntó Jongdae, confundido. Seguía a varios pasos cortos y a una especie de marcha o trote al domador, que frenó en seco con un resoplido y se volteó para observarlo la plida Luna iluminando el costado izquierdo de su rostro, rebotando con pasión en sus pupilas que parecían haberse consumido el temor que alguna vez el chico había tenido, para barrerlo y borrarlo de forma que no pudiera volver a surgir. Nunca más.

-Sí, situaciones como éstas en las que tenemos a medio plantel herido o apenas descansado, sin techo ni comida ni un lugar al cual ir…les he quitado todo por mi negligencia, Jongdae—musitó con dolor, mas no perdió la compostura: las palabras dolían al pensarlas, al subir por entre los pulmones a través del esófago y la garganta, y dolían también al caer de la boca para colgarse a las brisas de aire hasta llegar a los oídos ajenos—, les he quitado todo por no haber salido a pelear…y verlos así ahora me pesa, me pesa horrores en el alma.

Luego de un silencio eterno, Jongdae recordó que debía respirar: inspirando despacio, sintió las lijas de la culpa sobre su esternón, rascando y puliendo los huesos hasta hacérselos polvo. Tragando saliva, juntó el coraje con el perdón lo mejor que pudo, y parpadeando nerviosamente, dejó que sus manos se volvieran puños por el enfado que le suponía la decepción hacia sí mismo.

-Tú no tienes la culpa. Yo causé que tú no salieras.

-No, Jongdae—negó Minseok, sonriente…hirientemente sonriente—, tuve que haber sabido desde el principio que no te importo en lo absoluto. Tuve que haber sabido que aquello era una trampa o un truco sucio para hacerme sentir excluido, como ‘el nuevo del grupo’—Jongdae abrió desmesuradamente los ojos, entonces Minseok giró sobre sus talones y siguió avanzando, escrutando el horizonte—. Te agradezco por haberme ayudado a entender que no pertenezco aquí, eso sí. Eso solamente.

Un brutal tirón de su muñeca izquierda le alertó y no alcanzó a verse venir la caída: el cielo consumió la tierra que Minseok observaba y tirado en el suelo de espaldas, contempló las estrellas. Mientras algún que otro pajarillo sobreviviente a la caza de la mañana silbaba y surcaba el firmamento oscuro, la respiración agitada de Jongdae resonó por el aire como sus pasos bruscos lo hicieron al rodear el cuerpo caído, decidiéndose finalmente a agacharse y sentarse sobre él, apresándolo con las rodillas y tomándole del cuello de la ropa sucia, desgastada.

Sus ojos escupían ira.

-Nunca, jamás—pronunció con odio, odio desmedido—, vuelvas a decir eso. Ni se te ocurra volver a pronunciar esas mundanas palabras delante de mí.

-Jong…

-¡Huí porque no quería matarte!—bramó, soltándolo y dejando que su nuca chocase duramente contra el suelo—¡Lo hice porque prefería verte alejado, enojado de mí pero vivo antes que muerto! ¡No quise matarte en ese entonces y nunca lo haré, pero eso no significa…!—molesto y agotado, observó los ojos abiertos de Minseok mientras se apoyaba en sus codos para luego tomarse de la nuca, aplacando el dolor—. Eso no significa que el instinto no esté. No significa que no…tire dentro de mí.

Frotándose la inquietud que le picaba en una mejilla, Minseok logró sentarse con las piernas estiradas debajo de Jongdae, que respiraba con fuerza, aturdido. Sintiendo una especie de vacío en el cuerpo, dejó que su cabeza cayera hacia un costado sola, y frunció el ceño mientras intentaba sonreír.

-Pero tú no vas a matarme—le respondió, llamando su atónita atención—, no vas a herirme. Soy tu príncipe, si mal no recuerdo…y tú fuiste creado para protegerme.

El juego de palabras hormigueó en la lengua de Xiumin, que trataba de no pensar y simplemente…seguir. Seguir queriendo, seguir jugando; porque tenía que sacarse esa pesadumbre en el pecho, y si alivianar la carga de Jongdae lograba transmitirle la felicidad suficiente como para seguir caminando en busca de comida…eso estaría bien. Eso sería suficiente.

Por su parte, Jongdae sintió que se le desgranaba la piedra que cargaba en la espalda, y podía sentir su sangre reacomodándose en su cuerpo, bombeando de vuelta por los dedos, por los codos y las piernas y los brazos. Dejándole respirar, dejándole entender que había algo que nunca había tenido en cuenta y que su cuerpo estaba asimilando más rápido de lo que jamás pudo imaginar.

Por supuesto que no lo iba a herir.

Es mi príncipe, es mi futuro rey.

Sonriente, rió con desgano mientras la Luna picaba y rebotaba también en sus ojos, humedeciéndolos a medida que la línea de los hombros bajaba y caía, tranquila: Minseok levantó una comisura y suspiró en pos de su contento, y Jongdae permaneció inmóvil, encarcelándolo con las rodillas y los muslos mientras buscaba el coraje, el coraje para poder dar ese maldito y último paso…que rogaba porque saliera bien, o sino todo se iría de vuelta al traste.

-Quiero—empezó, pero las letras no formaron palabras, y las palabras no formaron la oración; suspiró, derrotado—, Minseok…quiero…

-Ya es tarde, Jongdae—le sonrió, bajando la cabeza y arrastrándose hacia atrás, de forma que pudiese liberarse: levantándose, se desempolvó el pantalón y miró hacia el horizonte, pequeñas luces titilaban entre nubes de tierra levantadas, entornó los ojos—¿Serán farolas? Purpúrea debe estar cerca.

Un nuevo agarre, súbito, le hizo girar sobre sus pies: Jongdae logró sacudirlo lo suficiente para que sus frentes se acariciasen y durmiesen una contra la otra, pero los labios le temblaban, y las rodillas amenazaban con jugarle una mala pasada y dejarlo caer.

-Déjame terminar—le pidió, titubeando nuevas sílabas—, necesito…

-Jongdae, no hay tiempo ya para esas cosas—le explicó, tomándole de los nudillos y acariciándolos despacio para alejarlos: su interior se había dormido, por lo que su tono de voz no buscaba recriminarle ni herirle ni atemorizarlo…sólo salían soplidos con forma de oraciones y pedidos; Minseok necesitaba responsabilizarse por lo que había hecho y Purpúrea estaba cerca, tan pero tan cerca…

-¡No!—tiró Jongdae, asustado—¡No, no es tarde, no digas que lo es, aún no!

-Jongdae, los chicos se están muriendo de sed y hambre.

-¡No me importa, ninguno de ellos me interesa!

-Vamos, te vi amigándote con ellos mientras caminábamos, hace un mes que eres prácticamente del…

-¡No necesito a ninguno de ellos, no mientras tú camines a mi lado!—ante el silencio acariciado por el roce de las partículas de tierra que el fuerte viento había empezado a barrer, Jongdae cerró con fuerza los ojos y se los frotó, decidido—, no necesito a nadie más, y si incluso tú estás enojado conmigo, planeo seguirte hasta que te acostumbres a mi presencia, sea molesta, sea odiosa…incluso tú me has dado una excusa más para seguirte y verte: eres mi príncipe, te tengo que proteger.

Minseok tragó saliva y apretó los labios, dando leves pasos hacia atrás, dirigiéndose a las farolas lejanas, serio.

-No me gustan este tipo de bromas. Corta con eso, ya.

-¡No estoy bromeando! ¡Minseok!—corriendo para alcanzarlo, logró interponerse en su camino: cuando el domador chocó con su pecho, Chen encerró su delgado cuerpo con sus brazos, fuertemente, como si se tratase de un pequeño pedazo de su alma que no debía volver a perder o soltar—, por favor, por favor, perdóname.

-No quiero hablar más del tema.

-Por favor, Minseok, sabes que no lo hice a propósito.

-Jongdae, basta.

-No te voy a dejar.

-¡Suéltame!

-No.

-¡¡Jongdae!!

-¡Frena mi pulso si quieres—gritó, molesto—, pero no te voy a dejar ir!

-¡No quiero...! No quiero estar con alguien a quien puedo dominar—murmuró entonces el domador, fundiendo la mejilla contra el pecho, ignorando momentáneamente la molestia de la tierra en sus ojos y dejándose acunar suavemente por los dedos que se amoldaban a su cabello y a su baja espalda, trazando líneas cálidas y suaves a lo largo de su ropa, atravesando la tela y dándole de lleno en la piel; cerró los ojos—, no tuve que haber probado las sangres…tuve que haberme negado a hacer todo esto en cuanto tuve la oportunidad.

Entonces Jongdae le tomó del rostro para mirarle a los ojos y robarle un cálido y mortíferamente lento, calmo beso. Al alejarse con pereza, sintió el picor en su lengua que tanto  había extrañado pasearse por los labios ajenos, aquella sensación que había añorado y que ahora no terminaba de ser suficiente.

-¿Negarte? ¿Y nunca haberme conocido?

 

 

El viento había apagado las luces de las velas dentro de las farolas, las rendijas eran lo suficientemente anchas como para que el aire se deslizase y silbara con fuerza, con voz rasposa: Purpúrea había oficialmente apagado todas sus luces, y mientras Jongdae y Minseok se escabullían entre las veredas de tierra y las piedras sueltas, tanteaban las casas y se detenían debajo de cada ventana a escuchar o percibir posibles movimientos: cada tanto se cruzaban alguna tienda, y sólo cuando un saco de carbón se interpuso en su camino, fuera de un hogar con dueños despistados, los muchachos intercambiaron miradas y vaciaron su contenido, atravesando de puntillas la ciudad en busca de algún balde o recipiente para el agua del río y alguna puerta que no chirriase para robar comida.

La selección y la búsqueda dio prósperos frutos: dos bolsas vacías de panes y harinas a la salida de una panadería bastaron para lo que serían raciones diarias a lo largo de días; los chicos del grupo estarían contentos y le darían su perdón unánime a Minseok.

Sobre todo, porque mientras gateaba y cuidaba su posición y la dirección de su sombra, una idea había acudido a su mente. Una idea que los ayudaría a todos por igual, y que costaría un poco de esfuerzo sobrehumano, pero serviría.

“¿Negarte?”, le había dicho Jongdae. “¿Y no haberme conocido?”.

El final del cuento sería triste, acordó Minseok consigo mismo, pero sería por el bien de todos.

Por el bien de todos, como tuve que haber hecho hace tiempo.

Como tuvo que haber hecho mi padre desde un principio.

 

 

La caminata se llevaba a cabo en silencio, y Jongdae luchaba contra la sonrisa adormecida en su rostro mientras cargaba con dos bolsas, una correa en cada brazo y otra entre sus brazos: la pena de haber saqueado era fácil de aplacar, su mente le decía que las cosas con Minseok mejorarían, a pesar de cualquier obstáculo que pudiese llegar a molestar en su camino.

-¿Te puedo hacer una pregunta?—soltó al fin, el fuerte viento despeinando sus cabellos, las nubes cubriéndolo todo a pesar de que no hacía frío y la lluvia parecía algo extrañamente lejano e imposible—¿Dormirías conmigo hoy?—cuando Minseok se detuvo de golpe para mirarlo sonrojado, Chen sonrió—, quiero decir, a mi lado, como hacen los otros de a pequeños grupos. Ya sabes, con sus…chicos.

-…Mientras no me hagas nada fuera de lugar, estaré de acuerdo—soltó el otro, aún incómodo y retomando la marcha—¿Por qué, de repente, dices eso?

-Porque te vi durmiendo en el suelo solo todos estos días…y te veías triste. Y temblabas de frío.

-No temblaba de frío—puchereó el otro—, estaba llorando.

-¿Y por qué no me buscaste? Pude haberte ayudado—murmuró Jongdae, confundido.

-No puedes ayudarme a volver a casa. Tú no.

-¿Qué significa eso?—disparó Jongdae, frenando esta vez él, mientras Xiumin olímpicamente le ignoraba y seguía de largo hasta el grupo, despertándolos quedamente uno por uno, recibiendo sonrisas y gritos de alegría y hasta vitoreos: los panes volaron por los cielos mientras el domador los repartía, y Jongdae entendió que pronto se enteraría de la verdad.

No esperó escucharla mientras Minseok pedía que todos formaran una ronda y se sentaba en el suelo.

-Tengo una solución—dictaminó, sonriente y palmeándose las rodillas con fuerza—, tengo la solución—esperando a que sus compañeros se devoraran la comida con fervor, repasó el plan mentalmente e hizo vista gorda a las gotas que caían por su sien: era ahora o nunca, no habría vuelta atrás después de la propuesta, sobre todo si la respuesta se volvía negativa—, hay una forma de acabar con esta guerra…y es no empezarla desde el primer lugar.

Silencio, silencio absoluto: en el medio de la noche, Jongdae se paró, sus pies hundiéndose en la tierra húmeda que estaba al borde del abrevadero: no podía ser cierto.

-No—fue todo lo que pudo decir, y sus puños así como su rostro se retorció en bronca y dolor—¡Minseok, no!

-Necesito que Tao—siguió Minseok, mas un nuevo alarido le interrumpió, miles de flechas llovieron sobre su pecho.

-¡¡No puedes hacernos esto, pensé que lo habíamos hablado hace unos minutos!!

-Necesito que Tao me transporte a un momento en particular…requerirá mucha de tu fuerza, Tao—siguió, mirándolo con disculpas en los ojos—, pero si logras ayudarme a hacer esto, se te recompensará con lo que todos quieren y anhelan. Una vida normal.

-¡¡¡Minseok!!!—bramó Jongdae, pero era demasiado tarde; el grupo permanecía atento, y a pesar de las miradas de incómoda complicidad entre algunas parejas, Suho entornó sus ojos y asintió, separando los labios con una torcida sonrisa.

-Entiendo lo que quieres hacer…bastante bien, Minseok. No lo había pensado.

-¿Acaso—empezó Baekhyun, mirando alrededor—, acaso vas a…?

-Voy a regresar al momento de la Gran Rebelión—declaró, estoico—, al momento en que fui llevado al pasado. Y allí mataré a mi padre e intentaré tomar el trono, cancelaré los proyectos referentes a los híbridos…y no se derramará una gota de sangre más.

…Ya no más.

 

 

 

 

 

 


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